miércoles, 26 de diciembre de 2018

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO NAVIDAD 2018

MENSAJE URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NAVIDAD 2018
25 de diciembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!

A vosotros, fieles de Roma, a vosotros, peregrinos, y a todos los que estáis conectados desde todas las partes del mundo, renuevo el gozoso anuncio de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14).

Como los pastores, que fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos asombrados la señal que Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos.

¿Y qué nos dice este Niño, que nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje universal de la Navidad? Nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos.

Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.

Por eso, mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad.

Fraternidad entre personas de toda nación y cultura.

Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro.

Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan.

Y el rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano concreto. No apareció como un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y un lugar. Así, con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad.

Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza. Como para un artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener a disposición teselas de muchos colores, antes que de pocos.

La experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento y la fuerza de nuestra fraternidad.

Que en esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga posible que israelíes y palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de paz que ponga fin a un conflicto que ―desde hace más de setenta años― lacera la Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor.

Que el Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que vuelva a encontrar la fraternidad después de largos años de guerra. Que la Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las divisiones y los intereses creados para que el pueblo sirio, especialmente quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar refugio en otro lugar, pueda volver a vivir en paz en su patria.

Pienso en Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre.

Pienso también en África, donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño, Rey de la paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad en todo el continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por promover caminos de reconciliación a nivel político y social.

Que la Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la Península coreana y permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en marcha, y que se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el bienestar.

Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población.

Que el Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania, ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar. Solo con la paz, respetuosa de los derechos de toda nación, el país puede recuperarse de los sufrimientos padecidos y reestablecer condiciones dignas para los propios ciudadanos. Me siento cercano a las comunidades cristianas de esa región, y pido que se puedan tejer relaciones de fraternidad y amistad.

Que delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país.

Deseo recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios.

Dirijo un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda ―a ellos y a todas las comunidades minoritarias― vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo a la libertad religiosa.

Que el Niño pequeño y con frío que contemplamos hoy en el pesebre proteja a todos los niños de la tierra y a toda persona frágil, indefensa y descartada. Que todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Discurso de Navidad de Francisco a la Curia 2018

Discurso de Navidad de Francisco a la Curia 2018
«La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm 13,12).

Inundados por el gozo y la esperanza que brillan en la faz del Niño divino, nos reunimos nuevamente este año para expresarnos las felicitaciones navideñas, con el corazón puesto en las dificultades y alegrías del mundo y de la Iglesia.

Os deseo sinceramente una santa Navidad a vosotros, a vuestros colaboradores, a todas las personas que prestan servicio en la Curia, a los Representantes pontificios y a los colaboradores de las nunciaturas. Y deseo agradeceros vuestra dedicación diaria al servicio de la Santa Sede, de la Iglesia y del Sucesor de Pedro. Muchas gracias.

Permitidme también darle una cálida bienvenida al nuevo Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Peña Parra, que el pasado 15 de octubre comenzó su delicado e importante servicio. Su origen venezolano refleja la catolicidad de la Iglesia y la necesidad de abrir cada vez más el horizonte hasta abarcar los confines de la tierra. Bienvenido, Excelencia, y buen trabajo.

La Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz divina nazca y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita a renovar el compromiso evangélico de anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo. Porque si «Cristo, “santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación. La Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8).

Apoyándonos en la firme convicción de que la luz es siempre más fuerte que la oscuridad, me gustaría reflexionar con vosotros sobre la luz que une la Navidad (primera venida en humildad) a la Parusía (segunda venida en esplendor) y nos confirma en la esperanza que nunca defrauda. Esa esperanza de la que depende la vida de cada uno de nosotros y toda la historia de la Iglesia y del mundo.

Jesús, en realidad, nace en una situación sociopolítica y religiosa llena de tensión, agitación y oscuridad. Su nacimiento, por una parte esperado y por otra rechazado, resume la lógica divina que no se detiene ante el mal, sino que lo transforma radical y gradualmente en bien, y también la lógica maligna que transforma incluso el bien en mal para postrar a la humanidad en la desesperación y en la oscuridad: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1,5).

Sin embargo, la Navidad nos recuerda cada año que la salvación de Dios, dada gratuitamente a toda la humanidad, a la Iglesia y en particular a nosotros, personas consagradas, no actúa sin nuestra voluntad, sin nuestra cooperación, sin nuestra libertad, sin nuestro esfuerzo diario. La salvación es un don que hay que acoger, custodiar y hacer fructificar (cf. Mt 25,14-30). Por lo tanto, para el cristiano en general, y en particular para nosotros, el ser ungidos, consagrados por el Señor no significa comportarnos como un grupo de personas privilegiadas que creen que tienen a Dios en el bolsillo, sino como personas que saben que son amadas por el Señor a pesar de ser pecadores e indignos. En efecto, los consagrados no son más que servidores en la viña del Señor que deben dar, a su debido tiempo, la cosecha y lo obtenido al Dueño de la viña (cf. Mt 20,1-16).

La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores del rebaño que se les ha confiado.

Muchas veces ―por un celo excesivo y mal orientado― en lugar de seguir a Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una persona: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc 8,33).

Queridos hermanos y hermanas:

Este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente duerme, para preguntarle: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38); otros, aturdidos por las noticias comenzaron a perder la confianza en ella y a abandonarla; otros, por miedo, por intereses, por un fin ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas; otros no ocultan su deleite al verla zarandeada; muchos otros, sin embargo, siguen aferrándose a ella con la certeza de que «el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18).

Mientras tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en medio de alegrías y aflicciones, en medio de éxitos y dificultades, externas e internas. Ciertamente, las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y destructivas.

Las aflicciones

Son muchas las aflicciones: cuántos inmigrantes —obligados a abandonar sus países de origen y arriesgar sus vidas— hallan la muerte, o sobreviven pero se encuentran con las puertas cerradas y sus hermanos de humanidad entregados a las conquistas políticas y de poder. Cuánto miedo y prejuicio. Cuántas personas y cuántos niños mueren cada día por la falta de agua, alimentos y medicinas. Cuánta pobreza y miseria. Cuánta violencia contra los débiles y contra las mujeres. Cuántos escenarios de guerras, declaradas y no declaradas. Cuánta sangre inocente se derrama cada día. Cuánta inhumanidad y brutalidad nos rodean por todas partes. Cuántas personas son sistemáticamente torturadas todavía hoy en las comisarías de policía, en las cárceles y en los campos de refugiados en diferentes lugares del mundo.

COMUNICADO: A PROPÓSITO DE LA AGRESIÓN MILITAR AL PUEBLO PEMÓN OCURRIDA EN CANAIMA.

COMUNICADO: A PROPÓSITO DE LA AGRESIÓN MILITAR AL PUEBLO PEMÓN OCURRIDA EN CANAIMA

El pasado 8 de diciembre de 2018 se produjo una operación militar de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en Campo Carrao, en las cercanías de Körepakupai wena Vena, también conocido como Salto Ángel, que arrojó un trágico saldo de un indígena asesinado, Charlie Peñaloza Rivas, y otros dos heridos, los tres pertenecientes al pueblo pemón. Cuatro días después de haber ocurrido este hecho, el General Vladimir Padrino López, titular del Ministerio de la Defensa, declaró que se trataba de un enfrentamiento armado, afirmación que fue desmentida de manera contundente por voceras del Consejo General de Caciques del Pueblo Pemón, quienes aseguraron que los indígenas agredidos no estaban armados.

Este incidente, que ha suscitado la airada y justa protesta por parte de las instancias de organización autónoma del pueblo pemón, así como de otras organizaciones, movimientos y personalidades diversas del activismo social en todo el país, se suma a una cadena de ataques verbales, simbólicos y físicos que incluyen, entre otros, la criminalización de Lisa Henrito, Coordinadora de Mujeres del Agua, dos atentados y el asesinato de un jefe de la guardia territorial, en el marco de un escalamiento de sucesos que vienen afectando de manera negativa a diversas personas, comunidades y pueblos indígenas en distintas partes del territorio venezolano. Dichos pueblos y sus hábitats se encuentran hoy por hoy acosados, segregados, expoliados y maltratados por acciones y políticas derivadas de los intereses estatales y corporativos vinculados al modelo de dominación económica, social y política extractivista y de colonialismo interno que impera en el país, en particular por las dinámicas propias de una minería voraz y depredadora estimulada de manera directa e indirecta por el propio gobierno a través del proyecto Arco Minero del Orinoco y del Motor Minero que extiende su incidencia a estados como Carabobo y Nueva Esparta, por nombrar algunos.

Quienes firmamos este comunicado, un conjunto de organizaciones y movimientos integrados por hombres y mujeres venezolanos, nos pronunciamos de manera firme e inequívoca desde la multidiversidad que nos configura, atentos y solidarios con nuestra Madre Tierra y nuestra ancestralidad, sujetos plenos de derechos tanto como nuestros hermanos y hermanas indígenas, declarándonos:

- Solidarios con el pueblo pemón y exigimos justicia para con las víctimas del hecho de sangre que ha enlutado a Kanaimö.
- Reconocemos al pueblo pemón con sus costumbres y tradiciones propias que están en permanente movimiento y diálogo, buscando responder, desde la resistencia y la re-existencia, a las necesidades que le plantea el medio, así como las múltiples relaciones con la constelación cultural venezolana.
- Apoyamos y reconocemos la jurisdicción especial indígena, respetamos la organización autónoma pemón, espacio democrático para la toma de decisiones y postura ante las autoridades nacionales y la opinión pública, reconociendo dentro de este espacio la unión en la diversidad, siempre perfectible y compleja, en ejercicio permanente de intercambio, coincidencia y contradicción como cualquier otro espacio diverso, vivo y dinámico.
- Abogamos y luchamos por la derogatoria inmediata del decreto de creación de la Zona de Desarrollo Especial Arco Minero del Orinoco (Decreto 2.248), que es lesiva a la soberanía de nuestra nación y a la sociodiversidad indígena; la cual, además, vulnera importantes derechos ambientales, económicos, políticos, laborales y culturales, y amenaza con destruir de manera irreversible ecosistemas estratégicos para la viabilidad del conjunto de la sociedad venezolana y la trama de vida que la hace posible y no es compatible con la figura protectora del Parque Nacional Canaima, los tepuys declarados monumentos naturales, ni con las zonas protectoras del Caroní.
- Solicitamos la eliminación de la minería depredadora en la Amazonía venezolana, procurando simultáneamente vías alternas de reconversión laboral y de subsistencia a la población minera.
- Nos pronunciamos a favor de la promoción de alternativas dignas y amistosas de la vida que de manera transicional vayan sustituyendo en todo el país al insostenible modo de vida extractivista. Cada una de las organizaciones firmantes, contamos con experiencia en diferentes áreas que podrían apoyar a las comunidades e instituciones públicas, en la búsqueda de alternativas económicas y mejoras sociales cónsonas con el futuro sostenible para todos los venezolanos.
- Denunciamos la arremetida gubernamental contra el pueblo Pemón y rechazamos de manera rotunda la militarización de los territorios indígenas, los desplazamientos forzados de comunidades enteras y las diversas formas de violencia a las que a diario se ven sometidas.
- Demandamos la inmediata reactivación del proceso de demarcación de tierras indígenas por ser un mandato constitucional con plena vigencia, y, finalmente, hacemos un llamado a todo el pueblo venezolano a cerrar filas en un vasto movimiento por la defensa irrestricta de nuestra naturaleza y nuestro patrimonio cultural.
- Y finalmente, reconociendo la ausencia de estado de derecho como la causa del deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos y venezolanas, solicitamos a la comunidad internacional acompañarnos para lograr la investigación exhaustiva y sanción a los responsables, tanto individuales como institucionales, de las violaciones de derechos humanos que constantemente ocurren en nuestro país y especialmente estar atenta a la actual agresión dirigida contra el pueblo pemón, con miras a implementar garantías para su no repetición.

En Venezuela, 18 de Diciembre de 2018. Organizaciones y movimientos firmantes:

Wainjirawa
Plataforma contra el Arco Minero del Orinoco
Coalición Clima 21
Laboratorio Ciudadano de No Violencia
Fundación Centro Gumilla
Revista SIC
Observatorio de Ecología Política de Venezuela.

martes, 18 de diciembre de 2018

Mi tarjeta de Navidad 2018


 "El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II
«Podemos pensar, con razón que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (GS 31).  
Feliz Navidad 2018 y santo y fructífero año nuevo 2019.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo

lunes, 17 de diciembre de 2018

MENSAJE DE NAVIDAD 2018 - DEJÉMONOS RENOVAR POR LA ALEGRÍA DEL NIÑO DE BELÉN


MENSAJE DE NAVIDAD 2018
DEJÉMONOS RENOVAR POR LA ALEGRÍA DEL NIÑO DE BELÉN
Señor, que ves a tu pueblo esperando con gran fe la solemnidad del nacimiento de tu Hijo, concédenos celebrar la obra tan grande de nuestra salvación con cánticos jubilosos de alabanza y con una inmensa alegría

Ya se acerca la Navidad. Desde siempre ha sido un tiempo de gozo y alegría. Así ha sido desde la primera Navidad, cuando se la presentaron los ángeles a los pastores: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10). El anuncio de la encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María, se inició con una invitación a la alegría: “¡Alégrate! llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28).
Cuando los profetas del Antiguo Testamento, predicen este feliz advenimiento, invitan al pueblo y a la ciudad de Jerusalén a dejarse inundar por la alegría: “¡Regocíjate, ciudad de Sión! ¡Grita de júbilo, Israel! ¡Alégrate con todo tu corazón! ¡Gózate, ciudad de Jerusalén! El Señor tu Dios está contigo; Él es poderoso y salva. Se regocijará por ti con alegría, su amor te renovará, salta de júbilo por ti”. (Sof 3,14-18ª)
Es una alegría bien particular que no se fundamenta en razones materiales ni se procura con unas cuantas copas o drogas psicotrópicas. No es una alegría circunstancial y pasajera. Es una alegría que viene de Dios y cuyo fundamento es su presencia en medio de nosotros. ¡El Emmanuel, Dios en medio de nosotros! Este el motivo que los profetas no se cansan de proclamar. Escuchemos por ejemplo a Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa; los que habitaban un país de sombras s inundaron de luz. Has acrecentado la alegría, Has aumentado el gozo (…) porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo: lleva el cetro del principado y se llama Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9, 1-6).
La alegría de la presencia divina invade a Isabel, a su familia y su aldea cuando María, embarazada de Jesús, la visita en su casa (Lc 1,41). Es el alborozo coral de los ángeles en la noche de Belén contagiado a los pastores, cuando comparten con ellos la noticia del nacimiento de Jesús (Lc 2, 14.20). Es el júbilo que invade a los magos de oriente cuando la estrella los conduce hasta donde está el niño Jesús (Mt 2,10). Es el gozo que plenifica a Juan al ver cumplida su misión (Jn 3,28-29).
Es la dicha contenida en las bienaventuranzas y que alcanza a los pobres, a los misericordiosos, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos por la causa de Jesús, a los constructores de paz (Lc 6,21-23; Cf Ef 4,7; 1 Pe 1,6-9).  Es la alegría de Jesús, provocada por el Espíritu Santo, cuando ve cómo su Padre revela su amoroso plan de salvación a los pequeños y a los pobres (LC 10,21). Es el regocijo de Dios anidado en María, en la persona de su Hijo, y por medio de ese niño, a toda la humanidad. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto su mirada en la humildad de su esclava” (Lc 1,47).
Con la llegada de Jesús la presencia de Dios en este mundo ya no nos asusta ni nos temer la muerte. Porque Dios, al llegar la plenitud de los tiempos y llevar a cabo su plan de salvación, esconde su omnipotencia soberana en la fragilidad y la ternura de un niño. Cuando el ángel le revela a José que el niño que ha de nacer de su esposa María es obra del Espíritu Santo, le pide que le ponga el nombre de Jesús, “´porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Ese mismo mensaje reciben los pastores de Belén de parte de los ángeles: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). “Los que lo reciben, los que creen en su nombre, les da poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). En ese niño está nuestra salvación. Es una presencia transformante, salvadora.
Con su presencia queda decretado el fin del reino del príncipe de este mundo (Jn 12,31). El fin del odio, de la injusticia, de la violencia y del individualismo. “Si Dios está con nosotros, grita jubiloso Pablo, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre la desnudez, el peligro, la espada? En todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado.  Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente, ni lo que está por venir ni los poderes ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom 8,31-39).
Esta es la razón fundamental, hermanos, por la cual podemos y debemos estar llenos de gozo, no solo en Navidad, sino en todo tiempo y en toda circunstancia. Jesucristo es para siempre el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. ¡Dios nace! ¡Nace entre nosotros, como uno de nosotros para que nosotros nazcamos de Dios! “La Palabra se hace hombre y pone su Morada entre nosotros. Viene a iluminar todo hombre. Los que lo reciben, los que creen en su nombre les da poder de llegar a ser hijos de Dios. Por medio de él nos llega la gracia y la verdad (Cfr. Jn 1,9.12.14.17.)
Navidad es una fiesta necesaria, indispensable en la vida de la humanidad. Necesitamos hacernos destinatarios de esta jubilosa noticia. Cuando la visita de Dios tocó a las puertas de la Virgen María, de su prima Isabel, de José y de los pastores de Belén, todos se encontraban sometidos a un poder extranjero, privados de libertad, divididos, oprimidos por pesadas condiciones de vida. Tenían miles de motivos para permanecer incrédulos o indiferentes. Pero creyeron en el don de Dios. Esperaron “contra toda esperanza” como Abrahán y, gracias a su aceptación, entró la vida, la salvación y la gracia de Jesús en este mundo.
Aceptar a Dios y reconocer su presencia entre nosotros representa también hoy, un reto fuerte y difícil que provoca rechazos y ataques. No fueron solamente los betlemitas los que negaron posada a José y María (Lc 2,7). Tampoco hoy están dispuestas las naciones ricas e industrializadas a acoger a Jesús, en la persona de los migrantes que huyen de sus naciones en pos de una vida mejor. La civilización bio-tecnológica cree que tiene que rechazar a Dios para valorar al hombre. Una civilización sin Dios, enseñaba san Pablo VI, terminará siendo una civilización contra el hombre. 
Más que nunca hace falta esta alegría para superar nuestras crisis de tristeza, de pesimismo y desesperación; para tener la fuerza necesaria para unirnos y luchar por la consecución de la paz, de la justicia y el derecho. Si queremos sacar a Venezuela y nuestro pueblo del marasmo en el que está hundido, necesitamos escuchar una y otra vez el anuncio de los ángeles; asociarnos a los pastores y salir presurosos con ellos en busca del niño hasta llegar al pesebre donde yace envuelto en pañales; cultivar nuestros sueños de justicia, fraternidad y paz y seguir con los magos la estrella de Belén; contemplar a María, a José, y salir en ayuda de todas las Isabel y los Zacarías que nos necesitan.
Así como solo los pequeños pueden ser anunciadores de Jesús, solo los pequeños, los sencillos pueden estar preparados para su venida y acoger su mensaje (Cf Lc 12,21-22). Para que Navidad acontezca en nuestras vidas tenemos que dejar al pobre de Belén destronar nuestro orgullo despótico, tumbar nuestros planes egoístas, despojarnos de nuestras falsas riquezas y hacer de nuestras vidas un pesebre digno de Dios adonde puedan llegar los pobres como en su casa y darse cita hombres de toda raza, lengua y condición.
Si acogemos la Navidad de Jesús y hacemos de ella un estilo de vida, iniciaremos un nuevo camino. Ese camino distinto por el que regresaron los magos de oriente (Mt 2,12); el camino del samaritano que se detiene y ayuda al hermano herido, solo, prisionero, oprimido, excluido que nos está esperando (Cfr. Lc 10,30-37). El camino por el cual compartir fraternalmente se vuelve una misión que colma nuestras vidas de una inmensa alegría en esta y de todas las Navidades. El camino que todos los venezolanos estamos esperando ansiosamente que aparezca en el horizonte cercano de nuestra patria. No aparecerá si nosotros no ponemos la parte que nos corresponde para hacerlo aparecer.
¡Feliz Navidad y santo y solidario año nuevo 2019!
Maracaibo 16 de diciembre de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo


sábado, 28 de julio de 2018

Lectura de la Bula del nombramiento del nuevo Arzobispo de Maracaibo.


FRANCISCO OBISPO SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS, al venerable hermano José Luis  Azuaje Ayala, hasta este momento Obispo de Barinas, nombrado Arzobispo metropolitano  de Maracaibo, salud y bendición apostólica.
         Pidamos el más alto conocimiento de Dios, no solo en la disertación verbal, sino en la perfección de las buenas costumbres, no solo con el lenguaje, sino con la fe que emana de la simplicidad del corazón, no con lo que se obtiene con la presunción descreída de una docta impiedad. Porque Dios debe ser creído invisible tal como Él es, aunque sea parcialmente visto por un corazón puro (Cfr.  S. Columbanus, Instructio I. De fide, 5). Hemos de meditar hoy, cuán alta es la profundidad de Dios, cuya relación de intimidad espiritual es inmensa.
 Con amor paterno dirigimos la atención hacia las necesidades espirituales de la grey marabina, que después de la renuncia de su último pontífice: el Venerable hermano Ubaldo Ramón Santana Sequera (FMI), espera al nuevo moderador de la vida diocesana.
En lo que se refiere a ti pues, venerable hermano, (Mons. José Luis Azuaje Ayala), hemos pensado que, has acrecentado muchos méritos en el ejercicio de tu servicio pastoral, particularmente, has conseguido estima, siendo testimonio en la espiritualidad, y adornado por capacidades humanas, lo que te permite ser apto para ocupar esta función. Por consiguiente, habiendo escuchado el consejo de la Congregación para los Obispos, con nuestra autoridad apostólica plena, habiéndote liberado de otras responsabilidades superiores de la Iglesia, te constituimos Arzobispo metropolitano de Maracaibo, y concedemos todos los derechos correspondientes y obligaciones inherentes.
En esto, deseamos que hagas partícipes de las letras de nuestro decreto al clero y al pueblo,  cuyo afecto de comunión  eclesial  exhortamos que te tengan   como padre, maestro y custodio.
Venerable hermano, gobierna como Padre de toda Misericordia, la grey a ti encomendada para que tu ejemplo guíe con diligencia, la grey a ti encomendada, para que ellos mismos, movidos por tu ejemplo, se complazcan en conseguir en ti, en palabras y hechos, al Dios siempre cercano y nunca lejano ( Cfr. Jr. 23,23), al cual, merezcan si es posible,  tener en su interior, como el alma habita en el cuerpo.
         Dado en Roma, junto a San Pedro, 24 del mes de mayo, año 2018, sexto de nuestro pontificado.
FRANCISCO PP

*Traducción no oficial del latín de la Bula del nombramiento de su Excelencia Mons. José Luis Azuaje Ayala, como Arzobispo de Maracaibo, realizada por el Pbro. Miguel Antonio Ospino  Martínez, (26 de julio de 2018)

PALABRAS DE MONS. UBALDO R SANTANA SEQUERA FMI, EN EL INICIO DEL MINISTERIO DE MONS. JOSE LUIS AZUAJE AYALA, IV ARZOBISPO DE MARACAIBO


PALABRAS DE MONS. UBALDO R SANTANA SEQUERA FMI,
 EN EL INICIO DEL MINISTERIO DE MONS. JOSE LUIS AZUAJE AYALA,
IV ARZOBISPO DE MARACAIBO

Emmo. Señor Cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Mérida y Administrador apostólico de Caracas,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos y demás agentes pastorales de la CEV,
Ilmo. Mons. Paul Butnaru, Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica y representante, en lugar de Mons. Aldo Giordano, del Santo Padre entre nosotros,
Hermanos sacerdotes, diáconos, miembros de los diversos Institutos de Vida consagrada y de las diversas asociaciones y movimientos apostólicos,
Autoridades civiles, militares, consulares, gremiales y universitarias  
Hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas,
Representantes de los Medios de comunicación social
Muy querido hermano Mons. José Luis Azuaje, nuevo arzobispo metropolitano de Maracaibo

Amada grey zuliana,


Después de la cariñosa y cálida acogida que la feligresía chiquinquireña le ha brindado en la basílica a nuestro nuevo arzobispo metropolitano, nos encontramos aquí, congregados, llenos de gozo, en este vetusto templo catedralicio, que alberga  la venerada imagen del Santo Cristo Negro, para celebrar la solemne eucaristía pontifical con la cual Mons. José Luis, dará inicio a su ministerio episcopal como octavo sucesor de los apóstoles que ocupa esta sede, y cuarto Arzobispo metropolitano de Maracaibo.
Nos llena de júbilo la presencia de un gran número de arzobispos y obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana. Tener a tan dignos pastores de nuestras Iglesias nos honra. A todos ustedes les manifestamos nuestra admiración, cariño y respeto por su servicio evangelizador, y sus valientes gestos proféticos y caritativos en defensa de este sufrido pueblo, particularmente de los más pobres y abandonados. Damos también una fraterna bienvenida a todos los señores obispos, a los representantes del Consejo episcopal latinoamericano y del Caribe, a los sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas y laicos procedentes de distintas regiones de Venezuela y en particular de Trujillo, El Vigía-San Carlos y Barinas.

UN NUEVO PEREGRINO CON UNA ALFORJA LLENA DE SEMILLAS DEL REINO
Mons. Azuaje es nativo de Valera y trae llena su alforja de peregrino. Viene de la tierra del venerable José Gregorio Hernández. De él, de su familia, de la honda tradición religiosa trujillana, ha heredado un profundo espíritu de servicio y un gran amor a los pobres. Refleja en su vida y ministerio la afirmación conciliar: “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Posee una vasta formación pastoral, espiritual y académica. Viene aquilatado por una amplia y variada experiencia de servicio, tras 34 años de vida sacerdotal y 19 de obispo, primero como auxiliar de Barquisimeto y luego como II obispo del Vigía-San Carlos y IV obispo de Barinas.  Formó parte del grupo de expertos que preparó y participó en la Conferencia General de Aparecida (2007). Preside desde enero pasado la Conferencia episcopal venezolana (CEV), forma parte a título de experto del Consejo Episcopal latinoamericano (CELAM), y ha sido elegido presidente regional de Cáritas latinoamericana y del Caribe. Como ven, hermanos, el Papa Francisco ha puesto el timón de la nave marabina en muy buenas y diestras manos.


EL ARZOBISPO METROPOLITANO Y LA PROVINCIA ECLESIASTICA
En tu persona, Monseñor José Luis, reconocemos un nuevo don que el Señor le hace a esta Iglesia para mantenerla dentro de la gran comunión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica y acompañarla con la presencia de su Santo Espíritu. A inicios de este siglo, en el Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006), reasumido diez años después por la Asamblea Nacional de Pastoral (2015), todos los bautizados nos comprometimos a trabajar conjuntamente, a través de planes pastorales de renovación, para hacer realidad, en todas las instancias y niveles de Iglesia, la espiritualidad de comunión y misión. Una de esas instancias que ha cobrado particular relevancia es la provincia eclesiástica.
La Provincia de Maracaibo se constituyó en 1966, con la creación de la diócesis de Cabimas. Actualmente está conformada además de Cabimas, por las diócesis sufragáneas del Vigía-San Carlos, de la cual Mons. José Luis fue obispo del 2006 al 2013, y por Machiques. Están actualmente en estudio la creación de la diócesis de la Guajira y de San Francisco.
El arzobispo metropolitano es instrumento y signo tanto de la hermandad entre los obispos de la provincia como de su comunión con el resto de las provincias y con el Santo Padre. Preside la provincia eclesiástica y promueve, conjuntamente con sus hermanos obispos, un trabajo coordinado y colegial que favorezca la inculturación del evangelio, servicios comunes en el campo de la formación sacerdotal, diaconal y demás agentes pastorales, (ICM 112-114; 200). Este servicio del metropolita se pondrá particularmente de relieve cuando el Señor nuncio apostólico, en nombre del Santo Padre y con la presencia y participación de la Provincia, venga a Maracaibo a imponerle el palio arzobispal.  

UNA EXPERIENCIA VIVA DE SUCESIÓN APOSTÓLICA
Les invito a todos, tanto a los presentes en esta sede catedralicia como a los que nos siguen por los medios de comunicación social y las redes sociales, a acoger de nuevo entre nosotros la gracia de la sucesión apostólica mediante la cual, es Cristo mismo quien llega a nosotros; en la palabra de sus sucesores y de sus estrechos colaboradores, es él quien nos habla; mediante sus manos es el quien nos salva en los sacramentos; en la mirada de sus elegidos es él quien nos envuelve en su mirada misericordiosa, llevándonos a la conversión y al descubrimiento de su amor incondicional.
 A través de sus sucesores, es Cristo mismo quien nos dice, una vez más, que es el Guardián de nuestras almas, el Alfa y el Omega de la historia y de nuestras vidas, el iniciador y consumador de nuestra fe, que no debemos tener miedo a las muchas tribulaciones y pruebas que nos sacuden porque él camina con nosotros y, desde el árbol de la cruz, tal como nos lo recuerda el Cristo Negro, ha vencido los incendios de odio, de guerra, de injusticia que han ido brotando en este mundo. El amor siempre será más fuerte. ¡El amor de Dios siempre puede más!!
En estos momentos de gran turbación, de ofertas engañosas y manipuladoras que reducen al pueblo a la indigencia y a la esclavitud servil, nos viene muy bien sentir todos juntos, en una gran hermandad familiar, que el Señor está siempre con nosotros y nos provee de los pastores y guías que necesitamos para mantenernos unidos, fuertes y llenos de esperanza; para prodigar a los más humildes ese amor y misericordia que brota, como agua viva, de nuestro Señor y Salvador.

UNA NUEVA NAVE LLEGA AL LAGO
La feliz y providencial coincidencia de esta celebración con el centésimo vigésimo primer aniversario de la creación de la diócesis del Zulia, me invita a detenerme brevemente en el nacimiento de esta diócesis. Su creación fue producto de un largo proceso de peticiones, iniciativas y gestiones por parte de personalidades civiles y religiosas, que se iniciaron desde finales del siglo XVIII. Pero solo a finales del siglo XIX se dan los pasos efectivos para lograrlo.
Hechas las gestiones previstas en el Patronato regio, que se mantuvo vigente en Venezuela hasta 1964, por los órganos legislativos regionales y nacionales, el 25 de mayo de 1895, el presidente Joaquín Crespo le puso el ejecútese al decreto, promulgó la Ley que creaba la nueva diócesis del Zulia y se dirigió al Papa León XIII para presentar la solicitud de la creación del obispado. Después de las debidas consultas y obtenida la aprobación de Mons. Antonio Ramón Silva, de cuya diócesis se desmembraba la nueva jurisdicción eclesiástica, el Papa León XIII, mediante la Bula “Supremum catholicam ecclesiam”, con fecha del 28 de julio de 1897, creó la nueva diócesis del Zulia, quedando como sufragánea de la Arquidiócesis de Caracas.
Mons. Gustavo Ocando Yamarte, en una nueva versión, aún inédita, de la Historia político-eclesiástica del Zulia (Tomo VII), recalca acertadamente que “todo esto sucedió cuando la Iglesia apenas empezaba a recuperarse de las guerras de independencia y de las guerras civiles subsiguientes. La propuesta de una nueva diócesis, solicitada por el Gobierno venezolano, descubría un tiempo nuevo, actitudes distintas, posibilidades de florecimiento”. Para ese momento solo existían en el país la arquidiócesis de Caracas y las diócesis de Mérida, Guayana, Barquisimeto y Calabozo. Habría que esperar 25 años, ya adentrados en el siglo XX, para la creación de cuatro nuevas diócesis: Cumaná, Valencia, Coro y S. Cristóbal.

MONS. FRANCISCO MARVEZ, PRIMER OBISPO DE LA DIOCESIS DEL ZULIA
El 25 de octubre de 1897 el Papa acogió la presentación que le hizo el Congreso de la República y nombró al Pbro. Francisco Marvez, como primer obispo y pastor del Zulia. Su consagración episcopal tuvo lugar el 16 de enero de 1898 en la catedral de Caracas. Mons. Francisco Marvez tomó posesión del obispado el 10 de febrero de 1898. Escogió como lema en su escudo episcopal el inicio de la antigua oración mariana: “Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genitrix”, Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios.
Los tiempos eran de fuertes turbulencias sociales y políticas. El Ing. Iván Darío Parra en su obra: “Los prelados del Zulia”, recalca que la creación de la tan anhelada diócesis trajo para la depauperada población una nueva bocanada de esperanza: “los primeros lapsos que vivió la novel sede obispal fueron gratos: lealtad del clero y solidaridad de la feligresía zuliana” (p. 38).
Después de Mons. Marvez (1897-1904) se produjo una larga sede vacancia (1904 y 1910) y luego se sucedieron, con algunos intervalos más cortos de sede vacante: el siervo de Dios, Mons. Arturo Celestino Álvarez (1910-1919), Mons. Marcos Sergio Godoy (1920-1957), Mons. José Rafael Pulido Méndez (1958-1961), Mons. Domingo Roa Pérez (1961-1993), Mons. Ramón Ovidio Pérez Morales (1993-1999), y este humilde servidor (2001-2018).

SU MISERICORDIA LLEGA DE GENERACION EN GENERACION
Este breve recorrido por la historia de nuestra hermosa Iglesia, trae a mi mente aquellas palabras de Santa María en su visitación a su prima Isabel: “Su nombre es santo y su misericordia llega de generación en generación a sus fieles” (Lc 1, 50). Esta Iglesia posee dos fuertes advocaciones populares: el Cristo Negro y la tablita de María de Chiquinquirá. No hay duda que la imagen de Ntra. Sra. del Rosario posee mayor atracción en la feligresía, pero todo el que se acerque a ella, se oirá decir la frase que Mons. José Luis recoge en su lema episcopal: “Hagan lo que él (Jesús) les diga” (Jn 2,5). La verdadera devoción a María conduce indefectiblemente a un encuentro con Jesucristo nuestro Señor.
No fue solo el Cristo Negro que se dejó arrastrar hasta acá por las corrientes marinas, ni sola la tablita que se posó mansamente en estas playas, mecida por los marullos del lago. Somos muchos los que hemos sido traídos y luego atraídos por esas mismas corrientes, mecidos por esos mismos marullos y, franqueado el puente, nos hemos quedado definitivamente atrapados en las redes de este “pueblo bravo y fuerte, que en la vida y en la muerte, ama y lucha, canta y ora”.
Hoy, al entregar el cayado de esta grey marabina a mi querido hermano Mons. José Luis Azuaje Ayala, me embarga la gran alegría de aquellos servidores a los que no tienen que darle las gracias porque no han hecho más que cumplir con su obligación (Lc 17,10). Me retiro, pero no me jubilo. Me quedo aquí, ahora en mi condición de arzobispo emérito, para seguir sirviendo a esta amada Iglesia con la oración, el sacrificio, compartiendo la vida del pueblo con sus gozos y tristezas, sus aspiraciones y esperanzas. Todo ello bajo la conducción de nuestro nuevo pastor. Cuento siempre con sus oraciones. Tienen asegurados mi amor y mis oraciones ahora y siempre.  
Maracaibo 28 de julio de 2018.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
 Arzobispo emérito de Maracaibo


miércoles, 25 de julio de 2018

FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL 2018 - MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS


FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL 2018
MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Lecturas: 2 Co 4,7-15; Salmo 125; Mt 20,20-28

Muy amados hermanos en Cristo Jesús,
Me causa una particular alegría que esta misa de acción de gracias coincida con la fiesta del apóstol Santiago, uno de los 12 apóstoles de Nuestro Señor, a los cuales estoy directamente vinculado por la sucesión apostólica.  En estos veintiocho años de vida episcopal me he sentido particularmente protegido por la Virgen María, por mi santo patrono obispo de Gubbio y por santos obispos. Vuelvo mis ojos con particularmente agradecimiento a uno de ellos, al Papa San Juan Pablo II, quien me llamó al episcopado en 1990, me designó como obispo de Ciudad Guayana en 1991 y arzobispo de Maracaibo en el 2000.
Provengo de una familia numerosa, profundamente cristiana, pobre y sencilla, con padres y hermanos ejemplares. Fui ordenado sacerdote en 1968 en la catedral de Caracas por el Cardenal José Humberto Quintero, ilustre y docto pastor de grata y admirada memoria. Recibí la ordenación episcopal, junto con mis hermanos Diego Padrón y Mario Moronta, en la catedral de Caracas, de manos del Cardenal José Alí Lebrún, quien se inició en el episcopado como administrador apostólico de Maracaibo y fue para mí un maestro, un padre, un amigo y un pastor ejemplar. Fueron obispos co-consagrantes el Siervo de Dios Mons. Miguel Antonio Salas y Mons. Domingo Roa Pérez. En Ciudad Guayana, tuve la dicha y el privilegio de iniciarme como obispo residencial, teniendo a mi lado, en Ciudad Bolívar, como consejero sabio y hermano cercano, a un obispo zuliano de excepción: Mons. Luis Medardo Luzardo Romero quien hoy precisamente está celebrando en su retiro 46 años de vida episcopal.
Bendigo al Señor por haber tenido a mi lado dos excelentes obispos auxiliares, en las personas de Mons. Oswaldo Azuaje ocd y Mons. Ángel Caraballo. Agradezco al Señor por los vicarios generales y episcopales que me acompañaron con competencia, lealtad y fidelidad a lo largo de estos años. Dios les premie a todos tanta abnegada bondad y paciencia para conmigo. He tenido la gracia de ordenar tres obispos, más de cincuenta sacerdotes, de formar, ordenar y contar a mi lado con próvidos colaboradores diáconos permanentes.
He contado en la Curia arquidiocesana con un formidable equipo de consagradas y servidores laicos, que han dado prueba no solo de competencia y mística en el desempeño de su labor sino de una entrega rayan en el heroísmo al cumplir sus tareas en las más adversas circunstancias. Felicito de modo especial a los presbíteros que celebran hoy un nuevo aniversario de su ordenación: Eduardo Ortigoza, Lenin Bohórquez, hoy religioso escolapio, Pedro Colmenares, Leonardo López, Guillermo Sánchez, José G Andrade, Adolfo Tomás Villanueva, Enrique Rojas.  No olvidemos a nuestro hermano difunto Patrick Skinner.  
Sería mezquino sino diera las gracias a las autoridades públicas de distintas toldas políticas, así como como a las distintas instituciones y Medios de Comunicación social que ofrecieron generosamente su apoyo y colaboración para el buen funcionamiento de los servicios socio-educativos arquidiocesanos.
Hoy, a pocos días de entregar el cayado de esta grey marabina a mi querido hermano Mons. José Luis Azuaje Ayala, me envuelve una gran alegría, al ver cumplirse una vez más aquella frase que tantas veces he escuchado en mi vida y tantas veces he pronunciado para otros elegidos o elegidas: Lo que Dios empezó hoy en ti, El mismo lo lleve a término.
Una de las grandes lecciones que he recibido de la inigualable universidad de la vida es que no hay mayor satisfacción para un ser humano que la de llevar a término una buena obra, alcanzar una meta. Ese es el gozo que anida hoy en mi corazón. Me siento feliz porque el sí que pronuncié en mi interior cuando, a las 11 de la noche del 18 de abril del 2000, terminé de leer la carta del Nuncio Mons. André Dupuy, en la que me anunciaba mi designación por el Santo Padre Juan Pablo II, como arzobispo de Maracaibo, ese SI lo he mantenido fielmente hasta el día de hoy.
Ha sido posible en primer lugar por la gran misericordia y bondad del Señor. En segundo lugar, por la especial protección de la Virgen María que se ha manifestado de múltiples maneras y bajo diversas advocaciones desde mi tierna edad. En tercer lugar, por la persistente oración intercesora de una nube de testigos y orantes, creyentes de toda edad y condición y pertenencia religiosa, profundamente convencidos de la necesidad y del poder de la oración.
Es verdad, sin Cristo nada podemos hacer (Cfr. Jn 15,5). Nos volvemos unas pobres ramas secas e infecundas. Sin la comunión de los santos nada somos. Cuando contemplo el impresionante y rico entramado de personas, de relaciones, que Dios ha puesto en mi camino para incorporarme a su Iglesia, hacerme llegar su llamado, configurarme con él en el sacramento del Orden en todos sus grados, me quedo profundamente impactado. Y solo atino a repetir los versículos del salmo 116,12: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
En su última exhortación sobre el llamado a la santidad cristiana, el Papa Francisco recoge una hermosa reflexión del Papa Benedicto XVI, cuya profundidad he podido ir apreciando a lo largo de estos años de servicio episcopal: “No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo” (EG 4). Así como hay una muchedumbre de amigos y de santos de Dios que me protegen, cuento en esta tierra y en cada lugar donde Dios me ha ido poniendo, con una gran nube de hermanos y amigos, obispos, presbíteros, diáconos, familias, jóvenes y niños de los cuales Jesús el Gran Pastor y Obispo de las almas se ha valido para hacerme ligera la carga y llevadero el yugo.  No han sido fáciles estos años, mis hermanos, pero nunca me he sentido solo.
Una de las más bellas realidades de nuestra amada Iglesia, es que no caminamos solos. Vivimos la comunión trinitaria en la historia. Somos pueblo de Dios. Formamos parte del cuerpo místico de Cristo. Somos guiados, iluminados, fortalecidos y consolados por el Espíritu Santo.  Formamos parte de un pueblo peregrino. Santa María camina con nosotros. Somos unos caminantes dentro de un gran rebaño conducido amorosamente por Jesús, por senderos a veces incomprensibles, hacia el ansiado puerto.
En nuestra estampa de ordenación episcopal mis hermanos Diego Padrón, Mario Moronta y este servidor quisimos recoger como divisa la luminosa frase de S. Agustín: “Si me asusta lo que soy para ustedes, también me consuela lo que soy con ustedes; para ustedes soy Obispo; con ustedes soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber; éste una gracia. Aquel indica un peligro; este la salvación” (Sermón 340)
 El gusto de formar parte del pueblo de Dios, de ser pueblo como lo llama el Papa Francisco ha ido creciendo en mi desde los mismos inicios de mi servicio episcopal cuando empecé a vivir y a aplicar el proyecto de renovación pastoral, fundado sobre la espiritualidad de comunión y el llamado a la santidad comunitaria. La mayor inspiración que el Espíritu Santo ha comunicado a la Iglesia en el siglo XX y XXI es sin duda alguna la de descubrir con mayor claridad en ella el misterio de la comunión y la misión de hacerla historia y vida en el mundo de hoy.
Las palabras del Concilio Vaticano II: “Fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG 9), ha sido un faro de luz que ha ido disipando las tinieblas y oscuridades del camino. Viví este profundo y gozoso sentido de pertenencia desde mis primeros años de sacerdocio con las comunidades de los barrios de Petare, luego como vicario episcopal y obispo auxiliar en el suroeste de Caracas, más adelante en la diócesis de Ciudad Guayana y finalmente aquí con este bello pueblo zuliano.
Sé que nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae hacia él dentro de una ristra, de un racimo. Nunca solos. Tampoco en manada anónima sino tomando en cuenta “la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana” (GE 6).
Cristo Jesús no quiso que fuéramos solos sus apóstoles. Quiso que fuéramos además sus amigos. Amigos de él. Amigos entre nosotros.  “Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su Señor. Los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre” (Jn. 15,13-15). Jesús no nos quiere funcionarios ni empleados con horarios de oficina. Quiere que reproduzcamos el modelo de amistad que él nos ha revelado. Solo sus amigos pueden beber su cáliz y sumergirse en su bautismo de redención. Somos dichosos hermanos porque Jesús nos ha introducido en el secreto de la verdadera amistad: dar la vida por los amigos, ayudarnos unos a otros a regir nuestras vidas por el mandamiento del amor mutuo, darnos a conocer los unos a los otros el gozo de ser hijos del Padre, hermanos en Jesús, moradas vivas del Espíritu Santo.  
El apóstol Santiago llegó a ser un gran amigo de Jesús, bebió el cáliz del Señor y se sumergió en las aguas de su pasión, más aún fue el primer apóstol en derramar su sangre por su Señor (Hech 12,2). Pero para llegar a este momento supremo tuvo que recorrer un largo camino. Presto en dejar las redes y su familia, junto con su hermano Juan, para seguir a Jesús (Mc 1,19-20, necesitó mucho más tiempo de maduración para dejar de ser el violento Boanerges (Lc 9.54), vencer el sueño, volverse centinela y orante (Mc 9,2-8; 14,32-40), abandonar todo apetito de poder, toda ambición de dominación, todo sueño de grandeza; aprender que no hay sino un solo camino para configurarse con Jesús: servir y dar la vida por la redención de todos. Camino de Jesús, camino de Santiago, camino que desde hace ya más de ocho siglos surcan los peregrinos hacia la ciudad gallega de Santiago de Compostela, donde una antigua tradición ubica su acción el sepulcro del apóstol.
El testimonio de este apóstol nos anima y fortalece porque también nosotros llevamos el tesoro de nuestra dignidad y de nuestro apostolado en vasijas de barro para que siempre quede claro que la gracia que nos habita no proviene de nosotros sino de Dios (2 Co 4,7). Que, así como ocurrió con Santiago, con la ayuda de Santa María del camino, ocurra también con nuestro servicio, nuestra entrega, nuestra vida de fe: “que al extenderse la gracia a más y más personas, se multiplique la acción de gracias para gloria de Dios”.
Entremos una vez más, hermanos, en el maravilloso misterio de la Eucaristía, don supremo del amor divino. No hay mejor manera, ni mejor lugar, ni mejor momento para dar gracias que en asamblea eucarística. La palabra más bella del lenguaje humano después de las palabras “Dios” y “amor”, es la palabra “Gracias”; tanto es así que Cristo la escogió para hacerla sacramento con su cuerpo y su sangre. Esta es la respuesta definitiva a la pregunta del Salmo 115: “¿Cómo corresponderé al Señor por todo el bien que me ha hecho?”: Con la santa y sagrada eucaristía. Amén
Maracaibo 25 de julio de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo


Palabras de Acción de Gracias por parte de 
Mons. Jesus Quintero en representación del Clero Marabino.


domingo, 22 de julio de 2018

HOMILÍA DEL DOMINGO XVI ORDINARIO - CICLO B - 2018


DOMINGO XVI ORDINARIO CICLO 8 2018
Lecturas: Jer 23,1-6; Salmo 23; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34

El evangelio de hoy solo contiene cinco versículos. Pertenecen al inicio de una nueva sección del evangelio de Marcos (6,30-8,30), conocida con el nombre de sección de los panes, por ser el banquete, la comida el pan y la levadura uno de los ejes de su lectura e interpretación. Los cinco versículos de hoy están situados entre dos banquetes: el organizado por Herodes y dentro del cual Juan Bautista será degollado y el organizado por Jesús para dar de comer a una muchedumbre hambrienta.
Estos pocos versículos nos ponen en contacto con un Jesús que cuida de sus discípulos, dedica tiempo a su formación y está atento a su descanso y su buena alimentación. El relato se inicia con el retorno de los discípulos de la misión que el Señor les había encomendado llevar a cabo de dos en dos por las aldeas circunvecinas y la consiguiente revisión de la tarea encomendada (6,7-13).
El Señor quería atender a los futuros pastores del rebaño y pasar con ellos un buen tiempo, en un lugar tranquilo y apartado, pero he aquí que el rebaño se le viene encima. La multitud se ha dado cuenta que Jesús no es un líder como todos los demás para los cuales ellos no son más que unos ignorantes de la Ley, llenos de impurezas y por consiguiente inaptos para rendir culto a Dios.
Jesús en cambio los valora de un modo totalmente distinto, les dedica tiempo, los instruye, escucha con atención sus problemas y angustias, los reafirma en la fe, expulsa el mal que los acosa, los sana de sus enfermedades, los integra a sus familias y a su comunidad. El evangelio de hoy nos revela el núcleo novedoso de esta manera de ser y de actuar del Señor: nos dice que al ver la multitud Jesús “se compadeció de ella porque estaban como ovejas sin pastor”.
Esta expresión es prácticamente un diagnóstico del estado en que se encontraba la sociedad y el pueblo de Israel en tiempos de Jesús. Era un pueblo abandonado, desatendido, olvidado por todos sus dirigentes tanto políticos como sociales y religiosos. En aquella época con la palabra pastos se designaban todos los que ejercían algún tipo de liderazgo particularmente los dirigentes políticos y religiosos. Le evaluación que hacen de todos ellos los profetas es muy crítica. Hemos escuchado precisamente en la primera lectura la denuncia que hace el profeta Jeremías de esos malos pastores. Los acusa particularmente no solo de haber desatendido al pueblo sino de haberlo dividido, dispersado y hasta expulsado por las naciones.  Y seguidamente anuncia que, ante tanto abandono y desidia, Dios mismo vendrá en persona a pastorear a su pueblo y a escoger nuevos pastores que lo atenderán debidamente. Para los evangelistas Jesús lleva a cabo esta profecía. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. A través de él y de sus discípulos es Dios mismo que sale en busca de todas sus ovejas extraviadas y las va reuniendo en el nuevo redil de la Iglesia.
En tiempos de Jesús había muchos líderes, muchos dirigentes que llevaban el nombre de pastores, pero no actuaban como tales y no se ocupaban del rebaño. Ya hemos visto en el episodio anterior cómo se comportó Herodes cobardemente con Juan Bautista; cómo Jesús sufrirá un creciente rechazo y hostigamiento por parte de las autoridades religiosas; como al final el mismo Pilato se lavará las manos y será incapaz de liberarlo, aunque sabía que era inocente.
El pueblo sencillo se dio rápidamente cuenta que el pastoreo de Jesús se sustentaba en otro tipo de autoridad muy distinta a la que ostentaban sus jefes religiosos. En varias oportunidades los evangelios recalcan que Jesús no se contentaba con enseñar, sino que actuaba en conformidad con lo que enseñaba. Que su público predilecto eran los leprosos, los publicanos, las prostitutas, los tullidos, los paralíticos, los extranjeros.  Por eso no lo quieren perder y salen presurosamente en busca de él, rodeando el lago a pie, mientras Jesús lo atraviesa con los suyos en barca.
Jesús se conmueve tanto al ver tanta necesidad en aquellos que lo siguen, que cambia radicalmente sus planes y en vez de dedicarse a sus discípulos atiende primero a la gente. La atiende con compasión. Compasión significa compartir el sufrimiento del otro, sufrir con el que sufre. Algo semejante le pedía el apóstol Pablo a los cristianos de Roma cuando les escribió: “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros” (Rm 12,15). Sus discípulos han de continuar su misión con esta capacidad empática.
Anteriormente los había enviado de dos en dos y les había pedido que evangelizaran en las casas, expulsaran los demonios de la vida de los pobres y curaran a la gente de sus enfermedades (6,12). Ahora les pide que se vuelquen a toda misión que emprendan en su nombre, con pasión por el bien de las muchedumbres abandonadas y con entrañas de compasión, de misericordia, de ternura. De nada sirve dirá siglos más tarde un gran padre de la Iglesia, San Gregorio Magno, tener un gran número de pastores si éstos no se dedican con pasión y compasión a atender al pueblo en todas sus necesidades espirituales, morales y materiales.
Estamos ante una gran emergencia. No es precisamente la compasión y la misericordia la característica relevante de las gobernanzas actuales. Desde las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo y muchos de los grandes centros transnacionales de poder se promueve el aborto, la eutanasia, la eliminación de los discapacitados. Son millones los niños sometidos a toda clase de explotación y esclavitud. Se cierran las fronteras y los puertos a los centenares de miles de migrantes que buscan fuera de sus patrias una vida mejor. Se invierte más en armamentismo que en educación. Es alarmante el índice de mujeres y niños sometidos en todos los países del mundo al maltrato y a la violación.  En los tiempos actuales pululan, en todos los continentes jefes de estado corruptos, sedientos de poder y decididos a eliminar con la fuerza bruta a todos sus opositores.
En el evangelio de hoy Jesús nos llama a todos los que hemos sido constituidos pastores de su rebaño, para que no solamente demos ejemplo del verdadero liderazgo cristiano, con valentía y audacia, sino para que también formemos discípulos misioneros libres y conscientes, que se empeñen en formar muy bien a todos los creyentes y a sus comunidades para que no se dejen engañar ni manipular a la hora de elegir a sus gobernantes. Es doloroso ver cómo países habitados por un porcentaje mayoritario de católicos están en manos de bandidos, mercenarios y delincuentes a quienes no les importa la vida de su pueblo y ven con indiferencia cómo se matan entre sí, o huyen despavoridos a otras partes del mundo buscando una nueva esperanza. ¿Será que aún los pastores no hemos sabido formar verdaderos seguidores de Jesucristo? ¿O qué nos hemos tomado muy a la ligera eso de llevar el nombre de cristianos o de pastores en nombre de Jesús?
Estamos aún muy lejos del ideal que nos presenta Pablo en la carta a los Efesios y que hemos escuchado en la segunda lectura. Acercar a los que están lejos. Unir pueblos divididos.  Derribar muros de enemistad y de odio. Construir con la fuerza de la paz una nueva humanidad reconciliada con Dios y entre sus distintas naciones y pueblos. Hermanos, hermanas, hay muchos puentes que construir, muchos barrancos que rellenar, muchos senderos nuevos que abrir para que todos podamos confluir, incluir, aceptarnos y respetarnos. Todo esto es posible si aprendemos a congregarnos todos los cristianos, llenos de compasión, bajo la sombra salvadora de la cruz de Jesús. Con Cristo Jesús muerto y resucitado todo eso es posible.
Maracaibo 22 de julio de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo