sábado, 6 de junio de 2015

HOMILÍA EN LOS 25 ANOS DE EPISCOPADO DE MONSEÑOR UBALDO RAMÓN SANTANA SEQUERA

HOMILÍA EN LOS 25 ANOS DE EPISCOPADO
DE MONSEÑOR UBALDO RAMÓN SANTANA SEQUERA
Maracaibo, 6 de junio de 2015
  

El 12 de octubre, monseñor Ubaldo escribía en su cuenta twitter, que bien puede considerarse como un auténtico diario espiritual: “Ayúdenme a dar gracias a Dios: hoy estoy cumpliendo 46 años de sacerdocio y me siento profundamente feliz de haber recibido esta vocación”. Hoy queremos prestarle nuestra voz para agradecer a Dios sus 25 años de ordenación episcopal, recibida el 27 de mayo de 1990 junto a Mons. Diego Padrón y Mario Moronta. Con el salmista nos preguntamos: “¿Cómo pagaré al Señor, todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo” (Sal 115).

Es muy significativo que celebremos estas bodas de plata este sábado esté en el que anticipamos la fiesta de Corpus Christi. El cuerpo de Cristo tiene varios significados. El primero de ellos tiene que ver con el cuerpo real de Nuestro Señor Jesús. El misterio de la encarnación, que celebramos en Navidad, nos dice que Dios Padre envía por el poder del Espíritu Santo a su Hijo único. El Dios lejano se hace cercano. San Juan lo expresa en su Evangelio así: “La Palabra se hizo carne”, que es precisamente el lema episcopal elegido por Monseñor Ubaldo. Jesús es, en efecto, Dios y hombre verdadero. Ha asumido realmente nuestra naturaleza humana. El cuerpo de Jesús se va formando en el vientre virginal de su madre María. La fiesta del Corpus nos dice ante todo que Dios se hace visible a través del cuerpo de Jesús de Nazaret. El cuerpo de Jesús es el sacramento fundamental o primero, pues es el signo concreto por el cual y a través del cual la Palabra ha sido pronunciada y nosotros lo hemos visto, escuchado y palpado.

En segundo lugar, el Corpus Christi es la Eucaristía. Pues, como escuchamos en el Evangelio, Jesús en la última cena, antes de ser traicionado y entregado a la muerte, tomó el pan y pronunciando una oración de gracias lo repartió a sus discípulos mientras les decía: “Tomen y coman. Este es mi cuerpo”. Y lo mismo hizo con el cáliz, diciendo: “Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Y al final de la cena, les dijo a los apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”. Por eso cada vez que nos reunimos para la Eucaristía, actualizamos el mandato de Cristo Jesús, recordamos su entrega y proclamamos su resurrección.

En tercer lugar, el Corpus Christi es la Iglesia, comunidad de los creyentes en Cristo Jesús. Hay una íntima relación entre la Eucaristía y la Iglesia, según la célebre frase de: La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La mejor forma de ser Iglesia es reunirse para celebrar la Eucaristía, y al celebrar la Eucaristía crece la Iglesia, pues la fe de los bautizados se alimenta en la doble mesa del pan y de la palabra. De aquí también se deriva la gran relación que hay entre el sacerdocio ministerial y el Corpus Christi. El sacerdote es ministro de la eucaristía, preside la celebración, proclama y explica al pueblo la Palabra, prepara el altar, ofrece el sacrificio eucarístico, reza por el pueblo de Dios, distribuye la comunión, bendice al pueblo. El sacerdote recibe esa gracia especialísima de poder consagrar, por el poder del Espíritu Santo, el pan y el vino que se presentan al altar. Luego debe conservar encendida la llama del santísimo, para que siempre brille, debe custodiar ese lugar tan sagrado que es el tabernáculo.

Finalmente, el Corpus Christi son los pobres, porque en ellos se manifiesta la carne sufriente de Jesús de Nazaret (EG 24). El evangelio nos recuerda que cada vez que damos de comer al hambriento, de beber al sediento, que vestimos al desnudo, que visitamos al preso y al enfermo, que hospedamos al forastero, que servimos a los pobres, es a Jesús mismo a quien servimos. En su encarnación, el Hijo de Dios se ha unido a todos los hombres, pero en particular a los más pobres y necesitados. El gesto del papa Francisco de besar la carne del enfermo, tantas veces repetido por los santos, nos remite a Jesús que lava los pies de sus discípulos, que cual buen samaritano se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Los pobres son el Cuerpo de Cristo, que continúa sufriendo y muriendo en la cruz en su sufrimiento. De aquí que la evangelización tendrá siempre una dimensión social, no se puede ser cristiano sin un compromiso real de servicio hacia los pobres, que comienza y con el cultivar una amistad y una veneración por los pobres, sacramentos de Cristo, garantía de una Iglesia que sirve a su Señor, en la alegría de transmitir el Evangelio, de bendecir las botellitas de agua, las medallitas y tarjeticas, de celebrar los sacramentos, de vivir entre los pobres, pues de ellos es el Reino de los Cielos.

Un manantial de humanidad
Monseñor Ubaldo Santana nació en Cagua, (Edo. Aragua) el 16 de mayo de 1941, hijo de don Miguel Ángel Santana y de doña Carmen Virginia Sequera. Es el benjamín de una bella familia cristiana compuesta por once hermanos. De sus padres, pudo experimentar desde niño el amor que nos hace personas, el sentido de familia, el valor del trabajo y de la disciplina. De su mamá, monseñor Ubaldo escribe: “Bendigo a Dios por la madre que me dio y por todas las madres valerosas que saben poner a sus hijos desde el mismo vientre por los caminos de Dios”.

En la escuela de su familia, descubre que: “la vida es un don que no nos podemos dar a nosotros mismos y solo se vive a plenitud viviéndola como un don y no como una posesión”, como escribía en su cuenta twitter. Quien se acerca a Monseñor Ubaldo enseguida descubre sus altas virtudes humanas: cercano, amable, humilde, respetuoso, atento, servicial, paciente, alegre. Ha sabido escuchar y seguir la invitación de san Pablo: “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús (Fil 2,5). Fruto de una gran bonomía natural, del regalo de la gracia y, sin duda, de un trabajo personal de “hacerse todo para todos” por amor al Evangelio como san Pablo (1Cor 9, 20), que se ha traducido en no rehusar nunca un servicio solicitado, adelantarse a los deseos y legítimas necesidades de los demás, no querer imponer el propio modo de obrar ni de pensar, sino aceptar con agrado los sentimientos de los demás, estar atento al carácter de cada uno, estar alegre con los alegres y llorar con los que lloran, sufrir con los pobres y alegrarse con sus alegrías. En una palabra, “hacerse todo para todos” es la expresión de la más pura espiritualidad y caridad del buen pastor.

Inició sus estudios en su pueblo natal, y cuando la familia se mudó a Caracas allí los continuó. Salió “por los caminos de Aragua y a las cuatro de la mañana” (como dice la canción de nuestro estado), pero pronto recorrería “los caminos del mundo”. Su vida, su vocación religiosa y su ministerio sacerdotal y episcopal serán siempre un auténtico camino.

El religioso, un seguimiento radical de Cristo

Desde muy joven escuchó la voz de Dios que lo llamaba a seguirlo. Como el joven Samuel, encontró en los religiosos Hijos de María Inmaculada, llamados “padres franceses”, la mediación de su vocación. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam, 3, 9), respondió presto. Dotado de una brillante inteligencia, la supo cultivar con esmero. Años de formación marcaron y moldearon la personalidad del joven Ubaldo.  De san Pedro, monseñor Ubaldo afirma: “de pescador de peces a pescador de hombres; de pescador de hombres a roca de fundación de la Iglesia. Pedro se dejó tallar por Jesucristo”. Igualmente el joven monaguillo y luego seminarista inició su discipulado dejándose tallar para convertirse también él en roca.

Muy joven fue enviado a Francia, cuna de su congregación, donde recibió una esmerada formación intelectual a la par de una inserción en el carisma. Llegó en los momentos en que la Iglesia se comprometía con un proceso de renovación pastoral, reconociendo y dialogando con un mundo que había cambiado para siempre, al afirmar su valor secular y perseguir los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Para un religioso, el noviciado es un momento importantísimo pues taller de espiritualidad, de identificación carismática y de elaboración del proyecto de vida. Consagrados por Dios en el bautismo, la profesión religiosa nos configura a Cristo en un seguimiento más radical imitándolo en su vida pobre, casta y obediente. “Seguir a Cristo y aceptar trabajar en la recolección de la cosecha del Reino es una locura que solo el amor del Espíritu Santo hace posible”, como publica en su diario (25-04-2015).

Hechos los primeros votos religiosos, Mons. Ubaldo prosiguió sus estudios de filosofía en Francia. Fue enviado a la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 1963 donde cursó la teología. Culminó en 1968 con una licenciatura en teología dogmática en tan importante casa de estudios, donde en ese momento se respiraban aires de renovación conciliar.

Un año en Caracas, en el colegio Francia, en 1965, le permitió una experiencia pedagógica como Coordinador de Pastoral. El apostolado entre los jóvenes ha sido una de las características de su ministerio sacerdotal y episcopal, y que le ha permitido cultivar la pedagogía del Divino Maestro. El 21 de septiembre de 1966, antes de regresar a la Ciudad Eterna, emite en Caracas su profesión perpetua.

Sacerdote in aeternum (Sal 110,4)

Ordenado sacerdote el 12 de octubre de 1968 por el Cardenal José Humberto Quintero en la catedral de Caracas, inicia con entusiasmo juvenil su ministerio pastoral. El 2 de abril de 2015 escribía en el twitter: “Feliz día del sacerdocio a todos mis amigos y seguidores sacerdotes. Que nunca nos cansemos de ejercerlo con disponibilidad y alegría”. Una exhortación que nace de la propia vivencia gozosa.

Como sacerdote comparte su tiempo entre las actividades docentes en el Colegio Francia, la presencia en los barrios populares de Petare y la capellanía a las hermanas Carmelitas de Los Chorros. Para prestar un mejor servicio educativo, se inscribe en la Universidad Católica Andrés Bello y obtiene el título de Licenciado en Educación. Fue profesor en los seminarios de El Hatillo y el entonces Interdiocesano de Caracas. Fundador de la carrera de pedagogía religiosa en el IUSI. Vice-rector del Seminario de El Hatillo. Director del Departamento de Ministerios y Diaconado Permanente del Secretariado Permanente del Episcopado Venezolano (SPEV).

Fundador y director durante 10 años del Instituto Nacional de Pastoral para promover la renovación pastoral de la Iglesia en Venezuela. Supo impulsó una renovación en la pastoral de nuestra Iglesia en Venezuela, anticipándose a la Conferencia de Aparecida que nos invita a una conversión pastoral y al Concilio Plenario que, recordando el proyecto iniciado por Monseñor Ubaldo, pidió reiteradamente la reactivación de tal Instituto.

Su corazón pastoral lo llevó a crear las diaconías San Pablo y San Esteban en la parroquia Nuestra Señora de Fátima de Petare. En 1988, el cardenal José Alí Lebrún lo nombra Vicario Episcopal de la zona sur-oeste de Caracas.

Pastor con olor a ovejas: obispo según el corazón de Dios

El 4 de abril de 1990, el papa san Juan Pablo II lo nombra obispo auxiliar de Caracas. Al año siguiente es enviado como obispo de Ciudad Guayana, donde permanece por 9 años. Invitó a muchas congregaciones religiosas a trabajar en las zonas más pobres de la Diócesis, continuando el llamado del primer obispo de Ciudad Guayana, el querido Mons. Medardo Luzardo, nativo de esta tierra zuliana. Allí logró unir al presbiterio que se encontraba golpeado y fracturado. Realizó una gran promoción vocacional. Promovió la renovación pastoral de las parroquias. Proyectó la catedral de Ciudad Guayana, consiguió el terreno donde está siendo construida y recabó los primeros fondos económicos. Fue un gran defensor de la ecología denunciando los abusos contra el ecosistema que cometían las grandes transnacionales en la extracción del oro y el diamante. Acompañó a los obreros en sus luchas por tener un salario justo, un buen contrato colectivo y mejor calidad de vida.

El 11 de noviembre del año 2000, san Juan Pablo II lo nombra III Arzobispo de Maracaibo. Ese mismo año, había muerto el gran y recordado Monseñor Domingo Roa Pérez, I Arzobispo de esta sede marabina, del cual estamos celebrando el centenario de su nacimiento, y que 10 años antes había sido co-consagrante en su ordenación episcopal, y cuya muerte después de casi cuatro décadas en tierras zulianas había dejado un fuerte vacío.

Al día siguiente, Mons. Ubaldo declara al diario Panorama: “Aprenderé de los zulianos a querer esa tierra, a sentirme bajo el cobijo de la Virgen de Chiquinquirá. Soy de los que se arraiga con facilidad donde voy, seré un zuliano para degustar su mojito en coco e ir al estadio a presenciar un juego de las Águilas del Zulia”. (de noviembre de 2000).

Tomó posesión el 13 de enero del año 2001. Llegó a Maracaibo en situaciones dolorosas, como dice el gran poeta Udón Pérez (abuelo de Mons. Enrique Pérez Lavado):

“A vendar heridas, a calmar dolores,
A empuñar la esteva de los labradores
Y el hacha que abre la inculta floresta.
A amparar niños, viejos y mujeres”.

En la Arquidiócesis, su ministerio pastoral, “se abrió como un cáliz al sol de tus cielos!”, en la Maracaibo mía...(del mismo poeta Udon).  “Mía cuando tiendes la mano, dispuesta. “Mía”, cuando ríes, “mía”, cuando oras, “mía”, a todas horas, Maracaibo mía... En ti han frutecido todos mis anhelos”.

Igual que en Ciudad Guayana, en la tierra del sol amado, recibió la misión de la reconciliación que la ha ejercido cual buen pastor. Pues como dice san Pablo: “Dios nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Cor 5,18), y “nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que en nombre de Cristo somos embajadores de la reconciliación (2Cor 5,19-20), y tal ha sido durante estos años el norte del ministerio de Mons. Ubaldo.

El día de la toma de posesión, monseñor André Dupuy, entonces Nuncio Apostólico, dijo: “Monseñor Santana no dispone de una varita mágica para superar todas las dificultades, Él tiene, sin embargo, grandes cualidades humanas y espirituales que, como esperamos, le permitirán devolver a esta iglesia local el prestigio que le corresponde. Este trabajo, no podrá hacerlo solo. Sin él, muy poco podrán hacer ustedes; y sin ustedes, él tampoco podrá hacer mucho. Pero con él y con ustedes, en comunión, solidaridad y colaboración, todo será posible”. Y así fue. Y así es.

Su serenidad habitual procede de una fe profunda en el Señor: “Cuando Cristo Resucitado camina al lado de nuestra barca en zozobra, las tempestades se sortean, se evitan los escollos y se llega a puerto”, confiesa en su diario. Y añade: “el crucificado resucitado es la clave que lo ilumina todo y coloca cada acontecimiento de nuestra vida en su lugar de salvación”.

Como obispo en Caracas, Ciudad Guayana y Maracaibo su gran preocupación ha sido la renovación pastoral: una Iglesia que se evangeliza para evangelizar, que encuentra en la misión evangelizadora su razón de ser, que construye comunión, que anuncia la alegría de estar entre los pobres, que acoge y no excluye. Una Iglesia no autorreferencial y cerrada en la sacristía, anclada en el pasado, sino misionera: es decir, una Iglesia que con el Evangelio va al encuentro del hombre, no espera, sino sale a anunciar a todos el amor misericordioso del Padre. Una Iglesia pobre y para los pobres, libre de la mundanidad espiritual, que se compromete a denunciar todas las formas de pobreza que encontramos en la sociedad y comparte el Evangelio con los pobres como camino de liberación. En una palabra, una Iglesia al servicio del Reino de Dios.

La primera  lectura  del profeta Ezequiel nos habla de los pastores, dispuestos a dar la vida por el rebaño puesto a su cuidado. La pastoral ha sido siempre una de las principales preocupaciones de monseñor Ubaldo. Hace unos años hizo publicar por la UNICA el sermón de San Agustín sobre los pastores. Su presentación constituye un programa de vida y acción para todos los llamados al ministerio pastoral. Esta preocupación se ha traducido en el esfuerzo de la renovación pastoral de las parroquias y de la arquidiócesis.

Mons. Santana guió  la Conferencia Episcopal Venezolana como Presidente durante dos períodos (2006-2012). Ofreció esta sede marabina para la realización del 4º Congreso Misionero Americano CAM 4 - COMLA 9. El mayor evento eclesial latinoamericano realizado en nuestra patria, que fue todo un éxito, aun en medio de las difíciles situaciones que vivimos. Punto de partida para una Iglesia en salida, que se compromete a llevar el mensaje de Jesús a todos los rincones y a todos los arrinconados de la historia, una Iglesia comunión para la misión.

Ad multos annos et coronas
Hoy pedimos por Mons. Ubaldo Santana, para que Dios le premie toda su entrega como obispo, pastor con olor de ovejas, durante estos 25 años. En esta celebración en la Plaza de La Chinita, rezamos por esta arquidiócesis marabina con las gaitas que el pueblo le canta esperanzado:
Virgen de Chiquinquirá, patrona de los zulianos,
Vos, hermosa soberana, nuestras vidas amparad
y nuestras almas llevad por el sendero cristiano
patrona de los zulianos, Virgen de Chiquinquirá.

Tu pueblo te pide ahora
madre mía, lo ayudéis
y que fortuna le deis,
con mucho amor te lo implora.
Al celebrar la fiesta del Corpus Christi en horas difíciles para el país, la oración de santo Tomás de Aquino se revela súplica actual e imperiosa:


Oh, salvadora hostia
que abres la puerta del cielo,
guerras implacables nos oprimen:
danos fuerza, danos auxilio.



Que María de Chiquinquirá, madre del Señor, bendiga a monseñor Ubaldo y a través de su ministerio a toda su Arquidiócesis. Hacemos hoy nuestras sus palabras y con él rezamos: “Chinita, madre nuestra, muéstranos el camino para salir de la crisis que atravesamos contando con todos los venezolanos”. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Mons. Raúl Biord Castillo
Obispo de La Guaira  
 Fiesta del Corpus Christi 2015


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