sábado, 7 de enero de 2017

HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIÁCONO EDUARDO DABOIN PARROQUIA LA INMACULADA. CARRASQUERO.



HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL
DEL DIÁCONO EDUARDO DABOIN
PARROQUIA LA INMACULADA. CARRASQUERO.

Lecturas: Eclo. 2, 1-6: Salm 22; 1Tim 1, 12-17; Jn 10, 11-17



Muy queridos hermanos y hermanas
En el marco de los 50 años de esta comunidad parroquial de la Inmaculada Concepción, con alegría y esperanza cristianas, estamos celebrando la ordenación presbiteral de un hijo de Carrasquero. Saludo de modo especial al Padre Alexis León, administrador parroquial, a la comunidad religiosa de los padres salesianos, a los sacerdotes concelebrantes, a los diáconos permanentes, a las religiosas presentes y a los seminaristas que sirven en esta solemne celebración.
Permítanme saludar especialmente a los padres de Eduardo y a toda esta comunidad cristiana, que han sido testigos de excepción del llamado divino de este joven, al cual ustedes vieron nacer, crecer y madurar en su proceso de vocacional. A ustedes, Eduardo, les debe mucho, pues, aunque el Señor puede llamar, directa y extraordinariamente, a una persona, suele, sin embargo, valerse de acontecimientos y personas para dar a conocer su voluntad. Les pido encarecidamente que sigan orando por él, para que el Señor lleve a feliz término lo que él mismo inició.
Hace apenas un mes clausuramos el Año de la Misericordia, pero como ha dicho el Papa Francisco “’aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo” (Homilía de Clausura del Año de la Misericordia). Estamos todavía celebrando el Nacimiento del Salvador, y resuenan, todavía hoy, las palabras de San Juan “tanto amó Dios al mundo que envió a su hijo único” (Jn 3, 16).
Esta ordenación sacerdotal, es para nosotros, un gesto de misericordia de Jesús que ha llamado a Eduardo a ser uno de los suyos, un amigo, un confidente, un ministro, uno que lo hará presente en la comunidad cristiana. Es también, un regalo para esta Iglesia Marabina, urgida de sacerdotes configurados según el corazón de Cristo Jesús. Sacerdotes que sean testigos de vida en unidad y comunión afectiva y efectiva con su Obispo y a su presbiterio en medio de un pueblo en desbandada. Sacerdotes apasionados por la proclamación de la Buena Nueva de la Salvación en estos momentos de tanta incertidumbre y confusión, de tanta manipulación y mentira. Sacerdotes valientes que guíen con aplomo un pueblo pobre y abandonado, carente de líderes capaces, honestos y responsables. Demos gracias a Dios por este gesto de misericordia y por este gran regalo.
Has elegido, querido hijo, el evangelio en el que Jesús se presenta a sus discípulos como un Buen Pastor y en el que aparecen las principales virtudes que deben adornar el ministerio del sacerdote: conocer por su nombre cada una de sus ovejas, defenderlas de sus depredadores y estar dispuesto a dar la vida por ellas.

Como bien sabes, esta figura del Buen Pastor es muy familiar en la Sagrada Escritura y en las primeras comunidades cristianas. Se conserva efectivamente una pintura en una lápida sepulcral de las catacumbas de Domitila, en Roma, que data del final del siglo tercero, en la que aparece Jesucristo como un Buen pastor, que guía y protege a sus fieles con su autoridad (el cayado), los atrae con la sinfonía melodiosa de la verdad (la flauta) y les hace reposar a la sombra del árbol de la vida (la cruz que abre la puerta del paraíso).
En el Antiguo Testamento Dios mismo es representado como pastor de su pueblo “El Señor es mi pastor nada me falta” (Salmo, 23).  Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo de su rebaño” (Salmo, 95,7). El futuro Mesías también es descrito con la imagen de pastor: “Como el pastor pastorea su rebaño; recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas» (Is 40,11). Esta imagen ideal de pastor encuentra su plena realización en Cristo. Él es el buen pastor, el Gran Pastor, enviado por el Padre, en busca de la oveja extraviada (Cf Lc 15,1-4); se apiada del pueblo porque lo ve «como ovejas sin pastor» (Mt 9,36); y a sus discípulos los llama “’el pequeño rebaño” (Lc. 12, 32)
Todo sacerdote, como Jesús, debe conocer a sus ovejas y las ovejas deben reconocer en la voz del sacerdote, la voz del mismo Cristo a quien representan: «Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen». En Israel, era posible que se llegara a un conocimiento íntimo y profundo entre el pastor y las ovejas, pues permanecían años y años en compañía del mismo pastor, quien acababa por conocer el carácter de cada una y llamarla con un apodo afectuoso (Jn 10,4).
Está claro lo que Jesús quiere decir con estas imágenes. Él conoce a sus discípulos, conoce lo que cada uno lleva en su corazón (Jn 2, 24-25) les conoce «por su nombre», que para la Biblia quiere decir en su esencia más íntima. Él les ama con un amor personal que llega a cada uno como si fuera el único que existe ante Él. Cristo no sabe contar más que hasta uno: y ese uno es cada uno de nosotros.
El Papa Francisco no se cansa de recordar a los sacerdotes y a los obispos que debemos ser pastores ‘’con olor a ovejas’’, olor que se adquiere si estamos en contacto permanente con los fieles que nos han sido encomendados. En el Capítulo V de la Exhortación ‘’El Gozo del Evangelio”, nos da algunas pautas, para que sigamos el ejemplo de Jesús. Siempre tenemos la tentación “de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros…Cuando lo hacemos la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la inmensa experiencia de ser pueblo, de pertenecer al pueblo” (EG, 270).
Y el Papa insiste que imitamos a Jesús en el ejercicio del ministerio: Jesús “si hablaba con alguien, miraba sus ojos con una profunda atención amorosa, así hizo con el Joven Rico, lo miró con cariño (Mc. 10, 21), se hace accesible al ciego de nacimiento, a pesar de que los apóstoles tratan de impedírselo (Mc. 10, 46), come con los publicanos y pecadores, sin importarle que lo traten de comilón y borracho (Mt. 11,19), trata con respeto y caridad a la mujer sorprendida en flagrante adulterio y lo vemos disponible a atender a Nicodemo de noche (Jn. 3, 1-15)” (EG, 269)

Te aconsejo, querido Eduardo, que no seas sacerdote de carreteras, ni de aeropuertos, sino que te entregues plenamente a la misión que te he encomendado. Céntrate bien en ella, no te disperses. Pídele al Espíritu Santo que seas siempre capaz de discernir lo importante y esencial de tu ministerio para llevarlo a cabo con alegría. Sólo así podrás conocer bien a las personas que están a tu cuidado, podrás amarlas, podrás compartir con ellas sus alegrías y penas, podrás, en definitiva, mostrar el rostro misericordioso de Jesús, que nos ama a cada uno, con un amor total, sacrificado, perdonador.
El sacerdote, como Jesús, debe dar la vida. “Él da la vida a las ovejas y por las ovejas y nadie podrá arrebatárselas’”. La pesadilla de los pastores de Israel eran las salvajes bestias –lobos y hienas- y los salteadores. En lugares tan aislados constituían una amenaza constante. Era el momento en que se evidenciaba la diferencia entre el verdadero pastor –el que apacienta las ovejas de la familia, quien tiene la vocación de pastor- y el asalariado que se pone al servicio de algún pastor sólo por la paga que recibe de él, pero que no ama, e incluso frecuentemente odia a las ovejas. Frente al peligro, el mercenario huye y deja a las ovejas a merced del lobo o del malhechor; el verdadero pastor afronta valientemente el peligro para salvar el rebaño.
Te ha tocado, Eduardo, recibir la ordenación presbiteral, en un momento difícil de la historia de nuestra querida patria. Espero que, como Jesús, estés dispuesto a dar la vida y proteger de los peligros externos e internos al pueblo de Dios. Este momento difícil debe constituir para ti una ocasión, una oportunidad para manifestar tu amor incondicional a Dios y a la gente. Es válido para ti el consejo que hemos escuchado del libro del Eclesiástico: “’acepta todo lo que te venga, y sé paciente si la vida te trae sufrimientos. Porque el valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento”.
El sacerdocio no es una profesión. Por tanto, no buscarás los mejores puestos, no te lucrarás con el ejercicio del ministerio, no te darás lujos ni vivirás una vida confortable, placentera, libre de preocupaciones, no me pedirás permiso para trasladarte a un país rico y desarrollado para vivir la “dulce vida”. Para estas cosas, Dios no te eligió. Dios te eligió para ser de Él, servir y dar la vida.
Hay retos, palabras y circunstancias que desaniman a los cobardes, suelen ser las mismas que animan a los valientes. Espero que te encuentres entre estos últimos. Haz vida en ti, cuanto te aconseja el sabio: “Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba. Fortalece tu voluntad y sé valiente, para no acobardarte cuando llegue la calamidad. Aférrate al Señor, y no te apartes de él; así, al final tendrás prosperidad”. Y sigue, al pie de la letra, el lema que escogiste “Todo lo puedo, en Cristo que me fortalece” (Fil 4,13), pues como tú bien lo has dicho ser sacerdote es ser partícipe del sacerdocio de Cristo que se entrega y se dona por los demás, dar la vida por las ovejas, perderla para tomarla de nuevo.
Queridos jóvenes, aquí presentes, vale la pena dar la vida por Jesús, él no quita nada y lo da todo. Pregúntate, en este momento, ¿Jesús quiere que yo sea sacerdote? ¿Vale la pena dar la vida por Jesús? ¿Jesús tendrá necesidad de mí? Si ves que el Señor te llama a entregar tu vida al servicio del evangelio, sé generoso, responde inmediatamente, no hagas esperar al que es tu vida, luz y camino, para que puedas decir como San Pablo en la lectura de hoy: ‘’Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio”.
Eduardo, estamos en tierras marianas. Las tierras marenses están marcadas por la presencia de María bajo diversos títulos y advocaciones: Virgen del Carmen, María Auxiliadora, Inmaculada Concepción, La Chinita. Cada uno de ellos te han ido mostrando a lo largo de tu vida cristiana el rostro amoroso y materno de tu madre amada. Hoy, al iniciar tu vida de sacerdote,  te confío a su poderosa y maternal protección. Que  ella sea para ti, modelo, esperanza y consuelo. Amén

Carrasquero, 7 de enero de 2017


+ Ubaldo Ramón Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo