domingo, 4 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES 2107 - HOMILÍA

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTES 2107
HOMILÍA
Concédenos, Dios todopoderoso,
seguir siempre realizando en toda nuestra vida
el espíritu de estas fiestas pascuales, que hemos celebrado.
(Oración colecta del sábado de la VII semana del TP).

Padre Max Güerere y equipo de formadores del Seminario,
Padre Nedward Andrade, párroco de S. Juan de Dios/ Ntra. Sra. De Chiquinquirá
Diácono Permanente Roger Camacho
Queridos seminaristas, personas de especial consagración,
Integrantes de Grupos Ars, de la Fundación Santo Tomás de Aquino y Acemar.
Amados hermanos y hermanas,

Hoy nos recogemos bajo el manto de Santa María de Chiquinquirá, Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, para celebrar llenos de gozo con ella, la gran fiesta de Pentecostés. Con esta fiesta, que ocurre cincuenta días después de Pascua, de allí su nombre, se cierra la gozosa celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, núcleo y corazón de nuestra fe. A partir de mañana iremos sembrando esta semilla pascual en el tiempo ordinario de nuestra vida de fe, esperanza y caridad.
PENTECOSTES, UNA PROMESA CUMPLIDA
En esta gran solemnidad, celebramos el cumplimiento de una de las grandes promesas que Jesús hizo a los suyos, antes de que su Padre lo glorificara en la Resurrección, después de su doloroso viacrucis: el don del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento, el Señor derramó su Espíritu sobre sus elegidos y elegidas para llevar a cabo su plan de salvación, en distintas etapas de la historia: sobre Moisés, sobre el Rey David, sobre los profetas, los sabios y salmistas. Dios quiso que Moisés lo compartiera; “Apartaré una parte del espíritu que posees, le dijo a Moisés, y se lo pasaré a ellos para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tu solo” (Jc 11,16-30; Cf. Ex 18,13-26). Quiso que el rey David lo compartiera con su hijo y sucesor Salomón (Cf 1 Sam 16,13). Que Elías lo compartiera con Eliseo, discípulo y sucesor suyo (Cf 2 Re 2, 9-14).
 Pero el deseo profundo del Señor era que ese don lo compartieran todos los miembros del pueblo elegido: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor” (Ibid v 20). El profeta Joel será el portador de esta profecía, que se cumplirá al final de los tiempos: “Sucederá al final de los tiempos, que derramaré mi Espíritu sobre todos los vivientes. Entonces los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos tendrán sueños. En ese tiempo derramaré mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras y ellos profetizarán” (Joel 3,1-5; Cf Hech 2, 16-21).
Esta profecía se hace realidad y empieza a cumplirse con el nacimiento de Jesús. Será concebido por la Virgen María, por obra del Espíritu Santo Cf Mt 1,18; Lc 1,35). Y todo su ministerio lo desarrollará bajo el impulso de este Espíritu. Él lo sentirá, dentro de sí, como un fuego que quiere encender no solo en sus discípulos para que sean “luz del mundo” sino en toda la tierra, para cumplir el deseo de su Padre (Lc 3,16. 12,49).  Cuando Pedro, empujado él también por el Espíritu, entró por primera vez en casa de Cornelio, oficial romano, y lo bautizó a toda su familia, presentará a Jesús en estos términos: “Dios, , ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret que pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Hech 10,38).
Antes de su Pascua, en varias oportunidades Jesús anuncia a los suyos que ya está cerca el cumplimiento de esta promesa. En la sobremesa de la última Cena les revela: “Les conviene que yo me vaya porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes. Pero si me voy lo enviaré. Cuando venga el Espíritu de la Verdad que procede del Padre y que él enviará en mi nombre, él dará testimonio de mí”. Y antes de su Ascensión a la derecha de su Padre, fiesta que celebramos el domingo pasado, el Señor reitera su promesa: “Yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre les ha prometido” (Lc 24,48). “Esperen que se cumpla la promesa del Padre de la que me oyeron hablar…Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo” (…)El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza” (Hech 1, 4.8). Para esperarlo, los Once regresaron a Jerusalén, se congregaron en torno a María y 120 discípulos más y se pusieron en oración (Ibid v. 14).
PENTECOSTES: UN ACONTECIMIENTO DEL FINAL DE LOS TIEMPOS.
Así estaban todos reunidos cuando irrumpió el Espíritu con toda fuerza, bajo la forma de un viento impetuoso que abrió las ventanas del Cenáculo y de unas llamaradas de fuego se posaron sobre todos los orantes. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, según el Espíritu les permitía expresarse”. Así ocurrió efectivamente porque, acota el texto, que al oír el ruido una multitud de tres mil personas se congregó en ese lugar, gente de toda raza, lengua, pueblo y nación que habían venido a Jerusalén para la fiesta judía de la Pascua y “todos quedaron asombrados, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma”. Gracias al Espíritu, las lenguas dejan de ser obstáculos y confusión para la unidad de la raza humana, como lo fue en Babel y se transforman en nuevas rutas para el encuentro de las culturas y conformación de una sola humanidad (Cf Is 2, 1-5).
Con la irrupción del Espíritu Santo se inicia el camino histórico de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios conformado por hombres y mujeres, niños y jóvenes, adultos y ancianos de toda lengua, cultura y nacionalidad, puesto en este mundo para proclamar las maravillas de Dios que lo sacó de las tinieblas para trasladarlo a su luz admirable.  Con ella se inicia la última etapa del Plan de salvación, escondido en el corazón del Padre desde toda eternidad, hecho manifestado en la persona de Cristo, difundido y comunicado ahora por el Espíritu.  Él es el protagonista principal de esta última etapa de la historia de salvación, antes del regreso triunfal de Jesús, en la parusía, como Rey de reyes y Señor de señores. Nos encontramos pues en los últimos tiempos. Lo que falta es la consumación final de todo, cuando Cristo Jesús vuelva en su gloria para poner a los pies del trono de su Padre toda la humanidad.
SIEMPRE ES PENTECOSTES

Pentecostés no fue un elemento aislado. Es un acontecimiento permanente, actual. No hubo un solo Pentecostés. El libro de los Hechos narra varias efusiones del Espíritu Santo sobre familias y comunidades.  Siempre que se derrama el Espíritu sobre bautizados que pertenecen a una comunidad es Pentecostés. Cuando unos bautizados reciben el sacramento de la Confirmación y se incorporan militantemente a su Iglesia, es Pentecostés. Cuando bautizados fundan hogares en el matrimonio sacramental o se entregan a Dios en la vida consagrada, el presbiterado o el diaconado, es Pentecostés. 

Él es la fuerza creadora fundamental de la Iglesia para que se constituya en el nuevo pueblo de Dios, sacramento universal de salvación, cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Él es el que reparte dones, funciones y carismas a los miembros del pueblo de Dios y desde esa rica diversidad ministerial, construye y mantiene viva la unidad entre todos (Cf Segunda lectura de la misa). Con su presencia y su energía la Iglesia anuncia la fe cristiana, siembra la esperanza en este mundo, une a los hombres entre sí y entre sí con Dios con la praxis constante del amor servicial y misericordioso, sale, samaritanamente por los caminos a curar y levantar heridos, y envía sus mensajeros y pregoneros del Evangelio por el mundo entero.

Sin el Espíritu, la Iglesia no se podría purificar, renovar; le faltaría la energía interior para abandonar sus zonas de comodidad y dejarse empujar, por nuevos caminos, hacia gente lejana y de otras culturas, Sin el Espíritu no hay Pentecostés posible. “Sin tu inspiración divinal nada podemos los hombres y el pecado nos domina”, cantamos en la secuencia de hoy y lo recitamos en el salmo responsorial: “Si retiras tu aliento, toda creatura muere y vuelve al polvo. Pero envías tu Espíritu que da vida y se renueva la faz de la tierra” (Sal 103,29-30).
Es curioso que digamos que el Espíritu Santo es el gran desconocido entre los fieles de la Iglesia, cuando en realidad es el omnipresente sin el cual nada puede ocurrir. Si no nos dejamos conducir por el Espíritu de Jesús no seremos de Jesús, no tendremos dentro de nosotros su mentalidad, no viviremos ni nos comportaremos como él, no podremos renunciar a nosotros mismos y llevar nuestra cruz, no resucitaremos con él (Cf Rm 8,11). Sin esta luz santificadora en el fondo del alma, no podremos llegar a ser hijos de Dios (Ga 4,6; Rm 8,14-16), no nos saldrá de adentro llamar a Dios ¡Abba, Padre! No tendrá sabor especial para nosotros el Padrenuestro.
Sin su lumbre no alcanzaremos nuestra verdadera estatura adulta, ser hombres y mujeres verdaderamente libres, no sabremos orar como conviene (Rm 8,26) ni discernir qué quiere Dios de nosotros para cumplir con alegría su voluntad. Si el Espíritu no infunde su amor en nuestros corazones, no lograremos amar a nadie con el ímpetu del amor de Cristo (Rm 5,8). Y sin ese amor de Cristo dentro de todas sus relaciones, instituciones y producciones culturales, la humanidad sencillamente permanecerá inacabada, por más evoluciones y revoluciones que produzca el ingenio humano. Así se lo hacía entender el gran científico Einstein a su hija en una carta al final de su vida.
PENTECOSTES, UN TORRENTE DE AGUA VIVA
Por eso, para que la Iglesia pueda cumplir su misión de anunciar el Evangelio, organizar al pueblo de Dios en comunidades de fe, santidad y amor, necesita contar con discípulos misioneros que sean audaces evangelizadores con espíritu como los llama el Papa Francisco en su magnífica Exhortación programática “La Alegría del Evangelio”.
Cuando Jesús prometió el don de su Espíritu a sus apóstoles antes de su Pasión, les explicó que lo necesitaban, como Consolador, para estar y permanecer siempre con ellos (Jn 14,16-17); como Maestro para “ enseñarles y recordarles todo lo dicho por el él” (14, 26); como Inspirador para  tener audacia para dar valiente testimonio de él “en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines del mundo” ( Jn 15,26-27; Hech 1,8); como Gran Exorcista para detectar la presencia del demonio bajo todas sus engañosas apariencias, desenmascararlas, denunciarlas y expulsarlo; como Liberador para  “ llevar a los hombres a la verdad completa” de la plena comunión con Dios (Jn 16, 8-13).  
El Espíritu es el único don que Dios quiere otorgarnos sin medida. Podemos pedir todo lo que queramos. “Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (Lc 11,13). Jesús proclama que ese Don vendrá hecho torrente de agua viva brotando de lo hondo de todo creyente (Jn 7, 37-38) y se desparramará, hecho caridad viva, por los cauces de la vida, sanando a su paso toda clase de dolencias y transformando las relaciones de pecado en relaciones filiales, fraternas y generadoras de bien común (Cf Ez 36,24-38). 47, 1-17).
Este torrente empezó a brotar cuando Cristo, habiendo cumplido todo lo que su Padre le había mandado, inclinó la cabeza y entregó su Espíritu” (Jn 19,30). Brotó incontenible, hecho sangre y agua, de su costado abierto, (Ibid v. 34). Este torrente de amor salvador es la dote rica y sobreabundante que el Padre entrega en las nupcias de su Hijo con la humanidad redimida y reunificada tras la dispersión de Babel Cf Gen 11, 1-9) y que está simbolizada en los 600 litros de agua convertidos en vino añejo, por petición de su Madre, de Cana. Dios ha decidido desposarse para siempre en fidelidad y amor con esta humanidad pecadora e infiel: “Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y derecho, en afecto y cariño. Me casaré contigo y conocerás al Señor” (Os 2, 21-22).  
¡Nuestra tierra y sus habitantes no deben desesperar pues tiene un esposo que ha sellado su alianza con su propia sangre y nunca nos fallará! (Is 62,4).  El Espíritu nos revela la verdad completa todos los días: en Cristo, su Hijo, ¡Dios ama a su Iglesia, con amor eterno (Is 54,1-10) y la lleva, como un tatuaje grabado en su mano! (Cf Is 49,16). Por eso, no temamos en pedirle: “¡Grábame como un sello en tu brazo, grábame como un sello en tu corazón! “(Cant. 8,6)
SEMINARIO, SEMILLERO DE DISCIPULOS MISIONEROS. EVANGELIZADORES CON ESPIRITU
La Iglesia escogió esta fiesta para celebrar el día del Seminario. Porque de aquí es de donde han de salir los discípulos misioneros y evangelizadores con Espíritu como los llama el Papa Francisco para regar por donde sean enviados el Evangelio como un fuego de amor que todo lo sane, lo transforme y lo lleve a Dios. En el Seminario, dice el Papa, se trata de custodiar y cultivar las vocaciones para que den frutos maduros. Ellos son “un diamante en bruto”, que hay que trabajar con cuidado, paciencia y respeto a la conciencia de las personas, para que brillen en medio del pueblo de Dios.
El Seminario es un asunto que involucra a toda nuestra Iglesia. Los candidatos al sacerdocio deben de surgir de familias cristianas y comunidades maduras. Una comunidad eucarística alcanza su verdadera mayoría de edad cuando se vuelve fecunda y engendra los servidores que se necesitan para evangelizar y celebrar la eucaristía. En Maracaibo hay 74 parroquias y cuasi-parroquias distribuidas en ocho zonas pastorales, Pero solo hay cuatro candidatos en el Curso propedéutico y ocho en el Seminario Mayor. Cada parroquia o por lo menos cada zona pastoral debiera enviar al seminario un candidato cada año. Es decir que debieran ingresar cada año por lo menos ocho candidatos, bien seleccionados, al Propedéutico. Eso significa que nuestras comunidades parroquiales no han caído en la cuenta de la importancia vital de la predicación de la Palabra, de la celebración de la eucaristía, de la vida comunitaria y del servicio misionero. No han llegado aún a su mayoría de edad y por eso son estériles.
Son pocas las parroquias que tienen un grupo Ars que ore por las vocaciones y por el Seminario diariamente ante el Santísimo. Son pocas las familias que le piden a Dios que escoja uno de sus hijos para el sacerdocio. Son pocas las parroquias y comunidades que sostienen al seminario. El Seminario, a pesar de que tiene más de 200 años de existencia, sigue siendo un gran desconocido que goza de poco aprecio, apoyo espiritual y material para realizar su misión. Y es que además tenemos una gran responsabilidad con las Iglesias en Venezuela y con la propagación del evangelio en el mundo. Su visión y misión no está suficientemente descrita en nuestro Plan Global.
Invoquemos, hermanos y hermanas, en esta eucaristía al Espíritu Santo para que infunda en el equipo formador, en el claustro profesoral, en todo el personal del seminario y sobre todo en los seminaristas actuales y futuros la fuerza profética necesaria para renovarse aplicando las enseñanzas del Magisterio pontificio, en concreto del Papa Francisco, así como los lineamientos y orientaciones publicadas recientemente por de la Santa Sede.
Necesitamos urgentemente suficientes hombres de Dios llamados al ministerio ordenado (episcopado, presbiterado, diaconados) que anuncien con su vida ejemplar, llena de fuerza interior y de celo apostólico el Evangelio del Reino de la Vida, del Amor, de la Libertad y de la Paz, en este país tan convulsionado y dividido, que busca a tientas y por caminos errados, la convivencia fraterna y el entendimiento entre todos.
La Iglesia en Maracaibo necesita imperiosamente en todos los que participan en la formación de los futuros servidores y evangelizadores de la Iglesia, dos grandes convicciones: Por una parte, la necesidad de contar con hombres de vida interior.  “Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga” (EG 262). Y por otro lado con ministros que vivan a fondo las exigencias de la caridad con la lógica de la Encarnación” (ibídem).
Hermanos y hermanas, oremos para que candidatos que vienen a nuestro seminario, de esta arquidiócesis y de todas las diócesis que aquí los envían, sean cristianos adultos y maduros abrasados por el fuego del Espíritu, que cultiven el amor que han recibido de Jesús y estén dispuestos a abandonar toda comodidad y vida fácil para lanzarnos con generosidad en la aventura del Reino de Dios. Que busquen lo que Cristo busca, amen a los que él ama, desarrollen el gusto espiritual de ser parte del pueblo. Que no renieguen de sus orígenes humildes, ni busquen ningún tipo de escalada social o posición prestigiosa. Que la pasión de Jesús, que era la pasión por la voluntad de su Padre y por su pueblo, sea también la de ellos y se dejen conducir dócilmente por el Espíritu dentro del corazón del Padre y de ese pueblo, para servirlo con alegría, en comunión con sus pastores y hermanos, todos los días de su vida.
Con Santa María que reunió a los apóstoles y discípulos de Jesús en el Cenáculo para pedir el don del Espíritu, reúna también en una sola familia al Seminario Santo Tomás, al Curso Introductorio del Seminario Menor San Juan Pablo II, los Centros vocacionales de cada vicaría episcopal y la pastoral vocacional para que trabajen todos en una misma dirección.
Ven, Dios Espíritu Santo y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz
Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza, tus siete sagrados dones
Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.” Amén

Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá, Maracaibo, 4 de junio de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo