sábado, 19 de diciembre de 2015

ORDENACIÓN PRESBITERAL DE LOS DIACONOS ANDRY SANCHEZ Y JORGE PEREZ - HOMILIA

ORDENACIÓN PRESBITERAL
DE LOS DIACONOS ANDRY SANCHEZ  Y JORGE PEREZ
HOMILIA
Muy queridos hermanos y hermanas
EL SACERDOCIO UN DON DE DIOS
El pasado domingo tuvimos la gracia de iniciar en nuestra Iglesia local el Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, con la apertura de la Puerta Santa. Y apenas traspasado el umbral, hoy recogemos uno de sus primeros frutos: el don de dos nuevos presbíteros para nuestra Iglesia arquidiocesana. ¡Bendito y Alabado sea el Señor!
Los diáconos Andry y Jorge han hecho un largo recorrido formativo para llegar a este importante momento de sus vidas. Pero no vayamos a pensar ninguno de nosotros que su ordenación es un premio a sus méritos o un galardón por su perseverancia. No. Su ordenación sacerdotal es ante todo y por encima de todo un don de Dios. En el texto de la segunda lectura escuchamos al autor de la Carta a los Hebreos afirmar: “Nadie asume por sí mismo este honor sino es llamado por Dios” (He 5,4). El sacramento del Orden, por el que se confiere el sacerdocio ministerial, como todos los sacramentos, es un don amoroso y gratuito del Señor. Los dones se agradecen. ¡Gracias, Señor!
Así como sucedió con los primeros discípulos, Jesús llama a quién él quiere (Cf Mc 3,13). Hoy llama a estos dos hermanos nuestros. Si aceptan este llamado, los elegidos, como la Virgen María, de manera libre y responsable, han de responder con una total disponibilidad: “Hágase. Fiat” (Lc 1,38). El diálogo permanente con Dios, a través de la oración, la recitación del breviario, la lectura de los dos Libros: el de la realidad y la Biblia,  la dirección espiritual y otras mediaciones eclesiales, les permitirá mantenerse en sintonía con su santa voluntad y llevarla a cabo. Todo ha de reflejarse en una entrega incondicional, alegre, fiel y desinteresada al pueblo que Dios que les toque servir y amar hasta la muerte.,
Como todos los seres humanos, ustedes han sido hechos a imagen y semejanza de Dios (Cf Gen 1,26) para la comunión en el amor mutuo y trinitario, primero en la tierra y en el cielo. En el bautismo han sido llamados, como todos sus hermanos, a ejercer el sacerdocio real para contribuir a la dilatación del Reino de Dios en este mundo.  Hoy en cambio van a recibir un sacerdocio totalmente distinto: el sacerdocio ministerial, nacido del corazón amoroso y misericordioso del Señor Jesús, en la noche del Cenáculo.
Esa noche, en que iba a ser entregado, el Señor Jesús, deseoso de quedarse para siempre con nosotros, instituyó primero  el sacramento de la Eucaristía. Seguidamente instituyó los ministros encargados de realizar ese gran misterio de fe,  de amor y de salvación. Sus palabras fueron: “Esto es mi cuerpo que entrego por ustedes. ¡Hagan esto en memoria mía! Después de cenar hizo lo mismo con la copa diciendo: Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cada vez que la beban, ¡háganlo en memoria mía!” (1 Co 11, 23-25).
Todos los sacerdotes nacimos esa noche y fuimos llamados, en la Iglesia y en la historia de este mundo, a hacer presente a Jesús por medio de la Eucaristía “hasta que él vuelva”. Pero como la eucaristía es la síntesis de la vida de Jesús, la realización sacramental de la redención y el culmen de la historia de la salvación, la vida entera del sacerdote ha de volverse eucarística. Se vuelven hombres eucarísticos. Así los reconocen comúnmente los feligreses: somos los hombres de Dios, los hombres de la misa. Su vocación entonces es ser desde la eucaristía diariamente celebrada, presencia y memoria viva y encarnada de Jesús, desde su encarnación hasta su resurrección. “Quien me ve a mi ve a mi Padre” (Jn 14,9), le dijo el Señor al apóstol Felipe. Igualmente, mis queridos hijos,  no olviden nunca que como sacerdotes de Cristo,  eso mismo han de decir de ustedes: quien los vea a ustedes ha de ver siempre a Cristo Jesús.
Queridos hermanos y hermanas los invito a estar atentos para a vivir esta mañana, cada uno de los pasos de este bello rito sacramental, principalmente los de la imposición de las manos y la plegaria consecratoria, por medio de los cuales estos dos diáconos quedarán definitivamente configurados con el Señor. La ordenación los incorpora también a un presbiterio donde han de dar testimonio de  comunión fraterna. A partir de hoy, como pastores y próvidos colaboradores del obispo, en esta Iglesia local, han de continuar con mayor celo y entusiasmo al servicio de la porción del rebaño que su Pastor les confíe, con especial dedicación a los más pobres.
No trabajarán solos o aislados, sino estrechamente unidos a su Obispo y al gran cuerpo de agentes pastorales conformados por los diáconos permanentes, los laicos y los consagrados. Nuestra Iglesia Arquidiocesana cuenta, gracias a Dios, con un proyecto de renovación pastoral, que nos va permitir contribuir con el Espíritu Santo, convocar a todos los bautizados a vivir intensamente la pertenencia al Pueblo de Dios y a construir, desde la diversidad de sus dones, talentos y carismas, una sola Iglesia, bien ensamblada y articulada, que sea casa, escuela y taller de comunión y solidaridad para la misión. 
Todo esto será posible, mis queridos hijos, si se proponen desde hoy mismo desplegar, con la ayuda de la gracia divina, de su obispo, de sus hermanos sacerdotes, diáconos y de sus hermanos laicos y consagrados, todas las potencialidades presentes en el sacramento que reciben. Dejen a Dios actuar con libertad en ustedes para que el pueda sacar la figura de Cristo que quiere reproducir en cada uno. 
Para ello es menester que se acerquen, como los invita el texto de la carta a los Hebreos, con plena confianza a Cristo Jesús, el verdadero trono de la gracia, para obtener su misericordia y hacerse misericordiosos como él. Claven su mirada en Cristo Jesús, el iniciador y consumador de su fe (Cf He 12,2), y la razón de ser de su vida y ministerio, para descubrir la bienaventuranza de la misericordia. Búsquenlo, síganlo y quédense con él, como lo hicieron Juan y Andrés (Cf Jn 1,35-39). Solo así se podrán  impregnar de los sentimientos, de la mentalidad y de los rasgos  sobresalientes de su  eterno y supremo sacerdocio. Lleguen a ser ustedes también sacerdotes según el orden de Melquisedec.
Jesús es un Sumo Sacerdote digno de fe y lleno de compasión y misericordia. Es digno de fe porque desarrolla su vida en perfecta fidelidad al Padre, siempre dispuesto a cumplir todos sus designios (Cf Jn 15,9). Jesús es también un sacerdote impregnado  en todo de la misericordia divina, puesto que su amor solidario y compasivo con la humanidad llegó hasta el extremo de hacerse uno de nosotros y vivir radicalmente todas las condiciones del ser humano excepto en el pecado. En él se da perfectamente la parábola que él mismo contó: la del pastor que deja sus ovejas del cielo y baja a la tierra a buscar la oveja adámica que se le ha extraviado y se interna por los montes, valles y barrancos de la humanidad pecadora hasta dar con ella (Cf Lc 15,3-4).
Buscando esa oveja rebelde, supo, en carne propia, lo qué significa el pecado del mundo y todos los horrores y dolores que causa el imperio del mal en la carne, en el corazón, la mente y la cultura humana. Experimentó en su propio cuerpo llagado, taladrado, torturado, crucificado, abandonado hasta donde llega  el poder del mal, el sufrimiento de los inocentes, el aniquilamiento de los más vulnerables, la muerte injusta y cruel de los más débiles. No hay pecado que no haya llagado el cuerpo de Jesús. En sus cinco llagas están todos.
El profeta Ezequiel, tuvo la visión del nuevo Templo, de donde brotan las aguas sanadoras de Dios (Cf Ez 47, 1-12). Es una profecía de lo que ocurrió en el Calvario. Todas las horrendas atrocidades de la condición humana, sometida al yugo del pecado, quedaron bañadas por el torrente misericordioso que brotó del costado abierto de Jesús (Cf Jn 19,33-34). Sangre y agua se volvieron  una fuente infinita de amor, de ternura, de compasión y de perdón que se derrama sobre la humanidad y la creación entera a través de los sacramentos.
En el horror de la cruz y en el crucificado desfigurado, quedó patente, “que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Cf Rm 5,20). La misericordia de Dios siempre será mayor que cualquier pecado que cometan los hombres. No hay mal que pueda desfigurar definitivamente la belleza del amor y de la misericordia divina encarnada en la persona del Hijo de Dios hecho hombre ni tampoco la imagen de Dios impresa en el ser humano. Eso es lo que quiere dar a entender Jesús en  la parábola de la mujer que ha perdido una moneda y barre y barre toda la casa hasta encontrarla (Lc 15,8-10). Esa moneda lleva impresa, dicen los Padres de la Iglesia, la imagen borrosa de Dios y Jesús le devuelve todo su esplendor.
Ustedes mis queridos hijos, en este año jubilar extraordinario de la misericordia, han de ser testigos excepcionales de esa misericordia que Cristo nos ha mostrado. Traigan a esta fuente a todos sus hermanos para que se bañen en ella y queden purificados. Sean sacerdotes misericordiosos como Jesús. Salgan a buscar la oveja extraviada y tráiganla sobre sus hombres para pasar por la puerta del redil y devolverla al rebaño, restauren en sus hermanos la belleza de su semejanza divina, a través del bautismo y de la confesión. No den por perdido ningún hijo pródigo. Desde que el Hijo de Dios vino a este mundo y se encarnó en el seno de un ser humano, María de Nazaret, y dio su vida por todos, no hay ningún ser humano que no pueda volver a él.
Den de comer al hambriento, en su hambre física, y con la eucaristía, pan de vida eterna. Den de beber al sediento, sumergiéndolos en las aguas bautismales, ofreciéndole un vaso de agua a quien se lo pida, saciando la sed de conocer y vivir de la Palabra de Dios. Ofrezcan posada al necesitado, formando comunidades parroquiales y sectoriales de puertas abiertas,  hospitalarias y acogedoras de todos los que como José y María en Belén buscan posada y no encuentran. Vistan al desnudo, a través de la confesión y de la caridad compartiendo su manto como la Verónica y San Martín.  Visiten a los enfermos para llevarles consuelo, paz, la unción sacramental y el viático para emprender el viaje a la casa del Padre. Socorran a los presos, detenidos, procesados, sentenciados, personalmente y formando voluntarios que participen en la pastoral penitenciaria. Estén cerca de sus hermanos gravemente enfermos, ayúdenlos a bien morir, ayuden a la familia a despedirse de sus seres queridos. Transformen la pastoral de exequias en una pastoral de la compasión, la cercanía y la resurrección en Cristo Señor.
Enseñen al que no sabe a través de la evangelización, el Kerygma, la Catequesis, la formación bíblica, haciéndose presente en escuelas, liceos y universidades. Den buen consejo al que lo necesita en la dirección espiritual, la consejería familiar, el encuentro con los novios con motivo de la confección del expediente. Corrijan a los hermanos sacerdotes, diáconos y laicos que están descaminados y déjense corregir, agradecidos, por su hermanos, con humildad. Pidan perdón y ejerzan con gozo el gran ministerio del perdón a través de la Confesión sacramental. Consuelen a los afligidos, animen a los decaídos, levanten a los encorvados, alegren a los tristes, lloren con los que lloran, rían con los que ríen. Háganse todo con todos para ganarlos a todos a Cristo Jesús.  Sean pacientes, tolerantes y aguanten los defectos ajenos como desean  que los demás aguanten sus deficiencias y debilidades. Oren constantemente por los vivos y por los difuntos.
Sean, mis queridos hijos Andry y Jorge, el rostro vivo de la Misericordia divina. Que todo su ministerio, por la intercesión de nuestra Madre la Virgen de Coromoto, que Mons. Olegario Villalobos, sacerdote ejemplar, nos enseño a venerar y en cuyo honor construyó este templo, quede profundamente marcado por la experiencia viva de haber sido alcanzados por la misericordia divina y haber recibido el encargo de comunicarla a sus hermanos. Amén.
Maracaibo 19 de diciembre de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

viernes, 18 de diciembre de 2015

Oh Adonai...


Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
ven a librarnos con el poder de tu brazo.

Admiramos esa espléndida manifestación de Dios como fuego y como amor, como pastor y como ley, como fuerza liberadora. Ese Señor-Pastor, que ama a su pueblo, a su rebaño, y que no permitirá que nadie lo someta o lo disperse, que nadie le arrebate una oveja de su mano. Por eso, se manifestará con brazo poderoso para liberar y dirigir a su pueblo.

Se manifiesta a Moisés como llama que enciende y no consume, que purifica y no mata, que ilumina y no ciega, que conduce y no esclaviza. Esa llama se comunicará al profeta para que pueda romper las ataduras que atan a su pueblo y para que pueda conducirlo sabiamente.
Se manifiesta a Moisés como Pastor y Legislador, como norma y camino, como meta y horizonte de vida. Una ley que se inscribe en piedra, pero que terminará escribiéndose en el corazón. Una ley que se irá concretando y reduciendo en palabras tan sencillas y tan vivas como el amor.

Homilía en la Misa de Acción de Gracias por los 50 años de vida sacerdotal de los R.P. José Ruddy y Vicente Screene, MSC. Parroquia Ntra. Sra. de La Paz

Homilía en la Misa de Acción de Gracias
por los 50 años de vida sacerdotal de los
R.P. José Ruddy y Vicente Screene, MSC.
Parroquia Ntra. Sra. de La Paz

Pbro. Eduardo Ortigoza
Maracaibo, 18 de diciembre de 2015

Queridos Mons. Ubaldo Santana, y Mons. Ángel Caraballo, Arzobispo y Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Maracaibo.
Muy estimados Padres José Ruddy y Vicente Screene.
Reverendos Padres Misioneros del Sagrado Corazón.
Hermanos sacerdotes de este presbiterio de Maracaibo.  
Reverendas Hijas del Sagrado Corazón y Siervas de la Madre de Dios.
Queridos Seminaristas.
Apreciados hermanos y hermanas.
Agradezco al R.P. Yonny Mendoza, MSC, organizador de estos festejos jubilares, la invitación a dirigir esta reflexión.
Con cierto temor pronuncio estas palabras de Acción de Gracias uniéndome al regocijo de estos dos hermanos nuestros, Misioneros por esencia, consagrados al Sagrado Corazón de Jesús en la Congregación de Misioneros del mismo nombre. Hace 50 años ellos fueron ordenados sacerdotes.
Permítanme ser portador de la gratitud de estos hermanos hacia todos los que han querido unirse a ellos en torno al altar para celebrar la eucaristía.
En primer lugar, en nombre de esta Iglesia Arquidiocesana de Maracaibo, doy gracias por 48 años de presencia misionera entre nosotros. A ellos, Misioneros del Sagrado Corazón o Padres irlandeses, debemos agradecer la obra evangelizadora realizada en la zona noroeste de la ciudad de Maracaibo.
Gracias, apreciados Padres por haber aceptado la invitación de Mons. Domingo Roa Pérez quien, movido por su permanente angustia ante el reducido “clero para atender un pueblo piadoso que pide constantemente una intensa atención religiosa”[1], en una de sus visitas a Roma tuvo oportunidad de conocer al Padre General de los Misioneros y lo invitó a unirse a su trabajo pastoral en la recién creada Arquidiócesis.
Gracias al incansable trabajo de estos dos pioneros, que como grandes testigos de Cristo, y de sus hermanos de Congregación que con sus vidas y con sus ministerios han hecho presente el deseo de su fundador el Padre Chevalier, cuando decía: «Queremos ser como Jesús, que ama con un corazón humano; queremos amar por Él y con Él y proclamar su amor al mundo» (Const. MSC. 10). 
Con toda propiedad podemos afirmar que el trabajo de estos nobles hermanos ha llenado gran parte de la ciudad de Maracaibo, tal vez la más necesitada, con ellos nuestra ciudad se ha sentido intensamente amada por Jesucristo. 
Gracias, Padre Vicente y Padre José, por haber prestado sus corazones a Jesús para que las Parroquias Ntra. Sra. de Coromoto, Santísimo Sacramento y, de manera especial, Santa Inés y esta de Ntra. Sra. de La Paz, se hayan sentido profunda e intensamente amadas por el Señor Misericordioso, a través de ustedes. 
Abrir la mente y el corazón al Señor
Una ocasión como esta es propicia para abrir la mente y el corazón al Señor. Para recordar y conmemorar, para reconocer y agradecer.
Nuestros hermanos llegaron a Maracaibo a mediados del año 1967, personalmente los recibió el Arzobispo Roa y los instaló en el Seminario. Ya en el mes de julio de ese año sus nombres aparecen entre los asistentes a la Conferencia mensual del Clero celebrada el día 11. El día 15 de julio, el mismo Mons. Domingo Roa Pérez, firmaba el nombramiento del R.P. Eduardo O’Donohue como Párroco Encargado de la Parroquia Ntra. Sra. de Coromoto en la Urb. Los Olivos.
Misioneros. Desde Irlanda a Maracaibo.
Con pocos años de vida y amplias ilusiones, nuestros hermanos dejaron atrás las suaves lluvias que caracterizan el clima irlandés y dan a su territorio su color siempre verde, haciendo que las temperaturas sean frescas todo el año.
Detrás quedaron los días nublados. Ellos hicieron del calor abrasador y de la aridez de estas tierras del Zulia su nueva casa y su nueva tierra. Aprendiendo a querer a esta “tierra del sol amada”.
Dejaban la casa paterna y hacían propia esta casa maracaibera que los recibía con profunda alegría, pues venían dispuestos “… a hacer visibles… los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente”, como enseña San Juan Pablo II[2].
Llegaban dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, y en ella experimentar la felicidad y la paz porque en su voluntad está nuestra paz.  Como religiosos, como consagrados, han manifestado el más hermoso testimonio en la alegría y en el trabajo de cada día, encontrando siempre nuevas formas de servicio a Dios y a los hermanos.
Edificadores de la Iglesia
Constructores de templos vivos para edificar la Iglesia, evangelizadores incansables, promotores y defensores de la dignidad humana, se han compenetrado con estas comunidades y han dejado profundas huellas en cada una de ellas.
Allí están la Parroquia de Ntra. Sra. de Coromoto con su vitalidad evangelizadora siempre presente en sus barrios y urbanizaciones, la joven parroquia dedicada al Santísimo Sacramento, cultivada y construida palmo a palmo desde las mismas raíces, con sus filiales Ntra. Sra. del Santísimo Sacramento, Ntra. Sra. de los Ángeles y María Auxiliadora, la nueva parroquia de Santa Inés y la Parroquia de Ntra. Sra. de La Paz, donde nos encontramos reunidos esta tarde, con sus filiales Ntra. Sra. del Carmen y Sagrado Corazón.
En nombre de nuestros Obispos aquí presentes, y del clero de esta Arquidiócesis, doy las gracias a estos hermanos José Ruddy y Vicente Screene que ya en la madurez, de su ministerio sacerdotal y misionero, siguen haciendo presente entre nosotros la grandeza del sacerdocio católico.
Instrumentos de la misericordia de Dios
Debemos tener muy presente que los sacerdotes somos hombres, nacidos de familias comunes y corrientes, que tenemos virtudes y defectos como todos los seres humanos. Lo que nos hace particulares es que Dios nos ha escogido desde toda la eternidad para cumplir la  misión de llevar su amor y su perdón a todos los hombres, nos ha escogido para ser instrumentos de su misericordia.
Tal vez la mayor exigencia es la de ser portadores de la misericordia de Dios para nuestros hermanos. Lo que exige que el sacerdote sea un padre ejemplar para sus fieles. Que siempre esté bien preparado, humana y espiritualmente, para responder a los retos y preguntas que le presentan el hombre y la mujer de hoy.
Ser sacerdote ciertamente no es fácil. Muchos sacerdotes sufren la incomprensión y el rechazo, algunos sufren la persecución y la soledad. Y la recomendación más acertada para todos es la de mantenerse fieles al Señor de la llamada, a no dejar la oración ni la Eucaristía, a nunca perder la alegría.
Lamentablemente, algunos sucumben en sus debilidades. Pero es bueno recordar que la mayoría de los sacerdotes de todos los tiempos han sido buenos seguidores de Cristo y han cumplido y siguen cumpliendo fielmente su misión.



Al servicio de esta Iglesia de Maracaibo
Hoy debemos dar gracias al Señor, al Buen Pastor, por la vida de estos dos hermanos nuestros. Ambos han sido servidores buenos y fieles que en distintos momentos han sabido gastarse y desgastarse en el servicio de esta Iglesia de Maracaibo.
Desde su llegada a Maracaibo supieron integrarse rápidamente a la vida de la Iglesia Diocesana. Se han miembros activos de nuestro clero.
Buenos colaboradores del ministerio episcopal, su apoyo solidario y su amistad desinteresada han acompañado a los Arzobispos que han guiado a esta Iglesia en los últimos 50 años. Mons. Ubaldo Santana es testigo de ello.
Coordinadores de la Zona Pastoral. Integrantes del Consejo Presbiteral, del Colegio de Consultores y del Consejo de Ordenes de la Arquidiócesis.
Profesores del Seminario Mayor, Directores Espirituales en la misma institución, Asesores de Movimientos de Apostolado, Acompañantes de la Pastoral Familiar, impulsadores del Proyecto de Renovación Pastoral Arquidiocesano.
Columnas firmes de su Congregación MSC en Venezuela
Maracaibo ha sido la puerta de entrada para la obra evangelizadora de los MSC en Venezuela. Vicente Screene y José Ruddy formaron parte del grupo de los primeros misioneros enviados a este país. Desde esta ciudad se han extendido a Caracas, y a otras regiones del país como el Táchira y Lara. Su trabajo y esfuerzos como pioneros han dado hermosos frutos para la Congregación y para la Iglesia.
Gran importancia adquiere la apertura de la Casa de Formación de los MSC en Maracaibo. Es manifestación de la confianza de la Congregación en esta tierra bendita del Zulia. La respuesta está en el significativo número de vocaciones autóctonas que hoy distinguen a esta familia religiosa.
Lo que han visto los ojos y han sentido nuestros hermanos
Mañana 19 de diciembre de 2015 se conmemoran 50 años de la ordenación sacerdotal de los R.P. Vicente y José. De ese medio siglo, 48 años los han vivido en permanente relación con Venezuela, y con Maracaibo, especialmente.
Cuantas alegrías han experimentado sus corazones de padres y pastores. Y a la vez cuántas lágrimas y cuántos sinsabores han vivido a lo largo de estos años.
Llegaron a Venezuela en momentos difíciles para la historia de la República, y después de casi medio siglo, tal vez puedan confesar que las dificultades y los peligros continúan presentes y han aumentado.
Seguramente serán muchos más los motivos para agradecer que aquellos que pudieran entristecer sus corazones. Tendrán motivos para reconocer la gracia inestimable del Señor y de su Madre Santísima, que les ha permitido contemplar los resultados parciales de sus arduos trabajos, ver y conocer que la fe de este pueblo nace en el seno de las familias y que es sostenida fundamentalmente por las madres y abuelas que enseñan a los pequeños el camino del evangelio de Cristo, han visto el  surgimiento de vocaciones sacerdotales, religiosas y de laicos comprometidos con su vocación en una Iglesia renovada, viva y alegre que canta las misericordias del Señor.
Muchas cosas han vivido nuestros hermanos. Y junto con ellos nosotros damos gracias a Dios. Al mismo Dios que los invitó, como a Abraham, a dejar su suelo nativo y su Iglesia, para recibir un nuevo suelo y una nueva Iglesia. El mismo Señor los ha mantenido firmes, y con sus lámparas encendidas, en medio de este pueblo Zuliano que es bravo y fuerte, que en la vida y en la muerte, ama y lucha, canta y ora, que continúa sonriendo a la vida y proclamando las alabanzas al Señor.

La Visión del P. Julio Chevalier
El P. Julio Chevalier estaba profundamente conmovido por los males que afligían a la gente de su tiempo. Al contemplar el Corazón de Cristo, en quien se revela el amor compasivo del Padre, descubrió en ese Corazón el remedio a los males del mundo. Impulsado por ese amor y guiado por el Espíritu Santo, fundó en la Iglesia la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón.
Los Misioneros, impulsados por el mismo don que recibió su Fundador, viven, en comunidad fraterna, la fe en el amor compasivo del Señor; al mismo tiempo, son enviados al mundo a proclamar la Buena Noticia del amor y la bondad de Dios, nuestro Salvador, y a dar, con toda su vida, testimonio de Él.
El P. Chevalier quiso expresar todo esto en el lema que les dio: ¡Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús!
Por ello los MSC proclaman: «Queremos ser como Jesús, que ama con un corazón humano; queremos amar por Él y con Él y proclamar su amor al mundo» (Const. MSC. 10).
Queridos Padres y Hermanos, Vicente y José, nuevamente, unido a ustedes, doy gracias al Señor por haberlos llamado al sacerdocio y por haberlos traído a esta tierra del lago de Maracaibo.
Gracias por sus 50 años de vida sacerdotal, gracias por haberse enamorado de Maracaibo hace 48 años. Gracias por habernos demostrado con su ejemplo que de nosotros los sacerdotes, los fieles esperan una sola cosa: que seamos fieles al Señor y que seamos especialistas en fomentar el encuentro del hombre con Dios. Que esos mismos fieles nos enseñan que de nosotros se espera que seamos expertos en ayudarlos a encontrar el camino de la misericordia, el camino para el encuentro con el Padre.
Gracias por estar entre nosotros.




[1] Primera Carta Pastoral del Excelentísimo Señor Obispo Diocesano de Maracaibo Monseñor Domingo Roa Pérez. 27 de abril de 1961.
[2] Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata  del 25 de marzo de 1996, N° 1.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Oh Sabiduría...


Sabiduría creadora y generosa, que sale de sí para estar en todo y estar en todos; que lo ordena todo con firmeza y suavidad, sabia y prudentemente, sin permitir la anarquía o la angustia; que lo embellece todo con su divino resplandor.
¡Cómo necesitamos la Sabiduría que brota de Dios! ¡Cómo necesitamos de su enseñanza luminosa! Tenemos mucha ciencia, pero poca sabiduría. Conocemos muchas cosas, pero desconocemos la cosa, ese secreto que nos haga felices.

Por eso, Sabiduría divina,
Sabiduría amiga,
ven a enseñarnos ese camino,
ven a alimentarnos con tu palabra,
ven y muéstranos el camino de la salvación.




domingo, 13 de diciembre de 2015

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C. APERTURA DE LA PUERTA SANTA - HOMILÍA


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C.
APERTURA DE LA PUERTA SANTA
HOMILÍA

Muy queridos hermanos y hermanas,
Con estos dos últimos domingos de Adviento, la Iglesia quiere ayudarnos a tener  nuestros corazones bien dispuestos para la celebración fructuosa de la gran fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.  Para ello nos pone en contacto, en la Liturgia de la Palabra,  con tres importantes mensajeros y testigos, cuyas vocaciones están estrechamente  vinculadas a la llegada del Salvador: el profeta Isaías  a quien le tocó predecir su llegada, la Santísima Virgen María  a quien Dios le pidió ser la Madre de su Hijo y Juan el Bautista a quien le correspondió ser su vocero y señalar su presencia humana entre los hombres.
Este domingo es conocido por su nombre en latín como domingo Gaudete,  domingo de la alegría. Esta palabra, con sus sinónimos: dicha, gozo, regocijo, júbilo, complacencia, alborozo se repite, en los textos litúrgicos de hoy, una docena de veces. El motivo fundamental de esta algazara lo encontramos en la oración colecta: la proximidad de la fiesta de Navidad y la esperanza de alcanzar la dicha de la salvación que nos trae el niño Dios.  
Hoy se suma otro motivo: la solemne apertura de la Puerta Santa de nuestra Catedral, con la cual acabamos de inaugurar, en nuestra Arquidiócesis marabina, el Año Jubilar de la Misericordia, en estrecha comunión con el Papa Francisco que lo ha convocado y con todos los obispos del mundo. Un año jubilar, es decir un año de júbilo, de gozo inmenso. Ese mismo gozo que según el profeta Isaías, traería consigo la venida del Mesías: “Tu has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo, ellos se regocijan en tu presencia” (Is 9,2).  Es tiempo de júbilo porque es  “el año de gracia” proclamado por el Señor Jesús  en la sinagoga de Nazaret (Cf Lc 4, 16-19),  en el que se concentran todas las bendiciones prometidas  por Dios en la Sagrada Escritura.
Todas esas bendiciones y promesas el Papa ha querido recogerlas en  una sola palabra: Misericordia. Francisco nos invita a entrar jubilosos en este año, para ir juntos al encuentro de Cristo Jesús, fijar nuestra mirada en él, en su vida, en sus gestos, en su misión, en su Evangelio, para descubrir la verdadera identidad de su Padre: su rostro misericordioso.
Eso es lo significa la apertura de la puerta santa y el ingreso de todos nosotros, esta tarde,  en esta catedral a través de ella. Cristo Jesús es la puerta (Cf Jn 10,7), la única puerta por donde la humanidad tiene que entrar para descubrir y gozar de la misericordia de Dios. Al traspasar este umbral entramos en un camino de vida en el que  aprendemos a comportarnos como hijos suyos, hermanos los unos de los otros, en Cristo, y coherederos, en el Espíritu, del mismo Reino de los cielos. Al entrar por la Puerta santa de catedral, la Puerta de la Misericordia, deseo de todo corazón, mis queridos hermanos, que experimenten algunas vivencias fundamentales.
Primero, descubrir, embelesados, la belleza del rostro real de Dios tal como se manifiesta en la persona de Jesús. En Cristo Jesús, Dios nos ha revelado su nombre más bello, su identidad y su actitud fundamental para con nosotros los hombres. Dios es nuestro Padre  rico en misericordia (Ef 2,4), un Padre misericordioso. El Papa nos invita a contemplarlo sobre todo en las tres parábolas de la misericordia contenidas en el capítulo 15 del evangelio de Lucas: la que cuenta la búsqueda y hallazgo por parte de un pastor de la oveja perdida; la que narra la búsqueda y hallazgo por un ama de casa, de la moneda extraviada; finalmente la que describe la ida y retorno del hijo pródigo a la casa paterna.
Las tres concluyen con un mismo estallido de alegría: “Alégrense conmigo porque encontré la oveja que se me había perdido (…) Alégrense conmigo porque encontré la dracma que se me había perdido (…) “Es justo que haya fiesta y alegría porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado “. Es el mismo gozo que el profeta Sofonías le atribuye a Dios por colocar su morada en medio del pueblo elegido: “El Señor tu Dios, tu poderoso Salvador, está en medio de ti. El se goza y se complace en ti, él te ama y se llenará de júbilo por su causa como en los días de fiesta.” (Sof 3,14-18). Cristo reveló este mismo rostro cuando le dijo a la gente de su tiempo: “No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores”. (Mc 2,17). Así se alegra nuestro Padre por el retorno a él de cada uno de nosotros, sus hijos. Dios nos ama a todos sin excepción y sus entrañas se estremecen de compasión cuando nos ve pasando necesidad y oprimidos por mal y el pecado.
Segundo, estamos llamados a fijarnos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe (Cf He 12,2) para aprender de él, que es manso y humilde de corazón (Cf Mt 11,29). El Señor no solamente nos revela el rostro misericordioso de Dios; también deja patente que nosotros, como hijos suyos, tenemos que ser misericordiosos: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Nos enseña además que la misericordia activa es uno de los ocho pozos de donde brotan ríos de felicidad: “Son dichosos los misericordiosos porque Dios también los tratará con misericordia” (Mt 5,7).
¿Cómo se comporta un discípulo misericordioso? Jesús mismo nos da ejemplo: cura a los enfermos de toda clase de males: quita la lepra,  devuelve la vista a los ciegos, hace hablar a los mudos, libera a los oprimidos, rompe las cadenas de los esclavos de sus pasiones, devuelve la vida a los muertos; reviste a los pecadores arrepentidos del traje de fiesta; instruye al pueblo sencillo; perdona a sus enemigos y adversarios; acoge a los extranjeros; no apaga la mecha que aún humea; no quiebra la caña doblada; le abre la puerta del paraíso al ladrón arrepentido; le saca siete demonios a una prostituta; es amigo de publicanos y pecadores y come con ellos. En el juicio final seremos todos examinados sobre el cumplimiento de este mismo tipo de acciones (Cf Mt 25,31-46).
Al inicio de esta año jubilar es válida la pregunta que la gente, los publicanos y los soldados le hacen a Juan el Bautista, después de haber oído su fuerte llamado a la conversión y al cambio de vida. El paso fundamental para entrar por la puerta, que es Cristo, es la conversión.  “¿Y nosotros qué debemos hacer?”. En su respuesta les hace ver que la conversión debe concretarse en acciones de solidaridad con el necesitado, en la práctica de la justicia, en el honesto desempeño de su profesión. Menciona varias obras de misericordia: vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, desprenderse de bienes superfluos para compartirlos con los necesitados. Y nosotros, hermanos y hermanas, ¿Qué debemos hacer en este año Jubilar de la  Misericordia? También para nosotros la conversión de corazón ha de traducirse en obras concretas de solidaridad con el necesitado, en la práctica de la justicia y en la honestidad profesional.
Al inicio de este año de la Misericordia, se abren ante nosotros catorce caminos. Cada uno de ellos corresponde a una obra de misericordia: siete corporales y siete espirituales. La situación del país nos lleva sin embargo a privilegiar algunas actitudes con mayor urgencia: la cultura de la solidaridad, de la responsabilidad personal y colectiva, la justicia social, la erradicación de la violencia, del hostigamiento, de la humillación  y de la anticultura de la muerte.
El Beato Paulo VI, en un hermoso mensaje que le dirigió al pueblo mexicano en 1970 con motivo de la fiesta de la Guadalupe, resaltó una dimensión de la vida cristiana que, considero, mantiene permanente actualidad. Declara el Beato: “Para que Cristo sea el centro y la cumbre de nuestra vida debemos cumplir con más entusiasmo y entrega el segundo mandamiento que es la norma de todas las relaciones humanas: el amor al prójimo”. Siguiendo el ejemplo de la Virgen María en las bodas de Caná, “un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado; no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga estando marginada de las ventajas de la civilización y del progreso.
Por ese motivo (…) los exhortamos de corazón a darle a su vida cristiana un marcado sentido social, que los haga estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Vean en cada hombre un hermano, y en cada hermano, a Cristo, de manera que el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda: el corazón del hombre.

El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun en cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sientan el deber de unirse fraternalmente para ayudar a forjar ese mundo nuevo que anhela la humanidad”.
Hermanos, hermanas, dejemos actuar a Dios en nosotros. Que su palabra creadora de vida nos haga capaces de seguir haciendo presente el evangelio de la misericordia con hechos y con palabras y, con la ayuda de María, nos transformemos en artesanos de la paz, constructores del Reino, creadores de justicia. ¡Que se abran las puertas y dejemos entrar muy hondo en nuestras vidas a Jesucristo nuestro Salvador! Amén.
Maracaibo 13 de diciembre de 2015
Inicio del Año Jubilar de la Misericordia

+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo



jueves, 10 de diciembre de 2015

CARTA PASTORAL SOBRE EL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

ARQUIDIÓCESIS DE MARACAIBO
CARTA PASTORAL SOBRE EL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA

Muy queridos hijos e hijas de la Grey marabina,
El Santo Padre Francisco, el 13 de Marzo de los corrientes, segundo aniversario de su elección, anunció el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Será el 65° jubileo de la historia de la Iglesia. El último extraordinario fue celebrado en el año 1983 por San Juan Pablo II, para celebrar el 1950 aniversario de la Redención, y el último ordinario, celebrado el año 2000, para celebrar el segundo milenio del nacimiento de nuestro Salvador. Mediante la publicación de la Bula “El Rostro de la Misericordia” (Misericordiae Vultus”), ha convocado  este Año Jubilar.
El Jubileo extraordinario dará comienzo el 8 de diciembre de 2015, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, con la apertura de la Puerta Santa Vaticana, y se extenderá hasta el 20 de noviembre de 2016, Solemnidad de Cristo Rey del Universo. El rito inicial en el mundo entero será la apertura de la puerta santa, primero la de la basílica de San Pedro, el 8 de diciembre y luego en todas las catedrales del mundo, el domingo siguiente, 13 de diciembre. En nuestra arquidiócesis, ese rito solemne tendrá lugar ese día a las 3:00 pm, iniciando con una concentración en la Basílica Nuestra Señora de Chiquinquirá, y con el rezo de la coronilla de la Divina Misericordia, para después tener una gran peregrinación y celebración arquidiocesana, a las 5.00 pm,  a la que espero concurra un gran número de fieles provenientes de todas las comunidades.
¿Qué es un Año jubilar?
Primero que todo preguntémonos: ¿Por qué un Año jubilar de la Misericordia? La palabra jubileo se inspira en el término hebreo de yobel, instrumento hecho de cuerno de cordero con el que se convocaba al pueblo para la oración. Jubileo también tiene una raíz latina, iubilum, que significa alegría exultante, gran gozo. Un año jubilar es ante todo un año de gracia y de salvación, que Dios le ofrece a sus hijos para colmarlos de la alegría de su perdón.
Los Jubileos se remontan a los tiempos bíblicos. El Año Jubilar debía realizarse cada 50 años. Era como un gran sábado, el día santo del pueblo de Israel: un año sabático. Durante ese año debían realizarse algunas acciones particulares: poner en libertad a los esclavos, restituir las propiedades a quienes las habían perdido, perdonar las deudas, dejar descansar las tierras (Cf Lv 25,8). No hay constancia en las Escrituras de que en algún momento de la historia antigua se haya celebrado alguno.
La Iglesia Católica celebra Jubileos desde el año 1300, todos ligados al misterio de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. En el año jubilar la Madre Iglesia concede indulgencias diversas a los fieles que cumplen con ciertas disposiciones establecidas; se abren las puertas para que el pueblo de Dios acceda a la gracia del perdón, y se hace un fuerte  llamado a la conversión, a la renovación de la fe y del compromiso de asumir con mayor coherencia la vida cristiana con todas sus consecuencias.
¿Por qué el Papa ha declarado un Año Jubilar extraordinario de la Misericordia?
El principal motivo de esta convocatoria es la celebración  del quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Con este evento se inició un nuevo período la vida y misión de la Iglesia en el mundo. Los Padres Conciliares reunidos en aquel cenáculo, sintieron que se iniciaba una nueva época en la historia de la humanidad que reclamaba dar un testimonio de Dios de un modo nuevo y en un lenguaje más comprensible, un lenguaje que acercara el mensaje de Jesucristo al corazón de la gente. Tanto el Papa San Juan XXIII como el Beato Pablo VI, entendieron que ese nuevo modo de hablarle al mundo era el lenguaje de la misericordia. Era menester que la Iglesia se transformara en un signo vivo del amor del Padre. Se trataba de transformar la caridad en el nuevo código de vida de la presencia de la Iglesia en el mundo; de reprobar sin duda el pecado, pero amar con amor compasivo al pecador y hacérselo experimentar de manera clara y cálida. (Cf MV 3).
Medio siglo después, esta moción del Espíritu conciliar mantiene toda su vigencia. La   humanidad necesita transitar con urgencia por los caminos de la misericordia para superar las chillantes desigualdades sociales entre las naciones, las amenazas de guerra mundial, la anticultura de la violencia y de la muerte, la penetración de ideologías totalitarias, el tráfico de seres y órganos humanos, la intolerancia, la discriminación, la indiferencia ante el prójimo necesitado y la exclusión. Para el Papa Francisco este es un momento apremiante para que la Iglesia se haga portadora del corazón palpitante del evangelio de Jesús: la misericordia, la misericordia de Cristo.
Si Jubileo significa un tiempo de gran gozo y alegría, ¿cuál es ese motivo de júbilo que nos propone el Papa Francisco? El motivo se encuentra en el lema escogido por el Papa: “Misericordiosos como el Padre”, frase tomada del evangelio de San Lucas. El texto dice exactamente: “Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,36).  Dios Padre es misericordioso, y sus hijos han de ser misericordiosos como él. Así nos lo ha revelado su Hijo Jesús.
La tónica de la alegría, del gozo, se encuentra presente en todo el evangelio de San Lucas, texto evangélico que se leerá a todo a lo largo de este año litúrgico, pero se manifiesta de modo relevante en el capítulo quince, capítulo en el  que se inspira el magnífico logo del Año jubilar, dibujado por el padre Marko Rupnik sj, que muestra a Jesús cargando  sobre sus hombros al hombre herido, apaleado o extraviado, que subraya el amor de Cristo que se encarna para redimir al hombre alejado de Dios con un amor capaz de cambiarle totalmente la vida.
En el referido capítulo de Lucas se  nos presentan tres parábolas de Jesús: la del pastor que pierde una oveja y la busca hasta que la encuentra (vv 1-7), la de la mujer que pierde una moneda y barre la casa hasta dar con ella (vv 8-10), y la del padre que ve partir un hijo lejos de casa,  lo espera hasta que regresa, arruinado y arrepentido, y lo recibe con los brazos abiertos (vv 11-32).
Los tres relatos concluyen con una explosión de la alegría. El pastor, cuando halla la oveja extraviada está “lleno de alegría la pone sobre sus hombros y al volver a su casa, llama a sus amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido” (vv 5-6). El ama de casa cuando da con el denario que le faltaba, llama a sus amigas y vecinos  y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido” (v 9). Y el padre, cuando el hijo pródigo regresa, monta una gran fiesta e invita a su hijo mayor a que supere su disgusto y participe en ella. En los tres casos Jesús concluye sus relatos de esta manera: “De la misma manera se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente(…) Dios se alegra más por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse (…) “Porque era necesario festejar y alegrarse porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (vv 7,10, 23, 32).
En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y consuela con perdón (MV, 9).
¿Qué es la Misericordia divina?
La Misericordia Cristiana no es un concepto bonito, filantrópico, es ante todo y sobre todo una persona: Jesús. En su ser, en su vida, en su mensaje, en su trayectoria ministerial, Jesucristo  revela el verdadero rostro de Dios Padre. El Papa Francisco quiere que todos los bautizados dediquemos este año a descubrir el rostro de la divina misericordia, tal como se ha manifestado en la persona y el evangelio de su Hijo Jesucristo. Nos convoca a que  experimentemos la inmensa alegría que causa la presencia de esta misericordia en nuestras vidas, y a hacernos portadores jubilosos de esa misma actitud hacia todos los hombres, particularmente los más necesitados por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales.
Los hombres necesitan ya, y en abundancia, esta misericordia para salvarse. La puerta del Paraíso estaba cerrada. Cristo la abre nuevamente. La humanidad se había extraviado por los caminos del pecado y del mal. Jesús el Buen Pastor sale a buscarla hasta encontrarla. El ser humano había perdido la imagen original de hijos de Dios. Cristo Jesús se la restituye. Había dilapidado la herencia paternal, cual hijo pródigo, en una vida disoluta y desordenada: Cristo lo restablece en su dignidad de hijos de Dios y lo reviste de gloria.
Jesús predica primero el evangelio de la misericordia con su vida, con su ejemplo. Anuncia el evangelio del Reino expulsando el demonio de sus atrincheramientos, devuelve la libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el habla a los mudos, la vida a los muertos, el perdón a los pecadores, la salud a los enfermos, la libertad a los oprimidos, y proporciona consuelo a los afligidos.
Pero el Señor no solo revela el verdadero rostro de su Padre. También revela cuál ha de ser el rostro y el comportamiento de sus hijos: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”. Los que reciben su misericordia  deben ser, a su vez, misericordiosos. La recepción de la gracia de la misericordia impulsa al que la recibe  a comunicar esa gracia a los demás: se vuelve un misionero de la misericordia: es decir se hace testigo de ella, la celebra en el sacramento de la reconciliación, la vive a plenitud en la Eucaristía y se vuelve un servidor de la misericordia del Padre en la mesa del mundo. Se vuelve un pacificador, una persona que resuelve conflictos, un facilitador del diálogo.
Es la Misericordia que sabe contagiar la alegría de recuperar la verdadera unión con Dios a través de la contrición y el sacramento de la confesión. Misericordia que pasa a través de la recuperación de la conciencia del pecado personal, y que en el reconocimiento íntimo de la propia culpa, descubre el tesoro del perdón de Dios, don que libera, misericordia que nos hace rectificar y nos mueve a la lucha por ser mejores. De ahí que convenga alentar a los fieles a recurrir al Sacramento de la Reconciliación, al menos una vez al mes, durante el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el Papa Francisco.
¿Qué no es misericordia?
A veces el concepto de misericordia puede ser utilizado erróneamente, convirtiéndose en una falsa misericordia, pseudomisericordia, y puede darse cuando:
·        se protege más al victimario que a la víctima en caso de injusticia. Tal “indulgencia” puede ser el resultado de una malentendida amistad o colegialidad, o cuando se quiere proteger a una institución (estado, iglesia, congregación religiosa, etc) de las consecuencias perjudiciales que podrían seguirse para ella, en caso de descubrimiento y persecución  de la injusticia cometida por uno de sus miembros. El Papa Emérito Benedicto XVI y el actual Pontífice, han dado un gran ejemplo de firmeza y transparencia, en los casos de los delitos más graves que hacen referencia al sexto mandamiento,  no aceptando que se caiga en la impunidad.
·        Hay algunas personas que tienen una actitud pasiva ante el mal y siguen el principio laissez faire, que todo lo tolera y consiente. A veces los padres, por falsa misericordia, ceden en cosas que no deben ceder, ante sus hijos. Esta misma actitud equivocada se verifica cuando alguien, investido en autoridad, se hace de la vista gorda en relación con una conducta equivocada y pecaminosa, en vez de exhortar a la conversión.
Dos de las obras de misericordia nos dicen: Aconsejar al que lo necesita, corregir al que yerra. El Profeta Ezequiel, al respecto, afirma: que el centinela, si no toca la trompeta para avisar a la población cuando divisa un peligro inminente, se le pedirá después cuenta de la sangre derramada. Y prosigue Ezequiel: “Si tú no hablas y adviertes al malvado, si no le dices que morirá por su culpa, entonces él morirá a consecuencia de sus  pecados. Pero a ti se te pedirá cuenta de su sangre” (Ez. 33, 6-9).
En varios textos del Nuevo Testamento habla también de la corrección fraterna (1Tes 5, 11-14; 2Tes 3, 15; 2Tim 2,5).  La corrección fraterna a simple vista puede parecer una medicina amarga, puede ocasionar aparente daño al que la recibe, pero es necesaria, a semejanza del médico cuando opera, debe hacer daño, no con la intención de perjudicar, sino para ayudar y curar.
·        Hay otros que, en nombre de la misericordia, afirman que es legítimo hacer caso omiso del mandato divino de la justicia; se cree que el amor y la misericordia no como realización plena de la justicia, sino como una evasión. Al respecto, el Papa Francisco, afirma. “la justicia y la misericordia…no son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (MV, 20).
No incurrir en estos errores no significa tratar despiadadamente a quienes  les cuesta cumplir los mandamientos del Señor o han cometido ya un pecado. No se trata de juzgarlas con severidad, sino de ayudarlas a reconocer su culpa en vez de ocultarla, y a confiar luego en la misericordia de Dios y en su disposición de perdonar, “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20)

Obras de misericordias corporales y espirituales
El Evangelio nos exhorta:Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Lc. 6, 38). El Papa Francisco nos invita en este Jubileo “a realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea” (MV, 15). Se trata de poner en acto cuanto leemos en el relato del juicio final del evangelista San Mateo: “lo que hayan hecho a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt. 25, 40). Y de tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús que “siendo rico se hizo pobre por nosotros” (2Cor. 8, 9) y asumió la condición de siervo (Flp 2, 7). No sólo se solidarizó con los pobres, también se identificó con ellos.
La Iglesia, desde sus inicios, ha seguido el ejemplo de Jesús y ha practicado las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, de manera afectiva y efectiva, no como una idea abstracta o una mera compasión, sino con la convicción profunda que en el pobre está presente el mismo Jesús, pues “la palabra de Dios nos enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros” (EG. 179), los pobres son la carne de Cristo. Por tanto, “el servicio de caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia” (Benedicto XVI, Motu proprio Intima Ecclesiae natura, 11 de Noviembre de 2.012).
San Agustín lo expresa de este modo: “Qué has dado sino lo que de mí recibiste? Das cosas terrenas, recibes cosas celestiales. De lo mío has dado, yo me entrego a ti. Si Cristo se te ha dado, ¿cómo no vamos a darnos también nosotros a Cristo, a quien encontramos en los necesitados? Cristo alimenta y pasa hambre por ti, da y está necesitado. Cuando da, quiere recibir, ¿ y no vas a querer dar cuando está necesitado?. Cristo está necesitado cuando lo está un pobre. Quien está dispuesto a dar a todos los suyos el bien de la vida eterna se ha dignado recibir bienes temporales en cualquier pobre. ¿Deseas encontrar a Cristo que se sienta en el trono celestial? Pues espera encontrarlo durmiendo bajo un puente, espera encontrarlo hambriento y tembloroso de frio, espera encontrarlo como extranjero” (San Agustín, 38, 8).
Gracias a la generosidad de la grey marabina, al aporte de instituciones públicas y privadas, la Arquidiócesis, a lo largo y ancho de su territorio, cuenta con obras sociales a través de las cuales pone en práctica las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales. La gran cantidad de escuelas pertenecientes a la Arquidiócesis, a Fe y Alegría y a las diferentes  Congregaciones Religiosas han formado a centenares de miles de niños y jóvenes, no sólo en la formación académica sino también moral y espiritual. Los Centros de Salud han atendido, a través de religiosas y personal médico altamente calificado, a los enfermos con delicadeza cariño y profesionalidad. Las parroquias e Iglesias filiales, Rectorías y Centros de Atención al Necesitado han dado de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo. Contamos con la presencia valiosísima de los Padres Mercedarios quienes, con gran esfuerzo y no poco tropiezo por las políticas del gobierno, visitan a los privados de libertad. En los últimos años, parejo al incremento de la inseguridad y la violencia, y al  número de muertos, se incrementó la atención de la Iglesia a los familiares, dándoles  consuelo y fortaleza.
Es obra de todos, laicos, religiosos y sacerdotes, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesite, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las ofensas, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar por los vivos y por los muertos.
La Iglesia Marabina, quiere seguir prestando este servicio, siempre necesario, pero ahora, debido a la crisis económica, urgente y prioritario. Pide a las Instituciones del Estado que le permita seguir cumpliendo su misión, en un clima de colaboración subsidiaria pero de respeto mutuo, porque tanto la Iglesia y el Estado, desde ópticas distintas, sirven al mismo pueblo.
El Presbiterio Arquidiocesano ha decidido que se apoye desde todos los puntos de vista la XXXVI Campaña Compartir de próximo año 2.016, la cual tiene como lema  “Alienta la Vida: Donde haya desesperación que yo lleve alegría”.  Es una oportunidad singular para acompañar a las víctimas dela violencia, a los enfermos, a los a los privados de libertad y a los niños y jóvenes en situación de riesgo, creando grupos de Aliados y de Solidaridad. Asimismo las Vicarias Episcopales Territoriales apoyarán un proyecto social que se esté desarrollando en la zona.
Con palabras del Papa Francisco les recuerdo: “En cada uno de estos más pequeños está presente Cristo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga…para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor” (MV 15).
Ese juicio sobre el amor nos recuerda que, la vivencia de todas las obrar de misericordia tendrá siempre su origen en el corazón de las personas. Tanto aquellas ayudas que llegan a tener un carácter institucional, como las que se ejercitan de forma totalmente personal y anónima, serán realmente obras de misericordia, solo si nacen de una entrega personal.

El sacerdote misericordioso
En la Bula de Convocación el Papa Francisco hace un llamado apremiante a los sacerdotes a ser “sobre todo, signo vivo de como el Padre acoge cuantos están en busca de perdón”, deben ser signos de la misericordia del Padre. Y recuerda que para llegar a ser buenos confesores, se requiere que nos hagamos primero buenos penitentes en busca de perdón”.
El Papa Francisco ha sido un gran apóstol de sacramento de la confesión. Prácticamente, en todas sus intervenciones hace alusión a este sacramento, lo cual ha permitido que aumente el número de los fieles que acuden a este sacramento.
¿De dónde viene esa inspiración del Santo Padre?  Él mismo lo comenta en una entrevista: ''Yo soy un pecador –dice el Papa Francisco- estoy seguro de ello. Yo soy un pecador a quien el Señor ha mirado con misericordia. Como dije a los presos en Bolivia, soy un hombre perdonado. Dios me miró con compasión y me perdonó. Incluso ahora cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días. Y si me confieso es porque necesito sentir que la misericordia de Dios todavía está en mí''.
El Papa Francisco recuerda que tuvo esa sensación de forma especial el 21 de septiembre de 1953, cuando sintió la necesidad de entrar en una iglesia y confesarse con un sacerdote que no conocía y a partir de entonces su vida fue diferente; decidió hacerse sacerdote y aquel confesor, enfermo de leucemia, lo acompañó durante un año. ''Murió al año siguiente -dice el Papa- Después del funeral lloré amargamente, me sentí totalmente perdido, como con miedo de que Dios me hubiera abandonado. Ese fue el momento en que me topé con la misericordia de Dios y está muy vinculado con mi lema episcopal. El 21 de septiembre es San Mateo, y el Venerable Beda, hablando de la conversión de Mateo dice que Jesús miró Mateo " atque eligendo miserabit "... La traducción literal sería "misericordiando y eligiendo", casi como un trabajo de artesanía. "Lo misericordió: sería la traducción literal del texto''.
Los sacerdotes hemos de aprender del Papa Francisco a tener la valentía y humildad de reconocernos pecadores y acudir al sacramento de la confesión, que es el trono en el cual podemos obtener misericordia. Una idea que ya se encuentra en el Directorio de la Vida y Ministerio de los Presbiterios”, el cual afirma “Como todo buen fiel, el sacerdote también tiene necesidad de confesar sus propios pecados y debilidades. Él es el primero en saber que la práctica de este sacramento lo fortalece en la fe y en la caridad hacia Dios y los hermanos” Y más adelante afirma categóricamente: “Toda la existencia sacerdotal sufre un inexorable decaimiento si le falta por negligencia o cualquier otro motivo el recurso periódico, inspirado por auténtica fe y devoción, al sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la comunidad de la que es pastor» (DVMP 72). Invito, por tanto, a los sacerdotes a recibir asiduamente la gracia que se nos otorga a través de este sacramento, y también a que sean generosos en su administración.
Como se trata de un Año Santo en el cual el Padre, fuente de consuelo y misericordia, derramará abundantes bendiciones sobre sus hijos, el Santo Padre ha decidido otorgar algunas prerrogativas especiales a los sacerdotes:
·        Una de estas prerrogativas es la de  conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón”. Por este motivo, prosigue el Papa, “los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia”. Es bueno recordar que la pena de la excomunión, aneja al pecado de aborto, llamada ‘latae sententiae’ (automática)”, tiene como objetivo proteger la vida humana  y llevar “a los culpables al arrepentimiento y a la conversión”. “Con la pena de excomunión la Iglesia no intenta de algún modo restringir el campo de la misericordia. Simplemente se evidencia la gravedad del crimen y el daño irreparable causado al inocente muerto, a sus padres y a la sociedad entera”. Durante el año jubilar, todos los sacerdotes estarán facultados para perdonar este pecado y levantar la pena.
·        Igualmente el Papa ha concedido a los Misioneros de la Misericordia la facultad de perdonar los pecados que están reservados a la Sede Apostólica, también ha invitado a los sacerdotes a que lleven a cabo en sus parroquias o zonas pastorales, la iniciativa “24 horas para el Señor” cuyo objetivo principal es que el mayor número de feligreses, especialmente los alejados y tibios, experimenten la grandeza de la misericordia divina. Esta actividad, en nuestra arquidiócesis, se realizará en las diferentes zonas pastorales.
·        Como fruto de este Año de la Misericordia, debemos dotar nuestros templos parroquiales de confesionarios, siguiendo las indicaciones del canon 964, el cual indica que “existan siempre en lugar patente confesionarios provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los fieles que así lo deseen”. Los estudiosos de la materia y los santos que se distinguieron en el ejercicio de este ministerio lo aconsejan grandemente porque: se salvaguarda la necesaria discreción y prudencia, se garantiza el derecho de todos los fieles a confesar sus pecados sin necesidad de revelar su identidad personal, se facilita la comprensión del carácter sacramental y se protege el derecho tanto del confesor como del penitente a defender su integridad y su honra de cualquier peligro o sospecha.
·        Espero igualmente que secundemos cuanto nos pide la Iglesia: “Todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y que lo pidan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que los resulten asequibles” (c. 986). Es recomendable que en la cartelera parroquial se publique los horarios de confesiones, y que el sacerdote esté dispuesto. En no pocas ocasiones he tenido que aceptar quejas de los fieles porque los sacerdotes no confiesan. El Papa nos recuerda que “ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del Perdón de Dios” (MV 17).
·        Por último, el Papa nos recuerda que los sacerdotes “no harán preguntas impertinentes, sino como el Padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón” (MV 17).  El confesor deberá ser muy prudente a la hora de realizar el interrogatorio cuando éste sea necesario para ayudar al penitente, para salvar la integridad de la confesión, o para comprobar la sinceridad de su arrepentimiento, teniendo en cuenta la edad y condición del penitente y absteniéndose de preguntarle el nombre del cómplice en cualquier pecado, pero especialmente cuando se trata de pecados contra la castidad (c. 979). Las preguntas no deben ofender a los fieles, o dar motivos de sospechas, y evitar todas aquellas preguntas que pueden ser principio de profanación del sacramento 
¿Cómo obtener indulgencia?
Durante este Año Santo se puede obtener indulgencia, que es una muestra más del amor de Dios, pues “el perdón de Dios por nuestros pecados no conocen límites” (MV. 22). “El Sacramento de la Reconciliación perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanecen (…) la Indulgencia alcanza al pecador perdonando y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que recaer en el pecado” (MV. 22).
Como norma general, para obtener la indulgencia se debe cumplir con las siguientes condiciones: recitar la profesión de fe, confesión sacramental, la sincera e íntima disposición de la voluntad de rechazar todo lo que pudiera ser ofensa de Dios, comunión eucarística y oración por las intenciones del Santo Padre.
Además, los fieles “están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión”. En nuestra Arquidiócesis he designado además de la Santa Iglesia Catedral, a la Parroquia “La Inmaculada Concepción” de la Cañada, San Rafael, del Moján y Parroquia La Inmaculada Concepción de Carrasquero. También todas las Parroquias de la Arquidiócesis el día de su Santo Patrono. 
El Papa Francisco señala también que cada vez que un fiel realice personalmente una o más las obras de misericordia corporales y espirituales “obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar”.De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad”.
Sobre los enfermos y las personas ancianas que no pueden salir de casa, el Pontífice afirma que para ellos “será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad”. “Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la Santa Misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar”.
Sobre los presos, el Pontífice explica que “en las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad”.
Por último se podrá obtener Indulgencia para los difuntos: “de igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin”.


Agenda de la Arquidiócesis de Maracaibo.
A continuación les presento el calendario de actividades programadas por la Comisión Arquidiocesana integrada por los delegados de las zonas pastorales, laicos de los diversos movimientos y pastorales que hacen vida en la Arquidiócesis y presidida por el Obispo Auxiliar Mons. Ángel Caraballo, para este Año de Gracia:
CALENDARIO DE ACTIVIDADES Y JUBILEOS
MES
DÍA
                                     ACTIVIDAD
NIVEL



Diciembre 2015
08
Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Santa Misa. Apertura de la puerta Santa de San Pedro.

13
III Domingo de Adviento.
Apertura de la Puerta Santa de la Catedral.
4:00 pm Procesión desde la Basílica hasta la Catedral.
5:00 pm Celebración en la Catedral


Arquidiócesano
26
San Esteban. Protomártir
Jubileo de los diáconos

Arquidiócesano
27
Jubileo de la familia
Parroquial




Enero 2016

17
Solemnidad de María Madre de Dios.
Jornada Mundial de la Paz
Misa en Ntra. Sra. de la Paz.

20
Día de San Sebastián
Jubileo de la ciudad de Maracaibo
Arquidiócesano
25
Fiesta de la conversión de San Pablo.
Celebración Ecuménica.

31
Jornada de la Vida Consagrada
Jubileo de la vida consagrada
Arquidiócesano
Clausura del Año de la Vida Consagrada
Arquidiócesano


Febrero2016
2
Fiesta de la Presentación del Señor.

10
Miércoles de Ceniza


11
Jornada de oración por los enfermos. Día de Lourdes. Jubileo de los enfermos y del personal que se encarga del cuidado de los enfermos.

Parroquial

19
Nacimiento de Mons. Domingo Roa Pérez
Jubileo de la educación: Docentes, trabajadores, y todas las personas relacionadas.
Vicarial
Marzo 2016
04 y 05
24 horas para el Señor (Confesiones).
Vicarial


Abril 2016

03
Domingo de la Misericordia
Jubileo de los devotos de la espiritualidad de la Divina Misericordia


Arquidiócesano
16
Jubileo de la Juventud. (Sábado Previo al Domingo del Buen Pastor)
Arquidiócesano

30
Jubileo de la Arquidiócesis de Maracaibo
50 años de elevación a Arquidiócesis
Arquidiócesano

Mayo 2016
5
Solemnidad de la Ascensión del Señor.
Jubileo para los profesionales de la comunicación social

Arquidiócesano
12
Solemnidad de Pentecostés.
Jubileo del Seminario.
Arquidiócesano
26
Corpus Christi.
Jubileo de los Estudiantes (Escuelas Arquidiócesanas)

Arquidiócesano
29
Jubileo de los comerciantes, empresarios y trabajadores
Arquidiócesano
Junio 2016
03
Solemnidad del Corazón de Jesús.
Jubileo de los Sacerdotes
Arquidiócesano

Julio 2016
16
Virgen del Carmen
Arquidiócesano
17
Jubileo de los niños
Parroquial
22
Jubileo de las autoridades
Arquidiócesano
Septiembre 2016
24
Jubileo de los privados de libertad
Arquidiócesano
26
Fiesta de San Joaquín y Santa Ana
Jubileo de los ancianos
Vicarial

Octubre
1
Jubileo de los catequistas
Vicarial

15
Sábado y domingo después de la memoria de la Virgen Del Rosario. Jubileo Mariano en Roma.

16
Jubileo de los artistas
Arquidiócesano
21
Jubileo de los trabajadores de la Curia Arquidiócesana
Arquidiócesano
23
Jubileo de los Misioneros DOMUND
Arquidiócesano



Noviembre


Jubileo de los trabajadores de la Curia Arquidiócesana
Arquidiócesano
18
Ntra. Sra. de Chiquinquirá.
Jubileo Mariano.
Arquidiócesano

20
Cristo Rey.
Jubileo del Apostolado Seglar.
Clausura del Año de la Misericordia

Arquidiócesano




La Madre de la Misericordia.
“Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”, recitamos en la oración del Salve. María es madre de Misericordia, la tuvo en su seno y la sostuvo en sus brazos, pudo nacer de ella, porque se hizo humilde sierva del Señor. A ella le pedimos que nos “dejemos sorprender por Dios en este Jubileo. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida” (MV 25)
Los bendigo, deseándoles un santo y próspero Año de la Misericordia.


+Ubaldo Ramón Santana Sequera.                        +Ángel Francisco Caraballo Fermín

     Arzobispo de Maracaibo                                                    Obispo auxiliar



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