domingo, 29 de mayo de 2016

CORPUS CHRISTI 2016

CORPUS CHRISTI 2016
¡Oh sagrado banquete en el que Cristo es recibido!
la memoria de su Pasión es renovada, la mente se llena con la gracia,
y un juramento de gloria futura nos es dado. Aleluya.

El evangelio de Lucas nos cuenta que Jesús, cuando sus discípulos regresaron de la misión, programó con ellos una salida a un lugar tranquilo para descansar. Pero cuando llegaron al sitio escogido, se encontraron con una multitud que se le había adelantado y lo estaba esperando. Dice el evangelista que Jesús, a la vista de toda esa gente,  cambia inmediatamente su programa. Se olvida del descanso. Acoge a la multitud, les habla del Reino de Dios y sana sus enfermos.  Viendo que se hacía tarde los apóstoles se acercan al Maestro con actitudes totalmente contrarias. No sienten ningún tipo de conmiseración por la gente y le dicen al Señor: “Despídelos. Que busquen su propia comida. Además lo que tenemos son solamente cinco panes y dos peces para  comer nosotros”.
Jesús les voltea el planteamiento: “Nada de despedirlos. Les toca a ustedes darles de comer”. Los apóstoles responden con la lógica mezquina del egoísmo: “Eso es imposible. Solo llevamos comida para nosotros. Tendríamos que ir a buscar comida en cantidad para toda esta gente”. La respuesta de Jesús fue entonces la de pedirle a sus apóstoles que hicieran sentar a la multitud, bendice al Padre, parte los cinco panes de la provisión comunitaria, y le pide a sus discípulos que los repartan a la gente.
Todos quedaron saciados”, dice el relato. Este es el motivo de fondo por el cual el Hijo de Dios se hizo hombre. Para que todos los hombres queden saciados con el pan de la salvación y lleguen al pleno conocimiento de la verdad (Cf 1 Tim 2,4). Solo Jesús puede dar alimento de tal modo que todos queden saciados y además sobren doce canastos con comida: uno para cada discípulo. De este modo el Señor les da a entender que ellos deben continuar repartiendo el pan bendecido por él y cumplir con su deseo: “denles ustedes de comer y que todos queden saciados”.
¿Qué tipo de pan hay en esas doce canastas que Jesús les dejó a sus discípulos para que los repartieran? En primer lugar el pan de la mesa cotidiana. Ese pan que Jesús les enseño a los suyos a pedir al Padre: “Danos hoy el pan de cada día”. Un pan que Dios quiere que aparezca en la mesa de cada hogar humano no porque lo mendiga o se lo regalan sino porque lo consigue comprándolo donde el panadero con el fruto de su trabajo. Ese es el verdadero pan que dignifica al ser humano. No el pan que un ser humano tenga que obtener tendiendo la mano para que otro se lo de. Es verdad, hay situaciones extremas en que hay que asistir al hermano indigente que no tiene como saciar su hambre. Pero ese no es el camino normal. Es una situación que se atiende pero que se busca superar.

El otro pan a repartir es el  de la enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios. Una de las grandes hambres de nuestro pueblo cristiano es precisamente el hambre de la Palabra de Dios. No estamos repartiendo el pan de la Palabra al pueblo. Tenemos un pueblo cristiano analfabeto en cuestiones de su fe y por eso es pasto fácil de otras ofertas religiosas que si le ofrecen comida para su vida de fe. Esta grave omisión tiene también como consecuencia que nuestro pueblo mayoritariamente católico es una masa fácilmente manipulable por muchos encantadores de serpientes que le ofrecen villas y castillos para ganarse su adhesión electoral. Esta triste realidad está reflejada en el problema fundamental de nuestro Plan Global de renovación pastoral, problema  que constituye el principal obstáculo para transformar la multitud anónima cristiana venezolana en pueblo de Dios.
El tercer pan que Jesús quiere que se reparta el pan eucarístico, anunciado ya en este milagro de la multiplicación de los panes en favor del pueblo pobre que lo seguía. Al dar de comer a la muchedumbre hambrienta el Señor anticipa la nueva y definitiva multiplicación de su amor redentor con el que va a saciar toda la humanidad y va a dejar un signo perenne de su redención.  
Con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, Jesús alimenta al nuevo pueblo de Dios, al que no solo congrega sino que también organiza. Antes de distribuir su pan, instituye los que van a distribuir ese pan, sus apóstoles y sus sucesores, los presbíteros y diáconos. Y luego les pide que antes de entregar el pan, sienten a la multitud por grupos de cincuenta personas, así como lo hizo Moisés en el desierto luego de la liberación de Egipto. Jesús quiere que sus enviados organicen al pueblo fiel de tal manera que su relación con cada uno de los que van a recibirlo sea la más personalizada posible, pero siempre dentro de una dimensión comunitaria.
Jesús nos sacia y nos enseña a comer en comunidad, a compartir, a estar pendientes de que muchos otros puedan acercarse y comer. No podemos saciarnos de Jesús nosotros solos. El que recibe a Jesús aprende a vivir en comunidad. Aprende a compartir. San Pablo en su carta a los Corintios, que hemos escuchado en esta eucaristía, reprocha fuertemente a los cristianos de esta ciudad, el desvirtuar el sentido de la eucaristía de Jesús, al no compartir con sus hermanos necesitados y consumir su ágape, cada uno por su lado (1 Co 11,17-22).
Tan grande fue el amor de Dios por nosotros,  criaturas débiles y pecadoras, que quiso que su Hijo, el Verbo eterno, asumiera nuestra misma condición humana, en todo menos en el pecado, para devolvernos la semejanza divina perdida. Tomó nuestro cuerpo, del seno de María Virgen, tomó de ella nuestra sangre; hizo suyo nuestros sentimientos: rió de alegría y lloró de tristeza como nosotros. Tuvo sed,  tuvo hambre y tuvo sueño como nosotros. Consumió nuestros alimentos. Bebió nuestras bebidas. Aprendió en una escuela como las nuestras. Trabajó con las herramientas de su padre nutricio José, para ganarse la vida y sostener el hogar de Nazaret. Oró con los suyos. En una palabra, se hizo todo en todo para salvarnos a todos. Podemos decir que el hijo de Dios, al hacerse Jesús de Nazaret, comió y bebió de nuestra condición humana. Nuestra humanidad le dio de comer y de beber (Cf GS 22b).
Todo lo que Jesús tomó de nosotros lo entregó íntegramente por nuestra salvación: nuestra condición humana, nuestra carne débil y pecadora y nos lo devolvió  de un modo totalmente sorprendente. Asumió un cuerpo lacerado y deformado por el pecado y nos lo entregó hermoso y puro, hecho pan de vida. Corrió por sus venas sangre humana, regada desde Caín por toda la tierra, con crímenes, violencias y guerras, y nos la devolvió como sangre purificadora derramada por amor en la cruz y transformada en bebida de la nueva y definitiva alianza. Se hizo pan de vida para que nunca más tuviéramos hambre, aprendiéramos a unirnos a él y con él a unirnos unos a otros como hermanos.  
Todo eso lo hizo de una sola vez para siempre. Dice Santo Tomás de Aquino, uno de los grandes teólogos y poetas de la eucaristía: A fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. Esta es la maravillosa historia de amor que celebramos en cada eucaristía y el motivo por el cual salimos jubilosamente a las calles en procesión para aclamar públicamente tan gran misterio de amor.
Bendigamos por siempre al Señor, que en su inmensa misericordia nos hizo tan gran don. Comamos como comunidad fraterna el pan de vida; bebamos agradecidos y en actitud de servicio solidario el vino de las bodas del Cordero. Tomemos la canasta de los tres panes que nos ha dejado y continuemos la misión de repartirlo para que el pueblo tenga vida plena y la tenga en abundancia (Cf Jn 10.10). Veneremos de tal modo los sagrados misterios de su cuerpo y de su sangre que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención. Amén.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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