domingo, 25 de octubre de 2020

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO A-2020 HOMILIA

 


DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

 

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO A-2020

HOMILIA

Lecturas: Ex 22,20-26; Sal 17; 1 Tess 1,5-10; Mt 22,34-40

 

Muy queridos hermanos y hermanas,

Jesús se encuentra en Jerusalén, cercano ya el trágico desenlace de su misión. El evangelio relata una de las tantas discusiones en las se traba con sus adversarios, que lo acosan con preguntas maliciosas para desprestigiarlo ante el pueblo. Esta vez son los fariseos quienes maliciosamente lo abordan con una pregunta: “¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?” Era una de esas preguntas de las cuarenta mil lochas en las que esperaban que Jesús se quedara enredado.  La interpretación del Decálogo sinaítico en las escuelas rabínicas, había producido una gran cantidad de normas, prescripciones, leyes, hasta llegar al fantástico número de 613 mandatos. ¿Había que colocarlos todos en el mismo plano? ¿Había una jerarquía? ¿Cuál era el criterio de clasificación? ¿Qué era más importante: el culto a Dios o la ayuda al necesitado?

Jesús responde citando dos textos del Pentateuco. Ambos formaban parte del catálogo anterior.  El primero el conocidísimo precepto “Shemá Israel”: “Escucha Israel” que todo judío piadoso recitaba tres veces al día: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente” (Dt 6,4,) Y añade: “este es el primero y el más grande”. Pero inmediatamente cita el texto del Levítico 19,18: “Y el segundo es semejante a este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y de una vez concluye: “En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

La originalidad de la respuesta de Jesús está en juntar dos textos bíblicos: uno sobre el amor que se le debe a Dios, y otro sobre el amor que se le debe al prójimo, y colocarlos en el mismo plano de importancia. Para Jesús estos dos grandes amores no solamente contienen los demás 611 mandamientos y normas, sino que también resumen toda la Ley los Profetas.

Al juntarlos, Jesús no los confunde. Son dos mandamientos distintos: uno va dirigido a Dios como Padre. El otro va dirigido a los demás seres humanos, con quienes coincidimos en el camino de la vida. El amor a Dios es el amor primigenio, el amor fontal. Es con este amor, que dimana del manantial divino, que el creyente está llamado a practicar el segundo amor. No se pueden separar. El primero alimenta el segundo. El segundo da concreción al primero. Jesús deja claro que su Padre Dios solo sentirá verdaderamente amado por nosotros los hombres, si ve que nos acercamos a los demás seres humanos, nos hacemos prójimo de ellos, los amamos.

El judío piadoso conocía los dos mandamientos y los tenía claramente diferenciados. Practicaba el “Shemá” cumpliendo con los mandamientos, yendo el culto, presentando ofrendas y ofreciendo sacrificios. Entendía que el prójimo que tenía que amar era el extranjero, el huérfano y la viuda que vivían en su pueblo o en el territorio de su clan. Fuera de esos linderos no lo obligaba el mandato. Además, si era funcionario del Templo de Jerusalén debía atenerse a la prescripción de la pureza legal.  Acordémonos de la parábola del buen samaritano. Los hombres del templo, que aparecen en la parábola del Buen Samaritano, no se habían detenido a socorrer al hombre herido y tirado a la orilla del camino, porque iban al culto y no podían contaminarse (Lc 10, 25-37).

Jesús le da otro significado a la palabra “prójimo”. No se trata de hacernos prójimos solamente del extranjero, del huérfano y de la viuda de mi familia, de mi pueblo, de mi clan. El amor al prójimo abarca e incluye a todo prójimo, todo ser humano, sin excepción alguna. Es en este contexto que hay que ubicar y entender las declaraciones del Papa Francisco sobre el trato que hay que darles a los miembros de nuestras familias que presentaran tendencias hacia la homosexualidad.  Algunos grandes medios y redes sociales, igual que los fariseos del evangelio de hoy, manipularon astutamente las palabras de Francisco para llevar agua al molino de los grandes y poderosos grupos promotores de la ideología del género. Amar en este caso no es justificar, legitimar, es acoger, comprender, respetar, ayudar.

El amor incondicional a todo prójimo, cualquiera que sea, se constituye en el principio fundamental para asegurarnos de que en verdad amamos a Dios “con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente”. Solo el amor concreto hacia un ser humano nos permite tocar a Dios con nuestro amor. Como afirma claramente San Juan: “Nadie puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve” (1 Jn 4,20).

Mis queridos hermanos, llegados aquí, tenemos que ir más allá y afirmar que la integración de estos dos amores en un solo mandamiento, no solamente recoge y sintetiza toda la Escritura, sino también todo el legado que Jesús quiso dejarle a sus discípulos. Es la enseñanza “prínceps” de Jesús. Estos dos amores juntos hay otra. Los que quieran seguir a Jesús y ser de los suyos no se pueden contentar con practicar el uno o el otro separadamente. Es menester asumir y practicar el uno y el otro. El segundo inspirado por el primero. El primero verificado por el segundo.

Estamos entonces delante de una nueva forma humana de vivir, una nueva concepción de la humanidad en red, en relación. Los seres humanos formamos un solo conjunto, en la casa común del planeta tierra. Hasta ahora hemos desarrollado nuestras culturas y civilizaciones en términos antagónicos, bélicos, de predominio de unos sobre otros, de la imposición por la fuerza del más poderoso. De allí han brotado los sistemas económicos y sociales basados en la competencia hasta la aniquilación o la absorción de los adversarios, creando los grandes monopolios. Otros han entronizado el conflicto como la clave del avance y del progreso humano.

Jesús propone el camino de la fraternidad, de la amistad social como lo llama el Papa en su última encíclica “Fratelli tutti”, que les invito a leer. Hemos llegado a un punto en el fantástico desarrollo de nuestras capacidades tecnológicas y científicas a una encrucijada: o nos hermanamos o nos destruimos todos juntos.

No hay nada en nosotros que no deba estar volcado hacia Dios. No hay nada en nosotros que no deba estar volcado hacia el prójimo. Hemos de aprender a vivir en nuestras familias, comunidades eclesiales, movimientos, grupos y asociaciones, a la vera de Jesús en constante y simultánea actitud de amor divino y de proximidad. No hay manera de amar cristianamente a otro ser humano sino dejándonos insertar por el Espíritu Santo en la corriente de amor de Jesús que brota de su costado abierto, de sus llagas gloriosas, de su cuerpo resucitado, eucarístico y eclesial.  Es desde Jesús crucificado, con Jesús glorificado y por medio de su amor que nosotros podemos amar en espíritu y en verdad a nuestro prójimo. Lo que Jesús nos está pidiendo es que le prestemos nuestra vida, nuestra capacidad de amar, de servir, de entregarnos para seguir él amando concretamente a seres humanos concretos Eso fue lo que hizo el Venerable Dr. José G Hernández, entregarle su vida al Corazón de Jesús para que se hiciera presente entre los venezolanos de toda clase y condición que lo buscaron, pero con especial dedicación a los pobres y sencillos.

No temamos, mis hermanos, en poner nuestras vidas, a la disposición de Jesús, para que él siga haciendo presente y real su amor, y transforme tanto las dolorosas y complicadas realidades en acontecimientos portadores de su reino de gracia y de salvación. Amén.

Carora 24 de octubre de 2020

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                 

domingo, 18 de octubre de 2020

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020 - HOMILIA

 DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

HOMILIA

Lecturas: Is 45,1.4-6; Salmo 95; 1 Tess 1,1-5; Mt 22,15-21

 

Muy amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

Los textos evangélicos que hemos escuchado en estos últimos domingos y también el de hoy, se escenifican en Jerusalén, en un ambiente de creciente agresividad hacia Jesús. Sus adversarios se unen, sin escrúpulo alguno, para descalificarlo, arrastrarlo a los tribunales, conseguir su condena y ejecutarlo. Los autores de la pregunta capciosa no dan la cara, sino que envían unos discípulos suyos en compañía del brazo secular, unos herodianos, para que se la planteen. Después de intentar confundirlo con elogios, para exaltar su vanidad-tiempo perdido con Jesús- le lanzan el dardo envenenado: “¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”. Los judíos no tenían claro si debían pagar impuestos a la potencia invasora o no.

La pregunta intenta arrastrar a Jesús a arenas movedizas letales. Es efectivamente en el terreno económico donde se termina develando la sumisión de una persona a un poder político dominante. Si a la pregunta Jesús contesta que sí, aparecerá como un colaborador del imperio romano y perderá su popularidad ante el pueblo, que aspira a su libertad, y será por consiguiente más fácil eliminarlo. Si dice que no, será acusado de enemigo del César, y, por consiguiente, juzgado por el brazo ejecutor del poder imperial, en este caso Herodes y sus huestes, como un terrorista peligroso para la “pax” romana.

Jesús que lee en sus corazones, en sus miradas, en sus bolsillos y en sus mentes, llenas de hipocresía, sus aviesas intenciones, les pide que le muestren la moneda con la que se paga ese tributo. “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” les pregunta. Del César, le contestan. La moneda lleva efectivamente acuñada la imagen del emperador Tiberio con la inscripción siguiente: “El Emperador Tiberio, hijo del divino Augusto, digno de adoración”.

¿Qué mandaba Roma? Paga el impuesto al César, que es un ser divino, y adora a los dioses de Roma puesto que vives bajo su imperio. Con su respuesta Jesús establece una distinción: Dice si al pago de los impuestos. Dice no a la divinización del emperador de Roma. Los apóstoles, siguiendo este criterio fundamental asentado por Jesús, instruirán a los fieles cristianos para que distingan claramente entre sus compromisos sociales como ciudadanos del imperio (1 Pe 2,13; Rm 13,1), y su firme convicción de no postrarse, ni adorar, ni incensar, bajo ninguna circunstancia, ni al emperador ni a sus ídolos. 

Como todos sabemos esta firme negación fue la causa que desató las primeras persecuciones masivas de los cristianos. Todo el libro del Apocalipsis tiene por finalidad principal sostener a las comunidades cristianas, enfrentadas a estos embates, para que no sucumbieran y se mantuvieran firmes en la fe hasta el martirio (Cfr Ap 12 y 13).

La respuesta de Jesús: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”, es quizá una de las frases bíblicas más conocidas del Señor y también una de las más manipuladas y mal interpretadas. No es la intención de Jesús dividir el mundo en dos reinos, colocándolos a los dos en el mismo plano y en un mismo nivel de igualdad. Tampoco quiere dar a entender que se trata de dos órdenes separados, totalmente independientes uno del otro, uno que se ocupa de las cosas terrenas, y otro que solo se ocupa de cosas espirituales.

No han faltado a lo largo de la historia modelos políticos que se han inspirado en estas interpretaciones sesgadas, para imponer modelos teocráticos o totalitarios opuestos a la libertad religiosa. Hoy en día las encontramos presentes tanto en los regímenes comunistas que pretenden encerrar a la Iglesia en las sacristías, como en los regímenes liberales secularistas que quiere reducir la vida espiritual y religiosa al ámbito subjetivo, intimista y privado.

La Iglesia, siguiendo el criterio asentado por Jesús en esta respuesta, si bien reconoce la legítima existencia del estado y por consiguiente su esfera propia y autónoma de actuación (Cfr. Vaticano II GS No 36), deja bien claro que no es el valor supremo y que, por encima de él, está Dios. De no ser así la humanidad quedaría, como lamentablemente ocurre aún en nuestros días, siempre sometida a los poderes dominantes e imperiales de turno. 

Ya desde el Antiguo Testamento, sobre todo en los escritos proféticos, como lo acabamos de escuchar, por ejemplo, en la primera lectura de Isaías, se asienta claramente la supremacía de Dios sobre los poderes terrenales. Por encima del gran monarca Ciro, con todo el inmenso poder humano que ostenta, está Dios, están los designios de Dios y, aunque Ciro no lo conozca ni lo sepa, no es él quien lleva las riendas de la historia: es el Señor. “No hay otro dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro”.

La pregunta nos la dirige hoy a cada uno de nosotros: ¿Cuál es la imagen y la inscripción que llevas sobre ti? Los seres humanos no estamos hechos para reproducir las efigies idolátricas del yen, del euro o del dólar. No debemos transformar en ídolos figuras políticas, ideológicas, tecnológicas, artísticas, religiosas, deportivas. Nuestra referencia es Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido hechos. Él es nuestro creador; “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,27). No tenemos otros señores fuera de él. 

Él no nos pide que sacrifiquemos a nadie. Nos pide que, siguiendo los pasos de Jesús, nos entreguemos nosotros mismos a promover entre nosotros y con tantos hombres y mujeres de otras razas, lenguas y religiones, un mundo más justo, más fraterno, más amistoso y misericordioso. Este es el mensaje fundamental que nos acaba de entregar el Papa Francisco en su última encíclica “Fratelli Tutti”.

La tarea que tenemos por delante es ardua porque los seguidores de Jesús estamos inmersos en este mundo, y no pocas veces nos vemos envueltos en sus tramas de corrupción idolátrica. Necesitamos por ellos, vivir más unidos que nunca. El aislamiento en el que nos mantiene la pandemia es sumamente peligroso porque debilita nuestro sentido de cuerpo, nuestra cohesión fraterna, nos induce a relativizar la importancia de la oración, de la vida y de la celebración comunitaria.

Hermanos, Jesús nos invita a mantener nuestra conciencia libre, lúcida. No nos dejemos domesticar ni anestesiar por los que pretenden desestructurar la identidad de la persona humana, eliminando las evidencias biológicas para moldearnos a su guisa, como seres asexuados, indefinidos, maleables y plásticos. No permitamos que ningún ser humano se erija en amo y señor de nuestro país, de nuestra sociedad, de nuestras familias y de nuestras vidas. Nuestro único Señor es Dios tal como su Hijo Jesús nos lo ha dado a conocer. “Nunca perdamos de vista, como nos lo aconseja hoy Pablo, que es él quien nos ha elegido”. “En ningún otro se encuentra la salvación; ya que no se ha dado a los hombres bajo la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados” (Hech 4,12).  

Carora, 18 de octubre de 2020

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                 

domingo, 11 de octubre de 2020

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020 - DIOS NOS INVITA A TODOS A SU BANQUETE

 

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

HOMILIA

DIOS NOS INVITA A TODOS A SU BANQUETE

Lecturas: Is 25,610; Sal22; Fil 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14

 

Mis queridos hermanos en Cristo Jesús,

La parábola de hoy, como todas las recogidas por Mateo en esta última parte de su evangelio, tiene sabor escatológico; es decir nos traslada a los tiempos finales en que tiene lugar el juicio de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Ya los profetas, como lo acabamos de ver en la primera lectura, presentaron este juicio bajo la forma de un gran banquete. Allí quedaba claro, no ya quienes fueron invitados, sino quienes, en definitiva, ingresaban a la sala del banquete.

En la parábola del domingo pasado, la de la viña y de los viñadores asesinos, Jesús resumió la historia de la salvación, narrada en el Antiguo Testamento.  Dios, el propietario de la viña, rodeó a Israel de todas las atenciones y cuidados para que produjese frutos de fidelidad y justicia. Pero Israel no hizo caso, no escuchó a sus enviados los profetas, se dejó arrastrar incluso por la violencia y a la codicia, no produjo los frutos esperados. Por eso el propietario decidió quitarles el cuidado de la viña y ponerla en otras manos para que la cultivaran.

Ahora Jesús remacha su enseñanza anterior, valiéndose esta vez del símbolo bíblico del banquete de bodas del hijo del rey. La primera parte de la parábola se centra en dos categorías de invitados a la boda. La primera categoría son los invitados importantes, que se niegan a asistir por intereses personales, prefieren atender sus negocios, y no dudan en utilizar la violencia, para hacerle ver al rey que ellos también son poderosos. La segunda categoría son los invitados de reemplazo, carentes de títulos, poderes y relevancia; vienen porque los servidores del rey los van a buscar y los sacan de los cruces de los caminos; inicialmente excluidos, acogen inmediatamente la invitación, acuden con alegría y llenan de una vez la sala de bodas.

La segunda parte de la parábola añade que muchos de esos invitados del primer y segundo grupo no llegan a acceder al banquete de bodas. No se convierten en elegidos. No porque Dios los rechaza, sino porque ellos mismos se auto-excluyen. Los primeros porque rechazan de plano y groseramente la invitación; los segundos porque se niegan a llevar el traje apropiado. En ambos casos se comportan indignamente. Por eso concluye Jesús su relato parabólico con esta comprobación: Son muchos los invitados, pero pocos los escogidos.

Hay que dejar claro que estas parábolas de la entrega de la viña a nuevos viñadores y de la auto-exclusión de los primeros invitados en favor de unos advenedizos, no hay que interpretarlas como un rechazo definitivo por parte de Dios del pueblo de Israel en favor de la Iglesia de Cristo. Basta leer detenidamente Rom 9-11 para convencerse de lo contrario. Jesús no pretende condenar a su pueblo, sino hacerle un fuerte llamado a la conversión. Lamentablemente esta lectura errónea de estos textos y de los relatos de la pasión, dieron pie en siglos pasados, en el mismo seno de la Iglesia, al recrudecimiento del anti-semitismo, con todas sus atroces consecuencias. Gracias a Dios la Iglesia católica dio un vuelco a estas relaciones con el judaísmo en el Concilio Vaticano II y desde entonces avanza un diálogo paciente y fraterno con su hermano mayor.

Por eso es importante fijarse en la segunda parte de la parábola, en la que uno de los invitados es expulsado a las tinieblas exteriores, por no llevar puesto el traje de fiesta. Esto quiere decir, que también los miembros de la Iglesia, convertidos en nuevos invitados, corren el riesgo de ser arrojados fuera de la sala del festín, donde prevalece el llanto y la oscuridad, si no se encuentran revestidos con el traje apropiado. Todos sabemos que es una gran afrenta que se le hace a un amigo que invita a una gran fiesta a su casa, presentarse en traje de faena.

Hermanos y hermanas, la invitación que nuestro Dios nos a entrar en el banquete de bodas de su Hijo Jesús, no es un pase automático, para presentarnos como nos dé la gana, desarreglados, descompuestos y en atuendos playeros. Para transformarnos de invitados en elegidos y entrar en la sala del banquete, necesitamos llevar el traje de bodas. ¿Y cuál es ese traje? Ese traje es el mismo Jesús. Debemos revestirnos de Jesús.

San Pablo nos da su testimonio en la segunda lectura de cómo é,l revestido del poder de Cristo, pudo sortear todas las circunstancias de la vida que se le presentaron. En varias de sus cartas, Pablo les pide a las comunidades destinatarias que se despojen de su conducta pasada, del hombre viejo, y se revistan del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos del instinto (Rm 13,14); En una palabra, les pide que sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo que los amó hasta entregarse por ellos a Dios (Ef 4,22-5,2; Col 3,8-17).

Este banquete de bodas del Hijo de Dios con la humanidad, es la gran oferta final que Jesús trae e inaugura con su propia persona, su vida y su predicación para toda la humanidad. Los cristianos católicos vivimos esta experiencia en la eucaristía, particularmente la misa dominical. San Pablo nos advierte que nos presentamos indignamente cuando fomentamos las divisiones, cuando no compartimos nuestros bienes con los pobres, cuando no fomentamos fraternidad, no fortalecemos la vida comunitaria. Dice claramente San Pablo que “quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente, comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor. En consecuencia, que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la copa. Quien come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena.” (1 Co 11,27-29).

Aceptar la invitación de Dios, nos compromete a una seria y constante conversión. No podemos decirle Si a Dios dejando que en nuestra vida todo siga igual. Muchos nos hemos dejado influenciar por una civilización marcadamente individualista que nos lleva a querer hacer las cosas a nuestro modo, a entender el cristianismo del modo que más nos acomode, sin darnos cuenta que tales actitudes nos auto-excluyen de la verdadera comunión de amor con Dios y con nuestros hermanos.

Si queremos formar parte en el mundo de hoy de los que construyen con los demás hombres y mujeres de buena voluntad una civilización fraterna, marcada por el signo de la amistad social, como nos lo pide insistentemente el Papa Francisco en su última Encíclica “Fratelli tutti”,  pidámosle al Señor que nos haga descubrir las disposiciones interiores que nos están haciendo falta, ese traje de  fiesta Jesús desea lleven los que quieren andar con él, vivir con él y compartir su Evangelio y su suerte.

Carora 10 de octubre de 2020

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo emérito de Maracaibo

Administrador apostólico sede vacante de Carora

domingo, 4 de octubre de 2020

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020 - HOMILIA

 

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

HOMILIA

Lecturas: Is 5,1-7; Salmo 79; Fil 4,6-9; Mt 21,33-43

 

Muy queridos hermanos,

Un propietario plantó él mismo un viñedo, lo cercó, lo dotó de una torre de vigilancia y de un lagar y se lo arrendó a unos viñadores. En el momento de la vendimia, envió criados a recoger la parte que le correspondía, pero los viñadores los maltrataron. Envió finalmente a su hijo, pero los viñadores lo mataron y quisieron apoderarse de la viña y no ser más meros viñadores sino los propietarios. 

¿No les recuerda, mis queridos hermanos, esta parábola, otra historia? Se la recuerdo. El Señor Dios hizo el cielo y la tierra y plantó en el Edén un espléndido jardín. Luego tomó al hombre que había creado y lo colocó en el jardín para que lo guardara y lo cultivara. Luego creó a Eva para que no estuviera solo. Pero, tentados por la serpiente, decidieron no ser solo cultivadores y cuidadores del jardín, sino sus dueños y señores en lugar de Dios. “¡Serán como Dios!”

No ser criaturas ser dioses. No ser simples administradores, sino propietarios. Es la vieja tentación que siempre está rondando en la mente de los seres humanos, recogida en el mito de Prometeo, símbolo de los que se quieren apoderar por la fuerza o la astucia de los poderes de Dios. No han faltado en la historia y en la actualidad los que le dan la razón a Satanás y pregonan que el verdadero camino es hacerse uno mismo dios y no esperar que otro Dios ajeno les dicte lo que tienen que hacer.

Como tantas veces lo ha reafirmado el Papa Francisco en este tiempo de pandemia, podemos llegar a ser víctimas del engaño de creer que somos todopoderosos y olvidar que navegamos todos en la misma barca y en el mismo mar. O llegamos todos a buen puerto o no llega ninguno. La pandemia del COVID-19 ha dejado al descubierto que tenemos una pertenencia de hermanos (FT 32); estamos llamados a repensar nuestros modos de vida, relaciones, organización de nuestras sociedades y sobre todo nuestra existencia a la luz e inspiración de nuevos modos de vidas más abiertos a la fraternidad y a la amistad social entre pueblos, razas, credos y culturas. (FT 33).

El marxismo ateo está rebrotando bajo nuevas formas atractivas como la ideología del género y el feminismo radical. No menos atea es la sociedad del entretenimiento, del placer y del consumo que quiere introducir el neoliberalismo económico globalizado. Aunque parezcan teorías antagónicas confluyen en la pretensión de construir, con las propias fuerzas humanas, un paraíso terrestre, considerando al ser humano, la vida y el cosmos no como algo encomendado sino como algo propio de libre disposición; reduciendo así el Reino de Dios a una realidad totalmente terrenal sin ningún tipo de trascendencia.

La viña es un símbolo muy usado en la Biblia para identificar al pueblo de Israel. Una viña, un viñedo es un bien patrimonial muy importante en la familia (Cfr.1 Re 21,1-29). Jesús se vale de esa imagen tal como la presenta el profeta Isaías en la primera lectura, para dejar en claro que la viña es propiedad de Dios.  Jesús les reprocha a los sacerdotes y los ancianos del pueblo, que, en vez de poner la Palabra de Dios, la Ley los mandamientos de Dios al alcance de los pequeños y de los pobres, “se han apoderado de la llave de ese saber”, se han ensoberbecido de su conocimiento y han impedido que los pequeños tengan acceso al Reino de Dios (Lc 11,52; Mt 23,13). Los dones y carismas, recibidos gratuitamente de Dios no han de ser nunca motivo de orgullo ni de prepotencia, sino un “talento” que debe ser administrado responsablemente y de los cuales Dios nos pedirá cuenta en el último día. “¿Qué tienen ustedes que no hayan recibido?”, recrimina Pablo a los corintios (Cfr. 1 Co 4,7)

La parábola resume toda la historia del pueblo de Israel, la viña elegida del Señor, narrada en el Antiguo Testamento. Jesús es ese Hijo que el Padre envía de último, después de los patriarcas, jueces, reyes, profetas, guerreros y sabios, con la esperanza de que, por tratarse de su Hijo, lo respetarán, lo escucharán y lo reconocerán como el Mesías. Pero ellos no quieren cultivar la viña de esa manera. No quieren educar al pueblo sencillo, no quieren que ellos puedan tener el Espíritu de Dios como lo anunció Joel (Jl 3,1). Quieren un pueblo ignorante, manipulable, dócil, que no se entere de sus acciones inmorales y corruptas. Por eso ven en la persona y el mensaje de Jesús un adversario que pone en peligro su poder religioso, económico y político y deciden eliminarlo. Tal como ocurre en la parábola lo agarrarán, lo echarán fuera de la viña y lo matarán.

Los viñadores, para apoderarse del viñedo, echaron mano de la violencia, del maltrato y del crimen. La larga historia de la humanidad, sobretodo en estos dos últimos siglos, nos ha dejado muy en claro que no se puede construir una civilización humana, que sea un bien para todos, mediante distintas y sofisticadas formas de eliminación de seres humanos. Jesús nos recuerda que esto jamás será el camino para devolver esperanza y obrar una renovación en este mundo. El camino es otro; es el camino inaugurado por Jesús. El camino del amor abierto.

Hoy el Papa Francisco ha hecho pública su nueva encíclica “Fratelli tutti” (FT), sobre la fraternidad y la amistad social entre seres humanos, naciones y religiones. Ha querido firmarla sobre la tumba de San Francisco de Asís, cuya fiesta hoy celebramos, santo del cual él ha tomado el nombre y de quién para escribirla ha recibido una particular inspiración.

Frente a las diversas formas de eliminar o de ignorar a otros, “Fratelli tutti” quiere ser una invitación a reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad abierta y de amistad social. El Santo Padre anhela que en esta época logremos superar las sombras de un mundo cerrado, nos hagamos prójimos de todo ser humano herido y tirado a la vera del camino, superemos los modelos de vida excluyentes y adoptemos formas sociales más solidarias e inclusivas; reconozcamos, de forma real, la dignidad de todas y cada persona humana, y avancemos, entre todos, un deseo mundial de hermandad.

La vocación de nosotros los cristianos como miembros de esta humanidad es darle al mandamiento del amor mutuo que nos dejó nuestro Señor, su plena y total universalidad. Nuestra vocación, para los tiempos post pandémicos no es otra que la de superar los antagonismos, abrir puertas, acoger al otro, construir puentes, emprender una vasta campaña para aprender a dialogar, a convivir, a respetarnos, a apreciarnos, a conocernos, a hacernos hermanos.

Las dificultades son la oportunidad para crecer y no la excusa para la tristeza (FT 78). estamos llamados a convocar y a encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades y donde apreciemos como hermanos “todo lo que es verdadero y noble, cuando hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio. Y el Dios de la paz estará con nosotros” (2ª. lectura). Amén.

Carora, 4 de octubre de 2020

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora