domingo, 5 de junio de 2016

DECIMO DOMINGO ORDINARIO, CICLO C. 2016: "JOVEN, A TI TE LO DIGO ¡LEVÁNTATE!"



DECIMO DOMINGO ORDINARIO. CICLO C. 2016
JOVEN, A TI TE LO DIGO ¡LEVÁNTATE!

En esta parte de su Evangelio, Lucas nos presenta a Jesús manifestando el Reino de Dios de manera sorprendente.  A través de sus enseñanzas y milagros, junto con el Reino de Dios aparece con mayor claridad la misma identidad de Jesús y cómo concibe su vocación mesiánica. Se va viendo con mayor claridad que sus actuaciones están en perfecta coherencia con la presentación que hizo de sí mismo en la sinagoga de Nazaret y en el anuncio de las Bienaventuranzas. Allí el dijo que era un ungido del Espíritu Santo y un enviado suyo para anunciar el evangelio a los pobres, la liberación a los presos, la curación a los enfermos y para declarar la implantación de un año de gracia. Declaró que “son dichosos los que ahora están llorando porque reirán”.
El capítulo siete dentro del cual se encuentra el relato de la vuelta a la vida del hijo de una viuda, se inicia con la curación a distancia del servidor de un centurión romano. Cuando el centurión le manifiesta que no es necesario que llegue hasta su casa para realizar la curación primero porque  él no es digno de recibirlo y en segundo lugar porque  puede curarlo con el poder de una sola palabra desde donde está. Esta actitud le arrancará a Jesús uno de los pocos elogios que le conocemos. Se quedó en admiración ante las palabras del centurión y declaró ante la muchedumbre: “Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande”.  
Los paganos eran considerados impuros y un judío piadoso no debía de entrar en su casa. Sin embargo este pagano romano, a pesar de pertenecer al ejército invasor, se comporta generosamente con la población de Naín. Jesús está dispuesto a entrar en la casa del pagano contrayendo impureza legal. El oficial no lo quiere exponer a ese descrédito porque le pide que haga la curación a distancia. Pero para Jesús lo más importante es la persona. El ha venido a hacer el bien a todos, sin excepción alguna, siguiendo el modelo de su Padre, que es misericordioso,   y que hacer salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5,45). Hay fe en todas partes no solo entre los hombres religiosos de Israel.
Así ha de ser también el comportamiento de sus discípulos: “Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). En este año de la Misericordia estamos llamados a detenernos en esta revelación de Jesús, a saborear todas las dimensiones de su misericordia e ir descubriendo las entrañas de la compasión de Dios hacia sus criaturas. El evangelio de hoy nos narra la conmoción interna que sacudió a Jesús cuando se encontró en la calle con el entierro del hijo único de una mujer viuda. ¿Será porque Jesús vio en ese cuerpo el suyo y en esa mujer a su madre viuda? En todo caso Jesús detiene el cortejo, conmovido le dice a la mujer que no siga llorando; toca el féretro y da una orden terminante: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”.
La comitiva fúnebre, testigo del milagro, declara que Jesús es un profeta, tal como lo hizo la viuda de Sarepta, cuando el profeta Elías le devolvió la vida a su hijo, confundiéndolo con Elías. Aquí se cumple la bienaventuranza: “Dichosos los que lloran porque reirán”. El llanto en la biblia siempre acompaña el pecado y la muerte. Solo desaparecen si Dios se manifiesta perdonando el pecado y devolviendo la vida, causas mayores de la aflicción humana. En uno de sus espléndidos mensajes de esperanza el profeta Isaías presenta la última y definitiva manifestación de Dios de esta manera: “Destruirá la muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo. Y aquel día se dirá: Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!” (Is 25, 8-9).
San Agustín comenta este texto diciendo que Jesús le devolvió  la vida tres personas: a la pequeña hija de Jairo, jefe de la sinagoga, en su propio lecho de muerte; al joven hijo de la viuda de Naín, camino al cementerio y Lázaro de Betania, un adulto que llevaba ya cuatro días de sepultura. Comenta que Jesús ha venido a esta tierra investido del poder de Dios, para perdonar los pecados del hombre. Porque, dice él, quien peca, mata su alma. Muere. Jesús utiliza su poder para perdonar, para compadecerse, para devolver a la vida a quien yace muerto por el pecado. Devuelve la vida a quien recién ha pecado y quiere enmendarse dentro de su corazón. De este perdón es signo la niña de Jairo. Se compadece también del pecador que ya vive públicamente su pecado y va camino derecho al cementerio, como el joven de Naín. Y también tiene poder para devolverle la vida al pecador más empedernido, que ya ha hecho de su vida de pecado un hábito a tal punto que ya está sepultado bajo los escombros de sus culpas. ¡Que ya hiede! De ese estado de muerte es signo su amigo Lázaro, como lo es también María Magdalena. A ambos el Señor con todo el poder de su compasión y de su amor, les devuelve la vida mediante su cruz redentora.


+Ubaldo R Santana Sequera FMI 
Arzobispo de Maracaibo

viernes, 3 de junio de 2016

JUBILEO DE LOS SACERDOTES: "Dejarnos cargar sobre los hombros del Gran Pastor"



JUBILEO DE LOS SACERDOTES
En estrecha sintonía con el Santo Padre Francisco, que le da una particular importancia a la comunión en simultaneidad, estamos hoy congregados en nuestra catedral para celebrar nuestro jubileo en este año de la Misericordia mientras se desarrolla el Jubileo en Roma. Ya vamos por la mitad del recorrido del año jubilar y es mucha la gente que ha gozado de este “Kairós”  gracias a nuestro ministerio.

Hoy nos toca a nosotros dejarnos cargar sobre los hombros del Gran Pastor de las ovejas y escuchar gozosos las palabras de Dios en el profeta Ezequiel: “Así habla el Señor: Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él…Me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas…Las traeré y las apacentaré en buenos pastizales…allí descansarán en un buen lugar de pastoreo y se alimentarán de ricos pastos sobre las montañas de Israel”.

En su Magnificat María de la Visitación canta: “Y su misericordia llega de generación en generación a sus fieles” (Lc 1,50). Es inmensa la muchedumbre, que desde que Jesús fue alzado en lo alto de la cruz, ha sido atraída por corazón compasivo y se ha sumergido en el torrente de su misericordia, que brota inagotable de su costado abierto. Hoy nos toca a nosotros entrar con júbilo en estas aguas que riegan la ciudad de Dios. Como María nosotros también podemos decir: “Se ha fijado en la insignificancia, la pequeñez de sus siervos”.

Por medio de tres parábolas: la oveja perdida y hallada, la moneda perdida y encontrada, el hijo perdido y retornado, Jesús responde a los fariseos y doctores de la ley que lo critican porque se junta a comer con pecadores. En tiempo de Jesús, las comidas y banquetes creaban lazos de amistad y hasta de parentesco entre los comensales. Para no contaminarse y volverse impuro legalmente los judíos piadosos no comían en la misma mesa con reconocidos pecadores, cobradores de impuestos y extranjeros. Jesús se opone a esta mentalidad de exclusión, revelando cuál es el comportamiento de su Padre Dios con los pecadores: sale al encuentro de ellos, los busca y se alegra inmensamente cuando hacen penitencia y se convierten.

Jesús compara esta alegría a la de un pastor, una dueña de casa y un paterfamilias cuando encuentran lo que daban por perdido. El Pastor de la parábola de hoy, en cuanto fiel figura de Dios, muestra un particular interés por su oveja extraviada. La oveja No 100 le importa grandemente precisamente porque no está en su rebaño. Por eso va a cometer digamos así la locura de dejar las 99 restantes en al descampado y sale a buscar la oveja perdida hasta encontrarla.

En esta acción “salir a buscar” muchos padres ven la salida del Verbo Divino de la intimidad trinitaria, enviado por el Padre, y su llegada a este mundo, encarnándose en el seno de María, para buscar la humanidad, la oveja 100. Podemos decir incluso que en el momento en que el Verbo se hace ser humano en el seno de esta joven nazaretana, ya ha encontrado la primera oveja 100. La madre lo lleva en su vientre pero es él el que la carga sobre sus hombros. Es Él quien la está regresando gozoso al redil del Padre.

De allí en adelante se despliega la inmensa búsqueda emprendida por este Pastor inflamado de amor apasionado por la humanidad extraviada, para dar con cada oveja 100 hasta encontrarla. Así ha pasado con nosotros. Nos buscó, nos encontró, nos sanó, nos cargó sobre la cabalgadura de sus hombros benditos, nos introdujo en el redil y luego con un gesto de inconmensurable bondad, nos pidió que nos uniéramos a él para salir en búsqueda de las ovejas 100 que andan perdidas y no descansar hasta encontrarla. No podemos volver al redil con las manos vacías. Hoy damos gracias al Señor y le cantamos con alegría porque nos ha misericordiado y nos ha transformado en pastores en salida, pastores rastreadores de ovejas extraviadas.

Cada vez que veo a un joven diácono tendido en el suelo, mientras se canta la letanía de los santos, momentos antes de que el obispo consagrante le imponga las manos, haga la oración consecratoria y lo unja de crisma, pienso: allí está una oveja perdida, una ovejita 100, que el buen Pastor rescató y se trajo lleno de alegría al redil y convocó a una fiesta por el hallazgo.

Y ahora le da la gran sorpresa de transformarla de oveja en pastor asociado a él para que lo ayude a buscar ovejas extraviadas. Allí está tendido en el suelo, como una alfombra, con los brazos abiertos, listo para transformarse en un puente, un pontifex, por donde van a pasar infinidades de ovejas perdidas para regresar a su casa, para sumergirse en las fuentes de la misericordia, para gozarse del abrazo del Padre que las acoge y las introduce de nuevo en su casa.

Hermanos sacerdotes, es un gran gozo sin duda, que nuestra vida, nuestra carne, nuestro ser cante, como María, la victoria de Dios. Como la Iglesia y dentro del seno de la Madre Iglesia nosotros somos discípulos de Jesús en la medida en que nos dejamos enviar por él, en que vivimos como María en permanente visitación, en que nos dejamos transformar por el Señor en pastores en salida, en búsqueda de ovejas 100. Con nuestras propias vidas, con nuestro anuncio, nuestra vida sacramental, con nuestra vida fraterna y en caridad, nosotros estamos llamados permanentemente a poner en evidencia la victoria de Dios. Digámosle a nuestra gente que deje ganar a Dios en sus vidas. Que sea él en su Hijo Jesús el que se lleve la victoria.

 “La gente más simple, los pecadores, los enfermos, los endemoniados, son exaltados inmediatamente por el Señor, que los hace pasar de la exclusión a la inclusión plena, de la distancia a la fiesta. Esta es la expresión: la misericordia nos hace pasar de la distancia a la fiesta”, lo dijo el Papa Francisco en la primera meditación del Retiro Espiritual dirigido a los seminaristas y presbíteros de todo el mundo que participan en el Jubileo de los Sacerdotes, sobre el tema:

En su primera meditación el Obispo de Roma recordó que “la misericordia es tanto el fruto de una ‘alianza’ como un ‘acto’ gratuito de benignidad y bondad que brota de nuestra psicología más profunda y se traduce en una obra externa”. Por ello, el Pontífice señaló que esta obra se manifiesta en la actitud de “compadecerse del que sufre, conmoverse ante el necesitado, indignarse, que se revuelvan las tripas ante una injusticia patente y ponerse inmediatamente a hacer algo concreto, con respeto y ternura, para remediar la situación”.
Y, partiendo de este sentimiento visceral, el Sucesor de Pedro invitó a los sacerdotes a mirar a Dios desde la perspectiva de este atributo primero y último con el que Jesús lo ha querido revelar para nosotros, es decir que el nombre de Dios es Misericordia. “Nada une más con Dios que un acto de misericordia, agrego el Papa, ya sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, ya sea de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre”.