sábado, 28 de febrero de 2015

HOMILIA DEL II DOMINGO DE CUARESMA 2015. Misa inaugural de la IX Semana de Doctrina Social de la Iglesia

HOMILIA DEL II DOMINGO DE CUARESMA 2015
Misa inaugural de la IX Semana de Doctrina Social de la Iglesia
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo». Mt 17, 5

Queridos hermanas y hermanos,
El mensaje central de este segundo domingo de Cuaresma lo encontramos en el Evangelio de la Transfiguración del Señor. La Iglesia desea hacernos partícipes de la intensa experiencia vivida por los 3 discípulos en lo alto del monte; pone delante de nuestros ojos el esplendor de la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y anuncia lo que Dios Padre quiere hacer no solamente con nosotros sino con la humanidad entera a través de la acción salvadora de su hijo: que todos lleguemos a salvarnos y alcancemos la condición de hijos de Dios y coherederos de su gloria divina.
El evangelio nos narra cómo Jesús, antes de dirigirse a Jerusalén para consumar su pasión, se llevó consigo a  los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto», les mostró por unos instantes la gloria de su condición divina, acompañado por Moisés y a Elías, y les permitió escuchar desde una nube la voz del Padre Eterno decirles: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo».
La liturgia de la Palabra, después de habernos llevado el domingo pasado al desierto para contemplar a Jesús venciendo las tentaciones del demonio, nos hace subir ahora, con los tres apóstoles, al Monte Tabor para presenciar el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración del Señor. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión y Muerte de Jesús, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa su gloriosa Resurrección, aspectos fundamentales de la Pascua de Jesucristo con la que llevó a cabo nuestra Redención.
Tenemos así delante de nosotros la revelación plena de la identidad de Nuestro Señor: plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; plenamente Hijo de Dios, que por medio de su Pascua nos hace a todos Hijos adoptivos del Padre.  Estos dos domingos señalan por consiguiente tres elementos fundamentales del mensaje cristiano: el punto de partida, somos pecadores llamados a la conversión y a la salvación en Cristo;  el camino por donde hay que pasar: para salvarnos tenemos que asumir la cruz; y la meta final de la cuaresma: participar de la resurrección de Cristo Jesús.
Más aún, estamos en presencia de toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: pasar de la muerte a la vida a través de la cruz. Como decía Santa Teresita del Niño Jesús: la cruz es la escalera para llegar a la gloria. Cristo quiso hacer el primero el camino completo, dejarlo abierto e invitarnos a todos nosotros, a través de los tres discípulos, a emprenderlo con ánimo y valentía, con la certeza de que, si seguimos sus pasos, también nuestras vidas desembocarán en la vida plena de la gloria. El domingo pasado pedíamos al Padre que nos hiciera entrar en la comprensión del misterio salvador de su Hijo Jesús. Hoy el Padre nos responde y nos entrega la clave para poder entrar en ese misterio: “Este es mi Hijo muy amado. Escúchenlo”.
Esta es la segunda vez que el Padre deja oír su voz para presentarnos a su Hijo. La primera vez fue en el momento del bautismo, cuando su Hijo salía de las aguas del Jordán. Ahora, antes de que se sumerja en las aguas turbulentas de otro bautismo, el de la Pasión, se dirige nuevamente a todos nosotros pidiéndonos que escuchemos a su Hijo: “Escúchenlo”. La primera vez fue antes de que Jesús iniciara la predicación del Reino; ésta vez, antes de entrar en el misterio de la cruz, para  que no nos fuéramos a escandalizar por los sufrimientos de su Hijo en Jerusalén, y nos mantuviéramos firmes en la profesión de nuestra adhesión de fe y en el seguimiento fiel aceptando la cruz como paso necesario para llegar a la gloria. ¿“No era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?” (Lc 24,26). Si no aceptamos la desfiguración de la cruz (Cf Is 53,2), no podremos entrar en la transfiguración de la resurrección.
 La Transfiguración acontece dentro de una intensa experiencia de oración: Narra San Lucas que “mientras oraba cambió el aspecto de su rostro y su vestidura se volvió de un blanco resplandeciente” (Lc 9,29). Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, se adhiere totalmente con su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre y a sus misteriosos designios;  la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser que oculta su humanidad: él es Dios, Luz de Luz, que “siendo Dios se despojó de su grandeza y tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres” (Fil 2,7). 
Hoy, mis queridos hermanos y hermanas, el Padre se dirige a nosotros, nos vuelve a presentar a Jesús, su Hijo amado, y nos insiste para que escuchemos su Palabra, aceptemos su mensaje de salvación, nos convirtamos, cambiemos nuestro modo de vivir y emprendamos una vida cristiana más entregada, más virtuosa. En estos tiempos calamitosos y difíciles, con tantas amenazas a la paz y a la convivencia tanto en el mundo como dentro de las fronteras venezolanas, es más apremiante que nunca el llamado del salmista: “Ojalá escuchen hoy su voz. No endurezcan su corazón” (Sal 95,7-8)
¿Dónde habla Jesús hoy, para que le podamos escuchar?
Nos habla ante todo a través de nuestra conciencia. Ella es una especie de «repetidor», instalado dentro de nosotros, de la voz misma de Dios. Así lo expresa el Concilio Vaticano II “la conciencia es el sagrario desde donde habla el mismo Dios”. Pero por sí sola ella no basta. Es fácil hacerle decir lo que nos gusta escuchar. Por ello necesita ser iluminada y sostenida por el Evangelio y por la enseñanza de la Iglesia.
Nos habla en las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios escrita, especialmente, el Evangelio, es el lugar por excelencia en el que Jesús nos habla hoy. Pero esta lectura debe ser hecha con la Iglesia, para darle a la Palabra de Dios su verdadero significado y no el que a mí se me ocurra. No somos menos afortunados por no haber conocido a Nuestro Señor Jesucristo en persona, porque lo podemos conocer a través de sus palabras que son vivas y eficaces. Al respecto nos dice San Agustín: “Nosotros debemos oír el Evangelio como si el Señor estuviera presente y nos hablara. No debemos decir “felices aquellos que pudieron verlo”. De ahí, que a la misa debemos llegar desde el principio, prestar atención a la Liturgia de la Palabra, escuchar cada uno de los textos bíblicos así como la explicación del predicador en su homilía. En este tiempo de cuaresma hemos de leer con más frecuencia la Sagrada Escritura.
Lamentablemente, muchos católicos, de escasa información religiosa y por estar a la moda, en vez de escuchar a a Dios prefieren escuchar a los ídolos a través de los magos, los psíquicos, los horóscopos, los adivinos o mensajes de extraterrestres, pecando gravemente contra la fe, enriqueciendo a esos embaucadores y creándose problemas de conciencia. Dios, que no puede engañarse ni puede engañarnos, nos dice: «No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahvé tu Dios» (Dt. 18,10-12).
Jesús nos habla hoy a través del hermano especialmente del más necesitado, del excluido, del explotado. Él nos dice, en el pobre, “tengo sed”, “tengo hambre” “estoy enfermo” “necesito que me escuches”. “A veces –nos dice el papa Francisco- sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor –de los pobres-. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura” (EG. 270).
Desde hace ya nueve años la Arquidiócesis de Maracaibo, viene organizando simultáneamente con la diócesis de Cabimas, a través del Foro Eclesial de Laicos, la Universidad Católica Cecilio Acosta y de Cáritas Pastoral Social, la Semana de Doctrina Social de la Iglesia, con la finalidad de escuchar la voz de Jesús que clama en los pobres, los oprimidos y los abandonados y de buscar juntos, cómo responder a esos clamores y aplicar a las nuevas realidades políticas, económicas y sociales el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Este año, La Iglesia zuliana, a través de esta Semana Social y de otras actividades programadas, quiere rendir homenaje a Mons. Domingo Roa Pérez, en el centenario de su nacimiento (1915-2015). El programa está pensado para hacer memoria de  su persona y de su pensamiento; descubrir el modelo pedagógico que sustenta el Proyecto de las Escuelas Arquidiocesanas; explorar la solidez y trascendencia de su obra;  ponderar el gran aporte de los valores presentes  en su legado para la construcción del presente y futuro de la democracia en Venezuela.
La Eucaristía de hoy, como acto inaugural de este IX Semana, nos brinda la oportunidad de dar infinitas gracias a Dios por haber colocado al frente de nuestra Iglesia local,  a lo largo de 31 años, a tan insigne pastor. Mons. Roa escuchó la voz de Jesús en la voz de miles niños y jóvenes de las barriadas más pobres y les ofreció la oportunidad de educarse para ser buenos cristianos y ciudadanos libres, trabajadores y responsables; la escuchó en la vida del pueblo zuliano, en el que, desde el mismo momento de su llegada, puso todos sus desvelos; la escuchó en las tragedias y convulsiones que sacudieron a Venezuela y a los pueblos centroamericanos, y habló fuerte y recio, en su  predicación, en sus escritos, a través de los Medios de Comunicación Social, en defensa de los derechos humanos, de la libertad religiosa, de la justicia social y de la democracia. Todos recordamos cómo se enardecía cuando defendía la educación como herramienta fundamental de progreso y advertía sobre el grave peligro de caer en las garras del comunismo, de los sistemas caudillistas y militares o del neoliberalismo salvaje.
Hermanos y hermanas, que esta Cuaresma no pase en vano. Que no seamos sordos a la voz del Señor que acabamos de escuchar en la Palabra de hoy. Que gracias a este alimento y a la fuerza y la luz que nos comunica el pan eucarístico entendamos que no hay otro camino para llegar a la gloria que el de aprender a descubrir y asumir con valentía, fortaleza y confianza la cruz que la historia y las circunstancias de la vida colocan sobre nuestras espaldas. Lo importante, hermanos, es que Jesús camina delante para mostrarnos el camino, camina en medio de nosotros para darnos ánimo y fortaleza y camina detrás de nosotros para que nunca nos quedemos rezagados. Amén.
Maracaibo 1 de marzo de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

jueves, 19 de febrero de 2015

ACOGEMOS TU VIDA, DEFENDEMOS TU SALUD.

ACOGEMOS TU VIDA, DEFENDEMOS TU SALUD
La Cuaresma es un tiempo extraordinario de gracia que Dios nos regala a todos los cristianos, a través de nuestra madre Iglesia, para renovar en profundidad nuestra vida cristiana. La Campaña Compartir que la Conferencia Episcopal, por medio de Cáritas de Venezuela, viene promoviendo desde hace ya treinta y cinco años, se enfoca en una parte importante de este programa, es decir en nuestro crecimiento en solidaridad cristiana con los más necesitados.
El año pasado, en el contexto de la celebración de los ciento cincuenta años del nacimiento del Venerable Doctor José Gregorio Hernández, la Campaña estuvo centrada en el tema de la salud. Este año nuevamente, debido a la grave crisis sanitaria que afecta a toda la población venezolana (Cf Exhortación Pastoral de la CEV “Renovación ética y espiritual ante la crisis” No 5), se ha decidido retomar el mismo tema bajo el lema “Acogemos tu vida, Defendemos tu salud”.
No hace falta grandes análisis para darse cuenta que nuestro país tiene graves problemas en el campo de la salud, como el de epidemias virales no enfrentadas con eficiencia, la carencia de medicinas, insumos y equipos médicos en todo el país. Ante esta situación todas las comunidades cristianas y cada cristiano en particular deben abrir su corazón y disponerse a dar su aporte en tiempo, talento y tesoro para combatir el hambre, reducir la malnutrición y prevenir enfermedades.
Ser solidario, salir de si para ir al otro que sufre, romper el cascarón de indiferencia o de egoísmo en el que estamos encapsulados, exige una profunda conversión de corazón que solo podemos alcanzar con la gracia divina, la oración, la escucha de la Palabra y una buena confesión. Ante un mundo carcomido por la globalización de la indiferencia,  el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma para este año, nos interpela fuertemente sobre el estado de  salud cristiana de nuestras comunidades diocesanas y parroquiales y de cada uno de nosotros y nos reta a ser “islas de misericordia” en medio del mar de la indiferencia que envuelve a este mundo.
 La Campaña Compartir forma parte del itinerario cuaresmal en clave de caridad y solidaridad cristiana. Ya sabemos que en cuestión de caridad “obras son amores y no buenas palabras” (Cf 1 Jn 3,17). La crisis nacional de salud que golpea dramáticamente a la población venezolana no será resuelta en su totalidad si nuestro corazón no está sanado y renovado  moral y espiritualmente. Solo así llegaremos a  líneas concretas de acción que incidan eficazmente en el mejoramiento de la salud de todos. No podemos, como dicen los Obispos en su Exhortación, “creer en Dios y actuar de cualquier manera”. Tenemos que “salir de nosotros mismos y entrar en el mundo del que sufre” (Mons. Baltazar Porras);  vivir de acuerdo a la fe que profesamos y tomar en serio la proclamación del proyecto del Reino de Dios que Nuestro Señor Jesucristo introdujo  en el mundo sanando leprosos, enderezando tullidos, poniendo en pie a paralíticos, devolviéndoles a todos su dignidad e integrándolos en sus comunidades religiosas y civiles (Cf Mc 1,29-34.40-45;2,1-12).
Cuando la Campaña Compartir habla de salud es importante recordar que no se trata solamente de salud física, por más importante que ésta sea, sino de salud integral que abarca además la salud mental, psíquica, ética y espiritual. No pocas veces se nos olvida que muchas de nuestras enfermedades tienen su origen en una mala salud moral, emocional y espiritual. Si buscáramos más a Dios sufriríamos menos.
Que esta Campaña nos impulse a todos, con la fuerza del Espíritu Santo y el ejemplo de Santa María, a hacernos efectivamente solidarios con los hambrientos, los desnutridos y los enfermos. Comprometámonos determinadamente a crear nuestras Cáritas parroquiales y si ya las tenemos a fortalecerlas con los Comités Comunitarios de salud que nos propone Cáritas.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
@MonsUbaldo
Elpastorysugrey.blogspot.com


miércoles, 18 de febrero de 2015

MIÉRCOLES DE CENIZA 2015. Homilía: TIEMPO DE CONVERSIÓN

MIÉRCOLES DE CENIZA 2015.
(Jl 2, 12-18; Sal 50; 2Co. 5, 20-6,2; Mt. 6, 1-6.16-18)

Homilía
TIEMPO DE CONVERSIÓN


Muy apreciadas hermanas y hermanos en Cristo Jesús,

Con esta celebración del miércoles de ceniza iniciamos nuestro itinerario cuaresmal que nos conducirá, dentro de cuarenta días, a la noche santa de la Vigilia Pascual, la celebración más importante del año que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón Pascual).

La Liturgia de este día nos invita a una conversión profunda de mente, corazón y conducta.  En la primera lectura, el profeta Joel, nos dice que Dios no se cansa de esperarnos, que todavía tenemos tiempo para rectificar el camino: “vuélvanse al Señor, que es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y se conmueve ante la desgracia”. En la segunda lectura, San Pablo insiste en no dejar para mañana la decisión de volver a  Dios porque  “este es el momento favorable” y no podemos “echar en saco roto esa gracia”. Y Jesús, en el Evangelio, nos indica cómo debemos realizar las buenas obras de la oración, el ayuno y la limosna para que efectivamente nos pongan en contacto con Dios.

Mis hermanos y hermanas, ¿Qué significa convertirse?

Significa darle la espalda al pecado, a la vida desordenada y voltearse para darle la cara a Dios y caminar hacia El. Como vemos la conversión tiene dos momentos: uno negativo que llamamos aversión. Me volteó hacia la vida de pecado que he llevado hasta ahora y al ver lo vacío y desnudo que me ha dejado, siento un gran remordimiento, una fuerte aversión hacia esa parte de mi vida, una inmensa nostalgia de Dios y me entra un fuerte deseo de abandonar esa vida que me ha hecho tanto daño y salir en busca de Dios, convencido de que no tendré paz hasta que no lo encuentre. El segundo momento es positivo: doy la espalda a mi vida desordenada, al pecado, cambio radicalmente de rumbo y me pongo en camino en la dirección que me va a llevar a Dios. Es la conversión propiamente dicha. En este giro que le doy a mi vida es muy importante superar dos escollos que pueden impedirnos llevar a cabo de manera efectiva y completa el cambio de rumbo deseado.

El primero: tengo remordimiento, es decir un gran dolor por el o los pecados cometidos pero me domina la idea que ya no hay remedio, de que mi pecado es demasiado grande y de que Dios no me lo va perdonar. Falla la confianza. Nos puede suceder lo que le sucedió a Judas. Se dio cuenta del daño que le había causado a Jesús, vendiéndolo por treinta miserables monedas de plata, le vino el deseo de revertir el daño causado pero se encerró en sí mismo, se aisló y la  desesperación y la tristeza extremas lo condujeron al suicidio. ¿Qué le faltó a Judas? Lo que nos enseña el profeta Joel en la primera lectura: “Conviértanse al Señor Dios suyo porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad”. Como afirma el libro de la Sabiduría: “Dios cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan.” (Sab 11, 24-25.27) Es el caso de Judas Iscariote que, ante el pecado de traición y venta de Jesús, se ofuscó y se quitó la vida.

El segundo escollo: siento atrición pero no contrición. Es decir soy consciente de que he actuado mal y debo de alguna manera pagar el daño ocasionado pero mi arrepentimiento es incompleto; quiero reconciliarme con Dios no tanto por el amor que le tengo sino por temor a las consecuencias de la ofensa cometida y por miedo a los castigos que pueden sufrir en la condenación eterna. Aunque en un arrepentimiento imperfecto, es válido, no nos impide voltearnos hacia Dios y  emprender un camino de vida que nos lleve más adelante a una conversión más sincera.

LA CONTRICION

Para salir de la vida de pecado y emprender decididamente una ruta nueva que me lleve a Dios es menester que se produzca en mi una verdadera contrición, “un corazón contrito y humillado”, es decir el dolor y pesar por haber ofendido, con mis pecados, a un Dios que me ama con locura, a un Dios infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas. Es el caso del rey  David que, después de haber cometido adulterio y homicidio (2 Sa 11), se postró delante de Dios, lloró sus delitos, hizo un acto de enmienda y plasmó su arrepentimiento en el salmo 50, uno de los salmos penitenciales más hermosos de la biblia y en el  que muestra la misericordia de Dios y su amor sin límites  hacia los  hombres pecadores. En ese mismo salmo deja patente cómo su arrepentimiento perfecto lo llevó a una entrega más generosa y a la decisión de ayudar a los que hayan cometido pecados graves a no tener miedo de buscar el perdón y la misericordia divina. “Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti” (Sa 50,14-15). Así ocurrió también con el apóstol Pedro quien, después de haber negado a Jesús tres veces (Cf Mc 14,66-72), lloró amargamente,  llegó a decir “Señor, tú lo conoces todo, tu sabes que te amo” (Jn 21,17), y después corrió su misma suerte, confesando la fe en Nuestro Señor Jesucristo con el derramamiento de su sangre.



CONVERSIÓN DE CORAZON

La conversión a la que nos llama el profeta Joel, al inicio de esta Cuaresma, es una conversión profunda, que cambia mi mente, mi  y mi conducta. “Rasguen sus corazones, dice le profeta, no sus vestiduras”. Estamos dejando atrás los días de carnaval, que festejamos con disfraces, máscaras que solo nos cambian por fuera pero no por dentro.

 “En cierta parroquia, el cura párroco hizo un llamamiento: buscaba un tronco de árbol lo suficientemente grande como para mandar esculpir una estatua de San Roque. A mediodía, una mujer, una campesina, al volver a su casa, le dijo a su marido: “lo que podemos hacer es regalarle el nogal que tenemos en el prado; total, nunca ha dado nueces”. Dicho y hecho. Pero la operación  llevó tiempo: naturalmente, hubo que sacar las raíces del nogal, cortarlo con el hacha, transportar el tronco a casa del escultor, esperar a que se secara la madera…Dos años después, el párroco pudo colocar la estatua en un precioso nicho de la Iglesia y bendecirla durante la misa. Poco después, en la granja de los que habían regalado el nogal, cayó enferma una de las vacas. Hermosa ocasión para rezarle al Santo pidiéndole que la salvase. En vez de curarse, acabo muriendo. Entonces la mujer volvió a la Iglesia y le dijo a la estatua: “No valías nada como nogal y no vales nada como santo”. No basta con cambiar las apariencias, con cambiar de pinta. Hay que cambiar el corazón. Solo entonces daremos frutos buenos. Dios ve en lo secreto y no se deja engañar de las apariencias.

CONVERSION QUE CAMBIE CORAZON, MENTE Y VIDA

La característica de este tiempo de gracia no es la de aparentar ser cristianos, la de disfrazarnos de santos y buenos sino la de emprender un trabajo de profundidad para darle un giro completo a nuestros modos equivocados y dañinos de vivir, colocar a Dios en el primer lugar de nuestras vidas y emprender con la fuerza de la Palabra divina y de la gracia una vida nueva. Pasar de una vida mediocre, a una vida buena, para llegar a una vida santa. Pasar de ser un cristiano que mira los toros desde la barrera, sin compromiso alguno, a un cristiano protagonista de la evangelización, a un cristiano “en salida” misionera. Pasar de ser un cristiano que sólo evita el pecado a un cristiano que hace en todo el mayor bien que puede, y lo hace todo por Jesús, es decir, una persona que entrega su vida a Dios y se deja guiar a cada paso por su Santo Espíritu.


El llamado a la conversión constituye un desafío para todos nosotros. Ninguno queda excluido. No la logramos con nuestros esfuerzos propios de una vez para siempre; supone y exige un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. La Iglesia nos la propone con más fuerza e insistencia en este tiempo de cuaresma pero hemos de entender que no se limita a un tiempo particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida. Es un proceso que se lleva de adentro hacia afuera, con humildad, partiendo desde el centro de nuestras vidas, desde la conciencia. La Biblia utiliza un término propio para señalar ese lugar desde donde debemos emprender este camino: desde el corazón. La Escritura no lo entiende como el centro de la afectividad y de los sentimientos sino de las decisiones maduras, discernidas y adultas. El núcleo desde donde la persona se constituye y se organiza para adoptar un determinado modo de vivir.

 TU PADRE VE TU CORAZON

Hay que ir allí, a lo escondido, al aposento interior por dos razones principales. Primero porque es allí donde se anidan los malos deseos, las ambiciones ocultas, las intenciones reales que movilizan nuestras decisiones que tenemos que desenmascarar, identificar y extirpar. El Señor las denuncia con fuerza frente a la pretensión de ciertas autoridades religiosas de su tiempo de atender primero lo exterior, lo ritual, lo legal  (Cf Mc 7,1-23). Jesús denuncia en el evangelio  tres actitudes particularmente nocivas: buscar la gloria del tener, el reconocimiento del poder y la popularidad, la fama y la aceptación social por ser “bueno”. Fueron precisamente las tres tentaciones que el diablo le presentó a Jesús en el desierto para desviarlo de su verdadera misión y que él rechazó con las armas de la oración, el ayuno y la Palabra de Dios. Son las mismas tentaciones que el demonio viene tercamente presentando, desde Adán y Eva, a sabiendas del enorme enganche que tienen y cuán fácilmente nosotros mordemos este anzuelo.

Segundo porque solo lo que se asume desde el corazón ofrece suficiente solidez para servir de fundamento a una vida de seguimiento esforzado y fiel del Señor. Lo que no se construye desde allí es como esa casa construida sobre arena que arrasa el primer ventarrón que se presenta.

La conversión, por otro lado, es un don de Dios.Conviérteme y yo me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios” (Jer 31,18), le pedimos al Señor como el profeta Jeremías. Nosotros no somos arquitectos de nosotros mismos pues nuestro destino nos rebasa, está más allá de esta vida puramente terrena. Por eso, la conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador y que fuera de Él nuestra vida no tiene sentido. Nos convertimos a Dios cuando lo dejamos que nos moldee a su imagen y semejanza, como el alfarero moldea el barro, hasta que Cristo quede formado en nosotros, o como decía la beata Teresa de Calcuta hasta que Cristo se convierta en “mi todo en todo”.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda esta gran verdad: “El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (Cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (Cf Jn 19,37; Za 12,10). «Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4) (CIC, 1432)

Son tres los medios que nos ofrece la Iglesia al inicio de esta santa Cuaresma 2015 para realizar este proceso de cambio:

.- El primer medio es la oración, como apertura a Dios, pues somos sus criaturas, sus hijos y “en él, somos, existimos y nos movemos” (Hech 17,28). A través de la oración el hombre reconoce que hay uno por encima de él, del cual recibe todo lo que es y tiene. “La Cuaresma –dice el papa Francisco- es tiempo de oración, de una oración más intensa, más prolongada, más asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos; oración de intercesión, para interceder ante Dios por tantas situaciones de pobreza y sufrimiento”.

.- El segundo medio es el ayuno, como autocontrol, dominio, disciplina. Ayunar es prescindir de  todo lo que es superfluo en la vida cristiana para devolvérselo al pobre pues a él le pertenece. Es adquirir el estilo de Jesús que “se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). Es desprendernos de nuestros bienes pues “no solo del pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4); es disciplinarnos para tener una vida más sobria.

.- El tercer medio es la caridad, como apertura al prójimo. Es vivir la gratuidad, reconocer que todo lo hemos recibido de Dios y, por tanto, hemos de darlo gratuitamente. “Gratis lo han dado, denlo, entonces, gratis”. Es compartir con el prójimo, especialmente con los empobrecidos, los excluidos, con los que no nos pueden retribuir, ni pagar, nuestros bienes.

No podemos postergar para un momento mejor nuestro empeño de cambiar de vida. “Ahora es el momento favorable, ahora es el tiempo de salvación” (2 Co 6,3).  No dejemos para mañana, lo que podemos hacer hoy. El Señor debe ser buscado mientras sea posible hallarlo (Cf Is 55,6). San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su conversión con semejantes palabras: “Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso

Pero no daban el paso, por temor a un cambio demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier día, arremetía con una lógica de espada filosa: ‘Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día? No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga’. ¿Por qué dices que alguna vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios la gracia de la conversión? Teme a Cristo que pasa y no vuelve. Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora: Hoy es el día de la conversión. “Hoy, si escuchan su voz, no endurezcan el corazón”.

Dentro de algunos minutos recibiremos la marca de la ceniza sobre nuestra frente. En la Biblia la marca indica pertenencia (Cantar 8, 6) y tiene función protectora (Ex. 28, 36-37). Marcarnos con ceniza es reconocer que somos frágiles, de barro. La Ceniza evoca la condición colectiva de la fragilidad humana, en ceniza se convertirá nuestro cuerpo al morir,   pero también evoca la condición de pecadores convocados a la reconciliación y a la gracia.

En el Pregón Pascual que leí al comienzo decía en un fragmento: “expulsa el odio, trae la concordia.”  Hermanos, hoy más que nunca es necesario hacer un esfuerzo para convertirnos y cambiar de vida, para así reconciliarnos con nuestros semejantes.

Le pedimos a María, Auxilio de los cristianos,  su poderosa intercesión para que nos de la fuerza necesaria de manera que permitamos que Dios obre en nosotros. Amén.

Maracaibo 18 de febrero de 2015
 




martes, 17 de febrero de 2015

MENSAJE DE CUARESMA 2015: “Hermanos: en nombre de Nuestro Señor Jesucristo les pedimos que se reconcilien con Dios” (2 Cor 5,20).

MENSAJE DE CUARESMA 2015
 
Hermanos: en nombre de Nuestro Señor Jesucristo les pedimos que se reconcilien con Dios” (2 Cor 5,20).

Con estas palabras del Apóstol Pablo, que escucharemos este Miércoles de Ceniza, quiero  dirigirme a ustedes, queridas hijas e hijos de esta Grey Zuliana, para invitarlos a vivir provechosamente esta Cuaresma 2015.  La Iglesia nos ofrece este tiempo fuerte de gracia para buscar a Dios (Cf Is 55,6), escuchar su Palabra (Cf Dt 6,4-9), identificar y destruir los becerros de oro que idolatramos en nuestras vidas (Cf Ex 32,1-24),  renovar nuestra fe bautismal en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (Cf Mt 28,19-20) y vivir más comprometidamente las exigencias de nuestra fe cristiana, particularmente en el campo de la justicia y de la caridad.

CUARENTA DIAS Y CUARENTA NOCHES

Cuaresma proviene de cuarenta, número cargado de gran valor simbólico en la Sagrada Escritura. El número cuatro –según los exegetas-  simboliza el universo material, el cero  el tiempo de nuestra vida en la tierra, signado por pruebas y dificultades. Cuarenta años permaneció el Pueblo de Israel por el desierto antes de acceder a la tierra prometida (Cf Jos 5,6), después de cuatrocientos años de esclavitud en Egipto. Cuarenta días duró el diluvio universal (Cf Gen 7,17). Cuarenta días con cuarenta noches permanecieron el patriarca Moisés (Ex 24,18) y el profeta Elías en el Monte Horeb (1Re 19,8) en contacto directo con Dios.

El evangelio del primer domingo de Cuaresma narra las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús, debilitado por cuarenta días de ayuno. Durante esos días el Señor ayunó para preparar su misión pública.  Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Jesús, orando,  ayunando y haciendo uso de las Sagradas Escrituras salió vencedor del duro enfrentamiento con el tentador. Nosotros también, con la fuerza que Dios nos comunica a través de su Palabra y de la gracia del ayuno, la oración y la limosna, podemos vencer, con Cristo y como Cristo, las asechanzas de Satanás.

La Liturgia de este tiempo  nos pide que en el “kit” viajero para realizar la travesía del desierto cuaresmal debemos llevar tres prácticas: la oración, el ayuno y la caridad. Solo así podremos llegar espiritualmente preparados a la meta: la celebración gozosa  de la Vigilia Pascual. Noche sin par en la que  proclamaremos, con toda la Iglesia, que Cristo está vivo y tiene poder para vivificarnos, que es la Luz que disipa las tinieblas del pecado, alimento indispensable para atravesar todos los desiertos  de esta vida temporal y llegar a la gloria eterna (Cf Pregón Pascual).


LA MODA DE LOS AYUNOS
De la gran riqueza del patrimonio cuaresmal, primer tiempo litúrgico que surgió en la vida de la Iglesia para preparar los cristianos a la vivencia de la Pascua, fiesta central del cristianismo, quiero detenerme este año en el sentido y el valor del ayuno cristiano.

El ayuno está muy de moda en nuestro tiempo y abarca muchos ámbitos de la vida social.  Ayunan los manifestantes para reclamar salarios justos, procesos judiciales más expeditos, pronta liberación de los presos de conciencia. Algunos incluso van más allá y para ejercer mayor presión e impactar la opinión pública se declaran  en huelga de hambre. Ayunan también un creciente número de personas, con fuertes privaciones voluntarias de una serie de alimentos para prevenir enfermedades, mejorar su salud y  alcanzar mejor calidad de vida. Ayunan las mujeres, por razones estéticas, impulsadas por el deseo de satisfacer los nuevos estándares de belleza y de gozar de la aceptación social. No pocas se extralimitan y  en casos extremos, ponen sus vidas en peligro.

Ayunan finalmente cientos de miles  de personas que no se alimentan bien o se limitan a una sola comida diaria. Lo hacen no por propia voluntad, sino forzados porque no les alcanza el salario o por la gran dificultad de conseguir los alimentos básicos para la dieta diaria.  Se cansan de tener que someterse a colas interminables, de correr de un lugar a otro en búsqueda de los productos regulados o de los medicamentos y vitaminas que previenen las enfermedades. Son víctimas  de la deficiente gestión pública, de la aplicación de políticas erradas y  de  la inescrupulosa acción de delincuentes, especuladores,  contrabandistas y los llamados “bachaqueros”.
 
EL AYUNO CRISTIANO

Nada de esto tiene que ver con el ayuno cristiano. Entonces ¿Qué es el ayuno cristiano? En sentido amplio es prescindir de  todo lo que es superfluo para contentarse con lo suficiente, pues lo que sobra, según San Ambrosio, no nos pertenece: pertenece al pobre, y no dárselo, es cometer el pecado de robar. Jesús practicó este ayuno. Narra el evangelista que el Señor “viendo la multitud hambrienta sintió compasión de la gente” (Mt 9,36).  Y San Pablo comenta que Jesús siendo rico de su divinidad “se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.” (2 Co 8,9; Cf Flp 2,5-7). San Pablo nos invita a seguir este ejemplo del Señor y despojarnos de lo superfluo para compartir con los necesitados.

 El Papa Francisco en el Ángelus del 08 de Marzo del año pasado afirmó: “Debemos estar atentos a no hacer un ayuno formal, o que en verdad nos “sacia” porque nos hace sentir tranquilos. El ayuno tiene sentido si verdaderamente hace mella en nuestra seguridad, y si de él se deriva un beneficio para los demás, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina sobre el hermano en dificultad y se hace cargo de él. El ayuno comporta la elección de una vida sobria en su estilo, que no derrocha, una vida que no “descarta”. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón a lo esencial y al compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad frente a las injusticias, a los atropellos, especialmente con respecto a los pobres y a los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia”

¿Cuándo estableció Dios esta práctica saludable? Fue establecido por el mismo Dios cuando le dijo a nuestros primeros padres, Adán y Eva, que “podrán comer de todos los frutos de los árboles excepto de uno” (Gen 2,17) y fue practicado por los dos grandes personajes del Antiguo Testamento que representan la Ley y los Profetas: Moisés, antes de recibir las tablas de la Ley (Ex 34,28), y Elías, antes de encontrar al Señor en el Monte Horeb (1 Re 19, 8). Nuestro Señor Jesucristo practicó el ayuno en diversas ocasiones, lo recomendó a sus discípulos en los casos más difíciles (Mc 9,14-29) y señaló cómo debía de practicarse para que fuera agradable al Padre Dios, que ve en lo secreto y aprecia lo que se hace con humildad  de corazón (Mt 6,16-18).

LA PRACTICA DEL AYUNO
 
Actualmente la Iglesia, manteniendo una tradición de muchos siglos, prescribe que todos los bautizados de edades comprendidas entre los 18 y 59 años cumplidos, deben abstenerse de comer carne y de ayunar al menos dos días al año: el miércoles de ceniza y el viernes santo. Y nos indica que “la penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser solo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles (…). Sin embargo, téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el viernes de la Pasión y muerte del Señor y aún extenderse, según las circunstancia al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo del domingo de Resurrección con ánimo elevado y entusiasta” (CONC. VAT. II, Const. Sacrosantum Concilium, 110).

El ayuno tradicional es consumir en las tres comidas solo pan y agua y destinar a una obra de caridad el dinero ahorrado con esa privación. Por razones de edad, trabajo o salud se puede reducir el ayuno a una o dos comidas. En cada Cuaresma la Iglesia católica en Venezuela ofrece concretamente la posibilidad de destinar nuestros ahorros y aportes a la Campaña Compartir, que este año llega a su trigésima quinta edición y está dedicada a promover la salud integral y a colaborar en la prevención y atención de las enfermedades y epidemias que están azotando nuestro país.

El ayuno no se circunscribe exclusivamente a la privación de alimentos. Es muy conveniente que las modalidades que sean elegidas a la hora de practicar el ayuno incidan de manera efectiva en la búsqueda de la liberación de nuestras esclavitudes personales. San Bernardo así nos lo aconseja: “Ayunen los ojos de toda mirada curiosa. Ayunen los oídos no atendiendo a las palabras vanas y a cuanto no sea necesario para la salud del alma…Ayune la lengua de la difamación, murmuración, de las palabras vanas, inútiles (…) Ayunen las manos de estar ociosas. Pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de imponer la propia voluntad y juicio. Pues, sin este ayuno, todos los demás son reprobados por Dios” (San Bernardo, Sermón en el comienzo de ayuno).

En este año de la Vida Consagrada, proclamado por el Papa Francisco, recojamos la doctrina sobre esta materia de dos grandes santos y doctores de la Iglesia que han enriquecido con sus enseñanzas y testimonios la espiritualidad cristiana del ayuno: Agustín de Hipona, autor de una Regla que ha inspirado muchos Institutos de vida consagrada y Tomás de Aquino, religioso dominico de la Edad Media y  figura cimera de la escolástica.

Santo Tomás de Aquino menciona tres motivos que hacen necesario y conveniente el ayuno cristiano: reprime la inclinación al mal, la concupiscencia, que nos impulsa a pecar; facilita que la mente se eleve a las cosas del cielo; finalmente nos prepara para pedir perdón por nuestros pecados (Suma Teológica, 2-2, q. 147, a.19). San Agustín, recogiendo la enseñanza del profeta Isaías 58,1-12, nos invita a ayunar para ser solidarios con el prójimo. “Tus privaciones –dice el santo- serán fecundas si muestras generosidad con otros”. El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de que todo ser humano es nuestro hermano y de nuestra obligación de tender la mano a los que sufren toda clase de privaciones  para ayudarlos a salir de sus condiciones deprimidas.  Para que la oración del Padre Nuestro no sólo salga de los labios sino también del corazón y sea escuchada por Dios debemos cumplir lo que nos dice San Juan “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? (1Jn 3,17).

Hermanos, Hermanas, como vemos el ayuno y la caridad van juntos. Acojamos la Palabra de Dios, escuchemos los santos doctores y la enseñanza de la liturgia cuaresmal.  En estos momentos que vivimos en Venezuela, signados por la desunión, el enfrentamiento y la discordia, es más necesario que nunca que cada uno de nosotros sea parte de la solución y contribuyamos todos juntos, con nuestro modo de vivir y de compartir nuestros bienes,  a la superación de los conflictos y a la reconciliación. No hay posibilidad de reconciliación con Dios si no hay reconciliación con el prójimo que sufre. La Madre Teresa expresó una vez una verdad sencilla y profunda a la vez: “No pienses que el amor para ser genuino debe ser extraordinario. Lo que necesitamos es amar sin cansarnos”.

¡Queridos hermanos, volvamos a la práctica del ayuno cristiano y amemos  sin cansarnos! Que la Santísima Virgen María que vivió la solidaridad con su prima Isabel y con su hijo Jesús en el Calvario, nos ayude a entrar en este tiempo de gracia, vivirlo a plenitud y llegar bien dispuestos a la celebración de las santas fiestas de Pascua. 

Maracaibo 16 de febrero de 2015


+Ubaldo Ramón Santana                                  +Ángel F Caraballo Fermín

Arzobispo de Maracaibo                                            Obispo Auxiliar

LAS MÁSCARAS...


LAS MÁSCARAS...
Si te juntas con personas alegres, te irán comunicando su alegría.
Si tus amigos son trabajadores y honrados, tú también lo irás siendo.
Huye de los amargados, falsos y corruptos porque te inocularán su veneno, 
y te irán haciendo como ellos.
Practica con tesón la sonrisa y el canto hasta que tallen tu rostro.
Suelta tus músculos, cubre de alegría tus miedos.
No importa cómo has sido hasta ahora, imita la virtud, proponte ser alegre, servicial y trabajador; verás cómo cambia tu rostro y tu corazón.
La máscara a la que te has acostumbrado por años, 
ya es hora de que te la quites. 
Aprovecha este carnaval y vístete de virtud (Jorge Yaquer)

domingo, 15 de febrero de 2015

HOMILIA DEL SEXTO DOMINGO ORDINARIO. CICLO B. Mc 1,40-45

HOMILIA DEL SEXTO DOMINGO ORDINARIO. CICLO B.
Mc 1,40-45

QUIERO, QUEDA LIMPIO
Muy queridos hermanos y hermanas,
Han pasado dos mil años de cristianismo y el fenómeno de la exclusión social y religiosa sigue campante. Ahí están los enfermos de sida, los emigrantes, los homosexuales buscando, como José y María en Belén, un lugar donde ser recibidos y poder dar a luz a una nueva vida como personas dignas de amor y de respeto tanto  en la sociedad como en la Iglesia. Al escuchar el evangelio de hoy demos gracias a Dios que vino en la persona de Jesucristo a buscarnos y sacarnos  de nuestros extravíos trayéndonos de nuevo sobre sus hombros hasta el redil de la Iglesia. Examinemos también nuestra consciencia y preguntémonos cuáles son hoy esas personas que la Iglesia y la sociedad excluyen e impide que puedan ejercer la plenitud de sus derechos y ser tomadas en cuenta en sus comunidades cristianas humanas y eclesiales. Tomémonos la temperatura para saber cómo está nuestro integrómetro social y eclesial. ¿Estamos creciendo en nuestra capacidad de inclusión y de integración o seguimos discriminando y condenando a otros seres humanos.

La narración de hoy se encuentra al final del primer capítulo del evangelio de Marcos y nos muestra el comportamiento de Jesús al toparse con un leproso. En aquel tiempo, los leprosos eran las personas más excluidas de la sociedad, evitadas por todos. Un doble oprobio pesaba sobre ellos: como no existía cura para su mal, la única manera de evitar el contagio colectivo era arrojarlos fuera de las poblaciones y mantenerlos a distancia de los demás seres humanos. A esta tara se añadía la expulsión religiosa. Eran considerados por las autoridades religiosas como gente impura, es decir inhábiles para entrar en contacto con Dios. No tenían salvación. Según el sistema vigente, también eran rechazados por Dios.

El encuentro con Jesús se da porque el leproso infringe las normas sanitarias y religiosas y al enterarse de que Jesús está en las cercanías, sale de su soledad, lo busca y cuando lo encuentra se planta ante él y de rodillas le pide curación: “Si quieres  puedes limpiarme”. Se sabe impuro, no le pide que lo toque porque sabe que no lo debe hacer y además está convencido de que Jesús no tiene necesidad de hacer ese gesto para sanarlo. La frase del leproso revela los dos males que padece: la lepra y la soledad producida por la exclusión por parte de sus parientes y de Dios mismo.

Jesús se conmueve y va a realizar a favor del leproso tres gestos maravillosos: lo acoge,  lo cura y lo reintegra a su comunidad.  Primero que todo lo acoge y cura el mal moral del abandono y la exclusión: extiende la mano y toca al leproso. Cuando el profeta Eliseo  en el relato del Libro de los Reyes, cura al funcionario sirio Naamán de su lepra,  no lo toca: lo manda por medio de su criado Guehazi a lavarse siete veces en el Jordán (Cf 2 Re 5). Jesús se deja abordar sin reparo por el leproso y lo toca. Impresionante lenguaje corporal para decirle: “Para mí, ya no eres un excluido. ¡Te acojo como hermano!”. Un gesto parecido tendrá Francisco de Asís con el leproso que le cerró el paso en el camino por donde iba; con la diferencia que fue el leproso que le cambió la vida a él y le hizo descubrir el verdadero rostro de Dios. En segundo lugar, cura la enfermedad de la lepra diciendo: “¡Quiero! ¡Queda limpio!” Para llegar hasta Jesús, el leproso había transgredido las normas sanitarias y de pureza ritual de su época. Jesús, para darle a entender que Dios no lo ha abandonado y hacerle descubrir su verdadero rostro lleno de misericordia, también transgrede las normas religiosas y toca al leproso, incurriendo en impureza legal.
Finalmente lleva a cabo la tercera curación: lo reintegra la comunidad humana y religiosa. Jesús no sólo cura moral y físicamente, sino que quiere que la persona curada pueda volver a su casa, ser tratada con respeto y consideración, circular libremente por las calles de su pueblo, entrar los sábados en las sinagogas para orar y escuchar la Palabra de Dios. Las curaciones de Jesús son integrales: alcanzan al ser humano en todas sus dimensiones: internas, externas, sociales y espirituales. Por eso el Señor le pide al ex leproso que cumpla con todo el ritual prescrito en el capítulo 14 del libro del Levítico.
Así ha de ser la postura de una sociedad humana y humanizadora y de una Iglesia compasiva y samaritana. La sanación debe ser integral. Ese fue el reclamo que el el Papa Francisco le dirigió a la comunidad europea y a la misma Iglesia cuando realizó aquel viaje sorprendente a la Isla de Lampedusa, en el sur de Italia, para visitar a los cientos de inmigrantes africanos indocumentados, confinados en campamentos,  en espera de la repatriación. Son miles los que han muerto ahogados al naufragar las sobrecargadas pateras en el que intentaban atravesar el Mediterráneo. Todos conocemos la posición valiente del episcopado estadounidense al pedirle a su gobierno que aplique medidas más humanitarias con los millones de inmigrantes que viven y trabajan ilegalmente en el país.
Todos debemos preguntarnos, mis queridos hermanos, cómo vamos a vivir con coherencia este evangelio del encuentro de Jesús con el leproso. La Cuaresma que se avecina es un tiempo especialísimo de gracia para activar la vivencia de la caridad cristiana y buscar cómo trabajar para superar las exclusiones, crecer en convivencia, abrir nuevas rutas de encuentro y de reconciliación.

Al finalizar la lectura de este primer capítulo del evangelio y despedirnos por un tiempo de la continuación de la lectura de este evangelio,  es bueno recoger las ocho enseñanzas que Marcos ha querido transmitirnos al presentarnos los inicios del ministerio público de Jesús. Nos servirán como criterios para evaluar la asimilación de su lectura y su puesta en práctica en nuestra vida familiar y comunitaria. Helas aquí: formar y vivir en comunidades fraternas, entregar la Palabra de Dios al pueblo y no solamente a unos poquitos, combatir con la fuerza de Dios la presencia del Mal, sanar integralmente a las personas para que sean capaces de entender la vida como un servicio y no como una dominación de unos sobre otros, acoger a los marginados, no emprender nada sin contar con Dios, anunciar el Reino de Dios en las periferias existenciales y territoriales y finalmente  integrar en la sociedad y en la Iglesia a todos los seres humanos que sufren cualquier tipo de exclusión.

Que iluminados por este Evangelio y alimentados por esta eucaristía dominical,  nos dejemos sanar en profundidad por el Señor y nos hagamos activos cooperadores de la proclamación de su Reino de inclusión y de vida abundante para todos.

Maracaibo 14 de febrero de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

jueves, 12 de febrero de 2015

IX Semana de la Doctrina Social de la Iglesia 2015

IX Semana de la Doctrina Social de la Iglesia 2015
Arquidiócesis de Maracaibo - Diócesis de Cabimas

 Justicia Social, ética y valores
Homenaje a Mons. Domingo Roa Pérez, luchador por la justicia social
En el año del centenario de su nacimiento
Del domingo 1 al viernes 6 de marzo

Mons. Ubaldo Santana, Arzobispo de Maracaibo, Mons. Ángel Caraballo, su Obispo Auxiliar, y Mons. William Delgado, Obispo de Cabimas, con la Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA), el Foro Eclesial de Laicos, las Pastorales Social y Universitaria de Cabimas, invitan a participar de la IX Semana de la Doctrina Social de la Iglesia. Semana de reflexión que, con las enseñanzas de la Iglesia, busca iluminar la actual situación de Venezuela.

Domingo 1 de marzo:
Eucaristía inaugural en la Iglesia Claret de Maracaibo, a las 11:00 a.m. presidida por Mons. Ubaldo Santana.
Eucaristía inaugural en la Iglesia Catedral de Cabimas, a las 11:00 a.m. presidida por Mons. William Delgado.

Lunes 2 de marzo:
            Conferencia dictada por Mons. Roberto Lückert León, Arzobispo de Coro, sobre “La Persona y Pensamiento de Mons. Domingo Roa Pérez”. En la sede de la UNICA, a las 9:00 a.m.

Martes 3 de marzo:
            Conferencia dictada por la Profesora Dunia Mavare sobre “Las Escuelas Arquidiocesanas como modelo pedagógico para la Justicia Social”. En el Auditorio de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad del Zulia”, a la 9:00 a.m.

Miércoles 4 de marzo:
            Conferencia dictada por el Pbro. Eduardo Ortigoza sobre “Estructura de Pensamiento y Acciones Transcendentes en la obra de Mons. Domingo Roa Pérez”, en la Iglesia San Onofre a las 7:00 p.m.
Jueves 5 de marzo:
            Conferencia dictada por el Dr. Fernando Chumaceiro sobre “Los Valores Esenciales en la Obra de Mons. Domingo Roa Pérez y su Importancia en el futuro de Venezuela”, en el Instituto de Formación Profesional San Francisco (Av. 1° de mayo, Maracaibo), a las 5:00 a.m. Y en Seminario el Buen Pastor (Cabimas), el Rector Ángel Lombardi a las 6:30 p.m.

Viernes 6 de marzo:

            Foro sobre “Mons. Domingo Roa Pérez y su contribución en la construcción de la Democracia”. Con los Ponentes: Dr. Rafael Díaz Blanco, Dr. Homero Pérez Aranaga y el Dr. Guillermo Yepes Boscán. En el Maczul a las 5:00 p.m.