DOMINGO XXXI ORDINARIO DEL AÑO CICLO A
HOMILIA
En estos últimos domingos el evangelio de San Mateo nos ha presentado las controversias y polémicas provocadas deliberadamente por distintas autoridades religiosas judías contra Jesús en Jerusalén, buscando minar su popularidad y presentarlo como un enemigo del imperio romano. Hemos visto desfilar a maestros de la Ley, saduceos, fariseos, herodianos con preguntas malintencionadas y las respuestas de Jesús, muchas de ellas mediante parábolas, que los ha dejado confundidos.
La oposición de los dirigentes religiosos a la persona y al mensaje de Jesús ha estado presente desde el principio de su ministerio. Se enfrentaron primero con Juan el Bautista (Mt 3,7) y, una vez desaparecido Juan, se centró en él (Cf Mt 5,20;9,3.11; 12,1-42). En cada momento el Señor fue señalando sus deficiencias. El evangelio de hoy trae el inicio de un capítulo en el que Jesús recapitula todos sus señalamientos y reprueba con fuerza su estilo de liderazgo. En el texto de hoy Jesús se dirige a la multitud y a sus discípulos, pero la segunda parte se dirigirá directamente a los maestros de la Ley y a los fariseos.
Este mensaje no va dirigido solamente a ellos sino a todos los líderes religiosos de nuestra Iglesia y a todos los cristianos que ejercen algún tipo de liderazgo tanto en su familia, como en su comunidad eclesial y en la sociedad. Todos estamos llamados a acogerlo con un corazón abierto y a revisar nuestra conducta a la luz de la enseñanza que contiene. Más que un ataque a una categoría de dirigentes, es un fuerte aldabonazo de alerta y una advertencia que nos previene para que nos miremos en ese espejo y cuestionemos seriamente nuestra vida y conducta a ver si se adecúa al estilo de Jesús.
Antes de cuestionarlos, Jesús reconoce la autoridad del contenido de su enseñanza. Saben lo que dicen. Explican bien la Ley. Por eso invita a sus oyentes a hacer y observar todo lo que ellos le digan. Pero inmediatamente añade: “pero no actúen conforme a sus obras porque ellos no hacen lo que dicen”. Esta flagrante incoherencia se refleja en tres conductas: manejan un doble código: dicen, pero no hacen lo que dicen. Son duros con sus seguidores: les imponen cargas pesadas en las espaldas que ellos no son capaces de llevar; actúan para ser vistos. Es decir, quieren llamar la atención con sus atuendos, buscando los primeros puestos en actos religiosos y banquetes y exigen que se les llame por su título: Rabí.
Jesús va a partir de este título para describir cuál ha de ser el comportamiento de sus discípulos tanto en su casa como en la comunidad, a partir de tres títulos muy usados en aquellos tiempos: rabí o maestro, padre e instructor. Rabí es un título de autoridad revestido de honorabilidad. En el evangelio de Mateo la única persona que le aplica este título a Jesús es Judas Iscariote en el momento de la traición (Mt 26,25.49). El padre, en el contexto socio-cultural vertical y machista de aquella época, era considerado como un jefe absoluto, el dueño de todo y de todos, que tenía potestad sobre todos los de su casa y a quien por consiguiente todos debían de estar sometidos. El instructor es un tutor, y algunos estudiosos lo entienden como un preceptor al servicio de alumnos de la élite.
La enseñanza de Jesús va más allá de un simple problemas de títulos. Afronta con seriedad un asunto de mucha monta que podemos recoger en esta pregunta: ¿Cuáles han de ser las actitudes por las que han de regirse sus seguidores dentro de las comunidades discipulares?
Ante estas conductas Jesús puntualiza el comportamiento personal y comunitario por el que han de regirse los suyos: todos ustedes son hermanos. Esa es la postura fundamental por la que han guiarse sus discípulos para construir su Reino: vivir en comunidades fraternas. Por consiguiente, no pueden reproducir entre ellos las posturas reflejadas en los títulos antes descritos. Si van a ejercer alguna conducción en la comunidad no puede ser con la vieja figura del padre, investido de un poder absoluto sobre todos los demás. No pueden estar detrás de títulos ni reconocimientos. Jesús acepta el título de rabí, pero lo ejerce fuera de las escuelas y academias, al aire libre, sentado en una colina o a la orilla del lago o en una casa. Sus oyentes son la gente sencilla, los campesinos, los pescadores, las amas de casa.
En cambio, los modelos que han de tratar de reproducir es el del Padre que está en los cielos: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso”. El modelo de Jesús: Él es nuestro instructor, el Mesías.
La actitud fundamental que recoge y sintetiza todas las demás posturas es la de servidor: que el mayor entre ustedes sea su servidor. La autoridad en la comunidad eclesial se ejerce según estos modelos en cuanto se vive en comunión con el único Padre, el único Maestro y el único Instructor. Es decir, con las tres personas divinas. Y la motivación fundamental que debe estar detrás de todas las demás es la del servicio.
Los miembros de las comunidades cristianas que participan en la vida de la Iglesia se unen desde en Cristo Jesús partiendo, con él y como él, desde lo último, desde lo más bajo y sencillo. Por el camino de la humildad y de la pequeñez. Por eso Jesús propone el camino de la unificación en Él: partir desde lo más bajo posible, como el servidor que se humilla. El se humilló hasta el extremo de la muerte y de la muerte en cruz y su Padre lo engrandeció con la resurrección (Cf Fil 2,5-11). Esa fue su actitud fundamental que se manifestó plenamente en el acontecimiento de la Cruz.
Allí llega a su culmen su autoridad: su perfecta coherencia entre su enseñanza y su actuación, Allí alivió la carga de todos nosotros, soportó nuestros sufrimientos y cargó nuestros dolores, llevando sobre sus espaldas el peso de nuestros pecados (Cf Is 53,4-5). Allí se despojó de su rango, de su túnica para revestir a todos los hijos pródigos que llegamos a sus pies, con el vestido de fiesta de la dignidad de hijos de su Padre. Allí se sentó en el último lugar del mundo para sentarnos a todos a su mesa. Allí, en el Gólgota, la cruz se volvió su cátedra real para enseñarnos a todos cómo ser hijos de Dios en espíritu y en verdad y hermanos animados por la fuerza del amor.
¡Qué bien nos viene a todos nosotros, curas y obispos y a nuestros líderes políticos, cristianos o no, despojarnos de las falsas actitudes de liderazgo!: la doble vida, la falta de compromiso, el buscar ser vistos, aplaudidos y sentados en los puestos de honor y adoptar el verdadero modelo de liderazgo que influye en la transformación de las relaciones humanas y sociales; la del servicio desinteresado que no busca otra recompensa que la cumplir bien su servicio si alharaca ni aplausos.
La Cruz purifica nuestro corazón y nos hace auténticos, nos despoja de las apariencias y hace que brote la verdad de nuestro ser, nos coloca en el lugar social correcto para que, levantando las cargas de los demás, todos juntos crezcamos en la dirección del Dios Padre, Maestro y Guía en quien todo converge.
Maracaibo 5 de noviembre de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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