domingo, 29 de diciembre de 2019

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2019 / A - HOMILÍA

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2019/A
HOMILÍA

Muy queridos hermanos y hermanas,
Dentro de la fiesta de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en la familia que se ha constituido con José, María y Jesús. Al lado de ellos también encontramos la familia de Zacarías, Isabel y Juan el Bautista. Los acontecimientos que nos narra S. Lucas de estas dos familias transcurren en un ambiente de alabanzas al Señor por su inmensa misericordia. En los dos capítulos que recorren estos relatos encontramos los cantos de María, de Zacarías, de los ángeles, de Simeón. 
Todos se centran en reconocer que con la llegada de Jesús al mundo, Dios cumple las promesas mesiánicas en favor de su pueblo, y particularmente de los pobres, de los “anawin”: es decir de lo que supieron perseverar y esperar su venida: las dos familias, los pastores, Simeón y Ana conforman ese pequeño resto de Israel, que reciben con gozo los primeros anuncios de la Buena Noticia de la salvación. 
En el texto evangélico que nos narra la presentación del niño en el templo, la acogida que les brindan Simeón y la profetiza Ana y el retorno de la familia a Nazaret, Lucas condensa cómo se dio el misterio de la Encarnación. “El Verbo se hizo carne y plantó su carpa entre nosotros” (Jn 1,14). El Hijo de Dios se volvió en todo semejante a nosotros y asumió la condición de siervo, excepto en el pecado (Heb 4,15). 
De los treinta y tres años que vivió entre nosotros, treinta transcurrieron con sus padres en el pueblo de Nazaret, a tal punto que llegó a ser conocido como el Nazareno. Si uno quiere saber cómo fue la vida del Hijo de Dios en esos años, tiene que tratar de conocer la vida de cualquier habitante de ese poblado en aquella época, cambiar el nombre y ponerle el nombre de Jesús. S. Pablo comenta que “se hizo semejante a los hombres y mostrándose como uno más entre ellos, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte” (Fil 2,7-8). 
Durante esos treinta años, Jesús fue un nazaretano más, sin llamar en lo más mínimo la atención sobre su condición divina. No han faltado quienes han querido fantasear episodios extraordinarios, haciéndolo peregrinar a Egipto o a la India para aprender la sabiduría de esos pueblos. No hay absolutamente nada de eso en la vida del Señor. Lucas resume esas tres décadas en la siguiente frase: “El niño crecía y fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”.  Y en otro lugar dice: “el niño crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52). 
Crecer en sabiduría significa asimilar los conocimientos, la experiencia humana acumulada a través de los siglos de hominización; los tiempos, los ritos, las fiestas, los remedios caseros, las plantas, las celebraciones familiares, las costumbres, en una palabra, la cultura de su pueblo galileo del siglo primero. Esta sabiduría la asimiló viviendo con su gente, conviviendo con su comunidad natural, relacionándose con sus coterráneos, compartiendo sus labores. 
Crecer en edad significa recorrer las diferentes etapas de la vida: el nacimiento, la infancia, la adolescencia, la juventud, la adultez. Es el peregrinaje de cada ser humano con sus alegrías, sus tristezas, sus enfermedades, sus descubrimientos y aprendizajes, sus contradicciones y sus amores. Esto lo aprendió viviendo y conviviendo con su madre María, con su padre nutricio José, con sus primos, sus tíos, parientes y vecinos, yendo los sábados a la sinagoga, peregrinando a Jerusalén. 
Crecer en gracia, significa la experiencia peculiar que tuvo Jesús en su relación con su Padre Dios: descubrir la presencia de Dios en su vida, sentir su acción providencial en los acontecimientos cotidianos, escuchar, en un momento dado, su llamada y descubrir cuál era su vocación, al encarnarse en esta tierra. Esta dimensión peculiar de su crecimiento interior Lucas la resume en la respuesta que el niño les dirigió a sus padres, cuando después de haberlo extraviado en el transcurso de una peregrinación a Jerusalén, lo hallaron en el templo, en medio de los doctores de la Ley. En ese momento les dijo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,48-49).  El gran aprendizaje, en esta dimensión, fue la de someterse, con humildad y fidelidad, pasare lo que pasare, al cumplimiento de la voluntad de su Padre (He 4,8).
En estas tres dimensiones Jesús contó con el ejemplo de sus padres. Tanto José como María crecieron también en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres. Supieron trasmitir a Jesús la cultura de su pueblo sencillo y campesino. Por eso Jesús sacará de esa reserva cultural la gran mayoría de sus enseñanzas, parábolas y ejemplos. Jesús siempre valorizó la cultura de los campesinos, de los labriegos y de los pastores. Y por eso supo llegar al corazón de sus oyentes y discípulos. Con José y María aprendió a colocar los planes de Dios por encima de los demás preceptos y criterios de acción. Estuvo al lado de su padre hasta su muerte y antes de expirar confió a su madre al cuidado de Juan. 
Jesús no solo honró la familia de la sangre y de la tierra, mostrándola como camino privilegiado para alcanzar la madurez y la plenitud como ser humano. También dejó muy en claro que el venía a inaugurar una nueva familia: la familia del Reino, que no se configura por lazos de la carne ni de la sangre, sino por la escucha, la meditación, la asimilación y la puesta en práctica de la voluntad de Dios (Mc 3,31-34). Esta nueva comunidad familiar es la Iglesia. Y poco a poco, nos fue revelando que el modelo primordial por el que él se guio en esta tierra fue su familia trinitaria, y su deseo ardiente de que esta familia se ensanchara, hasta integrar en ella la gran familia de la humanidad entera. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuere así se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar” (Jn 14,1). 
Las tres familias se complementan. En las tres estamos llamados a trabajar arduamente para construir una mejor humanidad. El único modelo humano que hace al ser humano en su plenitud de crecimiento en sabiduría, edad y gracia es la familia heterosexual, acogedora de la vida, constructora de relaciones humanas, generadora de personas convivenciales. Es en ella que se constituye la otra familia, la familia Iglesia doméstica, célula fundamental de la Iglesia. 
Pero no podemos olvidar la gran tarea de trabajar para romper todas las barreras que dividen y separan a los hombres para constituir según el deseo de Jesús, la gran familia humana, basada en la fraternidad, el respeto a la dignidad de cada uno, la acogida mutua y la construcción permanente de la paz como fruto de la justicia. En todo ello nos ha de guiar la palabra de Jesús: “He venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia”. (Jn 10.10). “Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). “Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a esas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor” (Jn 10, 16).
Carora, 29 de diciembre de 2019


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico “sede plena” de Carora

miércoles, 18 de diciembre de 2019

DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019 - HOMILÍA


DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
El capítulo 18 del evangelio de Lucas está lleno de muchas cegueras. Ceguera de un juez que no quiere atender los justos reclamos de una viuda, ceguera orgullosa y prepotente de un fariseo en su modo de orar y de relacionarse con sus semejantes; ceguera de un joven rico que prefiere sus riquezas a seguir a Jesús; ceguera de los apóstoles que en cada uno de esos episodios “no entendieron nada, el asunto les resultaba oscuro y no comprendían lo que Jesús hacía, les decía y les anunciaba”.
¡Jesús Hijo de David, ten piedad de mí!
La narración de la curación de un ciego en la puerta de la ciudad de Jericó, sobreponiéndose con su grito angustiado a la gente que lo quiere disuadir de llamar a Jesús, resume el grito de la humanidad que Isaías describe en una de sus profecías: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9, 1). Jesús está por llegar a Jerusalén. Allí con su muerte en la cruz, irradiará sobre la humanidad postrada en las más profundas tinieblas de la violencia, del abandono y del miedo el poderoso resplandor de la salvación:
Quedamos así preparados para entrar con Jesús en Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo, 11 mil años, entrar en la vida de Zaqueo, el jefe de publicanos, introducirnos con Jesús en su casa y llegar incluso a penetrar dentro de su corazón. Todos los relatos evangélicos nos transmiten la persona y el mensaje de Jesús, pero hay algunos como el de hoy cargados de una especial densidad.
Zaqueo, pequeño de estatura, hombre rico, jefe de publicanos, acoge el reino de Dios como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado, encuentra la salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37), que nos viene al encuentro a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
Nadie queda fuera del poder salvador que emana de Jesús
 Este Zaqueo podrá ser un recaudador de impuestos, que se ha enriquecido al servicio del imperio romano, ejerce un oficio de colaboracionista del poder opresor, pero el piso se le está moviendo por dentro, no está a gusto con lo que está haciendo; y por encima de todo un deseo se ha ido metiendo en el corazón, un deseo que no logra refrenar ni callar: Quiere ver quién era Jesús. Él también está ciego, como el ciego de la puerta de Jericó, que Jesús acaba de curar. Y él quiere ver, ver a Jesús.
Varios obstáculos se interponen para lograrlo. Es un recaudador de impuestos. Incluso un chivo. Es rico. Se ha enriquecido a costillas de sus compatriotas; se le interpone una muchedumbre novelera y curiosa y es retaco. Un oficio execrable sin duda, pero ha oído que entre los discípulos de Jesús anda un tal Mateo, publicano convertido (Mc 2,13-17). ¿La riqueza? Ya sabe lo que opina Jesús de los ricos apegados codiciosamente a los bienes de la tierra (Lc 18,24-25). Por eso ya ha empezado por su cuenta, a compartir sus bienes con los pobres, nada menos que la mitad y quiere ajustar sus cuentas con los que haya defraudado. Y el último obstáculo lo va a superar de un modo sorprendente. Sin miedo a exponerse al ridículo y a la mofa de sus conciudadanos, se encarama en un árbol por donde va a pasar Jesús.
¡Hoy tengo que hospedarme en tu casa!
Y el encuentro se produce, pero no del modo en que Zaqueo lo había pensado. Él pensaba verlo pasar. No será así. Será Jesús quien lo verá a él. El Señor alzó la vista y no solamente lo miró, sino que además le dijo que se bajara pronto de allí “porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Este momento fue inefable en la vida de aquel hombre. Él pensaba solo verlo pasar. Jesús le da entender que no quiere pasar; quiere quedarse. Una cosa es pasar y chao la vida sigue igual; otra cosa es quedarse. “Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Bajó enseguida y lo recibió con alegría.
Jesús va a entrar en la casa de Zaqueo; Zaqueo va a entrar en la casa y en la vida de Jesús. Jesús no viene pasar, hacer un toque técnico e irse. Quiere quedarse. Se hizo uno de nosotros y vino a este mundo, a la casa de los seres humanos, para invitarnos a su casa, para introducirnos en su intimidad familiar, a hacernos hijos de su Padre, hermanos suyos, coherederos del Espíritu Santo.
Hoy ha llegado la salvación a esta casa
Cuando Jesús entra en la casa de una familia, cuando alguien le abre la puerta del corazón, con él llega la salvación. Así sucedió con el ladrón crucificado junto con él, en el Gólgota. Le imploró a Jesús que se acordara de él cuando estuviera en su Reino y recibió esta respuesta: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42-43). “Vino a los suyos, nos recuerda S. Juan, y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, como este publicano, a los que creen en él, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,11-12).
Si Jesús toca a la puerta de tu casa y tú le abres, con él entrará también la salvación y te corresponderá invitándote a entrar en su casa. “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3,20). Ya está el Señor a punto de pasar por tu Jericó. Se apresta a pasar por tu calle. Ninguna condición humana es incompatible con la salvación. Mi hermano, ¿Ha llegado ya la salvación a tu casa? ¿Cómo están tus ansias, tus deseos de ver a Jesús? ¿Sabes que él ha venido precisamente a buscar y salvar lo perdido?”

Maracaibo 3 de noviembre de 2019


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador Apostólico sede plena de Carora

domingo, 8 de diciembre de 2019

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO /A 2019 HOMILÍA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA DEL PBRO. ENDEER ZAPATA


SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO /A 2019
HOMILÍA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA
DEL PBRO. ENDEER ZAPATA
Lecturas: Is 11, 1-10; Sal 71; Rm 15 4-9; Mt 3, 1-12

Muy queridos hermanos,
Nos hemos congregado este segundo domingo de adviento, con el ánimo en alto y llenos de alegría, para alabar y cantar himnos a nombre del Señor por haber llevado a cabo las promesas de salvación hechas a los patriarcas y haberse hecho presente en nuestra historia y especialmente en la historia de nuestro hermano y amigo el padre Endeer Zapata.
Le agradezco de corazón el haberme querido asociar a la celebración de sus bodas de plata sacerdotales. Desde que hemos venido trabajando juntos en el hermoso campo misionero de nuestra Iglesia en Venezuela, he podido valorar cómo ha sabido combinar su sólida preparación con una entrega y un ministerio lleno de alegría, sencillez y cercanía con sus hermanos.
Bendigo a Dios, junto con la Sra. Silvia, su mamá, su hermano Alfredo, sus familiares, amigos, la comunidad parroquial y la gran familia de las Obras Misionales Pontificias, por el don de su sacerdocio y el valioso servicio que le está prestando a la Iglesia universal desde su responsabilidad actual. Todos unidos, los presentes y los ausentes, alabamos, con un solo corazón y una sola voz, a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, por los hechos maravillosos realizados en la vida de nuestro hermano Endeer en estos 25 años de vida sacerdotal.
En todo tiempo y lugar Dios ha querido valerse de hombres y mujeres que, elige y capacita de modo totalmente gratuito y bondadoso, para asociarlos en distintos momentos de la historia a su plan de salvación en este mundo. Este tiempo de adviento, nos pone en contacto con el servicio y la misión del profeta Isaías, la Virgen María, su esposo San José, S. Juan Bautista y muchos santos como S. Francisco Javier, San Nicolás de Bari, S. Ambrosio, S. Juan Diego, Sta. Lucía y S. Juan de la Cruz.
En el evangelio de hoy sale a nuestro encuentro la figura del Bautista. A él le tocó ser precursor de Jesús, señalar su presencia entre nosotros, y bañarlo con el bautismo de penitencia. Mateo describe su atuendo y su figura con gran semejanza con el profeta Elías y ubica su actividad a las orillas del Jordán, en Judea. Toda su vida y su actividad queda orientada y subordinada a “aquel que ha de venir”, la persona de Jesús y a quien el no se considera digno ni siquiera de desatarle las correas de sus sandalias. Con su fuerte predicación, su llamado a la conversión sincera y profunda preparó el corazón de su pueblo para recibir al Mesías. Con su vida y con su muerte martirial Juan el Bautista es sin duda un gran modelo de discípulo misionero para el padre Endeer y para todos nosotros.
No basta pues declararse miembros del pueblo elegido, hijos de Abrahán como pretendían los fariseos y los saduceos. La conversión se verifica con frutos concretos, con radicales cambios en la conducta y en el estilo de vida. No es un mero cambio en la manera de comportarse para llevar una vida más coherente con la fe que se profesa. Hay que ir más allá y tomar la decisión de orientar toda la vida de acuerdo el advenimiento del Reino de los cielos del cual anuncia su inminente llegada. ¡Conviértanse! porque el Reino de los cielos ya está cerca. Que este grito profético del precursor retumbe en todas nuestras consciencias y haga mella en nuestra vida. Coloquemos a Dios en el centro de la vida y organicemos todo lo que decidamos en torno a El.
Escribió la santa carmelita francesa Isabel de la Trinidad: “es bello pensar que la vida de un sacerdote, como la de la carmelita, es un ¡adviento que prepara la encarnación en las almas! David canta en un salmo que “el fuego caminará delante del Señor” ¿Y no es el amor aquel fuego? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor a través de nuestra unión con aquel que el Apóstol llama un “fuego devorador”?
Celebramos con alegría las bodas de plata sacerdotales del padre Endeer, un hijo de Dios de estas tierras trujillanas que lleva el fuego de la misión en sus entrañas. Padre Endeer recuerda hoy ese esplendoroso momento en que Mons. Vicente Hernández Peña, de feliz memoria, impuso las manos sobre ti y junto con los concelebrantes pronunció la oración consecratoria, gestos sacramentales que por la gracia del Espíritu Santo te configuraron para siempre con Cristo sumo y eterno sacerdote, Cabeza y Pastor y de su Iglesia. Esa gracia sobreabundante se derramó con el sagrado crisma sobre tus manos, sobre tus labios, sobre tu corazón y se ha transformado en un manantial inagotable de vida, de santificación, de perdón, de servicio y de amor en favor de todos a quienes te has entregado sin reserva en tu ministerio.
Después de ungirte las manos con el santo crisma, Mons. Vicente te entregó la patena con el pan y el cáliz con el vino, y te dijo estas palabras: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”. Como discípulo misionero presbítero te corresponde reproducir a Cristo, actuar in persona Christi capitis, y eso solo lo puedes lograr recibiendo la ofrenda del pueblo santo de Dios y presentándosela al Padre de manos de Jesús en la santa eucaristía.
La gran labor del sacerdote es reproducir lo más fielmente posible a Jesucristo Cabeza y Pastor de su Pueblo y entregarse con todas sus fuerzas a convocar, a congregar, a unificar, a hermanar, a superar luchas, conflictos y odios y a ayudar a sus hermanos a encontrar los caminos de la unidad y de la paz. Cuánta faltan hacen sacerdotes y consagradas que construyan caminos de paz, que levanten puentes de concordia, que sean sembradores de ánimo y esperanza en tiempos de tanta desolación.
Para llevar a cabo esa indispensable misión es menester alimentarse de la Palabra y de los sacramentos, particularmente de la eucaristía. Mientras más te sumerjas en la Eucaristía, Endeer, más te cristificarás y más capacitado estarás para recibir lo que el pueblo de Dios te presenta; sus trabajos, su fe, sus dolores y alegrías, sus penas y esperanzas, sus adelantos y retrocesos, sus caídas y sus levantadas.
Las bodas de plata son un punto de llegada y también un punto de partida. Recuerda las palabras de S. Juan Pablo II: “Duc in altum”. Rema mar adentro, padre Endeer. Sigue rema hacia las otras orillas; vive a fondo un sacerdocio en salida, sigue yendo hacia esas orillas culturales, territoriales y existenciales donde te esperan tus hermanos con hambre y sed de Dios, con los cuales te has substanciado con tu opción misionera. Que, al entrar en contacto con ellos, sientas el mismo estremecimiento que conmovieron las entrañas de tu Señor y Maestro, al ver tantas ovejas errantes, desamparadas y dispersas al carecer de pastor. Esta conmoción compasiva lo llevó a asociar a su misión a los doce, a sus sucesores y a servidores como tú, dispuestos y generosos a dar todo por el evangelio del Reino al lado de Jesús, junto con tus hermanos y en profunda comunión con tu Iglesia.
Rema Venezuela adentro, mundo adentro, Iglesia adentro. Que al oír estas palabras recuerdes con gratitud tu pasado, vivas con pasión tu presente y te abras con confianza, como la Virgen María del Monte Carmelo, al futuro, convencido de que Jesucristo ha vencido; su Pascua abre camino hacia un mundo nuevo y que los poderes del Mal, del pecado y de la muerte han sido definitivamente derrotados.
Dios Padre que te conoció y te eligió desde el seno de tu madre Silvia, que te predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para conquistar muchos hermanos; que te justificó con su sangre preciosa, que ya por su parte te glorificó, llene hoy tu corazón de gozo junto con tu familia, tu pueblo que se goza de tu fidelidad y entrega y te impulse con renovadas fuerzas a cantar con María tu propio Magnificat. Si! El Señor ha hecho en ti maravillas y santo es su nombre. El Señor ha sido grande con esta generosa ciudad jardín de Boconó que ha dado tantas vocaciones a la Iglesia. Glorifiquemos todos por siempre al Señor Jesús.¡Maran Atha! ¡Ven, Señor Jesús! Amén
Boconó, 8 de diciembre de 2019

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico sede plena de Carora




jueves, 28 de noviembre de 2019

DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS 2019 - HOMILÍA


DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS 2019
HOMILÍA

Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré con acción de gracias;
porque libraste mi alma de la muerte, mis pies de la caída;
para que camine en presencia de Dios a la luz de la vida.
Salmo 54

Muy queridos hermanos,
En el mes de noviembre de cada año la tradición, la cultura y la sociedad estadounidense celebra el día de ACCION DE GRACIAS: “Thanksgiving Day”. Es la fecha más querida, la más esperada, la más importante y la más festejada por este pueblo que habita el norte de este continente. Otras naciones como Canada y Brasil también lo festejan.  
En USA sus pobladores hacen memoria de un hecho histórico, fundacional como Nación. Hay diversas narraciones, pero todas giran en torno a cómo, en 1621, los primeros colonos que llegaron a de Plymouth, Massachusetts, ante una cosecha insuficiente, fueron socorridos por los nativos, gesto solidario que dio lugar a una comida compartida por nativos y peregrinos. Más adelante el gobernador Bradford primero y el presidente Lincoln después le dieron carácter festivo oficial.
La memoria y celebración de este hecho histórico posee tal fuerza convocadora que todos los que habitan este país viajan, desde cualquier parte, para congregarse en familia y con sus seres queridos, para compartir el pan con alegría y regalos, pero, sobre todo, para DAR GRACIAS por todo cuanto son y tienen. Es costumbre también asociar otras personas con quienes se tiene una particular vinculación de amistad, compañerismo o solidaridad.  
Hacer memoria y DAR GRACIAS, he allí el meollo e importancia de esta celebración. Esas mismas actitudes fueron las que Dios a través de Moisés le pide al pueblo de Israel que realice cuando recoja su primera cosecha en la tierra prometida. Esa es la actitud que Jesús les pide a los apóstoles en la última cena: Hagan esto (la eucaristía) en memoria mía.
El agradecimiento es una actitud propia de la condición humana. Es de bien nacido ser agradecido reza un refrán popular. Es también la espina dorsal de la espiritualidad del judaísmo vetero-testamentario y del cristianismo. Los cristianos somos esencialmente seres eucarísticos; estamos llamados a un permanente retorno a Dios, como el leproso curado del evangelio, para darle gracias y reconocerlo como fuente permanente de donde brotan los mayores dones de la vida.  
El Thanksgiving day no se hubiera mantenido en el tiempo si no hubiera respondido a la conjunción de una actitud fundamental y ll deseo humano de buscar y expresar la felicidad que anida en lo hondo de todos los corazones. La vocación primera y la búsqueda primordial e incesante del ser humano es la de ser feliz y el cultivo de la gratitud es uno de los caminos privilegiados para cultivarla y concretarla. Por eso, el día de ACCION DE GRACIAS es un día para la felicidad, es un día en el que nos sentimos y somos felices, un día para evocar, recoger y poner de manifiesto todos los motivos que tenemos para agradecer, todos los motivos por los que somos felices. Es un día en el que cosechamos los motivos que nos colman el corazón de las más nobles y profundas alegrías.
Por eso tiene fuerza germinal. Un solo día no puede contenerla. Pero la gratitud no puede circunscribirse o limitarse a un día, a una fecha cada año, porque la vida diaria es ella misma un don, un regalo. Por lo que la GRATITUD, más que una celebración anual, ha de ser una actitud permanente en el ser y quehacer de cada uno de nosotros en particular y de todos, tanto como familia, grupo social o como Nación.
Agradecer, ser felices nos enseña el camino de una existencia histórica vista, concebida y vivida con sentido de trascendencia. Desde lo humano nos catapulta a las entrañas de Dios.  Descubrimos la vida y todo en la vida como un regalo y presencia del amor de Dios: la posibilidad, en definitiva, de vivir la vida como un espacio-tiempo de bendiciones incesantes.
Todo lo bueno que somos, tenemos y nos acontece es para agradecerlo y lo menos bueno para aprender de ello y seguir adelante. Nuestras vidas, nuestras familias, nuestros seres queridos, nuestra salud, nuestras oportunidades educativas y laborales, nuestros sueños y metas, nuestros esfuerzos cotidianos y nuestros logros personales y comunitarios reflejados en la grandeza como Nación y en la calidad de vida que podemos disfrutar. Todos estos son motivos cotidianos para agradecer, para vivir en una actitud permanente de agradecimiento.
Un día como este no debe quedarse por consiguiente en una mera celebración puntual. Ni tampoco debe dejarse encerrar en formas celebrativas centradas en la inmediatez, en el consumo, en lo efímero de la compra-venta, en el utilitarismo tangible de la oferta y la demanda, en la materialidad consumista y en el mercantilismo agotador, inmanente y pasajero. No ignoramos y todos sabemos que aquí y en la humanidad entera hay mucho por mejorar, mucho por humanizar, para extirpar muchas experiencias de injusticia de violencia y de muerte, muchos sueños frustrados y muchas esperanzas fallidas, muchas y muy variadas manifestaciones de mal por el egoísmo humano.
Este día y todos los días se nos presentan como una oportunidad para agradecer, pero, también y especialmente, como un desafío para proyectarnos y ser felices construyendo motivos para que no solamente nosotros podamos agradecer, sino para que también otros hermanos lo puedan hacer. Ayudar a un hermano a ser agradecido es hacerlo crecer en dignidad y humanidad. Así lo reflejan y lo afirman las lecturas que acabamos de escuchar, particularmente el evangelio.
El Señor Jesús curó a diez leprosos. Solo uno regresó para dar gracias. A ese, Jesús le acrecentó su fe y le regaló también la salvación.  Jesús no pretende poner de manifiesto una realidad estadística. El 10% solo da gracias. Pero el hecho es que son muchos los agraciados, pero pocos los agradecidos. A los diez leprosos les dio motivos para agradecer. Solo uno regresó donde él para manifestar su agradecimiento. Ese samaritano se transformó en nuestro maestro y guía de una forma ideal de vivir, una espiritualidad. Vivir en permanente retorno agradecido a Jesús.
La gratitud es sin duda una actitud y una conquista diaria, pero es también una inmensa gracia que hemos de pedir con insistencia al Señor. El mundo necesita crecer más en agradecimiento. El DIA DE ACCION DE GRACIAS nos envía a sembrar semillas de agradecimiento para que otros más necesitados las puedan cosechar.
El Papa Francisco ha establecido que en adviento celebremos también el día mundial de los pobres. Son dos conmemoraciones muy cercanas que deben darse la mano. Ser agradecidos y darles la oportunidad a otros hermanos de vivir y estar en condiciones de ser ellos también felices y agradecidos. Porque no puede haber verdadera y autentica ACCION DE GRACIAS cuando todavía hay aquí y en el mundo hermanos que sufren y que padecen la carencia de condiciones mínimas para vivir, creer, amar, esperar, agradecer y ser felices.
THANKSGIVING DAY es una fecha patria anual, un día en el calendario para DAR GRACIAS, pero especialmente una celebración para recordarnos que esta ha de ser nuestra actitud permanente: la de ser agradecidos para ser felices; no para relanzarnos a la búsqueda desenfrenada y egoísta de otra fiestecita pasajera más sino para construir un mundo mejor, más justo y más humano; un mundo en el que todos los habitantes de la tierra – no sólo de una nación – vivan y tengan la oportunidad de celebrar y agradecer. ¡Feliz día de Acción de Gracias! ¡Happy Thanksgiving Day!
Miami 28 de noviembre de 2019

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico sede plena de Carora

N.B. Agradecimiento a mi amigo Mario J. Paredes (www.acppps.org) cuyas reflexiones para este día me han Inspirado para esta homilía.


domingo, 24 de noviembre de 2019

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY 2019 - HOMILÍA


SOLEMNIDAD DE CRISTO REY 2019
HOMILÍA
Lecturas: 2 Sam 5,1-3; Sal 121; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43

Muy queridos hermanos,
Llegamos al fin del año litúrgico y la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en Nuestro Señor Jesucristo. Con él iniciamos nuestro recorrido de fe hace un año, de la mano del evangelio de S. Lucas y con él lo queremos concluir. El es el iniciador y el consumador de nuestra fe (He 12,1).
Así como el pueblo de Israel, con sus ancianos a la cabeza, se congregó para proclamar rey a David, nosotros también nos congregamos hoy, como pueblo de Dios, como asamblea santa, para proclamar a Jesucristo Señor de señores y Rey de reyes. Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XI en 1925 con la intención de motivar a los católicos a llevar la vivencia de su fe, con fuerza testimonial, a todas las dimensiones de la vida política, económica, social y cultural. Por eso esta fiesta está estrechamente asociada con el compromiso de los laicos por trabajar, a través de todas sus redes asociativas organizadas, y en particular a través de la Acción Católica, en la expansión del reino de Dios en el mundo.
Pero hemos de estar muy atentos para entender en su recto sentido el reinado de Cristo. ¿Qué significa que Jesucristo es Rey del Universo? Detrás de estas palabras grandiosas se esconde una realidad que necesitamos asimilar bien y darle su debida aplicación en nuestra vida privada y social.
El Cristo que proclamamos rey inició su reinado al nacer, en un movimiento migratorio de sus padres, fuera de su pueblo, en un pesebre de una gruta de Belén; fue reconocido como rey mesías por los magos;  lo fraguó en silencio en la vida sencilla de un humilde carpintero durante 30 años con su familia en Nazaret; lo hizo su programa de vida evangelizando a los pobres, abriendo los ojos de los ciegos, haciendo oír a los sordos, caminar los paralíticos, revivir a los muertos, en una palabra haciendo el bien; lo llevó a término entregándose por nosotros en el patíbulo de la cruz.
Treinta años después de su muerte y resurrección el apóstol Pablo nos dejó una profunda descripción de cómo el Señor se ganó ese reinado: “Ese Cristo que no se aferró a su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de esclavo, haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz”. A ese Jesús, que pasó por todos esos despojos, fue al que Dios Padre “le dio el más alto honor, y el más excelente de todos los nombres, para que, ante ese nombre, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra y todos reconozcan que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).
La suprema revelación de su reinado ocurre en el Gólgota. Concluimos la lectura del evangelio de S. Lucas con esta narración. Al ser clavado en la cruz, colocaron un letrero sobre su cabeza que decía: “Este es el Rey de los judíos”. Uno de los dos bandidos que han sido sometidos a la misma condena que él, le pide que se acuerde de él cuando esté en su reino. A lo que Jesús le contesta: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Queda así claro, que este rey tiene como trono una cruz, como corona una corona de espinas, como cetro tres clavos, como corte dos bandidos, un apóstol, su madre y tres discípulas más.  
Poco antes de su pasión, ya el Señor había anunciado cómo pretendía llevar a cabo su reinado: “Cuando yo sea levantado en lo alto de la cruz atraeré a todos hacia mí”. Se cumple así las palabras del Salmo 2: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo El trono de Jesús tiene un imán y ese imán es su amor vivido hasta el colmo, hasta el extremo. No es pues un rey que se impone por la opresión, el dominio despótico, la aniquilación de sus adversarios, la sumisión idolátrica de sus súbditos.
Es un rey-pastor que ha venido a buscar a las ovejas extraviadas de su rebaño. Es un rey-servidor que no he venido para ser servido sino para servir. Es un rey-médico que ha venido a curar, y dar vida, a incendiar el mundo con el fuego de la misericordia, del perdón y de la paz. Es un rey-pescador que no cansa de lanzar sus redes de paciente misericordia para ver si en una de esas nos termina atrayendo hacia él.   
El modelo de civilización propuesto por la globalización económica y la cultura post-moderna es totalmente contrario al modelo que Cristo propone a los suyos. Vivimos en una civilización que ha declarado que todo individuo es su propio rey, su propia norma y que tiene derecho a realizar lo que se le venga en gana, piense, sienta y quiera sin que nadie le ponga cortapisa y sin importar a quien tenga que llevarse por delante, pues lo importante es que alcance su propia felicidad así sea a costillas de los demás.
Es el imperio del individualismo llevado a su máxima expresión. Nada se debe interponer a lo que yo merezco, yo necesito, yo aspiro. Es decir, estamos totalmente de espaldas a la forma en que Cristo entendió y vivió su propia existencia y nos la quiso entregar. En vez del endiosamiento de sí mismo, para Jesús reinar es servir, darse, entregarse por el bien de sus hermanos. Ese es el rey nuestro. Este es el rey que hoy estamos llamados a contemplar y a imitar. Y así es también el reino que quiere instaurar con su vida y con la presencia de sus discípulos y de la Iglesia en este mundo y en la sociedad.
Hoy proclamamos por consiguiente el reinado de un Dios que se hizo hombre entre los hombres, que se hizo hermanos de sus semejantes, que nos dejó su palabra y su enseñanza para iluminar nuevos senderos de vida, para hacernos crecer en dignidad, en servicio mutuo, en nuevos estilos de relacionamiento, nuevos tratos profundamente humanos hacia todas las categorías de seres humanos sin distinciones, sin discriminaciones, sin exclusiones.
El Reino que quiere instaurar lo describe magníficamente el prefacio de la misa de hoy: reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y la gracia, reino de la justicia, el amor y la paz. Proclamar a Jesús como Rey requiere que descontaminemos ese término de toda significación triunfalista y egoísta. Nada de lujos, de gastos superfluos, de vanidades fatuas. Que promovamos la fraternidad entre pueblos, religiones, parcialidades políticas democráticas, entre culturas y estilos de vida que humanicen y nos hagan crecer en respeto y acogida de los más necesitados. 
¡Cuánto tenemos que aprender de nuestro rey! Cuanto necesitamos asimilar esos criterios suyos de que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, lo importante es servir y no ser servidos, hay mayor alegría en dar que en recibir, el mal se destruye a fuerza de bien, no vence el que más sabe, más tiene o más puede sino el que más ama. Es todo esto que debemos desear, hermanos, cuando recitamos el Padrenuestro y decimos: Venga a nosotros tu reino. Si tal es el rey, tales han de ser sus súbditos.
Hermanos, a aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para Dios, su Padre: A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
  Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico sede plena de Carora


domingo, 29 de septiembre de 2019

DOMINGO XXVI ORDINARIO C 2019 - HOMILÍA

DOMINGO XXVI ORDINARIO C 2019
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
Acabamos de escuchar la parábola del pobre Lázaro que pasa su vida a la puerta de un hombre rico. Es una historia de palpitante actualidad que nos lleva a todos a preguntarnos cómo está organizada nuestra vida.
Hay muchas maneras de vivir. Hay quienes no tienen capacidad alguna de hacer su vida propia. Están sometidos, esclavizados, oprimidos. Hay quienes viven haciendo sufrir a sus hermanos por medio del sometimiento opresivo, del maltrato, de la violencia. Son agentes exterminadores. Son individuos depredadores. Hay quienes viven como el trompo, girando en torno a sí mismos sin importarles absolutamente nada el prójimo, tal como los describe en la primera lectura el profeta Amos. Hay otros que viven y se desviven por ayudar a su prójimo, por tender la mano al necesitado, por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes.

En resumen, hay quienes viven y llevan vida buena; otros que sobreviven tratando de mantener la cabeza fuera del agua que los inunda; otros que se desviven por sus hermanos para que vivan mejor. Hay quienes no viven, sino que la vida les pasa por encima, hay quienes la vida los maltrata, los machaca; hay quienes asumen su vida y hacen de ella un servicio para mejorar la vida del mundo y la de sus hermanos.
Jesús nos enseña hoy dos cosas muy importantes sobre este tema. Nuestra manera de vivir en esta tierra tiene importancia. De la manera como vivamos en esta tierra, nos preparamos para vivir en la vida eterna. Quien escoge vivir sin Dios y sin el hermano, le tocará una eternidad de soledad y abandono. Quien escoge vivir con Dios y con sus hermanos, le tocará una eternidad con Dios y con sus hermanos. La vida terrenal, dice S Pablo, es una siembra, una semilla. La vida eterna es una cosecha. Lo que hayas sembrado en la vida terrenal, eso cosecharás en la eterna. Sembraste vientos terrenales, cosecharás tempestades eternas. Sembraste semillas terrenales de hermandad solidaria y compasiva, cosecharás una eternidad de amor y comunión con el Dios amoroso y compasivo.

Nos enseña además el Señor que su Padre Dios se hará cargo de aquellos seres humanos que en esta tierra no les haya tocado más que maltrato, explotación, esclavitud, sufrimiento y dolor incesante, causado por otros semejantes. En la parábola Abraham le contesta al rico que se retuerce sediento entre las llamas: “Hijo- sigue siendo hijo- recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras tú sufres tormentos”.

El Salmo 145 de hoy como muchos otros salmos, nos invita a alabar al Señor porque al final de todo, Dios restablece la justicia, “hace justicia al oprimido”. Por eso, nosotros sus hijos, los discípulos de su Hijo Jesús, camino, verdad y vida, lejos de comportarnos pasivamente esperando que el Señor intervenga, hemos de comportarnos en esta tierra como El y adelantar, en todo lo que podamos, el restablecimiento de la justicia, el trato amoroso y compasivo hacia los que tienen hambre, los que tienen sed, los descartados, oprimidos y abandonados por la sociedad.

Los cristianos, los que queremos seguir a Cristo, tenemos en él, en su madre un modelo y un espejo de cómo hemos de vivir nuestro tiempo terrenal. El comportamiento de Jesús es muy claro y límpido. Es una vida totalmente volteada y orientada hacia su Padre Dios y hacia sus hermanos los hombres. Pedro resume en uno de sus discursos después de Pentecostés la vida de Jesús, con estas simples palabras: “Pasó haciendo el bien”.

A nosotros se nos da pues escoger cómo consideramos nuestra vida terrenal: un tiempo para pasarla bien, entre rumbas, fiestas o farras o un tiempo para hacer el bien. Un tiempo para fregar la vida del prójimo o un tiempo para hacerle la vida más llevadera a los que tenemos a nuestro alrededor. Eso es lo que Pablo en la segunda lectura intenta inculcarle a su discípulo Timoteo a quien acaba de dejar al frente de una comunidad: “Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre”.

Este modo de vivir que nos enseña Jesús es el único que vale la pena y que nos hace verdaderamente felices y le da a nuestra existencia su verdadero sentido, Esa es la verdadera vocación humana. Pero bien sabemos que no es un camino fácil. Es más bien un camino y una forma de vivir a contra-corriente del mundo y de la sociedad. Por eso San Pablo le recuerda a Timoteo y a todos nosotros que hay que luchar: “Lucha en el noble combate de la  fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste una admirable profesión ante numerosos testigos”.

Nosotros también, desde nuestro bautismo, desde nuestra confirmación, guiados por nuestros padres, adoctrinados por nuestros catequistas, ayudados por nuestros padrinos y amigos, sostenidos y acompañados por nuestros pastores y nuestros hermanos en comunidad, hemos optado por este modo de vivir.

Cada domingo en la eucaristía profesamos nuestra fe en la vida eterna después de la muerte. Creemos que, así como Cristo resucitó nosotros también resucitaremos. Afirmamos nuestra convicción de que el Señor está con nosotros, vive en medio de nosotros, nos ilumina con su Palabra, nos alimenta con sus sacramentos, por medio de su Espíritu Santo, nos fortalece con su gracia, nos dota con sus dones, para que vivamos como él, nos comportemos como hermanos con nuestros semejantes, luchemos también por hacer un país mejor, una Iglesia más unida y solidaria, seamos compasivos, buenos, misericordiosos.
No nos cansemos hermanos de hacer el bien, venzamos el mal a fuerza de bien. Luchemos con Cristo y con nuestros hermanos por hacer crecer la semilla de la verdadera vida humana en donde nos toca realizar nuestra existencia.
El Empedrado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Administrador apostólico “sede plena” de Carora


sábado, 28 de septiembre de 2019

DIÓCESIS DE CARORA - EUCARISTÍA DE ENVÍO DIOCESANO DE CATEQUISTAS - HOMILÍA


DIÓCESIS DE CARORA
EUCARISTÍA DE ENVÍO DIOCESANO DE CATEQUISTAS
HOMILÍA
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Es un gran gozo para mi presidir esta eucaristía diocesana en el marco de la Semana Nacional de la Catequesis, evento eclesial que convoca todos los años a los catequistas y a sus formadores esparcidos por todas las Iglesias locales que peregrinan en Venezuela. Este año la hemos vivido inspirados por el lema: “Renovados y enviados anunciemos la esperanza de ser discípulos en Venezuela”.
El Señor escogió a otros setenta y dos y los mandó de dos en dos”
El envío que celebramos hoy se coloca dentro del dinamismo del envío que Jesús hizo de setenta y dos discípulos “para que fueran de dos en dos, delante de él, a todos los pueblos y lugares por donde él iba a pasar”. 
Ya Jesús, conmovido hasta en sus entrañas, por el abandono en que se encontraba su pueblo, “porque estaban maltratados y abatidos como ovejas sin pastor” (Mt 9,36), había enviado anteriormente en misión a los Doce apóstoles. Ellos habían recorrido los pueblos anunciando la Buena Noticia y sanando enfermos por todas partes. Pero se dio cuenta que no era suficiente porque “la cosecha era abundante pero los trabajadores seguían siendo muy pocos”.
Por eso pide que “rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para recoger la cosecha” y decide enviar una nueva oleada de setenta y dos misioneros pregoneros de la Buena Noticia y portadores de sanación.  Se trata de una cifra simbólica. Así como el envío de los doce simbolizaba la evangelización de Israel, los setenta y dos simbolizan el anuncio del Reino de Dios al mundo entero. Así lo dará a entender cuando antes de ascender a la derecha de su Padre, hace el envío final: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt 28,18-19).
Hoy elevamos nuestra acción de gracias a Cristo, el primer y gran catequista, que nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha incluido en los incesantes y renovados envíos que hace en todas partes y a través de los siglos, para que el Evangelio del Reino se siga esparciendo y se vaya haciendo más visible en todas las estructuras del mundo y de la sociedad, la vigencia de la civilización del amor.
Porque su amor es eterno
Con el mismo gozo que experimentamos desde el primer día en que fuimos llamados en nuestras comunidades y aceptamos enrolarnos entre los trabajadores de esta gran cosecha, hoy queremos renovar todos juntos nuestro compromiso y proclamar: “El amor del Señor es eterno y siempre está con nosotros”,
Ser catequista es un servicio discipular. Solo un discípulo ardiente y convencido de Jesús puede ser enviado por el Señor y asumir con pasión esta misión. Es un servicio pastoral que el obispo comparte con cada uno de ustedes. Dice S. Agustín que todos los que pastoreamos la grey somos como los miembros del único pastor. “Si hubiera muchos pastores, continúa el obispo de Hipona, habría división” pero como estamos llamados a construir la unidad debe quedar siempre en claro que todos los catequistas y demás servidores y ministros trabajan bajo la conducción y guía de un único pastor, representado en la diócesis por el obispo conjuntamente con su presbiterio.
Hemos de procurar por consiguiente ayudarnos unos a otros para formar una sola cosa con Jesucristo, de tal modo que cuando cumplamos nuestro servicio se vea claro que no somos nosotros los que apacentamos, catequizamos, evangelizamos, sino que es el Único Pastor quien realiza todas esas acciones.
Catequizar significa servir de eco para que resuene la verdadera voz no la nuestra. Como decía Juan el Bautista, titular de esta Catedral, somos simples amigos del esposo; cuando lo voceemos, no busquemos que se oiga nuestra voz sino la voz del amigo, del Esposo.  Nuestros catequizandos, a medida que van avanzando en el itinerario catequístico de iniciación cristiana, han de ir descubriendo con creciente alegría, que la voz de la caridad de sus catequistas es la voz y la caridad del mismo Señor.
El servicio catequístico es un servicio de amor.
Para ello, es menester, como les decía antes, que nos hagamos una sola cosa con él en el amor. El servicio catequístico es un servicio de amor. Solo cuando estamos unidos a Jesús en el amor, podemos recibir la encomienda de pastorear una porción de su rebaño. Así como Jesús se aseguró por tres veces que Pedro lo amaba antes de encomendarle el pastoreo de su rebaño, así el Señor quiere asegurarse que lo amamos para entregarnos en la Iglesia, en la comunidad, el cuidado de una pequeña porción de su rebaño. Solo fortaleciendo este amor, construimos la unidad en la Iglesia, es decir en el cuerpo de Cristo.
Dejémonos pues abrazar por el inmenso amor de Dios y, desde allí, hagámonos difusores en cada sesión, en cada encuentro, en cada etapa del itinerario, de ese mismo amor. Nuestra gloria ha de ser, citando nuevamente al santo pastor africano, “apacentar a Cristo, apacentar para Cristo, apacentar en Cristo”.
Que el Señor al posar sus ojos en cada uno de ustedes, se sobresalte con el mismo gozo en el Espíritu que lo estremeció cuando vio regresar a los setenta y dos de su misión y bendijo jubiloso a su Padre, “porque quiso ocultar las cosas del Reino a los sabios y a los entendidos y se las dio a conocer a la gente sencilla” (Lc 10,21-22)
Este gozo, esta alegría que ha sido depositado en nuestro corazón no nos quita la consciencia de las fuertes interpelaciones que nos llegan de la realidad acuciante de nuestro país, de las graves carencias de nuestros catequizandos, y de las mismas luchas que tenemos que librar nosotros mismos para llevar a cabo nuestra tarea catequística. Experimentamos con crudeza la advertencia del Señor cuando envío a los suyos: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos”.
Nos toca muchas veces desempeñar nuestra misión con las mismísimas pautas que Jesús le dio a nuestros antepasados: sin dinero, sin provisiones, con los zapatos gastados y valiéndonos de la hospitalidad y generosidad de las familias que participan en el itinerario para poder cumplir nuestra tarea. En medio de tanta penuria, descubrimos sin embargo que la prioridad es entregar a Jesús pobre, sencillo, acogedor y lleno de compasión y que es allí donde reside el motivo profundo de la paz y del gozo que nos mantiene fuertes, fieles y unidos.
Amados catequistas, tienen en sus manos y en su corazón como María, una tarea inmensa y hermosa: entregar a Jesús a sus hermanos, hacer crecer cristianos hasta su madurez en el Espíritu, contribuir a forjar comunidades cristianas unidas, misioneras, solidarias. Citando a nuestro Santo Padre Francisco: “El evangelio no es para algunos sino para todos. No es solo para los que parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor”.
Dejémonos hoy invadir por el gozo que se apoderó de los setenta y dos discípulos cuando el Señor se fijó en ellos, los llamó por su nombre, los dispuso en binas y los envió en su nombre, a anunciar su mensaje y a comunicar su amor salvador. Déjense renovar y enviar, déjense conformar por el Espíritu como discípulos pobres, pequeños, humildes y sencillos de Jesús, háganse portadores con su vida, su ejemplo, sus gestos y sus palabras del Evangelio del Señor.
Con el apóstol Pablo crezcamos, gracias a la Palabra y a la Eucaristía con las que el Señor nos nutre y sostiene, en los siete fundamentos esenciales de la unidad: Un solo cuerpo que es la Iglesia visible, un solo Espíritu principio de la unidad interna; una esperanza, destino final de nuestros desvelos; un solo Señor, unidad de obediencia al único pastor y dueño de la comunidad; una sola fe, unidad en el seguimiento de la única tradición apostólica, portadora a través de los siglos de la memoria de Jesús; un solo bautismo, unidad en cuanto a todos nos incorporar a un único Cristo; Y en el vértice de todo, un Dios Padre que nos une a todos en una sola familia de hijos e hijas suyos.
El Señor está con nosotros, Su misericordia es eterna. Amén.
Catedral de Carora, 28 de septiembre de 2019
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Administrador apostólico sede plena de Carora

 


viernes, 27 de septiembre de 2019

Mensaje a los Catequistas de la Diócesis de Carora con motivo de la Semana Nacional de la Catequesis 2019


 




DIÓCESIS DE CARORA
ADMINISTRADOR APOSTÓLICO
Mensaje a los Catequistas de la Diócesis de Carora
con motivo de la Semana Nacional de la Catequesis 2019

Queridos Catequistas,
La paz de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
La culminación de la Semana Nacional de la Catequesis me brinda la oportunidad de dirigirme a todos ustedes, para enviarles un mensaje lleno de gratitud y aliento. Sé que, respondiendo a la invitación de la Comisión Episcopal de Catequesis de la Conferencia Episcopal Venezolana, han realizado con gran entusiasmo, en todos los niveles eclesiales, bajo la coordinación del Secretariado diocesano, diversas actividades, para dar gracias a Dios por el don de este importante ministerio eclesial y por su presencia en toda la geografía diocesana.
Esta semana, ha sido un verdadero tiempo de gracia que el Señor nos ha concedido, durante la cual hemos tomado renovada consciencia de su necesidad para la educación y el crecimiento en la fe de nuestras comunidades cristianas. El lema propuesto para este año: Renovados y enviados, anunciemos la esperanza de ser discípulos en Venezuela” nos ha ayudado a crecer en comunión y articulación con todas las Iglesias locales del país.
Esta semana se ha celebrado a las puertas del mes misionero extraordinario de octubre, convocado por el santo Padre Francisco para, reimpulsar en la Iglesia, entre otros fines, el anuncio del Evangelio. El lema de la Semana se encuentra en gran sintonía con la línea misionera del mes de octubre. Es efectivamente en los procesos e itinerarios catequísticos donde se va fraguando el perfil misionero del cristiano. Los catequistas son efectivamente misioneros formadores de misioneros, ya que el Señor los ha colocado en medio de la comunidad, como testigos de su vida y de su obra, comunicadores de su mensaje de salvación y formadores de futuros testigos, dispuestos a seguir dando a conocer a Jesús, en los ambientes en que hacen vida y desde su propia condición, edad y capacidades.
Queridos catequistas, en nombre del pueblo de Dios que peregrina en estas tierras de Torres y Urdaneta, agradezco profundamente la entrega y dedicación con que realizan su misión en nuestras parroquias. Su servicio es invalorable pues gracias a ustedes la fe cristiana se ha venido trasmitiendo en nuestros pueblos y caseríos, sin interrupción, de generación en generación.
Sé de las dificultades de todo tipo que encuentran actualmente para realizar su misión, asegurar su propio crecimiento y formación y no dejar entibiar su entusiasmo y su entrega. Su ejemplo, su perseverancia, su presencia nos anima a todos a seguir avanzando juntos, en comunidad, abriéndonos paso en la historia y edificando el Reino, junto con todos los diversos movimientos, grupos, servicios, carismas y ministerios que se dedican a propagar el Evangelio.
La grave crisis que atraviesa nuestra querida patria, nos apremia a unirnos, a trabajar más conjuntamente, en un mismo espíritu, para anunciar la esperanza de ser discípulos en Venezuela. No dejen pues de disipar con la Luz de Cristo, las tinieblas de la corrupción, de la desesperanza, del abandono y de la soledad que envuelven a nuestra gente.
En estos días estamos preparándonos también para celebrar nuestras fiestas patronales diocesanas. Fijemos nuestra mirada en nuestra Madre del Cielo, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de Aregue. Ella fue la primera formadora de Jesús durante su infancia y adolescencia. Que ella sea para nosotros modelo de entrega al plan de Dios, consuelo en los momentos de desacierto e intercesora en favor de los itinerarios catequísticos de iniciación cristiana que estamos implantando en nuestra diócesis.
A ella los encomiendo a todos ustedes especialmente. Animémonos unos a otros. alimentémonos de la Palabra y del Pan de Vida que Cristo nos da y sigamos adelante, sin desfallecer cumpliendo las metas que nos hemos trazado este año. 
Con mi bendición para ustedes, sus familias y comunidades.
En Carora a los veintisiete días del mes de septiembre del año del Señor 2019

Mons. Ubaldo Ramón Santana Sequera fmi
Administrador Apostólico “sede plena” de Carora


lunes, 16 de septiembre de 2019

EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL XI ENCUENTRO NACIONAL DE JOVNES DE ACCION CATOLICA (ENJAC)

EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL XI ENCUENTRO NACIONAL DE JOVNES DE ACCION CATOLICA (ENJAC)

HOMILIA

Muy amados jóvenes,

Es una gran bendición que todos ustedes jóvenes, a pesar de tantas dificultades y limitaciones, hayan podido congregarse en Maracaibo para llevar a cabo este importante XI Encuentro Nacional de Jóvenes de Acción Católica. En este evento hemos de contemplar un hermoso don de Dios por el que hay que bendecirlo, alabarlo y darle inmensas gracias. 

Todo don que Dios nos hace se transforma a su vez en una misión. Quienes lo reciben adquieren una responsabilidad y un compromiso. Yo estoy seguro de que todos ustedes están muy conscientes de ello. Nada de lo que han vivido aquí este fin de semana es para ustedes solos. Es una misión de todos, con todos y para todos.  A través de ustedes, el Señor quiere llegar a millares de familias, de jóvenes del país y del mundo entero de manera directa y por las redes sociales. Así se los ha hecho sentir el Papa Francisco en el mensaje que les ha dirigido al inicio de este evento. 

La fuerza de la fe está en su raíz y fundamento. Esa raíz y fundamento es Cristo Jesús, muerto y resucitado (Cfr. Col 2,6-7).  Llevémonos esta certeza que Pablo le trasmite a su discípulo Timoteo: en Cristo Jesús muerto y resucitado, se ha hecho presente la salvación de Dios, salvación que trae consigo la presencia permanente del Señor y con él la alegría del perdón, de la compasión, y de la misericordia para las ovejas perdidas de este mundo. 

Con Cristo Jesús ha llegado hasta nosotros hoy de manera concreta, cercana y real todo el poder de la vida, del amor, de la gracia. Y nosotros estamos aquí en esta eucaristía, para testimoniarlo y asumir de nuevo juntos, unidos en Cristo y acompañados por nuestra madre la Virgen María, en esta etapa de nuestra vida, el compromiso de anunciarlo en nuestro país y el mundo entero.

Es imposible que jóvenes cristianos se puedan congregar sin traer a su memoria la dolorosa historia que comparten con sus hermanos; sin pensar en los millones de familiares, compañeros, amigos jóvenes que han salido en busca de mejores horizontes de esperanza; sin tomar consciencia de cómo la familia venezolana está despezada, agobiada, torturada y sometida a las más graves violaciones de sus derechos fundamentales, tal como la ha denunciado la Alta Comisionada de la ONU para los DD.HH. Michelle Bachelet. 

Ante el desbordamiento de la violencia y de la agresividad contra los indefensos; ante los muros, murallas, alambradas y cercos de púas, que se levantan en el mundo para impedir el acceso de los pobres a los países desarrollados, en el mundo se levanta un grito desesperado de millones y millones de seres humanos pidiendo justicia, respeto, reconocimiento de su dignidad. 

Los jóvenes son una materia prima apetecible por los que quieren enriquecerse a costa de ellos; son perseguidos y hostigados por toda clase de negociantes y mercenarios que no quieren su bien sino su utilización para lucrarse y enriquecerse con ellos. Los políticos corren detrás de sus votos, los gobernantes los ideologizan, los mercaderes del sexo los buscan para la prostitución, los guerrilleros los reclutan a la fuerza, los narcotraficantes los quieren ver a todos drogados; los terroristas los vuelven carne de cañón; y no faltan grupos religiosos y sectas que los idiotizan y los vuelven zombis tele-controlados. 

Dios nos advierte, en la primera lectura, por medio de Moisés, del peligro que siempre nos acecha a todos de volvernos adoradores idolátricos de becerros de oro. Jóvenes, no permitan ser sacrificados por los grandes intereses económicos internacionales sobre el altar idolátrico del Dios Moloc del placer, del sexo irracional, de la explotación devastadora de los recursos no renovables del planeta, de políticas públicas corruptas y deshumanizadoras. 

Hagamos lo que esté a nuestro alcance para acelerar por medios pacíficos la salida de los gobernantes inútiles, ineficaces y nefastos que nos han llevado a la ruina moral, política, social y económica. Ya es hora, que se vayan, suelten los puestos de mando que están usurpando y dejen lugar a la gente joven que de verdad ama este país, ama su gente, ama su cultura, su gentilicio, su fe y su naturaleza. ¡No queremos más una Venezuela crucificada, hambrienta, que no es capaz de retener a sus millones de hijos que huyen desesperados y tristes en busca de mejor vida!

Abandonen sin vacilación la cohorte de los depredadores que queman la Amazonía, dejando detrás de si macabros cráteres lunares; despojan a las naciones indígenas de sus territorios; acaban sin piedad con la fauna y con la flora, legando desiertos sin agua ni sombra a las generaciones venideras. No es de extrañar que ante tanta carencia de honestidad y espíritu de servicio desinteresado sean los jóvenes y los niños, como la adolescente Greta Thrumber, que tengan que salir a la calle a defender la dignidad de la vida del feto, del anciano, del minusválido y de la naturaleza.  

No voten por políticos corruptos y manipuladores, embaucadores de oficio que solo buscan acumular poder y dinero a costa de la vida de los pobres y de los ingenuos. Construyan democracia de fuerte contenido social y corresponsable, fundamentada en el Estado de Derecho y Justicia, formando equipos corresponsables con hombres y mujeres honestos, bien formados y preparados, con gran sentido de solidaridad humana y de servicio desinteresado, que luchen frontalmente contra la corrupción, el cambio climático, la contaminación ambiental; empeñados en sacar en un desarrollo económico sustentable basado en el trabajo productivo y la dignificación de la familia heterosexual y acogedora de la vida.  

Ya es hora de que las organizaciones mundiales no se queden en simples declaraciones, sino que tomen decisiones valientes en favor de los pobres espacios de los migrantes, de los desplazados, de la humanización las cárceles y tomen medidas eficaces para detener el tráfico de personas, de órganos y de animales en peligro de extinción.

Ante esta tragedia que ha alcanzado proporciones descomunales y a veces desesperantes, los cristianos han de comportarse coherentemente y sin muchos discursos, salgan a pescar hombres, a buscar ovejas perdidas; a derramar sobre esta humanidad doliente el caudal de amor compasivo y misericordioso, de cercanía y fraterna solidaridad que Cristo dejó en sus manos.

Donde abunda el pecado, ha de sobreabundar la gracia de la salvación (Rom 5,20). Si somos de Cristo, si nos declaramos miembros de su Reino, si pertenecemos a la civilización del amor que él ha inaugurado desde lo alto de su cruz, nos toca entonces asumir en serio su misión. Abramos cauces a su inmenso torrente de amor que brota de su costado abierto; llevémosle los enfermos, los lisiados, los encorvados, los abusados para que pose sobre ellos sus manos sanadoras.

Sean sembradores empedernidos de paz y esperanza en medio de las contradicciones que los envuelven. Acepten el estilo de vida de Jesús. Luchen para que todos puedan sentarse a una mesa donde haya comida, no regalada, ni negociada sino ganada con el sudor de su trabajo.  Acepten morir a comodidades superfluas para dejar que el espíritu de desprendimiento triunfe en sus vidas.

Este Reino de Cristo, donde cada uno es amado, comprendido, incluido, aceptado y valorado en su dignidad está dentro de ustedes. Dejen nacer, brotar y crecer ese Reino dentro de sus proyectos de vida. Que desde ustedes brote ese hombre nuevo, esa nueva tierra y esos cielos nuevos prometidos por el Señor.  Hombre, Mundo, cielo y tierra por los cuales el Señor Jesús vivió y murió, luchó y lloró, se coronó de espinas y se entronizó en la cruz. Suelten sin miedo, compactados en Iglesia, esa fuerza de gracia que recibieron en su bautismo. Dejen vivir a Cristo en ustedes. Cédanle espacio, tiempo, fortalezas y bienes para que él pueda redimir, ungir, salvar, unir, hermanar.  

Este sueño ya Jesús lo hizo realidad en su cuerpo entregado, en su sangre derramada que hoy se da en alimento de vida en esta santa eucaristía. Hoy somos nosotros los publicanos, los pecadores, las ovejas perdidas, los rescatados por su amor los que nos sentamos gozosos a su mesa sabiendo que nos ha perdonado, y nos envuelve en la fuerza transformante de su amor.

Salgamos de aquí convencidos de que, en Cristo Jesús, estamos llamados a ser pescadores de hombres, buscadores incansables de ovejas perdidas, restauradores de imágenes perdidas, reconstructores de familias divididas, edificadores de un mundo misericordioso y compasivo con los más necesitados.

Maracaibo,15 de septiembre de 2019

+Ubaldo R Santana Sequera fmi

Arzobispo emérito de Maracaibo

Administrador apostólico sede plena de Carora