jueves, 31 de diciembre de 2020

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS B 2021

HOMILIA

Lecturas; Num 6,22-27; Sal 66; Gal 4,4-7; Lc 2,16-21

Muy queridos hermanos y hermanas,

La recién celebrada fiesta de la Navidad nos llevó junto con los pastores en busca de un recién nacido, anunciado por un ángel y exaltado por un coro celestial. Tal como se les había anunciado, ellos “encontraron a María, a José y al niño recostado en el pesebre y envuelto en pañales”. Aquella noche, narra el evangelista, los pastores “volvieron a sus campos alabando y glorificando a Dios, por cuanto habían visto y oído”. 

Al volver a sus campos y a sus ovejas, ya no eran simples pastores. El niño del pesebre les había cambiado sus vidas radicalmente y para siempre. Habían salido en busca del niño como pastores; ahora volvían a sus campos como pregoneros de la buena noticia que, aquella noche bendita, habían visto y oído.  ¿Qué habían visto? ¿Qué habían oído? El maravilloso misterio de la Encarnación: El Verbo de Dios hecho niño, colmando de alegría sus tristezas, resplandeciendo en las tinieblas de sus noches, sembrando una dicha desconocida en su despreciada condición humana. Tal como lo habían cantado los coros angélicos, aquella noche el cielo bajó a la tierra, el tiempo se casó con la eternidad, la divinidad encontró humana posada, la gracia sobreabundó donde reinaba el pecado.

Esa vida nueva que se inició aquella noche, en aquellos hombres sencillos, es la que nosotros los cristianos nos deseamos unos a otros, al inicio de este nuevo año. Nosotros también, queremos traspasar renovados el umbral del 2021. Queremos volver a los campos de nuestra vida cotidiana, renovados por la gracia de la primera y única Navidad, la que actuó de modo tan maravilloso en la vida de María, de José y de los pastores. Nosotros también deseamos que nuestra visita al pesebre no haya sido este año un mero toque turístico, ni folklórico, ni teatral, ni estético. Queremos entrar en los campos del 2021, como testigos y apóstoles de la Encarnación del Hijo de Dios. 


Es ya tradición, en todas las latitudes del mundo, iniciar el primer día del año manifestándonos con besos, abrazos, brindis y canciones, deseos de bienestar, salud, paz y prosperidad. Pero este año todo será diferente. Fuertes restricciones limitan los encuentros y los festejos. Los grandes lugares míticos en los que se concentran millares y millares de lugareños y turistas para recibir el año, en medio de los fugaces fogonazos multicolores de las luces de bengala, se quedarán este año desiertos. 

Como todos los años y quizá con mayor intensidad que en años anteriores, debido al pánico sembrado por el coronavirus, pulularán en las redes y en los programas televisivos los vaticinadores, astrólogos, videntes y magos, manipulando el zodíaco, las piedras de colores, los cristales, los ángeles, las cartas, los tabacos humeantes y las sinuosidades de las palmas de las manos, para formular buenos y malos augurios, reinterpretar a su guisa, las profecías de Nostradamus, y hacerse la ilusión de que le están robando al futuro sus secretos. 

Nosotros, como cristianos, no podemos acudir a esos mercaderes de ilusiones. Hemos de ser consecuentes con las tres virtudes teologales que sustentan nuestro caminar en la historia.  Nos fundamenta y sostiene la convicción de que Dios es dueño del tiempo y, por medio de su Hijo, el Verbo Encarnado, ha entrado en el tiempo para enseñarnos a vivir convivencialmente, desde el aquí y el ahora, en la dimensión de la eternidad, de la transcendencia del amor, bajo el régimen de la compasión, de la misericordia y de la solidaridad servicial. 

Estamos en las manos de un Dios misericordioso y providente que nos ha amado tanto, que, en la plenitud de los tiempos, ha enviado a su Hijo, nacido de María Virgen, para hacernos hijos suyos, y ha derramado en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo para que nos comportemos con él como hijos, con nuestros semejantes como hermanos, con la creación como servidores, siempre dispuestos a cuidar la casa común para beneficio de todos.

El tiempo no es nuestro enemigo; es un aliado por medio del cual caminamos con Jesús hacia esa plenitud. Por más covid 19 que se presenten, por más cañadas oscuras que haya que atravesar, nada hemos de temer, como lo recitamos con frecuencia en el salmo 23, porque el Buen Pastor sabe dónde quedan las fuentes tranquilas, va con nosotros, y en el camino, repara nuestras fuerzas. Esta espiritualidad esta condensada también, en la oración de la gran doctora de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Les invito a hacer de ella la hoja de ruta del 2021.

Al celebrar hoy la maternidad divina de María, nos maravillamos y nos extasiamos con ella y su esposo José, porque fue gracias a su obediencia humilde y alegre, que se abrieron definitivamente las puertas para que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos diera a conocer con su presencia, el amor de Dios y sembrara para siempre en nuestra tierra la gloria de la salvación (Cfr. Tito 2,11). Y así gracias a María, a su maternidad divina “hemos conocido en Cristo el amor que su Padre Dios nos tiene y hemos creído en él” (Cfr. 1 Jn 4,14).

Un tiempo precioso se abre ante nosotros. Dios quiere llevar adelante su plan de salvación, contando con nuestra libre y responsable cooperación. Bajo el impulso de su Espíritu, aprendamos a descubrir su presencia amorosa en el día a día de la cotidianidad; aprendamos y re-aprendamos a vivir en comunidad de Iglesia; a tomar decisiones responsables y coherentes con nuestra fe; a asumir con coraje y madurez las consecuencias de nuestras decisiones; a compartir servicialmente nuestro tiempo, talento y tesoro con nuestras familias, nuestros vecinos, nuestras comunidades eclesiales.  

En esta celebración litúrgica con la que se clausura el 2020 y se abre grande la puerta del 2021, venga sobre nosotros, sobre todos nuestros seres amados, sobre nuestra patria, nuestra Iglesia, sobre el mundo entero, sin límites ni fronteras, la bendición divina; que, en cada uno de los meses, de las semanas, de los días, de las horas y de los segundos de este nuevo año, experimentemos la fuerza y la dulzura del amor de Dios y la protección maternal de nuestra madre del cielo.  

Con las innumerables comunidades cristianas que se congregan, a esas horas en el mundo entero, demos gracias a Dios por el año transcurrido, entonemos cantos de alabanza por los dones recibidos y pongamos en sus manos de Padre providente, los 365 días del nuevo año que se inicia: año de S. José, año de la familia, año jubilar compostelano. Amén. 

Carora 1º de enero de 2021


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


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