miércoles, 4 de mayo de 2016

PALABRAS EN EL CONFERIMIENTO DEL DOCTORADO HONORIS CAUSA POR LA UNIVERSIDAD CATOLICA CECILIO ACOSTA (UNICA)





Me contenta mucho que las autoridades de la UNICA hayan decidido otorgarle el doctorado “honoris causa” a Mons. Baltazar Porras Cardoso, arzobispo metropolitano de Mérida.

Doctor es aquel que enseña, el docto, palabra que define al maestro, al profesor. Cicerón y Horacio decían que "docti dicant et indocti discant"-, es decir, que los  doctores hablen y los indoctos que aprendan.  Aparece, por primera vez, como definición de un título universitario, en 1462. Se le solía añadir algunos adjetivos laudatorios para realzar las excelencias, reales o figuradas, del recipiendario. A Santo Tomás de Aquino, por ejemplo,  se le reconoce como doctor angelicus.

Las universidades siempre quieren tener, dentro de su claustro, y sentar en sus cátedras, los maestros más eminentes del momento y, cuando ello no es posible, procuran prestigiarse asociándolos de forma honorífica. Así se explicaría el conferimiento del
doctorado “honoris causa”.

El ceremonial de otorgamiento se ha simplificado en los tiempos actuales, pero conserva aún ese profundo significado contenido en las palabras protocolares que se le dirigían al nuevo doctor al finalizar la entrega de las insignias: «Toma asiento en la cátedra de la Sabiduría, y desde ella, descollando por tu ciencia, enseña, orienta, juzga y muestra tu magnificencia en la universidad, en el foro y en la sociedad».
Mons. Porras merece con creces el título de doctor. El ha sido toda la vida precisamente eso: un intelectual, un académico, un sacerdote, un obispo, que ha enseñado, ha orientado, ha iluminado mentes y  con su ciencia, sapiencia y arte. Ha sabido aprovechar ambas universidades: la académica y la de la vida. Posee una imponente biblioteca en su casa. Pero más grande es la que deambula con él. ¡Y Dios sabe si deambula! Ha sorteado con sabiduría delicadas situaciones de la historia contemporánea en que se ha visto involucrado, sobre todo en las complejas relaciones Iglesia-Estado.
Las “edades del hombre” han sido su cantera, de donde ha sacado el amor al arte y la importancia para un pueblo y para la Iglesia de la valoración, cuidado y promoción de los bienes culturales.  De su paso por las aulas salmantinas, trajo la tenacidad del “como decíamos ayer” de Fray Luis de León. El agudo sentido de la dignidad de todo ser humano, de Francisco de Vitoria y la penetración mística de la mirada de Fray Juan de la Cruz sobre toda realidad. Todo eso sazonado  con buenas pinceladas de la picaresca del Lazarillo de Tormes.
Acertaron al reconocer, dentro de las mil cuerdas de su lira,  su trayectoria en el campo de los Medios de Comunicación social, porque si algo distingue a mi hermano y buen amigo, es su pasión por comunicar, en crónicas mayores y menores, la buena noticia del evangelio de Jesucristo, siguiendo la metodología de la Iglesia latinoamericana: partir siempre de la realidad, iluminarla con la luz  del Evangelio de Jesús, identificar los desafíos y trazar acciones concretas para transformar esa realidad integralmente.  
Mons. Porras  es un gran obispo, digno hijo espiritual y sucesor de Mons. Miguel Antonio Salas y de esa gran estirpe de pastores de recia personalidad que han dejado una huella perenne en  la historia de la Iglesia y de nuestro país a lo largo del siglo XX. Goza, entre sus hermanos obispos de la Conferencia episcopal, de gran respeto y admiración y por eso no han dudado en confiarle grandes responsabilidades. Homenajearlo a él es honrar todo el episcopado patrio. 
Agradezco a las autoridades universitarias, de esta querida casa de estudios, a las que estoy estrechamente vinculado desde hace quince años, me hayan asociado al  homenaje de este ilustre prelado. Los dos nos hemos formado en escuelas diferentes. El en España, yo en Francia. Pero una vez en Venezuela, nuestros caminos han confluido, en nuestras mocedades, y luego como obispos, en momentos importantes de la historia del país y en la búsqueda de la renovación de nuestra Iglesia. Agradezco a Dios de haberme arrimado a tan buen roble. Es mucho lo que he aprendido bajo su ramaje.
De la cultura francesa aprendí, con Montaigne, que : “Mieux vaut une tête bien faite qu'une tête bien pleine”. Que lo importante no es atiborrar la cabeza de conocimientos sino sacarle provecho a  tu saber. Que el conocimiento es un tesoro maravilloso porque vence la ignorancia. Pero por sí solo  queda estéril. Necesita aliarse con la humildad, que lo hace humano, con la ética que lo hace virtuoso y  con el amor que lo hace fecundo y lo universaliza. Aprendí, con Descartes, que hay que aprender a pensar con cabeza propia, no con cabeza ajena. Con Nicolas Boileau,  de unos versos suyos, de su obra “Art poétique”,  que, adaptados libremente a la vida de hoy, con mi sazón propia, dirían algo así:
Concibe bien en tu mente y lo expresarás claramente.
Sin prisa, pero sin pausas, y sin perder nunca el ánimo,
Si veinte veces te caes, veinte veces ponte en pie.
Dale y dale, sin cesar, dale duro a ese pilón,
Aférrate siempre a Dios,
Y alcanzarás, algún día,  a poseer el filón.
“Honoris causa” significa por “causa del honor”. No busquen el honor caballeresco, ni el honor fatuo, ni el honor logrado a punta de acertadas campañas publicitarias; ni tampoco el honor mercantil, como lo otorgan automáticamente algunas casas de estudio a quienes depositan una determinada cantidad de dólares. Conozcan el honor como lo entiende Jesús: autoridad moral, que se logra por la coherencia entre la fe y la vida,  entre lo que se enseña y lo que se vive (Mt 23, 2-4).
La vida es un don de Dios maravilloso. Pero más importante es descubrir para qué vivo, para quien vivo,  darle sentido, transformarla en un gran servicio que ayude a otros a  vivir mejor que yo.
Por donde pasen, siempre procuren salir mejores que cómo entraron, más dispuestos a escuchar, más sabios, más tolerantes, sembradores de la cultura del encuentro que Francisco recomienda a los venezolanos y a la que Carlos Vives le ha puesto música pegajosa:
Cuando nos volvamos a encontrar
no dejaré de contemplar la madrugada
no habrá más llanto regado sobre tu almohada
no habrá mañana que no te quiera abrazar
Y traerá tu amor la primavera
y una vida nueva que aprender
nada volverá a ser como ayer
¡Cuando nos volvamos a encontrar!

El doctorado honoris causa, mis amigos y amigas, nos lo podemos ganar todos, si sabemos transformarlo en un doctorado “amoris causa”. ¿Ojalá lleguen todos a ser doctores de esta suprema sabiduría pues su  ausencia solo trae desdichas y amarguras, para nosotros y para los demás como lo vemos cada día. La pieza clave de todo el rompecabezas es Dios. Bien lo dijo otra doctora de gran calibre, Santa Teresa de Jesús, en la cual nos abrevamos Porras y este servidor: “Quien a Dios tiene nada le falta”. Muchas gracias.   
Maracaibo, 4 de Mayo de 2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI.

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