domingo, 29 de noviembre de 2020

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020

HOMILIA

Lecturas: Is 63,16-17.19;64,2-7; Sal 79; 1 Co 1,3-9; Mc 13,33-37


Muy amados hermanos,

Hoy iniciamos un nuevo tiempo litúrgico: el tiempo de Adviento.  Son cuatro domingos que anuncian y celebran las dos venidas de Jesucristo. La primera que tuvo lugar en el seno virginal de María y luego en Belén. La segunda acontecerá, tal como lo profesamos en nuestro Credo, cuando ese mismo Hijo de Dios de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. 

Este tiempo litúrgico nos impulsa a celebrar y vivir un doble dinamismo espiritual. Los dos primeros domingos orientan nuestra mirada hacia la parusía, el retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos, y el encuentro definitivo con Dios. Al mostrarnos el futuro y señalarnos la meta final de la peregrinación humana, acicatean nuestra esperanza y le dan a nuestro vivir un talante típicamente cristiano. Los dos últimos, en cambio, nos preparan de manera más inmediata a la celebración memorial de la primera venida, en carne y fragilidad, con la gran fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Ambos momentos están estrechamente unidos. Si miramos hacia atrás, si cada año celebramos los acontecimientos de la Encarnación del Hijo de Dios, acaecidos hace más de dos mil años, no es para darle vueltas indefinidas a la noria del tiempo, ni para reproducir pasivamente lo que hicimos en años anteriores, ni para alimentar sentimientos nostálgicos. Si rememoramos y celebramos esos acontecimientos iniciales es para asimilarlos más profundamente, hacerlos más nuestros, vivir más en el presente, enfrentar sus retos y exigencias con creciente libertad, lucidez, consciencia y creatividad; y, con la fuerza que nos comunica esta celebración, caminar con firmeza y convicción hacia la meta final junto con nuestros hermanos.

Así desde, el comienzo del año litúrgico, los cristianos que nos congregamos en estas celebraciones alrededor de la Palabra y de la Eucaristía, caemos en la cuenta de que la vida cristiana es vida, camino, historia, dinamismo. Lejos estamos de una religión paralizante, estática, sin fuelle.  Este doble dinamismo queda plasmado en la corona de adviento, con cada uno de sus símbolos: la corona del Reino de Dios, las ramas verdes de la esperanza, las llamas de la vida vivida en el servicio y la caridad que brotan de las cuatro velas con sus llamativos colores, el velón blanco en el centro que nos remite al cirio pascual, a Cristo Jesús, alfa y omega, principio y fin de todo.

En el evangelio de hoy, por tres veces, Jesús nos advierte que es menester mantenernos en vela, alerta y preparados, porque no sabemos el día ni la hora de su llegada. Para que lo entendamos mejor se vale de la comparación de un hombre que sale de viaje y deja su casa al cuidado de sus servidores, y le pide al portero que esté velando para que, cuando él regrese, cualquiera sea la hora, le abra y los encuentre a todos en pleno y responsable cumplimiento de sus servicios, y no dominados por el sueño o el amodorramiento. 

La primera pista para lograr esa vigilancia y no dormirnos, la encontramos en el texto del profeta Isaías y el salmo responsorial. Todos llegamos en algún momento a vernos tan aprisionados en nuestros vicios y pasiones y tan empantanados en nuestros pecados, que brota de lo más hondo de nuestro corazón un grito de auxilio, pidiéndole a Dios Padre se haga presente en nuestras vidas y nos salve. “¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia!”. Hagamos nuestro el grito desesperado de los salmistas: “¡Señor, ven en nuestro auxilio! ¡Señor, date prisa en socorrernos!”. 

Mantenernos alerta y en vigilancia no es otra cosa que caer en la cuenta de que Dios nuestro Padre y Redentor nos ama y, por medio de su hijo Jesús, nos ha colmado de dones. En la comparación utilizada por Jesús, el dueño, al irse, deja nada menos que su casa bajo el cuidado de sus servidores, con todo lo que esa casa tiene dentro: su familia, sus bienes, todo su patrimonio. Esa casa que el Señor deja a nuestro cuidado es el mundo, es la Iglesia, nuestra comunidad cristiana. Sigamos la recomendación que nos da San Pablo en la segunda lectura y valgámonos de esos dones divinos en favor del cuidado amoroso de todo lo que el Señor nos ha encomendado. 

Mientras esperamos la manifestación definitiva del Señor Jesús en la gloria, no tenemos pues ninguna excusa para permanecer ociosos, adormilados, inermes. Todos los ejemplos que el Señor Jesús nos da en los evangelios cuando habla del advenimiento del Reino de su Padre Dios entre nosotros, y cómo él quiere enrolarnos para que lo acompañemos, son ejemplos de gente trabajadora y activa: pescadores, amas de casa, buscadoras de agua, sembradores, servidoras, vendimiadores, administradores.  

La vigilancia que nos pide el Señor es pues el ejercicio activo de la virtud de la esperanza. Así la resume el autor de la Carta a los Hebreos: “Mantengamos sin desviaciones la confesión de nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la promesa es fiel. Ayudémonos los unos a los otros para incitarnos al amor y a las buenas obras” (He 10,23-24). Pongamos todos esos dones al servicio de los unos y de los otros. Cuidémonos unos a otros. Velemos por el bien común. 

Somos miembros de un pueblo que camina, que sabe hacia dónde va, qué meta quiere alcanzar y, mientras se dirige a la consumación de todo, no se entretiene en cualquier cosa, no mata el tiempo con el programa que le  ofrece la alienante civilización del entretenimiento, del placer y del consumo,  sino que se entrega, bajo el soplo poderoso del  Espíritu Santo, a sembrar semillas de Reino de Dios, a pregonar testimonialmente el  Evangelio de Jesús, a fermentar todas las realidades humanas, desde las más dolorosas y aflictivas hasta las más exuberantes y bellas, con el amor crucificado y resucitado de Jesucristo.

Adviento 2020 nos ofrece nuevamente la oportunidad de enfrentar las dificultades y tribulaciones de esta pandemia, así como la grave crisis que azota nuestro país con la audacia de la fe y la plena confianza en Dios. Si lo vivimos en dimensión de servicio y de amor, unidos en fraternidad, la vida deja de ser aburrida, de ser una amenaza que aplasta y aniquila, y se transforma en una asombrosa aventura de salvación, que nos mantendrá a todos siempre despiertos y activos, metidos de llenos, arados en mano, en los campos donde se fragua el advenimiento del Reino de Dios entre nosotros. 

Carora 29 de noviembre de 2020


+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo emérito de Maracaibo

Administrador apostólico sede vacante de Carora


domingo, 22 de noviembre de 2020

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY - 2020 - HOMILIA - CICLO A

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


SOLEMNIDAD DE CRISTO REY A 2020

HOMILIA

Lecturas: Ez 34,11-12.15-17; Sal 22; a Co 15,20-26.28; Mt 25,31-46


Muy queridos hermanos y hermanas,

Hoy celebramos jubilosos y esperanzados a Cristo Rey del universo. Con esta fiesta concluye el año litúrgico y, con él, la lectura del evangelio según S. Mateo. Un evangelio que, en sus cinco bloques de discursos, se propuso, desde el principio, darnos a conocer las enseñanzas de Jesucristo sobre el Reino de los cielos. Este Reino manifestado e implantado por Jesús pone fin a la esclavitud del pecado y libera definitivamente a la humanidad cautiva en  las tinieblas y las sombras de la muerte, bajo el dominio de Satanás. Un Reino ofrecido a la humanidad entera, pero con particular predilección, como lo enuncia Jesús en sus bienaventuranzas, a los pobres, a los afligidos, a los misericordiosos, a los hambrientos y sedientos de justicia, a los perseguidos, a los constructores de paz. 

La Iglesia, al finalizar este año, nos invita a congregarnos todos en torno a Jesús para proclamarlo como nuestro Señor y nuestro Rey; para manifestarle nuestro determinado propósito y ardiente deseo de colocarnos bajo las banderas de su Reino, de pertenecer a él, como miembros del nuevo pueblo de Dios, adquirido por su preciosa sangre, y ponernos en marcha junto con él, a su lado, detrás de él, hacia la casa del Padre, la nueva y definitiva tierra prometida.  

Este fin de año, al calor de esta fiesta recapitulativa, es también el domingo apropiado para manifestar, juntos, nuestro compromiso de trabajar ardorosamente, dentro de nuestra Iglesia, para que este Reino de libertad y de gracia, de santidad y de vida, de justicia, de paz, de verdad en el amor, se implante, primero dentro de cada uno de nosotros y luego, desde nosotros y con nosotros, se vaya irradiando, por la fuerza del Espíritu Santo, hacia todos los ambientes y realidades de este mundo  y penetrando en todos los corazones destrozados y afligidos de esta doliente humanidad.  

Para colocarnos a las órdenes de nuestro Rey y formar parte de los que siembran las semillas de su Reino, es menester que lo hayamos dejado entrar primero en nuestras vidas y lo estemos dejando actuar dentro de ella para liberarnos de las esclavitudes y pecados que aún nos atan y nos impiden ser libres. ¿Cuánto ha entrado este Reino dentro de nuestras vidas? ¿De qué manera está reinando Jesús en nuestros proyectos de vida? ¿Reina él o reinan aún nuestras pasiones desordenadas, nuestros vicios inveterados, nuestras malicias contaminadoras?

Sabremos que el Reino de Dios rige en nosotros si todas nuestras relaciones interpersonales, familiares, culturales y sociales llevan su inconfundible marca. Los invito pues a que contemplemos con serenidad y atención cómo conquistó Jesús ese reinado y cómo lo ejerce, para replicarlo en esos ámbitos dentro de los cuales se desenvuelven nuestras existencias. 

El Rey Mesías es un rey pastor que asegura el cuidado y la protección de sus ovejas. Jesús utiliza el poder que su Padre le ha dado al resucitarlo de entre los muertos, como un poder de servicio, de entrega de sí mismo y predilección por los pobres. Jesús empezó la proclamación del Reino de su Padre con las bienaventuranzas, luego lo reveló con gestos y acciones llenos de compasión, de perdón, de misericordia hacia todas las clases de menesterosos que fue encontrando en su camino. Finalmente coronó su misión de amor y bondad entregando su vida en la cruz y derramando su sangre por toda la humanidad.  

Con la parábola del Juicio final que hemos escuchado, Jesús quiere dejar bien claro, para todos sus discípulos, que será sobre este criterio de cuidado y atención a los más débiles y necesitados que se establecerá, al final de los tiempos, no solo el juicio de sus discípulos y seguidores, de los soberanos y gobernantes del mundo, sino también sin excepción alguna de todo ser mortal. No será Jesús ese día nuestro juez. El Señor no es juez, es el salvador, el redentor, el defensor. Seremos nosotros mismos quienes con nuestra conducta a lo largo de la vida, nos constituiremos en nuestros propios jueces y sabremos de que lado nos tendremos que ubicar, si del lado de los benditos herederos del Reino o del lado de los que yacen para siempre en oscuridad y tinieblas. 

El criterio determinante para saber si hemos trabajado para el advenimiento de este reino en nuestras vidas y en el mundo está claramente expuesto en las palabras que el Rey dirige a los de su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”. 

La misericordia, el amor compasivo, la caridad incesante para atender todas las formas de necesidad que existen en este mundo, es la clave definitiva que abre la puerta del Reino. Esa es la certeza, esa es nuestra profesión de fe. Ya desde ahora, desde que entramos en este mundo, se ha abierto delante de nosotros la posibilidad de decidir nuestro futuro y nuestra eternidad: con Dios y con los hermanos o sin Dios y sin hermanos. Lo que se desplegará sin límite alguno al final de todo, ya está en marcha en medio de nosotros. 

¿Quieres saber de qué lado vas a quedar en el juicio final, si del lado de los elegidos o del lado de los reprobados? La respuesta está contenida en el evangelio de hoy, mis queridos hermanos. Para que el Señor nuestro Rey nos reciba a su lado el día final, es menester que en esta tierra, durante mi vida nosotros lo hayamos apacentado a él, cuidado a él, defendido a él, en las personas de los hambrientos, de los sedientos, de los encarcelados, de los enfermos, de los migrantes y refugiados, de los vulnerables, de los débiles. 

Nos toca reproducir en nuestra escala, en nuestro tiempo, en nuestros ámbitos de vida, la conducta que tuvo el pastor hacia sus ovejas tal como la describen los profetas Isaías, Jeremías y Ezequiel. ¿Qué recalcan estos profetas? Que Dios Pastor se hizo cargo personalmente de sus ovejas, se las arrebató de las manos a los malos postores-gobernantes y él mismo las buscó, las reunió, las alimentó, las curó y las apacentó. 

Así se comportó el Señor Jesús, como un buen pastor, con todos los que fue encontrando en su camino, mientras vivió entre los hombres. No solo atendió ocasionalmente a los que fue encontrando sino quiso darle ese sentido a toda su misión. Vino a este mundo para rescatar a toda la humanidad, quiso cargar sobre sí nuestras iniquidades, dio su vida en la cruz derramo su sangre preciosa, no solo para para arrancarnos de las garras del demonio, del pecado y de la muerte, sino para reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos.

Cuando terminó de contar la parábola del buen samaritano que se detuvo al ver al hombre herido, tirado a la vera del camino, se bajó de su cabalgadura, se acercó hasta donde estaba el herido, lo curó, lo vendó, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y le pagó el mesonero para que lo atendiera en todo lo que necesitara hasta su plena sanación, le dijo a su interlocutor: “haz tu lo mismo y vivirás”. 

Jesús no solo nos trajo el Reino de Dios, sino que él mismo se transformó en camino de ese Reino para que no nos extraviáramos y llegáramos con él a la meta. ¡Qué grande será nuestra dicha, queridos hermanos, cuando el Señor nuestro Rey se dirija a ti, a mí y nos diga: ¡Tu, ven, acércate y toma posesión del Reino que mi Padre Dios tiene preparado para ti, desde la creación del mundo!”. Vivamos pues, en amor y fidelidad, cada día de esta vida, bajo el reinado de Cristo nuestro Rey; dejémonos cuidar y pastorear por ese siervo pastor, para que ese momento se produzca y gocemos de lo que tanto hemos anhelado y deseado y que el Señor en su infinita misericordia ese día nos otorgará.   

Carora 22 de noviembre de 2020



Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede plena” de Carora


domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO A 2020 - HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO A 2020

HOMILIA

Lecturas: Prov 31,10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1 Tess 5,1-6; Mt 25,14-30

EN SERVIR A DIOS EN LOS HERMANOS ESTÁ LA VERDADERA ALEGRIA

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo, 

En este penúltimo domingo del tiempo ordinario la Liturgia de la Palabra ofrece a nuestra meditación la parábola de los talentos. Está incluida en el quinto de los cinco discursos en torno a los cuales Mateo, como buen catequista, ha reunido las principales enseñanzas de Jesús para sus discípulos. En este discurso encontramos tres grandes parábolas: la de las diez doncellas, que meditamos el domingo pasado; la de los talentos, que corresponde a la Liturgia de hoy y la del Juicio final (Mt 25,31-46) que escucharemos el próximo domingo, fiesta de Cristo Rey del Universo.

Los tres relatos nos trasladan a los últimos tiempos, cuando ocurrirá el advenimiento final del Reino de Dios y todo llegue a su consumación. El de las diez doncellas se enfoca en la imprevisibilidad de esa llegada y la consiguiente necesidad de estar siempre preparados. El de hoy aclara la actitud que debemos asumir en la gestión de los bienes del Reino que se nos han confiado. El del Juicio Final nos devela la clave para tomar posesión de ese Reino del cual Dios en su infinita bondad nos ha invitado a formar parte. En los tres se nos recuerda que, de una manera u otra, hemos de rendir cuentas ante Dios de nuestros comportamientos, actitudes y acciones realizados en esta vida.  

La parábola de hoy cuenta la historia de un hombre que antes de salir para un largo viaje confía sus bienes a tres servidores suyos de confianza; al primero le entregó cinco talentos de oro, al segundo dos y al tercero uno. A cada uno, precisa el narrador, según su capacidad. Se trata pues de bienes ajenos entregados a servidores en cantidades distintas, pero que no da lugar a envidias ni comparaciones porque a cada uno se le confía la parte que está a su alcance administrar. 

El primero invierte inmediatamente, sin miedo, los cinco talentos que ha recibido y produce cinco más. El segundo hace otro tanto con los dos suyos y produce también dos más. En cambio, el tercero, que ha recibido uno, no quiere correr riesgo de perder el talento recibido y decide enterrarlo en un hoyo hasta el regreso de su señor. A su regreso, el señor los llama a los tres para que rindan cuenta de su administración. Los dos primeros le entregan cada uno el doble de lo que recibieron; el dueño de la hacienda los felicita por su fiel y productiva gestión y los invita a participar de bienes mayores. Al tercero en cambio, que le devuelve el mismo talento que le entregó, le dirige severos reproches y lo llama siervo malo y perezoso. Le recrimina la mediocridad de su decisión. Si tenía miedo de operar con ese talento por miedo a perderlo ¿Por qué no lo coloco por lo menos en el banco para que produjera intereses? Por ser tan precavido, temeroso y flojo lo poco que tiene lo va a perder.

La parábola se desarrolla pues en cuatro tiempos: el de la entrega de los bienes, el de la producción, el de la rendición de cuentas y la evaluación que el dueño hace de cada uno de sus servidores. A través de ella Jesús les dirige a sus discípulos una clara enseñanza para que entiendan que mientras están en este mundo, han de empeñarse en valerse de los dones, gracias y carismas que han recibido e invertirlos sin miedo para acrecentarlos. Solo su utilización hará crecer el Reino de Dios en este mundo. 

Los demás textos bíblicos de la Liturgia de la Palabra de este domingo tienen el mismo enfoque. La primera lectura, del Libro de los Proverbios, hace una magnífica descripción de todo lo que es capaz de llevar adelante una mujer emprendedora y hacendosa en favor de su esposo, hijos y personal de la casa. El salmo responsorial elogia al hombre que teme al Señor y sostiene su hogar con el fruto de su trabajo. San Pablo les recuerda a los tesalonicenses que al no saber cuándo tendrá lugar el retorno de Jesús, han de empeñarse en ser hijos de la luz y del día, luz que corresponde, dice Jesús, a las buenas obras que llevan a los que las ven a glorificar a Dios (Mt 5,16). 

La parábola nos ofrece la visión de un Dios generoso que confía en la criatura humana, le encomienda sus dones. Desde el Antiguo Testamento se viene vinculando la verdadera religión a la praxis de la misericordia. Tanto Jeremías como Isaías insisten en que no basta decir Señor, Señor para salvarse, sino que es menester ser misericordiosos con el huérfano, la viuda y el forastero y realizar obras de misericordia. Jesús retomará esta enseñanza: “No todo el que me diga: “¿Señor, Señor! entrará en el Reino de los cielos sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo” (Mt 7,21). 

Estamos bien lejos pues de la religión opio del pueblo que Marx le quiso achacar al cristianismo. O desconocía esta parábola, o no la leyó o si la leyó no la entendió. Nuestra mirada transcendente al más allá no es para cruzarnos de brazos aquí. El Concilio Vaticano II nos recalca que nuestra pertenencia a una patria celestial no ha de aminorar sino por lo contrario avivar nuestra participación, aquí y ahora, junto a los demás hombres y mujeres de buena voluntad, en la construcción de la ciudad terrena. Nada de escapismos espiritualistas ni de quedarnos sentados al margen de la historia a ver qué pasa. El Señor Jesús ha querido que en la realización de la salvación de la humanidad participen también sus discípulo con la misma astucia y creatividad que los hijos de las tinieblas (Cfr. Lc 16,1-8).

A los miembros de la Iglesia se nos ha encomendado fecundar con la savia del Evangelio toda la realidad humana en sus más diversas vertientes. Los estados de vida, las oportunidades que se nos brindan, las responsabilidades que asumimos, las tareas y cargos que nos piden, todo ha de ser llevado adelante con creativa laboriosidad. La única manera de que el Señor, a su retorno definitivo, nos encuentre despiertos es que ofrezcamos cada día nuestra mano de obra en la edificación del Reino de Dios sin caer en el frenesí del hiper-activismo; ni dejarnos intoxicar por la falsa idea de que somos nosotros los que hacemos avanzar el Reino, pues eso solo lo puede hacer el Señor: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles” (Sal 126,1). “Sin mí, no pueden hacer nada” (Jn 15,5) 

Nunca debemos perder la perspectiva de que no somos más que unos servidores del Dueño de todo (Lc 17,10).  La gestión de los bienes del Reino presentes en esta tierra es de gran importancia para poner a prueba nuestra lealtad y fidelidad al Señor. Si somos fieles en el cumplimiento de estas tareas, él nos llamará a participar en bienes de mayor envergadura: de su alegría, de su gozo, de su compañía, de su amor. ¡Qué dicha tan grande si, al final de todo, nos es dado oír de la boca misma de nuestro Señor las palabras que dirigió a los dos primeros servidores!: “Muy bien, sirviente honrado y cumplidor: has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu Señor”.

Carora 15 de noviembre de 2020


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO A 2020 - HOMILIA

 DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO A 2020

HOMILIA

Lecturas: Sab 6,12-16; Sal 62; 1ª Tess 4,13-18; Mt 25,1-13


Muy amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

La parábola de las diez damas de honor se incluye junto con otras dos parábolas en el último de los cinco discursos en torno a los cuales S. Mateo hace girar la redacción de su evangelio, ubicado justo antes del relato de la pasión y muerte de Jesús. Se le conoce con el nombre de discurso escatológico, por tratar temas relacionados con la consumación de todo y el juicio final.  No perdamos de vista esta perspectiva pues es una de las claves de la parábola de hoy.

Todas las parábolas del evangelio de S. Mateo se refieren al Reino de los cielos. Las que narra durante el ministerio galileo de Jesús, se centran en el Reino ya presente, escondido en el aquí y ahora de la vida de cada día. Las que narra en Jerusalén, pocos días antes de sumergirse el Señor en el drama de su pasión y muerte, giran en torno al Reino futuro, que está por venir de manera sorpresiva. Las enseñanzas contenidas en las dos categorías generan en los discípulos de Jesús actitudes complementarias.

A Jesús le gusta montar sus enseñanzas a partir de situaciones de la vida corriente. En esta oportunidad la historia gira en torno a una boda, que en el medio oriente, como en cualquier parte del mundo, siempre es una fiesta. Los protagonistas no son los novios sino diez jóvenes doncellas que, en nombre de la novia, deben formar el cortejo nocturno de honor para alumbrar el camino del novio y llevarlo hasta el lugar de la fiesta de boda. El novio se retrasa- ¡ya ven que no son solo las novias las que se retrasan! - Las muchachas se cansan de esperar y se quedan dormidas. 

De repente un grito sonoro las despierta a medianoche: “¡Ya llegó el novio, salgan a su encuentro!”. Cuando empiezan a preparar sus lámparas, cinco de ellas se dan cuenta de que se les están apagando por falta de aceite. Desesperadas les piden a las compañeras que las auxilien, pero éstas, que si han traído reserva, no pueden ayudarlas, porque corren el riesgo de dejar al novio en la oscuridad total, mal augurio en una boda. Así que no les queda otra a las desprovistas que salir corriendo en busca de aceite a medianoche. 

Mientras lo están buscando, llega el novio y las cinco que aún tienen aceite en sus lámparas lo acompañan, y entran con él al banquete de bodas. La puerta de la fiesta se cierra. Cuando llegan las otras cinco, con sus lámparas encendidas, pero sin el novio, y tocan a la puerta desesperadas, desgañitándose para que les abran, oyen por segunda vez una voz, desde dentro, que las desespera más que la primera: “Les aseguro que no las conozco”. Esta es la historia de hoy y la conclusión del narrador es clara y contundente: “Estén pues preparados, porque no saben ni el día ni la hora”. 

Se trata pues de estar atentos y vigilantes para cuando llegue el novio; es decir, para cuando se produzca el retorno glorioso de Jesús para llevar todo a su consumación y, como le explica Pablo a los Tesalonicenses en la segunda lectura, poder salir a su encuentro y participar con él de esta clausura.  Esta cita es decisiva y no la podemos perder porque no se va a repetir. Se trata de estar allí en la estación apropiada y en el andén correcto para cuando llegue ese tren, cuyo día y hora de llegada desconocemos. 

La clave, el secreto para estar allí, despiertos, el día que toca, con la lámpara encendida, en el lugar correcto, es, nos enseña el Señor, la práctica de la vigilancia: “Por tanto estén atentos, porque no conocen ni el día ni la hora”. No se trata de vivir tan centrados en la parusía que nos avadamos del mundo y nos olvidemos de las responsabilidades que tenemos. Eso sería espiritualismo. Tampoco se trata de sumergirnos a tal punto en los afanes temporales que nos olvidemos totalmente de Dios. Eso es mundanización.  

¿Qué nos quiere decir entonces Jesús a todos? Que hay que colocar a Dios en el corazón y meollo de nuestras vidas desde el principio, y tenerlo siempre ahí. Aquí vale el consejo que muchos padres les remachan a sus hijos cuando se aproximan los exámenes de fin de año escolar: “Hijo, prepárate. No dejes todo para última hora”. Cuando se trata de Dios lamentablemente mucha gente usa el comodín de la procrastinación. 

En una de esas postales que se venden en las calles de Roma se encuentra esta preciosa secuencia que describe de maravillas a los proscrastinadores. De bebé: “No, no lo bautices ahora: que él mismo lo decida cuando sea grande”. De niño (con audífonos y celular entre los dedos): “Abuela, no interrumpas el juego electrónico del niño: le enseñas a rezar después”. De estudiante universitario: “Estoy muy enfrascado en mis estudios; cuando me gradúe me ocuparé de Dios”. De recién casados: “Cuando hayamos organizado nuestra vida iremos a misa”. De adulto metido en el fragor de la búsqueda de trabajo: “Tengo demasiados problemas en la cabeza para ponerme a pensar en Dios”. Y al final una tumba con una lápida: ¡Demasiado tarde para hablarle de Dios! Las familias “procrastinadoras” son unas ilusas que se creen dueñas del mañana, y suelen perder ellas y a una generación completa, no solo el tren de la parusía sino también el de sus propias vidas.

Se trata por un lado de saber vivir con Dios y con los hermanos el momento presente, el hic et nunc, con toda su intensidad de gozo o de dramatismo. Y por otro de vivir en proyección, en trascendencia, consciente de que todo no termina es esta historia, no concluye en lo cotidiano de la vida humana, sino en el esplendor de la vida que Cristo posee en plenitud y de la cual nos quiere hacer participar. Somos todos unos migrantes en pos de la patria definitiva.

La única manera de estar vigilantes en el momento decisivo del paso de Dios, es haber hecho de la vigilancia una actitud habitual en nuestro modo de vivir. Nadie se improvisa de técnico o maestro en alerta y vigilancia en el último momento.  Es pues indispensable que nos mantengamos siempre despiertos y atentos para percibir la presencia de Dios en la trama y urdimbre de nuestro diario vivir. Aquí es donde tenemos que hacer acopio de las enseñanzas de las parábolas galileas. Es también el consejo del autor del libro de la Sabiduría, que escuchamos en la primera lectura: madruga, desea, busca la sabiduría con ahínco, ámala y saboréala en toda su intensidad y transfórmala en algo así como el impepinable café de tu cotidianidad. 

Finalmente, el detalle del aceite es de primerísima importancia. En el camino de la vida tenemos que madrugar para proveernos de aceite propio, y ¡no esperar la víspera, a medianoche, para empezar a buscarlo! En la realización de nuestra propia vida, en el cumplimiento de nuestras responsabilidades, en el cumplimiento de nuestras tareas como cristianos, no existe la salvación por poder. Todo es personal. Nadie puede alumbrarse ni alumbrar a su prójimo con aceite ajeno. Ayudar es una cosa. Sustituir es otra. Ser solidarios, como no. Intercambiarnos imposible. Nadie puede presentarse ante Dios con indulgencias ganadas con escapulario ajeno. Cada uno es dueño, responsable y arquitecto de su eternidad. Los momentos de crisis, como los que estamos viviendo en Venezuela doblemente, ponen a prueba la fibra con que estamos hechos y cómo hemos aprendido a hacerles frente exitosamente a las dificultades, sin buscar recostarnos de los demás, buscando soluciones fáciles, como lo pretendieron las doncellas atolondradas. 

La clave de la vigilancia es estar siempre sirviendo, dándonos a Dios a través del prójimo. En los momentos últimos y decisivos de la vida, cuando me toca alumbrar con la lámpara de vida los pasos del esposo hacia el salón del festín de bodas, ya no es el momento de pedirle a otros. Es el momento de alumbrar con mi lamparita el camino del Señor.   

Pido a Dios, mis hermanos por ustedes y por mí para que, cuando en el corazón de nuestra noche, oigamos el grito: “ ¡Llegó el esposo: salgan a su encuentro!”, nos levantemos prestos y encontremos- ¡oh maravilla de las maravillas! - nuestras lámparas encendidas, gracias al aceite que los pobres, los necesitados, los hambrientos y sedientos que servimos y atendimos con amor en el camino de nuestras vidas, nos proveyeron para este decisivo momento.   

Carora 8 de noviembre de 2020


+ Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora