domingo, 13 de septiembre de 2015

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO: EL CAMINO DE JESÚS ES TAMBIÉN NUESTRO CAMINO

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO
EL CAMINO DE JESÚS ES TAMBIÉN NUESTRO CAMINO

Muy queridos hermanos y hermanas
Con el texto de hoy se inicia la segunda parte del evangelio de Marcos. En la primera parte Marcos nos presenta al Señor Jesús manifestando su identidad, anunciando el Reino de Dios y su misión y las distintas reacciones que provocan sus palabras y sus actuaciones. Las autoridades religiosas lo rechazan, sus paisanos y parientes se escandalizan, sus discípulos están confundidos y dudan. Ante estas actitudes cerradas Jesús decide instituir la familia de la nueva alianza y salir de los linderos de su país para anunciar el evangelio del Reino a pueblos paganos.
Llama la atención que el evangelista coloca esta nueva sección en la que Jesús se dedica a la enseñanza de sus discípulos, mientras camina hacia Jerusalén, entre dos relatos de curaciones de ciegos (8, 22-26; 10,46-52). Justo antes del primer relato, Jesús reprocha severamente a sus discípulos su ceguera: “¿Todavía no comprenden ni entienden? ¿Tan endurecido tienen su corazón que teniendo ojos no ven y oídos no escuchan?”(8,18).
En esta nueva sección se pone en evidencia el tipo de ceguera que obstaculiza la visión de sus discípulos. La ceguera simboliza en la Biblia al hombre obstinado de corazón, sin dirección en su vida, y sin capacidad de creer. El ciego representa la situación de los discípulos, incapaces  de seguir a Jesús como Mesías por su falta de fe y sus miedos. No basta una formulación formal de la identidad de Jesús. Es menester involucrarse en su estilo de vida, en su misión y aceptar con él las consecuencias que trae esta adhesión.
Al verlos tan confundidos y ciegos, el Señor se va a dedicar a impartirles largas enseñanzas, contarles parábolas y mostrarles signos que les ayuden a abrir sus ojos y descubrir no sólo la verdadera identidad de Jesús sino el camino por donde él quiere cumplir su misión y ver transitar también a los suyos.
Ante la pregunta de Jesús: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?” Pedro, en nombre de los doce, contesta correctamente pero de manera aún incompleta. Lo pondrá de manifiesto cuando en el momento en que Jesús les anuncia, por primera vez, el cumplimiento de su misión mesiánica a través del sufrimiento, del dolor y de la muerte, recibe un fuerte rechazo precisamente del mismo Pedro que acababa de profesar su identidad mesiánica. Ante esta tentación, Jesús  lo reprende duramente, le pide que ocupe su puesto de discípulo detrás de él y no se haga vocero de Satanás.
Pedro no entiende la propuesta de Jesús sobre la cruz y el sufrimiento y los episodios venideros nos mostrarán cuánto le costará renunciar a su visión y a adoptar la de su Señor. Él aceptaba a Jesús Mesías, pero no como Mesías sufriente. Pedro estaba condicionado por la propaganda del gobierno de la época que hablaba del Mesías sólo en términos de rey glorioso. Pedro parecía ciego. No entreveía nada y quería que Jesús fuese como él. El y los demás discípulos, que esperan en Jerusalén un desenlace glorioso, por el carisma taumatúrgico de Jesús, su dominio sobre el mar, el viento y los demonios, tienen que cambiar de mentalidad.
Si el Mesías va a inmolar la vida e obediencia filial al Padre para rescate de todos, ellos, sus discípulos, deben seguirlo, recorriendo ese mismo camino, haciendo suyo el sentido de su vida y su entrega total a los designios de Dios. El seguimiento de este camino requiere una fe bien enraizada que suscite un seguimiento confiado, aunque no se comprenda nada o casi nada; valeroso aunque existan temores; valientes aunque haya brotes sorpresivos de huida y cobardía. El camino que emprende el Mesías debe ser el de sus discípulos.
Por dos veces más Jesús anunciará su Pasión, su muerte redentora y su Resurrección y en cada ocasión tendrá que insistir en las exigencias que sus discípulos tienen que cumplir si quieren caminar detrás de él y acompañarlo en el camino que los lleva a Jerusalén. Pedirá adhesión íntima a su persona y a su nueva comunidad y, ya en las puertas mismas de la ciudad, capacidad de servicio incondicional y desinteresado hasta dar la vida por él.
Ante el intento de Pedro de disuadirlo de su misión, Jesús centra su primera enseñanza en dos exigencias fundamentales para poder andar con él por el camino que lleva: la renuncia a sí mismo y el seguimiento personal cargando con la cruz. Renunciar a si mismo significa romper con lo más propio, con aquellas realidades a las que estamos profundamente amarrados y de las que somos tremendamente dependientes: la familia, la honra, los títulos, el oficio, cuando se vuelven obstáculos para adherirnos estrechamente al Mesías, integrarnos a la nueva familia del Reino y cumplir con la misión que se nos confía, la de pescar hombres para el Reino de Dios.
Cargar con la cruz significa soportar las calumnias, las maledicencias, el hostigamiento, la persecución y el desprecio que se presentan a raíz de la opción por el seguimiento del Mesías. En una palabra la vida y misión del discípulo se define a partir de los criterios que Jesús nos va revelando con su personalidad, su enseñanza, su vida y su identidad. Según quién sea Jesús así ha de ser su discípulo y su comunidad.
Pero Pedro no es el único ciego, el único confundido y engañado. Todos somos como él y por eso todos necesitamos pasar por todo un camino de sanación, declararnos ciegos para que el Señor se acerque a nosotros y nos devuelva la luz de la fe. Hoy todos creemos en Jesús, pero no todos lo entendemos en la misma forma. El gobierno, la publicidad, la moda, los investigadores tienen su propia idea sobre la identidad y misión de Jesús y nos la quieren imponer. Por eso tengo que aprovechar el evangelio de este domingo para renovar mi fe y adquirir mis propias convicciones y  preguntarme: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cuál es hoy la imagen más común que la sociedad de hoy y la opinión pública me quiere imponer sobre Jesús? ¿Existe hoy una propaganda que intenta interferir nuestro modo de ver a Jesús e imponernos su interpretación y visión?
El ciego del primer relato se lo presentaron amigos compasivos, el ciego de Jericó se puso a gritar: “Ten compasión de mi” y cuando el Señor le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Le contestó sin vacilar: “Maestro, que vea”. Que nosotros también sea por los amigos o por la conciencia de nuestra miseria busquemos con ansia a Jesús y le gritemos: “Señor, ¡ten compasión de mi! Haz que vea”. Y con los ojos de la fe bien abiertos sigamos con alegría a Nuestro Señor Jesús hasta el final.
Maracaibo 13 de septiembre de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

viernes, 11 de septiembre de 2015

BODAS DE ORO DE MONS. JOSÉ ANTONIO QUINTERO...

BODAS DE ORO DE MONS. JOSÉ ANTONIO QUINTERO
SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO
HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA JUBILAR
LECTURAS: Si 24,1-2.5-7; Salmo Responsorial Jdt 13; 1 Co 4, 1-5; Lc 2 22-40
Padres: José Prisciliano Quintero (+) y Ofelia del Carmen Albornoz (+)
Hermanos: Mons. Quintero es el mayor. Siguen Adelmo (+), Alfredo, José Celis, Pedro José, Elio José, Domiciano, Francisco Antonio
Bautizado el 24 de octubre de 1939 en la Iglesia parroquial del santo Cristo de Aricagua.


Muy querido Mons. Jesús Antonio Quintero,
Muy querido hermanos y hermanas,
 Nos encontramos reunidos en asamblea eucarística esta tarde en la Santa Iglesia Catedral, para celebrar las bodas de oro sacerdotales de Mons. Jesús Antonio Quintero. Efectivamente su ordenación tuvo lugar el 11 de septiembre de 1965 por imposición de manos de Mons. Domingo Roa Pérez, de grata memoria, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá.  Esta celebración de hoy nos causa a todos una inmensa alegría porque amamos de corazón a este sacerdote que siempre hemos tenido a nuestro lado como un hermano y un amigo.
Los que estamos aquí, los que están unidos a nosotros a través de las redes sociales y de los MCS, llevamos por dentro, como María, un Magnificat por estar al lado de tan buen servidor y alabar y bendecir al Señor con él por el inmenso don del sacerdocio y por la fidelidad con la que le ha correspondido. A Dios que es Amor y fidelidad no se le puede corresponder si no es con amor y fidelidad. ¡Si, hermanos hermanas, nuestra alegría es grande porque tenemos ante nosotros un gran servidor de Cristo y un abnegado ministro de su misericordia! Bien podemos aclamar con el salmista: “¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Dichoso quien se acoge a Él! (Sal 34, 9)



El presbiterado de Mons. Jesús Antonio Quintero lleva una doble impronta mariana. Fue ordenado  el día de la fiesta de Ntra. Sra. de Coromoto, patrona de Venezuela, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá, patrona del Zulia. Es también heredero de la estrecha interconexión entre Los Andes y el Zulia, favorecido por ese gran canal de navegación natural que se llama el lago de Maracaibo.  Monseñor nació el 1º de septiembre de 1939 en Aricagua, uno de los pueblos anidados en los ásperos roquedales del sur en el Edo. Mérida. En aquellos ríspidos parajes,  aislados del resto del mundo, propicios para la meditación y el silencio, se aunaron a la sólida formación cristiana de sus padres, Don José Prisciliano Quintero y Doña Ofelia del Carmen Albornoz, y a la labor evangelizadora de los misioneros y  de los sacerdotes del lugar para que, desde temprana edad cayera, en los surcos de su corazón, la buena semilla de la vocación sacerdotal.  Detrás de él vinieron siete hermanos más: Adelmo, ya fallecido, y luego: Alfredo, José Celis, Pedro José, Elio José, Domiciano y Francisco Antonio.  Concluidos sus estudios de primaria, echó raíces en tierras zulianas. Sin saberlo el niño Jesús Antonio continuaba y enriquecía ese trasiego secular que ha existido entre ambas regiones del occidente venezolano, caminando en una sola Iglesia diocesana hasta la creación, en 1897, de la diócesis del Zulia.
Dos fechas importantes de su vida coinciden con dos fechas importantes de la historia del mundo y de la Iglesia. Nació en 1939, año del inicio de la segunda guerra mundial, cataclismo devastador que convulsionó la historia de la segunda parte del siglo XX. Por eso quizá, Dios dotó a este servidor suyo de un temperamento pacífico y sencillo aunque sincero y firme en sus convicciones.   Fue ordenado sacerdote en 1965, pocos meses antes de la conclusión del Concilio Vaticano II,  verdadero Pentecostés de la Iglesia en el siglo XX. Este magno evento, lo dejó inquieto como dice una canción del padre Zezinho,  forjó su fibra evangelizadora e  insufló en su corazón un gran amor por la Iglesia.
Desde muy joven, sus compañeros de estudio, lo apodaron cariñosamente “el viejo Quintero”. Este mote revela, por un lado el reconocimiento de la sabiduría que lo ha acompañado ya desde ese tiempo y que se ha ido acrecentando con el transcurrir de los años y por otro el llamado al presbiterado que desde muy pequeño Jesús Antonio, como el niño Samuel (Cf 1 Sam 3,1-21), sintió tintinear dentro de sí. Como sabemos la palabra presbítero designa en el NT a los “ancianos” de la comunidad a los cuales se confiaba el gobierno de la misma. El Concilio Vaticano II volvió a las fuentes antiguas y propuso la figura del presbítero como un cooperador indispensable del ministerio episcopal.   Mons. Quintero lleva estupendamente ese título; es de esas personas que trasuntan en su porte, su semblanza, sus actitudes lo que son desde las hondonadas de su ser.  Ha sido siempre y sigue siendo precisamente eso: un presbítero, un sacerdote, un hombre de Dios.
Lo que se le pide a un servidor, dice san Pablo en la segunda lectura de hoy, es que sea fiel. Monseñor, a lo largo de todos estos años, en el desempeño de los cargos y servicios solicitados por su Obispo, ha sido  un servidor fiel y prudente. Es larga la lista de cargos y responsabilidades que ha desempeñado con fidelidad: vicario parroquial párroco, capellán militar, vicario judicial, defensor del vínculo y juez del tribunal eclesiástico, capellán del Hospital central, director espiritual del Seminario Mayor, asesor de Movimientos Apostólicos, deán de la Catedral y párroco en dos oportunidades del Sagrario de Catedral, la primera vez nueve años y actualmente lleva ya diez. En estos 19 años ha sido un fiel custodio del Santo Cristo Negro de Maracaibo y de muchas devociones tradicionales, como la de la Virgen del Carmen.
El sacerdote es otro Cristo
Los cincuenta años de servicio de este ilustre y amado hermano es una hermosa oportunidad para recordar una de las dimensiones fundamentales de la identidad de un presbítero: el  presbítero es otro Cristo, “alter Christus”. Así lo pidió el mismo Señor en la noche del Cenáculo, al instituirlos: “Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (…) ¡Felices serán si entienden esto y lo practican!” (Jn 13,15).
El presbítero participa, en razón de su ordenación, del sacerdocio pastoral y capital de Cristo y por ende de su potestad sacra, de sus virtudes y de su misión. A todos los sacerdotes nos amenaza la tentación de quedarnos solo en la potestad sacra y en la práctica pastoral aislarla de las actitudes y de la mentalidad de Cristo que son las que le dan su verdadero sentido y garantizan su buen uso. La potestad sacra solo se puede asumir desde una íntima compenetración con Cristo servidor;  con el delantal puesto, la jarra, la jofaina y el paño en la mano, arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies y mirándolos de abajo hacia arriba y no al revés (Cf Jn 13 1-15). El Papa Francisco nos ha alertado muchas veces del gran peligro de volvernos jeques, príncipes mandones y malhumorados, con caras de funeral y no pastores sencillos y acogedores.
No es en el poder que nos parecemos a Jesucristo sino en cómo ponemos esa autoridad al servicio de una entrega amorosa y abnegada. La autoridad sirve desde la mesa de la cruz. Estamos llamados a ser verdaderamente otros cristos. No imitadores teatrales, buenos escenógrafos, detrás de cuyos caparazones no hay más que vacío y vanagloria. Todo lo que Jesucristo ha sido, ha dicho de sí mismo y ha llevado a cabo desde el pesebre hasta el sagrario pasando por la cruz y por su presencia en el pobre, debe igualmente serlo, decirlo y llevarlo a cabo su discípulo sacerdote. Nuestra unión con Cristo debe ser tan íntima, tan visible, tan transparente que los hombres puedan decir la vernos: “Ahí va otro Cristo”.
Debemos reproducir interior y exteriormente su pobreza, su pasión por llevar a cabo la voluntad de su Padre, su entrega incondicional y desinteresada, su entrañable misericordia y compasión con los pecadores y los enfermos, su comunicación filial y confiada en su oración al Padre, su paciencia y aguante en la cruz, su disposición de dejarse comer en la Eucaristía. Parecerse a Cristo y sembrar su Evangelio en el corazón y la vida de los hombres es la única gran pasión que tiene que arder en el corazón de un presbítero. Somos benditos y dichosos cuando tenemos la gracia de tropezarnos en el camino de la vida con sacerdotes que llevan con sencillez este talante y se han tomado en serio su vocación, como Mons. Jesús Antonio Quintero.  
El mensaje bautismal de la Virgen de Coromoto
Hoy, como el día de su ordenación, Venezuela entera celebra la fiesta de su Patrona, Nuestra Señora de Coromoto y la  canta como aurora jubilosa que al salir al encuentro de la familia indígena de Los Coromotos, abrió de par en par las puertas de esta patria soberana a Cristo Jesús nuestro Redentor. Venezuela es otra desde 1652 porque ha sido bañada en las aguas bautismales de la fe en Cristo y se abriga bajo el manto maternal de la madre de Jesús. Desde entonces y a lo largo de estos 463 años, el pueblo venezolano no ha cesado de bendecir y alabar a Dios por el don de tan excelsa misionera. Gracias a su predicación, iniciada con la familia del cacique de Los Cospes, en las límpidas aguas de una quebrada cercana al río Guanare, el evangelio del bautismo, de la fraternidad y de la convivencia pacífica entre nosotros ha ido penetrando cada vez más.
Es mucho sin embargo lo que nos falta aún por recorrer. El mensaje coromotano tanto en su esencia como en sus consecuencias es aún desconocido por la gran mayoría de los católicos venezolanos.  Una inmensa tarea nos toca a todos los evangelizadores actuales para anunciar a Jesucristo por el camino propuesto por la Virgen. Ella quiere ser la Madre educadora de nuestra fe. Desea que el evangelio penetre en nuestra vida valiéndonos de la familia y de la comunión eclesial producida por el bautismo. Estamos en deuda con nuestra Madre. Como lo enseña el magisterio del episcopado latinoamericano, ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en Venezuela. (Cf DP 290).
 No nos deben desanimar las dificultades y los escollos que se yerguen actualmente en el camino. No miremos con nostalgia el pasado. No nos angustiemos ante lo que será el futuro. Tenemos que asumir el mensaje del Salmo 118, 24: “Este es el día del Señor, éste es el tiempo de la misericordia”. El año jubilar de la misericordia, decretado por el Papa Francisco, cuyas puertas santas se abrirán prontamente en el mundo entero, es un valioso tiempo de gracia para trazar nuevas sendas en nuestros desiertos, enderezar los caminos torcidos, levantar puentes entre los valles, rellenar los barrancos, atravesar con túneles montañas y colinas, transformar cerros en planicies y no dejar rincón de Venezuela sin experimentar el evangelio de la paz y de la misericordia (Cf Is 40,4).
Es hora, hermanos y hermanas, de fortalecer las manos débiles,  robustecer las rodillas vacilantes, de cobrar ánimos y desterrar el miedo de nuestros corazones. María de Coromoto nos ha dejado su presencia y su mensaje. Nos anuncia que siempre es tiempo para acercarnos unos a otros con confianza, para superar nuestra mudez y dialogar; vencer nuestra sordera y escucharnos con respeto; despegar nuestros ojos ciegos y mirarnos como hermanos y hermanas, curarnos de nuestras parálisis y ponernos a caminar juntos en una misma dirección. (Cf Is 35,1-10).
Con la aparición de la Coromoto en Venezuela, que junto con la de Guadalupe, en México constituyen las dos únicas apariciones históricamente documentadas en América, se ha iniciado una nueva dinámica misionera y evangelizadora que no se debe interrumpir. La Virgen llanera utilizó el mismo verbo con el que su hijo Jesús resucitado se despidió de sus discípulos y los envió en misión: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, les dijo Jesús (Mt 28,19). “Vayan donde los blancos, les dice la Bella Señora, para que les echen agua en la cabeza y puedan ir al cielo”, en lengua autóctona, y con léxico sencillo y popular, asequible al entendimiento de los Coromotos.
En este gran servicio cristiano, los obispos, presbíteros y diáconos hemos de acompañar, fortalecer y animar a los laicos bautizados para que sean, desde sus familias, los principales protagonistas de esta transformación. En este campo, Mons. Quintero nos ha venido dando un gran ejemplo ya que desde hace muchos años descubrió la importancia decisiva del laicado asociado para evangelizar las realidades políticas, económicas, sociales y culturales de este mundo. Muchos movimientos particularmente la Legión de María, los Cursillistas y miembros de varias cofradías han contado con su sabiduría, sus consejos y su consejería espiritual
Vayamos pues, en nombre de Jesús, con el evangelio en el corazón, en la vida y en los labios, animados y llenos de alegría como María de la Visitación, como María de la Presentación, como María del Pesebre, como María de la cruz, como María del sagrario a entregar el don de Jesús y con él y con la fuerza del amor que nos infunde su Espíritu,   sembrar por doquier en Venezuela y en el mundo, la vida, la alegría y la esperanza.
¡Gracias, Madre bendita, por haberte tomado  la pena de acercarte hasta nosotros para recordarnos las palabras del mandato de tu hijo Jesús!
¡Salve aurora jubilosa de una patria soberana!
Que te bendice y te aclama con sus leyendas gloriosas.
¡Salve Virgen de los Llanos, siempreviva del amor!
Cautivas tú el corazón de cada venezolano

Flores de nieve en Los Andes, olas de azul en el mar,
todo me dice un cantar, para rimar tus bondades.
En los pliegues tricolores de la bandera señera
guarda Venezuela entera de su Virgen los amores. –

Catedral metropolitana de Maracaibo 11 de septiembre de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo




miércoles, 9 de septiembre de 2015

Carta del Papa Francisco con motivo del Año de la Misericordia...

VATICANO, 01 Sep. 15 (ACI) - Esta mañana se publicó en el Vaticano una Carta del Papa Francisco ante la cercanía del Año de la Misericordia. La misiva está dirigida a Mons. Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización y contiene indicaciones específicas sobre el perdón de pecados graves como el aborto, las indulgencias plenarias y otros temas de interés para todos los católicos. Este es el texto completo de la carta:
                                                  
Al venerado hermano Monseñor Rino Fisichella Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo. Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar.

Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.

He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad. La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.

Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por dónde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.

Una última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.


Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario.   Vaticano, 1 de septiembre de 2015.  

FRANCISCUS

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Premio Princesa de Asturias

El Hogar Clínica San Rafael, perteneciente a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios se siente homenajeado por el reciente premio.
Saludos Hno. César Osorio

Nos alegramos grandemente por este premio concedido a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios y que por consiguiente honra también la hermosa y destacada labor que esta Orden viene cumpliendo en Maracaibo desde el Hogar Clínica San Rafael. Felicitaciones!!

Les dejo el link:
http://www.fpa.es/es/premios-princesa-de-asturias/premiados/2015-orden-hospitalaria-de-san-juan-de-dios.html?texto=trayectoria&especifica=0

martes, 1 de septiembre de 2015

 Carta del Papa Francisco con motivo del Año de la Misericordia...

VATICANO, 01 Sep. 15 (ACI) - Esta mañana se publicó en el Vaticano una Carta del Papa Francisco ante la cercanía del Año de la Misericordia. La misiva está dirigida a Mons. Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización y contiene indicaciones específicas sobre el perdón de pecados graves como el aborto, las indulgencias plenarias y otros temas de interés para todos los católicos. Este es el texto completo de la carta:
 
Al venerado hermano Monseñor Rino Fisichella Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
 
La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.
 
Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo. Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar.
 
Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
 
He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad. La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
 
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por dónde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.
 
Una última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.
 
Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario.  
Vaticano, 1 de septiembre de 2015.  
                  FRANCISCUS