sábado, 5 de diciembre de 2020

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO B 2020

HOMILÍA

Lecturas: Is 40,1-5.9-11; Salmo 84; 2 Pe 3,8-14; Mc 1,1-8


Muy queridos hermanos,

El tiempo de Adviento que iniciamos el domingo pasado nos ha puesto en camino para encontrarnos personal y comunitariamente con Jesucristo nuestro Señor y Salvador. La Palabra de Dios de hoy nos quiere llevar a examinar de cerca el camino que nos toca recorrer para ese gran encuentro, con el propósito, por un lado, de renovarlo, embellecerlo la más posible y por otro, de eliminar cualquier obstáculo que impida que nosotros podamos ir hacia Jesús y él, a su vez, pueda venir hacia nosotros. 


Son muchos los obstáculos que pueden serruchar nuestro ánimo, tentarnos con desvíos o trochas engañosas, e impedir este anhelado encuentro. A todos nos toca pasar por momentos de soledad, de angustia, de incertidumbre, porque son tantos y tan seguidos los problemas que nos agobian, que nos sentimos impotentes, o tentados de tirar la toalla, o peor aún, de tomar decisiones precipitadas que resultan remedios peores que la enfermedad. Son momentos de gran tribulación que afectan tanto la vida de todo un pueblo, de una familia completa, o de cada uno de nosotros en particular. Cuando eso ocurre experimentamos una gran desolación, nos sentimos errantes, sin rumbo, dando vueltas, desorientados, en una calle ciega. 


Los textos bíblicos que acabamos de escuchar nos quieren ayudar a identificar y superar esos obstáculos a través del profeta Isaías, de Juan el Bautista, el Precursor, y del apóstol Pedro: tres grandes testigos escogidos por Dios para ser portadores y voceros de buenas noticias en medio de tantas tribulaciones.


Isaías recibe el encargo de consolarnos y animarnos, así como lo hizo con su pueblo Israel, sumido en la angustia y la desesperación del destierro, anunciándole el pronto retorno a la patria. Cuando creían que todo estaba perdido, resonó poderosa la voz de Dios, a través de su profeta, anunciando que Dios mismo, como un buen pastor, vendría en persona, a sacarlo de la opresión y de la esclavitud, conducirlo a través del desierto, y llevarlos sanos y salvos hasta la casa.


Dejémonos, queridos hermanos, consolar por el Señor, dejémosle hablarnos al corazón. Oigamos su voz que clama invitándonos a abrir, confiados en él, caminos en el desierto, acicateados por el profundo anhelo de encontrarnos con él. Bajo la guía de su sabiduría divina, acometamos juntos la empresa de rebanar montañas, de rellenar barrancos, de enderezar y allanar senderos; llenos de ánimo y de decisión de quitar de en medio todo lo que se interponga entre él y nosotros. 


Pidámosle al Señor que se introduzca en lo más profundo de nuestro corazón la certeza de su presencia misericordiosa y salvadora. Que resuenen con toda su fuerza transformadora las palabras del profeta: “Aquí está tu Dios. Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo”. Que, bajo la luz de su sabiduría divina, descubramos su presencia en la historia de nuestra vida, y caigamos en la cuenta de los obstáculos que nos toca enfrentar: la montaña, el barranco, los laberintos, los peñascos que bloquean el paso; y, abandonando toda actitud y conducta soberbia y autosuficiente, aceptemos, con humildad, dejarnos conducir dócilmente por él. 


Esta confianza, nos confirma el apóstol Pedro en su carta, ha de alejar de nosotros el miedo y el pánico, para que nuestra vida se fundamente solamente en la promesa y la seguridad del cumplimiento de sus planes, que no son de destrucción, sino de creación “de un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia”. El tiempo de vida que nos da el Señor, es, por consiguiente, para que nos arrepintamos de nuestros pecados, tomemos en serio nuestra vocación a la santidad, y esperemos confiados la realización completa de sus designios de salvación.


El evangelio de San Marcos, que nos acompañará a todo lo largo de este nuevo año litúrgico, nos revela desde el principio, valiéndose del texto de Isaías, que lo que él va a narrarnos es el cumplimiento, en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, de todas las promesas que Dios le ha hecho al pueblo de Israel a través de los profetas. 


Y de una vez inicia ese maravilloso relato presentándonos la imponente y severa figura de Juan el Bautista, el último de los profetas, encargado de ponerle un toque final al camino de preparación y de presentarnos a Jesús, como Hijo de Dios, Mesías y Señor.  Su impresionante mensaje de conversión y penitencia, respaldado por el ejemplo de una vida austera, sencilla y humilde, basado en un bautismo de arrepentimiento, sacudió las conciencias de sus contemporáneos, despertó las esperanzas de un pueblo dormido, llamó a conversión a gente de toda condición, y abrió paso a la culminación de  la historia de la salvación. 


Acojamos, mis queridos hermanos, el testimonio de estos tres grandes servidores de Dios. Dejemos que en esta eucaristía y en este tiempo de adviento, resuene poderosa la voz del Señor en nuestros corazones. Abandonemos todo miedo y postración. Pongámonos en pie, y sin miedo alguno, dispongamos a abrir el camino que desemboca en Dios. Ese camino hay que crearlo. Como bien proclama el poeta Antonio Machado: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Vayamos animosos, todos juntos, llenos de esperanza, al encuentro del Señor. Como nos exhorta Pedro, pongamos todo nuestro empeño en que el Señor nos halle en paz con él, sin mancha ni reproche.


Dejémonos enseñar por Dios y por sus enviados y testigos. Esta es la sabiduría celestial que necesitamos. Saber aprender de Dios, saber aprender de la vida, saber aprender y re-aprender de los acontecimientos en los que nos vemos envueltos, saber aprender de nuestros mismos errores, saber aprender de los niños y de las personas pobres y sencillas con los cuales convivimos. Ese es el camino que nos preparará a vivir la verdadera navidad, la navidad del Belén, del pesebre, de los pastores, la Navidad de José y de María. Que los adornos nunca nos alejen ni distraigan de la esencia de la Navidad de nuestro Señor. 


Que por nuestra participación en esta santa eucaristía dominical de adviento, como buenos discípulos de Jesús, y miembros de su santa Iglesia, valoremos sabiamente las cosas de la tierra y nos valgamos de ellas, para que nuestro corazón se centre y repose en el mismo Dios del cielo. Amén.


Carora, 6 de diciembre de 2020



Ubaldo Ramón Santana Sequera FMI

Administrador Apostólico “sede vacante” de Carora


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