miércoles, 26 de diciembre de 2018

MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE FRANCISCO NAVIDAD 2018

MENSAJE URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
NAVIDAD 2018
25 de diciembre de 2018.

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!

A vosotros, fieles de Roma, a vosotros, peregrinos, y a todos los que estáis conectados desde todas las partes del mundo, renuevo el gozoso anuncio de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14).

Como los pastores, que fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos asombrados la señal que Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos.

¿Y qué nos dice este Niño, que nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje universal de la Navidad? Nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos.

Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.

Por eso, mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad.

Fraternidad entre personas de toda nación y cultura.

Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro.

Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan.

Y el rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano concreto. No apareció como un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y un lugar. Así, con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad.

Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza. Como para un artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener a disposición teselas de muchos colores, antes que de pocos.

La experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento y la fuerza de nuestra fraternidad.

Que en esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga posible que israelíes y palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de paz que ponga fin a un conflicto que ―desde hace más de setenta años― lacera la Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor.

Que el Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que vuelva a encontrar la fraternidad después de largos años de guerra. Que la Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las divisiones y los intereses creados para que el pueblo sirio, especialmente quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar refugio en otro lugar, pueda volver a vivir en paz en su patria.

Pienso en Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre.

Pienso también en África, donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño, Rey de la paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad en todo el continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por promover caminos de reconciliación a nivel político y social.

Que la Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la Península coreana y permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en marcha, y que se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el bienestar.

Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población.

Que el Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania, ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar. Solo con la paz, respetuosa de los derechos de toda nación, el país puede recuperarse de los sufrimientos padecidos y reestablecer condiciones dignas para los propios ciudadanos. Me siento cercano a las comunidades cristianas de esa región, y pido que se puedan tejer relaciones de fraternidad y amistad.

Que delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país.

Deseo recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios.

Dirijo un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda ―a ellos y a todas las comunidades minoritarias― vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo a la libertad religiosa.

Que el Niño pequeño y con frío que contemplamos hoy en el pesebre proteja a todos los niños de la tierra y a toda persona frágil, indefensa y descartada. Que todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Discurso de Navidad de Francisco a la Curia 2018

Discurso de Navidad de Francisco a la Curia 2018
«La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Rm 13,12).

Inundados por el gozo y la esperanza que brillan en la faz del Niño divino, nos reunimos nuevamente este año para expresarnos las felicitaciones navideñas, con el corazón puesto en las dificultades y alegrías del mundo y de la Iglesia.

Os deseo sinceramente una santa Navidad a vosotros, a vuestros colaboradores, a todas las personas que prestan servicio en la Curia, a los Representantes pontificios y a los colaboradores de las nunciaturas. Y deseo agradeceros vuestra dedicación diaria al servicio de la Santa Sede, de la Iglesia y del Sucesor de Pedro. Muchas gracias.

Permitidme también darle una cálida bienvenida al nuevo Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Peña Parra, que el pasado 15 de octubre comenzó su delicado e importante servicio. Su origen venezolano refleja la catolicidad de la Iglesia y la necesidad de abrir cada vez más el horizonte hasta abarcar los confines de la tierra. Bienvenido, Excelencia, y buen trabajo.

La Navidad es la fiesta que nos llena de alegría y nos da la seguridad de que ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios y que ningún acto humano puede impedir que el amanecer de la luz divina nazca y renazca en el corazón de los hombres. Es la fiesta que nos invita a renovar el compromiso evangélico de anunciar a Cristo, Salvador del mundo y luz del universo. Porque si «Cristo, “santo, inocente, inmaculado” (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación. La Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8).

Apoyándonos en la firme convicción de que la luz es siempre más fuerte que la oscuridad, me gustaría reflexionar con vosotros sobre la luz que une la Navidad (primera venida en humildad) a la Parusía (segunda venida en esplendor) y nos confirma en la esperanza que nunca defrauda. Esa esperanza de la que depende la vida de cada uno de nosotros y toda la historia de la Iglesia y del mundo.

Jesús, en realidad, nace en una situación sociopolítica y religiosa llena de tensión, agitación y oscuridad. Su nacimiento, por una parte esperado y por otra rechazado, resume la lógica divina que no se detiene ante el mal, sino que lo transforma radical y gradualmente en bien, y también la lógica maligna que transforma incluso el bien en mal para postrar a la humanidad en la desesperación y en la oscuridad: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1,5).

Sin embargo, la Navidad nos recuerda cada año que la salvación de Dios, dada gratuitamente a toda la humanidad, a la Iglesia y en particular a nosotros, personas consagradas, no actúa sin nuestra voluntad, sin nuestra cooperación, sin nuestra libertad, sin nuestro esfuerzo diario. La salvación es un don que hay que acoger, custodiar y hacer fructificar (cf. Mt 25,14-30). Por lo tanto, para el cristiano en general, y en particular para nosotros, el ser ungidos, consagrados por el Señor no significa comportarnos como un grupo de personas privilegiadas que creen que tienen a Dios en el bolsillo, sino como personas que saben que son amadas por el Señor a pesar de ser pecadores e indignos. En efecto, los consagrados no son más que servidores en la viña del Señor que deben dar, a su debido tiempo, la cosecha y lo obtenido al Dueño de la viña (cf. Mt 20,1-16).

La Biblia y la historia de la Iglesia nos enseñan que muchas veces, incluso los elegidos, andando en el camino, empiezan a pensar, a creerse y a comportarse como dueños de la salvación y no como beneficiarios, como controladores de los misterios de Dios y no como humildes distribuidores, como aduaneros de Dios y no como servidores del rebaño que se les ha confiado.

Muchas veces ―por un celo excesivo y mal orientado― en lugar de seguir a Dios nos ponemos delante de él, como Pedro, que criticó al Maestro y mereció el reproche más severo que Cristo nunca dirigió a una persona: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc 8,33).

Queridos hermanos y hermanas:

Este año, en el mundo turbulento, la barca de la Iglesia ha vivido y vive momentos de dificultad, y ha sido embestida por tormentas y huracanes. Muchos se han dirigido al Maestro, que aparentemente duerme, para preguntarle: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (Mc 4,38); otros, aturdidos por las noticias comenzaron a perder la confianza en ella y a abandonarla; otros, por miedo, por intereses, por un fin ulterior, han tratado de golpear su cuerpo aumentando sus heridas; otros no ocultan su deleite al verla zarandeada; muchos otros, sin embargo, siguen aferrándose a ella con la certeza de que «el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18).

Mientras tanto, la Esposa de Cristo continúa su peregrinación en medio de alegrías y aflicciones, en medio de éxitos y dificultades, externas e internas. Ciertamente, las dificultades internas siguen siendo siempre las más dolorosas y destructivas.

Las aflicciones

Son muchas las aflicciones: cuántos inmigrantes —obligados a abandonar sus países de origen y arriesgar sus vidas— hallan la muerte, o sobreviven pero se encuentran con las puertas cerradas y sus hermanos de humanidad entregados a las conquistas políticas y de poder. Cuánto miedo y prejuicio. Cuántas personas y cuántos niños mueren cada día por la falta de agua, alimentos y medicinas. Cuánta pobreza y miseria. Cuánta violencia contra los débiles y contra las mujeres. Cuántos escenarios de guerras, declaradas y no declaradas. Cuánta sangre inocente se derrama cada día. Cuánta inhumanidad y brutalidad nos rodean por todas partes. Cuántas personas son sistemáticamente torturadas todavía hoy en las comisarías de policía, en las cárceles y en los campos de refugiados en diferentes lugares del mundo.

COMUNICADO: A PROPÓSITO DE LA AGRESIÓN MILITAR AL PUEBLO PEMÓN OCURRIDA EN CANAIMA.

COMUNICADO: A PROPÓSITO DE LA AGRESIÓN MILITAR AL PUEBLO PEMÓN OCURRIDA EN CANAIMA

El pasado 8 de diciembre de 2018 se produjo una operación militar de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en Campo Carrao, en las cercanías de Körepakupai wena Vena, también conocido como Salto Ángel, que arrojó un trágico saldo de un indígena asesinado, Charlie Peñaloza Rivas, y otros dos heridos, los tres pertenecientes al pueblo pemón. Cuatro días después de haber ocurrido este hecho, el General Vladimir Padrino López, titular del Ministerio de la Defensa, declaró que se trataba de un enfrentamiento armado, afirmación que fue desmentida de manera contundente por voceras del Consejo General de Caciques del Pueblo Pemón, quienes aseguraron que los indígenas agredidos no estaban armados.

Este incidente, que ha suscitado la airada y justa protesta por parte de las instancias de organización autónoma del pueblo pemón, así como de otras organizaciones, movimientos y personalidades diversas del activismo social en todo el país, se suma a una cadena de ataques verbales, simbólicos y físicos que incluyen, entre otros, la criminalización de Lisa Henrito, Coordinadora de Mujeres del Agua, dos atentados y el asesinato de un jefe de la guardia territorial, en el marco de un escalamiento de sucesos que vienen afectando de manera negativa a diversas personas, comunidades y pueblos indígenas en distintas partes del territorio venezolano. Dichos pueblos y sus hábitats se encuentran hoy por hoy acosados, segregados, expoliados y maltratados por acciones y políticas derivadas de los intereses estatales y corporativos vinculados al modelo de dominación económica, social y política extractivista y de colonialismo interno que impera en el país, en particular por las dinámicas propias de una minería voraz y depredadora estimulada de manera directa e indirecta por el propio gobierno a través del proyecto Arco Minero del Orinoco y del Motor Minero que extiende su incidencia a estados como Carabobo y Nueva Esparta, por nombrar algunos.

Quienes firmamos este comunicado, un conjunto de organizaciones y movimientos integrados por hombres y mujeres venezolanos, nos pronunciamos de manera firme e inequívoca desde la multidiversidad que nos configura, atentos y solidarios con nuestra Madre Tierra y nuestra ancestralidad, sujetos plenos de derechos tanto como nuestros hermanos y hermanas indígenas, declarándonos:

- Solidarios con el pueblo pemón y exigimos justicia para con las víctimas del hecho de sangre que ha enlutado a Kanaimö.
- Reconocemos al pueblo pemón con sus costumbres y tradiciones propias que están en permanente movimiento y diálogo, buscando responder, desde la resistencia y la re-existencia, a las necesidades que le plantea el medio, así como las múltiples relaciones con la constelación cultural venezolana.
- Apoyamos y reconocemos la jurisdicción especial indígena, respetamos la organización autónoma pemón, espacio democrático para la toma de decisiones y postura ante las autoridades nacionales y la opinión pública, reconociendo dentro de este espacio la unión en la diversidad, siempre perfectible y compleja, en ejercicio permanente de intercambio, coincidencia y contradicción como cualquier otro espacio diverso, vivo y dinámico.
- Abogamos y luchamos por la derogatoria inmediata del decreto de creación de la Zona de Desarrollo Especial Arco Minero del Orinoco (Decreto 2.248), que es lesiva a la soberanía de nuestra nación y a la sociodiversidad indígena; la cual, además, vulnera importantes derechos ambientales, económicos, políticos, laborales y culturales, y amenaza con destruir de manera irreversible ecosistemas estratégicos para la viabilidad del conjunto de la sociedad venezolana y la trama de vida que la hace posible y no es compatible con la figura protectora del Parque Nacional Canaima, los tepuys declarados monumentos naturales, ni con las zonas protectoras del Caroní.
- Solicitamos la eliminación de la minería depredadora en la Amazonía venezolana, procurando simultáneamente vías alternas de reconversión laboral y de subsistencia a la población minera.
- Nos pronunciamos a favor de la promoción de alternativas dignas y amistosas de la vida que de manera transicional vayan sustituyendo en todo el país al insostenible modo de vida extractivista. Cada una de las organizaciones firmantes, contamos con experiencia en diferentes áreas que podrían apoyar a las comunidades e instituciones públicas, en la búsqueda de alternativas económicas y mejoras sociales cónsonas con el futuro sostenible para todos los venezolanos.
- Denunciamos la arremetida gubernamental contra el pueblo Pemón y rechazamos de manera rotunda la militarización de los territorios indígenas, los desplazamientos forzados de comunidades enteras y las diversas formas de violencia a las que a diario se ven sometidas.
- Demandamos la inmediata reactivación del proceso de demarcación de tierras indígenas por ser un mandato constitucional con plena vigencia, y, finalmente, hacemos un llamado a todo el pueblo venezolano a cerrar filas en un vasto movimiento por la defensa irrestricta de nuestra naturaleza y nuestro patrimonio cultural.
- Y finalmente, reconociendo la ausencia de estado de derecho como la causa del deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos y venezolanas, solicitamos a la comunidad internacional acompañarnos para lograr la investigación exhaustiva y sanción a los responsables, tanto individuales como institucionales, de las violaciones de derechos humanos que constantemente ocurren en nuestro país y especialmente estar atenta a la actual agresión dirigida contra el pueblo pemón, con miras a implementar garantías para su no repetición.

En Venezuela, 18 de Diciembre de 2018. Organizaciones y movimientos firmantes:

Wainjirawa
Plataforma contra el Arco Minero del Orinoco
Coalición Clima 21
Laboratorio Ciudadano de No Violencia
Fundación Centro Gumilla
Revista SIC
Observatorio de Ecología Política de Venezuela.

martes, 18 de diciembre de 2018

Mi tarjeta de Navidad 2018


 "El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II
«Podemos pensar, con razón que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (GS 31).  
Feliz Navidad 2018 y santo y fructífero año nuevo 2019.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo

lunes, 17 de diciembre de 2018

MENSAJE DE NAVIDAD 2018 - DEJÉMONOS RENOVAR POR LA ALEGRÍA DEL NIÑO DE BELÉN


MENSAJE DE NAVIDAD 2018
DEJÉMONOS RENOVAR POR LA ALEGRÍA DEL NIÑO DE BELÉN
Señor, que ves a tu pueblo esperando con gran fe la solemnidad del nacimiento de tu Hijo, concédenos celebrar la obra tan grande de nuestra salvación con cánticos jubilosos de alabanza y con una inmensa alegría

Ya se acerca la Navidad. Desde siempre ha sido un tiempo de gozo y alegría. Así ha sido desde la primera Navidad, cuando se la presentaron los ángeles a los pastores: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10). El anuncio de la encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María, se inició con una invitación a la alegría: “¡Alégrate! llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28).
Cuando los profetas del Antiguo Testamento, predicen este feliz advenimiento, invitan al pueblo y a la ciudad de Jerusalén a dejarse inundar por la alegría: “¡Regocíjate, ciudad de Sión! ¡Grita de júbilo, Israel! ¡Alégrate con todo tu corazón! ¡Gózate, ciudad de Jerusalén! El Señor tu Dios está contigo; Él es poderoso y salva. Se regocijará por ti con alegría, su amor te renovará, salta de júbilo por ti”. (Sof 3,14-18ª)
Es una alegría bien particular que no se fundamenta en razones materiales ni se procura con unas cuantas copas o drogas psicotrópicas. No es una alegría circunstancial y pasajera. Es una alegría que viene de Dios y cuyo fundamento es su presencia en medio de nosotros. ¡El Emmanuel, Dios en medio de nosotros! Este el motivo que los profetas no se cansan de proclamar. Escuchemos por ejemplo a Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa; los que habitaban un país de sombras s inundaron de luz. Has acrecentado la alegría, Has aumentado el gozo (…) porque un niño nos ha nacido, nos han traído un hijo: lleva el cetro del principado y se llama Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Is 9, 1-6).
La alegría de la presencia divina invade a Isabel, a su familia y su aldea cuando María, embarazada de Jesús, la visita en su casa (Lc 1,41). Es el alborozo coral de los ángeles en la noche de Belén contagiado a los pastores, cuando comparten con ellos la noticia del nacimiento de Jesús (Lc 2, 14.20). Es el júbilo que invade a los magos de oriente cuando la estrella los conduce hasta donde está el niño Jesús (Mt 2,10). Es el gozo que plenifica a Juan al ver cumplida su misión (Jn 3,28-29).
Es la dicha contenida en las bienaventuranzas y que alcanza a los pobres, a los misericordiosos, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos por la causa de Jesús, a los constructores de paz (Lc 6,21-23; Cf Ef 4,7; 1 Pe 1,6-9).  Es la alegría de Jesús, provocada por el Espíritu Santo, cuando ve cómo su Padre revela su amoroso plan de salvación a los pequeños y a los pobres (LC 10,21). Es el regocijo de Dios anidado en María, en la persona de su Hijo, y por medio de ese niño, a toda la humanidad. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto su mirada en la humildad de su esclava” (Lc 1,47).
Con la llegada de Jesús la presencia de Dios en este mundo ya no nos asusta ni nos temer la muerte. Porque Dios, al llegar la plenitud de los tiempos y llevar a cabo su plan de salvación, esconde su omnipotencia soberana en la fragilidad y la ternura de un niño. Cuando el ángel le revela a José que el niño que ha de nacer de su esposa María es obra del Espíritu Santo, le pide que le ponga el nombre de Jesús, “´porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Ese mismo mensaje reciben los pastores de Belén de parte de los ángeles: “Les anuncio una buena noticia que será una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). “Los que lo reciben, los que creen en su nombre, les da poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1,12). En ese niño está nuestra salvación. Es una presencia transformante, salvadora.
Con su presencia queda decretado el fin del reino del príncipe de este mundo (Jn 12,31). El fin del odio, de la injusticia, de la violencia y del individualismo. “Si Dios está con nosotros, grita jubiloso Pablo, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre la desnudez, el peligro, la espada? En todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado.  Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente, ni lo que está por venir ni los poderes ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom 8,31-39).
Esta es la razón fundamental, hermanos, por la cual podemos y debemos estar llenos de gozo, no solo en Navidad, sino en todo tiempo y en toda circunstancia. Jesucristo es para siempre el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. ¡Dios nace! ¡Nace entre nosotros, como uno de nosotros para que nosotros nazcamos de Dios! “La Palabra se hace hombre y pone su Morada entre nosotros. Viene a iluminar todo hombre. Los que lo reciben, los que creen en su nombre les da poder de llegar a ser hijos de Dios. Por medio de él nos llega la gracia y la verdad (Cfr. Jn 1,9.12.14.17.)
Navidad es una fiesta necesaria, indispensable en la vida de la humanidad. Necesitamos hacernos destinatarios de esta jubilosa noticia. Cuando la visita de Dios tocó a las puertas de la Virgen María, de su prima Isabel, de José y de los pastores de Belén, todos se encontraban sometidos a un poder extranjero, privados de libertad, divididos, oprimidos por pesadas condiciones de vida. Tenían miles de motivos para permanecer incrédulos o indiferentes. Pero creyeron en el don de Dios. Esperaron “contra toda esperanza” como Abrahán y, gracias a su aceptación, entró la vida, la salvación y la gracia de Jesús en este mundo.
Aceptar a Dios y reconocer su presencia entre nosotros representa también hoy, un reto fuerte y difícil que provoca rechazos y ataques. No fueron solamente los betlemitas los que negaron posada a José y María (Lc 2,7). Tampoco hoy están dispuestas las naciones ricas e industrializadas a acoger a Jesús, en la persona de los migrantes que huyen de sus naciones en pos de una vida mejor. La civilización bio-tecnológica cree que tiene que rechazar a Dios para valorar al hombre. Una civilización sin Dios, enseñaba san Pablo VI, terminará siendo una civilización contra el hombre. 
Más que nunca hace falta esta alegría para superar nuestras crisis de tristeza, de pesimismo y desesperación; para tener la fuerza necesaria para unirnos y luchar por la consecución de la paz, de la justicia y el derecho. Si queremos sacar a Venezuela y nuestro pueblo del marasmo en el que está hundido, necesitamos escuchar una y otra vez el anuncio de los ángeles; asociarnos a los pastores y salir presurosos con ellos en busca del niño hasta llegar al pesebre donde yace envuelto en pañales; cultivar nuestros sueños de justicia, fraternidad y paz y seguir con los magos la estrella de Belén; contemplar a María, a José, y salir en ayuda de todas las Isabel y los Zacarías que nos necesitan.
Así como solo los pequeños pueden ser anunciadores de Jesús, solo los pequeños, los sencillos pueden estar preparados para su venida y acoger su mensaje (Cf Lc 12,21-22). Para que Navidad acontezca en nuestras vidas tenemos que dejar al pobre de Belén destronar nuestro orgullo despótico, tumbar nuestros planes egoístas, despojarnos de nuestras falsas riquezas y hacer de nuestras vidas un pesebre digno de Dios adonde puedan llegar los pobres como en su casa y darse cita hombres de toda raza, lengua y condición.
Si acogemos la Navidad de Jesús y hacemos de ella un estilo de vida, iniciaremos un nuevo camino. Ese camino distinto por el que regresaron los magos de oriente (Mt 2,12); el camino del samaritano que se detiene y ayuda al hermano herido, solo, prisionero, oprimido, excluido que nos está esperando (Cfr. Lc 10,30-37). El camino por el cual compartir fraternalmente se vuelve una misión que colma nuestras vidas de una inmensa alegría en esta y de todas las Navidades. El camino que todos los venezolanos estamos esperando ansiosamente que aparezca en el horizonte cercano de nuestra patria. No aparecerá si nosotros no ponemos la parte que nos corresponde para hacerlo aparecer.
¡Feliz Navidad y santo y solidario año nuevo 2019!
Maracaibo 16 de diciembre de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo