El
hallazgo de un texto en la preparación de la homilía de la fiesta de la Ascensión
del Señor, la reciente celebración de la Asamblea Provincial de laicos, mi
próxima renuncia a la sede marabina me inspiraron estas reflexiones que
comparto con ustedes.
La
Ascensión significa para el Señor Jesús,
la conciencia de que su tiempo ha terminado y comienza el tiempo de la Iglesia,
el tiempo de sus discípulos. Con su ascensión Jesús nos muestra la gran
sabiduría de saber retirarnos a tiempo. El se retira para que sus discípulos
crezcan. Maduren. A los mayores nos cuesta dejar el paso a los más jóvenes.
Siempre aludimos: todavía no están maduros. Todavía no podemos darles esas
responsabilidades. Así suelen pensar los políticos que se quieren atornillar en
el poder, los padres que no confían en sus hijos, los maestros que tardan en
entregarle el testigo a sus discípulos.
Jesús
supo retirarse a tiempo. “Les conviene
que yo me vaya”. Tampoco sus 11 estaban preparados. Sin embargo Jesús se
fue y los dejó. Y les encomendó la continuación de su propia tarea. “Vayan y
hagan discípulos en mi nombre”. No les pidió que primero se doctorasen. Ni que
hicieran un postgrado. Los envió tal como estaban, vestidos con sus dudas en el
alma. Así los presenta un himno litúrgico:
Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
No esperó
que madurasen. También ellos aprenderían haciendo y cometiendo errores. Nadie
crece viviendo siempre bajo la dependencia de otro. Hay que saber soltar el ave
que llevan los hermanos por dentro para que emprendan su propio vuelo. Qué gran,
profético y valiente ejemplo dio al mundo y a la Iglesia el Papa Benedicto XVI
cuando dijo: “Ya no puedo seguir. Renuncio”. Ese fue el as bajo la manga que
soltó el Espíritu Santo para que llegara Francisco.
A
los sacerdotes nos cuesta dar paso a los laicos. No están preparados, argüimos.
Y seguimos nosotros haciéndolo todo. Queremos seguir siendo la gallina clueca
que no sabe dejar que sus polluelos abandonen el refugio de sus alas. Nosotros
queremos seguir haciéndolo todo. Nos creemos indispensables y no tenemos fe en
las capacidades de nuestros laicos. Nosotros lo hacemos mejor que ellos. Hemos
estudiado más que ellos. Así tenemos al Pueblo de Dios en eterna minoría de
edad. Así perpetuamos una Iglesia clerical.
¿Quién
duda de que Jesús estaba mejor preparado para anunciar el Evangelio? Pero
confió en los suyos. Les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras,
les comunicó su Espíritu Santo, exorcizó sus miedos, les entregó una misión. Llenó
sus corazones de alegría y de valentía. Aprender a retirarse para que los demás
tengan su voz, su vez, su puesto y su misión. Esa fue la pedagogía del
Bautista, (Conviene que él crezca y yo disminuya”), la de Jesús, esa ha de ser
la pedagogía de la Iglesia. Nuestro Plan global de renovación pastoral nos
enseña esta sabia lección para dejar de ser “hombre-orquesta”, y aprender a ser
director de orquesta. Un estribillo
de una canción salvadoreña, dice así: “Vamos todos al banquete, a la mesa de la
creación, cada cual con su taburete, tiene un puesto y una misión”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario