domingo, 31 de diciembre de 2017

Oración de fin año - 2017

Comparto con ustedes, hermanos y amigos, esta oración de fin año. Es una propuesta que nos puede ayudar a una pequeña liturgia familiar y que se puede recitar en plural.

ORACIÓN DE FIN DE AÑO

Señor,
Al término de este año quiero darte las gracias
Por todo lo que recibido de ti.
Gracias por la vida y por el amor dado y recibido,
Por las flores el aire y el sol,
Por la alegría y el dolor,
Por lo que ha sido posible
Y por aquello que no pudo ser.

Te regalo todo lo que he hecho este año,
El trabajo realizado,
Las cosas que pasaron por mis manos,
Y lo que con ellas he podido construir.

Te ofrezco las personas que m aman y que siempre he amado,
Las nuevas amistades, las personas cercanas a mí,
Los que se fueron lejos,
Los que han partido de esta vida,
Los que me han pedido ayuda y he podido ayudar,
Las personas con quienes he compartido mi vida,
Los trabajos, dolores y alegrías.

Hoy, Señor, quiero pedirte perdón
Por el tiempo mal utilizado, por el dinero malgastado,
Te pido perdón por las obras vacías,
Por el trabajo mal hecho,
Por haber vivido sin entusiasmo,
Por los tiempos de oración que no te he dedicado,
Por todos mis olvidos, mis silencios,
Te pido humildemente perdón.

Señor del tiempo y de la eternidad,
Tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
A las puertas de este año nuevo,
detengo mi vida ante el calendario,
Que está por inaugurarse,
Y te ofrezco de una vez todos los días
que solo Tu sabes que llegaré a vivir.

Hoy te pido para mí y para mis seres queridos.
Paz, alegría, fuerza, prudencia, caridad y sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad.
Cierra mis oídos a toda falsedad,
Mis labios a las palabras mentirosas y egoístas
O que puedan herir a otros.
Por lo contrario, abre mi ser a todo lo bueno,
De tal forma que mi espíritu se llene solamente de bendiciones
Y las pueda ir esparciendo en torno a mí.

Lléname de bondad y de alegría,
Para que aquellos que conviven conmigo
Encuentren en mi vida un poco de ti.

Señor, dame un año feliz
Y enséñame a difundir con mi vida tus bienaventuranzas.

Te lo pido en nombre de Jesús. Amén

(Oración compuesta por Arley Tuberqui,
un campesino latinoamericano).

domingo, 24 de diciembre de 2017

HOMILIA DE NAVIDAD 2017

HOMILIA DE NAVIDAD 2017
Muy amados hermanos,
“¡Hoy hemos visto cosas maravillosas!” exclamaron los pastores al regresar aquella bendita noche de la gruta de Belén. ¿Qué habían visto? A una mamá, a su esposo y a un niño recién nacido acostado en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Pero ellos dicen que vieron cosas maravillosas! Lo que vieron podía llamarles la atención por lo extraño y particular de la ubicación de ese nacimiento y la cuna del niño, pero no maravillarlos.
Entonces ¿qué fue lo que vieron que los maravilló? Para saberlo hay que a la buena noticia que un ángel les hizo de parte de Dios aquella noche, después de ser envueltos en la gloria y la luz del Señor. Es sin duda algo maravilloso, para unos pobres pastores nocturnos, verse envuelto en la gloria y la luz del Señor y recibir un anuncio en un contexto tan solemne de parte de un ángel. Pero el anuncio no decía que esa manifestación divina era lo maravilloso.  Había algo más que no habían visto aún. Además, no se trababa de cualquier noticia, de una noticia más. Era una noticia de tal magnitud que los llenaría de alegría no solo a ellos, ni a unos poquitos sino a todo el pueblo. Y ¿cuál es esa famosa noticia que les causó tanta alegría que empezaron a difundirla por donde iban pasando?
Precisamente lo que vieron: “un niño acostado en un pesebre y envuelto en pañales”. Era la señal que les había dado el ángel: “encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. En ese lugar inhóspito, en ese atuendo tan común, yacía un niño y en él reconocieron nada menos que “el Salvador, el Mesías, el Señor”.  Todo coincidía con las palabras del ángel y el grandioso coro del ejército celestial. Ellos eran los primeros en enterarse de una noticia que sobrepasaría los estrechos límites del pequeño pueblo de Belén, incluso de toda Palestina y se difundiría en el mundo y la creación entera.
Y ¿cómo unos hombres iletrados sin preparación alguna pudieron ver en ese niño al Mesías, al Señor, al Salvador? Porque primero “fueron envueltos en la luz y en la gloria del Señor”. Con los ojos de la tierra vieron un niño, con los ojos de la fe vieron al “Mesías, al Señor, al Salvador”. Fue esa misma luz la que hizo que volvieran de Belén glorificando y alabando a Dios “por lo que habían visto y oído y todo los que oyeron los que decían los pastores quedaban a su vez maravillados".
Ellos fueron los primeros pobres evangelizados que gozaron de la dicha de ver lo que otros no ven y oír los que otros no oyen, anunciada por Jesús en su primera bienaventuranza. Evangelizar a los pobres será precisamente la misión primordial asumida por Jesús. “He sido enviado para evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Mientras Augusto convocaba un censo para empadronar a la colonia judía y cobrarles más impuestos y Herodes cometía toda clase de crueldades para proteger su trono, el Señor llevaba a cabo con los pequeños lo que ya había cantado su madre María cuando visitó a Isabel: “Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes” (Lc 1,52).
Ellos fueron los primeros en pasar por el nuevo puente, cantado por el coro de los ángeles, la escala soñada por Jacob (Gen 28,12), e inaugurado por el Hijo de Dios hecho hombre (Cf He 10,20), por el que, esta vez para siempre, quedarían comunicados los hombres con Dios, el cielo con la tierra, las criaturas con el salvador.  Lo que el salmista anunció en el antiguo testamento en futuro, con el inicio del Nuevo se ha vuelto una realidad: “La salvación ya está entre sus fieles, y la Gloria de Dios habita en nuestra tierra. El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan, la verdad brota de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo… ¡Nuestra tierra da su cosecha!” (Sal 85). ¡Por fin se abrían los cielos y las nubes llovían la salvación! (Cf Is 45,8; 55,10-11).
Estos humildes pastores, figuras descalificadas y de baja credibilidad en su época, se transformaron, a su vez, en los primeros evangelizadores, junto con María y José. Fueron los primeros en difundir la buena noticia, el evangelio de la anhelada llegada del Mesías a su pueblo. Hacían suya, sin saberlo, la hermosa poesía del salmista: “Cada generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos tu esplendorosa majestad y yo recito tus maravillas. Celebran la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tu victoria y yo narro tus grandezas” (Sal 145). Les tocaba a ellos ahora difundir la gran noticia del advenimiento del Salvador a este mundo.
Nosotros también estamos convocados a seguir difundiendo esta gran noticia que retumbó en la noche estrellada de Belén. Como los primeros pastores, “vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer”. Que el Señor nos envuelva también en el esplendor de su gloria y se abran luminosos nuestros ojos de la fe para que, así como lo pastores, en aquel pobre establo de Belén, vieron estallar la fuerza de la vida y de la esperanza, sepamos también nosotros descubrir la presencia del amor salvador de Jesús en las manifestaciones sencillas y pequeñas de la vida cotidiana.
Grandes calamidades se están abatiendo sobre nosotros. Pero hoy no es el día para desgranar las cuentas de los misterios dolorosos de los venezolanos. Hoy es el día para celebrar con renovado gozo la Natividad de nuestro Señor. Nuestra fe y nuestra esperanza siempre han de ser más grande que nuestros dolores y sufrimientos.
Es muy posible que la Navidad de este año se parezca más a la navidad original, la de Jesús, y menos a las navidades comerciales y a sus personajes consumistas. Si tenemos a Jesús con nosotros tenemos la luz y la esperanza del mundo. “Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la inseguridad, la violencia? De todo esto saldremos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado…Ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 31-39).
La celebración de la verdadera Navidad da fuerzas, infunde ánimo, alimenta nuestra esperanza. Y ella siempre está a nuestro alcance. La alegría de Navidad está en abrir con generosidad las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa para que entre el Señor, y con él, la salvación llegue a nuestra familia y a nuestra patria.
No digamos que no es Navidad porque no tenemos regalos que dar ni recibir. Compartamos solidaridad. Compartamos esperanza. Compartamos ánimo y consuelo. Ayudémonos a llevar nuestras cargas los unos a los otros. Regalémonos perdón, olvido de ofensas, reconciliación entre hermanos. Vayamos al encuentro de los niños abandonados, de los ancianos desamparados, de los enfermos no visitados. Fortalezcamos nuestras amistades. Démosle mayor atención y unidad a nuestra familia.   
Que Navidad se transforme en un acontecimiento de tal magnitud que deje una huella profunda en nuestra manera de pensar, de vivir, de relacionarnos con los demás seres humanos. Que penetre tan profundamente en nuestra vida personal y comunitaria que nos empuje a colaborar con Dios, con esperanza y gran empeño, en su plan de salvación. Hay mucho que construir juntos, hay mucho que emprender con ahínco y tenacidad, hay muchos seres humanos que serán más humanos y más hermanos si nos damos como propósito, en el 2018, ir contando como los pastores, lo que hemos visto y oído, la buena nueva de la presencia salvadora de Dios. Un amor único que vino para quedarse.

Maracaibo 25 de diciembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 17 de diciembre de 2017

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B 2017 - HOMILIA

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILIA

Con este domingo nos encontramos en el corazón del adviento. La Palabra de Dios de los domingos anteriores nos ha exhortado a cultivar la esperanza y a prepararnos con atención y diligencia a la venida celebrativa de la próxima Navidad y del advenimiento definitivo de Jesús al final de los tiempos en la Parusía. Se nos hizo ver la necesidad de rellenar los barrancos de nuestra vida, de enderezar nuestras sendas torcidas, de rebajar nuestras montañas de pecado, de sacar el pedrusco que nos impide avanzar, con los demás hermanos, al encuentro del Señor que viene.
Las lecturas de hoy colocan ante nuestros ojos tres mensajeros fundamentales con los que el Señor culminó la preparación de la llegada de su Hijo Jesús al mundo: el profeta Isaías, la Virgen María y Juan el Bautista. Cada uno de ellos sabe perfectamente qué espera Dios de cada uno de ellos y qué papel les toca asumir en el Plan de salvación. Y cada uno lo asume con alegría.
Isaías exulta de gozo al conocer cuál es su misión. Le toca dejarse envolver por el Espíritu y ser enviado “a dar la buena noticia a los pobres de su pronta liberación, a vendar los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los cautivos, a gritar liberación a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. Llevar a cabo esa misión es para él como andar vestido de fiesta y sentirse envuelto en un manto de triunfo. En medio de su exultación percibe que ese es el modo en que el Señor quiere sembrar entre los hombres su salvación y siente el deseo de que todos los pueblos lleguen a compartir este mismo júbilo. Lo que no sabía en ese momento Isaías es cuánto exultaría otro enviado de Dios, Jesús de Nazaret, al tocarle leer este texto en la sinagoga (Cf Lc 4,18ss) y descubrir que era a él precisamente a quien le tocaba llevar a plenitud esta misión para que la salvación llegara hasta los últimos confines de la humanidad.
En el salmo responsorial es María de Nazaret la que entona su canto de gozo. Todo su ser exalta al Señor. Desde muy dentro de su corazón brota un manantial inagotable de alegría a causa de Dios su salvador. Ella también, con el anuncio del ángel Gabriel y su encuentro con su prima Isabel, ha descubierto qué quiere Dios de ella, cuál va a ser su misión. Y se pone totalmente, como una pequeña servidora, una humilde esclava, en las manos del Señor para que El lleve adelante su proyecto salvífico.  “Hágase en mi según tu palabra” será el lema permanente de su vida. Quiere que todas las generaciones entiendan que allí está la raíz de su felicidad.
El evangelio de hoy vuelve a colocar delante de nosotros la imponente figura de Juan el Bautista que ya apareció en el evangelio del domingo pasado. Esta vez es Juan el evangelista quien nos lo presenta. El Bautista tuvo un gran arrastre popular, se vio rodeado de discípulos. Su predicación hizo mella tanto en el pueblo sencillo como en los dirigentes. Muchos vieron en él un nuevo Elías, restaurador del reinado legítimo según Dios (Mal 3,23-24); otros lo consideraron el profeta anunciado por Moisés para los últimos tiempos (Dt 18,15). Y no faltaron quienes vieron en él hasta el mismo Mesías. Juan se hubiera podido dejar embriagar por su fuerza carismática sobre las muchedumbres y caer en la tentación de hacer suyo algunos de esos títulos.
Sin embargo, no se dejó arrastrar por ese camino. Declara rotundamente: Yo no soy ni Elías, ni el Profeta ni el Mesías. “No soy sino una simple voz de la que Dios se quiere servir para anunciar la llegada de su Palabra definitiva y salvadora. Esa persona ya está en medio de ustedes y, aunque vino después de mí, no soy digno ni siquiera de desatar la correa de sus sandalias. Esta misión lo embarga de alegría. Así mismo lo expresa en un texto recogido más adelante por el evangelista Juan:” Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. Ahora mi alegría es plena” (Jn 3,28).
Después que Jesús inició su misión él se retiró en el silencio. Lo importante para él era que Cristo creciera no él. Todos sabemos que no es fácil ceder el puesto y la guía y volverse un simple colaborador de otra persona para que lleve adelante su misión. ¡Cuántos líderes no quieren atornillarse en el poder, llevándose por delante a quien pretenda recordarle su transitoriedad! ¡Cuántos no se montan en la plataforma de su popularidad para lanzarse en busca de cargos para los cuales no son aptos y ofrecen en sus programas promesas huecas, basadas en la mentira y en la manipulación!
¡Qué importante es saber qué quiere Dios de nosotros para llevar adelante su plan de salvación! ¡Qué importante que haya personas humildes y sencillas, buscadoras de la verdad, animadas por el único deseo de mostrar la presencia de Dios en la historia y en nuestras vidas! Pablo, en la segunda lectura, exhorta a los tesalonicenses a reproducir este modelo de personas:  a vivir totalmente consagrados -espíritu, alma y cuerpo- a Dios. No han de desanimarse, ni angustiarse ante los problemas y los obstáculos que surjan porque “Aquel que los ha llamado es fiel y cumplirá su palabra”.  Cuando nuestra vida calza con nuestra verdadera vocación, entonces se ve inundada también de una gran alegría.
Estos son los testigos claros y contundentes que necesita el mundo de hoy plagado de tantos engaños y mentiras que se quieren vender como verdad. ¡Cuántos pobres no están esperando que les llegue por fin la buena noticia de su salvación! ¡Cuántos ciegos que le ayude a abrir sus ojos a la Verdad! ¡Cuántos seres humanos, paralizados por la ignorancia, que necesitan ponerse a caminar! ¡Cuántos niños y mujeres sometidos al maltrato, a la prostitución, a la explotación laboral, no están esperando que les llegue también a ellos un Isaías, un Bautista!
Los cristianos tenemos aún mucho campo para nuestra misión. No nos durmamos. No somos nosotros los que cambiaremos el mundo. Es la fuerza del amor de Dios que cambia el mundo. Pero necesita enviados, servidores, voces que se pongan a su disposición para llevar adelante su proyecto hasta los últimos rincones de la tierra. Todo esto se puede empezar a hacer realidad en estas próximas Navidades si nos preparamos con seriedad a acoger el mensaje de la verdad sobre la llegada de Jesús y no seguir ahogando esa verdad bajo tanta parafernalia pseudo navideña que en vez de hacer que refulja la Verdad la encubre y la falsifica.
Uno oye decir por ahí que la situación país ha acabado con la Navidad. ¡Cuidado! No confundamos la Navidad con productos, con comidas, con vestidos. No nos dejemos robar la misión que tenemos de vivir la Navidad y comunicarla en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es el buen momento para preguntarnos qué es para mí la Navidad, para descubrir lo esencial de nuestras vidas y la verdadera relación que debemos de establecer con las cosas de esta tierra.
Señor, nos pides que llevemos la alegría del evangelio a nuestro entorno. Ayúdanos a descubrir cuál es nuestro puesto en tu plan de salvación y la misión que nos ha confiado al venir a esta tierra y conocer a Jesucristo tu hijo amado, como nuestro salvador. Que allí se encuentre la fuente de nuestra verdadera alegría. Que como Juan nos alegremos al ver la llegada de la Luz y nos dispongamos a ser su voz sencilla y alegre; que como el profeta tomemos conciencia de que nosotros también hemos recibido en el bautismo y la confirmación la gracia del Espíritu Santo. Que somos ungidos, consagrados, enviados a llevar la Buena Nueva donde nos toque.  Que seamos cristianos alegres como María que supo reconocer y cantar las maravillas que hiciste a través de ella.
Maracaibo 17 de diciembre 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 10 de diciembre de 2017

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO 2017 - HOMILÍA - ABRAMOS CAMINO A LA ESPERANZA QUE CRISTO JESÚS NOS HA TRAÍDO

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO 2017
HOMILÍA
ABRAMOS CAMINO A LA ESPERANZA QUE CRISTO JESÚS NOS HA TRAÍDO

Queridos hermanos,
El adviento nos pone, llenos de alegría y esperanza, en marcha hacia el encuentro con Jesús el Hijo de Dios en el misterio de su nacimiento en Belén y en su glorioso retorno al final de los tiempos. Hacemos este camino acompañados por el evangelio de S. Marcos y varios testigos del Antiguo y del Nuevo testamento.
Recordemos que este evangelio fue el primero en circular entre las comunidades cristianas de finales del siglo I. En ese momento los seguidores de Jesús enfrentaban grandes dificultades externas e internas. Después de la destrucción del templo en el año 70 DC, se fue intensificando la confrontación con el imperio romano y con la comunidad judía reorganizada en torno a los escribas y fariseos. 
El acoso romano sembraba el miedo en estos recién convertidos. Las comunidades judías terminaron expulsando a los cristianos de las sinagogas. Existían además los discípulos de Juan que lo presentaban como el verdadero Mesías. Ante tantos ataques y dudas, el evangelio de Marcos apareció para responder a las preguntas más acuciantes: ¿Quién en Jesús? ¿Quién es Juan el Bautista? ¿Qué camino deben de seguir los seguidores de Jesús? ¿Cómo comportarse antes tantos acosos?
El evangelio de S. Marcos responde a todas estas preguntas. Hoy leemos el inicio de este texto. Y desde el principio, Marcos trae un anuncio que va llenar a todos de alegría y esperanza, que los va a animar a mantenerse unidos, como discípulos de Jesús, y a afrontar todas las dificultades que se presenten. Y ese anuncio es: Jesús es el evangelio, la buena noticia de Dios porque a él, su Hijo amado, Dios lo constituyó Mesías (que es lo mismo que Cristo), para que llevar a cabo su plan de salvación de la humanidad. Esta afirmación fundamental será el contenido de toda su obra. De hecho, concluye su evangelio con esa misma afirmación, hecha al pie de la cruz por el oficial romano encargado de su ejecución: “Realmente este hombre era Hijo de Dios” (15,39).
Jesús es el Hijo de Dios. En él se cumplen todas las profecías del antiguo testamento que Juan el Bautista, voz que clama en el desierto, recoge, como último de los profetas. Juan no es sino el precursor, el nuevo Elías, vestido como él, que viene a preparar un pueblo bien dispuesto para que reciban a Dios. Se cumplen las promesas anunciadas por Isaías y Malaquías. Su misión es exhortar al arrepentimiento de los pecados ante la inminente presencia pública del Mesías. Juan sabe que él es un abridor de caminos y que ante el Ungido de Dios él no es digno ni siquiera de desatarle las sandalias, función reservada a los esclavos. 
Nosotros también vivimos un tiempo de grandes dificultades y confusiones. Por todas partes surgen conflictos, enfrentamientos y guerras fratricidas que ponen en peligro el destino de la humanidad entera. Y nos preguntamos ¿hay esperanza para un futuro mejor? ¿qué rol nos toca jugar a nosotros los cristianos en medio de tantas tribulaciones? ¿Cómo llevar adelante el testimonio de Jesús como Hijo de Dios hecho hombre y salvador de la humanidad? También nosotros podemos por consiguiente encontrar en la lectura de este evangelio repuestas a nuestros grandes interrogantes y la luz y la fuerza que necesitamos para actuar.
Juan vino en un momento álgido de la historia a hacer oír su voz, a abrir caminos. Recoge en su predicación la inmensa corriente de profetas que fueron sembrando también esperanza y ánimo en diversas épocas de la historia del pueblo de Israel. Nosotros hoy también estamos llamados a hacer oír el evangelio de Cristo buena nueva para todos los pueblos. Estamos llamados, por nuestro mismo bautismo, a abrir caminos para que los hombres de hoy puedan también salir al encuentro de Jesús y encontrar en él la respuesta que necesitan. No nos quedemos callados. Trabajemos activamente para que la esperanza no se apague, para que a los desanimados y desesperados les llegue también esta buena noticia salvadora.
Hoy es el día internacional de los Derechos Humanos. Este código de convivencia humana fue asumido por todas las naciones, en 1948, al finalizar las dos grandes guerras mundiales que azotaron el siglo XX y causaron millones de víctimas. Sin duda se han hecho grandes progresos sobre todo en defensa de la niñez y de la mujer, de los pueblos indígenas, de la supresión de la esclavitud, de la contaminación del medio ambiente. Causa alegría por ejemplo como se ha consolidado en América Latina el proyecto llamado Red Pan amazónica (REPAM), auspiciado por la Iglesia de Brasil y el Consejo episcopal latinoamericano y que ha encontrado un fuerte apoyo en la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco y la convocatoria de un Sínodo universal sobre la Amazonía.
Pero aún quedan muchos valles de indiferencia y olvido que rellenar, muchas colinas de prepotencia y orgullo que rebajar, muchos senderos torcidos de intereses particulares y corrupción que enderezar, muchos pedruscos en el camino que hay que quitar para se abra más amplia la ruta que conduce a la paz universal. Quedan muchos desiertos de deshumanización que hacer florecer con la buena noticia que Dios nos ha enviado con la presencia de su Hijo, nuestro Señor y Salvador.
Ponernos a trabajar en esta cantera es la mejor manera de preparar la Navidad y nuestro encuentro definitivo con el Señor en la Parusía. Como nos exhorta hoy S. Pedro en la segunda lectura nosotros hoy viviendo activamente nuestra condición cristiana, ya hacemos realidad desde esta tierra los cielos nuevos y la tierra nueva que sea morada para una humanidad renovada en el amor.
Hagámosle eco a Isaías, a Malaquías, a Juan el Bautista: alcemos nuestra voz anunciemos a gritos que con Cristo se acabó la servidumbre, llegó la libertad y resplandeció la verdad. Dediquemos nuestra vida personal, familiar y comunitaria a preparar caminos para un mundo mejor, lleno de paz y de fraternidad, de misericordia y bondad. ¡Aparecerá entonces la gloria del Señor! y ¡no solamente la cantarán los ángeles en el cielo sino también los coros de los humanos que habremos aprendido a ser hermanos! Amén
Maracaibo 10 de diciembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

domingo, 3 de diciembre de 2017

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017 - HOMILÍA

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
Hoy, con la celebración del primer domingo de adviento, se inicia un nuevo año litúrgico para la Iglesia católica. Son cuatro semanas para prepararnos a las dos venidas del Señor: la de Navidad y la del final de los tiempos. Es un tiempo muy hermoso que exige que lo entendamos bien y lo vivamos con intensidad. que tiene su sentido propio pero que corre el riesgo de pasar desapercibido, por la fuerza publicitaria de la otra navidad: la navidad comercial y consumista.
La sociedad liberal y consumista nos ha impuesto hasta ahora su propio concepto de Navidad, que ha ido dejando progresivamente fuera el acontecimiento cristiano central: el nacimiento del niño Dios en Belén. En su lugar nos ha venido ofreciendo otro programa totalmente pagano, centrado en el consumo, las comidas, la fiesta, los viajes y los regalos. Nos ha impuesto personajes y animales como Santa, los trineos y los renos, o figuras de la nueva era como el espíritu de navidad, que son totalmente ajenos a nuestra cultura y a nuestra fe. Muy bien podríamos aplicar al comportamiento de muchos católicos en esta época el reproche que Dios le dirige a su pueblo por boca del profeta Isaías: “Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más(Is 1,14)
Gracias a Dios no falta también el hermoso testimonio de familias cristianas que viven esta época centrada en el cultivo de la fe, el cultivo de los valores familiares, en el compartir con los más necesitados y desvalidos, la dedicación más intensa a los niños, a los adolescentes y a los abuelos.
Es bien cierto que todo este aspecto comercial y consumista, de fiesta y de viajes, de comidas y estrenos se ha venido a menos por la aguda crisis económica que sacude el país, por el éxodo masivo de venezolanos a otros países y la consiguiente dispersión de la familia; por la creciente dificultad para desplazarse dentro y fuera del país, por la carestía de alimentos y medicinas, por los inalcanzables costos de los platos tradicionales.
Pero no hagamos de nuestro adviento y las próximas navidades un tiempo de lamento y de quejas porque no tenemos esto y lo otro. El Señor sigue viniendo a nuestra vida. El Señor sigue haciéndose, Enmanuel, uno de nosotros. Camina con nosotros y alimenta nuestra esperanza. Con la fuerza de su luz aprendamos a interpretar estos acontecimientos y a encontrar, de manera creativa y sencilla, cómo no perder el sentido festivo y de alegría que trae siempre la presencia de Dios entre los seres humanos.
Para entrar en esta perspectiva los invito a acoger con apertura de mente y corazón el mensaje contenido en las lecturas de este domingo. Los textos bíblicos nos hablan de otra venida, la segunda, llamada la parusía, que será el final definitivo de toda noche, porque Dios mismo se manifestará en plenitud al mundo y llevará a término el Reino de Dios.
El evangelio nos habla de un dueño de casa que se ausenta y deja a sus servidores y al portero encargados de cuidarla y atenderla durante su ausencia. Les entrega atribuciones, dice el texto, y espera que mientras dure su ausencia, cumplan su trabajo con gran diligencia y responsablemente.
El dueño de la casa es el mismo Cristo. Y nos da a entender en qué sentido sus discípulos han de entender ese tiempo que dura su ausencia y su repentino retorno. No es una espera pasiva, sin hacer nada. No. Se trata de una espera activa. Pablo alude a esta manera de esperar el retorno de Cristo en el texto que acabamos de escuchar, tomado del inicio de la carta a los Corintios. Han de esperar, dice el apóstol, que Jesucristo el Señor se manifieste poniendo por obra todos los dones con los que han sido enriquecidos, tanto en el orden de la predicación como de la acción evangelizadora.
Hermanos, en este último discurso de Jesús antes de afrontar su pasión, no se nos dice cuándo y cómo concluirá la historia de este mundo. Lo que si nos dice claramente es cuál ha de ser la actitud ante el anuncio de la venida del Señor. El retorno del Señor no es un acontecimiento que los cristianos tengamos que esperar pasivamente.  Al contrario, esta venida ha de incidir directamente en la manera cómo vamos a vivir y a actuar en el momento actual.
No nos dejemos envolver por el miedo y el terror ante el anuncio de las grandes catástrofes ni por las trágicas visiones de los profetas del desastre. ¡Estemos atentos! La mejor manera de contar con el beneplácito del dueño de la casa cuando se presente y pida cuenta de nuestra gestión al frente de ella, es la aprovechar cada día de nuestra vida en hacer presente, viviendo como hermanos en comunidad, con la fuerza que nos comunica la Palabra, la eucaristía y el amor solidario, esas atribuciones que el Señor lleno de confianza nos ha entregado.
Hemos dicho anteriormente que el dueño de la casa es nuestro Señor Jesús. Añadamos que la casa es el mundo, la Iglesia, nuestra casa familiar, nuestro corazón. Todas esas tareas tienen todas que ver con la transformación de este mundo para que sea una gran casa común donde vivamos en paz, como hermanos, compartiendo los bienes de esta creación. Tienen que ver con el empeño de hacer de nuestra Iglesia un gran faro de luz que sirva de guía a los que la busquen y tengan necesidad de ella. Tienen que ver con la misión de hacer de la familia el santuario de la vida, la escuela de humanidad, el núcleo fundamental de la cultura solidaria y fraterna.  Tiene que ver con la convicción alegre y fiel con la que cada uno de nosotros se considere ese servidor, ese administrador entregado a fondo a su tares y buscando sacar provecho de sus talentos y dones en beneficio del bien común y del bienestar de todos.
¡Estemos atentos! ¡No podemos esperar con los brazos cruzados! Tampoco podemos delegar en otros lo que nos corresponde hacer. ¡Seamos responsables con los encargos y dones que Dios nos ha dejado! Mantengámonos firmes y activos, alegres y esperanzadores hasta el final. Así viviremos nuestra vida en tensión vigilante, responsable y activa, volcados hacia un cumplimiento que para nosotros aún no se ha realizado, pero del cual tenemos, en Jesucristo, la maravillosa certeza de que llegará y nos colmará a todos de inmensa alegría.
Maracaibo 3 de diciembre de 2017


+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo