sábado, 7 de mayo de 2016

HOMILIA DE LA ORDENACION PRESBITERAL DEL RELIGIOSO ESCOLAPIO: LUIS ALBERTO HERNANDEZ CARDOZO



ORDENACION PRESBITERAL DEL RELIGIOSO ESCOLAPIO
LUIS ALBERTO HERNANDEZ CARDOZO,
HOMILIA

Muy queridos hermanos y hermanas,
Hoy, víspera de la solemnidad de la Ascensión del Señor y del día de las Madres, cercano el final de la cincuentena pascual, en pleno Año jubilar de la Misericordia, en los inicios del mes de María, nuestra madre amada, tenemos todos la dicha de recibir, de parte de Dios,  un gran regalo: la ordenación de un nuevo presbítero, en la persona de Luis Alberto, joven religioso escolapio, oriundo de estas tierras zulianas.
En estos tiempos de tantas calamidades, que nos pueden abatir y enfriar el corazón, Dios sale a nuestro encuentro, a través de un joven, como lo hizo en la aurora de los nuevos tiempos, con María, allá en Nazaret, para alimentar nuestra esperanza y mantenernos siempre de pie. El SI de Luis Alberto, su total sumisión a la voluntad de Dios y su disponibilidad para servir siempre y totalmente a sus hermanos, producirá sin duda muy buenos frutos y llena ya desde hoy de alegría de nuestros corazones.
Luis Alberto, como todos los sacerdotes del mundo, fue elegido por Cristo Jesús, en la última cena en el Cenáculo, “la noche misma en que iba a ser entregado” (1 Co 11,23). Dice Juan que en aquel lugar, en aquel momento empezó a realizarse a plenitud la “Hora” de Jesús (Jn 13,1; 2,5; 4,21; 12,27). Luis Alberto, como buen hijo escolapio de San José de Calazans, tuvo, como religioso, una hora fundacional, cuando emitió sus votos perpetuos. Como sacerdote, hoy cuadra su huso horario con la Hora de Jesús y la hace para siempre suya. De ahora en adelante los dos relojes deberán estar siempre acompasados. La hora de Jesús será la Hora de Luis Alberto.
Todos sabemos qué pasó aquella noche, en el Cenáculo pero como estamos asistiendo al nacimiento de Luis Alberto como sacerdote, es importante recordarlo. Jesús escogió la sala de la cena pascual en Jerusalén. Sus discípulos prepararon la Pascua. Pero hubo un momento en que el Señor se separó del ritual de la cena pascual judía.  Cuando tomó el pan, dijo: “este es mi cuerpo entregado por ustedes” e inmediatamente después añadió: “Hagan esto en conmemoración mía”. Luego tomó la copa de vino,  dijo: “Esta es la copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, derramada a favor de ustedes”, e inmediatamente añadió: “Cada vez que la beban háganlo en memoria mía”. 

Con estas palabras, instituía la Eucaristía como memorial de su presencia salvadora en la Iglesia para servicio del mundo y establecía a sus apóstoles y a sus sucesores como los ministros encargados de mantenerla actual y viva en el corazón de la humanidad y del pueblo cristiano. Allí, en ese momento, naciste tú, Luis Alberto, como sacerdote.
Has caído en la cuenta, como el servidor del cántico de Isaías, como el mismo Jeremías, como Jesús, como tantos otros, que desde el seno mismo de tu madre, el Señor te había ya elegido para esta misión. Lo fuiste descubriendo poco a poco, a través de muchas personas, mediaciones y circunstancias de tu proceso formativo. Has sido elegido, tomado de entre tus hermanos, desde las profundidades del amor divino, para hacer memoria de lo que aconteció en aquella hora, en aquel lugar. Y ahora te toca a ti, como le tocó a Pedro, a Mateo, a Luis tu fundador, escuchar a tu Señor decirte: “Luis Alberto, no eres tu el que me has elegido. Soy yo quien te he elegido y te he destinado para que vayas y des fruto. Hazlo  en memoria mía”.
Todo sacerdote ha sido colocado en medio de su pueblo para ser memoria viva y palpitante del amor hasta el extremo, del colmo hasta donde Jesús quiso llevar su amor. Ya él había demostrado de tantas y tantas maneras a lo largo de su ministerio público, cuánto amaba a los suyos, a los pequeños, a los enfermos, a los pecadores. Pero Juan nos dice que quiso ir más allá, mucho más allá.  “Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
De Señor y Maestro, se volvió esclavo. Se despojó de su túnica, se ciño un paño y les lavó los pies a sus discípulos. Y de ese modo les reveló que la humildad, el despojo y el servicio son caminos reales de quien quiera seguirle, recordarle, hacer memoria de él. El ya había elegido a sus discípulos a la orilla del lago, ya los había llamado para que lo siguieran; pero es allí, en el Cenáculo, en la Víspera de su pasión y de su cruz,  cuando los constituye como  sucesores suyos, y los envía para que sean su presencia en medio del mundo.
Te toca ser un recordatorio viviente de la locura de amor de Jesús, de los extremos de su locura de amor por sus hermanos humanos, del mayor acto de amor que haya sido jamás vivido por un corazón humano. El extremo del don de sí, derramando hasta su última gota de sangre, cuando una sola bastaba. El extremo del amor que llega hasta las realidades existenciales de mayor marginación, olvido y abandono. El extremo del amor que busca la oveja perdida hasta encontrarla y traerla lleno de alegría, sobre sus hombros, hasta el redil (Cf Lc 15, 4-7).
Te tocará llegar, junto con los amigos de Jesús, hasta la raíz de esa locura que llevó a Jesús a amar de esa manera. Entrar en el manantial de su amor: en el misterio del amor del Padre por su Hijo.  Misterio que San Juan describe con estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio hijo para que todo el que crea en él no perezca” (Jn 3,16). Sé, tú también, encarnación de ese “tanto amó Dios” al mundo.
Con la entrega amorosa y alegre de tu vida, en compañía de tus hermanos escolapios, caminando en medio, delante y atrás del rebaño que se te confíe, en una escuela pía, en una parroquia, o en cualquier otra realidad humana, harás memoria de hasta donde llegó Dios en su afán de salvar a la humanidad, hasta dónde llegó su Hijo, en su entrega libre y total, y hasta donde pueden llegar los seres humanos cuando se dejan habitar por el amor de Dios y lo introducen en el corazón de los niños, de los jóvenes y de sus familias.
Para poder vivir esta vocación extraordinaria, el Señor Jesús, como lo hizo con sus apóstoles, te comunicará su Espíritu Santo. Esta comunicación será el momento culminante de tu ordenación. Lo invocaremos con todos los santos, mientras yaces postrado, para te haga alfombra y puente por donde pasen tus hermanos para llegar a Dios. Lo invocaremos cuando te imponga las manos, cuando te unja las manos con el santo crisma y cuando pronunciemos sobre ti la oración consecratoria.
Sin su presencia nada es posible. Sin él, no podrías ser memoria viva de Jesús. Sin él serían inoperantes las palabras que pronuncies en la consagración. Sin él, no quedaría perdonado un penitente que venga a ti en busca del perdón de Dios. Sin él, sin su amor en ti, serías un farsante, una campana sin badajo. Conéctate siempre con él en la oración. Invócalo. Llámalo. Es tu aliado incondicional, Tu acompañante esencial. Juntos, el Espíritu y tú, en la comunión del Cuerpo de Cristo, continuarán haciendo posible la presencia de la historia de amor que Dios por la humanidad.  
¡Cuánto necesita la humanidad de servidores desinteresados que contribuyan a abrir caminos alternos para superar el odio,  la venganza,  la prepotencia del poder! Nuevos caminos de fraternidad,  a través de la misericordia y del perdón. Muestra con tu vida, personal cuál es el verdadero rostro misericordioso del Padre. Muestra cómo cambia el ser humano y el mundo si administra, como dice Francisco, un poco de misericordina. Cuánto se renueva el corazón humano cuando lo alcanza el amor de Cristo encarnado en otro hermano.
El don del sacerdocio lo recibe en el Año de la Misericordia, bajo el pastoreo del Papa Francisco.  Esta es una marca de fábrica, hablemos así, que identifica su ministerio para siempre.  Todo hombre, toda mujer, que en este tiempo, se ponga a la disposición de Dios y decida seguir los pasos de Jesucristo, recibe un llamado y una gracia especial para ser y vivir en medio de sus hermanos y en su Iglesia, como un servidor compasivo y misericordioso, un sanador de heridas, un “resolutor” de conflictos, un ministro perdonador y facilitador de procesos de  reconciliación.
Para mejor ofrecer a Jesús a tus hermanos, hazte, tú mismo, ofrenda con él. El sacramento que recibes te configura con Cristo y te transforma en el mismo Cristo. No otro Cristo porque solo hay un Cristo. El mismo Cristo. Que ese amor mayor sea el que se refleje en tu propia vida y antes de predicarlo lo muestres presente con tu testimonio de vida personal, de vida comunitaria religiosa, de vida con el pueblo que toque servir.
Que  María, en cuyo corazón quieres introducirte, escogiendo su nombre, te acompañe siempre. Que ella te guíe para ser una viva memoria de su hijo Jesús, un servidor alegre y fiel de los más pequeños y olvidados, signo inequívoco de que habrá llegado para ellos el Reino de los cielos.
Maracaibo 7 de mayo de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



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