lunes, 16 de septiembre de 2019

EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL XI ENCUENTRO NACIONAL DE JOVNES DE ACCION CATOLICA (ENJAC)

EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL XI ENCUENTRO NACIONAL DE JOVNES DE ACCION CATOLICA (ENJAC)

HOMILIA

Muy amados jóvenes,

Es una gran bendición que todos ustedes jóvenes, a pesar de tantas dificultades y limitaciones, hayan podido congregarse en Maracaibo para llevar a cabo este importante XI Encuentro Nacional de Jóvenes de Acción Católica. En este evento hemos de contemplar un hermoso don de Dios por el que hay que bendecirlo, alabarlo y darle inmensas gracias. 

Todo don que Dios nos hace se transforma a su vez en una misión. Quienes lo reciben adquieren una responsabilidad y un compromiso. Yo estoy seguro de que todos ustedes están muy conscientes de ello. Nada de lo que han vivido aquí este fin de semana es para ustedes solos. Es una misión de todos, con todos y para todos.  A través de ustedes, el Señor quiere llegar a millares de familias, de jóvenes del país y del mundo entero de manera directa y por las redes sociales. Así se los ha hecho sentir el Papa Francisco en el mensaje que les ha dirigido al inicio de este evento. 

La fuerza de la fe está en su raíz y fundamento. Esa raíz y fundamento es Cristo Jesús, muerto y resucitado (Cfr. Col 2,6-7).  Llevémonos esta certeza que Pablo le trasmite a su discípulo Timoteo: en Cristo Jesús muerto y resucitado, se ha hecho presente la salvación de Dios, salvación que trae consigo la presencia permanente del Señor y con él la alegría del perdón, de la compasión, y de la misericordia para las ovejas perdidas de este mundo. 

Con Cristo Jesús ha llegado hasta nosotros hoy de manera concreta, cercana y real todo el poder de la vida, del amor, de la gracia. Y nosotros estamos aquí en esta eucaristía, para testimoniarlo y asumir de nuevo juntos, unidos en Cristo y acompañados por nuestra madre la Virgen María, en esta etapa de nuestra vida, el compromiso de anunciarlo en nuestro país y el mundo entero.

Es imposible que jóvenes cristianos se puedan congregar sin traer a su memoria la dolorosa historia que comparten con sus hermanos; sin pensar en los millones de familiares, compañeros, amigos jóvenes que han salido en busca de mejores horizontes de esperanza; sin tomar consciencia de cómo la familia venezolana está despezada, agobiada, torturada y sometida a las más graves violaciones de sus derechos fundamentales, tal como la ha denunciado la Alta Comisionada de la ONU para los DD.HH. Michelle Bachelet. 

Ante el desbordamiento de la violencia y de la agresividad contra los indefensos; ante los muros, murallas, alambradas y cercos de púas, que se levantan en el mundo para impedir el acceso de los pobres a los países desarrollados, en el mundo se levanta un grito desesperado de millones y millones de seres humanos pidiendo justicia, respeto, reconocimiento de su dignidad. 

Los jóvenes son una materia prima apetecible por los que quieren enriquecerse a costa de ellos; son perseguidos y hostigados por toda clase de negociantes y mercenarios que no quieren su bien sino su utilización para lucrarse y enriquecerse con ellos. Los políticos corren detrás de sus votos, los gobernantes los ideologizan, los mercaderes del sexo los buscan para la prostitución, los guerrilleros los reclutan a la fuerza, los narcotraficantes los quieren ver a todos drogados; los terroristas los vuelven carne de cañón; y no faltan grupos religiosos y sectas que los idiotizan y los vuelven zombis tele-controlados. 

Dios nos advierte, en la primera lectura, por medio de Moisés, del peligro que siempre nos acecha a todos de volvernos adoradores idolátricos de becerros de oro. Jóvenes, no permitan ser sacrificados por los grandes intereses económicos internacionales sobre el altar idolátrico del Dios Moloc del placer, del sexo irracional, de la explotación devastadora de los recursos no renovables del planeta, de políticas públicas corruptas y deshumanizadoras. 

Hagamos lo que esté a nuestro alcance para acelerar por medios pacíficos la salida de los gobernantes inútiles, ineficaces y nefastos que nos han llevado a la ruina moral, política, social y económica. Ya es hora, que se vayan, suelten los puestos de mando que están usurpando y dejen lugar a la gente joven que de verdad ama este país, ama su gente, ama su cultura, su gentilicio, su fe y su naturaleza. ¡No queremos más una Venezuela crucificada, hambrienta, que no es capaz de retener a sus millones de hijos que huyen desesperados y tristes en busca de mejor vida!

Abandonen sin vacilación la cohorte de los depredadores que queman la Amazonía, dejando detrás de si macabros cráteres lunares; despojan a las naciones indígenas de sus territorios; acaban sin piedad con la fauna y con la flora, legando desiertos sin agua ni sombra a las generaciones venideras. No es de extrañar que ante tanta carencia de honestidad y espíritu de servicio desinteresado sean los jóvenes y los niños, como la adolescente Greta Thrumber, que tengan que salir a la calle a defender la dignidad de la vida del feto, del anciano, del minusválido y de la naturaleza.  

No voten por políticos corruptos y manipuladores, embaucadores de oficio que solo buscan acumular poder y dinero a costa de la vida de los pobres y de los ingenuos. Construyan democracia de fuerte contenido social y corresponsable, fundamentada en el Estado de Derecho y Justicia, formando equipos corresponsables con hombres y mujeres honestos, bien formados y preparados, con gran sentido de solidaridad humana y de servicio desinteresado, que luchen frontalmente contra la corrupción, el cambio climático, la contaminación ambiental; empeñados en sacar en un desarrollo económico sustentable basado en el trabajo productivo y la dignificación de la familia heterosexual y acogedora de la vida.  

Ya es hora de que las organizaciones mundiales no se queden en simples declaraciones, sino que tomen decisiones valientes en favor de los pobres espacios de los migrantes, de los desplazados, de la humanización las cárceles y tomen medidas eficaces para detener el tráfico de personas, de órganos y de animales en peligro de extinción.

Ante esta tragedia que ha alcanzado proporciones descomunales y a veces desesperantes, los cristianos han de comportarse coherentemente y sin muchos discursos, salgan a pescar hombres, a buscar ovejas perdidas; a derramar sobre esta humanidad doliente el caudal de amor compasivo y misericordioso, de cercanía y fraterna solidaridad que Cristo dejó en sus manos.

Donde abunda el pecado, ha de sobreabundar la gracia de la salvación (Rom 5,20). Si somos de Cristo, si nos declaramos miembros de su Reino, si pertenecemos a la civilización del amor que él ha inaugurado desde lo alto de su cruz, nos toca entonces asumir en serio su misión. Abramos cauces a su inmenso torrente de amor que brota de su costado abierto; llevémosle los enfermos, los lisiados, los encorvados, los abusados para que pose sobre ellos sus manos sanadoras.

Sean sembradores empedernidos de paz y esperanza en medio de las contradicciones que los envuelven. Acepten el estilo de vida de Jesús. Luchen para que todos puedan sentarse a una mesa donde haya comida, no regalada, ni negociada sino ganada con el sudor de su trabajo.  Acepten morir a comodidades superfluas para dejar que el espíritu de desprendimiento triunfe en sus vidas.

Este Reino de Cristo, donde cada uno es amado, comprendido, incluido, aceptado y valorado en su dignidad está dentro de ustedes. Dejen nacer, brotar y crecer ese Reino dentro de sus proyectos de vida. Que desde ustedes brote ese hombre nuevo, esa nueva tierra y esos cielos nuevos prometidos por el Señor.  Hombre, Mundo, cielo y tierra por los cuales el Señor Jesús vivió y murió, luchó y lloró, se coronó de espinas y se entronizó en la cruz. Suelten sin miedo, compactados en Iglesia, esa fuerza de gracia que recibieron en su bautismo. Dejen vivir a Cristo en ustedes. Cédanle espacio, tiempo, fortalezas y bienes para que él pueda redimir, ungir, salvar, unir, hermanar.  

Este sueño ya Jesús lo hizo realidad en su cuerpo entregado, en su sangre derramada que hoy se da en alimento de vida en esta santa eucaristía. Hoy somos nosotros los publicanos, los pecadores, las ovejas perdidas, los rescatados por su amor los que nos sentamos gozosos a su mesa sabiendo que nos ha perdonado, y nos envuelve en la fuerza transformante de su amor.

Salgamos de aquí convencidos de que, en Cristo Jesús, estamos llamados a ser pescadores de hombres, buscadores incansables de ovejas perdidas, restauradores de imágenes perdidas, reconstructores de familias divididas, edificadores de un mundo misericordioso y compasivo con los más necesitados.

Maracaibo,15 de septiembre de 2019

+Ubaldo R Santana Sequera fmi

Arzobispo emérito de Maracaibo

Administrador apostólico sede plena de Carora

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