martes, 30 de septiembre de 2014

Centenario del nacimiento de Mons. Miguel Antonio Salas y el inicio de su causa de canonización.

Buenas noches, hermanos, desde Roma, donde acabo de llegar, les reenvío este correo de Mons. Baltazar Porras, arzobispo de Mérida, anunciándonos la buena noticia del centenario del nacimiento de Mons. Miguel Antonio Salas y el inicio de su causa de canonización. Dios los bendiga...
 ***
En archivo anexo, documentación que habla por sí sola.
Anexo a la exhortación, el escrito presentado ante la Congregación de los Santos. Está en imprenta pequeño folleto con la vida de Mons. Salas y la promoción de una batería de estampas de diversas etapas de la vida de Mons. Salas.
Las dificultades de diversa índole del sector tipográfico nos impiden tener listos los materiales señalados.
Próximamente daremos mayor información sobre todo el proceso.
Gracias por su comprensión +Baltazar


ARQUIDIOCESIS DE MERIDA
DESPACHO DEL ARZOBISPO
BREVE EXHORTACION PASTORAL EN OCASIÓN DEL INICIO DEL AÑO DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE MONS. MIGUEL ANTONIO SALAS, ARZOBISPO DE MERIDA (29-9-1915 – 29-9-2015)
Queridos hermanos y amigos:
El 29 de septiembre de 1915 nacía en la aldea de Sabana Grande, La Grita, Estado Táchira, un niño a quien le pusieron por nombre Miguel Antonio en honor a la fiesta del día. Recibió la formación cristiana característica de los pueblos andinos. Con la llegada de los Padres Eudistas a La Grita donde abrieron un colegio y centro vocacional llamado Kermaría, el joven Miguel Antonio se convirtió en el primer Eudista venezolano. Enviado a estudiar a Bogotá, en el Seminario Eudista de Valmaría hizo su noviciado y estudios de filosofía. Para la teología frecuentó la Pontificia Universidad Javeriana donde obtuvo la licenciatura en Sagrada Teología.
Ordenado sacerdote el 24 de marzo de 1943, fiesta de la Congregación de Jesús y María, en la ciudad de Bogotá, realizó su primera experiencia como formador en el Seminario de Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia, que estaba entonces a cargo de los Padres Eudistas. En 1945 pasó a formar parte del equipo sacerdotal Eudista del Seminario Santo Tomás de Aquino de San Cristóbal, al lado de beneméritos padres, como el P. Lorenzo Yvon, Rector, a quien sucedió en 1948 en dicho cargo.
En 1954, la Congregación de San Juan Eudes fue llamada a Caracas para sustituir a los Padres de la Compañía de Jesús, en la dirección del Seminario Interdiocesano de la capital. Fue su primer rector durante un sexenio. A finales de 1960 se dirigió a París para especializarse en teología, pero en diciembre de ese año el Papa Juan XXIII lo nombró Obispo de Calabozo. Recibió la ordenación episcopal en Roma el 2 de febrero de 1961 de manos del recién creado Cardenal José Humberto Quintero Parra, Arzobispo de Caracas.
Desde marzo de 1961 hasta agosto de 1979 se desempeñó como Obispo en las pampas guariqueñas. El Papa Juan Pablo II lo designó Arzobispo de Mérida, cargo que ocupó desde el 15 de septiembre de 1979 hasta el 5 de diciembre de 1991, en que por razones de edad pasó a la condición de Obispo Emérito. Se retiró a vivir a su aldea natal, Sabana Grande donde hizo el trabajo de párroco de dicha comunidad y las aldeas colindantes hasta su muerte, acaecida por accidente automovilístico el 30 de octubre de 2003.
Se distinguió durante toda su vida por ser un hombre de oración y fe profunda. Sencillo, humilde, pobre, pero dotado de un profundo amor a la Iglesia y a los pobres. Así transcurrió su vida. Fue un ejemplo para todos sus alumnos en el Seminario, y luego como obispo supo llevar adelante una acción evangelizadora eficaz, preocupándose principalmente en la promoción vocacional. Fruto de ello, el numeroso grupo de sacerdotes formados por él a lo largo de toda su vida.
El Papa santo Juan Pablo II nos pidió que propusiéramos modelos de vida cristiana de hombres y mujeres del siglo XX. Sin duda, Mons. Salas es uno de esos ejemplos a admirar e imitar. Propuesta a la Congregación de la Causa de los Santos, la introducción del proceso de Mons. Miguel Antonio Salas, fue aprobada. Nos toca ahora dar a conocer su vida y obras, recoger los testimonios de quienes lo conocieron y trataron, orar y pedir por su intercesión para que sea una realidad el que lo tengamos como modelo de santidad en los altares. A esta piadosa iniciativa se unen la Congregación de Jesús y María, y las Diócesis donde sirvió como sacerdote y obispo: San Cristóbal, Caracas, Calabozo, Valle de la Pascua y Mérida; y en todo el país, sus numerosos exalumnos sacerdotes y laicos, y quienes tuvieron la dicha de compartir con él y están diseminados por diversos lugares del país y del exterior.
Hemos designado como Postuladora de su Causa en Roma a la Dra. Silvia Correale, y como Vicepostulador en Mérida al Pbro. Javier Muñoz. Muy pronto daremos información detallada de todo ello. Dentro de poco, también, publicaremos una breve semblanza de su vida. Rogamos a todo el que tenga información valiosa, escrita, oral, gráfica o de cualquier otra índole nos la haga llegar al Palacio Arzobispal de Mérida.
Por todo ello, decretamos que este año que corre desde el 29 de septiembre del 2014 hasta la fecha homónima del 2015, sea “año centenario del nacimiento de Mons. Miguel Antonio Salas” para que iniciemos con buen pie, bajo el amparo de Jesús y María, el proceso de beatificación de nuestro querido antecesor. El lanzamiento oficial lo haremos en la misa Patronal de San Miguel del Llano de Mérida, el 29 de septiembre de 2014.
Con nuestra bendición,

    +Baltazar Enrique Porras Cardozo                                +Alfredo Enrique Torres Rondón
 Arzobispo Metropolitano de Mérida                                     Obispo Auxiliar de Mérida

jueves, 25 de septiembre de 2014

ORACIÓN DE LOS MINISTROS ORDENADOS.

Oh Dios y Padre nuestro, te damos gracias por que nos has llamado al ministerio ordenado.

Por los méritos de tu Hijo Jesús,
 aviva en nosotros,
el espíritu de contemplación,
la caridad pastoral y la fraternidad sacramental
para hacer crecer tu Iglesia en Venezuela.

Los fundadores de nuestras Iglesias particulares,
sus santos, los ministros y todos aquellos
que les han servido en su historia
sean nuestros modelos y nuestra ayuda.

Haz, oh Padre benévolo y misericordioso,
que todos nosotros: obispos, presbíteros y diáconos, junto con los consagrados y los laicos, en la comunión de la Iglesia universal, caminemos en el Espíritu, para vivir y dar testimonio de tu amor.

Oh Jesús, Pastor de los pastores,
ayúdanos a colaborar para que tu Iglesia
se enriquezca con numerosos
y santos ministros ordenados.

Oh Madre y Virgen María, intercede por nosotros
para que el espíritu Santo modele nuestro corazón a
imagen del de tu Hijo, para vivir con gozo y fidelidad el ministerio que se nos ha confiado. Amen.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Homilía Del Domingo XXV Ordinario Del Año Ciclo A: Jesús nos Revela la lógica de Su Padre…

Muy queridos hermanos y hermanas
El evangelio de hoy pertenece a la sección del viaje de Jesús a Jerusalén, donde vivirá su pasión, muerte y resurrección. Presenta la particularidad de estar enmarcado entre dos frases idénticas (Mt 19,30 y 20,16): donde Jesús afirma que “los primeros serán los últimos y los últimos los primeros”. Esta inclusión nos ofrece la clave de la interpretación de la enseñanza del Señor. Jesús es el Reino de Dios, el Reino de los cielos. Él es el mundo nuevo, al cual él me invita a entrar. Pero el suyo es un mundo al revés, completamente distinto al nuestro, que choca frontalmente con nuestra lógica de poder, ganancia, recompensa, habilidad, esfuerzo. En su lugar nos ofrece otra lógica, la de la gratuidad absoluta, del amor misericordioso y sobreabundante. Esta invitación y este cambio radical en el modo de ver el mundo, las cosas, la vida y la misma relación con Dios, Jesús nos la hace descubrir a través de la narración de una parábola.

Se trata del dueño de una hacienda que sale él mismo, en persona, a contratar trabajadores para su viña y sorprendentemente no lo hace solo en las horas de la mañana, que es lo normal, sino que también sale a mediodía, a las 3pm e incluso a las 5pm, cuando ya la jornada está por finalizar. A todos los invita a trabajar en su viña y les ofrece pagarle lo justo. Cuando la jornada de trabajo concluye, el monto del pago causa desconcierto porque, a todos, el administrador les paga el mismo denario que había convenido solo con los trabajadores de la primera hora. Estos se quejan y murmuran porque esperaban recibir más, aduciendo que habían llevado “el peso del día y del calor”, pero el mismo dueño de casa en persona les explica  que él no ha sido injusto con ellos; que no se tienen que molestar: “si yo quiero dar a estos últimos lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?” En la lógica del dueño de la viña, “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
El dueño de casa es el mismo Jesús, quien se hace hombre, presente en esta tierra y está en salida permanente, recorriendo nuestras calles y plazas para invitarnos a trabajar en su viña. No se cansa de salir. No se cansa de invitar, sin importarle la hora a trabajar en su viña. En la Escritura la viña condensa una realidad, muy rica y profunda. Isaías 5 dice claramente que la viña,  significa el pueblo de Israel: “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel: los habitantes de Judá, su plantación favorita” (Is 5,7).
 
Ha sellado con él una alianza inviolable; lo cuida, como el  viñador  su viña, haciendo de todo para que de sus frutos más bellos. Israel somos cada uno de nosotros, toda la Iglesia: el Padre nos ha encontrado como tierra abandonada, reseca, devastada, rellena de piedras y nos ha cultivado, regado a cada instante; nos ha plantado como viña escogida, toda de cepas genuinas (Jer 2,21). ¿Qué más pudo hacer por nosotros, que no lo haya hecho? (Is 5,4).
 En su anonadamiento infinito Él mismo se ha hecho viña de nuestro suelo; se ha convertido en la verdadera vid (Jn 15,1ss), se ha unido a nosotros como la viña está unida a sus sarmientos. El Padre, como buen viñador, continúa su obra de amor con nosotros y espera pacientemente a que demos fruto; Él poda, cultiva y luego nos envía a todos a trabajar en su viña, a recoger los frutos. Unos al amanecer, otros a media mañana, otros a mediodía, otros a media tarde y por fin otros casi al término de la jornada. Para todos hay una invitación, para todos, una oportunidad de trabajar y de producir frutos buenos y abundantes que le den vida a su pueblo. Somos enviados a SU viña; no nos podemos echar para atrás, porque estamos hechos para esto: para ir, trabajar, producir fruto y un fruto que  permanezca (Cf Jn 15,16)
El dueño de la viña establece como recompensa del trabajo de la jornada un denario. Es el pago único. Pero en el relato evangélico el dueño le da otro nombre a este denario; dice de hecho: “os daré lo que es justo” (v.4). El Señor nos invita a su viña y nuestro pago será sin duda lo justo. No nos pagará en dinero sino en especie. El pago será el justo, el mejor que haya, un pago inimaginable: será el mismo Señor Jesús. Él, en efecto, no da, no promete otra cosa que a sí mismo. Dios no tiene otro salario que dar que El mismo. Dios es nuestro don, seamos de la primera o de la última hora.  Pero esa recompensa ya la recibimos desde esta misma tierra: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
En el texto del evangelio encontramos repetidos los verbos “salir”, “enviar”, mandar”, “recibir”, “dar”; unos se refieren al dueño de la viña, otros a nosotros. Todos nos llaman, nos impulsan a ponernos en movimiento. Es el Señor Jesús el que envía, haciendo de nosotros sus apóstoles: “He aquí que yo los envío” (Mt 10,16). Cada día Él nos llama para su misión y repite sobre nosotros aquello de “¡Vayan!” y nuestra felicidad precisamente está escondida aquí, en la realización de estas palabras suyas. Andar donde Él nos manda, en el modo que Él lo indica, hacia la realidad y las personas que Él nos pone delante. ¡No nos equivoquemos de viña, no nos equivoquemos de trabajo! ¡No nos equivoquemos de destinatarios! Nunca es tarde para encontrarnos con Jesús, el dueño de la viña, para recibir su invitación, salir a trabajar en su viña.
Pero, mucho cuidado: tenemos que aprender a trabajar y a valorar el trabajo en la viña, que es el mundo y también la Iglesia, al estilo del dueño de la viña. Hay una nueva mentalidad que adquirir. Una nueva mirada que descubrir. No refunfuñemos. No murmuremos contra el dueño de la viña. Jesús nos invita a una profunda conversión para aceptar a Dios Padre tal como él nos lo revela. Dios no se relaciona con los seres humanos según sus méritos y cualidades sino según su bondad, su compasión, su inconmensurable amor. Así como el llamado a trabajar con él es pura gracia, también es pura gracia, puro don, el pago que nos quiera dar. Ninguno se lo merece. Solo nos podemos apoyar para ello en su infinita misericordia. Estamos ante el gran y desconcertante misterio- no porque no se pueda explicar sino porque es imposible agotarlo- de la bondad infinita de Dios. El tiene otras medidas muy distintas a las nuestras. Como dice Isaías: “sus planes no son nuestros planes”. Tenemos que aprender a movernos, a pensar, a trabajar de acuerdo a los planes de Dios y no a los nuestros. Se trata, como dice S Pablo en la segunda lectura, de aprender a llevar una vida regida por la voluntad de Dios, no por la nuestra que resulta muy mezquina, pobre, humillante e injusta. 

San Pedro nos dice que en el fondo se trata de un asunto de hospitalidad. Esa es la vía que él propone: “Practiquen la hospitalidad los unos con los otros, sin murmurar” (1 Pe 4,9). Y practiquémosla en primer lugar con el mismo Dios. Dice Juan que “el vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Esperaban un Dios distinto, un Mesías distinto y rechazaron el que Dios les presentó y la forma cómo se presentó. Démosle hospitalidad a Dios tal como Él se presenta. Esta acogida nos cambiará los ojos, el corazón y nos preparará poco a poco a ser receptivos de las maneras desconcertantes y hasta escandalosas cómo El quiere presentarse en los acontecimientos, en los “últimos” de la sociedad.

Acojamos a Jesús como Él es y tal como él quiera  llegar: como un bebé en un pesebre, como un campesino galileo montado en un burrito, como un sedicioso clavado en una cruz, escondido en un pedazo de pan, bajo la apariencia de un pobre niño abandonado. Pidamos ardorosamente en esta misa que nos dejemos enviar por él a trabajar en esa viña completamente distinta a los demás lugares de trabajo que se rigen por patrones egoístas e injustos; que aceptemos trabajar con los  operarios distintos a nosotros, enviados por él a horas diferentes de la jornada. Que abra nuestros ojos con su ungüento sanador para que veamos con claridad su presencia amorosa allí donde otros ven un ser despreciable. Que el trabajo en su viña nos vaya haciendo semejantes a él: buenos, pacientes y compasivos.  Que su gracia insistente rompa por fin el caparazón de egoísmo con el que nos blindamos y nos inunde con su infinita misericordia.


Maracaibo 21 de septiembre de 2014