domingo, 29 de noviembre de 2020

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO B 2020

HOMILIA

Lecturas: Is 63,16-17.19;64,2-7; Sal 79; 1 Co 1,3-9; Mc 13,33-37


Muy amados hermanos,

Hoy iniciamos un nuevo tiempo litúrgico: el tiempo de Adviento.  Son cuatro domingos que anuncian y celebran las dos venidas de Jesucristo. La primera que tuvo lugar en el seno virginal de María y luego en Belén. La segunda acontecerá, tal como lo profesamos en nuestro Credo, cuando ese mismo Hijo de Dios de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. 

Este tiempo litúrgico nos impulsa a celebrar y vivir un doble dinamismo espiritual. Los dos primeros domingos orientan nuestra mirada hacia la parusía, el retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos, y el encuentro definitivo con Dios. Al mostrarnos el futuro y señalarnos la meta final de la peregrinación humana, acicatean nuestra esperanza y le dan a nuestro vivir un talante típicamente cristiano. Los dos últimos, en cambio, nos preparan de manera más inmediata a la celebración memorial de la primera venida, en carne y fragilidad, con la gran fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Ambos momentos están estrechamente unidos. Si miramos hacia atrás, si cada año celebramos los acontecimientos de la Encarnación del Hijo de Dios, acaecidos hace más de dos mil años, no es para darle vueltas indefinidas a la noria del tiempo, ni para reproducir pasivamente lo que hicimos en años anteriores, ni para alimentar sentimientos nostálgicos. Si rememoramos y celebramos esos acontecimientos iniciales es para asimilarlos más profundamente, hacerlos más nuestros, vivir más en el presente, enfrentar sus retos y exigencias con creciente libertad, lucidez, consciencia y creatividad; y, con la fuerza que nos comunica esta celebración, caminar con firmeza y convicción hacia la meta final junto con nuestros hermanos.

Así desde, el comienzo del año litúrgico, los cristianos que nos congregamos en estas celebraciones alrededor de la Palabra y de la Eucaristía, caemos en la cuenta de que la vida cristiana es vida, camino, historia, dinamismo. Lejos estamos de una religión paralizante, estática, sin fuelle.  Este doble dinamismo queda plasmado en la corona de adviento, con cada uno de sus símbolos: la corona del Reino de Dios, las ramas verdes de la esperanza, las llamas de la vida vivida en el servicio y la caridad que brotan de las cuatro velas con sus llamativos colores, el velón blanco en el centro que nos remite al cirio pascual, a Cristo Jesús, alfa y omega, principio y fin de todo.

En el evangelio de hoy, por tres veces, Jesús nos advierte que es menester mantenernos en vela, alerta y preparados, porque no sabemos el día ni la hora de su llegada. Para que lo entendamos mejor se vale de la comparación de un hombre que sale de viaje y deja su casa al cuidado de sus servidores, y le pide al portero que esté velando para que, cuando él regrese, cualquiera sea la hora, le abra y los encuentre a todos en pleno y responsable cumplimiento de sus servicios, y no dominados por el sueño o el amodorramiento. 

La primera pista para lograr esa vigilancia y no dormirnos, la encontramos en el texto del profeta Isaías y el salmo responsorial. Todos llegamos en algún momento a vernos tan aprisionados en nuestros vicios y pasiones y tan empantanados en nuestros pecados, que brota de lo más hondo de nuestro corazón un grito de auxilio, pidiéndole a Dios Padre se haga presente en nuestras vidas y nos salve. “¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia!”. Hagamos nuestro el grito desesperado de los salmistas: “¡Señor, ven en nuestro auxilio! ¡Señor, date prisa en socorrernos!”. 

Mantenernos alerta y en vigilancia no es otra cosa que caer en la cuenta de que Dios nuestro Padre y Redentor nos ama y, por medio de su hijo Jesús, nos ha colmado de dones. En la comparación utilizada por Jesús, el dueño, al irse, deja nada menos que su casa bajo el cuidado de sus servidores, con todo lo que esa casa tiene dentro: su familia, sus bienes, todo su patrimonio. Esa casa que el Señor deja a nuestro cuidado es el mundo, es la Iglesia, nuestra comunidad cristiana. Sigamos la recomendación que nos da San Pablo en la segunda lectura y valgámonos de esos dones divinos en favor del cuidado amoroso de todo lo que el Señor nos ha encomendado. 

Mientras esperamos la manifestación definitiva del Señor Jesús en la gloria, no tenemos pues ninguna excusa para permanecer ociosos, adormilados, inermes. Todos los ejemplos que el Señor Jesús nos da en los evangelios cuando habla del advenimiento del Reino de su Padre Dios entre nosotros, y cómo él quiere enrolarnos para que lo acompañemos, son ejemplos de gente trabajadora y activa: pescadores, amas de casa, buscadoras de agua, sembradores, servidoras, vendimiadores, administradores.  

La vigilancia que nos pide el Señor es pues el ejercicio activo de la virtud de la esperanza. Así la resume el autor de la Carta a los Hebreos: “Mantengamos sin desviaciones la confesión de nuestra esperanza, porque aquel que ha hecho la promesa es fiel. Ayudémonos los unos a los otros para incitarnos al amor y a las buenas obras” (He 10,23-24). Pongamos todos esos dones al servicio de los unos y de los otros. Cuidémonos unos a otros. Velemos por el bien común. 

Somos miembros de un pueblo que camina, que sabe hacia dónde va, qué meta quiere alcanzar y, mientras se dirige a la consumación de todo, no se entretiene en cualquier cosa, no mata el tiempo con el programa que le  ofrece la alienante civilización del entretenimiento, del placer y del consumo,  sino que se entrega, bajo el soplo poderoso del  Espíritu Santo, a sembrar semillas de Reino de Dios, a pregonar testimonialmente el  Evangelio de Jesús, a fermentar todas las realidades humanas, desde las más dolorosas y aflictivas hasta las más exuberantes y bellas, con el amor crucificado y resucitado de Jesucristo.

Adviento 2020 nos ofrece nuevamente la oportunidad de enfrentar las dificultades y tribulaciones de esta pandemia, así como la grave crisis que azota nuestro país con la audacia de la fe y la plena confianza en Dios. Si lo vivimos en dimensión de servicio y de amor, unidos en fraternidad, la vida deja de ser aburrida, de ser una amenaza que aplasta y aniquila, y se transforma en una asombrosa aventura de salvación, que nos mantendrá a todos siempre despiertos y activos, metidos de llenos, arados en mano, en los campos donde se fragua el advenimiento del Reino de Dios entre nosotros. 

Carora 29 de noviembre de 2020


+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo emérito de Maracaibo

Administrador apostólico sede vacante de Carora


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