viernes, 12 de junio de 2015

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Jornada de Oración por la santificación de los ministros ordenados. Comentario Bíblico.

12 DE JUNIO
SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Jornada de Oración por la santificación de los ministros ordenados
(Obispos, presbíteros, diáconos)

EVANGELIO: Jn 19,31-37 (Versión de la Biblia de la Iglesia en América)
Como era el día de la preparación de la Pascua, el sábado más solemne de todos y para que ese sábado los cuerpos no quedaran en la cruz, los judíos pidieron a Pilato que les quebraran las piernas a los crucificados y los quitaran de allí. Fueron pues los soldados y quebraron las piernas a los dos que habían crucificado con Jesús. Pero cuando llegaron a Jesús, al verlo ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que ustedes también crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No le quebrarán ningún hueso. Y también otro pasaje de la Escritura dice: Verán al que traspasaron.
PALABRA DE DIOS

COMENTARIO:
Este no es un comentario directo del texto evangélico. Propongo en su lugar el inicio de la homilía que el Papa Francisco pronunció en la Misa Crismal de este año, texto sugerido por la Congregación del Clero para la meditación de los ministros ordenados en esta jornada de oración por su santificación. A su luz se puede releer el evangelio: Jesús se gastó y se desgastó por nosotros hasta la muerte martirial en la cruz).
«Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir: Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).
Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial:”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio.
El cansancio de los sacerdotes... ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.
Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii Gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».
Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28).
ORACIÓN
Señor Jesús, ante tu corazón traspasado, te presento a mi Obispo, a mi párroco, al diácono permanente que atiende mi capilla filial. Los coloco hoy al lado de tu cruz, como está María tu Madre, para que los bañes con la sangre salvadora y el agua fecunda de tu Espíritu Santo. Míralos con amor siempre, Señor, pero sobre todo al final de cada jornada, el domingo por la tarde cuando regresan cansados a su casa y se encuentran solos y e cuando pueden ser presa de tantas tentaciones. Que descubran que su fatiga es preciosa a tus ojos, que los acoges y los pones cada día, cada domingo de pie diciéndoles: “Ven, mi elegido amado, ven a mi cuando estés cansado y agobiado que yo te aliviaré. Que todos  y cada de ellos sientan en esos momentos de desgaste, el abrazo tierno de tu Madre  María y oigan de su boca aquellas palabras consoladoras que ella dirigió al desalentado  Juan Diego: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe”. Amén.
PROPÓSITO

El  Santo Cura de Ars decía que detrás de cada cura hay un demonio buscando hacerlo caer porque sabe muy bien que sin cura no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay comida espiritual para los cristianos. Perdóname, Señor, porque yo les exijo mucho y los ayudo poco. Me propongo orar más por ellos y ofrecerles mi ayuda.

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