sábado, 28 de julio de 2018

Lectura de la Bula del nombramiento del nuevo Arzobispo de Maracaibo.


FRANCISCO OBISPO SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, al venerable hermano José Luis  Azuaje Ayala, hasta este momento Obispo de Barinas, nombrado Arzobispo metropolitano  de Maracaibo, salud y bendición apostólica.
         Pidamos el más alto conocimiento de Dios, no solo en la disertación verbal, sino en la perfección de las buenas costumbres, no solo con el lenguaje, sino con la fe que emana de la simplicidad del corazón, no con lo que se obtiene con la presunción descreída de una docta impiedad. Porque Dios debe ser creído invisible tal como Él es, aunque sea parcialmente visto por un corazón puro (Cfr.  S. Columbanus, Instructio I. De fide, 5). Hemos de meditar hoy, cuán alta es la profundidad de Dios, cuya relación de intimidad espiritual es inmensa.
 Con amor paterno dirigimos la atención hacia las necesidades espirituales de la grey marabina, que después de la renuncia de su último pontífice: el Venerable hermano Ubaldo Ramón Santana Sequera (FMI), espera al nuevo moderador de la vida diocesana.
En lo que se refiere a ti pues, venerable hermano, (Mons. José Luis Azuaje Ayala), hemos pensado que, has acrecentado muchos méritos en el ejercicio de tu servicio pastoral, particularmente, has conseguido estima, siendo testimonio en la espiritualidad, y adornado por capacidades humanas, lo que te permite ser apto para ocupar esta función. Por consiguiente, habiendo escuchado el consejo de la Congregación para los Obispos, con nuestra autoridad apostólica plena, habiéndote liberado de otras responsabilidades superiores de la Iglesia, te constituimos Arzobispo metropolitano de Maracaibo, y concedemos todos los derechos correspondientes y obligaciones inherentes.
En esto, deseamos que hagas partícipes de las letras de nuestro decreto al clero y al pueblo,  cuyo afecto de comunión  eclesial  exhortamos que te tengan   como padre, maestro y custodio.
Venerable hermano, gobierna como Padre de toda Misericordia, la grey a ti encomendada para que tu ejemplo guíe con diligencia, la grey a ti encomendada, para que ellos mismos, movidos por tu ejemplo, se complazcan en conseguir en ti, en palabras y hechos, al Dios siempre cercano y nunca lejano ( Cfr. Jr. 23,23), al cual, merezcan si es posible,  tener en su interior, como el alma habita en el cuerpo.
         Dado en Roma, junto a San Pedro, 24 del mes de mayo, año 2018, sexto de nuestro pontificado.
FRANCISCO PP

*Traducción no oficial del latín de la Bula del nombramiento de su Excelencia Mons. José Luis Azuaje Ayala, como Arzobispo de Maracaibo, realizada por el Pbro. Miguel Antonio Ospino  Martínez, (26 de julio de 2018)

PALABRAS DE MONS. UBALDO R SANTANA SEQUERA FMI, EN EL INICIO DEL MINISTERIO DE MONS. JOSE LUIS AZUAJE AYALA, IV ARZOBISPO DE MARACAIBO


PALABRAS DE MONS. UBALDO R SANTANA SEQUERA FMI,
 EN EL INICIO DEL MINISTERIO DE MONS. JOSE LUIS AZUAJE AYALA,
IV ARZOBISPO DE MARACAIBO

Emmo. Señor Cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Mérida y Administrador apostólico de Caracas,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos y demás agentes pastorales de la CEV,
Ilmo. Mons. Paul Butnaru, Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica y representante, en lugar de Mons. Aldo Giordano, del Santo Padre entre nosotros,
Hermanos sacerdotes, diáconos, miembros de los diversos Institutos de Vida consagrada y de las diversas asociaciones y movimientos apostólicos,
Autoridades civiles, militares, consulares, gremiales y universitarias  
Hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas,
Representantes de los Medios de comunicación social
Muy querido hermano Mons. José Luis Azuaje, nuevo arzobispo metropolitano de Maracaibo

Amada grey zuliana,


Después de la cariñosa y cálida acogida que la feligresía chiquinquireña le ha brindado en la basílica a nuestro nuevo arzobispo metropolitano, nos encontramos aquí, congregados, llenos de gozo, en este vetusto templo catedralicio, que alberga  la venerada imagen del Santo Cristo Negro, para celebrar la solemne eucaristía pontifical con la cual Mons. José Luis, dará inicio a su ministerio episcopal como octavo sucesor de los apóstoles que ocupa esta sede, y cuarto Arzobispo metropolitano de Maracaibo.
Nos llena de júbilo la presencia de un gran número de arzobispos y obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana. Tener a tan dignos pastores de nuestras Iglesias nos honra. A todos ustedes les manifestamos nuestra admiración, cariño y respeto por su servicio evangelizador, y sus valientes gestos proféticos y caritativos en defensa de este sufrido pueblo, particularmente de los más pobres y abandonados. Damos también una fraterna bienvenida a todos los señores obispos, a los representantes del Consejo episcopal latinoamericano y del Caribe, a los sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas y laicos procedentes de distintas regiones de Venezuela y en particular de Trujillo, El Vigía-San Carlos y Barinas.

UN NUEVO PEREGRINO CON UNA ALFORJA LLENA DE SEMILLAS DEL REINO
Mons. Azuaje es nativo de Valera y trae llena su alforja de peregrino. Viene de la tierra del venerable José Gregorio Hernández. De él, de su familia, de la honda tradición religiosa trujillana, ha heredado un profundo espíritu de servicio y un gran amor a los pobres. Refleja en su vida y ministerio la afirmación conciliar: “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Posee una vasta formación pastoral, espiritual y académica. Viene aquilatado por una amplia y variada experiencia de servicio, tras 34 años de vida sacerdotal y 19 de obispo, primero como auxiliar de Barquisimeto y luego como II obispo del Vigía-San Carlos y IV obispo de Barinas.  Formó parte del grupo de expertos que preparó y participó en la Conferencia General de Aparecida (2007). Preside desde enero pasado la Conferencia episcopal venezolana (CEV), forma parte a título de experto del Consejo Episcopal latinoamericano (CELAM), y ha sido elegido presidente regional de Cáritas latinoamericana y del Caribe. Como ven, hermanos, el Papa Francisco ha puesto el timón de la nave marabina en muy buenas y diestras manos.


EL ARZOBISPO METROPOLITANO Y LA PROVINCIA ECLESIASTICA
En tu persona, Monseñor José Luis, reconocemos un nuevo don que el Señor le hace a esta Iglesia para mantenerla dentro de la gran comunión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica y acompañarla con la presencia de su Santo Espíritu. A inicios de este siglo, en el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), reasumido diez años después por la Asamblea Nacional de Pastoral (2015), todos los bautizados nos comprometimos a trabajar conjuntamente, a través de planes pastorales de renovación, para hacer realidad, en todas las instancias y niveles de Iglesia, la espiritualidad de comunión y misión. Una de esas instancias que ha cobrado particular relevancia es la provincia eclesiástica.
La Provincia de Maracaibo se constituyó en 1966, con la creación de la diócesis de Cabimas. Actualmente está conformada además de Cabimas, por las diócesis sufragáneas del Vigía-San Carlos, de la cual Mons. José Luis fue obispo del 2006 al 2013, y por Machiques. Están actualmente en estudio la creación de la diócesis de la Guajira y de San Francisco.
El arzobispo metropolitano es instrumento y signo tanto de la hermandad entre los obispos de la provincia como de su comunión con el resto de las provincias y con el Santo Padre. Preside la provincia eclesiástica y promueve, conjuntamente con sus hermanos obispos, un trabajo coordinado y colegial que favorezca la inculturación del evangelio, servicios comunes en el campo de la formación sacerdotal, diaconal y demás agentes pastorales, (ICM 112-114; 200). Este servicio del metropolita se pondrá particularmente de relieve cuando el Señor nuncio apostólico, en nombre del Santo Padre y con la presencia y participación de la Provincia, venga a Maracaibo a imponerle el palio arzobispal.  

UNA EXPERIENCIA VIVA DE SUCESIÓN APOSTÓLICA
Les invito a todos, tanto a los presentes en esta sede catedralicia como a los que nos siguen por los medios de comunicación social y las redes sociales, a acoger de nuevo entre nosotros la gracia de la sucesión apostólica mediante la cual, es Cristo mismo quien llega a nosotros; en la palabra de sus sucesores y de sus estrechos colaboradores, es él quien nos habla; mediante sus manos es el quien nos salva en los sacramentos; en la mirada de sus elegidos es él quien nos envuelve en su mirada misericordiosa, llevándonos a la conversión y al descubrimiento de su amor incondicional.
 A través de sus sucesores, es Cristo mismo quien nos dice, una vez más, que es el Guardián de nuestras almas, el Alfa y el Omega de la historia y de nuestras vidas, el iniciador y consumador de nuestra fe, que no debemos tener miedo a las muchas tribulaciones y pruebas que nos sacuden porque él camina con nosotros y, desde el árbol de la cruz, tal como nos lo recuerda el Cristo Negro, ha vencido los incendios de odio, de guerra, de injusticia que han ido brotando en este mundo. El amor siempre será más fuerte. ¡El amor de Dios siempre puede más!!
En estos momentos de gran turbación, de ofertas engañosas y manipuladoras que reducen al pueblo a la indigencia y a la esclavitud servil, nos viene muy bien sentir todos juntos, en una gran hermandad familiar, que el Señor está siempre con nosotros y nos provee de los pastores y guías que necesitamos para mantenernos unidos, fuertes y llenos de esperanza; para prodigar a los más humildes ese amor y misericordia que brota, como agua viva, de nuestro Señor y Salvador.

UNA NUEVA NAVE LLEGA AL LAGO
La feliz y providencial coincidencia de esta celebración con el centésimo vigésimo primer aniversario de la creación de la diócesis del Zulia, me invita a detenerme brevemente en el nacimiento de esta diócesis. Su creación fue producto de un largo proceso de peticiones, iniciativas y gestiones por parte de personalidades civiles y religiosas, que se iniciaron desde finales del siglo XVIII. Pero solo a finales del siglo XIX se dan los pasos efectivos para lograrlo.
Hechas las gestiones previstas en el Patronato regio, que se mantuvo vigente en Venezuela hasta 1964, por los órganos legislativos regionales y nacionales, el 25 de mayo de 1895, el presidente Joaquín Crespo le puso el ejecútese al decreto, promulgó la Ley que creaba la nueva diócesis del Zulia y se dirigió al Papa León XIII para presentar la solicitud de la creación del obispado. Después de las debidas consultas y obtenida la aprobación de Mons. Antonio Ramón Silva, de cuya diócesis se desmembraba la nueva jurisdicción eclesiástica, el Papa León XIII, mediante la Bula “Supremum catholicam ecclesiam”, con fecha del 28 de julio de 1897, creó la nueva diócesis del Zulia, quedando como sufragánea de la Arquidiócesis de Caracas.
Mons. Gustavo Ocando Yamarte, en una nueva versión, aún inédita, de la Historia político-eclesiástica del Zulia (Tomo VII), recalca acertadamente que “todo esto sucedió cuando la Iglesia apenas empezaba a recuperarse de las guerras de independencia y de las guerras civiles subsiguientes. La propuesta de una nueva diócesis, solicitada por el Gobierno venezolano, descubría un tiempo nuevo, actitudes distintas, posibilidades de florecimiento”. Para ese momento solo existían en el país la arquidiócesis de Caracas y las diócesis de Mérida, Guayana, Barquisimeto y Calabozo. Habría que esperar 25 años, ya adentrados en el siglo XX, para la creación de cuatro nuevas diócesis: Cumaná, Valencia, Coro y S. Cristóbal.

MONS. FRANCISCO MARVEZ, PRIMER OBISPO DE LA DIOCESIS DEL ZULIA
El 25 de octubre de 1897 el Papa acogió la presentación que le hizo el Congreso de la República y nombró al Pbro. Francisco Marvez, como primer obispo y pastor del Zulia. Su consagración episcopal tuvo lugar el 16 de enero de 1898 en la catedral de Caracas. Mons. Francisco Marvez tomó posesión del obispado el 10 de febrero de 1898. Escogió como lema en su escudo episcopal el inicio de la antigua oración mariana: “Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genitrix”, Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios.
Los tiempos eran de fuertes turbulencias sociales y políticas. El Ing. Iván Darío Parra en su obra: “Los prelados del Zulia”, recalca que la creación de la tan anhelada diócesis trajo para la depauperada población una nueva bocanada de esperanza: “los primeros lapsos que vivió la novel sede obispal fueron gratos: lealtad del clero y solidaridad de la feligresía zuliana” (p. 38).
Después de Mons. Marvez (1897-1904) se produjo una larga sede vacancia (1904 y 1910) y luego se sucedieron, con algunos intervalos más cortos de sede vacante: el siervo de Dios, Mons. Arturo Celestino Álvarez (1910-1919), Mons. Marcos Sergio Godoy (1920-1957), Mons. José Rafael Pulido Méndez (1958-1961), Mons. Domingo Roa Pérez (1961-1993), Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales (1993-1999), y este humilde servidor (2001-2018).

SU MISERICORDIA LLEGA DE GENERACION EN GENERACION
Este breve recorrido por la historia de nuestra hermosa Iglesia, trae a mi mente aquellas palabras de Santa María en su visitación a su prima Isabel: “Su nombre es santo y su misericordia llega de generación en generación a sus fieles” (Lc 1, 50). Esta Iglesia posee dos fuertes advocaciones populares: el Cristo Negro y la tablita de María de Chiquinquirá. No hay duda que la imagen de Ntra. Sra. del Rosario posee mayor atracción en la feligresía, pero todo el que se acerque a ella, se oirá decir la frase que Mons. José Luis recoge en su lema episcopal: “Hagan lo que él (Jesús) les diga” (Jn 2,5). La verdadera devoción a María conduce indefectiblemente a un encuentro con Jesucristo nuestro Señor.
No fue solo el Cristo Negro que se dejó arrastrar hasta acá por las corrientes marinas, ni sola la tablita que se posó mansamente en estas playas, mecida por los marullos del lago. Somos muchos los que hemos sido traídos y luego atraídos por esas mismas corrientes, mecidos por esos mismos marullos y, franqueado el puente, nos hemos quedado definitivamente atrapados en las redes de este “pueblo bravo y fuerte, que en la vida y en la muerte, ama y lucha, canta y ora”.
Hoy, al entregar el cayado de esta grey marabina a mi querido hermano Mons. José Luis Azuaje Ayala, me embarga la gran alegría de aquellos servidores a los que no tienen que darle las gracias porque no han hecho más que cumplir con su obligación (Lc 17,10). Me retiro, pero no me jubilo. Me quedo aquí, ahora en mi condición de arzobispo emérito, para seguir sirviendo a esta amada Iglesia con la oración, el sacrificio, compartiendo la vida del pueblo con sus gozos y tristezas, sus aspiraciones y esperanzas. Todo ello bajo la conducción de nuestro nuevo pastor. Cuento siempre con sus oraciones. Tienen asegurados mi amor y mis oraciones ahora y siempre.  
Maracaibo 28 de julio de 2018.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
 Arzobispo emérito de Maracaibo


miércoles, 25 de julio de 2018

FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL 2018 - MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS


FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL 2018
MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Lecturas: 2 Co 4,7-15; Salmo 125; Mt 20,20-28

Muy amados hermanos en Cristo Jesús,
Me causa una particular alegría que esta misa de acción de gracias coincida con la fiesta del apóstol Santiago, uno de los 12 apóstoles de Nuestro Señor, a los cuales estoy directamente vinculado por la sucesión apostólica.  En estos veintiocho años de vida episcopal me he sentido particularmente protegido por la Virgen María, por mi santo patrono obispo de Gubbio y por santos obispos. Vuelvo mis ojos con particularmente agradecimiento a uno de ellos, al Papa San Juan Pablo II, quien me llamó al episcopado en 1990, me designó como obispo de Ciudad Guayana en 1991 y arzobispo de Maracaibo en el 2000.
Provengo de una familia numerosa, profundamente cristiana, pobre y sencilla, con padres y hermanos ejemplares. Fui ordenado sacerdote en 1968 en la catedral de Caracas por el Cardenal José Humberto Quintero, ilustre y docto pastor de grata y admirada memoria. Recibí la ordenación episcopal, junto con mis hermanos Diego Padrón y Mario Moronta, en la catedral de Caracas, de manos del Cardenal José Alí Lebrún, quien se inició en el episcopado como administrador apostólico de Maracaibo y fue para mí un maestro, un padre, un amigo y un pastor ejemplar. Fueron obispos co-consagrantes el Siervo de Dios Mons. Miguel Antonio Salas y Mons. Domingo Roa Pérez. En Ciudad Guayana, tuve la dicha y el privilegio de iniciarme como obispo residencial, teniendo a mi lado, en Ciudad Bolívar, como consejero sabio y hermano cercano, a un obispo zuliano de excepción: Mons. Luis Medardo Luzardo Romero quien hoy precisamente está celebrando en su retiro 46 años de vida episcopal.
Bendigo al Señor por haber tenido a mi lado dos excelentes obispos auxiliares, en las personas de Mons. Oswaldo Azuaje ocd y Mons. Ángel Caraballo. Agradezco al Señor por los vicarios generales y episcopales que me acompañaron con competencia, lealtad y fidelidad a lo largo de estos años. Dios les premie a todos tanta abnegada bondad y paciencia para conmigo. He tenido la gracia de ordenar tres obispos, más de cincuenta sacerdotes, de formar, ordenar y contar a mi lado con próvidos colaboradores diáconos permanentes.
He contado en la Curia arquidiocesana con un formidable equipo de consagradas y servidores laicos, que han dado prueba no solo de competencia y mística en el desempeño de su labor sino de una entrega rayan en el heroísmo al cumplir sus tareas en las más adversas circunstancias. Felicito de modo especial a los presbíteros que celebran hoy un nuevo aniversario de su ordenación: Eduardo Ortigoza, Lenin Bohórquez, hoy religioso escolapio, Pedro Colmenares, Leonardo López, Guillermo Sánchez, José G Andrade, Adolfo Tomás Villanueva, Enrique Rojas.  No olvidemos a nuestro hermano difunto Patrick Skinner.  
Sería mezquino sino diera las gracias a las autoridades públicas de distintas toldas políticas, así como como a las distintas instituciones y Medios de Comunicación social que ofrecieron generosamente su apoyo y colaboración para el buen funcionamiento de los servicios socio-educativos arquidiocesanos.
Hoy, a pocos días de entregar el cayado de esta grey marabina a mi querido hermano Mons. José Luis Azuaje Ayala, me envuelve una gran alegría, al ver cumplirse una vez más aquella frase que tantas veces he escuchado en mi vida y tantas veces he pronunciado para otros elegidos o elegidas: Lo que Dios empezó hoy en ti, El mismo lo lleve a término.
Una de las grandes lecciones que he recibido de la inigualable universidad de la vida es que no hay mayor satisfacción para un ser humano que la de llevar a término una buena obra, alcanzar una meta. Ese es el gozo que anida hoy en mi corazón. Me siento feliz porque el sí que pronuncié en mi interior cuando, a las 11 de la noche del 18 de abril del 2000, terminé de leer la carta del Nuncio Mons. André Dupuy, en la que me anunciaba mi designación por el Santo Padre Juan Pablo II, como arzobispo de Maracaibo, ese SI lo he mantenido fielmente hasta el día de hoy.
Ha sido posible en primer lugar por la gran misericordia y bondad del Señor. En segundo lugar, por la especial protección de la Virgen María que se ha manifestado de múltiples maneras y bajo diversas advocaciones desde mi tierna edad. En tercer lugar, por la persistente oración intercesora de una nube de testigos y orantes, creyentes de toda edad y condición y pertenencia religiosa, profundamente convencidos de la necesidad y del poder de la oración.
Es verdad, sin Cristo nada podemos hacer (Cfr. Jn 15,5). Nos volvemos unas pobres ramas secas e infecundas. Sin la comunión de los santos nada somos. Cuando contemplo el impresionante y rico entramado de personas, de relaciones, que Dios ha puesto en mi camino para incorporarme a su Iglesia, hacerme llegar su llamado, configurarme con él en el sacramento del Orden en todos sus grados, me quedo profundamente impactado. Y solo atino a repetir los versículos del salmo 116,12: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
En su última exhortación sobre el llamado a la santidad cristiana, el Papa Francisco recoge una hermosa reflexión del Papa Benedicto XVI, cuya profundidad he podido ir apreciando a lo largo de estos años de servicio episcopal: “No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo” (EG 4). Así como hay una muchedumbre de amigos y de santos de Dios que me protegen, cuento en esta tierra y en cada lugar donde Dios me ha ido poniendo, con una gran nube de hermanos y amigos, obispos, presbíteros, diáconos, familias, jóvenes y niños de los cuales Jesús el Gran Pastor y Obispo de las almas se ha valido para hacerme ligera la carga y llevadero el yugo.  No han sido fáciles estos años, mis hermanos, pero nunca me he sentido solo.
Una de las más bellas realidades de nuestra amada Iglesia, es que no caminamos solos. Vivimos la comunión trinitaria en la historia. Somos pueblo de Dios. Formamos parte del cuerpo místico de Cristo. Somos guiados, iluminados, fortalecidos y consolados por el Espíritu Santo.  Formamos parte de un pueblo peregrino. Santa María camina con nosotros. Somos unos caminantes dentro de un gran rebaño conducido amorosamente por Jesús, por senderos a veces incomprensibles, hacia el ansiado puerto.
En nuestra estampa de ordenación episcopal mis hermanos Diego Padrón, Mario Moronta y este servidor quisimos recoger como divisa la luminosa frase de S. Agustín: “Si me asusta lo que soy para ustedes, también me consuela lo que soy con ustedes; para ustedes soy Obispo; con ustedes soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber; éste una gracia. Aquel indica un peligro; este la salvación” (Sermón 340)
 El gusto de formar parte del pueblo de Dios, de ser pueblo como lo llama el Papa Francisco ha ido creciendo en mi desde los mismos inicios de mi servicio episcopal cuando empecé a vivir y a aplicar el proyecto de renovación pastoral, fundado sobre la espiritualidad de comunión y el llamado a la santidad comunitaria. La mayor inspiración que el Espíritu Santo ha comunicado a la Iglesia en el siglo XX y XXI es sin duda alguna la de descubrir con mayor claridad en ella el misterio de la comunión y la misión de hacerla historia y vida en el mundo de hoy.
Las palabras del Concilio Vaticano II: “Fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG 9), ha sido un faro de luz que ha ido disipando las tinieblas y oscuridades del camino. Viví este profundo y gozoso sentido de pertenencia desde mis primeros años de sacerdocio con las comunidades de los barrios de Petare, luego como vicario episcopal y obispo auxiliar en el suroeste de Caracas, más adelante en la diócesis de Ciudad Guayana y finalmente aquí con este bello pueblo zuliano.
Sé que nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae hacia él dentro de una ristra, de un racimo. Nunca solos. Tampoco en manada anónima sino tomando en cuenta “la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana” (GE 6).
Cristo Jesús no quiso que fuéramos solos sus apóstoles. Quiso que fuéramos además sus amigos. Amigos de él. Amigos entre nosotros.  “Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su Señor. Los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre” (Jn. 15,13-15). Jesús no nos quiere funcionarios ni empleados con horarios de oficina. Quiere que reproduzcamos el modelo de amistad que él nos ha revelado. Solo sus amigos pueden beber su cáliz y sumergirse en su bautismo de redención. Somos dichosos hermanos porque Jesús nos ha introducido en el secreto de la verdadera amistad: dar la vida por los amigos, ayudarnos unos a otros a regir nuestras vidas por el mandamiento del amor mutuo, darnos a conocer los unos a los otros el gozo de ser hijos del Padre, hermanos en Jesús, moradas vivas del Espíritu Santo.  
El apóstol Santiago llegó a ser un gran amigo de Jesús, bebió el cáliz del Señor y se sumergió en las aguas de su pasión, más aún fue el primer apóstol en derramar su sangre por su Señor (Hech 12,2). Pero para llegar a este momento supremo tuvo que recorrer un largo camino. Presto en dejar las redes y su familia, junto con su hermano Juan, para seguir a Jesús (Mc 1,19-20, necesitó mucho más tiempo de maduración para dejar de ser el violento Boanerges (Lc 9.54), vencer el sueño, volverse centinela y orante (Mc 9,2-8; 14,32-40), abandonar todo apetito de poder, toda ambición de dominación, todo sueño de grandeza; aprender que no hay sino un solo camino para configurarse con Jesús: servir y dar la vida por la redención de todos. Camino de Jesús, camino de Santiago, camino que desde hace ya más de ocho siglos surcan los peregrinos hacia la ciudad gallega de Santiago de Compostela, donde una antigua tradición ubica su acción el sepulcro del apóstol.
El testimonio de este apóstol nos anima y fortalece porque también nosotros llevamos el tesoro de nuestra dignidad y de nuestro apostolado en vasijas de barro para que siempre quede claro que la gracia que nos habita no proviene de nosotros sino de Dios (2 Co 4,7). Que, así como ocurrió con Santiago, con la ayuda de Santa María del camino, ocurra también con nuestro servicio, nuestra entrega, nuestra vida de fe: “que al extenderse la gracia a más y más personas, se multiplique la acción de gracias para gloria de Dios”.
Entremos una vez más, hermanos, en el maravilloso misterio de la Eucaristía, don supremo del amor divino. No hay mejor manera, ni mejor lugar, ni mejor momento para dar gracias que en asamblea eucarística. La palabra más bella del lenguaje humano después de las palabras “Dios” y “amor”, es la palabra “Gracias”; tanto es así que Cristo la escogió para hacerla sacramento con su cuerpo y su sangre. Esta es la respuesta definitiva a la pregunta del Salmo 115: “¿Cómo corresponderé al Señor por todo el bien que me ha hecho?”: Con la santa y sagrada eucaristía. Amén
Maracaibo 25 de julio de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo


Palabras de Acción de Gracias por parte de 
Mons. Jesus Quintero en representación del Clero Marabino.


domingo, 22 de julio de 2018

HOMILÍA DEL DOMINGO XVI ORDINARIO - CICLO B - 2018


DOMINGO XVI ORDINARIO CICLO 8 2018
Lecturas: Jer 23,1-6; Salmo 23; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34

El evangelio de hoy solo contiene cinco versículos. Pertenecen al inicio de una nueva sección del evangelio de Marcos (6,30-8,30), conocida con el nombre de sección de los panes, por ser el banquete, la comida el pan y la levadura uno de los ejes de su lectura e interpretación. Los cinco versículos de hoy están situados entre dos banquetes: el organizado por Herodes y dentro del cual Juan Bautista será degollado y el organizado por Jesús para dar de comer a una muchedumbre hambrienta.
Estos pocos versículos nos ponen en contacto con un Jesús que cuida de sus discípulos, dedica tiempo a su formación y está atento a su descanso y su buena alimentación. El relato se inicia con el retorno de los discípulos de la misión que el Señor les había encomendado llevar a cabo de dos en dos por las aldeas circunvecinas y la consiguiente revisión de la tarea encomendada (6,7-13).
El Señor quería atender a los futuros pastores del rebaño y pasar con ellos un buen tiempo, en un lugar tranquilo y apartado, pero he aquí que el rebaño se le viene encima. La multitud se ha dado cuenta que Jesús no es un líder como todos los demás para los cuales ellos no son más que unos ignorantes de la Ley, llenos de impurezas y por consiguiente inaptos para rendir culto a Dios.
Jesús en cambio los valora de un modo totalmente distinto, les dedica tiempo, los instruye, escucha con atención sus problemas y angustias, los reafirma en la fe, expulsa el mal que los acosa, los sana de sus enfermedades, los integra a sus familias y a su comunidad. El evangelio de hoy nos revela el núcleo novedoso de esta manera de ser y de actuar del Señor: nos dice que al ver la multitud Jesús “se compadeció de ella porque estaban como ovejas sin pastor”.
Esta expresión es prácticamente un diagnóstico del estado en que se encontraba la sociedad y el pueblo de Israel en tiempos de Jesús. Era un pueblo abandonado, desatendido, olvidado por todos sus dirigentes tanto políticos como sociales y religiosos. En aquella época con la palabra pastos se designaban todos los que ejercían algún tipo de liderazgo particularmente los dirigentes políticos y religiosos. Le evaluación que hacen de todos ellos los profetas es muy crítica. Hemos escuchado precisamente en la primera lectura la denuncia que hace el profeta Jeremías de esos malos pastores. Los acusa particularmente no solo de haber desatendido al pueblo sino de haberlo dividido, dispersado y hasta expulsado por las naciones.  Y seguidamente anuncia que, ante tanto abandono y desidia, Dios mismo vendrá en persona a pastorear a su pueblo y a escoger nuevos pastores que lo atenderán debidamente. Para los evangelistas Jesús lleva a cabo esta profecía. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. A través de él y de sus discípulos es Dios mismo que sale en busca de todas sus ovejas extraviadas y las va reuniendo en el nuevo redil de la Iglesia.
En tiempos de Jesús había muchos líderes, muchos dirigentes que llevaban el nombre de pastores, pero no actuaban como tales y no se ocupaban del rebaño. Ya hemos visto en el episodio anterior cómo se comportó Herodes cobardemente con Juan Bautista; cómo Jesús sufrirá un creciente rechazo y hostigamiento por parte de las autoridades religiosas; como al final el mismo Pilato se lavará las manos y será incapaz de liberarlo, aunque sabía que era inocente.
El pueblo sencillo se dio rápidamente cuenta que el pastoreo de Jesús se sustentaba en otro tipo de autoridad muy distinta a la que ostentaban sus jefes religiosos. En varias oportunidades los evangelios recalcan que Jesús no se contentaba con enseñar, sino que actuaba en conformidad con lo que enseñaba. Que su público predilecto eran los leprosos, los publicanos, las prostitutas, los tullidos, los paralíticos, los extranjeros.  Por eso no lo quieren perder y salen presurosamente en busca de él, rodeando el lago a pie, mientras Jesús lo atraviesa con los suyos en barca.
Jesús se conmueve tanto al ver tanta necesidad en aquellos que lo siguen, que cambia radicalmente sus planes y en vez de dedicarse a sus discípulos atiende primero a la gente. La atiende con compasión. Compasión significa compartir el sufrimiento del otro, sufrir con el que sufre. Algo semejante le pedía el apóstol Pablo a los cristianos de Roma cuando les escribió: “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros” (Rm 12,15). Sus discípulos han de continuar su misión con esta capacidad empática.
Anteriormente los había enviado de dos en dos y les había pedido que evangelizaran en las casas, expulsaran los demonios de la vida de los pobres y curaran a la gente de sus enfermedades (6,12). Ahora les pide que se vuelquen a toda misión que emprendan en su nombre, con pasión por el bien de las muchedumbres abandonadas y con entrañas de compasión, de misericordia, de ternura. De nada sirve dirá siglos más tarde un gran padre de la Iglesia, San Gregorio Magno, tener un gran número de pastores si éstos no se dedican con pasión y compasión a atender al pueblo en todas sus necesidades espirituales, morales y materiales.
Estamos ante una gran emergencia. No es precisamente la compasión y la misericordia la característica relevante de las gobernanzas actuales. Desde las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo y muchos de los grandes centros transnacionales de poder se promueve el aborto, la eutanasia, la eliminación de los discapacitados. Son millones los niños sometidos a toda clase de explotación y esclavitud. Se cierran las fronteras y los puertos a los centenares de miles de migrantes que buscan fuera de sus patrias una vida mejor. Se invierte más en armamentismo que en educación. Es alarmante el índice de mujeres y niños sometidos en todos los países del mundo al maltrato y a la violación.  En los tiempos actuales pululan, en todos los continentes jefes de estado corruptos, sedientos de poder y decididos a eliminar con la fuerza bruta a todos sus opositores.
En el evangelio de hoy Jesús nos llama a todos los que hemos sido constituidos pastores de su rebaño, para que no solamente demos ejemplo del verdadero liderazgo cristiano, con valentía y audacia, sino para que también formemos discípulos misioneros libres y conscientes, que se empeñen en formar muy bien a todos los creyentes y a sus comunidades para que no se dejen engañar ni manipular a la hora de elegir a sus gobernantes. Es doloroso ver cómo países habitados por un porcentaje mayoritario de católicos están en manos de bandidos, mercenarios y delincuentes a quienes no les importa la vida de su pueblo y ven con indiferencia cómo se matan entre sí, o huyen despavoridos a otras partes del mundo buscando una nueva esperanza. ¿Será que aún los pastores no hemos sabido formar verdaderos seguidores de Jesucristo? ¿O qué nos hemos tomado muy a la ligera eso de llevar el nombre de cristianos o de pastores en nombre de Jesús?
Estamos aún muy lejos del ideal que nos presenta Pablo en la carta a los Efesios y que hemos escuchado en la segunda lectura. Acercar a los que están lejos. Unir pueblos divididos.  Derribar muros de enemistad y de odio. Construir con la fuerza de la paz una nueva humanidad reconciliada con Dios y entre sus distintas naciones y pueblos. Hermanos, hermanas, hay muchos puentes que construir, muchos barrancos que rellenar, muchos senderos nuevos que abrir para que todos podamos confluir, incluir, aceptarnos y respetarnos. Todo esto es posible si aprendemos a congregarnos todos los cristianos, llenos de compasión, bajo la sombra salvadora de la cruz de Jesús. Con Cristo Jesús muerto y resucitado todo eso es posible.
Maracaibo 22 de julio de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo