jueves, 24 de diciembre de 2020

NAVIDAD 2020 - HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

                                            NAVIDAD 2020

                                                HOMILIA

Lecturas: Is 9, 1-3.5-6; Salmo 95; Tito 2, 11-14; Lc 2,1-14


Muy queridos hermanos en Cristo Jesús, 


Una vez más tenemos la dicha que Navidad venga a nosotros. Es sin duda alguna la fiesta más entrañable de los venezolanos. Ella toca las fibras más profundas de nuestra identidad cultural y religiosa y nos amarra los unos con los otros, como ese hilo blanco con el que atamos nuestras tradicionales hallacas.


Es verdad que para nosotros este año nos toca celebrarla en medio de la pandemia del coronavirus, una de las crisis más descomunales que haya sacudido, en los tiempos modernos, la humanidad entera, provocando millones de muertes. Y es verdad también que, para nosotros, la pandemia no ha hecho sino añadirse a la ya larga y funesta procesión de males que viene azotando y deshilachando nuestra patria.  Nos espera la inmensa tarea de volverla a tejer entre todos. Y esa así, con esta actitud que hemos de entrar en esta fiesta decembrina. Navidad es siempre Navidad, cualesquiera que sean las circunstancias de la vida. 


Es bueno recordar que el mismo Dios no le ahorro al nacimiento de su Hijo en esta tierra ninguna de las penurias que nos aquejan. Conocemos, todos, las tremendas dificultades que tuvo que afrontar la joven pareja de José y María, ya muy cercano el momento del parto. Largo y riesgoso viaje de Nazaret a Belén, búsqueda desesperada, en esa atestada población, de un alojamiento decente, parto en una gruta de animales; acomodo de una pesebrera en cuna improvisada para acostar al recién nacido; huida inesperada a Egipto para salvar la vida del niño, amenazada por la furia infanticida del rey Herodes; dura vida de migrantes refugiados en Egipto. 

Nada de eso, sin embargo, empañó la belleza de aquella noche, ni sofocó el estallido de gozo que provocó el alumbramiento de María y vino a retumbar en el corazón de unos pobres y sencillos pastores, que, aquella noche estrellada, cuidaban sus rebaños, en las cercanías. El relato evangélico de S. Lucas reporta que aquella noche se produjeron tres manifestaciones divinas en favor de esos vigilantes de la noche. Un ángel del Señor se les apareció, la gloria del Señor los envolvió con su luz; el ángel los involucró en el misterio, enviándolos al lugar del nacimiento y les dio la clave para reconocerlo. 

¡Qué misterioso y espléndido el intercambio que se produce en esos momentos! Mientras María envuelve al recién nacido, que no es otro que el Hijo de Dios hecho niño, en los pañales de la frágil y vulnerable condición carnal, unos pobres cuidadores de ovejas son envueltos con la vestimenta de la gloria de Dios y transformados en testigos privilegiados del misterio de la encarnación. 

Lo que ocurrió aquella noche con los pastores de Belén es precisamente lo que Dios quiere que acontezca con todos nosotros, que somos unos pobres y humildes pastores, sometidos y esclavizados por el poder del pecado, que no conocemos otra cosa que pasar noches y noches cuidando las ovejas de nuestra pobre condición humana. Carecemos de la fuerza y del poder necesarios para salir, por nosotros mismos, de esa descalabrada condición, para acabar con esa desgracia y conocer la gloria de la salvación. Por eso Dios Padre en su inmensa misericordia decide venir a nuestro rescate. En Jesucristo nos reviste de su gloria, nos involucra en su historia de perdón y de amor salvador y nos transforma en sus testigos y anunciadores. 

San Agustín nos ayuda a entender la transcendencia y profundidad de la gracia en la que se vieron envueltos aquella noche los pastores: “¿Qué mayor gracia pudo hacernos Dios? Teniendo un Hijo único lo hizo Hijo del hombre, para que el hijo del hombre se hiciera hijo de Dios. Busca dónde está tu mérito, busca de dónde procede, busca cuál es tu justicia: y verás que no puedes encontrar otra cosa que no sea pura gracia de Dios” (Sermón 185). 

La luz y la gracia que cambió la vida de los pastores de Belén, los envolvió en la luz de la vida divina y les llenó el corazón de inmensa alegría, están también a nuestro alcance. Está allí en un niño, envuelto en pañales, que podemos ver, que podemos tocar. Dejémonos alcanzar, tocar y trastocar por la luz y la alegría que emana de este niño. Ahí, en él está la verdad. Está la bondad. Dios es bueno y misericordioso y ha encontrado el secreto para acercarse a nosotros los hombres sin que nos asustemos, y llamarnos a ser como él: se ha vuelto un niño. ¿Quién le puede tener miedo a un niño sino gente como Herodes? ¿A quién no se le enternece el corazón ante un niño, que duerme plácidamente, recostado en su cuna? 

Así viene Dios a nosotros, en estas Navidades 2020, mis hermanos, acudamos presurosos como los pastores a dejarnos deslumbrar por el niño que yace entre pajas; abramos nuestros brazos, como Simeón, para abrazarlo, deseando con toda el alma que sea él quien nos envuelva en su abrazo divino; dejémosle entrar, con aguinaldos y parrandas, en nuestros corazones y familias, para que descubramos la esencia del amor. Dejémonos guiar por él para aprender nosotros también esos maravillosos y siempre nuevos caminos por los que nos hacemos hermanos unos de otros y nos volvemos diestros en el manejo de las herramientas de la solidaridad, del perdón, de la reconciliación y de la paz. Todavía queda mucha Navidad por delante que vivir, experimentar y compartir en Venezuela. ¡Feliz Navidad, mis hermanos! 

Carora, 24 de diciembre 2020

Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


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