domingo, 27 de agosto de 2017

DOMINGO XXI ORDINARIO CICLO A 2017 ¿Y TU QUIEN DICES QUE SOY YO?

Muy queridos hermanas y hermanos,
La pregunta sobre quién es Jesús ya la habían formulado anteriormente otros interlocutores. Cuando EL Señor calmó la tempestad en el lago, sus discípulos se preguntaron: “¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (Mt 8,27). Cuando desde la cárcel Juan el Bautista se entera de las actuaciones de Jesús, le manda a preguntar con sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (11,2) y los testigos de la expulsión de un demonio se preguntan: “¿No será este el Hijo de David?” (12, 23). La pregunta sobre la identidad de Jesús está pues en el aire a lo largo de toda la narración de Mateo y mantiene, aún hoy, su permanente actualidad.
En el evangelio que acabamos de escuchar, es Jesús quien toma la iniciativa de formular la pregunta sobre su identidad. Lo hace cuando se encuentra con sus discípulos en una región muy agreste y apartada del norte de su país, en la frontera con Siria, donde están las fuentes del río Jordán y se practican, desde tiempos ancestrales, actos idolátricos. Ya lleva Jesús bastante tiempo con los suyos, ya lo han visto actuar, han escuchado sus enseñanzas. Dentro de poco va a iniciar la larga caminata que lo va a llevar a Jerusalén, la etapa culminante de su misión. Necesita empezar a cohesionar más a los suyos y fortalecerlos en la fe para prepararlos a su pasión y muerte.
Primero les pregunta sobre quién dice la gente que es él. Las respuestas son variadas. Lo confunden con Juan el Bautista que acaba de ser decapitado, con Elías, con Jeremías o con algún personaje relevante del Antiguo Testamento. Todas las respuestas encierran un aspecto verdadero: Jesús es un profeta que viene en nombre de Dios. Pero todas denotan la confusión que tiene la gente sobre su verdadera identidad y lo difícil que les resulta comprender su misión.
Luego pregunta directamente a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. La pregunta va dirigida a todos. Pedro es el que contesta en nombre de todos sus compañeros. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Sorprende que, ante opiniones tan variadas como confusas, Pedro responda inmediatamente con claridad y contundencia. Jesús se va a centrar en su respuesta para extraer importantes afirmaciones que conviene recoger.
Se trata de una profesión de fe, completamente distinta a las opiniones emitidas por el entorno popular. Reconoce a Jesús como Mesías e Hijo de Dios vivo. No es Hijo de cualquier dios sino del Dios vivo. Queda claro que los demás dioses no son, no tienen vida ni comunican vida. El Dios de la Biblia, desde que se presentó a Moisés en la zarza ardiente (Cf Ex 3,1-14), se manifiesta siempre como un Dios que camina con su pueblo, que lo acompaña en todo momento y en todas partes, que se mantiene fiel a su alianza, a pesar de las prevaricaciones de Israel, y que no olvida nunca sus promesas. El Dios que Jesús hace visible no es un Dios de muertos sino de vivos (Cf. Mt 22,32).
Jesús felicita a Pedro y lo declara dichoso porque lo que ha dicho no es algo que lo sacó de su cabeza o de sus razonamientos, sino una revelación que proviene directamente de su Padre Dios. Ya Jesús lo había proclamado anteriormente: “Mi Padre me entregó todas las cosas y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar” (11,27). Pedro es dichoso porque pertenece a esos pobres y sencillos a quien el Padre tiene predilección en revelarle sus designios. La búsqueda racional de Dios es posible, pero para entrar en una relación personal e íntima con El, hace falta la gracia divina que Dios da a quien Él quiere.
Es dentro de esta relación que Jesús está invitando a Pedro a entrar de ahora en adelante. No quiere tener seguidores fríos y cerebrales sino hombres profundamente tocados, en lo más íntimo de su ser, por la gracia del encuentro con el misterio de Dios presente en él. Para llevar a cabo este seguimiento va a ser menester que cambie completamente el rumbo de su vida y asuma otra misión. Jesús se lo da a entender cambiándole el nombre, de Simón a Pedro, que significa piedra, roca.
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. La profesión de fe Pedro se transforma en el basamento sólido sobre el cual el Señor quiere realizar la convocatoria del pueblo de la nueva alianza, la Iglesia. Es decir, aquella comunidad integrada por quienes lo reconocen como Mesías e Hijo de Dios. Pedro será la primera piedra de ese nuevo edificio, sobre él y sobre todos los que profesan su fe en Cristo Jesús como Señor y Salvador, levantará su Iglesia. Esa Iglesia se sostiene contra todos los embates porque es Jesús quien la edifica, la convoca, la consolida en torno a él. Él es la única piedra angular (Cf. Ef 2,20).
Como primera piedra de esta nueva realidad, Jesús le entrega las llaves del Reino de los cielos. La imagen de las llaves no se refiere tanto a la idea del portero ni a la del iniciador espiritual que comunica a otros adeptos secretos de vida religiosa, sino a la entrega de una autoridad que habrá de ejercer con responsabilidad. En este sentido “atar y desatar” significa sobre todo la responsabilidad que recae, sobre él y sobre todos los demás dirigentes y pastores, de facilitar al pueblo creyente el acceso a Dios como Padre y al encuentro directo y personal con Jesús y sus hermanos. En ese sentido no se han de comportar como aquellos fariseos y letrados a quienes Jesús les reprocha precisamente que ni dejan entrar al pueblo sencillo al Reino ni tampoco entran ellos (Mt 23,13).
Hermanos hermanas, queda claro que para san Mateo el encuentro personal con Jesús es vital para la salvación, pero se trata de un asunto que solo se consigue con el don la gracia divina. Una gracia que hay que pedir constantemente porque no la recibimos de una vez por todas. El mismo Pedro es un vivo ejemplo de la necesidad de crecer constantemente en la fe. En el episodio que sigue al que estamos comentando, Pedro trata de apartar a Jesús de su misión mesiánica a través de la cruz y se gana un terrible regaño (16,23). Y en las puertas de la pasión, sabiendo Jesús que Pedro lo va a negar, le dice: “¡Simón, Simón! (ya no lo llama Pedro sino usa su viejo nombre) Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos, así como se hace con el trigo cuando se le separa de la paja. Pero yo he rogado por ti para que no pierdas tu fe y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos” (Lc 22,31-32).
   A cada uno de nosotros nos toca seguir avanzando por el camino de la fe, ansiando llegar al perfecto conocimiento de Jesús y estar en condiciones en cada situación en que nos coloque la vida de responder personalmente a la pregunta de Jesús: “¿Quién dices tú que soy yo?”. Una respuesta que nos tocará, con la gracia del Espíritu Santo y la ayuda de nuestros hermanos, ir renovando en cada una de las etapas importantes de nuestra vida. La tendremos que responder, no desde la razón o el cerebro, sino desde el corazón y la vida.
Igual que Pedro no podemos inventar la respuesta. Tenemos que esperar que el Padre nos haga el don de su Espíritu para que podamos profesar rectamente desde nuestro modo de vivir, desde nuestros comportamientos, desde la calidad de nuestras relaciones, llenas de misericordia y compasión, quién es Jesús para nosotros. Solo a partir de una respuesta acertada y personal a esta pregunta, traducida en vida y entrega en el amor al hermano empezamos a ser cristianos y construimos Iglesia. Nunca olvidemos que es en el crisol del sufrimiento y de la cruz que nos toca llevar si queremos seguir al Señor, donde la fe se fragua y alcanza su verdadero temple.

Hoy también es una buena oportunidad para manifestar nuestro deseo de transformarnos nosotros también en pequeñas piedras vivas para la construcción del Reino. Como lo pide San Pedro en su 1a carta, pensando quizá en el inicio de su nueva misión: “Al acercarse a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también ustedes participan como piedras vivas en la construcción de un templo espiritual para ejercer un sacerdocio santo que, por mediación de Jesucristo, ofrezca sacrificios espirituales agradables a Dios” (1 Pe 2,4-5).
En esta eucaristía, demos gracias a Dios porque nos ha introducido como sujetos constructores de su Reino de justicia, de paz y de vida. De algún modo también compartimos el don de las llaves, en la medida que tenemos cada uno de nosotros, como miembros de la comunidad del Dios vivo, la gran responsabilidad de contribuir con nuestro servicio humilde y sencillo a abrir las puertas del Reino de Dios a tantos hermanos que sufren toda clase de abandono y esperan ansiosamente quien les ayude a darle un verdadero sentido a sus vidas.
Maracaibo 27 de agosto de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 6 de agosto de 2017

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR 2017 - HOMILÍA

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR 2017
HOMILÍA
EL CAMINO HACIA LA GLORIA CON CRISTO PASA POR LA CRUZ. NO HAY OTRO

Muy queridos hermanos y hermanas,
El relato de la transfiguración del Señor se sitúa en el inicio de la tercera parte del evangelio de Mateo. En esta última etapa Jesús enfila decididamente sus pasos hacia Jerusalén y se concentra en la formación de sus discípulos para que estén en condiciones de compartir su pasión y su muerte en cruz. Luego de la profesión de fe formulada por Pedro, Jesús empieza a mostrar, de manera abierta, cual es la figura de mesías que él está llamado a realizar. Los discípulos necesitan ir asimilando poco a poco el camino doloroso que su Maestro les propone y lo que significa para ellos y para todos los que quieran hacerse discípulos de Jesús. Van a ir descubriendo que el camino doloroso que Jesús quiere recorrer es necesario para la salvación de la humanidad y la glorificación de Jesús. Ese mismo camino les tocará recorrer a ellos y a los seguidores del mañana, si quieren ser fieles al seguimiento de su Señor.
Este anuncio trastorna la cabeza de Pedro y la de sus compañeros. Ellos caminan con Jesús en medio de los pobres, pero en su mente cultivan proyectos de grandeza. Sueñan con un Mesías político que va a expulsar a los invasores romanos e re-instaurar gloriosamente el Reino de Israel. Esperaban un rey glorioso. Por eso se escandalizan al oír los anuncios que, por tres veces, Jesús hace de su pasión y muerte. Jesús recrimina fuertemente a Pedro por su falta de comprensión y aceptación de los designios de su Padre y lo invita a él y a los demás discípulos a una profunda conversión para estar en capacidad de seguirlo, renunciando a sí mismos, cargando con su cruz y colocando sus pasos detrás de los suyos.
El pasaje de la Transfiguración, acontecimiento de la vida de Jesús que hoy celebramos, y en el que Jesús aparece glorioso en lo alto de un monte, era una ayuda para que ellos pudiesen superar el trauma de la cruz y estar así en condiciones de descubrir el verdadero mesianismo de Jesús y el sentido profundo de sus vidas. Pero, aun así, muchos años después, cuando ya estaba difundido el cristianismo en Asia menor y Grecia, la cruz seguía siendo un gran impedimento para las comunidades procedentes del judaísmo y del paganismo.
En su primera carta a los Corintios el apóstol Pablo se ve en la necesidad de abordar este tema. Para los de cultura judía la cruz es una locura; para los que provienen del paganismo, es un escándalo. Uno de los mayores esfuerzos de los escritores y pastores de los primeros siglos consistió a ayudar a los miembros de la comunidad a situar con claridad el tema de la cruz y del sufrimiento como camino hacia la gloria. La cruz no es ni una locura ni un escándalo sino la expresión más preciosa de la sabiduría de Dios (Cf 1 Co 1,22-31). Es en esta perspectiva que yo los invito, queridos hermanos, a leer, meditar y aplicar el texto del evangelio de la Transfiguración. La cruz es el camino hacia la gloria para Jesús y para sus seguidores y no hay otro. No hay atajo. No hay plan B.
Jesús mismo nos lo dice claramente en el texto que viene inmediatamente después del primer anuncio de su pasión: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga. Porque el que quiere salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la encontrará. ¿De qué le servirá a uno ganar el mundo entero si ´pierde su vida?” (Mt 16,24-26). Todo lo que el evangelista nos narra sobre la transfiguración tiene por finalidad dejar bien claro que ese es el camino ya señalado para el Mesías en las Escrituras y el que corresponde a los designios del Padre para salvar la humanidad.
En la cima de la montaña, Jesús manifiesta el esplendor de su gloria, escondida en su humilde humanidad, ante tres de sus discípulos. La montaña evoca el monte Sinaí donde en el pasado, Dios había manifestado su voluntad a su pueblo recién liberado por medio de Moisés. Los vestidos blancos recuerdan el resplandor que cubrió a Moisés cuando bajó de la montaña con las tablas de la Ley. Junto a Jesús transfigurado, aparecen Moisés y Elías, las dos mayores autoridades del Antiguo Testamento. Moisés representa la Ley. Elías la profecía. Con su aparición a los lados de Jesús, concuerdan para reconocer que Jesús es el Mesías que recoge en su persona toda la Escritura y todas las promesas mesiánicas. Lucas, por su parte, informa que conversaban con él sobre su próximo éxodo, es decir su muerte en Jerusalén. Queda así claro que tanto la Ley como los Profetas enseñaban que ese era y no otro el camino que asumiría el Mesías para redimir la humanidad del pecado.
Pedro, en medio de su temor, se siente bien y quiere quedarse de una vez en ese éxtasis de gloria en la montaña. Y con razón pues ese es nuestro destino final. Los otros dos quedan como embotados ante la revelación divina.  En eso resuena la voz del Padre desde la nube: “Este es mi hijo amado en quien me complazco. Escúchenlo”. La expresión “Hijo amado” evoca la figura del Mesías Siervo, anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 42,1). La expresión “Escúchenlo” evoca la profecía que prometía la llegada de un nuevo Moisés (cf. Dt 18,15).
Jesús es realmente el Mesías glorioso y el camino para la gloria pasa por la cruz, según había sido anunciado en la profecía del Mesías Siervo (Is 53,3-9). La gloria de la Transfiguración lo comprueba. Moisés y Elías lo confirman. El Padre lo garantiza. Jesús lo acepta. Los discípulos están llamados a convertirse para acoger al Mesías servidor sufriente sin reticencia. A él debemos escuchar y seguir fielmente sin desfallecer. Solo al final, después de haber recorrido todo el camino de la vida incluyendo la muerte, se manifestará la gloria.
La Cruz de Jesús es la prueba de que la vida es más fuerte que la muerte. Estamos ante la piedra de escándalo del cristianismo, la parte más dura de asimilar, de aceptar y de vivir.  La comprensión total del seguimiento de Jesús no se obtiene por medio de la instrucción teórica, pero sí por el compromiso práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén.
La civilización actual también rechaza el sufrimiento y la cruz. Por eso busca inventar todo tipo de evasiones para ignorarlos. Por otro lado, cada día vemos con mayor consternación cómo grandes masas de seres humanos son explotados inmisericordemente por sus semejantes en la esclavitud sexual, la trata de blancas, el comercio de órganos, la industria del aborto, trayendo consigo la miseria y la degradación humana. Es claro que debemos aplaudir todos los progresos de la ciencia médica para enfrentar y curar enfermedades que causan tanto dolor y superar en cuanto sea posible el sufrimiento humano. Pero estos avances no suprimen la existencia de la enfermedad, de la finitud y del sufrimiento que la humanidad lleva dentro de sí. Tenemos pues que aprender a vivir con esa realidad dolorosa y difícil.
En esta situación se encuentra hoy el pueblo venezolano. Gran parte de su angustia y de su sufrimiento es causado por aquellos que debieran servirles para hacerles la vida más llevadera y humana. Hermanos venezolanos derraman sangre de otros hermanos venezolanos. Eso no está bien. Como esa realidad está allí delante de nosotros, tenemos que aprender a reconocerla para poder, con la fuerza que nos comunica el hombre de la cruz y del amor, Cristo Jesús, impedir que nos aniquile moral y espiritualmente.
El camino de la cruz que transfigura a los seres humanos en hermanos pasa por una permanente actitud de servicio, de fraternidad y de reconciliación. ¿No será mejor entonces aprender a recorrerlas, a asumirlas con Cristo, de la manera más humana y solidaria posible, para transformarlas en caminos de fraternidad solidaria, en crecimiento de convivencia humana y en aceptación de unos y otros para poder adelantar la construcción de un mundo mejor?
Jesús nos enseña que la cruz forma parte del camino humano, pero no es la meta. Quedarse en ella es inhumano y puro masoquismo. Dios no quiere el dolor por el dolor, como condición humana permanente. El dolor y el sufrimiento no son castigos de Dios. Hay que superarlos. Hay que ir más allá. Pero no ignorándolo o combatiéndolo artificialmente sino transformándolos como Jesús y con Jesús en camino hacia la gloria y la transfiguración. Con la esperanza de alcanzar esa tierra nueva y ese cielo nuevo desde ahora, desde nuestras condiciones terrestres limitadas, y más tarde en toda su plenitud. Ese es el reto que el Señor nos propone. Esa es su apuesta. Y nos invita como a los tres discípulos de la montaña a no tener miedo en recorrerla con fe. El hizo el camino completo y nos garantiza que es el único que tiene salida.
Que el mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», haga hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. El himno litúrgico siguiente recoge toda la enseñanza de esta hermosa fiesta:
Para la cruz y la crucifixión,
para la agonía debajo de los olivos,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para los largos días de pena y dolor,
cuando se arrastra la vida inútilmente,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el fracaso, la soledad, la incomprensión,
cuando es gris el horizonte y el camino,
nada mejor
que el monte Tabor.
Para el triunfo gozoso de la resurrección,
cuando todo resplandece de cantos,
nada mejor
que el monte Tabor. Amén.
Maracaibo 6 de agosto de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo


viernes, 4 de agosto de 2017

¿EN QUE CONSISTE SER HOY BUEN PASTOR?

Con motivo de la fiesta de San Juan María Vianney, santo sacerdote francés del siglo XIX, quiero animarlos a todos ustedes, mis queridos hijos, a mantener viva la llama de su sacerdocio y de su servicio pastoral, compartiendo con ustedes parte de la homilía que Mons. Ángel Caraballo pronunció la semana pasada, en la ordenación presbiteral de Fray Fabián, un religioso agustino venezolano. ¡Feliz día del párroco! Mons. Ubaldo Santana.

¿En qué consiste ser hoy día, en medio de la sociedad venezolana, polarizada, empobrecida y divididas por luchas ideológicas, Buen Pastor?

El sacerdote, buen pastor, debe estar delante (EG, 31), para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, es decir, debe convertirse en modelo, en guía y en luz. El sacerdote es el primero en hacer lo que tienen que hacer los demás, el primero en emprender el camino que han de seguir los demás.

A imitación de Jesús el Buen Pastor, el sacerdote debe estar en medio de todos (EG, 31), con su cercanía, sencilla y misericordiosa. Debe llenar su actividad cotidiana de tiempos para los demás y de tiempos para el Señor. El sacerdote debe alimentarse del pan de la palabra y de la eucaristía, de la oración personal, del rezo y meditación de la Liturgia de las Horas y el rezo del Rosario, pues está convencido que sin Jesús no puede hacer nada, que es un simple instrumentos en sus manos, y que su misión principal misión es dar a Jesús a quien tiene en su corazón. Es práctica que debemos preservar durante toda nuestra vida de servicio.

En ese trato cercano con la gente, el sacerdote a imitación de Jesús, debe mirar a las personas a sus ojos con una profunda atención amorosa; debe ser siempre accesible a la gente, evitar protocolos innecesarios; no debe hacer caso al qué dirán ni a los respetos humanos, cuando se trata de servir a los excluidos de la sociedad; no debe aferrarse a un horario de atención al público como si fuese un funcionario público que gana por las horas que trabaja. En fin, debe vivir no para sí mismo sino para los demás.

El sacerdote, en ocasiones, deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos (EG, 31). Ha de tener un corazón magnánimo en el cual, entre todas las personas, especialmente aquellas que, por su condición política, social y económica, son excluidas y no tomadas en cuenta.

Dentro de algunos minutos, Fabián, públicamente, serás interrogado sobre tu idoneidad y recta intención de recibir este misterio que te confiará la Iglesia. Y, posteriormente, actuarás siempre públicamente, en representación de la Iglesia y de la Orden a la cual perteneces. Que seas siempre buen ejemplo para el pueblo fiel. Recuerda la advertencia que San Agustín hace sobre los malos pastores, quienes, colocados a la vista de todo el pueblo fiel, matan a sus ovejas con el mal ejemplo. pues desaniman a las fuertes y a las débiles les dan ocasión de justificar sus propios pecados, como si estas ovejas dijeran: “si mi pastor vive de esta forma, ¿quién soy yo para no hacer lo que él hace? Se trata de malos pastores a los que san Agustín aplica las palabras del evangelio: “Hagan lo que les dicen, pero no hagan lo que ellos hacen” (Mt 23, 3). Y un mal pastor es un pésimo testimonio para la promoción vocacional.

Al final del evangelio, el Señor nos ha dicho: “La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rueguen, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies” El Señor, de alguna manera, empeña su palabra: tendremos más sacerdotes, si rezamos más por las vocaciones sacerdotales y religiosas.

San Juan Pablo II, durante su dilatado pontificado, solía, cada año, enviar una carta a los sacerdotes el jueves santo. En su primera carta, relata una experiencia que se daba con cierta frecuencia en Alemania del Este, tras el telón de acero donde la persecución los dejó sin sacerdotes. Dice el Papa: “piensen en los lugares donde esperan con ansia al sacerdote, y desde donde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede alguna vez que se reúnen en un santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola aun conservada y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarísticas: y he aquí que el momento que corresponde a la consagración desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por llantos… ¡Con tanto ardor desean escuchar las palabras, que solo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente! ¡Tan vivamente desean la comunión eucarística, de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar!  Como esperan también ansiosamente oír las palabras divinas del perdón: “yo te absuelvo de tus pecados”. Tan profundamente sienten la ausencia de un sacerdote en medio de ellos.

Estos lugares no faltan en el mundo ni en Venezuela. Venezuela necesita muchos y santos sacerdotes. La Orden de San Agustín necesita muchos y santos sacerdotes religiosos. En la última Asamblea Ordinaria del Episcopado Venezolano, nos sentamos, obispos y promotores vocacionales, a analizar la situación vocacional en Venezuela. Estudiamos los datos correspondientes a los años 2010-2015, que aparecen en el Anuario Pontificio. Según esos datos, en ese período, fueron ordenados 411 sacerdotes, fallecieron 100 sacerdotes y 36 abandonaron el ministerio. El número de sacerdotes diocesanos ha crecido en un 13%, mientras que los sacerdotes religiosos se han reducidos en un 9%. En cuanto al número de seminaristas diocesanos se mantiene por encima de los 800, en cambio, el número de los formandos religiosos se ha reducido en un 25%. De 412 formandos en el 2010, pasaron a 302, y actualmente hay una tendencia a la baja. Estos datos nos deben llevar a secundar el mandato del Señor: Orar para que el Señor envíe sacerdotes a su Iglesia.

+Mons. Ángel Caraballo
Obispo Auxiliar de Maracaibo