sábado, 12 de diciembre de 2020

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020

HOMILÍA

Lecturas: Is 61,1-2. 10-11; Lc 1,46-53; 1 Tess 5,16-24: Jn 1,6-8.19-28

Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

Domingo Gaudete. Domingo Alégrense. Así se llama este tercer domingo de Adviento. Toma su nombre del canto litúrgico de entrada de este domingo, texto tomado de la carta de Pablo a los Filipenses: “Tengan siempre la alegría del Señor; lo repito estén alegres” (Fil 4,4). Esta insistente invitación la encontramos nuevamente en la segunda lectura: “Vivan siempre alegres”.

La alegría es una de las notas distintivas del advenimiento de los tiempos mesiánicos (Cfr. Sof 3,14-17). En la primera lectura Isaías nos presenta un misterioso servidor que, al saberse escogido por Dios para ser portador de buenas noticias para su pueblo exiliado, llevarle un mensaje de esperanza a los pobres, curar a los de corazón quebrantado, proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los presos, se alegra con toda el alma, se llena de júbilo en Dios.  

Cuando el ángel Gabriel se dirigió a María de Nazaret para darle a conocer su elección por parte del Altísimo para ser la madre del Mesías, empezó su anuncio con estas palabras: “Alégrate, María”. Y cuando ella se da cuenta en casa de su prima Isabel de lo que le ha acontecido, su alma estalla en un inmenso júbilo en Dios su salvador, que el evangelista Lucas recoge en el Magnificat.

La alegría brota inmediatamente del corazón de la persona cuando ha encontrado lo que su alma anhelaba. Es lo que ocurre con el hombre de la parábola narrada por Jesús, el cual, al hallar un tesoro escondido en un campo, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo y quedarse con el tesoro (Mt 13 44). Este tesoro encontrado representa nada menos que al mismo Jesucristo, el Mesías, el Señor, en quien todas las promesas mesiánicas llegan a su plenitud. El Papa Francisco inicia su Exhortación apostólica “La Alegría del Evangelio” (EG) con estas palabras: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (…) Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).

La Iglesia nos enseña hoy que la alegría brota también del corazón de los creyentes, cuando, cada año, en tiempos de adviento, se acercan las festividades de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. En cada rincón del mundo, dentro de las circunstancias más difíciles y complejas, no dejamos de reunirnos en asambleas celebrativas para renovar la certeza de que Dios sigue cumpliendo hoy sus promesas en medio de nosotros. Así lo enfatiza S. Pablo en la segunda lectura: “El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa”.

Esta cercanía del advenimiento salvador queda plasmada, en el evangelio proclamado, en la figura de Juan el Bautista. Los fariseos envían una delegación al Jordán para averiguar quien es este Juan que ha logrado atraer tanta gente en su entorno, hacerse tan popular entre el pueblo sencillo y conformar en torno a sí un grupo importante de discípulos. Había en el ambiente una fuerte expectativa de que el Mesías estaba por llegar y quieren aclarar si esta nueva figura profética tiene que ver con la inminencia de ese acontecimiento.

Juan sabe perfectamente quién es él. No se deja arrastrar por su popularidad y por lo que los demás dicen de él. Él no es la luz sino un simple testigo de la luz. Él no es la palabra sino una voz de la que se vale la palabra para llamar a los hombres a la penitencia y al arrepentimiento ante la inminente llegada del Mesías. Él es simplemente un adelantado que prepara el camino por donde ha de llegar el anunciado y prometido por los profetas. Él que viene detrás de él, lo precede en todo y él no es digno ni siquiera de desabrocharle las correas de sus sandalias. 

No es fácil ceder el puesto y la guía a otro cuando se goza de tanta fama y popularidad y, más difícil aún, colaborar con esa persona para que pueda realizar su propia misión. Eso fue exactamente lo que hizo El Bautista según el testimonio del evangelista: “Al ver acercarse a Jesús, Juan dijo: Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…Contemplé al Espíritu que bajaba sobre él como una paloma se  posaba sobre él…Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios ” (Jn 1,29-31). 

 En vez de aferrarse a lo que ya ha conseguido con tanto talento, cuando Jesús inicia su ministerio, Juan cede gustoso el puesto, se retira. El conocer hasta donde llega su misión en el proyecto de Dios y saber que la ha llevado a cabo hasta el final lo envuelve en un inmenso gozo: “Quien se lleva la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz de novio.  Por eso mi gozo es perfecto. Él debe crecer y yo disminuir” (Jn 3,29-30)

Hoy Dios sigue buscando gente como el servidor de la primera lectura, como Juan, como Pablo, que deseen ponerse a su servicio desinteresadamente para darlo a conocer. Nos encontramos en medio de una humanidad idólatra y pagana que anda dando tumbos porque carece de la luz de la fe y no sabe cómo encontrar a Dios. La búsqueda de Dios siempre renace en el corazón humano. El hombre no puede vivir sin Dios por mucho tiempo. Y si no lo encuentra lo reemplaza con ídolos y fetiches de toda clase, endiosando nuevamente la naturaleza, los animales, el sexo, el placer a todo trance, el poder y los bienes de este mundo.

Solo el encuentro con el verdadero tesoro inundará nuestro corazón de verdadera alegría. Un mensaje leído en Instagram decía algo así como: “La persona que vive constantemente de mal humor, no está viviendo conforme a su vocación”. La alegría que se anida en el corazón cuando hemos encontrado ese gran tesoro llamado Jesús y sus hermanos no es pasajera, no es una simple euforia, que exalta y deprime como una droga, es una gracia permanente, que viaja con nosotros a través de todas las etapas y circunstancias de la vida y nos sostiene en los momentos de mayor dolor y de penuria. 

Es la alegría que perdura, crece y se multiplica y que nos lleva a anunciar el Evangelio a los pobres, a aportar sanación a tantos corazones desgarrados, a colaborar con los que buscan liberarse de las adicciones, a luchar por condiciones políticas que respeten la libertad de los ciudadanos, a volvernos voluntarios para luchar contra la contaminación de las aguas y de las ciudades, a trabajar por una mejor justicia social en los programas políticos, por el crecimiento en fraternidad en el entramado de las convivencias humanas, por la expansión de valores que promuevan una vida honesta, austera y sencilla en nuestros hogares y comunidades. Por este camino, seguro que daremos en nuestra peregrinación con aquella bendita gruta donde se nos han adelantado los pastores de Belén, la mula, el buey, María y José. 

Carora, 13 de diciembre de 2020 


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


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