domingo, 17 de diciembre de 2017

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B 2017 - HOMILIA

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B 2017
HOMILIA

Con este domingo nos encontramos en el corazón del adviento. La Palabra de Dios de los domingos anteriores nos ha exhortado a cultivar la esperanza y a prepararnos con atención y diligencia a la venida celebrativa de la próxima Navidad y del advenimiento definitivo de Jesús al final de los tiempos en la Parusía. Se nos hizo ver la necesidad de rellenar los barrancos de nuestra vida, de enderezar nuestras sendas torcidas, de rebajar nuestras montañas de pecado, de sacar el pedrusco que nos impide avanzar, con los demás hermanos, al encuentro del Señor que viene.
Las lecturas de hoy colocan ante nuestros ojos tres mensajeros fundamentales con los que el Señor culminó la preparación de la llegada de su Hijo Jesús al mundo: el profeta Isaías, la Virgen María y Juan el Bautista. Cada uno de ellos sabe perfectamente qué espera Dios de cada uno de ellos y qué papel les toca asumir en el Plan de salvación. Y cada uno lo asume con alegría.
Isaías exulta de gozo al conocer cuál es su misión. Le toca dejarse envolver por el Espíritu y ser enviado “a dar la buena noticia a los pobres de su pronta liberación, a vendar los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los cautivos, a gritar liberación a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. Llevar a cabo esa misión es para él como andar vestido de fiesta y sentirse envuelto en un manto de triunfo. En medio de su exultación percibe que ese es el modo en que el Señor quiere sembrar entre los hombres su salvación y siente el deseo de que todos los pueblos lleguen a compartir este mismo júbilo. Lo que no sabía en ese momento Isaías es cuánto exultaría otro enviado de Dios, Jesús de Nazaret, al tocarle leer este texto en la sinagoga (Cf Lc 4,18ss) y descubrir que era a él precisamente a quien le tocaba llevar a plenitud esta misión para que la salvación llegara hasta los últimos confines de la humanidad.
En el salmo responsorial es María de Nazaret la que entona su canto de gozo. Todo su ser exalta al Señor. Desde muy dentro de su corazón brota un manantial inagotable de alegría a causa de Dios su salvador. Ella también, con el anuncio del ángel Gabriel y su encuentro con su prima Isabel, ha descubierto qué quiere Dios de ella, cuál va a ser su misión. Y se pone totalmente, como una pequeña servidora, una humilde esclava, en las manos del Señor para que El lleve adelante su proyecto salvífico.  “Hágase en mi según tu palabra” será el lema permanente de su vida. Quiere que todas las generaciones entiendan que allí está la raíz de su felicidad.
El evangelio de hoy vuelve a colocar delante de nosotros la imponente figura de Juan el Bautista que ya apareció en el evangelio del domingo pasado. Esta vez es Juan el evangelista quien nos lo presenta. El Bautista tuvo un gran arrastre popular, se vio rodeado de discípulos. Su predicación hizo mella tanto en el pueblo sencillo como en los dirigentes. Muchos vieron en él un nuevo Elías, restaurador del reinado legítimo según Dios (Mal 3,23-24); otros lo consideraron el profeta anunciado por Moisés para los últimos tiempos (Dt 18,15). Y no faltaron quienes vieron en él hasta el mismo Mesías. Juan se hubiera podido dejar embriagar por su fuerza carismática sobre las muchedumbres y caer en la tentación de hacer suyo algunos de esos títulos.
Sin embargo, no se dejó arrastrar por ese camino. Declara rotundamente: Yo no soy ni Elías, ni el Profeta ni el Mesías. “No soy sino una simple voz de la que Dios se quiere servir para anunciar la llegada de su Palabra definitiva y salvadora. Esa persona ya está en medio de ustedes y, aunque vino después de mí, no soy digno ni siquiera de desatar la correa de sus sandalias. Esta misión lo embarga de alegría. Así mismo lo expresa en un texto recogido más adelante por el evangelista Juan:” Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. Ahora mi alegría es plena” (Jn 3,28).
Después que Jesús inició su misión él se retiró en el silencio. Lo importante para él era que Cristo creciera no él. Todos sabemos que no es fácil ceder el puesto y la guía y volverse un simple colaborador de otra persona para que lleve adelante su misión. ¡Cuántos líderes no quieren atornillarse en el poder, llevándose por delante a quien pretenda recordarle su transitoriedad! ¡Cuántos no se montan en la plataforma de su popularidad para lanzarse en busca de cargos para los cuales no son aptos y ofrecen en sus programas promesas huecas, basadas en la mentira y en la manipulación!
¡Qué importante es saber qué quiere Dios de nosotros para llevar adelante su plan de salvación! ¡Qué importante que haya personas humildes y sencillas, buscadoras de la verdad, animadas por el único deseo de mostrar la presencia de Dios en la historia y en nuestras vidas! Pablo, en la segunda lectura, exhorta a los tesalonicenses a reproducir este modelo de personas:  a vivir totalmente consagrados -espíritu, alma y cuerpo- a Dios. No han de desanimarse, ni angustiarse ante los problemas y los obstáculos que surjan porque “Aquel que los ha llamado es fiel y cumplirá su palabra”.  Cuando nuestra vida calza con nuestra verdadera vocación, entonces se ve inundada también de una gran alegría.
Estos son los testigos claros y contundentes que necesita el mundo de hoy plagado de tantos engaños y mentiras que se quieren vender como verdad. ¡Cuántos pobres no están esperando que les llegue por fin la buena noticia de su salvación! ¡Cuántos ciegos que le ayude a abrir sus ojos a la Verdad! ¡Cuántos seres humanos, paralizados por la ignorancia, que necesitan ponerse a caminar! ¡Cuántos niños y mujeres sometidos al maltrato, a la prostitución, a la explotación laboral, no están esperando que les llegue también a ellos un Isaías, un Bautista!
Los cristianos tenemos aún mucho campo para nuestra misión. No nos durmamos. No somos nosotros los que cambiaremos el mundo. Es la fuerza del amor de Dios que cambia el mundo. Pero necesita enviados, servidores, voces que se pongan a su disposición para llevar adelante su proyecto hasta los últimos rincones de la tierra. Todo esto se puede empezar a hacer realidad en estas próximas Navidades si nos preparamos con seriedad a acoger el mensaje de la verdad sobre la llegada de Jesús y no seguir ahogando esa verdad bajo tanta parafernalia pseudo navideña que en vez de hacer que refulja la Verdad la encubre y la falsifica.
Uno oye decir por ahí que la situación país ha acabado con la Navidad. ¡Cuidado! No confundamos la Navidad con productos, con comidas, con vestidos. No nos dejemos robar la misión que tenemos de vivir la Navidad y comunicarla en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es el buen momento para preguntarnos qué es para mí la Navidad, para descubrir lo esencial de nuestras vidas y la verdadera relación que debemos de establecer con las cosas de esta tierra.
Señor, nos pides que llevemos la alegría del evangelio a nuestro entorno. Ayúdanos a descubrir cuál es nuestro puesto en tu plan de salvación y la misión que nos ha confiado al venir a esta tierra y conocer a Jesucristo tu hijo amado, como nuestro salvador. Que allí se encuentre la fuente de nuestra verdadera alegría. Que como Juan nos alegremos al ver la llegada de la Luz y nos dispongamos a ser su voz sencilla y alegre; que como el profeta tomemos conciencia de que nosotros también hemos recibido en el bautismo y la confirmación la gracia del Espíritu Santo. Que somos ungidos, consagrados, enviados a llevar la Buena Nueva donde nos toque.  Que seamos cristianos alegres como María que supo reconocer y cantar las maravillas que hiciste a través de ella.
Maracaibo 17 de diciembre 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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