domingo, 27 de diciembre de 2020

SAGRADA FAMILIA DE NAZARET B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

SAGRADA FAMILIA DE NAZARET B 2020

HOMILIA

Lecturas: Si 3,3-7.14-17; Sal 127; Col 3,12-21; Lc 2, 22-40

Muy queridos hermanos y hermanas,

En este domingo, nuestra Madre la Iglesia nos invita posar nuestra mirada llena de fe en la pequeña familia conformada por José, María y el niño Jesús, tal como nos la presenta San Lucas en el evangelio. Transcurridos cuarenta días, tiempo requerido para la purificación de María, emprenden su primera peregrinación familiar a Jerusalén, para presentar el niño y, en su condición de primogénito, consagrarlo a Dios. Lucas insiste por tres veces que José y María están allí para cumplir lo prescrito por la ley mosaica. Se trata pues de una familia tradicional judía que vive como familia creyente el acontecimiento del nacimiento de su hijo, como miembros del pueblo de la Alianza, obedientes a los mandatos de Dios. 

De repente se presenta un anciano, llamado Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, lleno de esperanza en las promesas de Dios. Llega allí no por la fuerza de la ley sino impulsado por el Espíritu Santo, que le había revelado que no moriría sin haber visto al Mesías del Señor. Sin mediar palabra se dirige hacia la pequeña familia, toma el niño en sus brazos y prorrumpe en una clamorosa “b’raka”, una gran bendición dirigida a Dios. Lo bendice porque el Señor ha cumplido su promesa, y puede contemplar alborozado al niño que yace entre sus brazos. Lo bendice porque se le da la gracia de reconocer en esa pequeña y frágil criatura, al Salvador, la luz que alumbra con la gloria de Dios tanto a las naciones paganas como al pueblo de Israel. 

El anciano Simeón es el símbolo del Viejo Testamento. En él están representados los patriarcas, los jueces, los reyes, los sabios, los profetas, todos los elegidos por Dios que prepararon y anunciaron este momento y lo desearon ardientemente. En su oración Simeón reconoce que ya puede dejar el Señor que su siervo muera en paz.  En otras palabras, proclama que ya el Antiguo Testamento ha llegado a su fin y ceder el paso al Nuevo, porque con ese pequeño ser ha llegado el esplendor de la salvación de Dios al mundo entero.

A Simeón, a la pequeña familia presente, fiel cumplidora de la ley, se integra Ana, una profetiza y viuda de gran ancianidad, que ha dedicado la casi totalidad de su vida a la alabanza y a la oración y representa a todos los seres humanos que hacen de su vida una gran oración y no se cansan de practicar la caridad. Todos ellos representan al pueblo de Dios, el pequeño resto de Israel, llamados los “anawin”, esos pequeños, pobres y sencillos, que los profetas predijeron sabrían esperar con un corazón puro y humilde la llegada del Mesías y estar allí cuando él se presentara (Cfr. Sof 3,12-14). 

Es a la luz de este anuncio de amor y de ternura que se escenifica en el templo de Jerusalén, con motivo del gesto tan humilde y sencillo de José y de María de presentar a su pequeño, que debemos contemplar la belleza y el milagro de la familia cristiana.  El milagro de nuestras familias solo puede entenderse plenamente a la luz del infinito amor del Padre, que se manifestó en Cristo, se hizo pequeño para caber en las cuencas de nuestras manos y en el horizonte de nuestras vidas sencillas y cotidianas. La gloria de Dios hemos de buscarla allí donde está y brilla esplendorosa: entre las pajas de nuestros pequeños avances y logros. ¡Qué realidad tan frágil y sencilla es una familia y sin embargo ella es el mejor estuche donde se esconde la gloria de Dios!

Dichosos seremos, mis queridos hermanos si se nos da la gracia de mirar con los ojos de Simeón a nuestras familias, descubrir la presencia de Cristo en nuestros abuelos, padres y hermanos, con sus cualidades y defectos, grandezas y limitaciones; dichosos seremos si logramos descubrirlo escondido en las etapas recorridas, en los acontecimientos gozosos y luctuosos compartidos, en la presencia del Espíritu que nos ha acompañado y nunca se ha ausentado de nuestros proyectos, crecimientos, luchas y avances. Dichosos seremos cuando veamos a Dios en nuestras familias, en su historia de amor, de crecimiento, de lucha y perdón, de ternura y sabiduría, en la que todos hemos sido y seguimos siendo protagonistas. Dios no pasa por encima, ni por un lado: Dios pasa a través de nosotros tal como somos y nos manifestamos. 

Tras esa humilde ofrenda que agrada al Señor (Cfr. Mal 3,5) y que anticipa la gran ofrenda que años más tarde el Hijo de Dios hecho hombre realizará en plenitud sobre el altar de la cruz, los esposos retornan a su casa. Y acota Lucas que a partir de allí el niño fue creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él. Dios Padre no le ahorró nada a María, a José, al niño de los tremendos sinsabores y pruebas de esta existencia terrenal. Muy claro fue Simeón con los padres. No les maquilló la presentación. El niño será un signo de contradicción en su pueblo: para unos traerá la ruina para otros, resurgimiento. Y una espada atravesaría el corazón de la madre. 

Ese es el niño Jesús que hoy viene a nuestro encuentro junto con sus padres a llenar nuestras vidas de una inmensa alegría. Su presencia es el verdadero milagro que cambia el color, el sabor, el olor y el sentido de una familia. En la vida hay que atravesar valles de lágrimas. No se trata de esquivarlos, buscar atajos, anestesiantes o engañosos subterfugios para evitarlos. La clave está en aceptarlos y enfrentarlos juntos, en familia y con Jesús, el niño de Belén. 

Entonces la vida familiar, el valle de lágrimas y los oasis de gozo y alegría cobrarán sentido, nos fortalecerán, nos animarán, nos consolarán. Se realizará el milagro anunciado por el profeta de la consolación: “Dará fuerza a los cansados, acrecentará el vigor del inválido; a los jóvenes que ponen su esperanza en él le saldrán alas como de águila, correrán sin cansarse y marcharán sin fatigarse” (Is 40,28-31).

Si Dios ha querido hacerse niño, nacer entre pajas, caber en la cuenca de las manos de un anciano y darle sentido a la ruda vida de la joven pareja de Nazaret, es porque también desea hacer otro tanto con cada uno de nosotros, con cada una de nuestras familias. Acojámoslo, alimentemos su presencia en nuestras vidas; incluyámoslo en nuestros proyectos fundamentales; cuidémoslo en todos los seres frágiles que su Padre ponga bajo nuestra responsabilidad; dejémoslo que crezca, que se fortalezca en cada uno de nosotros y alcance su plena adultez y se transforme en el Señor y Rey de nuestras vidas (Ef 4,15). ¡Qué gran programa para el año 2021 que ya está a las puertas! 

Carora, 27 de diciembre de 2020


Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


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