lunes, 26 de febrero de 2018

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA CONFERENCIA GENERAL DE MEDELLÍN Y LA IGLESIA DE LOS POBRES - XII SEMANA DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


XII SEMANA DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA
DE LA CONFERENCIA GENERAL DE MEDELLÍN
Y LA IGLESIA DE LOS POBRES.

Acepté gustoso la invitación que me dirigió el padre Andrés Bravo y a través de él, del Foro eclesial de Laicos, de la Universidad Católica Cecilio Acosta, porque soy de la generación del 68. Ese año en que se llevó a cabo Medellín, 1968, fui ordenado sacerdote y de algún modo soy tributario de la dinámica de renovación eclesial que generó el Concilio Vaticano II a través de la lectura y aplicación de Medellín. 
Se me ha pedido que trate del significado histórico de esa Conferencia y su relación con el sueño de Francisco de una Iglesia de los pobres. Entiendo el término “significación” en el sentido de importancia, de influencia de alguna persona o de un acontecimiento. Significación proviene de la palabra signo, término teológico que tomó particular proyección en el Concilio Vaticano II, con la expresión “signos de los tiempos”. ¿Se puede decir que Medellín reviste una gran significación histórica, en sí mismo, por ser uno de esos signos de los tiempos que debemos saber discernir e interpretar?
Se me pide además que vincule esta relevancia de Medellín con la propuesta del Papa Francisco de una Iglesia pobre para los pobres. No tengo la intención de realizar una investigación exhaustiva sobre el uso de este término en el Magisterio del Papa. Me limitaré a entenderlo, tal como lo presenta en el cap. IV la Exhortación apostólica “Evangelii Gáudium” (24-11-2013). El Papa la trata en la segunda parte del capítulo IV, que lleva por título “La inclusión social de los pobres” (NN 186-216).
A la hora de valorar la importancia de un acontecimiento histórico precisa ser muy modesto. La Iglesia lleva un caminar de siglos. Ciertos acontecimientos que se han producido en su larga historia ha tenido una particular trascendencia. El impacto de muchos de ellos no ha sido inmediato, sino que se ha dado progresivamente, a través de una lenta maduración de las conciencias. La Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (aún no se había añadido el Caribe) ocurrido en Medellín, hace apenas cincuenta años, fue uno de ellos. Es un lapso muy corto aún para poder valorar su significación y su influjo en la configuración del pueblo de Dios que camina en los distintos países latinoamericanos.

Descargue aquí la ponencia completa: 






domingo, 25 de febrero de 2018

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018 - HOMILÍA


SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018
HOMILÍA
Y bajo todos los cielos,

poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros. (León Felipe)

Muy queridos hermanos,
La Iglesia nos convoca nuevamente este domingo para iluminar con la Palabra y la presencia eucarística de Jesús la ruta cuaresmal que nos ha de conducir renovados a las fiestas de Pascua y más adelante a las de Pentecostés. Desde ya doce años, con la misa de hoy, se inaugura la Semana de Doctrina social de la Iglesia.   
Las lecturas de este año nos invitan a meditar la alianza de Dios con Abraham, un párrafo de la carta a los Romanos y el relato de la transfiguración del Señor según S. Marcos. En los tres textos encontramos la mención de un hijo muy amado: en la primera lectura ese hijo es Isaac; en las dos siguientes es Jesús. En la carta a los Romanos, Pablo nos lo presenta como un Hijo que el Padre, movido por el inmenso amor que nos tiene, lo entrega por nuestra salvación (Cfr. Jn 3,16). En la Transfiguración, el Padre sale garante del mesianismo escogido por Jesús. Lo reconoce como su Hijo muy amado y les pide a los tres discípulos que lo escuchen. Les invito por consiguiente a realizar el mismo recorrido que Pedro, Santiago y Juan al Tabor, a poner nuestra mirada en ese Hijo muy amado y a meditar sobre el amor que él trae para comunicarlo al mundo.
Un amor blindado, a toda prueba.
Lo primero que les invito a contemplar es el don que Dios hace de su Hijo.  No se lo guardó, no se lo reservó, sino que lo envío al mundo y lo entregó por todos nosotros. Este es un misterio de amor que nos supera y no logramos entender: lo que no permitió que Abraham llevara a cabo, dejo que le ocurriera a su propio Hijo. Para Pablo esta revelación le transformará su vida: “Me amó y se entregó por mi” (Gal 2,20).
Este amor nos alcanza en medio de nuestra mayor miseria y totalmente alejados de Dios. Sin embargo, El Padre misericordioso va a recortar esa distancia hasta llegar a nosotros. En el camino se encontrará con grandes obstáculos: el pecado, el Mal y la muerte. Pero ninguno de ellos lo detendrá. Cristo. En su búsqueda, Jesús llegará hasta el extremo de su propia entrega para rescatarnos (Cfr. Jn 13,1). Amor tan fuerte, tan intenso que traspasa la barrera de la divinidad y se hace humano, traspasa la barrera del tiempo y se hace eterno, traspasa las barreras espaciales y se hace universal.
El mismo lo contará en la hermosa parábola del pastor que deja su rebaño para salir en búsqueda de la oveja perdida hasta que la encuentra Cfr. Lc 15, 1-6). Ese “hasta” de la parábola, describe toda la vida de Jesús. Devorado por el fuego apasionado de su amor salvador, va hasta la ignominia de la cruz para rescatar a los pecadores. La continuación del texto de la carta de Pablo que hemos escuchado es una descripción exultante de todas las barreras y obstáculos que el Hijo, en obediencia a su Padre, franquea para llegar hasta la última de las ovejas, esté donde esté y sea quien sea (Rom. 8,31-39). Tenemos a nuestro favor un aliado dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para salvarnos y hacernos partícipes de su amor. Así lo proclamamos en uno de los artículos de nuestro Credo: “Bajó a los infiernos”.  
Un amor eterno.
El amor de Dios, manifestado en Cristo, no es un amor pasajero, de un momento, es un amor irreversible, para siempre. El amor de Dios por el hombre no tiene vuelta atrás. El Padre nos ha amado desde la eternidad. Desde que nos viene pensando y desde que nos creó no ha cesado de amarnos con amor.
Ese es el amor que trae consigo el Hijo muy amado y que el Padre pide a los tres seguidores de Jesús acojan y sigan hasta el final. La alianza que él quiere establecer con nosotros es una alianza de amor definitiva, que abarca toda nuestra existencia terrestre y toda nuestra vida eterna. No perdamos de vista la visión total y completa de nuestra historia personal, de nuestra historia como pueblo. Lo que Dios ha comenzado, lo llevará hasta el final.  
Hay una sola historia de salvación que se desarrolla en dos tiempos: el tiempo de la promesa y el tiempo de la plenitud. Nosotros pertenecemos al tiempo de la plenitud. Una plenitud incompleta por ahora y por eso pasa por la cruz, por el sufrimiento y el dolor de la pasión y de la muerte. Ahora estamos sumidos en los quebrantos, las angustias y las tribulaciones de la búsqueda angustiosa de lo más elemental para vivir como son la comida, la salud y la comunicación con los seres queridos.
Podemos nosotros también perder la visión del camino completo, de la totalidad de nuestra historia de salvación y la de toda la humanidad. Como Isaac podemos llegar a pensar: ¿Será que el Señor nos va a sacrificar, va a sacrificar al pueblo venezolano y condenarlo a la dispersión total y a la destrucción de su historia? Pero no, hermanos, Dios no quiere nuestra muerte sino nuestra vida. No quiere destruirnos sino construirnos. Dios no quiere que seamos felices solamente en el cielo, sino que lo seamos desde esta tierra. La cruz es un camino obligado, pero no es el final. El final es la transfiguración. La resurrección. La gloria.

Un amor universal
Dios quiere constituir con la humanidad un solo pueblo. Quiere que seamos el Pueblo de Dios. La alianza con Abraham es el inicio de esa aventura. La obediencia de Abraham le convence que es la persona apropiada para forjar esa alianza, en la que serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Lo que empezó Abraham y continuó Moisés, Dios por medio de su Hijo Jesús lo llevará a plenitud. En la entrega obediente y amorosa de su Hijo en la cruz y en su resurrección, todos los seres humanos de todos los tiempos y de todos los lugares están llamados a transformarse en hijos muy amados ellos también, en miembros hermanados en una sola familia.
Un amor transfigurador
La Iglesia es un adelanto, un signo, un sacramento de esta vocación universal a la filiación, a la fraternidad y a la unidad. Nos toca, como miembros de la Iglesia, hacer visible y concreto, allí donde estamos y vivimos, el proyecto de vida que Cristo vive y comunica con su muerte, resurrección y el don de su Espíritu. La transfiguración del Señor es la finalización, el culmen adonde quiere llevarnos, superando nosotros también con él las barreras que en este momento y en la vida entera se cruzan en nuestro camino.
El proyecto de Jesús que se expresa hoy en su fase final, no es para nosotros nada más.  No somos un club, no somos un ghetto. Somos portadores de esa experiencia. La Iglesia no tiene razón de ser si se queda encerrada dentro de sí misma. Es en el mundo la servidora del amor de Dios manifestado en Cristo. Todos hijos de Dios, todos hermanos, todos compartiendo en justicia y amor la herencia común de la creación, del tesoro de cada cultura, de los avances de la ciencia, de la tecnología y de los nuevos sistemas de información.
En ningún hombre podemos ver ya un enemigo. Ningún ser humano nos es ajeno. Así como el Padre y el Hijo, impulsados y unidos por el potente amor del Espíritu, traspasaron todas las barreras que se interponían entre ellos y la humanidad, así también nosotros, como miembros de su pueblo, unidos en la misma alianza, estamos llamados a superar las barreras actuales que se levantan entre un ser humano y otro, entre un venezolano y otro venezolano. No nos hagamos cómplices de las trampas que enrejan, separan, contraponen y dividen. Todo hombre es nuestro prójimo porque Dios se hizo prójimo, se hizo camino, se hizo hermano, compartió todo con nosotros menos el pecado.
La Semana de Doctrina Social de la Iglesia que hoy inauguramos, bajo la fulgurante luz de la transfiguración del Señor, nos envuelve a todos en esa misma dinámica de amor. Tumbemos los muros, quitemos guarimbas, eliminemos barreras. Construyamos puentes, abramos caminos en las soledades de la desolación y de las nuevas pobrezas. Esa es la verdadera dirección en la que se desplaza la historia de la salvación y la historia de la humanidad. Es en esa dirección que la eucaristía de hoy nos invita a todos a entrar. Amén.
Parroquia San Antonio Ma. Claret, Maracaibo 25/02 2018                                          


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



domingo, 18 de febrero de 2018

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018 - HOMILÍA

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
El miércoles pasado, con la imposición de las cenizas, se inició el tiempo de Cuaresma, una ruta de cuarenta días de duración que ha de conducirnos a la celebración de las fiestas de Pascua. Para recorrer este camino y vivirlo a plenitud, les invito a dejarnos guiar por la Palabra de Dios que cada día de esta cuarentena, y particularmente cada domingo, la Iglesia nos ofrece, más específicamente, por el texto del evangelio según S. Marcos.
El texto de este primer domingo nos presenta, en cuatro versículos, el comienzo de la vida pública de Jesús: su ida al desierto, las tentaciones a las que lo somete Satanás, el encarcelamiento de Juan el Bautista, el inicio del anuncio de la Buena Nueva y un resumen en cuatro puntos del contenido de su predicación. Desde el comienzo de su Evangelio, Marcos nos da a entender que la Buena Nueva es, ante todo, la persona misma de Jesús, que su llegada fue objeto de una larga preparación en la historia del pueblo de Israel, narrada en el Antiguo Testamento, que, en su bautismo en el Jordán, recibió una solemne proclamación, con la manifestación de las otras dos personas divinas, el Espíritu Santo y el Padre.
El texto de hoy nos hace saber que, una vez superada la prueba de las tentaciones en el desierto, Jesús se entera que Juan ha sido arrestado y encarcelado por orden de Herodes y ve en este acontecimiento la señal de que ha llegado el momento de iniciar su misión y presentar a todo el pueblo. la buena nueva del Reino de Dios. Tanto para la comunidad a la que San Marcos dirigió este evangelio como para nosotros, esta presentación de los inicios del ministerio de Jesús, es un espejo que refleja la vida de los cristianos. El desierto, las tentaciones, la prisión formaban efectivamente en aquella época, y hoy también, parte de la vida de nuestras comunidades cristianas.  ¡Cuán importante es saber que fue en esas condiciones que Jesús inició y llevó a cabo toda su misión!
El relato de las tentaciones en este evangelio, contrariamente a los de Mateo y Lucas, es muy escueto. Solo menciona que fue el Espíritu quien lo llevó a desierto, donde Satanás lo sometió a prueba durante cuarenta días; que durante ese tiempo convivió con las fieras y era atendido por los ángeles. El texto quiere dejar claro que Jesús fue tentado (Cfr. Heb. 4,15) y que, con su victoria sobre Satanás, se acaba el tiempo del Reino del Mal en la tierra; se inicia la era de la convivencia pacífica del hombre con la creación (Cf Is 11,1-9), y que, con la ayuda de los ángeles, su Padre le muestra su amor su protección (Cfr. Sal 91,11-16). Aunque no lo menciona explícitamente, para Marcos, Jesús sale vencedor e inicia la era mesiánica porque, contrariamente al pueblo de Israel en el desierto, que cayó en la idolatría (Cf Ex 32), se acordó de la Palabra de Dios, fundamentó en ella su conducta y se atuvo siempre a ella.
Con la enseñanza de su propio ejemplo y de su predicación, Jesús dejará muy claro a sus seguidores de todos los tiempos, que las tentaciones y la confrontación con toda clase de dificultades, forman parte constitutiva de la condición discipular y que saldrán vencedores si, llenos de fe, se apoyan en la Palabra de Dios, si son constantes en la oración, si llevan su cruz con abnegación, si viven unidos y se aman y se sirven unos a otros. 
Jesús, con su comportamiento y estilo de vida, quiere mostrar a toda la humanidad, que la salvación del hombre está en aliarse con Dios. Está profundamente convencido de que la alianza de Dios con la humanidad, es la clave para que ésta alcance su plena realización. En sus Confesiones S. Agustín nos da a conocer esta convicción: “Nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”. No hay otro camino de salvación.
Eso fue lo que Dios le dio a entender a Noé, a Abraham, a David, a Elías y a todos los demás profetas y sabios, que fueron testigos y portadores de este mensaje. Desconectado de Dios, el ser humano no tiene sentido y no puede alcanzar nunca su más plena realización. Esa es la convicción que lleva Jesús muy dentro de sí y por eso, el, El Hijo de Dios, siguiendo los planes de su Padre, se hizo hombre, para hacerle descubrir al hombre esta dimensión fundamental de su ser y existencia, que lleva dentro de sí desde su misma creación a imagen y semejanza de Dios (Gen. 1,26), pero que ha quedado muy debilitada y vulnerable por el pecado de Adán.
Una vez proclamado por el Espíritu y su Padre, como verdadero Hijo de Dios, y superada las tentaciones a las que Satanás lo sometió en el desierto, dejando así en claro que con él se inicia la era de la convivencia armoniosa del hombre con toda la creación según el primigenio plan de Dios (Cf Primera Lectura), Jesús está listo para iniciar su misión pública. Se va a Galilea e inicia su ministerio con una breve, pero densa, predicación que contiene cuatro puntos: 1) El tiempo de la espera ha cumplido. 2) El Reino de Dios ha llegado. 3) Hay que cambiar de vida. 4) Hay que creer en esta Buena Nueva.
La espera ha terminado. Todo el pueblo de Israel esperaba al Mesías y la llegada del Reino de Dios, pero la gran mayoría esperaba señales cósmicas, triunfales, bélicas, a veces con claras tonalidades políticas. Jesús no lo entendió así. Su mensaje encontrará aceptación en los pobres y sencillos, pero un rechazo frontal de los poderes establecidos y los vinculados con el invasor romano.
El Reino de Dios ha llegado. Para los fariseos y esenios, el Reino de Dios sería producto de actos de poder y dominio y resultado del esfuerzo humano. Para Jesús era, ante todo, una iniciativa de Dios, independientemente del esfuerzo humano, un don de su misericordiosa bondad, una presencia definitiva de Dios entre los hombres. -en varias oportunidades le hará entender a sus oyentes que el Reino se encuentra en medio de ellos, dentro de ellos(Lc 17,21).
Cambien de vida. Para recibirlo hay que cambiar de vida, arrepentirse, convertirse. Hay que darle un vuelco total al modo de pensar de sentir de vivir y de actuar. Hay que dejar de lado el legalismo de los fariseos y abrir los ojos, destapar los oídos y desarrollar nuevas capacidades para percibir la presencia del Reino a través de los acontecimientos ordinarios y sencillos de la vida.
Crean en la Buena Nueva: He aquí la clave para estar en condiciones de recibir ese Reino de Dios y dejarlo entrar en la vida: creer. La fe es la herramienta que Jesús le ofrece a sus seguidores de parte de su padre. Es la llave que abre la puerta estrecha, la fuerza que permite caminar por los senderos empinados y pedregosos del Reino. No es fácil cambiar la mentalidad, el modo de pensar y de relacionarse aprendidos desde la infancia. Solo la fe lo hace posible.
Esta presencia nueva de Dios por medio de Jesús en medio de los pobres y sencillos que hace posible este modelo de vida, llena de servicio y amor desinteresado, es lo que Satanás quería y quiere precisamente detener. La gran tentación del diablo es precisamente hacernos creer que Dios no está presente, que Dios no vive entre nosotros, que nos ha abandonado a nuestra triste suerte. Que estamos solos. Que el único que está con nosotros es él, Satanás. Por eso lo primero que hace Jesús para implantar el Reino de su Padre es expulsar al demonio y hacerle entender que el tiempo de su dominio y de sus engaños se acabó (Cfr. Jn 12,32).
Hermanos, no nos dejemos engañar por el demonio. Dios si está con nosotros, camina con nosotros, sufre con nosotros. No nos ha dejado solos. Con Cristo Jesús hecho hombre y presente en nuestro mundo, ha empezado una nueva vida. No solamente para él, o para los que lo acompañaron en su ministerio público sino para todos nosotros. Esta es la oferta de Jesús, la oferta de la Iglesia al inicio de esta cuaresma, que yo les invito a aceptar para que vivan y vivan plenamente como se lo merecen como seres humanos hechos y amados a imagen y semejanza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

+ Ubaldo R Santana Sequera FMI
Maracaibo 18 de febrero de 2018.



miércoles, 14 de febrero de 2018

MIERCOLES DE CENIZAS CICLO B - HOMILÍA - ENFILA, TRAS CRISTO Y CON LA IGLESIA, TU VIDA HACIA LA PASCUA


MIÉRCOLES DE CENIZAS CICLO B
HOMILIA
ENFILA, TRAS CRISTO Y CON LA IGLESIA, TU VIDA HACIA LA PASCUA
“El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los yugos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante” (Isaías 58)


Muy amados hermanos,
Comenzamos hoy, con este miércoles de cenizas, el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo fuerte que nos ofrece la Madre Iglesia para prepararnos personal, familiar y comunitariamente a la celebración de la fiesta más importante del cristianismo: la Pascua, es decir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Esta fiesta es el eje central sobre el que gira toda la fe cristiana. Tiene una duración de cuarenta días y concluye, el jueves santo, con la celebración del Triduo Pascual. Para que este tiempo sea altamente provechoso y lleguemos renovados a la meta, la Iglesia llama a todos los fieles a la penitencia y a la conversión.
Todos somos pecadores. Todos estamos necesitados de conversión. La convocatoria que hace el profeta Joel, en la primera lectura, no deja a nadie afuera. Todos podemos ser mejores. No estamos llamados a vivir en la mediocridad sino en la santidad, siguiendo el modelo de vida y de comportamiento de Jesucristo.
Este tiempo de conversión y penitencia nos permite revisar a fondo cómo estamos llevando adelante nuestra vida cristiana y examinar si estamos viviendo de acuerdo a la gracia que recibimos en el bautismo. Se trata de ver si estamos caminando en la buena dirección, o si estamos estancados, o, peor aún, si estamos retrocediendo y dándole la espalda a Dios y a todos nuestros compromisos cristianos. Cuaresma es pues el tiempo propicio para poner orden en nuestra vida, revisar cuáles son las prioridades por las que nos guiamos en nuestras decisiones y comportamientos. Se impone un escaneo profundo para chequear la calidad de nuestras relaciones con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos y con la creación.
Ustedes me dirán, que están muy metidos tratando de resolver las mil y unas dificultades de esta vida que se presentan diariamente una tras otra y que no dan ningún tipo de tregua. Y que, por consiguiente, su prioridad es conseguir comida, medicamentos, mantenerse lo más saludables posibles. Y eso está bien. Pero una cosa no quita la otra. Más aún, pienso que, si estamos bien conectados con Dios y contamos con su luz y su fuerza, más ánimo y vigor tendremos para enfrentar las luchas y pruebas de esta vida.
Porque tengamos bien claro, mis hermanos, hoy las dificultades son las necesidades que estamos padeciendo, pero mañana serán otras las que nos agobiarán.  Y no podemos vivir de agobio en agobio, desgastándonos en la atención de las vicisitudes diarias que no se pueden postergar. Para resolver los problemas diarios no basta sumergirse en ellos, hay que aprender a trascenderlos.
Así que nos hace falta centrarnos en Dios, organizar nuestra vida en torno y a partir de Él. El Señor no es ningún estorbo, ni tampoco un elemento extra en nuestras vidas, que atendemos de refilón, en nuestros tiempitos libres. Dios es el eje fundamental de nuestra existencia, es la columna vertebral que sostiene lo que somos y vivimos. San Pablo nos enseña que “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). Sin El no somos absolutamente nada. Si él no nos sostiene vamos perdiendo calidad humana y nos transformamos en lobos voraces que nos devoramos los unos a los otros.
Este es precisamente el significado que tiene la imposición de la ceniza en nuestra frente el día de hoy. La ceniza no es un amuleto de buena suerte, ni una protección contra el mal de ojo, ni tampoco un escudo de defensa contra cualquier daño que nos quieran hacer. Es un reconocimiento de la fragilidad de nuestra condición humana y de la absoluta necesidad que tenemos de buscar a Dios y colocarlo en el corazón de nuestras vidas. Con la recepción de la ceniza aceptamos la invitación que la Iglesia nos hace, en nombre de Dios, de tomar en serio nuestra conversión y volver de todo corazón al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso. 
Sigamos el consejo de San Pablo en la segunda lectura de hoy. No podemos perder la oportunidad que se nos ofrece ya que la vida es corta y hoy estamos y mañana no. Solo Dios, y nadie más, nos puede salvar y ofrecernos la participación en su vida eterna y amorosa después de nuestra muerte. Y él lo ha hecho realidad a través de su Hijo Jesucristo, quien nos ofrece realizar con él el camino de la cruz, que es el único camino que conduce a la salvación. Nos toca pues darle un vuelco al timón y enderezar el velero de nuestra vida mar adentro, hacia Dios, asumiendo con libertad y decisión nuestra cruz y caminando tras Jesús.
Para que podamos llevar a cabo este cambio profundo de vida, la Cuaresma pone a nuestra disposición tres poderosas herramientas que se alimentan todas de la Palabra de Dios: la oración, la mortificación y la caridad. Con la oración nos reconectamos directamente con Dios, sea a través de la oración personal, familiar y comunitaria. Necesitamos intensificar la oración, bajo la forma que más alimente nuestra fe.  Con la mortificación aprendemos a dominarnos, a asumir el control de nosotros mismos, a atacar de frente nuestras debilidades, pasiones descontroladas y pecados capitales. Con la caridad, que antes se señalaba con el nombre de limosna, hacemos realidad el mandamiento del amor mutuo que Cristo nos ha dejado y le ofrendamos a nuestros hermanos nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes. Estas prácticas forman parte de nuestro entrenamiento esencial como cristianos para correr en el estadio de esta vida y llegar a resucitar con Cristo: “Todos los atletas, nos enseña S. Pablo, se imponen una dura disciplina. Ellos lo hacen para llevarse una corona (de laureles) que se marchita. Nosotros en cambio, una que no se marchita. ¡Corramos pues de tal manera que la obtengamos!” (1 Co 9,25).
La basura que se amontona aún en nuestras calles y avenidas, nos lleva a poner nuestra mirada en la basura que se acumula en nuestros corazones y que necesitamos recoger y sacar para tener una vida moral y espiritual más saludable. Esta basura compuesta de violencias, odios, rencores y resentimientos acumulados es altamente contaminante y nos impide vivir en paz con nosotros mismos, con Dios y con el prójimo. Debemos luchar contra esos males que nos amenazan con las armas del perdón, de la reconciliación, de la convivencia y de la práctica insistente e incansable de la solidaridad. Ni el mal ni la violencia se vencen reaccionando con mayores males y violencias sino a fuerza de bien (1 Tes.5,14-15; Rom 12,17-21). El sacramento de la reconciliación es uno de los dones que el Señor Jesús ha puesto a nuestro alcance para entrar en la órbita de Dios y enrumbar nuestras vidas por los senderos de Cristo.
Cuaresma he de transformarse en una escuela intensiva de amor incondicional y solidaridad desinteresada. Para ayudarnos a tomar consciencia de la vocación cristiana y de los compromisos adquiridos con el bautismo, se lleva a cabo, tanto en Maracaibo como en Cabimas, la Semana de Doctrina Social de la Iglesia. Este año estará centrada en la conmemoración de los 50 años de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Medellín y reflexionar sobre el compromiso cristiano ante las nuevas pobrezas. Formémonos todos en el conocimiento y práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.

Contamos también en Venezuela con la Campaña Compartir, programa que este año alcanza su XXXVIII edición y se centrará, como el año pasado, en aportar entre todos, nuestra colaboración solidaria para contrarrestar el problema de la desnutrición infantil, a través del sistema SAMAN y su programa de atención VIVERO. La campaña tiene también como finalidad fortalecer y ampliar en la arquidiócesis la red de nuestras Cáritas parroquiales con miras a sensibilizarnos sobre la problemática de las personas en situaciones de pobreza, de exclusión, de vulnerabilidad y de hambre y organizarnos mejor para atenderlas.
Unámonos todos para combatir el terrible flagelo del hambre y de la desnutrición que afecta a nuestros niños, inspirándonos en Cristo Jesús que vino a este mundo para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia (Cfr Jn 10,10) y nos asegura que todo lo que hagamos por uno de nuestros hermanos más necesitados y humildes, por él mismo lo estamos haciendo (Cfr. Mt 25.40).
El hambre es un terrible flagelo, un pecado social que atenta contra el derecho fundamental de todo ser humano a la vida y a su integridad física. Es una grave degradación moral y humana, enriquecerse con el bachaqueo, a costa del hambre de los pobres. Si los encargados de velar por la salud la vida de nuestros niños, no están en capacidad de asegurarla, tienen la grave obligación moral de facilitar cualquier mecanismo internacional de ayuda inmediata. Si bien los gobernantes tienen una particular responsabilidad, se trata de una tarea de todos. No basta señalar el mal y denunciarlo. Tenemos que formar parte de la solución. Tenemos que unir nuestras fuerzas para impedir que un solo niño muera o quede malogrado de por vida, por falta de comida adecuada y nutritiva, para que se fortalezca el principio de subsidiariedad y la valoración prioritaria del bien común.  
Hermanos, pongamos en camino llenos de ánimo y esperanza. No estamos solos. Cristo camino delante de nosotros. Caminar con él, llevar nuestra cruz, significa experimentar la fuerza del amor por la humanidad, que lo sostuvo y le permitió ser fiel hasta el final al proyecto de salvación que su Padre le encomendó. No caminamos solos. Él es un torrente inagotable de misericordia y perdón en el cual nos podemos sumergir. El viene de parte de Dios Padre a ofrecernos una vez más este tiempo de gracia y salvación. Recordemos las palabras del hermoso salmo 103:
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
Toda la Iglesia, se pone en movimiento. No perdamos de vista la meta: llegar a las fiestas de Pascua con un corazón plenamente limpio y renovado, listos y dispuestos para reasumir con nuestros hermanos los compromisos que adquirimos el día de nuestro bautismo, de ser, vivir, sentir y comportarnos como discípulos misioneros de Cristo Jesús.
Catedral de Maracaibo, 14 de febrero de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo