domingo, 21 de febrero de 2021

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA B 2021 HOMILÍA

 




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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA B 2021

HOMILIA

LECTURAS: Gen 9,8-15; Sal 24;1 Pe 3,18-22; Mc 1, 12-15

LAS TENTACIONES DE HOY


Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

Cuando emprendemos un viaje importante, una larga caminata, si queremos tener éxito, importa, y mucho, tener muy claro, la meta a alcanzar, el itinerario apropiado y los acompañantes de viaje. Como desde el miércoles pasado hemos iniciado un nuevo tiempo litúrgico, que se presenta como una larga caminata de cuarenta días, la Cuaresma, es importante que tengamos muy claro en la mente y en el corazón, esos tres hitos: hacia dónde vamos, con quiénes y por qué camino. La cuestión aquí, como en la canción, no es llegar primero, sino saber llegar. 

¿La meta a alcanzar? entrar más hondo en la pascua de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre y con él llegar hasta el Padre como buenos hijos suyos. ¿El camino? El mismo que recorrió Jesús, como humilde y sufriente servidor de Dios: llegar a la gloria por medio de la pasión y muerte en cruz. ¿Los acompañantes de viaje? todos los miembros del pueblo de Dios, sin excepción alguna. 

El evangelio de hoy nos revela que tanto Jesús como sus discípulos se ven enfrentados, a lo largo del camino de la vida, con las tentaciones de Satanás y sus huestes. Así como ocurrió con Jesús, el adversario utiliza todas sus artes  maléficas para sacarnos del camino de Dios y llevarnos por sus derroteros de perdición y tinieblas..  

Las primeras tentaciones de Jesús, según el evangelista, se presentaron inmediatamente después del bautismo en el Jordán. El Espíritu Santo había impulsado a Jesús a internarse por cuarenta días en el desierto para discernir cómo quería su Padre Dios que llevara a cabo su misión. Allí también se hizo presente Satanás para tentarlo. El evangelista a diferencia de los dos otros evangelios sinópticos de Mateo y Lucas, no nos narra cómo superó las tentaciones. En cambio, con dos esplendorosas imágenes – la convivencia con las fieras y el servicio de los ángeles- nos da a entender la victoria del Señor. Preludio de la victoria final sobre el mal, el pecado, la muerte, Satanás y sus promotores.  

La convivencia con las fieras, nos remite a la originaria convivencia de los primeros padres con la creación y con todas las especies creadas (Gen 2,19); al establecimiento de la primera alianza del Creador con el justo Noé y su familia, después del diluvio (Cfr. Primera lectura); al cumplimiento de la profecía de Isaías 11,6-9, en la que el ser humano, desde niño, aprende a vivir en la armonía y la paz con todas las criaturas aún las mas salvajes. Jesús viene a ponerle fin a la discordia y a la enemistad entre los seres vivientes entre sí y con Dios que los creó con amor para vivir en armonía y complementarse. 

La segunda imagen, la presencia de los ángeles sirviendo a la criatura humana renovada en Cristo Jesús, en alude al cumplimiento del sueño de Jacob: una escalinata que, plantada en tierra, tocaba con el extremo el cielo y mensajeros de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella. (Gen 28,12-22; Jn 2,51). Cumplimiento también de las profecías mesiánicas, esperadas para los últimos tiempos, cantada por los salmistas. Jesús inaugura de modo definitivo y total la escala soñada por Jacob en el desierto (Sal 91,11). 

Ahora es él hombre Jesús de Nazaret quien está parado en un extremo y Dios Padre en el otro. Cielos y tierra cantan juntos la gloria de Dios, el amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan, la verdad brota de la tierra y la justicia se asoma desde el cielo (Sal 85,1.12). Esta comunión es irreversible y el diablo no podrá nada contra ella. 

Satanás hostigó a Jesús con sus tentaciones durante los cuarenta días. Los que iniciamos esta Cuaresma y hemos tomado desde el miércoles de cenizas la decisión de seguir los pasos de Jesús.  El Señor aceptó ser sometido a esas pruebas durante cuarenta días no porque necesitara todo ese tiempo para vencer al demonio, sino para hacernos ver que la lucha contra el mal nos llevará toda la vida. El enemigo estará siempre acechando detrás de nuestra puerta, rondando para ver cómo nos devora.    

 A propósito del peligro de un ambiente que puede anestesiarnos, apartarnos de la fe y dejarnos indefensos frente a los vahos de la idolatría, advertía S. Juan Pablo II: “Ciertamente, hoy no nos arrojan a las fieras ni pretenden darnos muerte a causa de Cristo. Pero, ¿no es preciso reconocer que hay otra forma de prueba que afecta solapadamente a los cristianos? Corrientes de pensamiento, estilos de vida y a veces incluso leyes contrarias al verdadero significado del hombre y de Dios socavan la fe cristiana en la vida de las personas, las familias, la sociedad. Los cristianos no son maltratados e incluso disfrutan de todas las libertades, pero ¿no existe un peligro real de ver cómo su fe queda apresada por un ambiente que tiende a relegarla únicamente al ámbito de la vida privada del individuo? (...) El Espíritu del mal que se enfrentaba a nuestros mártires sigue actuando. Haciendo uso de otros medios, continúa intentando apartar de la fe” (Discurso en Lyon). 

El ambiente en el que vivimos no nos ayuda, al contrario, juega a favor de nuestro adversario. Hemos pues de estar muy atentos para detectar qué tentaciones está utilizando el enemigo para atraernos a su terreno y hacernos caer en sus arenas movedizas. Las tentaciones del demonio son muy insidiosas. Trabaja como la boa constrictor. Primero arroja un vaho que adormece, atonta, anestesia y luego te va devorando poco a poco sin que te des cuenta. Es pues menester adiestrarnos para la lucha y apertrecharnos en la fe, con la oración, la caridad, bajo la poderosa luz de la Palabra de Dios. 

En la eucaristía de este primer domingo nos encontramos con Cristo Jesús el vencedor de la muerte. La cuaresma nuestra ya tiene sabor pascual. El camino de Jesús fue crucificante, pero nunca lo quiso eludir; confió hasta el final en su Padre y desembocó en la gloria. Así será también el nuestro. No tengamos miedo. Las fuerzas del mal parecen invencibles, pero no lo son. Más fuerte es el amor. Más fuerte es la esperanza porque es la fe que ama. El amor de Cristo todo lo puede. Caminemos con él y conoceremos a Dios, la plenitud del amor. 

Carora 21 de febrero de 2021  


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


domingo, 7 de febrero de 2021

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021

HOMILIA

Lecturas; Job 7,1-4. 6-7; Sal 146; 1 Co 9, 16-19.22-23; Mc 1,29-39

PARA ESO HE VENIDO


Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

El relato evangélico de hoy completa la reveladora descripción, iniciada el domingo pasado, de una jornada de Jesús. Es un relato lleno de vida, de movimiento, que nos va trasladando, a medida que van transcurriendo las horas, de un lugar a otro. De la sinagoga a la casa de Pedro. De la casa a la puerta principal de Cafarnaúm. Del pueblo a un lugar apartado; de allí, a los pueblos cercanos; y de los pueblos de la comarca a toda Galilea. Un gran movimiento misionero del Maestro que preludia la misión universal de la Iglesia en la que se han de involucrar todos los bautizados.    

Si queremos vivir a fondo este evangelio, no nos podemos quedar en simples oyentes o espectadores. Es preciso, mis queridos hermanos, que nos metamos dentro de esta jornada del Señor; que nos movamos con él, por los distintos lugares que recorre. para hacer nuestra su agenda, su forma de ser, su estilo de vida. Deseosos de vernos alcanzados, nosotros también, por ese Jesús que no ha venido para quedarse fuera o en la puerta, sino que quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros para revelarnos cuál es nuestra verdadera vocación humana y cristiana. ¡Qué dicha cuando logramos saber para qué Dios nos ha enviado a esta vida! Las dos otras lecturas de la Liturgia de la Palabra de Dios, tanto la del libro de Job, como la primera carta de Pablo a los Corintios, nos serán de gran ayuda en este intento. 

Jesús empieza su jornada orando con su pueblo. Está profundamente incrustada en él la fe de Abraham y, como fiel creyente judío, lo primero que hace, el día sábado, es acudir a la sinagoga para glorificar a Dios y escuchar, junto con sus hermanos, su Palabra, y la consiguiente exhortación para llevarla a la praxis. Concluido el culto sabatino, se traslada a la casa de los hermanos Pedro y Andrés, dos de los cuatro primeros discípulos que se acaban de unir a él. Desde ese momento, la casa de familia se vuelve un lugar privilegiado para el advenimiento del Reino de Dios. Ya no será solamente el lugar de culto. Ahora es la casa. 

No más traspasar el umbral, le avisan que la suegra de Pedro yace en cama, enferma, con fiebre. Y de una vez se traslada hasta su alcoba. Jesús va hasta lo más íntimo de la casa. Con tres gestos describe Marcos lo que allí aconteció; Jesús se acerca hasta donde está la enferma, la toma de la mano y la levanta. En ese mismo momento se le quitó la fiebre. Tres verbos que describen cómo, por medio de su Hijo muy amado, el Padre Dios se hace presente en nuestras vidas, entra en nuestras casas, llega hasta donde nos encontramos postrados, enfermos, incapaces de levantarnos por nosotros mismos. 

Lo que narra el evangelio es lo que precisamente ocurre en cada misa a la que venimos nosotros también como fieles creyentes y miembros de la Iglesia, que nos convoca con amor cada domingo. En cada misa Jesús se hace real y personalmente presente, nos toma de la mano y nos levanta. No quiere una relación lejana, on line, anónima, quiere un encuentro cercano, directo, de contacto personal. Nos tiende su mano y nos saca de las aguas fangosas (Cfr. Sal 18,17). Nos levanta. Es decir, nos rescata de la muerte, nos resucita. La suegra de Pedro, una vez curada y de pie, se puso de una vez al servicio de sus invitados. La curación que nos ofrece Jesús es de cuerpo y alma. Un cuerpo sano y un corazón generoso, volcado hacia sus hermanos, para atenderlos en sus necesidades y servirlos con diligencia y alegría.

Lo que Jesús lleva a cabo con la suegra de Pedro, no es una acción aislada y ocasional: forma parte de la misión que su Padre le ha encomendado. Por eso cuando termina el reposo sabatino, al enterarse de que todo Cafarnaúm se ha agolpado en la plaza pública, en la puerta de la ciudad, con sus lisiados, enfermos y poseídos, se va para allá para atenderlos. Ningún enfermo, ningún necesitado, ningún endemoniado quedó esa tarde sin ser atendido. Jesús no es para unos pocos iniciados, Jesús es para todos. No hay enfermedad, ni dolor, ni angustia, no situación humana alguna de la que él no se compadezca, atienda y cure. En la cruz cargará con todas nuestras enfermedades y nos alcanzará el perdón de nuestros pecados y la gracia de la salvación. 

¿Hasta qué hora estuvo allí? ¿Se fue a dormir cuando terminó? ¿O de madrugada, cuando se fue el último poseso, fue que se retiró a un lugar solitario para orar? Había empezado su jornada orando con su pueblo, había dedicado gran parte de su tarde a atender sus necesidades, ahora concluía el día orando, esta vez en la soledad y el silencio. Su trato cercano, sencillo, sensible al dolor ajeno, proviene de ese encuentro íntimo, cercano, cálido y amoroso con su Padre. Muchos que no le encontraban, en un momento dado, sentido a la vida, como Job, y se ven lanzados a la existencia como naves espaciales sin destino, han encontrado en Jesús la brújula que les dio norte a sus existencias. Esa fue la dicha de Pablo, de Agustín, de Carlos de Foucauld. 

Ese es el ritmo de Jesús, oración, predicación y praxis servicial. De allí provino el asombro y el impacto que causó en su pueblo. Sin duda atraía con una predicación que enganchaba de una vez al auditorio, pero no era un encantador de serpientes, un engatusador de multitudes; llevaba a la práctica lo que predicaba, se mezclaba con el pueblo sencillo, se daba cuenta de sus problemas, dolores y agobios y se entregaba de lleno, de una vez, a atenderlos. Cercanía, roce permanente, mano tendida para levantar.   

Orar, enseñar y actuar en consecuencia, llevando una vida coherente, traduciendo el culto, la oración personal frecuente, la doctrina profesada, en acciones cercanas, concretas de amor, de servicio en favor de los enfermos, de los lisiados, de los dominados por demonios.  Tenderles la mano, ponerlos de pie, levantarlos, dignificarlos, habilitarlos y capacitarlos para que ellos también se pusiesen al servicio de sus hermanos. Eso es lo que Jesús llamó evangelizar.  

Cuando Simón Pedro y sus compañeros dan con él a la mañana siguiente, Jesús les revela el fruto de su oración nocturna y de su íntima conversación con su Padre: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Esa noche su Padre le reveló a su Hijo dos cosas: que tenía que replicar la jornada de trabajo en los pueblos de Galilea, en Judea. Y que no le tocaba hacerlo solo sino con sus recién asociados discípulos: “Vamos”, les dice, “Vamos”. 

Esa es la palabra que cambia todo al final de este evangelio de hoy. El plural. Jesús se ha vuelto plural. Se ha vuelto nosotros. Jesús y los suyos. Jesús y la Iglesia. Cabeza y cuerpo. Allí reside todo el poder evangelizador del Señor y de los suyos. Al final los enviará al mundo entero, afincados en esa absoluta certeza de que se trata de una misión conjunta. Ellos y él. “Vayan. Yo estaré con ustedes”. Vayamos con él, salgamos con él. Démosle sentido a nuestras vidas con Jesús, como se la dio S. Pablo, y con él podamos decir nosotros también: “¡Ay de mi si no evangelizo!”. 

Carora, 7 de febrero de 2021



+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico de Carora


domingo, 31 de enero de 2021

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021

HOMILIA

LECTURAS: Dt 18,15-20; Sal94; 1 Co 7,32-35; Mc 1,21-28

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

El evangelio de Marcos nos invita hoy a presenciar la primera acción del ministerio público de Jesús. Tiene lugar inmediatamente después del llamado de sus cuatro primeros discípulos. La va llevar a cabo en compañía de ellos, en Cafarnaúm, el día sagrado de la semana, el sábado; en el lugar sagrado de culto, la sinagoga, en presencia de la asamblea que congrega a los fieles creyentes del pueblo de Israel. 

Esta acción inaugural es el inicio de una jornada de trabajo que Jesús lleva a cabo en diversos sitios de Cafarnaúm y que Marcos documenta con notable exactitud (vv 21-35). Solo dos jornadas son así descritas: ésta, la primera, y la última, que corresponde al relato de la pasión y muerte del Señor. Estamos pues ante un momento importante de la vida y del ministerio de Jesús.

El texto se propone efectivamente hacernos ver que Jesús no es solamente un gran predicador del Reino (vv 14-15) sino también su realizador. Está dotado del poder del Espíritu Santo y cuenta con el aval del Padre celestial (vv10-11) para llevar a cabo la liberación definitiva de la humanidad del dominio de Satanás. Acción que queda patente en el impresionante exorcismo, que acabamos de escuchar. Metámonos dentro de los judíos presentes en la sinagoga y observemos con atención lo que allí ocurre. 

Jesús se hace presente para enseñar. Hace uso del derecho que tenía cualquier fiel judío adulto de comentar la palabra de Dios. El evangelista no nos comparte el contenido de la enseñanza, sino la reacción de los presentes. Los oyentes quedan profundamente impresionados, sobre todo por el modo cómo expone su enseñanza. Lo hace con una autoridad que contrasta totalmente con la forma de enseñar de los letrados. De una vez, el público presente lo reconoce como un Maestro dotado de una nueva y sorprendente autoridad. El exorcismo que sigue lo va a ilustrar de manera impactante y dramática. Hasta ese momento el solo escucharlo los ha asombrado. Ahora lo que van a ver los va llenar de estupor, provocará mayor admiración y los llevará a difundir su fama por toda Galilea.  

Está presente allí un hombre poseído por un espíritu impuro. Ya Jesús se había confrontado con Satanás (vv 12-13). Ahora se vuelve a tropezar con él, está vez metido dentro de un pobre ser humano. ¿Qué hace ese endemoniado allí, en medio de una ceremonia religiosa? Los fieles cantan y recitan oraciones, completamente ajenos a su dolor. Quizá, con esta acotación, nos quiera advertir el evangelista cómo con la presencia de Jesús, llegan también a su fin los cultos vacíos y estériles que no pueden rendirle ya gloria a Dios, porque los que asisten están allí por rutina, intereses sociales, tradiciones, pero no por un deseo sincero de dejarse transformar por la Palabra que brota de la boca de Dios.

Los profetas no se cansaron de denunciar esta falsa religiosidad que pretende honrar el nombre de Dios y rendirle gloria, pero se olvida por completo del hambriento, del sediento, del migrante, del recluso, del enfermo, del anciano abandonado, del huérfano y de la viuda (Cfr Is 58; Miq 6,8; Os 6,6). Tampoco se rinde gloria a Dios, cuando esos mismos cultos y acciones supuestamente sagradas, se utilizan como pretexto o motivo para cometer actos terroristas, declarar guerras santas, exterminar etnias y creyentes de otras confesiones. De todo eso y de todos los horrores humanos que incesantemente nos trae la historia y los noticieros de hoy, viene a liberarnos Jesús.

La presencia del endemoniado en medio de la sinaxis sinagogal es un signo de la realidad de la presencia del mal en medio de nosotros, con todas sus funestas consecuencias. En su primera aparición Jesús se enfrenta a ese mal, personalizado en la figura del demonio, del espíritu impuro. Precisamente para eso ha venido. Para enfrentarlo. Para desalojarlo. (Cfr. Lc 11,21-23; Jn 12,31-32). No solo es lo opuesto a Dios, sino que también lo adversa y busca impedir que ponga fin al dominio que hasta ese momento ha ejercido a sus anchas. No nos resulta fácil entender el origen y el poder de estas fuerzas sobrenaturales. Lo que si queda claro es que,, con Jesús su reinado ha llegado a su fin, porque él tiene poder para someterlas. Allí en la sinagoga con dos órdenes terminantes libera al poseso. ¡Calla y sal de él! Dos palabras soberanas bastan para expulsar el mal.

Con este gesto Jesús está iniciando la definitiva expulsión del mal, bajo cualquier forma que se presente, del mundo y de la humanidad. “¡Calla y sal de él!”. Dios ha creado a los seres humanos para que sean libres y no para que estén sometidos a las fuerzas malignas que malogran su proyecto de vida. La gloria de Dios es el hombre en la plenitud de su vida y de su dignidad. Dios no puede estar presente detrás de ningún proyecto que promueva la muerte, la esclavitud, la manipulación de lo humano bajo ninguna de sus formas. 

Así se inició la acción liberadora que Jesús Así la hemos vivido cada uno de nosotros en nuestras vidas. Ahora nos toca asociarnos a Jesús, como lo hicieron los cuatro primeros discípulos que lo acompañaron en Cafarnaúm, a realizar en otros hermanos y en las diversas escalas de la organización familiar y social y cultural esa misma acción liberadora. 

Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está presente en nuestras celebraciones religiosas y hemos de pedirle con gran clamor que en cada encuentro con su palabra, en cada asamblea cultual, en cada comunión que hagamos, crezca simultáneamente la consciencia de comprometernos con él y entre nosotros, en Iglesia, para hacer callar y expulsar esas presencias demoníacas, de nuestras propias vidas, de nuestras relaciones y de los nuevos sistemas civilizatorios que poderes ocultos nos quieren imponer. No podemos comer el cuerpo de Jesús, ni beber el cáliz de la nueva alianza impunemente. El derramó su sangre en la cruz redentora para librarnos de todas las fuerzas sobrenaturales que hasta ahora nos han tenido subyugados, y abrir de par en par para las puertas de la salvación.  

Carora 31 de enero de 2021


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


domingo, 24 de enero de 2021

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021

HOMILIA

LECTURAS: Jn 3,1-5.10; Salmo 24; 2 Co 7, 29-31; Mc 1, 14-20


Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

El evangelio de hoy nos trae la gran obertura de la misión pública de Jesús. Después de superar las tentaciones de Satanás y conservar intacta su condición de Hijo de Dios muy amado del Padre, Jesús abandona el desierto, y al enterarse de la detención y encarcelamiento de Juan Bautista, ve en ello la señal esperada para iniciar su misión en Galilea. Juan, su Precursor, preparó los caminos y dispuso los corazones de su pueblo, viviendo en el desierto, predicando y bautizando a orillas del río Jordán. Jesús no escoge ni el desierto, ni Judea, ni Jerusalén para iniciar su misión sino las orillas del lago de Galilea. 

Galilea es una región periférica, que goza de mala fama (Cfr. Jn 1,46). Durante el destierro, sus pobladores fueron deportados a Babilonia, y fue ocupada por gente proveniente de naciones vecinas, no perteneciente al pueblo elegido. Pero, paradójicamente, es también la región que el profeta Isaías presentó como el lugar desde donde se produciría, al final de los tiempos, una nueva irradiación de la presencia de Dios: “Territorio de Zabulón y territorio de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que vivía en las tinieblas vio una luz intensa, a los que vivían en sombras de muerte, les amaneció la luz” (Is 8,23b-9,1; Mt 414-16). Con su presencia Jesús no solo cumple esta profecía, sino que deja muy claro el alcance universal de la misión que está por comenzar. No viene a traer la luz de la salvación y de la vida a unos pocos. Viene a disipar las tinieblas en las que yace la humanidad entera, a arrancarla de las garras de la muerte y del pecado. Él es la luz del mundo. Su irradiación va más allá del Jordán, de Galilea, trasciende la tierra, de lagos, mares y desiertos. 

Cuatro frases solamente, contiene el discurso inaugural de Jesús: “El tiempo se ha cumplido; el Reino de Dios está cerca; arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Se ha cumplido el tiempo. Con el encarcelamiento de Juan ha llegado a su fin el tiempo de preparación y se inicia el tiempo del cumplimiento, los tiempos últimos. Los cielos se han abierto y el camino hacia el árbol de la vida queda despejado (Cfr. Gen 3,14; Mc 1,10). El sueño de Jacob se hace realidad: Jesús en su persona es esa inmensa escalinata que conecta nuevamente el cielo con la tierra, el hombre con Dios, el tiempo con la eternidad, el hombre con su prójimo (Cfr. Gen 28,12-16; Jn 1,51; Lc 2,13-14; He 10,19-20). 

El Reino de Dios está cerca. Jesús viene a colocarlo en el lugar que le corresponde: en el corazón del mundo, en la historia y la vida de los seres humanos. Se trata de devolver a Dios su primacía en la vida de hombres. “Sin Dios, escribe Benedicto XVI, el hombre no sabe adónde ir, ni tampoco logra entender quién es”. Este mensaje de Jesús es de urgente actualidad, porque hoy vivimos en un tiempo de “eclipse de Dios”. 

¡Arrepiéntanse! Es el tercer mensaje de Jesús. Es el mensaje permanente que Dios le viene dirigiendo a los hombres a través de los profetas, tal como lo hemos escuchado en la primera lectura. Fue el mensaje de Juan y que ahora se vuelve particularmente urgente con la llegada del Reino de Dios, en los últimos tiempos. El arrepentimiento supone un vuelco profundo en la mentalidad, la existencia, las actitudes de quien se convierte y decide vivir de cara a Dios, delante de Dios y no de espaldas, ni menos contra él. San Pablo en la segunda lectura nos urge también a ese cambio profundo de vida, insistiendo en brevedad de la vida y la transitoriedad y obsolescencia de las cosas a las que nos apegamos. 

Crean en el evangelio. Solo a través de la fe podemos alcanzar la plenitud de la existencia humana y descubrir el verdadero sentido de la vida. El ser humano es una realidad teologal no solamente química. Y Jesús se hace presente en este mundo para ofrecernos esa virtud. El cristianismo no es ante todo un código moral, el cumplimiento cotidiano de leyes y mandamientos. Es fundamentalmente la aceptación de la persona de Jesús en nuestras vidas, el seguimiento y la adhesión a él por medio de la fe, con todo nuestro ser, con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra mente. Seguirlo amarlo y adoptar su forma de vida. Todo lo demás viene por añadidura. 

Eso es lo que queda magníficamente ilustrado con la segunda parte del evangelio de hoy: el llamamiento y seguimiento de los cuatro primeros discípulos Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Los va a llamar de dos en dos. Primero a Pedro y a su hermano Andrés. Luego a Santiago y a su hermano Juan. De dos en dos, porque luego los enviará a predicar de dos en dos (Cfr. Lc 10,1-2). Llama a hermanos porque quiere que la familia sea la primera evangelizadora y propagadora del Evangelio de la vida y del amor mutuo. 

Mis queridos hermanos, aquí estamos nosotros también, al inicio de un nuevo año, lleno de grandes retos, incógnitas e incertidumbres. La pandemia arrecia causando innumerables muertes, empobreciendo pueblos, dejando en evidencia la trágica y extrema fragilidad de la condición humana. Y he aquí que en este domingo que el Papa Francisco ha querido se dedique a la Palabra de Dios, Jesús pasa por la orilla de nuestro lago, se sube a nuestras barcas, nos encuentra lanzando fatigosamente las redes en aguas donde no pescamos nada, remendando redes, rotas ya por tantas desilusiones. Nos mira y nos llama.    

Que ninguno de nosotros quede indiferente a esa mirada, a esa llamada del Señor. Jesús no quiere anunciar el advenimiento del Reino de su Padre en solitario. Por eso se pone en busca de nuevos amigos. Por eso te busca a ti, a mí para transformarnos en pescadores de hombres, en obreros de la viña de su Padre, en sembradores y cosechadores de la mies de Dios, en buenos pastores de los rebaños humanos. La causa de Jesús, el anuncio de su Evangelio, la implantación y edificación  del Reino de su Padre son las  aventuras más excitantes y hermosas que un ser humano pueda emprender en esta tierra. Que sea también la tuya.

Carora 24 de enero de 2021

Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


domingo, 17 de enero de 2021

SEGUNDO DOMINGO DEL T. O. B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

SEGUNDO DOMINGO DEL T. O. B 2021

HOMILIA

Lecturas: Samuel 3, 3-10,19; Sal 39; 1 Co 6,13-15. 17-20; Jn 1, 35-42


Muy queridos hermanos y hermanas en Jesús el Señor,

El evangelio de hoy tiene un fuerte acento vocacional. Gracias al determinante testimonio de Juan el Bautista, dos de sus discípulos deciden separarse de él para ir en busca de Jesús. Y es tan intenso el impacto del encuentro de estos dos hombres con el Señor que los transforma en buscadores de nuevos discípulos para llevárselos a Jesús. El episodio está enmarcado dentro de una gran semana inaugural, con la que Jesús da inicio, a modo de una nueva creación, a la conformación del nuevo pueblo de Dios.

Este texto nos interpela a todos, mis hermanos, al principio de un año nuevo, cuando aún estamos inmersos en un gran mar de incertidumbres y aflicciones, causadas por el recrudecimiento de la pandemia y por acontecimientos internacionales y nacionales que oscurecen el horizonte y someten a prueba nuestra esperanza. 

El evangelio de hoy lo podemos llamar el evangelio de las miradas intensas. Las miradas marcan el ritmo de los testimonios, de los encuentros, de los profundos cambios que se producen en la vida de los protagonistas. Juan el Bautista posa su mirada en Jesús que pasa, descubre su identidad; es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y así se los presenta a dos de sus discípulos que en ese momento están con él. Los dos discípulos se van tras Jesús. Él se voltea hacia ellos, los mira y entabla un diálogo con ambos. Entre preguntas y respuestas llegan hasta donde vive el Señor. Y a partir de ese momento se inicia para estos hombres un nuevo modo de relación entre Dios y los hombres que va a cambiar la vida de toda la humanidad. 

Queda claro para el evangelista que la vida discipular cristiana no es ante todo el aprendizaje de una doctrina, la asimilación de unos códigos morales, sino el resultado de un encuentro con la persona de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, con quien se traban estrechos, profundos y definitivos lazos de amistad y de convivencia. Cada uno de los capítulos del evangelio de Juan nos va a mostrar experiencias fascinantes y nos da a entender que nosotros también podemos vivirlas. Benedicto XVI, obispo emérito de Roma, inició su primera carta encíclica con estas luminosas palabras: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). 

Eso es exactamente lo que les sucedió ese día a Andrés y Juan. Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Empezaron buscando y terminaron quedándose con él. Seguir a Jesús, estar con él, ir adonde él va, compartir su morada, es una experiencia fascinante. Sabemos cómo se inicia, pero no sabemos cómo se va a dar en el decurso de la vida ni cómo concluirá. Cada día, cada hora será una novedad y nuestro reloj marcará para siempre la hora del encuentro como fue para estos dos primeros discípulos lo que vivieron ese día a las 4pm. 

La fuerza de atracción que a partir de ese momento el Señor va a ejercer en la vida de estos hombres es tal que no solamente van a permanecer con él, sino que se van a dedicar a darlo a conocer a otros. Andrés sale a buscar a su hermano Simón y le anuncia: “Hemos encontrado al Mesías” y lo conduce hasta Jesús. Jesús lo mira intensamente, penetra con su mirada hasta lo más profundo de la mente y del corazón de este hombre, como si lo estuviera creando de nuevo, como si lo estuviera bautizando y le cambia su nombre. No fue un mero cambio protocolar de nombre lo que Jesús hizo. Al decirle que ya no se llamaría Simón, Barjonas, sino Kefás, Pedro, es decir roca, le cambió su existencia, lo asoció al grupo discipular y le definió su misión.  

El mundo tiene necesidad de testigos llenos de fe, que señalen a sus contemporáneos la presencia de Dios. Gracias a la oportuna intervención del sacerdote Elí, que se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo, el niño Samuel descubrió la temprana presencia de Dios en su vida y ponerse, a tiempo, a su disposición: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”. 

Jesús estaba allí, presente entre los suyos, pero nadie se había percatado de su presencia, porque nada en él llamaba la atención lo distinguía exteriormente de sus contemporáneos. Como dice el himno de los Filipenses, su apariencia era la de un hombre común y corriente (Fil 2,7). Hasta que llegó el Bautista y con su mirada penetrante lo descubrió y con inmenso gozo lo dio a conocer en su entorno. 

Así es la pedagogía ordinaria de Jesús. Él no se da a conocer por medio de revelaciones y manifestaciones extraordinarias. Le gusta presentarse así, sencilla y pobremente, como un frágil bebé en un pesebre, como un simple carpintero, como un nazaretano más. Quiere valerse de testigos, de amigos suyos, que atraigan a otros al grupo de sus discípulos. Hoy es un buen momento para acordarnos de aquellos hermanos y hermanas que nos llevaron hasta Jesús y bendecir y alabar al Señor por haberlos puesto en nuestro camino. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin ellos? 

¿Dónde vives, Maestro? Preguntaron Juan y Andrés. Fueron y vieron que no tenía casa, que no tenía donde reclinar su cabeza. No había casa porque Él, su persona, era la casa adonde los estaba invitando a entrar, para quedarse para siempre con él. No tengamos miedo, hermanos y hermanas, de llegarnos nosotros también hasta él, busquémoslo y preguntémosle: “Señor ¿dónde vives?”. Este es el umbral que todos nosotros, al inicio de este año estamos llamados a traspasar. 

“¿No saben ustedes, nos amonesta hoy S. Pablo, que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y habita en ustedes?”. La experiencia de la fe es una experiencia de inhabitación, de hospitalidad. Vivir en Jesús, vivir con Jesús, es la gran experiencia a la que este domingo el Señor nos invita a vivir con intensidad y alegría. Experiencia que nos lleva inevitablemente a trabajar y a desvivirnos para que todos los seres humanos sean tratados como tales y se les ofrezca posibilidades y oportunidades para vivir dignamente en este mundo y convivir con los demás en el respeto mutuo, la mutua aceptación y la acción solidaria, como vivieron los dos amigos de Jesús ese día.  



Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


jueves, 31 de diciembre de 2020

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS B 2021

HOMILIA

Lecturas; Num 6,22-27; Sal 66; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

Muy queridos hermanos y hermanas,

La recién celebrada fiesta de la Navidad nos llevó junto con los pastores en busca de un recién nacido, anunciado por un ángel y exaltado por un coro celestial. Tal como se les había anunciado, ellos “encontraron a María, a José y al niño recostado en el pesebre y envuelto en pañales”. Aquella noche, narra el evangelista, los pastores “volvieron a sus campos alabando y glorificando a Dios, por cuanto habían visto y oído”. 

Al volver a sus campos y a sus ovejas, ya no eran simples pastores. El niño del pesebre les había cambiado sus vidas radicalmente y para siempre. Habían salido en busca del niño como pastores; ahora volvían a sus campos como pregoneros de la buena noticia que, aquella noche bendita, habían visto y oído.  ¿Qué habían visto? ¿Qué habían oído? El maravilloso misterio de la Encarnación: El Verbo de Dios hecho niño, colmando de alegría sus tristezas, resplandeciendo en las tinieblas de sus noches, sembrando una dicha desconocida en su despreciada condición humana. Tal como lo habían cantado los coros angélicos, aquella noche el cielo bajó a la tierra, el tiempo se casó con la eternidad, la divinidad encontró humana posada, la gracia sobreabundó donde reinaba el pecado.

Esa vida nueva que se inició aquella noche, en aquellos hombres sencillos, es la que nosotros los cristianos nos deseamos unos a otros, al inicio de este nuevo año. Nosotros también, queremos traspasar renovados el umbral del 2021. Queremos volver a los campos de nuestra vida cotidiana, renovados por la gracia de la primera y única Navidad, la que actuó de modo tan maravilloso en la vida de María, de José y de los pastores. Nosotros también deseamos que nuestra visita al pesebre no haya sido este año un mero toque turístico, ni folklórico, ni teatral, ni estético. Queremos entrar en los campos del 2021, como testigos y apóstoles de la Encarnación del Hijo de Dios. 


Es ya tradición, en todas las latitudes del mundo, iniciar el primer día del año manifestándonos con besos, abrazos, brindis y canciones, deseos de bienestar, salud, paz y prosperidad. Pero este año todo será diferente. Fuertes restricciones limitan los encuentros y los festejos. Los grandes lugares míticos en los que se concentran millares y millares de lugareños y turistas para recibir el año, en medio de los fugaces fogonazos multicolores de las luces de bengala, se quedarán este año desiertos. 

Como todos los años y quizá con mayor intensidad que en años anteriores, debido al pánico sembrado por el coronavirus, pulularán en las redes y en los programas televisivos los vaticinadores, astrólogos, videntes y magos, manipulando el zodíaco, las piedras de colores, los cristales, los ángeles, las cartas, los tabacos humeantes y las sinuosidades de las palmas de las manos, para formular buenos y malos augurios, reinterpretar a su guisa, las profecías de Nostradamus, y hacerse la ilusión de que le están robando al futuro sus secretos. 

Nosotros, como cristianos, no podemos acudir a esos mercaderes de ilusiones. Hemos de ser consecuentes con las tres virtudes teologales que sustentan nuestro caminar en la historia.  Nos fundamenta y sostiene la convicción de que Dios es dueño del tiempo y, por medio de su Hijo, el Verbo Encarnado, ha entrado en el tiempo para enseñarnos a vivir convivencialmente, desde el aquí y el ahora, en la dimensión de la eternidad, de la transcendencia del amor, bajo el régimen de la compasión, de la misericordia y de la solidaridad servicial. 

Estamos en las manos de un Dios misericordioso y providente que nos ha amado tanto, que, en la plenitud de los tiempos, ha enviado a su Hijo, nacido de María Virgen, para hacernos hijos suyos, y ha derramado en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo para que nos comportemos con él como hijos, con nuestros semejantes como hermanos, con la creación como servidores, siempre dispuestos a cuidar la casa común para beneficio de todos.

El tiempo no es nuestro enemigo; es un aliado por medio del cual caminamos con Jesús hacia esa plenitud. Por más covid 19 que se presenten, por más cañadas oscuras que haya que atravesar, nada hemos de temer, como lo recitamos con frecuencia en el salmo 23, porque el Buen Pastor sabe dónde quedan las fuentes tranquilas, va con nosotros, y en el camino, repara nuestras fuerzas. Esta espiritualidad esta condensada también, en la oración de la gran doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Les invito a hacer de ella la hoja de ruta del 2021.

Al celebrar hoy la maternidad divina de María, nos maravillamos y nos extasiamos con ella y su esposo José, porque fue gracias a su obediencia humilde y alegre, que se abrieron definitivamente las puertas para que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos diera a conocer con su presencia, el amor de Dios y sembrara para siempre en nuestra tierra la gloria de la salvación (Cfr. Tito 2,11). Y así gracias a María, a su maternidad divina “hemos conocido en Cristo el amor que su Padre Dios nos tiene y hemos creído en él” (Cfr. 1 Jn 4,14).

Un tiempo precioso se abre ante nosotros. Dios quiere llevar adelante su plan de salvación, contando con nuestra libre y responsable cooperación. Bajo el impulso de su Espíritu, aprendamos a descubrir su presencia amorosa en el día a día de la cotidianidad; aprendamos y re-aprendamos a vivir en comunidad de Iglesia; a tomar decisiones responsables y coherentes con nuestra fe; a asumir con coraje y madurez las consecuencias de nuestras decisiones; a compartir servicialmente nuestro tiempo, talento y tesoro con nuestras familias, nuestros vecinos, nuestras comunidades eclesiales.  

En esta celebración litúrgica con la que se clausura el 2020 y se abre grande la puerta del 2021, venga sobre nosotros, sobre todos nuestros seres amados, sobre nuestra patria, nuestra Iglesia, sobre el mundo entero, sin límites ni fronteras, la bendición divina; que, en cada uno de los meses, de las semanas, de los días, de las horas y de los segundos de este nuevo año, experimentemos la fuerza y la dulzura del amor de Dios y la protección maternal de nuestra madre del cielo.  

Con las innumerables comunidades cristianas que se congregan, a esas horas en el mundo entero, demos gracias a Dios por el año transcurrido, entonemos cantos de alabanza por los dones recibidos y pongamos en sus manos de Padre providente, los 365 días del nuevo año que se inicia: año de S. José, año de la familia, año jubilar compostelano. Amén. 

Carora 1º de enero de 2021


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


domingo, 27 de diciembre de 2020

SAGRADA FAMILIA DE NAZARET B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

SAGRADA FAMILIA DE NAZARET B 2020

HOMILIA

Lecturas: Si 3,3-7.14-17; Sal 127; Col 3,12-21; Lc 2, 22-40

Muy queridos hermanos y hermanas,

En este domingo, nuestra Madre la Iglesia nos invita posar nuestra mirada llena de fe en la pequeña familia conformada por José, María y el niño Jesús, tal como nos la presenta San Lucas en el evangelio. Transcurridos cuarenta días, tiempo requerido para la purificación de María, emprenden su primera peregrinación familiar a Jerusalén, para presentar el niño y, en su condición de primogénito, consagrarlo a Dios. Lucas insiste por tres veces que José y María están allí para cumplir lo prescrito por la ley mosaica. Se trata pues de una familia tradicional judía que vive como familia creyente el acontecimiento del nacimiento de su hijo, como miembros del pueblo de la Alianza, obedientes a los mandatos de Dios. 

De repente se presenta un anciano, llamado Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, lleno de esperanza en las promesas de Dios. Llega allí no por la fuerza de la ley sino impulsado por el Espíritu Santo, que le había revelado que no moriría sin haber visto al Mesías del Señor. Sin mediar palabra se dirige hacia la pequeña familia, toma el niño en sus brazos y prorrumpe en una clamorosa “b’raka”, una gran bendición dirigida a Dios. Lo bendice porque el Señor ha cumplido su promesa, y puede contemplar alborozado al niño que yace entre sus brazos. Lo bendice porque se le da la gracia de reconocer en esa pequeña y frágil criatura, al Salvador, la luz que alumbra con la gloria de Dios tanto a las naciones paganas como al pueblo de Israel. 

El anciano Simeón es el símbolo del Viejo Testamento. En él están representados los patriarcas, los jueces, los reyes, los sabios, los profetas, todos los elegidos por Dios que prepararon y anunciaron este momento y lo desearon ardientemente. En su oración Simeón reconoce que ya puede dejar el Señor que su siervo muera en paz.  En otras palabras, proclama que ya el Antiguo Testamento ha llegado a su fin y ceder el paso al Nuevo, porque con ese pequeño ser ha llegado el esplendor de la salvación de Dios al mundo entero.

A Simeón, a la pequeña familia presente, fiel cumplidora de la ley, se integra Ana, una profetiza y viuda de gran ancianidad, que ha dedicado la casi totalidad de su vida a la alabanza y a la oración y representa a todos los seres humanos que hacen de su vida una gran oración y no se cansan de practicar la caridad. Todos ellos representan al pueblo de Dios, el pequeño resto de Israel, llamados los “anawin”, esos pequeños, pobres y sencillos, que los profetas predijeron sabrían esperar con un corazón puro y humilde la llegada del Mesías y estar allí cuando él se presentara (Cfr. Sof 3,12-14). 

Es a la luz de este anuncio de amor y de ternura que se escenifica en el templo de Jerusalén, con motivo del gesto tan humilde y sencillo de José y de María de presentar a su pequeño, que debemos contemplar la belleza y el milagro de la familia cristiana.  El milagro de nuestras familias solo puede entenderse plenamente a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, se hizo pequeño para caber en las cuencas de nuestras manos y en el horizonte de nuestras vidas sencillas y cotidianas. La gloria de Dios hemos de buscarla allí donde está y brilla esplendorosa: entre las pajas de nuestros pequeños avances y logros. ¡Qué realidad tan frágil y sencilla es una familia y sin embargo ella es el mejor estuche donde se esconde la gloria de Dios!

Dichosos seremos, mis queridos hermanos si se nos da la gracia de mirar con los ojos de Simeón a nuestras familias, descubrir la presencia de Cristo en nuestros abuelos, padres y hermanos, con sus cualidades y defectos, grandezas y limitaciones; dichosos seremos si logramos descubrirlo escondido en las etapas recorridas, en los acontecimientos gozosos y luctuosos compartidos, en la presencia del Espíritu que nos ha acompañado y nunca se ha ausentado de nuestros proyectos, crecimientos, luchas y avances. Dichosos seremos cuando veamos a Dios en nuestras familias, en su historia de amor, de crecimiento, de lucha y perdón, de ternura y sabiduría, en la que todos hemos sido y seguimos siendo protagonistas. Dios no pasa por encima, ni por un lado: Dios pasa a través de nosotros tal como somos y nos manifestamos. 

Tras esa humilde ofrenda que agrada al Señor (Cfr. Mal 3,5) y que anticipa la gran ofrenda que años más tarde el Hijo de Dios hecho hombre realizará en plenitud sobre el altar de la cruz, los esposos retornan a su casa. Y acota Lucas que a partir de allí el niño fue creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él. Dios Padre no le ahorró nada a María, a José, al niño de los tremendos sinsabores y pruebas de esta existencia terrenal. Muy claro fue Simeón con los padres. No les maquilló la presentación. El niño será un signo de contradicción en su pueblo: para unos traerá la ruina para otros, resurgimiento. Y una espada atravesaría el corazón de la madre. 

Ese es el niño Jesús que hoy viene a nuestro encuentro junto con sus padres a llenar nuestras vidas de una inmensa alegría. Su presencia es el verdadero milagro que cambia el color, el sabor, el olor y el sentido de una familia. En la vida hay que atravesar valles de lágrimas. No se trata de esquivarlos, buscar atajos, anestesiantes o engañosos subterfugios para evitarlos. La clave está en aceptarlos y enfrentarlos juntos, en familia y con Jesús, el niño de Belén. 

Entonces la vida familiar, el valle de lágrimas y los oasis de gozo y alegría cobrarán sentido, nos fortalecerán, nos animarán, nos consolarán. Se realizará el milagro anunciado por el profeta de la consolación: “Dará fuerza a los cansados, acrecentará el vigor del inválido; a los jóvenes que ponen su esperanza en él le saldrán alas como de águila, correrán sin cansarse y marcharán sin fatigarse” (Is 40,28-31).

Si Dios ha querido hacerse niño, nacer entre pajas, caber en la cuenca de las manos de un anciano y darle sentido a la ruda vida de la joven pareja de Nazaret, es porque también desea hacer otro tanto con cada uno de nosotros, con cada una de nuestras familias. Acojámoslo, alimentemos su presencia en nuestras vidas; incluyámoslo en nuestros proyectos fundamentales; cuidémoslo en todos los seres frágiles que su Padre ponga bajo nuestra responsabilidad; dejémoslo que crezca, que se fortalezca en cada uno de nosotros y alcance su plena adultez y se transforme en el Señor y Rey de nuestras vidas (Ef 4,15). ¡Qué gran programa para el año 2021 que ya está a las puertas! 

Carora, 27 de diciembre de 2020


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora