domingo, 8 de mayo de 2016

ASCENSION DEL SEÑOR 2016 - HOMILIA

ASCENSION DEL SEÑOR 2016
HOMILIA

Con la ascensión del Señor empieza el tiempo de la Iglesia. Cristo Jesús considera que ya ha llegado su tiempo de retirarse, de volver junto al Padre y de encomendar la continuación de la Misión a sus discípulos. El Libro de los Hechos y el Evangelio nos cuentan la despedida y el alejamiento de Jesús. Lo describen como una subida a los cielos, un volver donde su Padre, un sentarse a la derecha de su trono.
Los discípulos, llenos de confusión y nostalgia, quisieron transformar ese día, primero en un momento de exaltación nacionalista; “¿Es ahora, Señor, que vas a restaurar el Reino de Israel?” y luego en un ritual de dolorosa despedida. Querían quedarse, allí, lelos, mirando al cielo, mientras Jesús ascendía entre las nubes. Pero Jesús tumba esas dos actitudes negativas. Nada de exaltación nacionalista. El Reino de Dios no es para unos pocos elegidos solamente. Jerusalén, Samaria, Galilea, Judea, es solo el inicio de una vasta misión evangelizadora que ha de llegar hasta los últimos confines de la tierra. Y esa misión, hay que empezarla ya. Y les toca precisamente a los que están allí, parados, mirando al cielo. Así que no se queden allí, muévanse. Vayan.
Para llevar a cabo esta misión, Jesús abre sus inteligencias para que puedan comprender las Escrituras y descubrir cómo todo el Antiguo Testamento habla de él.  Luego les hace una promesa: serán bautizados en el Espíritu Santo. Y les ofrece un don especial: Cuando el Espíritu Santo se derrame sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos.  Todo va a cambiar dentro de poco. La irrupción del Espíritu hará de ustedes y de sus continuadores, testigos cada vez más intrépidos, cada vez más universales.
El evangelio que ustedes van a predicar, las comunidades que van a formar, serán verdaderamente cristianas, porque llevarán mi sello, mi marca. Se volverán católicas, es decir universales, porque no se encerrarán en una secta, sino que se abrirán al mundo, tumbarán barreras y muros, se proyectarán a todas las culturas, con su dinámica inclusiva integrarán  todas las realidades de la humanidad de hoy y del futuro. Ahora es cuando empieza lo bueno. Con el testimonio y la predicación de ustedes y de sus sucesores se revelará que la persona de Jesús y el Evangelio del Reino son la fuerza expansiva del amor de Dios, es el verdadero Big Bang espiritual que va a llevar hasta los confines infinitos del cosmos la salvación de Dios, razón última y suprema de la historia del mundo y de la humanidad.
La fiesta de la Ascensión es por consiguiente una celebración fuertemente dinámica. Una fuerza ascensional propulsa Cristo hacia su Padre y otra fuerza expansional regará por el mundo el mensaje y la vida de Jesús. Pablo atribuye este fenómeno a una gracia amorosa de Dios, “a la soberana grandeza de su poder a favor de nosotros, los creyentes, de acuerdo con la eficacia de su fuerza poderosa” (Ef 1,19). Fuerza desplegada primero en Cristo y luego en los suyos. Al describir esta riqueza de gloria que Cristo le ofrece a la vida de su comunidad, de la Iglesia y de cada creyente, Pablo se entusiasma: ¡Cristo resucitado y sentado a la derecha de Dios, tiene todo sometido bajo sus pies. ¡El es la plenitud del que lo plenifica todo en todos!
Este es el gozo, el entusiasmo que Cristo quiere invada a todos los suyos. Es en esa dirección que Cristo le pide a los suyos coloquen a toda la humanidad. Por eso antes de irse, los bendice. Tienen un don, una misión, una responsabilidad. Han sido revestidos de la fuerza de lo Alto pero no para quedarse mirando a lo alto sino para mirar más bien con nuevos ojos, con nuevas fuerzas las cosas  de aquí abajo. El Hijo de Dios estaba en lo alto y se vino para abajo. Ahora vuelve a lo alto pero no abandona a los de abajo. Les deja los suyos. Les deja su Espíritu, les deja su amor, les deja su Palabra.
Comprender las Escrituras implica la misión de proclamar la Buena Noticia a todos. ¿Cómo, cuándo evangelizamos? Llevamos con nosotros el Espíritu Santo. Ya no es promesa. Es realidad.  Hemos sido revestidos, como el mismo Jesús, de su fuerza, de su dinamismo. Una gran alegría invadió el corazón de los discípulos tras recibir la postrera bendición de Jesús. Regresaron entusiasmados a Jerusalén.  ¿Cómo expresamos nosotros hoy esa gran alegría, signo de la presencia de Jesús y de la fuerza de su Espíritu, en medio de tantos problemas y situaciones difíciles en las que estamos envueltos? ¿Quién puede más en nosotros en estos momentos, la nostalgia o el empuje irrefrenable de Jesús?
Hermanos, hermanos, si vamos a mirar hacia el cielo que sea para volver con más ánimo, fuerza y decisión hacia los hermanos. Cristo nos mira para ver si nos dicen algo esas vidas de la gente que vive a nuestro lado. Si oímos la voz de los niños de Alepo y Qaracosh en Siria, que han perdido todo y están refugiados en campamentos.  Si nos tocan el corazón tanta gente que vive en las periferias territoriales y existenciales de nuestra ciudad y de nuestros barrios y campos, porque nadie ha ido hacia ellos a llevarles la Buena Noticia del Señor. Es bueno mirar hacia arriba si eso después nos ayuda a estar con los de abajo. ¡Qué bella esa canción de la cantante chilena Violeta Parra: gracias a la vida que me ha dado tanto. Con el permiso de la autora,  modifico un poco su letra:
Gracias al Señor, que me ha dado tanto 
Me dio dos luceros que cuando los abro 
Perfecto distingo lo negro del blanco 
Y en el alto cielo su fondo estrellado 
Y en las multitudes al ser que yo amo. 

Gracias al Señor que me ha dado tanto 
Me ha dado el sonido y el abedecedario, 
Con él las palabras que pienso y declaro 
Madre, amigo, hermano y luz alumbrando, 
La ruta del alma del que estoy amando. 

Gracias al Señor, que me ha dado tanto 
Me ha dado la marcha de mis pies cansados 
Con ellos anduve ciudades y charcos, 
Playas y desiertos montañas y llanos 
Y la casa tuya, tu calle y tu patio. 

Gracias al Señor, da que me ha dado tanto 
Me dio el corazón que agita su marco 
Cuando miro el fruto del cerebro humano, 
Cuando miro al bueno tan lejos del malo, 
Cuando miro al fondo de tus ojos claros. 

Gracias al Señor que me ha dado tanto 
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, 
Así yo distingo dicha de quebranto 
Los dos materiales que forman mi canto 
Y el canto de ustedes que es el mismo canto 
Y el canto de todos que es mi propio canto.
Hemos sido equipados por Dios para que podamos hacer posible que el mundo de abajo se parezca cada vez más al mundo de arriba, al mundo donde Jesús llevó nuestra humanidad glorificada. Para que ello sea posible, según acabamos de escuchar en la carta a los Efesios, “El Señor a cada uno de nosotros le ha dado su propio don. El fue el que constituyó a unos apóstoles  y a otros profetas; a unos predicadores del evangelio y a otros pastores y maestros, preparando así a sus consagrados para el servicio eficaz de la edificación del Cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento íntegro del Hijo de Dios”. Todos nosotros fuimos bautizados en ese mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, poniendo al servicio de los unos de los otros los dones, carismas y funciones que hemos recibido del Señor.
Hemos sido equipados para la comunicación del mensaje, para dar testimonio de Jesús en todo momento y en todo lugar, de manera inteligente, creativa y práctica. No debemos perder tiempo. La vida es corta. Hermanos, hermanas, no nos quedemos plantados, mirando al cielo, a las nubes. Bajemos los ojos y miremos los caminos de la vida, los caminos de nuestros hermanos los hombres y mujeres de hoy. La mayor presencia de Dios está en la eucaristía, en la Palabra y en el prójimo. Las dos primeras presencias están allí para que podamos llegar hasta la tercera, reconocerla, amarla y servirla con la misma pasión y entrega con la que Jesús amó a los pequeños, a los pobres, a los humildes, entre los cuales estamos todos nosotros.
La Ascensión, esta fiesta, nos invita a mirar al cielo para volver con más fuerza a la tierra. Nos invita a mirar a Dios para mirar mejor a nuestro hermano. Una invitación a contemplar extasiados cómo con Jesús la condición humana ha alcanzado su plena y gloriosa dignidad pero para ponernos a trabajar con ardor para que sean muchos y cada vez más los que lo sepan y aprendan a vivir en consecuencia.
Que la Madre de Jesús, nuestra Madre María, nos enseñe a llevar a Jesús  en nuestro corazón, nos de ojos para darnos cuenta como ella, cuando una familia, una pareja, unos jóvenes les está faltando el vino para poder llevar a cabo su misión en esta tierra. La fiesta de la Madre, es la fiesta de María en el cielo, la madre de todos, pero también una misión para los cristianos para que dignifiquemos la maternidad, defendamos la vida maravillosa que Dios ha querido traer al mundo a través de la madre.
Jesús se fue. Pero está con nosotros en la medida en que dos o tres nos reunimos en su nombre para predicar su Evangelio, para hacer presente su amor en este mundo, para escuchar su Palabra y compartir su pan como lo estamos haciendo ahora. Que en esta Parroquia de Fátima, en la que tengo la dicha de iniciar la Visita Pastoral, se transforme en una comunidad de testigos de Cristo que comunican su mensaje con ímpetu misionero a todos los que lo necesitan, bajo la guía y el ejemplo de Ntra. Sra. de Fátima. Amén.

Domingo 8 de mayo de 2016

+Ubaldo R. Santana Sequera fmi.  

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