domingo, 29 de diciembre de 2019

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2019 / A - HOMILÍA

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET 2019/A
HOMILÍA

Muy queridos hermanos y hermanas,
Dentro de la fiesta de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en la familia que se ha constituido con José, María y Jesús. Al lado de ellos también encontramos la familia de Zacarías, Isabel y Juan el Bautista. Los acontecimientos que nos narra S. Lucas de estas dos familias transcurren en un ambiente de alabanzas al Señor por su inmensa misericordia. En los dos capítulos que recorren estos relatos encontramos los cantos de María, de Zacarías, de los ángeles, de Simeón. 
Todos se centran en reconocer que con la llegada de Jesús al mundo, Dios cumple las promesas mesiánicas en favor de su pueblo, y particularmente de los pobres, de los “anawin”: es decir de lo que supieron perseverar y esperar su venida: las dos familias, los pastores, Simeón y Ana conforman ese pequeño resto de Israel, que reciben con gozo los primeros anuncios de la Buena Noticia de la salvación. 
En el texto evangélico que nos narra la presentación del niño en el templo, la acogida que les brindan Simeón y la profetiza Ana y el retorno de la familia a Nazaret, Lucas condensa cómo se dio el misterio de la Encarnación. “El Verbo se hizo carne y plantó su carpa entre nosotros” (Jn 1,14). El Hijo de Dios se volvió en todo semejante a nosotros y asumió la condición de siervo, excepto en el pecado (Heb 4,15). 
De los treinta y tres años que vivió entre nosotros, treinta transcurrieron con sus padres en el pueblo de Nazaret, a tal punto que llegó a ser conocido como el Nazareno. Si uno quiere saber cómo fue la vida del Hijo de Dios en esos años, tiene que tratar de conocer la vida de cualquier habitante de ese poblado en aquella época, cambiar el nombre y ponerle el nombre de Jesús. S. Pablo comenta que “se hizo semejante a los hombres y mostrándose como uno más entre ellos, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte” (Fil 2,7-8). 
Durante esos treinta años, Jesús fue un nazaretano más, sin llamar en lo más mínimo la atención sobre su condición divina. No han faltado quienes han querido fantasear episodios extraordinarios, haciéndolo peregrinar a Egipto o a la India para aprender la sabiduría de esos pueblos. No hay absolutamente nada de eso en la vida del Señor. Lucas resume esas tres décadas en la siguiente frase: “El niño crecía y fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”.  Y en otro lugar dice: “el niño crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52). 
Crecer en sabiduría significa asimilar los conocimientos, la experiencia humana acumulada a través de los siglos de hominización; los tiempos, los ritos, las fiestas, los remedios caseros, las plantas, las celebraciones familiares, las costumbres, en una palabra, la cultura de su pueblo galileo del siglo primero. Esta sabiduría la asimiló viviendo con su gente, conviviendo con su comunidad natural, relacionándose con sus coterráneos, compartiendo sus labores. 
Crecer en edad significa recorrer las diferentes etapas de la vida: el nacimiento, la infancia, la adolescencia, la juventud, la adultez. Es el peregrinaje de cada ser humano con sus alegrías, sus tristezas, sus enfermedades, sus descubrimientos y aprendizajes, sus contradicciones y sus amores. Esto lo aprendió viviendo y conviviendo con su madre María, con su padre nutricio José, con sus primos, sus tíos, parientes y vecinos, yendo los sábados a la sinagoga, peregrinando a Jerusalén. 
Crecer en gracia, significa la experiencia peculiar que tuvo Jesús en su relación con su Padre Dios: descubrir la presencia de Dios en su vida, sentir su acción providencial en los acontecimientos cotidianos, escuchar, en un momento dado, su llamada y descubrir cuál era su vocación, al encarnarse en esta tierra. Esta dimensión peculiar de su crecimiento interior Lucas la resume en la respuesta que el niño les dirigió a sus padres, cuando después de haberlo extraviado en el transcurso de una peregrinación a Jerusalén, lo hallaron en el templo, en medio de los doctores de la Ley. En ese momento les dijo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,48-49).  El gran aprendizaje, en esta dimensión, fue la de someterse, con humildad y fidelidad, pasare lo que pasare, al cumplimiento de la voluntad de su Padre (He 4,8).
En estas tres dimensiones Jesús contó con el ejemplo de sus padres. Tanto José como María crecieron también en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres. Supieron trasmitir a Jesús la cultura de su pueblo sencillo y campesino. Por eso Jesús sacará de esa reserva cultural la gran mayoría de sus enseñanzas, parábolas y ejemplos. Jesús siempre valorizó la cultura de los campesinos, de los labriegos y de los pastores. Y por eso supo llegar al corazón de sus oyentes y discípulos. Con José y María aprendió a colocar los planes de Dios por encima de los demás preceptos y criterios de acción. Estuvo al lado de su padre hasta su muerte y antes de expirar confió a su madre al cuidado de Juan. 
Jesús no solo honró la familia de la sangre y de la tierra, mostrándola como camino privilegiado para alcanzar la madurez y la plenitud como ser humano. También dejó muy en claro que el venía a inaugurar una nueva familia: la familia del Reino, que no se configura por lazos de la carne ni de la sangre, sino por la escucha, la meditación, la asimilación y la puesta en práctica de la voluntad de Dios (Mc 3,31-34). Esta nueva comunidad familiar es la Iglesia. Y poco a poco, nos fue revelando que el modelo primordial por el que él se guio en esta tierra fue su familia trinitaria, y su deseo ardiente de que esta familia se ensanchara, hasta integrar en ella la gran familia de la humanidad entera. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuere así se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar” (Jn 14,1). 
Las tres familias se complementan. En las tres estamos llamados a trabajar arduamente para construir una mejor humanidad. El único modelo humano que hace al ser humano en su plenitud de crecimiento en sabiduría, edad y gracia es la familia heterosexual, acogedora de la vida, constructora de relaciones humanas, generadora de personas convivenciales. Es en ella que se constituye la otra familia, la familia Iglesia doméstica, célula fundamental de la Iglesia. 
Pero no podemos olvidar la gran tarea de trabajar para romper todas las barreras que dividen y separan a los hombres para constituir según el deseo de Jesús, la gran familia humana, basada en la fraternidad, el respeto a la dignidad de cada uno, la acogida mutua y la construcción permanente de la paz como fruto de la justicia. En todo ello nos ha de guiar la palabra de Jesús: “He venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia”. (Jn 10.10). “Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). “Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a esas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor” (Jn 10, 16).
Carora, 29 de diciembre de 2019


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico “sede plena” de Carora

miércoles, 18 de diciembre de 2019

DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019 - HOMILÍA


DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
El capítulo 18 del evangelio de Lucas está lleno de muchas cegueras. Ceguera de un juez que no quiere atender los justos reclamos de una viuda, ceguera orgullosa y prepotente de un fariseo en su modo de orar y de relacionarse con sus semejantes; ceguera de un joven rico que prefiere sus riquezas a seguir a Jesús; ceguera de los apóstoles que en cada uno de esos episodios “no entendieron nada, el asunto les resultaba oscuro y no comprendían lo que Jesús hacía, les decía y les anunciaba”.
¡Jesús Hijo de David, ten piedad de mí!
La narración de la curación de un ciego en la puerta de la ciudad de Jericó, sobreponiéndose con su grito angustiado a la gente que lo quiere disuadir de llamar a Jesús, resume el grito de la humanidad que Isaías describe en una de sus profecías: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9, 1). Jesús está por llegar a Jerusalén. Allí con su muerte en la cruz, irradiará sobre la humanidad postrada en las más profundas tinieblas de la violencia, del abandono y del miedo el poderoso resplandor de la salvación:
Quedamos así preparados para entrar con Jesús en Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo, 11 mil años, entrar en la vida de Zaqueo, el jefe de publicanos, introducirnos con Jesús en su casa y llegar incluso a penetrar dentro de su corazón. Todos los relatos evangélicos nos transmiten la persona y el mensaje de Jesús, pero hay algunos como el de hoy cargados de una especial densidad.
Zaqueo, pequeño de estatura, hombre rico, jefe de publicanos, acoge el reino de Dios como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado, encuentra la salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37), que nos viene al encuentro a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
Nadie queda fuera del poder salvador que emana de Jesús
 Este Zaqueo podrá ser un recaudador de impuestos, que se ha enriquecido al servicio del imperio romano, ejerce un oficio de colaboracionista del poder opresor, pero el piso se le está moviendo por dentro, no está a gusto con lo que está haciendo; y por encima de todo un deseo se ha ido metiendo en el corazón, un deseo que no logra refrenar ni callar: Quiere ver quién era Jesús. Él también está ciego, como el ciego de la puerta de Jericó, que Jesús acaba de curar. Y él quiere ver, ver a Jesús.
Varios obstáculos se interponen para lograrlo. Es un recaudador de impuestos. Incluso un chivo. Es rico. Se ha enriquecido a costillas de sus compatriotas; se le interpone una muchedumbre novelera y curiosa y es retaco. Un oficio execrable sin duda, pero ha oído que entre los discípulos de Jesús anda un tal Mateo, publicano convertido (Mc 2,13-17). ¿La riqueza? Ya sabe lo que opina Jesús de los ricos apegados codiciosamente a los bienes de la tierra (Lc 18,24-25). Por eso ya ha empezado por su cuenta, a compartir sus bienes con los pobres, nada menos que la mitad y quiere ajustar sus cuentas con los que haya defraudado. Y el último obstáculo lo va a superar de un modo sorprendente. Sin miedo a exponerse al ridículo y a la mofa de sus conciudadanos, se encarama en un árbol por donde va a pasar Jesús.
¡Hoy tengo que hospedarme en tu casa!
Y el encuentro se produce, pero no del modo en que Zaqueo lo había pensado. Él pensaba verlo pasar. No será así. Será Jesús quien lo verá a él. El Señor alzó la vista y no solamente lo miró, sino que además le dijo que se bajara pronto de allí “porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Este momento fue inefable en la vida de aquel hombre. Él pensaba solo verlo pasar. Jesús le da entender que no quiere pasar; quiere quedarse. Una cosa es pasar y chao la vida sigue igual; otra cosa es quedarse. “Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Bajó enseguida y lo recibió con alegría.
Jesús va a entrar en la casa de Zaqueo; Zaqueo va a entrar en la casa y en la vida de Jesús. Jesús no viene pasar, hacer un toque técnico e irse. Quiere quedarse. Se hizo uno de nosotros y vino a este mundo, a la casa de los seres humanos, para invitarnos a su casa, para introducirnos en su intimidad familiar, a hacernos hijos de su Padre, hermanos suyos, coherederos del Espíritu Santo.
Hoy ha llegado la salvación a esta casa
Cuando Jesús entra en la casa de una familia, cuando alguien le abre la puerta del corazón, con él llega la salvación. Así sucedió con el ladrón crucificado junto con él, en el Gólgota. Le imploró a Jesús que se acordara de él cuando estuviera en su Reino y recibió esta respuesta: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42-43). “Vino a los suyos, nos recuerda S. Juan, y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, como este publicano, a los que creen en él, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,11-12).
Si Jesús toca a la puerta de tu casa y tú le abres, con él entrará también la salvación y te corresponderá invitándote a entrar en su casa. “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3,20). Ya está el Señor a punto de pasar por tu Jericó. Se apresta a pasar por tu calle. Ninguna condición humana es incompatible con la salvación. Mi hermano, ¿Ha llegado ya la salvación a tu casa? ¿Cómo están tus ansias, tus deseos de ver a Jesús? ¿Sabes que él ha venido precisamente a buscar y salvar lo perdido?”

Maracaibo 3 de noviembre de 2019


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador Apostólico sede plena de Carora

domingo, 8 de diciembre de 2019

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO /A 2019 HOMILÍA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA DEL PBRO. ENDEER ZAPATA


SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO /A 2019
HOMILÍA CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA
DEL PBRO. ENDEER ZAPATA
Lecturas: Is 11, 1-10; Sal 71; Rm 15 4-9; Mt 3, 1-12

Muy queridos hermanos,
Nos hemos congregado este segundo domingo de adviento, con el ánimo en alto y llenos de alegría, para alabar y cantar himnos a nombre del Señor por haber llevado a cabo las promesas de salvación hechas a los patriarcas y haberse hecho presente en nuestra historia y especialmente en la historia de nuestro hermano y amigo el padre Endeer Zapata.
Le agradezco de corazón el haberme querido asociar a la celebración de sus bodas de plata sacerdotales. Desde que hemos venido trabajando juntos en el hermoso campo misionero de nuestra Iglesia en Venezuela, he podido valorar cómo ha sabido combinar su sólida preparación con una entrega y un ministerio lleno de alegría, sencillez y cercanía con sus hermanos.
Bendigo a Dios, junto con la Sra. Silvia, su mamá, su hermano Alfredo, sus familiares, amigos, la comunidad parroquial y la gran familia de las Obras Misionales Pontificias, por el don de su sacerdocio y el valioso servicio que le está prestando a la Iglesia universal desde su responsabilidad actual. Todos unidos, los presentes y los ausentes, alabamos, con un solo corazón y una sola voz, a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, por los hechos maravillosos realizados en la vida de nuestro hermano Endeer en estos 25 años de vida sacerdotal.
En todo tiempo y lugar Dios ha querido valerse de hombres y mujeres que, elige y capacita de modo totalmente gratuito y bondadoso, para asociarlos en distintos momentos de la historia a su plan de salvación en este mundo. Este tiempo de adviento, nos pone en contacto con el servicio y la misión del profeta Isaías, la Virgen María, su esposo San José, S. Juan Bautista y muchos santos como S. Francisco Javier, San Nicolás de Bari, S. Ambrosio, S. Juan Diego, Sta. Lucía y S. Juan de la Cruz.
En el evangelio de hoy sale a nuestro encuentro la figura del Bautista. A él le tocó ser precursor de Jesús, señalar su presencia entre nosotros, y bañarlo con el bautismo de penitencia. Mateo describe su atuendo y su figura con gran semejanza con el profeta Elías y ubica su actividad a las orillas del Jordán, en Judea. Toda su vida y su actividad queda orientada y subordinada a “aquel que ha de venir”, la persona de Jesús y a quien el no se considera digno ni siquiera de desatarle las correas de sus sandalias. Con su fuerte predicación, su llamado a la conversión sincera y profunda preparó el corazón de su pueblo para recibir al Mesías. Con su vida y con su muerte martirial Juan el Bautista es sin duda un gran modelo de discípulo misionero para el padre Endeer y para todos nosotros.
No basta pues declararse miembros del pueblo elegido, hijos de Abrahán como pretendían los fariseos y los saduceos. La conversión se verifica con frutos concretos, con radicales cambios en la conducta y en el estilo de vida. No es un mero cambio en la manera de comportarse para llevar una vida más coherente con la fe que se profesa. Hay que ir más allá y tomar la decisión de orientar toda la vida de acuerdo el advenimiento del Reino de los cielos del cual anuncia su inminente llegada. ¡Conviértanse! porque el Reino de los cielos ya está cerca. Que este grito profético del precursor retumbe en todas nuestras consciencias y haga mella en nuestra vida. Coloquemos a Dios en el centro de la vida y organicemos todo lo que decidamos en torno a El.
Escribió la santa carmelita francesa Isabel de la Trinidad: “es bello pensar que la vida de un sacerdote, como la de la carmelita, es un ¡adviento que prepara la encarnación en las almas! David canta en un salmo que “el fuego caminará delante del Señor” ¿Y no es el amor aquel fuego? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor a través de nuestra unión con aquel que el Apóstol llama un “fuego devorador”?
Celebramos con alegría las bodas de plata sacerdotales del padre Endeer, un hijo de Dios de estas tierras trujillanas que lleva el fuego de la misión en sus entrañas. Padre Endeer recuerda hoy ese esplendoroso momento en que Mons. Vicente Hernández Peña, de feliz memoria, impuso las manos sobre ti y junto con los concelebrantes pronunció la oración consecratoria, gestos sacramentales que por la gracia del Espíritu Santo te configuraron para siempre con Cristo sumo y eterno sacerdote, Cabeza y Pastor y de su Iglesia. Esa gracia sobreabundante se derramó con el sagrado crisma sobre tus manos, sobre tus labios, sobre tu corazón y se ha transformado en un manantial inagotable de vida, de santificación, de perdón, de servicio y de amor en favor de todos a quienes te has entregado sin reserva en tu ministerio.
Después de ungirte las manos con el santo crisma, Mons. Vicente te entregó la patena con el pan y el cáliz con el vino, y te dijo estas palabras: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”. Como discípulo misionero presbítero te corresponde reproducir a Cristo, actuar in persona Christi capitis, y eso solo lo puedes lograr recibiendo la ofrenda del pueblo santo de Dios y presentándosela al Padre de manos de Jesús en la santa eucaristía.
La gran labor del sacerdote es reproducir lo más fielmente posible a Jesucristo Cabeza y Pastor de su Pueblo y entregarse con todas sus fuerzas a convocar, a congregar, a unificar, a hermanar, a superar luchas, conflictos y odios y a ayudar a sus hermanos a encontrar los caminos de la unidad y de la paz. Cuánta faltan hacen sacerdotes y consagradas que construyan caminos de paz, que levanten puentes de concordia, que sean sembradores de ánimo y esperanza en tiempos de tanta desolación.
Para llevar a cabo esa indispensable misión es menester alimentarse de la Palabra y de los sacramentos, particularmente de la eucaristía. Mientras más te sumerjas en la Eucaristía, Endeer, más te cristificarás y más capacitado estarás para recibir lo que el pueblo de Dios te presenta; sus trabajos, su fe, sus dolores y alegrías, sus penas y esperanzas, sus adelantos y retrocesos, sus caídas y sus levantadas.
Las bodas de plata son un punto de llegada y también un punto de partida. Recuerda las palabras de S. Juan Pablo II: “Duc in altum”. Rema mar adentro, padre Endeer. Sigue rema hacia las otras orillas; vive a fondo un sacerdocio en salida, sigue yendo hacia esas orillas culturales, territoriales y existenciales donde te esperan tus hermanos con hambre y sed de Dios, con los cuales te has substanciado con tu opción misionera. Que, al entrar en contacto con ellos, sientas el mismo estremecimiento que conmovieron las entrañas de tu Señor y Maestro, al ver tantas ovejas errantes, desamparadas y dispersas al carecer de pastor. Esta conmoción compasiva lo llevó a asociar a su misión a los doce, a sus sucesores y a servidores como tú, dispuestos y generosos a dar todo por el evangelio del Reino al lado de Jesús, junto con tus hermanos y en profunda comunión con tu Iglesia.
Rema Venezuela adentro, mundo adentro, Iglesia adentro. Que al oír estas palabras recuerdes con gratitud tu pasado, vivas con pasión tu presente y te abras con confianza, como la Virgen María del Monte Carmelo, al futuro, convencido de que Jesucristo ha vencido; su Pascua abre camino hacia un mundo nuevo y que los poderes del Mal, del pecado y de la muerte han sido definitivamente derrotados.
Dios Padre que te conoció y te eligió desde el seno de tu madre Silvia, que te predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para conquistar muchos hermanos; que te justificó con su sangre preciosa, que ya por su parte te glorificó, llene hoy tu corazón de gozo junto con tu familia, tu pueblo que se goza de tu fidelidad y entrega y te impulse con renovadas fuerzas a cantar con María tu propio Magnificat. Si! El Señor ha hecho en ti maravillas y santo es su nombre. El Señor ha sido grande con esta generosa ciudad jardín de Boconó que ha dado tantas vocaciones a la Iglesia. Glorifiquemos todos por siempre al Señor Jesús.¡Maran Atha! ¡Ven, Señor Jesús! Amén
Boconó, 8 de diciembre de 2019

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador apostólico sede plena de Carora