miércoles, 18 de diciembre de 2019

DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019 - HOMILÍA


DOMINGO XXXI ORDINARIO CICLO C 2019
HOMILÍA

Muy queridos hermanos,
El capítulo 18 del evangelio de Lucas está lleno de muchas cegueras. Ceguera de un juez que no quiere atender los justos reclamos de una viuda, ceguera orgullosa y prepotente de un fariseo en su modo de orar y de relacionarse con sus semejantes; ceguera de un joven rico que prefiere sus riquezas a seguir a Jesús; ceguera de los apóstoles que en cada uno de esos episodios “no entendieron nada, el asunto les resultaba oscuro y no comprendían lo que Jesús hacía, les decía y les anunciaba”.
¡Jesús Hijo de David, ten piedad de mí!
La narración de la curación de un ciego en la puerta de la ciudad de Jericó, sobreponiéndose con su grito angustiado a la gente que lo quiere disuadir de llamar a Jesús, resume el grito de la humanidad que Isaías describe en una de sus profecías: “El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9, 1). Jesús está por llegar a Jerusalén. Allí con su muerte en la cruz, irradiará sobre la humanidad postrada en las más profundas tinieblas de la violencia, del abandono y del miedo el poderoso resplandor de la salvación:
Quedamos así preparados para entrar con Jesús en Jericó, una de las ciudades más antiguas del mundo, 11 mil años, entrar en la vida de Zaqueo, el jefe de publicanos, introducirnos con Jesús en su casa y llegar incluso a penetrar dentro de su corazón. Todos los relatos evangélicos nos transmiten la persona y el mensaje de Jesús, pero hay algunos como el de hoy cargados de una especial densidad.
Zaqueo, pequeño de estatura, hombre rico, jefe de publicanos, acoge el reino de Dios como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado, encuentra la salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37), que nos viene al encuentro a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
Nadie queda fuera del poder salvador que emana de Jesús
 Este Zaqueo podrá ser un recaudador de impuestos, que se ha enriquecido al servicio del imperio romano, ejerce un oficio de colaboracionista del poder opresor, pero el piso se le está moviendo por dentro, no está a gusto con lo que está haciendo; y por encima de todo un deseo se ha ido metiendo en el corazón, un deseo que no logra refrenar ni callar: Quiere ver quién era Jesús. Él también está ciego, como el ciego de la puerta de Jericó, que Jesús acaba de curar. Y él quiere ver, ver a Jesús.
Varios obstáculos se interponen para lograrlo. Es un recaudador de impuestos. Incluso un chivo. Es rico. Se ha enriquecido a costillas de sus compatriotas; se le interpone una muchedumbre novelera y curiosa y es retaco. Un oficio execrable sin duda, pero ha oído que entre los discípulos de Jesús anda un tal Mateo, publicano convertido (Mc 2,13-17). ¿La riqueza? Ya sabe lo que opina Jesús de los ricos apegados codiciosamente a los bienes de la tierra (Lc 18,24-25). Por eso ya ha empezado por su cuenta, a compartir sus bienes con los pobres, nada menos que la mitad y quiere ajustar sus cuentas con los que haya defraudado. Y el último obstáculo lo va a superar de un modo sorprendente. Sin miedo a exponerse al ridículo y a la mofa de sus conciudadanos, se encarama en un árbol por donde va a pasar Jesús.
¡Hoy tengo que hospedarme en tu casa!
Y el encuentro se produce, pero no del modo en que Zaqueo lo había pensado. Él pensaba verlo pasar. No será así. Será Jesús quien lo verá a él. El Señor alzó la vista y no solamente lo miró, sino que además le dijo que se bajara pronto de allí “porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Este momento fue inefable en la vida de aquel hombre. Él pensaba solo verlo pasar. Jesús le da entender que no quiere pasar; quiere quedarse. Una cosa es pasar y chao la vida sigue igual; otra cosa es quedarse. “Hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Bajó enseguida y lo recibió con alegría.
Jesús va a entrar en la casa de Zaqueo; Zaqueo va a entrar en la casa y en la vida de Jesús. Jesús no viene pasar, hacer un toque técnico e irse. Quiere quedarse. Se hizo uno de nosotros y vino a este mundo, a la casa de los seres humanos, para invitarnos a su casa, para introducirnos en su intimidad familiar, a hacernos hijos de su Padre, hermanos suyos, coherederos del Espíritu Santo.
Hoy ha llegado la salvación a esta casa
Cuando Jesús entra en la casa de una familia, cuando alguien le abre la puerta del corazón, con él llega la salvación. Así sucedió con el ladrón crucificado junto con él, en el Gólgota. Le imploró a Jesús que se acordara de él cuando estuviera en su Reino y recibió esta respuesta: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42-43). “Vino a los suyos, nos recuerda S. Juan, y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, como este publicano, a los que creen en él, los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,11-12).
Si Jesús toca a la puerta de tu casa y tú le abres, con él entrará también la salvación y te corresponderá invitándote a entrar en su casa. “Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y el conmigo” (Ap 3,20). Ya está el Señor a punto de pasar por tu Jericó. Se apresta a pasar por tu calle. Ninguna condición humana es incompatible con la salvación. Mi hermano, ¿Ha llegado ya la salvación a tu casa? ¿Cómo están tus ansias, tus deseos de ver a Jesús? ¿Sabes que él ha venido precisamente a buscar y salvar lo perdido?”

Maracaibo 3 de noviembre de 2019


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo
Administrador Apostólico sede plena de Carora

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