lunes, 22 de febrero de 2016

Homilía de la Eucaristía Inaugural de la X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia



Homilía de la Eucaristía Inaugural
de la X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia


Muy queridos hermanos y hermanas,

El domingo pasado escuchamos el evangelio de las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús, antes de que el Señor iniciara su ministerio público, y cómo él las superó con la presencia y la fortaleza del Espíritu Santo y su obediencia incondicional a la Palabra de su Padre. De esta manera la Iglesia nos daba a entender, desde el inicio de la ruta cuaresmal, que si queremos renovar nuestra  vida cristiana y caminar con Cristo hacia la Pascua, debemos luchar contra las asechanzas del Maligno y solo las podemos superar si el Espíritu Santo está con nosotros y decidimos que nuestra vida se guíe por la escucha y el cumplimiento de la Palabra de Dios.

El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos traslada ahora al monte de la Transfiguración donde Jesús va a revelar a tres de los suyos su verdadera identidad. Además, la Iglesia quiere que al mirar hacia Cristo transfigurado tomemos más clara y decidida consciencia de cual es la meta del camino iniciado el pasado miércoles de ceniza.  Nos enseña el Papa Francisco que “se trata de llegar a participar en la gloria de Cristo, que resplandece en el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros” (Ángelus 1-3-2015).

Jesús les revela a tres de sus discípulos que él es el Mesías. Ya anteriormente Pedro, uno de los tres testigos de la cristofanía de hoy, la había confesado ( Lc 9,20), pero después dejó claro que no lo había captado plenamente cuando intentó apartar a Jesús, como el mismo Satanás, del camino de la Pasión y de la cruz (Cf Mt 16,20-23). Ahora en el monte Tabor, aparecen otros dos testigos que reconocen el mesianismo de Jesús y al final  de la escena de la transfiguración, será el mismo Padre celestial quien la revelara  completamente, e indicará que ese Mesías es su Hijo muy amado y es a él solo a quien hay que escuchar. Queda así definitivamente revelada la identidad de Jesús. Lucas narra cómo, al bajar del monte, Jesús se pone determinadamente en camino hacia Jerusalén (9,51), donde se consumara la misión que el Padre le ha confiado. Nada lo podrá apartar de aquí en adelante del cumplimiento del mandato recibido.

Todo el relato evangélico que acabamos de escuchar está construido para que quede muy claro también para los discípulos, para la comunidad de Lucas y para todos nosotros quién es Jesús y detrás de quien estamos llamados a poner nuestros pasos sin ningún tipo de vacilación ni de duda. Jesús se presenta con una figura resplandeciente, como los personajes celestiales (Cf Ez 1,24-28; Dn 19,4-6) y de un modo que recuerda las manifestaciones de Dios en el monte Sinaí, cuando en lo alto de la montaña hablaba con Moisés y Elías mientras una nube los envolvía (Cf Ex 19,20;24,15). Moisés, representante de la Ley y Elías, de los profetas, que en sus respectivos tiempos anunciaron a Jesús, ahora vienen a dialogar con él  sobre la pasión y la gloria que tendrá que cumplirse en Jerusalén.

Luego se retiran. ¿Por qué no se quedan?  Porque ha terminado el tiempo de los anuncios y hay que dejar paso a la voz celestial que procede de la nube y que proclama que Jesús es el Hijo de Dios. Por tanto Jesús, el Hijo amado del Padre, es el único que de ahora en adelante habrá que escuchar y desde quien habrá que interpretar toda la Ley y los Profetas (Cf Mt 5-7). Moisés y Elías ya cumplieron su misión. Juan Bautista que precedió al Señor también desaparece. Ahora, estamos  en el tiempo del cumplimiento definitivo de la Alianza que Dios iniciara con Abram (Cf Primera lectura).  En estos últimos tiempos, solo se conoce y se vive en comunión con el Padre vinculándonos al Hijo elegido y amado de Dios para seguirlo y escucharlo haciéndonos discípulos suyos.

Recobran fuerza las palabras del Señor, registradas por Lucas en el episodio inmediatamente anterior a la Transfiguración: “Si alguno quiere venir en pos de mi, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,27). Los discípulos de ayer y de hoy tenemos que aprender que el mesianismo de Jesús llega a la gloria a través del camino ignominioso de la cruz, que escuchar al Mesías, porque es su Hijo, es escuchar al Padre, conocer su voluntad y llevarla a la práctica.

Leemos en una de las homilías de San León dedicada al evangelio de hoy lo siguiente: Sin duda esta transfiguración tenía sobre todo la finalidad de quitar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz, a fin de que la humillación de la pasión voluntariamente aceptada no perturbara la fe de la dignidad (divina de Jesús) oculta (en su condición humana). Asimismo todos debemos aprender, mediante una profunda conversión de corazón, a reconocerlo como el Mesías de Dios aceptando el escándalo de su sufrimiento, aunque no siempre lo entendamos, confiados en que ese camino recorrido primero por Jesús, es el único que nos hace participar de la gloria futura.

 A los cristianos de hoy y de todos los tiempos no toca como a los tres discípulos, hacernos  testigos contemporáneos de Jesús. Cuaresma 2016, en pleno año jubilar de la Misericordia, nos invita a entrar con decisión por el camino trazado por Jesús. Nosotros somos amigos de los atajos cómodos y rápidos. Todo lo que sea “fast” no atrae. Dios no es amigo de los atajos sino de los rodeos. El diablo le propuso a Jesús tres atajos en el evangelio del domingo pasado. Jesús prefirió el rodeo por la cruz.

Esta es la gran lección de hoy, mis queridos hermanos, que debemos registrar en la mente y el corazón para llevarla a la práctica: para participar en la transfiguración de nuestras vidas y también de Venezuela y del mundo no busquemos atajos porque no los hay y los que nos los proponen nos engañan y nos ofrecen falsas promesas. Oigamos la voz que viene del Padre, oigamos a Jesús, aceptemos su camino, entregando nuestras vidas de manera constante y total con la fuerza del amor. La gloria del Tabor que hoy vislumbramos pasa por el Calvario.

Para que nuestra vida tenga sentido necesitamos tener una meta clara que alcanzar y poner seguidamente todo nuestro empeño y todo nuestro potencial humano y espiritual para alcanzarla.  La meta es el ser humano y el mundo transfigurados. “Somos ciudadanos del cielo, dice San Pablo en la segunda lectura, de donde esperamos que venga nuestros Salvador. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas”. (Cf 2 Pe 3,13)

El camino es el amor transfigurado en servicio y entrega. Oigamos nuevamente a San León: “Que la proclamación del santo Evangelio sirva, pues, para fortalecer la fe de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, por la que el mundo ha sido redimido. Nadie, por tanto, tema el sufrimiento por causa de la justicia, nadie dude que recibirá la recompensa prometida, ya que a través del esfuerzo es como se llega al reposo y a través de la muerte a la vida; el Señor ha asumido toda la debilidad propia de nuestra pobre condición, y, si nosotros perseveramos en su confesión y en su amor, vencemos lo que él ha vencido y recibimos lo que ha prometido. Y se trate, en efecto, de cumplir sus mandamientos o de soportar la adversidad, debe resonar siempre en nuestros oídos la voz del Padre que se dejó oír desde el cielo: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo”.  

Este amor, además de ser el mandamiento supremo del Señor, es también el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en nuestra sociedad, teniendo como fundamento la verdad y como signo la libertad (Cf. Conclusiones de Medellín, Justicia 4). Por eso, en este camino Cuaresmal, la Iglesia en Venezuela nos ofrece la ruta de la Campaña Compartir y aquí en nuestra Iglesia local se nos invita a conocer la Enseñanza Social de la Iglesia, que no es otra cosa que una pedagogía para aprender a aplicar el evangelio a las realidades que vivimos y a interpretar en clave del Reino de Dios los signos de los tiempos.

Así lo expresa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en su primera parte, “Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de justicia y de paz, conformes a la sabiduría divina” (Compendio DSI 63).

Como dice el Concilio Vaticano II: “El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio” (GS 9-10). Que la celebración de esta X Semana de DSI, con la ayuda maternal de nuestra Madre de Chiquinquirá, que supo vivir a fondo el SI de la Anunciación, nos ilumine y fortalezca a todos y particularmente a las nuevas generaciones  para hacer una clara y comprometida opción por la promoción de un humanismo integral y solidario (Compendio DSI 7), la construcción en Venezuela de una nueva sociedad fundamentada en los valores de Cristo y de su evangelio, una sociedad  fundada en la civilización del amor y de fraternidad solidaria.

Como Pastor de esta Iglesia Particular, me siento comprometido con estas Jornadas. Las considero una inspiración del Espíritu Divino. No la dejemos caer en saco roto y démosle cada año mayor difusión y fortaleza sobretodo en el ámbito universitario, estudiantil y laboral vinculándolas más a la Campaña Compartir y al Proyecto arquidiocesano de renovación pastoral.
Agradezco de corazón a los organizadores que, con un sentido de Iglesia, asumiendo el compromiso de bautizados, se dedican a la formación de esta doctrina social. Especialmente, a la Universidad Católica “Cecilio Acosta”, al Foro Eclesial de Laicos y a esta Comunidad Parroquial San Antonio María Claret. A todos Ustedes los invito a aprovechar estas enseñanzas que son fundamentales para dar respuesta, desde la fe cristiana, a los desafíos de nuestra amada Venezuela.

Maracaibo 21 de febrero de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

sábado, 20 de febrero de 2016

EUCARISTIA DEL JUBILEO DE LOS JOVENES



EUCARISTIA DEL JUBILEO DE LOS JOVENES
HOMILIA
Muy queridos jóvenes,
Es una gran alegría tener este encuentro con todos ustedes y a través de ustedes con toda la juventud cristiana que camina en esta Arquidiócesis,  para celebrar el día de la Juventud,   la Jornada Nacional de la Juventud, que nos conecta con todos las pastorales juveniles de Venezuela y el Año Jubilar de la Misericordia, regalo que nos ha hecho Dios por medio del Papa Francisco.
Jubileo significa precisamente alegría, entusiasmo. Jesús en sus parábolas relaciona siempre la alegría con la misericordia divina. Las tres parábolas de la Misericordia del capítulo 15 del Evangelio de San Lucas: la de la oveja perdida y recuperada; la de la moneda encontrada y la del hijo pródigo: las tres tienen  el denominador común de la alegría. Alegría del pastor por haber encontrado la oveja extraviada; alegría de la mujer por haber encontrado la moneda de plata; alegría del padre por el regreso del hijo a casa.  Y para que no haya duda, Jesús añade: “Les aseguro que de la misma manera Dios se alegra más por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión (Cf Lc 15,7).
Mencioné también la palabra entusiasmo. Significa literalmente algo así como estar metido en Dios. A ustedes les gusta la alegría, la rumba, estar siempre metidos en algo. Pues yo les digo que la mega rumba de la vida verdadera es estar metidos en Dios y dejar que Dios se meta dentro de nuestras vidas y con El descubrir la inmensa riqueza de nuestras vidas.
La verdadera riqueza no está, amados jóvenes, afuera. Está dentro de nosotros mismos. Oigan estas palabras del Papa Francisco a los jóvenes mexicanos congregados en un estadio de Morelia: “No podemos sentir el mañana si primero uno no logra valorarse, si no logra sentir que su vida, sus manos, su historia vale la pena. Dios les ha dado vida, mente, alma, corazón y manos para transformar la riqueza de sus propias vidas en esperanza”.
Es sin duda una tarea hermosa pero difícil. El mundo y Venezuela están muy convulsionados. Pareciera que cada día nos hundiéramos más en arena movediza. ¡Cuántas veces no habrá pasado por la mente de muchos de ustedes abandonar la carrera, colgar los guantes, tirar la toalla y dejar como decimos popularmente que esto se lo lleve quien lo trajo! Pero no todo está perdido. Desde que Dios se vino en la persona de Jesús a caminar dentro de nuestra historia humana, la última palabra no la tienen ni la desesperación ni la resignación. El tesoro que cada uno de nosotros lleva por dentro está allí, casi intacto. Piénsenlo bien. Cristo los puede ayudar a redescubrirlo, a valorarlo y a compartirlo. Gandhi, el alma grande de la India nos dejó este gran consejo: “¿Quieres cambiar el mundo? Empieza por ti mismo y el mundo ya habrá empezado a ser mejor.
Pero, cuidado, no emprendamos este cambio solos. Contemos con Cristo, el Señor. Con su gracia. Con su amor. Contemos también con nuestra Iglesia, nuestra comunidad, nuestros compañeros de grupo. No se dejen comprar ni alienar por los mercaderes de falsas esperanzas, los sicarios que matan el alma.  Terminarán esclavizándolos. Tenemos dos grandes adversarios: aquellos que nos desvalorizan y nos dicen todos los días que no servimos para nada; y aquellos que nos quieren comprar como simple mercancía barata y reducirnos a meros esclavos consumidores de moda, de fama y de sexo.  En realidad no están interesados en ustedes sino en el dinero que produzcan. La principal amenaza, enseña el Papa Francisco, es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. En ninguna posesión material: celulares de última generación, iphone, ipod, tabletas, motos, está la verdadera felicidad.
La riqueza son ustedes, mis queridos jóvenes, que han sido amados desde toda eternidad. No existirían si no hubieran sido amados por Dios. La riqueza son ustedes que Cristo ha rescatado de la muerte con su sangre preciosa. La riqueza son ustedes que han sido transformados en templos vivos del Espíritu Santo desde e bautismo.  Existen porque la Santísima Trinidad los ama y quiere establecer una vida de alianza y comunión con cada uno.
Por eso solo volviendo a Dios por el camino que nos señala Jesús, vivirán a fondo nuestra condición humana y alcanzaremos nuestra verdadera estatura adulta.  Es verdad, son muchos los obstáculos que se interponen en el camino: se sienten solos, no consiguen trabajo,  no pueden pagar la matrícula. Pero si no cultivan lo que verdaderamente son, imágenes de Dios, si no creen en el don de Dios que llevan dentro, no subsistirán.
Aprendan a encontrarse, a valorarse unos a otros, a vivir y a caminar en equipo, a soñar juntos grandes ideales. Cultiven comunidades juveniles. Nuestra arquidiócesis cuenta con un proyecto que toma en cuenta a todos y propone la construcción juntos de una Iglesia casa, escuela y taller de comunión, misión y solidaridad. Este año será su difusión coincidiendo con las bodas de oro de la creación de la arquidiócesis. Los invito a hacer suya la idea-fuerza de este proyecto pastoral. Dice así: “La Arquidiócesis de Maracaibo, Pueblo de Dios conducido por el Espíritu Santo a través de sus pastores en la diversidad de ministerios, carismas, dones y acompañados por la Chinita, vive, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión, participación y misión permanente como signo y presencia del Reino de Dios”.
Juntémonos en nombre de Jesucristo. Pongamos juntos nuestros talentos y nuestro tiempo para construir una pastoral juvenil arquidiocesana que evangelice el mundo juvenil y sus realidades a través de los mismos jóvenes para que brote entre nosotros la civilización del amor y de la fraternidad solidaria.
Este año extraordinario de la Misericordia nos ofrece un tiempo de gracia maravilloso. No dejemos que se nos escape de las manos. Siempre es tiempo de ordenar nuestra vida a partir de Jesucristo y de su Evangelio. El es la clave para acceder al verdadero sentido de nuestra vida, para atravesar con coraje y fortaleza los sufrimientos y dolores que trae siempre consigo el compromiso cristiano por el bien común y la justicia social. Con la luz de Cristo podremos desenmascarar a todos los que nos quieren encerrar en el consumismo materialista, en ideologías inhumanas y en la cultura de la indiferencia y de la resignación.
No se contenten con ser objetos. Sean sujetos. No se contenten con ser meros consumidores, sean productores de esperanza. Sean luz que disipa tinieblas; sean sal que da sabor y cauteriza. Sean fermento que ponga de pie a sus hermanos, a sus amigos a sus mismos perseguidores. Dice Jesús que cuando se desata una tormenta, la casa construida sobre arena se desploma, mientras que la casa construida sobre roca permanece estable y aguanta la torrentera. Estamos en plena tempestad. Construyamos nuestras vidas sobre Cristo-Roca (Cf Mt 7,24-25).
Que María les enseñe a confiar en su hijo Jesús. Que les anime y les eduque para que hagan siempre con alegría y empeño todo lo que Jesús les pida. Que ella los acompañe a lo largo de este año en todos los proyectos que tienen para vivir a fondo su condición de cristianos jóvenes callejeros de la fe, discípulos misioneros del Señor.
Maracaibo 20 de febrero de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI 
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 14 de febrero de 2016

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 2016 - HOMILIA - LLENOS DEL ESPIRITU DE CRISTO VENCEREMOS LAS TENTACIONES



PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 2016
HOMILIA
LLENOS DEL ESPIRITU DE CRISTO VENCEREMOS LAS TENTACIONES
El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza en la frente, se inició el tiempo de Cuaresma. Recorrido de fe y de penitencia de cuarenta días que ha de conducir al pueblo de Dios y a cada uno de nosotros, hacia la Pascua, y llegar con nuestros hermanos a esa fiesta central, profundamente renovados.
El evangelio de este domingo nos coloca ante las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús antes de iniciar su misión salvadora.  Esta no será la única vez que el Señor tendrá que enfrentarlas. Serán constantes en la vida del Maestro (Cf Jn 6,15; 23,39; Mt 16,22-23; 27,46). Así lo da a entender el final del evangelio cuando dice: “el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno”.
Esta descripción de los inicios de la actividad mesiánica de Jesús sigue el modelo del comienzo de la historia del pueblo de Israel, tal como la narra el libro del Éxodo y la relee el libro del Deuteronomio. El pueblo de Israel, que es llamado hijo de Dios, fue conducido por Dios al desierto después de la liberación de la esclavitud en Egipto.  Durante la travesía, el Señor, puso a prueba a su pueblo “para conocer el fondo de su corazón y ver si era capaz o no de guardar sus mandamientos” (Dt 8,2).  Repetidas veces, a través de Moisés, su jefe, les advirtió de los peligros de la idolatría (Dt 7,25-26), de la tentación de abandonar el cumplimiento de los mandamientos de la Alianza (Dt 8,11), de caer en la arrogancia y la prepotencia y de olvidarse de Dios, contando sólo con la fuerza y poder de su brazo para alcanzar la prosperidad  (cf Dt 8, 12-18).
Pero el pueblo, “desde el día que salió de Egipto hasta que entró en la tierra prometida”, se rebeló contra el Señor, hizo caso omiso de sus mandatos y preceptos, buscó los bienes de la tierra,, exigió milagros, fue infiel a Dios y tanta fue la prevaricación que si no es por la intercesión de Moisés, Dios los hubiera destruido (Cf Dt 9,1-17).
Con Jesús, el Hijo de Dios, enviado al mundo por el Padre, para liberar definitivamente a la humanidad de la esclavitud del pecado y del sometimiento al mal y a la muerte, no ocurre así. En los 40 días de ayuno y oración en el desierto, Jesús se pregunta: ¿Cómo llevar adelante la misión que su Padre le encomienda? 
El demonio, con las tentaciones, le propone tres modos de realizar su mesianismo. En las dos primeras tentaciones el diablo provoca a Jesús para que lleve a cabo su vocación mesiánica valiéndose del poder que le da su origen divino, anulando así el camino de la encarnación. Jesús las rechaza con frases tomadas del libro del Deuteronomio (Dt 6,3.16; 8,3). Muestra así su total conformidad con la voluntad de Dios contenida en las palabras de la Sagrada Escritura.
Pero el diablo insiste, se lo lleva al pináculo del Templo de Jerusalén y le dirige una tercera provocación, la más fuerte de todas: ¡no tienes que morir! El diablo lleva su atrevimiento hasta citar él también, como Cristo, la Escritura, el Salmo 91. “Tírate desde acá arriba: ¡tu Padre enviará sus ángeles para que te atajen y no te mates!” En otras palabras, conseguirás la victoria sin necesidad de pasar por la pasión y por la muerte. El diablo cree que ese es el punto débil de Jesús, su talón de Aquiles y por eso volverá a presentársela en Getsemaní (Lc 22, 39-46).
En el episodio de la sinagoga de Nazaret, sabremos cuál será el camino que Jesús, siempre impulsado y llevado por el Espíritu, escogerá para cumplir su misión y ser fiel a los designios de su Padre.  Un camino mesiánico desde la humildad, la compasión y la entrega hasta la muerte y muerte de cruz (Cf Lc 4,14-30).
Con el texto de las tentaciones, la Iglesia quiere darnos a entender que la vida cristiana comporta una permanente lucha espiritual contra el demonio y que necesitamos apertrecharnos muy bien para poder superar  sus arremetidas, permanecer fieles a nuestra condición bautismal y llegar con Jesús a la Pascua, pasando por la pasión y la cruz y más allá de este vida terrenal a la victoria final. Si estamos fuertemente arraigados en Cristo (Cf Col 2,7) y llevamos nuestra profesión de fe en el corazón y en la boca, venceremos las asechanzas del enemigo.
No le tengamos miedo a las tentaciones. El Nuevo Testamento (Jn 6,26-34; 7,1-4; Heb 4,15; 5,2; 2,17ª) deja claro que las tentaciones fueron una realidad evidente en la vida de Jesús. La tentación forma parte del camino de la vida cristiana.  Nuestra vida,  explica San Agustín, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones”.
San Pablo nos advierte que todos podemos ser tentados (Gal 6,1). Por eso, “quien crea estar firme cuídese de no caer”. Pero seguidamente nos asegura que “Dios es fiel y no permitirá que seamos probados por encima de nuestras fuerzas, sino que junto con la prueba hará que también encontremos el modo de sobrellevarlas (1 Co 10, 12-13).
 Apoyados en la victoria de Cristo y animados por la palabra de Pablo y Agustín, emprendamos nuestra ruta cuaresmal examinándonos con atención para detectar cuáles son las tentaciones que más nos atenazan y nos hostigan y enfrentarlas con las herramientas de lucha que la Iglesia pone en este tiempo de Cuaresma a nuestro alcance y con las que nos quiere revestir como una fuerte armadura (Cf Ef 6,10-20).
En primer lugar, dejarnos conducir por el Espíritu. Cristo fue al desierto lleno del Espíritu Santo (Lc 4,1) y por eso pudo vencer al demonio. Ese mismo Espíritu Cristo Jesús se lo prometió a sus discípulos.  Les dijo que se los enviaría para que los condujera a la verdad completa y vencieran las fuerzas negativas del mundo (Jn 14,26; 16,12-13.33). Y esto es muy importante porque el demonio es por esencia un engañador, un mentiroso redomado. Alucinados por su astucia, como ya lo dijo Isaías, “llamaremos bien al mal y mal al bien, la tiniebla luz y luz la tiniebla, amargo lo dulce y dulce lo amargo” (Is 5,20).
Es importante porque es el Espíritu Santo el que nos abre la mente y el corazón al gusto y a la inteligencia de las Sagradas Escrituras (Cf Lc 24,45). Es fundamental, indispensable, que nos hagamos asiduos lectores orantes de la Palabra de Dios. Fue con ella en los labios y el corazón que Jesús venció las tentaciones del demonio. No es con nuestras  pobres palabras, nuestros pobres razonamientos ni con nuestra lógica que venceremos. Es con el Espíritu y con la Palabra (Cf Sa 33,16-19; 44,1-9)
Hay otros tres ejercicios de piedad que la Iglesia pone en nuestras manos en esta cuaresma para adentrarnos en el desierto y caminar hacia la Pascua.  La oración, el ayuno y la limosna. El pecado de nuestros primeros padres rompió la triple relación virtuosa con la que Dios había creado al hombre y lo había hecho a imagen y semejanza suya: la relación con Dios, consigo mismo y con los demás.
Por medio de estas tres armas cuaresmales, la madre Iglesia nos invita a restablecerlas en su sentido original: la oración nos mantiene permanentemente conectados con Dios; el ayuno rompe el yugo de nuestras pasiones y vicios y nos enseña a dominar nuestro cuerpo y los pecados capitales; y con la limosna les devolvemos a los bienes de la tierra su primitiva destinación universal y re- aprendemos a compartirlos particularmente con los más pobres (Cf Is 58, 1-12). La práctica asidua de estas tres herramientas espirituales, conforme a la enseñanza de Jesús, (Mt 6,1-11), es el mejor remedio para abandonar la vida de pecado y seguir  alegre y fielmente a Jesús hasta el final.
En este año jubilar de la misericordia el Papa Francisco nos invita a vivir con mayor intensidad esta Cuaresma, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. Nos invita a acercarnos al sacramento de la reconciliación. Este sacramento nos permite volver a Dios recibir su abrazo lleno de ternura y perdón y experimentar en carne propia la grandeza de su misericordia.
Con la oración colecta de la misa de hoy pidámosle al “Señor todopoderoso, que las celebraciones y las penitencias de esta Cuaresma nos ayuden a progresar en el camino de nuestra conversión: así conoceremos mejor y viviremos con mayor plenitud las riquezas inagotables del misterio de Cristo.”. Amén.
Maracaibo 14 de febrero de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo