domingo, 31 de diciembre de 2017

Oración de fin año - 2017

Comparto con ustedes, hermanos y amigos, esta oración de fin año. Es una propuesta que nos puede ayudar a una pequeña liturgia familiar y que se puede recitar en plural.

ORACIÓN DE FIN DE AÑO

Señor,
Al término de este año quiero darte las gracias
Por todo lo que recibido de ti.
Gracias por la vida y por el amor dado y recibido,
Por las flores el aire y el sol,
Por la alegría y el dolor,
Por lo que ha sido posible
Y por aquello que no pudo ser.

Te regalo todo lo que he hecho este año,
El trabajo realizado,
Las cosas que pasaron por mis manos,
Y lo que con ellas he podido construir.

Te ofrezco las personas que m aman y que siempre he amado,
Las nuevas amistades, las personas cercanas a mí,
Los que se fueron lejos,
Los que han partido de esta vida,
Los que me han pedido ayuda y he podido ayudar,
Las personas con quienes he compartido mi vida,
Los trabajos, dolores y alegrías.

Hoy, Señor, quiero pedirte perdón
Por el tiempo mal utilizado, por el dinero malgastado,
Te pido perdón por las obras vacías,
Por el trabajo mal hecho,
Por haber vivido sin entusiasmo,
Por los tiempos de oración que no te he dedicado,
Por todos mis olvidos, mis silencios,
Te pido humildemente perdón.

Señor del tiempo y de la eternidad,
Tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
A las puertas de este año nuevo,
detengo mi vida ante el calendario,
Que está por inaugurarse,
Y te ofrezco de una vez todos los días
que solo Tu sabes que llegaré a vivir.

Hoy te pido para mí y para mis seres queridos.
Paz, alegría, fuerza, prudencia, caridad y sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad.
Cierra mis oídos a toda falsedad,
Mis labios a las palabras mentirosas y egoístas
O que puedan herir a otros.
Por lo contrario, abre mi ser a todo lo bueno,
De tal forma que mi espíritu se llene solamente de bendiciones
Y las pueda ir esparciendo en torno a mí.

Lléname de bondad y de alegría,
Para que aquellos que conviven conmigo
Encuentren en mi vida un poco de ti.

Señor, dame un año feliz
Y enséñame a difundir con mi vida tus bienaventuranzas.

Te lo pido en nombre de Jesús. Amén

(Oración compuesta por Arley Tuberqui,
un campesino latinoamericano).

domingo, 24 de diciembre de 2017

HOMILIA DE NAVIDAD 2017

HOMILIA DE NAVIDAD 2017
Muy amados hermanos,
“¡Hoy hemos visto cosas maravillosas!” exclamaron los pastores al regresar aquella bendita noche de la gruta de Belén. ¿Qué habían visto? A una mamá, a su esposo y a un niño recién nacido acostado en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Pero ellos dicen que vieron cosas maravillosas! Lo que vieron podía llamarles la atención por lo extraño y particular de la ubicación de ese nacimiento y la cuna del niño, pero no maravillarlos.
Entonces ¿qué fue lo que vieron que los maravilló? Para saberlo hay que a la buena noticia que un ángel les hizo de parte de Dios aquella noche, después de ser envueltos en la gloria y la luz del Señor. Es sin duda algo maravilloso, para unos pobres pastores nocturnos, verse envuelto en la gloria y la luz del Señor y recibir un anuncio en un contexto tan solemne de parte de un ángel. Pero el anuncio no decía que esa manifestación divina era lo maravilloso.  Había algo más que no habían visto aún. Además, no se trababa de cualquier noticia, de una noticia más. Era una noticia de tal magnitud que los llenaría de alegría no solo a ellos, ni a unos poquitos sino a todo el pueblo. Y ¿cuál es esa famosa noticia que les causó tanta alegría que empezaron a difundirla por donde iban pasando?
Precisamente lo que vieron: “un niño acostado en un pesebre y envuelto en pañales”. Era la señal que les había dado el ángel: “encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. En ese lugar inhóspito, en ese atuendo tan común, yacía un niño y en él reconocieron nada menos que “el Salvador, el Mesías, el Señor”.  Todo coincidía con las palabras del ángel y el grandioso coro del ejército celestial. Ellos eran los primeros en enterarse de una noticia que sobrepasaría los estrechos límites del pequeño pueblo de Belén, incluso de toda Palestina y se difundiría en el mundo y la creación entera.
Y ¿cómo unos hombres iletrados sin preparación alguna pudieron ver en ese niño al Mesías, al Señor, al Salvador? Porque primero “fueron envueltos en la luz y en la gloria del Señor”. Con los ojos de la tierra vieron un niño, con los ojos de la fe vieron al “Mesías, al Señor, al Salvador”. Fue esa misma luz la que hizo que volvieran de Belén glorificando y alabando a Dios “por lo que habían visto y oído y todo los que oyeron los que decían los pastores quedaban a su vez maravillados".
Ellos fueron los primeros pobres evangelizados que gozaron de la dicha de ver lo que otros no ven y oír los que otros no oyen, anunciada por Jesús en su primera bienaventuranza. Evangelizar a los pobres será precisamente la misión primordial asumida por Jesús. “He sido enviado para evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Mientras Augusto convocaba un censo para empadronar a la colonia judía y cobrarles más impuestos y Herodes cometía toda clase de crueldades para proteger su trono, el Señor llevaba a cabo con los pequeños lo que ya había cantado su madre María cuando visitó a Isabel: “Derribó a los poderosos de sus tronos y elevó a los humildes” (Lc 1,52).
Ellos fueron los primeros en pasar por el nuevo puente, cantado por el coro de los ángeles, la escala soñada por Jacob (Gen 28,12), e inaugurado por el Hijo de Dios hecho hombre (Cf He 10,20), por el que, esta vez para siempre, quedarían comunicados los hombres con Dios, el cielo con la tierra, las criaturas con el salvador.  Lo que el salmista anunció en el antiguo testamento en futuro, con el inicio del Nuevo se ha vuelto una realidad: “La salvación ya está entre sus fieles, y la Gloria de Dios habita en nuestra tierra. El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan, la verdad brota de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo… ¡Nuestra tierra da su cosecha!” (Sal 85). ¡Por fin se abrían los cielos y las nubes llovían la salvación! (Cf Is 45,8; 55,10-11).
Estos humildes pastores, figuras descalificadas y de baja credibilidad en su época, se transformaron, a su vez, en los primeros evangelizadores, junto con María y José. Fueron los primeros en difundir la buena noticia, el evangelio de la anhelada llegada del Mesías a su pueblo. Hacían suya, sin saberlo, la hermosa poesía del salmista: “Cada generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos tu esplendorosa majestad y yo recito tus maravillas. Celebran la memoria de tu inmensa bondad y aclaman tu victoria y yo narro tus grandezas” (Sal 145). Les tocaba a ellos ahora difundir la gran noticia del advenimiento del Salvador a este mundo.
Nosotros también estamos convocados a seguir difundiendo esta gran noticia que retumbó en la noche estrellada de Belén. Como los primeros pastores, “vayamos a Belén a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer”. Que el Señor nos envuelva también en el esplendor de su gloria y se abran luminosos nuestros ojos de la fe para que, así como lo pastores, en aquel pobre establo de Belén, vieron estallar la fuerza de la vida y de la esperanza, sepamos también nosotros descubrir la presencia del amor salvador de Jesús en las manifestaciones sencillas y pequeñas de la vida cotidiana.
Grandes calamidades se están abatiendo sobre nosotros. Pero hoy no es el día para desgranar las cuentas de los misterios dolorosos de los venezolanos. Hoy es el día para celebrar con renovado gozo la Natividad de nuestro Señor. Nuestra fe y nuestra esperanza siempre han de ser más grande que nuestros dolores y sufrimientos.
Es muy posible que la Navidad de este año se parezca más a la navidad original, la de Jesús, y menos a las navidades comerciales y a sus personajes consumistas. Si tenemos a Jesús con nosotros tenemos la luz y la esperanza del mundo. “Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, la inseguridad, la violencia? De todo esto saldremos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado…Ni las alturas ni las profundidades ni cualquiera otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8, 31-39).
La celebración de la verdadera Navidad da fuerzas, infunde ánimo, alimenta nuestra esperanza. Y ella siempre está a nuestro alcance. La alegría de Navidad está en abrir con generosidad las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa para que entre el Señor, y con él, la salvación llegue a nuestra familia y a nuestra patria.
No digamos que no es Navidad porque no tenemos regalos que dar ni recibir. Compartamos solidaridad. Compartamos esperanza. Compartamos ánimo y consuelo. Ayudémonos a llevar nuestras cargas los unos a los otros. Regalémonos perdón, olvido de ofensas, reconciliación entre hermanos. Vayamos al encuentro de los niños abandonados, de los ancianos desamparados, de los enfermos no visitados. Fortalezcamos nuestras amistades. Démosle mayor atención y unidad a nuestra familia.   
Que Navidad se transforme en un acontecimiento de tal magnitud que deje una huella profunda en nuestra manera de pensar, de vivir, de relacionarnos con los demás seres humanos. Que penetre tan profundamente en nuestra vida personal y comunitaria que nos empuje a colaborar con Dios, con esperanza y gran empeño, en su plan de salvación. Hay mucho que construir juntos, hay mucho que emprender con ahínco y tenacidad, hay muchos seres humanos que serán más humanos y más hermanos si nos damos como propósito, en el 2018, ir contando como los pastores, lo que hemos visto y oído, la buena nueva de la presencia salvadora de Dios. Un amor único que vino para quedarse.

Maracaibo 25 de diciembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 17 de diciembre de 2017

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B 2017 - HOMILIA

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILIA

Con este domingo nos encontramos en el corazón del adviento. La Palabra de Dios de los domingos anteriores nos ha exhortado a cultivar la esperanza y a prepararnos con atención y diligencia a la venida celebrativa de la próxima Navidad y del advenimiento definitivo de Jesús al final de los tiempos en la Parusía. Se nos hizo ver la necesidad de rellenar los barrancos de nuestra vida, de enderezar nuestras sendas torcidas, de rebajar nuestras montañas de pecado, de sacar el pedrusco que nos impide avanzar, con los demás hermanos, al encuentro del Señor que viene.
Las lecturas de hoy colocan ante nuestros ojos tres mensajeros fundamentales con los que el Señor culminó la preparación de la llegada de su Hijo Jesús al mundo: el profeta Isaías, la Virgen María y Juan el Bautista. Cada uno de ellos sabe perfectamente qué espera Dios de cada uno de ellos y qué papel les toca asumir en el Plan de salvación. Y cada uno lo asume con alegría.
Isaías exulta de gozo al conocer cuál es su misión. Le toca dejarse envolver por el Espíritu y ser enviado “a dar la buena noticia a los pobres de su pronta liberación, a vendar los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los cautivos, a gritar liberación a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. Llevar a cabo esa misión es para él como andar vestido de fiesta y sentirse envuelto en un manto de triunfo. En medio de su exultación percibe que ese es el modo en que el Señor quiere sembrar entre los hombres su salvación y siente el deseo de que todos los pueblos lleguen a compartir este mismo júbilo. Lo que no sabía en ese momento Isaías es cuánto exultaría otro enviado de Dios, Jesús de Nazaret, al tocarle leer este texto en la sinagoga (Cf Lc 4,18ss) y descubrir que era a él precisamente a quien le tocaba llevar a plenitud esta misión para que la salvación llegara hasta los últimos confines de la humanidad.
En el salmo responsorial es María de Nazaret la que entona su canto de gozo. Todo su ser exalta al Señor. Desde muy dentro de su corazón brota un manantial inagotable de alegría a causa de Dios su salvador. Ella también, con el anuncio del ángel Gabriel y su encuentro con su prima Isabel, ha descubierto qué quiere Dios de ella, cuál va a ser su misión. Y se pone totalmente, como una pequeña servidora, una humilde esclava, en las manos del Señor para que El lleve adelante su proyecto salvífico.  “Hágase en mi según tu palabra” será el lema permanente de su vida. Quiere que todas las generaciones entiendan que allí está la raíz de su felicidad.
El evangelio de hoy vuelve a colocar delante de nosotros la imponente figura de Juan el Bautista que ya apareció en el evangelio del domingo pasado. Esta vez es Juan el evangelista quien nos lo presenta. El Bautista tuvo un gran arrastre popular, se vio rodeado de discípulos. Su predicación hizo mella tanto en el pueblo sencillo como en los dirigentes. Muchos vieron en él un nuevo Elías, restaurador del reinado legítimo según Dios (Mal 3,23-24); otros lo consideraron el profeta anunciado por Moisés para los últimos tiempos (Dt 18,15). Y no faltaron quienes vieron en él hasta el mismo Mesías. Juan se hubiera podido dejar embriagar por su fuerza carismática sobre las muchedumbres y caer en la tentación de hacer suyo algunos de esos títulos.
Sin embargo, no se dejó arrastrar por ese camino. Declara rotundamente: Yo no soy ni Elías, ni el Profeta ni el Mesías. “No soy sino una simple voz de la que Dios se quiere servir para anunciar la llegada de su Palabra definitiva y salvadora. Esa persona ya está en medio de ustedes y, aunque vino después de mí, no soy digno ni siquiera de desatar la correa de sus sandalias. Esta misión lo embarga de alegría. Así mismo lo expresa en un texto recogido más adelante por el evangelista Juan:” Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. Ahora mi alegría es plena” (Jn 3,28).
Después que Jesús inició su misión él se retiró en el silencio. Lo importante para él era que Cristo creciera no él. Todos sabemos que no es fácil ceder el puesto y la guía y volverse un simple colaborador de otra persona para que lleve adelante su misión. ¡Cuántos líderes no quieren atornillarse en el poder, llevándose por delante a quien pretenda recordarle su transitoriedad! ¡Cuántos no se montan en la plataforma de su popularidad para lanzarse en busca de cargos para los cuales no son aptos y ofrecen en sus programas promesas huecas, basadas en la mentira y en la manipulación!
¡Qué importante es saber qué quiere Dios de nosotros para llevar adelante su plan de salvación! ¡Qué importante que haya personas humildes y sencillas, buscadoras de la verdad, animadas por el único deseo de mostrar la presencia de Dios en la historia y en nuestras vidas! Pablo, en la segunda lectura, exhorta a los tesalonicenses a reproducir este modelo de personas:  a vivir totalmente consagrados -espíritu, alma y cuerpo- a Dios. No han de desanimarse, ni angustiarse ante los problemas y los obstáculos que surjan porque “Aquel que los ha llamado es fiel y cumplirá su palabra”.  Cuando nuestra vida calza con nuestra verdadera vocación, entonces se ve inundada también de una gran alegría.
Estos son los testigos claros y contundentes que necesita el mundo de hoy plagado de tantos engaños y mentiras que se quieren vender como verdad. ¡Cuántos pobres no están esperando que les llegue por fin la buena noticia de su salvación! ¡Cuántos ciegos que le ayude a abrir sus ojos a la Verdad! ¡Cuántos seres humanos, paralizados por la ignorancia, que necesitan ponerse a caminar! ¡Cuántos niños y mujeres sometidos al maltrato, a la prostitución, a la explotación laboral, no están esperando que les llegue también a ellos un Isaías, un Bautista!
Los cristianos tenemos aún mucho campo para nuestra misión. No nos durmamos. No somos nosotros los que cambiaremos el mundo. Es la fuerza del amor de Dios que cambia el mundo. Pero necesita enviados, servidores, voces que se pongan a su disposición para llevar adelante su proyecto hasta los últimos rincones de la tierra. Todo esto se puede empezar a hacer realidad en estas próximas Navidades si nos preparamos con seriedad a acoger el mensaje de la verdad sobre la llegada de Jesús y no seguir ahogando esa verdad bajo tanta parafernalia pseudo navideña que en vez de hacer que refulja la Verdad la encubre y la falsifica.
Uno oye decir por ahí que la situación país ha acabado con la Navidad. ¡Cuidado! No confundamos la Navidad con productos, con comidas, con vestidos. No nos dejemos robar la misión que tenemos de vivir la Navidad y comunicarla en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es el buen momento para preguntarnos qué es para mí la Navidad, para descubrir lo esencial de nuestras vidas y la verdadera relación que debemos de establecer con las cosas de esta tierra.
Señor, nos pides que llevemos la alegría del evangelio a nuestro entorno. Ayúdanos a descubrir cuál es nuestro puesto en tu plan de salvación y la misión que nos ha confiado al venir a esta tierra y conocer a Jesucristo tu hijo amado, como nuestro salvador. Que allí se encuentre la fuente de nuestra verdadera alegría. Que como Juan nos alegremos al ver la llegada de la Luz y nos dispongamos a ser su voz sencilla y alegre; que como el profeta tomemos conciencia de que nosotros también hemos recibido en el bautismo y la confirmación la gracia del Espíritu Santo. Que somos ungidos, consagrados, enviados a llevar la Buena Nueva donde nos toque.  Que seamos cristianos alegres como María que supo reconocer y cantar las maravillas que hiciste a través de ella.
Maracaibo 17 de diciembre 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 10 de diciembre de 2017

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO 2017 - HOMILÍA - ABRAMOS CAMINO A LA ESPERANZA QUE CRISTO JESÚS NOS HA TRAÍDO

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO 2017
HOMILÍA
ABRAMOS CAMINO A LA ESPERANZA QUE CRISTO JESÚS NOS HA TRAÍDO

Queridos hermanos,
El adviento nos pone, llenos de alegría y esperanza, en marcha hacia el encuentro con Jesús el Hijo de Dios en el misterio de su nacimiento en Belén y en su glorioso retorno al final de los tiempos. Hacemos este camino acompañados por el evangelio de S. Marcos y varios testigos del Antiguo y del Nuevo testamento.
Recordemos que este evangelio fue el primero en circular entre las comunidades cristianas de finales del siglo I. En ese momento los seguidores de Jesús enfrentaban grandes dificultades externas e internas. Después de la destrucción del templo en el año 70 DC, se fue intensificando la confrontación con el imperio romano y con la comunidad judía reorganizada en torno a los escribas y fariseos. 
El acoso romano sembraba el miedo en estos recién convertidos. Las comunidades judías terminaron expulsando a los cristianos de las sinagogas. Existían además los discípulos de Juan que lo presentaban como el verdadero Mesías. Ante tantos ataques y dudas, el evangelio de Marcos apareció para responder a las preguntas más acuciantes: ¿Quién en Jesús? ¿Quién es Juan el Bautista? ¿Qué camino deben de seguir los seguidores de Jesús? ¿Cómo comportarse antes tantos acosos?
El evangelio de S. Marcos responde a todas estas preguntas. Hoy leemos el inicio de este texto. Y desde el principio, Marcos trae un anuncio que va llenar a todos de alegría y esperanza, que los va a animar a mantenerse unidos, como discípulos de Jesús, y a afrontar todas las dificultades que se presenten. Y ese anuncio es: Jesús es el evangelio, la buena noticia de Dios porque a él, su Hijo amado, Dios lo constituyó Mesías (que es lo mismo que Cristo), para que llevar a cabo su plan de salvación de la humanidad. Esta afirmación fundamental será el contenido de toda su obra. De hecho, concluye su evangelio con esa misma afirmación, hecha al pie de la cruz por el oficial romano encargado de su ejecución: “Realmente este hombre era Hijo de Dios” (15,39).
Jesús es el Hijo de Dios. En él se cumplen todas las profecías del antiguo testamento que Juan el Bautista, voz que clama en el desierto, recoge, como último de los profetas. Juan no es sino el precursor, el nuevo Elías, vestido como él, que viene a preparar un pueblo bien dispuesto para que reciban a Dios. Se cumplen las promesas anunciadas por Isaías y Malaquías. Su misión es exhortar al arrepentimiento de los pecados ante la inminente presencia pública del Mesías. Juan sabe que él es un abridor de caminos y que ante el Ungido de Dios él no es digno ni siquiera de desatarle las sandalias, función reservada a los esclavos. 
Nosotros también vivimos un tiempo de grandes dificultades y confusiones. Por todas partes surgen conflictos, enfrentamientos y guerras fratricidas que ponen en peligro el destino de la humanidad entera. Y nos preguntamos ¿hay esperanza para un futuro mejor? ¿qué rol nos toca jugar a nosotros los cristianos en medio de tantas tribulaciones? ¿Cómo llevar adelante el testimonio de Jesús como Hijo de Dios hecho hombre y salvador de la humanidad? También nosotros podemos por consiguiente encontrar en la lectura de este evangelio repuestas a nuestros grandes interrogantes y la luz y la fuerza que necesitamos para actuar.
Juan vino en un momento álgido de la historia a hacer oír su voz, a abrir caminos. Recoge en su predicación la inmensa corriente de profetas que fueron sembrando también esperanza y ánimo en diversas épocas de la historia del pueblo de Israel. Nosotros hoy también estamos llamados a hacer oír el evangelio de Cristo buena nueva para todos los pueblos. Estamos llamados, por nuestro mismo bautismo, a abrir caminos para que los hombres de hoy puedan también salir al encuentro de Jesús y encontrar en él la respuesta que necesitan. No nos quedemos callados. Trabajemos activamente para que la esperanza no se apague, para que a los desanimados y desesperados les llegue también esta buena noticia salvadora.
Hoy es el día internacional de los Derechos Humanos. Este código de convivencia humana fue asumido por todas las naciones, en 1948, al finalizar las dos grandes guerras mundiales que azotaron el siglo XX y causaron millones de víctimas. Sin duda se han hecho grandes progresos sobre todo en defensa de la niñez y de la mujer, de los pueblos indígenas, de la supresión de la esclavitud, de la contaminación del medio ambiente. Causa alegría por ejemplo como se ha consolidado en América Latina el proyecto llamado Red Pan amazónica (REPAM), auspiciado por la Iglesia de Brasil y el Consejo episcopal latinoamericano y que ha encontrado un fuerte apoyo en la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco y la convocatoria de un Sínodo universal sobre la Amazonía.
Pero aún quedan muchos valles de indiferencia y olvido que rellenar, muchas colinas de prepotencia y orgullo que rebajar, muchos senderos torcidos de intereses particulares y corrupción que enderezar, muchos pedruscos en el camino que hay que quitar para se abra más amplia la ruta que conduce a la paz universal. Quedan muchos desiertos de deshumanización que hacer florecer con la buena noticia que Dios nos ha enviado con la presencia de su Hijo, nuestro Señor y Salvador.
Ponernos a trabajar en esta cantera es la mejor manera de preparar la Navidad y nuestro encuentro definitivo con el Señor en la Parusía. Como nos exhorta hoy S. Pedro en la segunda lectura nosotros hoy viviendo activamente nuestra condición cristiana, ya hacemos realidad desde esta tierra los cielos nuevos y la tierra nueva que sea morada para una humanidad renovada en el amor.
Hagámosle eco a Isaías, a Malaquías, a Juan el Bautista: alcemos nuestra voz anunciemos a gritos que con Cristo se acabó la servidumbre, llegó la libertad y resplandeció la verdad. Dediquemos nuestra vida personal, familiar y comunitaria a preparar caminos para un mundo mejor, lleno de paz y de fraternidad, de misericordia y bondad. ¡Aparecerá entonces la gloria del Señor! y ¡no solamente la cantarán los ángeles en el cielo sino también los coros de los humanos que habremos aprendido a ser hermanos! Amén
Maracaibo 10 de diciembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

domingo, 3 de diciembre de 2017

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017 - HOMILÍA

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
Hoy, con la celebración del primer domingo de adviento, se inicia un nuevo año litúrgico para la Iglesia católica. Son cuatro semanas para prepararnos a las dos venidas del Señor: la de Navidad y la del final de los tiempos. Es un tiempo muy hermoso que exige que lo entendamos bien y lo vivamos con intensidad. que tiene su sentido propio pero que corre el riesgo de pasar desapercibido, por la fuerza publicitaria de la otra navidad: la navidad comercial y consumista.
La sociedad liberal y consumista nos ha impuesto hasta ahora su propio concepto de Navidad, que ha ido dejando progresivamente fuera el acontecimiento cristiano central: el nacimiento del niño Dios en Belén. En su lugar nos ha venido ofreciendo otro programa totalmente pagano, centrado en el consumo, las comidas, la fiesta, los viajes y los regalos. Nos ha impuesto personajes y animales como Santa, los trineos y los renos, o figuras de la nueva era como el espíritu de navidad, que son totalmente ajenos a nuestra cultura y a nuestra fe. Muy bien podríamos aplicar al comportamiento de muchos católicos en esta época el reproche que Dios le dirige a su pueblo por boca del profeta Isaías: “Sus solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más(Is 1,14)
Gracias a Dios no falta también el hermoso testimonio de familias cristianas que viven esta época centrada en el cultivo de la fe, el cultivo de los valores familiares, en el compartir con los más necesitados y desvalidos, la dedicación más intensa a los niños, a los adolescentes y a los abuelos.
Es bien cierto que todo este aspecto comercial y consumista, de fiesta y de viajes, de comidas y estrenos se ha venido a menos por la aguda crisis económica que sacude el país, por el éxodo masivo de venezolanos a otros países y la consiguiente dispersión de la familia; por la creciente dificultad para desplazarse dentro y fuera del país, por la carestía de alimentos y medicinas, por los inalcanzables costos de los platos tradicionales.
Pero no hagamos de nuestro adviento y las próximas navidades un tiempo de lamento y de quejas porque no tenemos esto y lo otro. El Señor sigue viniendo a nuestra vida. El Señor sigue haciéndose, Enmanuel, uno de nosotros. Camina con nosotros y alimenta nuestra esperanza. Con la fuerza de su luz aprendamos a interpretar estos acontecimientos y a encontrar, de manera creativa y sencilla, cómo no perder el sentido festivo y de alegría que trae siempre la presencia de Dios entre los seres humanos.
Para entrar en esta perspectiva los invito a acoger con apertura de mente y corazón el mensaje contenido en las lecturas de este domingo. Los textos bíblicos nos hablan de otra venida, la segunda, llamada la parusía, que será el final definitivo de toda noche, porque Dios mismo se manifestará en plenitud al mundo y llevará a término el Reino de Dios.
El evangelio nos habla de un dueño de casa que se ausenta y deja a sus servidores y al portero encargados de cuidarla y atenderla durante su ausencia. Les entrega atribuciones, dice el texto, y espera que mientras dure su ausencia, cumplan su trabajo con gran diligencia y responsablemente.
El dueño de la casa es el mismo Cristo. Y nos da a entender en qué sentido sus discípulos han de entender ese tiempo que dura su ausencia y su repentino retorno. No es una espera pasiva, sin hacer nada. No. Se trata de una espera activa. Pablo alude a esta manera de esperar el retorno de Cristo en el texto que acabamos de escuchar, tomado del inicio de la carta a los Corintios. Han de esperar, dice el apóstol, que Jesucristo el Señor se manifieste poniendo por obra todos los dones con los que han sido enriquecidos, tanto en el orden de la predicación como de la acción evangelizadora.
Hermanos, en este último discurso de Jesús antes de afrontar su pasión, no se nos dice cuándo y cómo concluirá la historia de este mundo. Lo que si nos dice claramente es cuál ha de ser la actitud ante el anuncio de la venida del Señor. El retorno del Señor no es un acontecimiento que los cristianos tengamos que esperar pasivamente.  Al contrario, esta venida ha de incidir directamente en la manera cómo vamos a vivir y a actuar en el momento actual.
No nos dejemos envolver por el miedo y el terror ante el anuncio de las grandes catástrofes ni por las trágicas visiones de los profetas del desastre. ¡Estemos atentos! La mejor manera de contar con el beneplácito del dueño de la casa cuando se presente y pida cuenta de nuestra gestión al frente de ella, es la aprovechar cada día de nuestra vida en hacer presente, viviendo como hermanos en comunidad, con la fuerza que nos comunica la Palabra, la eucaristía y el amor solidario, esas atribuciones que el Señor lleno de confianza nos ha entregado.
Hemos dicho anteriormente que el dueño de la casa es nuestro Señor Jesús. Añadamos que la casa es el mundo, la Iglesia, nuestra casa familiar, nuestro corazón. Todas esas tareas tienen todas que ver con la transformación de este mundo para que sea una gran casa común donde vivamos en paz, como hermanos, compartiendo los bienes de esta creación. Tienen que ver con el empeño de hacer de nuestra Iglesia un gran faro de luz que sirva de guía a los que la busquen y tengan necesidad de ella. Tienen que ver con la misión de hacer de la familia el santuario de la vida, la escuela de humanidad, el núcleo fundamental de la cultura solidaria y fraterna.  Tiene que ver con la convicción alegre y fiel con la que cada uno de nosotros se considere ese servidor, ese administrador entregado a fondo a su tares y buscando sacar provecho de sus talentos y dones en beneficio del bien común y del bienestar de todos.
¡Estemos atentos! ¡No podemos esperar con los brazos cruzados! Tampoco podemos delegar en otros lo que nos corresponde hacer. ¡Seamos responsables con los encargos y dones que Dios nos ha dejado! Mantengámonos firmes y activos, alegres y esperanzadores hasta el final. Así viviremos nuestra vida en tensión vigilante, responsable y activa, volcados hacia un cumplimiento que para nosotros aún no se ha realizado, pero del cual tenemos, en Jesucristo, la maravillosa certeza de que llegará y nos colmará a todos de inmensa alegría.
Maracaibo 3 de diciembre de 2017


+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

domingo, 26 de noviembre de 2017

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY CICLO A-2017

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY CICLO A-2017
HOMILÍA
Muy amados hermanos,
Hoy la Iglesia nos invita a concluir el año litúrgico 2016-2017 con la fiesta solemne de Cristo rey del universo. El domingo que viene se iniciará el tiempo de adviento, con el que nos prepararemos a la fiesta de Navidad. Con la fiesta de Cristo Rey del universo la Iglesia nos quiere dar a entender que todo el año que hemos vivido, así como toda nuestra vida debe recapitularse en Cristo Jesús. Como discípulos suyos, miembros de su Iglesia, estamos llamados a hacer presente su persona, su vida, su mensaje y de este modo trabajar por el advenimiento del Reino de su Padre Dios que se inicia en este mundo y concluye en el cielo.  
El pasaje evangélico que acabamos de escuchar nos traslada precisamente al final de la historia del mundo y de los hombres, en el momento de la parusía, del juicio final.  Forma parte final del llamado discurso apocalíptico de Jesús que ocupa los capítulos 24 y 25 del evangelio de San Mateo. Este discurso del Señor tiene un fuerte tono profético y gira en torno al juicio a Israel, al fin de Jerusalén y del Templo, el fin sorpresivo de mundo y la necesidad de no dejarse engañar por los falsos mesías y profetas; de mantenerse, como fieles y prudentes servidores del reino, en alerta permanente, vigilantes, con las lámparas encendidas, dedicándose al sirviendo al Señor y de unos y otros, cada uno según su capacidad.
Esta mirada al futuro, al final de todo, no tiene como finalidad provocar una fuga hacia adelante sino, al contrario, anclarnos en el presente para vivirlo a plenitud, con responsabilidad, claros en nuestra identidad, en nuestra vocación propia y en el uso que debemos darles a los dones, carismas y talentos que hemos recibido de Dios. Un cristiano no se fuga, se sumerge en la realidad de su historia.
Podemos recoger las enseñanzas de Jesús contenidas en el discurso escatológico en una pregunta que el mismo Señor hace a sus oyentes: “¿Quién es el servidor fiel y prudente al que el Señor puso al frente de sus empleados para repartir el alimento a su tiempo?” (Mt 24,45).  Sus discípulos han de comportarse por consiguiente como servidores fieles y prudentes. Los relatos y enseñanzas que siguen explican qué es un servidor bueno, fiel y prudente. Lo hace presentando dos categorías de servidores: los que reproducen el modelo del señor Jesús y los servidores malvados, flojos e imprudentes. Es así como nos encontramos en la parábola de las diez doncellas con dos categorías de damas de honor: cinco prudentes y cinco necias; en la parábola de los talentos dos categorías de discípulos: unos proactivos y diligentes que se valen de los dones y cualidades que Dios les ha dado y otros, miedosos y perezosos que los entierran y no se sirven de ellos.
Y hoy, por último, en esta parábola del juicio final, el Señor Jesús aparece en la majestad de su gloria, bajo la figura del Hijo de hombre del profeta Daniel (Dn 7,14), recibiendo del Dios altísimo poder y dominio sobre todos los pueblos y naciones. Al mismo tiempo recibe la atribución de gran pastor (Cf Ez 34,11-12.15-17) y juez para repartir la herencia de su Padre entre los hombres, En esta entrega aparecen también dos categorías: los benditos del Padre que reciben en herencia el Reino y los malditos destinados al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.
¿En que se basa Jesús rey, hijo de hombre, pastor y juez para saber a quién hace partícipe de la herencia divina y a quien no? Precisamente en el comportamiento como servidores del Reino de Dios. En su paso por esta tierra en su condición humana Jesús nos mostró precisamente cómo se comporta un verdadero ser humano: como hermano y servidor de todos. Les pidió a los suyos siguieran ese modelo, que se comportaran como él, “que no vino para ser servido sino a servir” (Mc 10,43-45); que como él alimenten al pueblo sencillo con el pan que sacia el estómago y la Palabra que nutre el corazón; que, como él, evangelicen a los pobres, den vista a los ciegos, hagan oír a los sordos, liberen a los esclavizados, suelten las riendas de los que están atados y encarcelados; que como él se hagan solidarios con los que sufren, con los que lloran, con los indefensos, con los oprimidos, esclavizados y abusados.
Hermanos, si queremos que el Señor Jesús al final de nuestras vidas nos reconozca como sus discípulos, este es el modo en que debemos vivir y comportarnos. Se trata de un estilo de vida personal pero que también ha de impregnar nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias y todas las formas asociativas y solidarias que creemos. Como nos lo remacha constantemente el Papa Francisco la Iglesia no es un club de selectos sino un hospital de campaña. No se queda encerrada en los templos, sino que recorre veredas, trochas y caminos, hondonadas y riscos en busca de las ovejas abandonadas y extraviadas.
No hay verdadero liderazgo humano si no lleva incrustado en sus genes la capacidad de servir, de estar pendiente del bien de los demás, de entregarse de lleno junto con otros hermanos a atender las necesidades más apremiantes que acosan a los más pobres. Necesitamos Gandhis, Luther Kings, Mandelas, Dorothy Days, Teresas de Calcuta que se desvivan para que otros vivan a plenitud. En esas personas distribuirá gustosamente Jesús la herencia del reino. Que desaparezcan esos mal llamados servidores que solo se sirven a ellos mismos como los denuncia el profeta Ezequiel bajo la figura de pastores que no pastorean a sus ovejas y solo traen desgracia, hambre y miseria a sus rebaños.
 Venezuela y el mundo necesitan con urgencia este tipo de servidores con gran proactividad y creatividad para hacer presente, ya desde ahora, en esta tierra, el Reino de libertad y de gracia, de amor, de justicia y de paz, de justicia y verdad que Jesús ha traído a este mundo y al cual ha querido asociarnos no como meros beneficiarios indolentes y cómodos sino como ágiles y sabios colaboradores suyos.
Seamos fieles y prudentes en los distintos servicios que Dios nos ha confiado. Fieles, es decir dignos de confianza, cumplidores, responsables. Prudentes, es decir, competentes, previsivos. Para apremiarnos más en este servicio amoroso y humilde, Jesús, en el evangelio de hoy, enfatiza que, para ser fieles cada día, en cada momento, debemos llegar al grado de ver, valorar y actuar convencidos de que en la persona que estamos atendiendo está realmente presente él mismo, en persona. No tuvimos la dicha o el privilegio de coincidir con su presencia histórica como Jesús de Nazaret en Palestina, pero tenemos el gran gozo de toparnos con él bajo la figura de tantos necesitados que reclaman un mendrugo de amor y de inclusión. No perdamos esta oportunidad porque no tendremos ninguna más. Si tendremos una más, pero esta será con el Cristo glorioso de la parusía que, como juez, nos pedirá cuentas definitivas. 

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Maracaibo 26 de noviembre de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera FMI


domingo, 19 de noviembre de 2017

HOMILIA DOMINGO XXXIII ORDINARIO CICLO A 2017 RESPONSABILIDAD E IRRESPONSABILIDAD DEL DISCIPULO DE JESUS

DOMINGO XXXIII ORDINARIO CICLO A 2017
HOMILIA
RESPONSABILIDAD E IRRESPONSABILIDAD
DEL DISCIPULO DE JESUS

Este evangelio forma parte del quinto y último bloque de discursos en los cuales el evangelista Mateo ha distribuido y ordenado la enseñanza de Jesús Maestro y se sitúa entre la parábola de las diez vírgenes y la del Juicio Final que leeremos el domingo que viene. Las tres tienen que ver con actitudes fundamentales de los discípulos de Jesucristo ante el advenimiento definitivo del Reino de Dios. La parábola de las 10 vírgenes insiste en la necesidad de estar siempre dispuestos ante la llegada inesperada del Reino de Dios. La parábola de hoy, conocida como parábola de los talentos, se refiere al uso responsable y servicial de los dones recibidos para contribuir al crecimiento del Reino de Dios en este mundo.  La parábola del juicio final finalmente pone de manifiesto la importancia decisiva de la atención y servicio a los pequeños y humildes como contraseña para poder tener acceso al gozo del Reino.
La parábola de los talentos trata de dos temas de gran importancia y actualidad:  el primero, los dones que cada persona recibe de Dios y el modo en que los recibe y en segundo lugar el diverso comportamiento de esas personas en el uso de esos dones, de acuerdo a la idea que se hagan de Dios. Con la imagen de los talentos, moneda de grandísimo valor en tiempo de Jesús, se quiere dar a entender que toda persona ha recibido dones y cualidades en abundancia para glorificar a Dios y servir a su prójimo. La forma de comportarse de los tres servidores en el uso de esos dones varía según la conciencia que tienen de haberlos recibido gratuitamente de Dios, de la obligación de comportarse como administradores y no como dueños y por consiguiente de ponerlos al servicio de sus hermanos. Veamos desde esta óptica el desarrollo del relato.
Un hombre poseedor de muchos bienes, antes de salir de viaje, los distribuye entre tres servidores suyos: a uno le da cinco talentos, a otros dos y al tercero uno; a cada uno según sus capacidades. Eso quiere decir que a cada uno le da lo que son capaces de gestionar. El tamaño de sus tasas es distinto, pero a los tres se las llena. ¡Un talento corresponde a 34 kilos de oro! Prosigue el relato narrando dos tipos de comportamiento de estos servidores: los dos primeros hacen producir inmediatamente el patrimonio recibido; en cambio el tercero decide enterrarlo.
El dueño se marcha lejos por un tiempo indeterminado y de repente regresa y pide rendición de cuentas. Los dos primeros tienen la misma postura: nos entregaste cinco o dos talentos, hemos duplicado el patrimonio. Aquí tienes en vez de cinco diez y en vez de dos cuatro. La respuesta del dueño de la hacienda es también idéntica: “Muy bien, servidor bueno y fiel, ya que fuiste fiel en lo poco te pondré a frente de mucho más; entra a participar de la alegría de tu señor”. La capacidad de estos dos primeros servidores estuvo a la altura del patrimonio que se les entregó y eso los hacía merecedores de mayor confianza. Pero lo maravilloso de la historia es que el amo no se contenta con confiarles mayores responsabilidades, sino que los invita a participar de su casa, de su alegría, de la intimidad de su vida.
Se presenta el tercer servidor. Tiene una visión muy negativa de su señor. Esta imagen lo bloquea, le causa miedo y decide enterrar el talento hasta el momento de la rendición de cuentas.  Cuando el dueño lo llama se presenta con el mismo talento que había recibido y se lo devuelve. No produjo nada. Se mostró flojo, desconfiado e improductivo. La negativa imagen que tenía de su dueño representa la falsa imagen de Dios que tenían no pocos dirigentes religiosos del tiempo de Jesús. Jesús la critica fuertemente en la frase que el dueño le dirige al servidor: “servidor malo y perezoso”.  No se comportó como servidor fiel, sino que quiso actuar por su cuenta.
La parábola no dice que el dueño les pidió a los servidores que pusieran a producir los talentos recibidos. Está claro que Jesús, con la imagen de los talentos, se está refiriendo a los dones, cualidades y capacidades que los hombres han recibido de Dios para servirse de ellos para mejorar el mundo y las condiciones de vida de la humanidad. Los avances de la ciencia y de la tecnología, los nuevos conocimientos, los progresos en todos los campos de la medicina, de la biología, de la astrofísica, de la producción alimenticia deben servir para que todos puedan llegar a vivir humanamente, en sociedades convivenciales, donde se tomen particularmente en cuenta los más pobres y desasistidos.
Los bienes de esta creación, de la ciencia y de la tecnología de la información no pueden servir para que solo unos pocos se hagan ricos y vivan cómodos. No somos dueños de los bienes de la creación. Utilizarlos para una minoría acomodada e individualista es como si los dejaran enterrados. Nadie tiene derecho a reservárselos ni menos a dejarlos allí enterrados mientras millones de seres humanos yacen en la miseria, el hambre, la ignorancia en calles, barrios y campos improductivos o cercados. De esto es precisamente es que el Papa Francisco quiere que tomemos conciencia colocando en este domingo 33 ordinario del año la celebración de la Jornada Mundial de los Pobres.
El amo de la parábola confió en sus tres servidores. Les correspondía comportarse con esos bienes confiados no como dueños sino como simples administradores. Manejar los bienes de la creación, de una nación como si fueran nuestros, es la raíz de la inequidad, de los populismos que traen consigo la descomposición social, las guerras, los cataclismos, la miseria, la hambruna y toda clase de reacciones violentas y radicales. Si queremos erradicar la violencia y la guerra tenemos que poner a producir los bienes de la humanidad para que alcancen para todos. El cristianismo, el discipulado de Jesús no son bonitas palabras, discursos rimbombantes, son acciones que transformen la vida, respondan a las necesidades, programas que erradiquen enfermedades, endemias, epidemias y enfermedades mortales. Son proyectos que hagan avanzar la libertad, la igualdad y sobre todo la fraternidad y la convivencia entre todos sin exclusión de ninguna forma.
Hoy deben resonar con más fuerza en nuestro corazón y en el santuario de nuestra conciencia estas claras palabras del apóstol Juan:” Si uno vive en la abundancia y ve a su hermano padecer necesidad, y no se compadece de él, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijos, no amemos solo de palabra ni de boca, sino con hechos y según la verdad” (1Jn 4,16-18; Cf Sant. 2,15).
Si el tercer servidor hubiera amado, si hubiera conocido a Dios como una persona amorosa y buena, no l hubiera tenido miedo, no hubiera enterrado su talento, sino que lo hubiera puesto a producir para que otros tuviesen vida y la tuviesen en abundancia. Hubiera desterrado el temor “porque el amor excluye todo temor, porque el temor mira al castigo” (1 Jn 4, 20). El miedo es enemigo del crecimiento del Reino de Dios y de toda felicidad. Tenemos en nuestras manos los dones que Dios nos ha regalado para que los hagamos fructificar. Esconderlos por miedo a arriesgar o a equivocarnos es un acto de grave irresponsabilidad. Esta parábola nos invita a una fidelidad creativa, responsable y arriesgada.
¡Qué alegría saber que hay gente con inmensa capacidad de servicio! Que ejerce con generosidad y entrega su responsabilidad social, y no solamente entrega sus bienes, sino que pone su tiempo y sus talentos al servicio de la defensa de la dignidad humana de los pobres, de los indigentes, de los enfermos terminales, de los abuelos, de los niños discapacitados, de las mujeres abusadas sexualmente, maltratadas y violentadas. El Señor se alegra de estos diligentes servidores. Que haya muchos de ellos al frente de nuestro país, de los organismos internacionales, de las empresas y de las universidades y de los centros de la ciencia y de la tecnología.
Estemos todos atentos y examinémonos a la luz de esta parábola porque existe el peligro real de no poner lo que somos y tenemos al servicio del bien y escudar nuestro egoísmo y comodidad criminal usando imágenes falsas y deterministas de Dios. Nos exponemos a la hora de la rendición de cuentas a oír esta tremenda sentencia: “Servidor malo y perezoso. Quítenle el talento; entréguenselo al que tiene diez. Y a este servidor inútil, arrójenlo fuera, a las tinieblas, allí habrá llanto y desesperación”.
¿Queremos oír más bien, a la hora de la rendición de cuentas, de la boca de nuestro Señor la misma frase que oyeron los dos primeros? “Muy bien siervos fieles y buenos, han sido fieles en lo poco, te voy a confiar mucho más, entra a gozar de la alegría de tu Señor”. Entonces pongámonos a la altura de los dones recibidos, usémoslos con responsabilidad, pongámoslos a producir activamente sin perder tiempo para que den fruto, no cualquier fruto sino los que piden las circunstancias y la realidad en la que vivo y la fidelidad al evangelio y al Señor que me los ha confiado. 
Maracaibo 19 de noviembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

sábado, 18 de noviembre de 2017

Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de Chiquinquirá, Maracaibo, 18 de noviembre de 2017

¡DIOS TE SALVE, REINA, MADRE DE MISERICORDIA!
Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de Chiquinquirá,
Maracaibo, 18 de noviembre de 2017
+Jorge L. Urosa  Cardenal Arzobispo de Caracas

¡Dios te salve, Reina,  Madre de Misericordia!
Con esas palabras queridos hermanos, iniciamos la bellísima plegaria a María Santísima de Chiquinquirá que todos los católicos conocemos  como la Salve. En ellas  destacamos   su reinado por  la grandeza de su amor de su viva caridad, y su inmensa misericordia maternal, manifestada  a su Hijo Jesucristo, y a cada uno de nosotros.

LA FIESTA FILIAL
Hoy, en esta solemnísima y festiva celebración, que expresa la ardiente fe cristiana del pueblo zuliano, festejamos la inmensa caridad, el amor maternal de María Santísima, que es precisamente lo que motiva la inmensa devoción del pueblo venezolano a la madre de Dios, y la extraordinaria devoción de los zulianos a ella en la advocación de la Chiquinquirá.
Agradezco de corazón a S.E. mi querido hermano y amigo de más de 50 años, Mons. Ubaldo Sanana, la gentil invitación a presidir y acompañar esta comunidad de fieles que jubilosos nos hemos congregado para  dar gracias a Dios por Jesucristo nuestro Divino Redentor, Rey de reyes y Señor de los Señores, y por su madre amorosa, la reina de los zulianos, y madre de misericordia, María santísima de Chiquinquirá.  He podido venir precisamente en esta festiva ocasión, cuando Mons. Santana ha decidido, en el 75 aniversario de la coronación de la reliquia de la Chinita, declarar a la Basílica Santuario Mariano  del Zulia. Felicitaciones por esa acertada iniciativa, que querido Mons. Santana!  Felicitaciones a todos Ustedes, queridos hermanos, por su fe católica y por su amor y devoción a María de Chiquinquirá, nuestra querida Chinita. Y esa devoción, por supuesto, debe llevarnos a todos nosotros a ser cada vez mejores. A vivir a fondo la fe cristiana, a practicar  los diez Mandamientos de la Ley de Dios, a vivir a cabalidad como católicos en nuestra familia, dejando a un lado el desorden,  el pecado, en particular el libertinaje afectivo sexual, qué tanto daño hace al pueblo venezolano, sobre todo  a la mujer y a los  niños.  Que esta celebración renueve y fortalezca nuestra devoción a la Chinita, y que se robustezca y intensifique nuestra vida cristiana con el cumplimiento  de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios.

REINA DE LA CARIDAD
Cuando estaba preparando esta Homilía, mi querido hermano Ubaldo me indicó que el tema de las fiestas de la Chinita  en este año es la caridad de María. También algo muy acertado, pues la caridad es la reina, la más importante de las virtudes, y María Santísima se destacó por vivir esa gran virtud. Acabamos de escuchar el hermoso relato que nos hace San Lucas de la visitación de María  a su prima Santa Isabel. Ella, que ya estaba embarazada por obra y gracia del espíritu Santo, sabiendo que su prima Santa Isabel por su avanzada edad  tenía un difícil embarazo,  se dirigió presurosa a acompañarla y prestarle su apoyo en esas semanas difíciles. De esa manera ella nos dio ejemplo de caridad viva con los necesitados. Ese acto de caridad viva de María fue la ocasión para que Isabel, movida por el Espíritu Santo reconociera en ella la madre del Mesías. Y  alabara su fe: “Dichosa tu que has creído, porque lo que te ha dicho el Seño, se cumplirá” (Lc 1, 45).  Y me llena de alegría,  queridos hermanos, señalar que esa felicidad de María la compartimos también nosotros los cristianos, pues como ella  hemos sido bendecidos con el don de la fe: “El que me sigue no camina en tinieblas, sino tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Queridos hermanos: Les pido que en este momento le demos todos gracias a Dios por el don de la fe, que nos conduce a la felicidad: Dichosa tu que has creído. Digamos todos: ¡Gracias, Señor, Gracias!
Pero la caridad de María se manifestó también  en las Bodas de Caná, cuando comenzó a faltar vino en la fiesta y ella movió a su Divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo a proporcionar milagrosamente el vino necesario para la celebración. Allí ella nos da otra enseñanza, al decir a los mesoneros: refiriéndose a Nuestro Señor: “Hagan lo que El les diga” (Jn 2, 5).  También nos lo está diciendo a nosotros hoy, mis queridos hermanos: Hagamos lo que nos diga Jesucristo, cumplamos su Palabra, que es palabra de vida eterna.
María es sin duda, reina, ejemplo vivo de  caridad. Lo cual es para nosotros un ejemplo y una motivación. Es importante recordar que la auténtica, la verdadera devoción a María santísima no consiste en ir a una fiesta ocasionalmente, sino en imitarla en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en el seguimiento de Jesucristo, Nuestro Divino Salvador.  También nosotros, queridos hermanos, como María Madre de Dios y madre nuestra,  estamos llamados a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, más aún, como Cristo mismo nos amó. Y esto significa que hemos de comprometernos a ayudar al necesitado, al desposeído, al que sufre y llora, al que se encuentra triste y abandonado, al pobre y al menesteroso. Y a sacar de nuestros corazones sentimientos de odio y de rencor  contra cualquier persona.

JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Mis queridos hermanos: en esta festiva ocasión, cuando recordamos la viva y ardiente caridad de nuestra madre celestial,   es una feliz coincidencia que mañana, por decisión del Papa Francisco, la Iglesia en el mundo entero celebrará por vez primera la JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Con ella ha querido el Papa destacar el compromiso de cada uno de nosotros los fieles cristianos católicos de ayudar a nuestros hermanos pobres, que son la gran mayoría de la humanidad. En su mensaje para esta ocasión, el Papa ha querido destacar la necesidad de que amemos de verdad, con las obras, no de palabra solamente ( Cfr. I Jn 3, 18). ¡Que vayamos al encuentro de los necesitados! Y esto es muy necesario siempre, pero más aún en estos tempos difíciles que vivimos en Venezuela, cuando la inflación es cada vez más alta y por esa razón somos  todos cada vez más pobres, cuando faltan los alimentos y las medicinas, cuando no hay repuestos y los que hay tienen precios altísimos. Pues bien: es preciso que  todos seamos solidarios con nuestros hermanos, y especialmente con aquellos más golpeados por estas carencias: los desempleados, los niños los ancianos, la gente en situación de calle e indigentes, los que comen de la basura, los que no tienen cómo alimentar a sus hijos, por lo cual hay cada vez más niños desnutridos en nuestro país.
Esta Jornada mundial de los pobres es un llamado a que todos y cada uno de nosotros, a ejemplo de María, Madre de Misericordia, seamos generosos, amables, solidarios, más aún, misericordiosos, con los pobres, con los necesitados, con los afligidos, con los que necesitan que seamos amables y buenos con ellos.  Esta Jornada Mundial de los Pobres nos debe llevar a tomar conciencia de la necesidad de trabajar orquestadamente, como comunidad eclesial, como sociedad civil, como grupos organizados, y  como funcionarios de gobierno, quienes  lo sean, para erradicar el flagelo de la miseria, de la pobreza extrema, y para propiciar las condiciones para que todos los venezolanos salgan de la pobreza.
En 1979 los Obispos latinoamericanos   y del Caribe hicieron  en Puebla, México,  la opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, por los pobres. Y esto es importante que lo recordemos los católicos, especialmente los religiosos y ministros del altar. Y que actuemos en consecuencia, acogiendo a los pobres, trabajando con ellos, acompañándolos en sus barriadas, compartiendo sus sufrimientos, y apoyándolos en la defensa de sus derechos. Esto es un deber que no podemos soslayar.

CONCLUSION
¡Dios te salve reina y madre de misericordia!  En esta celebración  proclamemos de nuevo nuestra fe en Cristo, Rey de reyes y Señor de los señores, Hijo de Dios hecho   hombre, Dios como el Padre y el Espíritu Santo. Y proclamemos nuestra viva  fe en la grandeza de María, madre de Dios y  madre nuestra,  a la cual imploramos confiadamente como  reina y madre de misericordia.
Que esta santa Eucaristía  fortalezca nuestra fe, pero sobre todo nuestro compromiso, nuestra voluntad de seguir a Cristo e imitar a María en el cumplimiento de la Palabra de Dios, de la voluntad de Dios.
Que nos acojamos a su misericordia, para poder seguir siempre a Jesús. Que la imitemos en su fe y amor a Dios, y en la práctica de la misericordia con los más pobres. Que vivamos a fondo nuestra condición de devotos de la Chinita, con una devoción sólida, auténtica, concreta, que nos lleve a la felicidad. Recodemos las palabras de Jesús: “Dichosos serán los que escuchen la palabra de Dios y la cumplan” (Lc 11,28).
Mis queridos hermanos: que Dios nos bendiga: que  bendiga a Maracaibo y al Zulia, a su Iglesia y a sus pastores y religiosos; a sus familias, a sus niños y jóvenes. Que Dios bendiga,  fortalezca y ayude a los pobres! Que bendiga a Venezuela, de manera especial, con un incremento de nuestra fe. Y que en estos momentos de aguda crisis del país, ¡nos ayude a todos los venezolanos a resolver nuestros actuales conflictos de manera pacífica!  AMEN ¡

Que viva Jesucristo!
Que viva la Chinita.
Que viva la Iglesia,
Que viva el Papa, 

Que viva Venezuela. Amén.

domingo, 5 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXI ORDINARIO DEL AÑO CICLO A HOMILIA

DOMINGO XXXI ORDINARIO DEL AÑO CICLO A
HOMILIA

En estos últimos domingos el evangelio de San Mateo nos ha presentado las controversias y polémicas provocadas deliberadamente por distintas autoridades religiosas judías contra Jesús en Jerusalén, buscando minar su popularidad y presentarlo como un enemigo del imperio romano. Hemos visto desfilar a maestros de la Ley, saduceos, fariseos, herodianos con preguntas malintencionadas y las respuestas de Jesús, muchas de ellas mediante parábolas, que los ha dejado confundidos.
La oposición de los dirigentes religiosos a la persona y al mensaje de Jesús ha estado presente desde el principio de su ministerio. Se enfrentaron primero con Juan el Bautista (Mt 3,7) y, una vez desaparecido Juan, se centró en él (Cf Mt 5,20;9,3.11; 12,1-42). En cada momento el Señor fue señalando sus deficiencias. El evangelio de hoy trae el inicio de un capítulo en el que Jesús recapitula todos sus señalamientos y reprueba con fuerza su estilo de liderazgo. En el texto de hoy Jesús se dirige a la multitud y a sus discípulos, pero la segunda parte se dirigirá directamente a los maestros de la Ley y a los fariseos.
Este mensaje no va dirigido solamente a ellos sino a todos los líderes religiosos de nuestra Iglesia y a todos los cristianos que ejercen algún tipo de liderazgo tanto en su familia, como en su comunidad eclesial y en la sociedad. Todos estamos llamados a acogerlo con un corazón abierto y a revisar nuestra conducta a la luz de la enseñanza que contiene. Más que un ataque a una categoría de dirigentes, es un fuerte aldabonazo de alerta y una advertencia que nos previene para que nos miremos en ese espejo y cuestionemos seriamente nuestra vida y conducta a ver si se adecúa al estilo de Jesús.
Antes de cuestionarlos, Jesús reconoce la autoridad del contenido de su enseñanza. Saben lo que dicen. Explican bien la Ley. Por eso invita a sus oyentes a hacer y observar todo lo que ellos le digan. Pero inmediatamente añade: “pero no actúen conforme a sus obras porque ellos no hacen lo que dicen”. Esta flagrante incoherencia se refleja en tres conductas: manejan un doble código: dicen, pero no hacen lo que dicen. Son duros con sus seguidores: les imponen cargas pesadas en las espaldas que ellos no son capaces de llevar; actúan para ser vistos. Es decir, quieren llamar la atención con sus atuendos, buscando los primeros puestos en actos religiosos y banquetes y exigen que se les llame por su título: Rabí.
Jesús va a partir de este título para describir cuál ha de ser el comportamiento de sus discípulos tanto en su casa como en la comunidad, a partir de tres títulos muy usados en aquellos tiempos: rabí o maestro, padre e instructor. Rabí es un título de autoridad revestido de honorabilidad. En el evangelio de Mateo la única persona que le aplica este título a Jesús es Judas Iscariote en el momento de la traición (Mt 26,25.49). El padre, en el contexto socio-cultural vertical y machista de aquella época, era considerado como un jefe absoluto, el dueño de todo y de todos, que tenía potestad sobre todos los de su casa y a quien por consiguiente todos debían de estar sometidos. El instructor es un tutor, y algunos estudiosos lo entienden como un preceptor al servicio de alumnos de la élite.
La enseñanza de Jesús va más allá de un simple problemas de títulos. Afronta con seriedad un asunto de mucha monta que podemos recoger en esta pregunta: ¿Cuáles han de ser las actitudes por las que han de regirse sus seguidores dentro de las comunidades discipulares?
Ante estas conductas Jesús puntualiza el comportamiento personal y comunitario por el que han de regirse los suyos: todos ustedes son hermanos. Esa es la postura fundamental por la que han guiarse sus discípulos para construir su Reino: vivir en comunidades fraternas. Por consiguiente, no pueden reproducir entre ellos las posturas reflejadas en los títulos antes descritos. Si van a ejercer alguna conducción en la comunidad no puede ser con la vieja figura del padre, investido de un poder absoluto sobre todos los demás. No pueden estar detrás de títulos ni reconocimientos. Jesús acepta el título de rabí, pero lo ejerce fuera de las escuelas y academias, al aire libre, sentado en una colina o a la orilla del lago o en una casa. Sus oyentes son la gente sencilla, los campesinos, los pescadores, las amas de casa.
En cambio, los modelos que han de tratar de reproducir es el del Padre que está en los cielos: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso”.  El modelo de Jesús: Él es nuestro instructor, el Mesías.
La actitud fundamental que recoge y sintetiza todas las demás posturas es la de servidor: que el mayor entre ustedes sea su servidor. La autoridad en la comunidad eclesial se ejerce según estos modelos en cuanto se vive en comunión con el único Padre, el único Maestro y el único Instructor. Es decir, con las tres personas divinas. Y la motivación fundamental que debe estar detrás de todas las demás es la del servicio.
Los miembros de las comunidades cristianas que participan en la vida de la Iglesia se unen desde en Cristo Jesús partiendo, con él y como él, desde lo último, desde lo más bajo y sencillo. Por el camino de la humildad y de la pequeñez. Por eso Jesús propone el camino de la unificación en Él: partir desde lo más bajo posible, como el servidor que se humilla. El se humilló hasta el extremo de la muerte y de la muerte en cruz y su Padre lo engrandeció con la resurrección (Cf Fil 2,5-11). Esa fue su actitud fundamental que se manifestó plenamente en el acontecimiento de la Cruz.
Allí llega a su culmen su autoridad: su perfecta coherencia entre su enseñanza y su actuación, Allí alivió la carga de todos nosotros, soportó nuestros sufrimientos y cargó nuestros dolores, llevando sobre sus espaldas el peso de nuestros pecados (Cf Is 53,4-5). Allí se despojó de su rango, de su túnica para revestir a todos los hijos pródigos que llegamos a sus pies, con el vestido de fiesta de la dignidad de hijos de su Padre. Allí se sentó en el último lugar del mundo para sentarnos a todos a su mesa. Allí, en el Gólgota, la cruz se volvió su cátedra real para enseñarnos a todos cómo ser hijos de Dios en espíritu y en verdad y hermanos animados por la fuerza del amor.
¡Qué bien nos viene a todos nosotros, curas y obispos y a nuestros líderes políticos, cristianos o no, despojarnos de las falsas actitudes de liderazgo!: la doble vida, la falta de compromiso, el buscar ser vistos, aplaudidos y sentados en los puestos de honor y adoptar el verdadero modelo de liderazgo que influye en la transformación de las relaciones humanas y sociales; la del servicio desinteresado que no busca otra recompensa que la cumplir bien su servicio si alharaca ni aplausos.
La Cruz purifica nuestro corazón y nos hace auténticos, nos despoja de las apariencias y hace que brote la verdad de nuestro ser, nos coloca en el lugar social correcto para que, levantando las cargas de los demás, todos juntos crezcamos en la dirección del Dios Padre, Maestro y Guía en quien todo converge.
Maracaibo 5 de noviembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

domingo, 29 de octubre de 2017

DOMINGO XXX ORDINARIO CICLO AHOMILIALOS DOS AMORES QUE DIOS HA UNIDO NO LOS SEPARE EL HOMBRE

DOMINGO XXX ORDINARIO CICLO A
HOMILÍA
LOS DOS AMORES QUE DIOS HA UNIDO NO LOS SEPARE EL HOMBRE

Seguimos avanzando hacia el final del año celebrativo. El evangelio de hoy se sitúa en un contexto polémico. Los adversarios de Jesús, en esta etapa final de su ministerio público en Jerusalén, agudizan sus ataques y hostigamientos para desacreditarlo ante el pueblo y las autoridades locales e imperiales. Esta vez son los fariseos que lo ponen a prueba con una pregunta capciosa sobre cuál es el mayor de los mandamientos. Era un tema polémico y muy debatido como los planteados anteriormente por los doctores de la Ley y los saduceos sobre el pago del impuesto al César y la resurrección de los muertos. Jesús concluyó estas dos discusiones con frases impactantes que quedan para siempre en la memoria: “Denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (v 22). “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” (v. 32). 
Sobre el tema de los mandamientos las opiniones estaban divididas. En la época de Jesús se había tejido una red de 613 prescripciones y normas, entre pesadas y ligeras, en torno y a partir de los 10 mandamientos mayores. Unos maestros, como el célebre Shammay, opinaban que todos los mandamientos de Dios eran de igual importancia. Otros estudiosos, como el Maestro Hillel, opinaban que había una jerarquía: unos mandamientos eran de mayor importancia que otros. 
Hay que decir además que los fariseos que le hacen la pregunta, eran líderes religiosos que daban un valioso testimonio de estudio de la Palabra de Dios, de vida austera y rigurosa y de defensa de la libertad del pueblo de Israel. Pero muchos de ellos habían caído en la pretensión de colocar el centro de la fe en la rígida observancia de la Ley y de todos esos mandatos.  Se consideraban separados (este es el sentido de la palabra fariseo en hebreo), distintos de los demás, sobre todo del populacho ignorante y por consiguiente imposibilitado de conocer y practicar los mandamientos. Aplicaban rígidamente la norma de pureza legal en la casa, en la calle y en el templo con personas y cosas. En el capítulo que sigue al que estamos leyendo Jesús les echa en cara su conducta separatista, excluyente y orgullosa. 
La pregunta que le hacen entonces estos fariseos le va a permitir a Jesús no solamente dar su respuesta. Si. Hay una jerarquía en los mandamientos. Hay dos que están primero y por encima de los demás. Ya sabemos nosotros cuáles son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el más importante y primer mandamiento. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos no se encuentran juntos en el Pentateuco. Uno está en Dt. 6,5. El famoso Shemá Israel. Los judíos piadosos recitaban esta frase tres veces al día. El segundo está en Lev. 19,18.34, dentro de una colección de preceptos diversos. 
La novedad de la respuesta de Jesús es juntar y equiparar a los dos. Para él ambos resumen todo el Antiguo Testamento. Son inseparables. Ambos son la puerta real para acceder a Dios. Una vez más aquí no se puede separar lo que Dios ha unido (Cf Mt 19,7). A Dios no se puede llegar sino a través del prójimo. No se puede adorar a Dios, rendirle culto a Dios, glorificar a Dios sin pasar por la alcabala del prójimo. 
En otro diálogo con un maestro de la Ley, reportado por San Lucas, el Señor aclara el sentido de la palabra prójimo. Los líderes religiosos de su época enseñaban que la palabra prójimo se refería al compatriota y también al emigrante (Cf Lev 19,34). Jesús amplía su sentido y lo vuelve totalmente incluyente. Prójimo es el otro. Cualquier ser humano de cualquier raza, color, lengua, cultura, religión y condición. No hay límite. El Beato Paulo VI acuño esta bella afirmación: “Todo hombre es mi hermano”. Y San Juan Pablo II nos dejó está frase en su primera encíclica: “El hombre es el camino para llegar a Dios” (RH 14). 
A lo largo de los siglos los seres humanos siempre hemos tenido la tentación de separar estos dos amores y de querer rendirle culto a Dios separadamente del mandamiento del amor al prójimo. De esa manera intentamos aquietar nuestra conciencia y dejar a los demás, particularmente los pobres y pequeños podrirse en su miseria y abandono. El individualismo y el egoísmo son dos anti-mandamientos por los que mucha gente- y también naciones enteras- se guían en su comportamiento diario. 
La enseñanza de Jesús en esta materia desborda los linderos de la religión y se aplica al conjunto de la cultura humana. Los seres humanos y las naciones que los agrupan no habrán alcanzado su verdadera estatura y dignidad hasta que vean al otro como un hermano y no como un enemigo, un adversario, un sospechoso, un hereje, un ser a explotar, comerciar y oprimir.  Las ideologías políticas y los postulados religiosos radicales que se basan en la lucha de clases y en el odio y la venganza; los líderes que se afianzan en el poder dividiendo a la población, son fórmulas viejas que pertenecen al pasado de la humanidad. Esa no es la dirección del futuro. De humanos a hermanos ese el salto cuántico del futuro de la humanidad. 
También muchas personas quieren saber qué es lo que define a un creyente como buen cristiano. ¿Estar bautizado? ¿Ir a misa todos los domingos? ¿Hacer novenas? ¿Ayunar? ¿Rezar el rosario? Todos estos actos sin duda son muy buenos y es altamente saludable practicarlos. Pero todos ellos solo serán gratos a Dios y lo glorificarán en verdad si van acompañados de la práctica cotidiana y persistente del amor al prójimo.
La conducta de Jesús a lo largo de todos los evangelios no deja lugar a dudas. El enseña lo que hace. Y quiere que sus discípulos sigan su camino. En su evangelio Juan nos entrega esta frase del Señor que resume lo que él desea: “Les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13,15). El ejemplo de Jesús es una vida apasionada de amor por el ser humano. Comenta Mateo que al ver Jesús la multitud, sus entrañas se estremecieron porque estaban cansadas y abandonadas como ovejas sin pastor (Cf Mt. 9,36). Todos los que va encontrando en su camino son dignos de su amor, de su perdón, de sus curaciones y milagros: el leproso, la prostituta, el extranjero, la adúltera, el endemoniado, el publicano, el ciego indigente a la orilla del camino.   San Pedro resume así la vida del Señor: “Dios ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y sanando a todos lo que estaban oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él.” (Hech 10,38).  
El camino cristiano es el del aprendizaje de ese mismo amor. Pasar por la vida haciendo el bien a quien Dios ponga en nuestro camino: Mi cónyuge. Mis hijos. Mis alumnos. Mis compañeros de estudio, de trabajo. No hay dos caminos. Este es el único. “Si alguien dijera amo a Dios, pero aborrece a su hermano sería un mentiroso porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Los cristianos tenemos toda la vida para poner en práctica estos dos mandamientos que en Jesús se vuelven uno. 
Jesús no nos da solamente la enseñanza. Nos enseña cómo practicarlo. Y sobre todo nos da su Espíritu Santo, que infunde en nuestros corazones la fuerza de amar (Cf Rom. 5,5; Ez 36,27)). Se nos da a sí mismo en la comunión eucarística para que nos vayamos “cristificando”, nos vayamos “projimizando”, haciéndonos expertos y especialistas en juntar a los seres humanos en hermanos y romper poco a poco, empezando por nuestro entorno inmediato, los cercos que separan y excluyen a los seres humanos. Es una tarea pendiente y urgente. Hoy millones y millones de seres humanos mueren porque nadie los ha hecho hermanos.
Ojalá podamos transformar en programa de vida esa hermosa consigna de San Ireneo: “La gloria de Dios es que el hombre viva”, que no hace más que recoger el propósito por el cual el Hijo de Dios vino a este mundo, se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó: “He venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Hagamos esto nosotros también y viviremos.
Maracaibo 29 de octubre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

sábado, 28 de octubre de 2017

Homilía en la bajada de la imagen de La Chinita.

Homilía en la bajada de la imagen de La Chinita.
        

Hermanos y hermanas en N. S. Jesucristo:
“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una gran luz” (Is 9, 1). Querido pueblo católico del Zulia que hoy, lleno de gozo en el Señor y henchido de gratitud hacia la Madre de Dios, celebra hoy la Bajada de la venerada imagen de La Chinita, estas palabras del profeta Isaías que acabamos de escuchar, pronunciadas en un momento histórico oscuro para el pueblo de Israel, se refieren al anuncio del nacimiento de un niño, el Emmanuel, el Dios con nosotros (cf. Is 7, 10-16), que nacerá de una virgen y traerá la liberación del mal, la justicia, la paz y la alegría. Esta profecía tendrá su cumplimiento siete siglos después de haber sido pronunciada con el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Hijo de Dios, nacido de María la Virgen. Este nacimiento no hubiese sido posible sin el consentimiento de aquella muchacha de Nazaret llamada María que responde al ángel, desconcertada momentáneamente, pero llena de fe y humildad, con las palabras “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Decía San Bernardo que en las manos de María estaba el precio de nuestra salvación, de su consentimiento dependía que fuésemos liberados del pecado, de su respuesta que se nos devolviera la vida (cf. Homilía 4, 8-9). Afortunadamente ella dijo sí y se nos abrieron las puertas del cielo. Por eso, desde un principio el pueblo cristiano  sintió profunda veneración por aquella mujer privilegiada por Dios, elegida para ser la madre del Salvador, que acompañó a su Hijo hasta el pie de la cruz y a la Iglesia después de la resurrección y que la sigue acompañando siempre como una madre amorosa que vela por sus hijos. “Ella –dice el papa Francisco- es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Exhortación ‘Evangelii Gaudium’, EG, 286).
         Esta maternidad se hizo signo visible en la Maracaibo de principios del siglo XVIII, cuando en un día del año 1709 –historia bien conocida por todos- una anciana recogía en las orillas del lago una tablita que una vez colocada en la pared de su casa, en un luminoso 18 de noviembre, de manera milagrosa, mostraba claramente la figura de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, tal como lo describe hermosamente el insigne poeta zuliano Jorge Schmidke:


“La sacra reliquia, de Dios mensajera, viajó sobre el lago, llegó a la ribera; y una lavandera, piadosa y sencilla, cogió la tablilla, la llevó a su casa sin saber lo que era y tapó la roja tinaja de arcilla. Pero la tablilla, de Dios mensajera, sonó en la tinaja de la lavandera; y ante el ruido extraño, la mujer sencilla tomó la tablilla, secó la madera, y al fijarse en ella descubrió lo que  era. ¡Milagro, milagro, dulce maravilla!, gritó a los vecinos la mujer sencilla. ¡Es  la Santa Virgen, de Dios mensajera, la Sacra Madona que el mundo venera! ¡Miren como luce! ¡Miren como brilla! Y el pueblo, ferviente, dobló la rodilla, clavó sus miradas en la azul esfera, le dio una Corona, le alzó una Capilla, y a nada le teme, porque en su alma brilla la dulce Chinita, de Dios Mensajera”.



Y desde estos memorables acontecimientos, así descritos por el poeta, la devoción mariana del pueblo maracaibero y de toda la provincia se volcó en la veneración de aquella imagen de la tablita. A partir de entonces, ella reina como madre en los corazones de cada zuliano, en su cotidianidad y en los grandes acontecimientos, realizando el Señor, por su intercesión, numerosos prodigios en favor de sus hijos que a ella acuden en sus necesidades. Ella nos muestra en su regazo al Hijo, y con el rosario en su mano derecha nos invita a transitar los misterios de la salvación que nos conducen por el Hijo y en el Espíritu al encuentro con el Padre en el trajinar de cada día, con la mirada puesta en la eternidad y la gloria. Ella vela por nosotros como madre protectora en los peligros, en las angustias y en nuestras necesidades; acompaña nuestras alegrías y nuestros logros y nos llena de esperanza en el tortuoso camino de las dificultades y de las sombras.
         Como testimonio del amor que el pueblo zuliano siente por La Chinita, cada año, desde hace más de tres siglos, una multitud entusiasta de fieles, plena de devoción, participa de las celebraciones, que tienen como centro el 18 de noviembre. Antecediendo a ésta, con indecible alegría,  se realiza la bajada del sagrado ícono, que inauguran las solemnes festividades, la tradicional “Bajada de la Virgen”, que hoy estamos celebrando. Este año la fiesta de La Chinita tiene una impronta particular: el Sr. Arzobispo de Maracaibo, el día de la fiesta, declarará a la Basílica de N. S. de Chiquinquirá Santuario Arquidiocesano, lugar de encuentro y de oración donde zulianos y visitantes con particular devoción rinden veneración a la Madre de Dios. Asimismo, este año transcurre el septuagésimo quinto (75°) aniversario de la solemne coronación de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá. En efecto, un 18 de noviembre de 1942, con la presencia del episcopado venezolano en pleno y del Nuncio Apostólico, fue coronada la venerada imagen. Se dio cumplimiento así a una disposición del 16 de julio de 1917 del Papa Benedicto XV, con la que respondía a una solicitud del entonces Obispo del Zulia, Mons. Arturo Celestino Álvarez. Fue aquel 18 de noviembre de hace 75 años cuando por primera vez se escuchó entonar el himno de la Chinita: “Gloria a Ti, casta Señora; de mi pueblo bravo y fuerte; que en la vida y en la muerte; ama y lucha, canta y ora”.
         Ahora bien, celebrar estas realidades maravillosas en honor a la Madre del Zulia no implica ignorar la realidad que nos circunda y la situación en la que nos encontramos.  El papa Francisco afirma que el anuncio del Evangelio y la experiencia de vida cristiana, que tiene como centro el amor, deben tener consecuencias sociales (cf. EG, n. 180). La propuesta cristiana es el Reino de Dios, que Cristo ha venido a traer: “En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos”. Esta enseñanza constituye un desafío para nosotros los cristianos, en el contexto de la profunda crisis política, económica, social y moral del país y que requiere de todos un esfuerzo que ayude a superarla. En su salutación al pueblo zuliano, con ocasión de las fiestas de este año en honor de La Chinita, nuestro querido arzobispo y su obispo auxiliar nos han recordado que “el encuentro con ella se da este año en un contexto de grandes dificultades. La región, al igual que todo el país, está sumida en una grave crisis alimentaria, sanitaria y de inseguridad jurídica y civil. Nuestro pueblo pasa hambre, se enferma, se angustia porque no consigue los medicamentos que necesita. Miles de zulianos han tenido que abandonar el país, buscando en otra parte lo que su nación no les ofrece”. Por eso, los pastores de la iglesia marabina han querido colocar las fiestas de este año en honor de La Chinita bajo el signo de la caridad de María, que cual madre amorosa y compasiva vela por sus hijos, llena de misericordia, y como buena samaritana los socorre en sus necesidades. En ese mismo mensaje nos han pedido nuestros obispos que en este homenaje a nuestra patrona no nos limitemos a “contemplar sus innumerables milagros y favores de mujer samaritana, sino que queremos aprender de ella a ser nosotros cristianos y cristianas más conscientes de la dignidad de todo ser humano, más solidarios los unos con los otros, (…), más fraternos, más capaces de perdón y de reconciliación. En una palabra, ofrecerle un rosario viviente de caridad”. Esto debe traducirse en una acción social de la Iglesia y de los cristianos más comprometida y mejor organizada en favor de los más necesitados.

Junto a esta transformación de cada uno de nosotros en la caridad, a la que nos invita el ejemplo de María, aprovechemos la ocasión de este homenaje a la Chiquinquirá para pedir su intercesión  para que mueva los corazones de los que nos gobiernan, para que ejerzan su oficio velando por el bien común y los intereses  del pueblo que los eligió, más allá de sus propios intereses y de sus ambiciones de poder y de dominio. En este sentido quisiera subrayar lo que los obispos de Venezuela, en un reciente comunicado con referencia a las recientes elecciones regionales, hemos afirmado: que “el pueblo tiene derecho a exigir de la dirigencia política que se ocupe primordialmente de sus necesidades más sentidas, las conozca más de cerca, las experimente y le ofrezca un proyecto de país coherente, fundamentado en la justicia y el bien común sin exclusiones. Elevamos nuestra oración al Dios que alienta nuestra esperanza ante los serios problemas que afectan a nuestra sociedad y que causan angustia y desánimo en muchos corazones” (Comunicado CEV ante los comicios regionales, 19.10.2017). Pero pidamos también a La Chinita para que los empresarios y los comerciantes sean honestos y solidarios y no contribuyan, con la cadena de desmedidos aumentos de precios, a agravar la situación de pobreza creciente y progresiva que agobia al pueblo venezolano.

Hermanos y hermanas de Maracaibo y del Zulia,  que esta solemne ‘Bajada de la Chinita’ abra nuestros corazones a la Madre que nos ama, nos cuida y nos conduce al encuentro con Jesucristo y al encuentro fraterno y solidario con los hermanos.  Que ella nos asista para que nuestra palabra y testimonio de vida sean portadores del amor misericordioso de Dios a los demás. A ella, a nuestra amada Chinita, le decimos con el Papa Francisco: “Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de  la fe ardiente y generosa, de la justicia y del amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz. Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. (EG, 288). ¡Viva  La Chinita!


Maracaibo,   28 de octubre de 2017.


† Freddy J. Fuenmayor S.
Obispo de Los Teques