sábado, 28 de septiembre de 2019

DIÓCESIS DE CARORA - EUCARISTÍA DE ENVÍO DIOCESANO DE CATEQUISTAS - HOMILÍA


DIÓCESIS DE CARORA
EUCARISTÍA DE ENVÍO DIOCESANO DE CATEQUISTAS
HOMILÍA
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Es un gran gozo para mi presidir esta eucaristía diocesana en el marco de la Semana Nacional de la Catequesis, evento eclesial que convoca todos los años a los catequistas y a sus formadores esparcidos por todas las Iglesias locales que peregrinan en Venezuela. Este año la hemos vivido inspirados por el lema: “Renovados y enviados anunciemos la esperanza de ser discípulos en Venezuela”.
El Señor escogió a otros setenta y dos y los mandó de dos en dos”
El envío que celebramos hoy se coloca dentro del dinamismo del envío que Jesús hizo de setenta y dos discípulos “para que fueran de dos en dos, delante de él, a todos los pueblos y lugares por donde él iba a pasar”. 
Ya Jesús, conmovido hasta en sus entrañas, por el abandono en que se encontraba su pueblo, “porque estaban maltratados y abatidos como ovejas sin pastor” (Mt 9,36), había enviado anteriormente en misión a los Doce apóstoles. Ellos habían recorrido los pueblos anunciando la Buena Noticia y sanando enfermos por todas partes. Pero se dio cuenta que no era suficiente porque “la cosecha era abundante pero los trabajadores seguían siendo muy pocos”.
Por eso pide que “rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para recoger la cosecha” y decide enviar una nueva oleada de setenta y dos misioneros pregoneros de la Buena Noticia y portadores de sanación.  Se trata de una cifra simbólica. Así como el envío de los doce simbolizaba la evangelización de Israel, los setenta y dos simbolizan el anuncio del Reino de Dios al mundo entero. Así lo dará a entender cuando antes de ascender a la derecha de su Padre, hace el envío final: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt 28,18-19).
Hoy elevamos nuestra acción de gracias a Cristo, el primer y gran catequista, que nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha incluido en los incesantes y renovados envíos que hace en todas partes y a través de los siglos, para que el Evangelio del Reino se siga esparciendo y se vaya haciendo más visible en todas las estructuras del mundo y de la sociedad, la vigencia de la civilización del amor.
Porque su amor es eterno
Con el mismo gozo que experimentamos desde el primer día en que fuimos llamados en nuestras comunidades y aceptamos enrolarnos entre los trabajadores de esta gran cosecha, hoy queremos renovar todos juntos nuestro compromiso y proclamar: “El amor del Señor es eterno y siempre está con nosotros”,
Ser catequista es un servicio discipular. Solo un discípulo ardiente y convencido de Jesús puede ser enviado por el Señor y asumir con pasión esta misión. Es un servicio pastoral que el obispo comparte con cada uno de ustedes. Dice S. Agustín que todos los que pastoreamos la grey somos como los miembros del único pastor. “Si hubiera muchos pastores, continúa el obispo de Hipona, habría división” pero como estamos llamados a construir la unidad debe quedar siempre en claro que todos los catequistas y demás servidores y ministros trabajan bajo la conducción y guía de un único pastor, representado en la diócesis por el obispo conjuntamente con su presbiterio.
Hemos de procurar por consiguiente ayudarnos unos a otros para formar una sola cosa con Jesucristo, de tal modo que cuando cumplamos nuestro servicio se vea claro que no somos nosotros los que apacentamos, catequizamos, evangelizamos, sino que es el Único Pastor quien realiza todas esas acciones.
Catequizar significa servir de eco para que resuene la verdadera voz no la nuestra. Como decía Juan el Bautista, titular de esta Catedral, somos simples amigos del esposo; cuando lo voceemos, no busquemos que se oiga nuestra voz sino la voz del amigo, del Esposo.  Nuestros catequizandos, a medida que van avanzando en el itinerario catequístico de iniciación cristiana, han de ir descubriendo con creciente alegría, que la voz de la caridad de sus catequistas es la voz y la caridad del mismo Señor.
El servicio catequístico es un servicio de amor.
Para ello, es menester, como les decía antes, que nos hagamos una sola cosa con él en el amor. El servicio catequístico es un servicio de amor. Solo cuando estamos unidos a Jesús en el amor, podemos recibir la encomienda de pastorear una porción de su rebaño. Así como Jesús se aseguró por tres veces que Pedro lo amaba antes de encomendarle el pastoreo de su rebaño, así el Señor quiere asegurarse que lo amamos para entregarnos en la Iglesia, en la comunidad, el cuidado de una pequeña porción de su rebaño. Solo fortaleciendo este amor, construimos la unidad en la Iglesia, es decir en el cuerpo de Cristo.
Dejémonos pues abrazar por el inmenso amor de Dios y, desde allí, hagámonos difusores en cada sesión, en cada encuentro, en cada etapa del itinerario, de ese mismo amor. Nuestra gloria ha de ser, citando nuevamente al santo pastor africano, “apacentar a Cristo, apacentar para Cristo, apacentar en Cristo”.
Que el Señor al posar sus ojos en cada uno de ustedes, se sobresalte con el mismo gozo en el Espíritu que lo estremeció cuando vio regresar a los setenta y dos de su misión y bendijo jubiloso a su Padre, “porque quiso ocultar las cosas del Reino a los sabios y a los entendidos y se las dio a conocer a la gente sencilla” (Lc 10,21-22)
Este gozo, esta alegría que ha sido depositado en nuestro corazón no nos quita la consciencia de las fuertes interpelaciones que nos llegan de la realidad acuciante de nuestro país, de las graves carencias de nuestros catequizandos, y de las mismas luchas que tenemos que librar nosotros mismos para llevar a cabo nuestra tarea catequística. Experimentamos con crudeza la advertencia del Señor cuando envío a los suyos: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos”.
Nos toca muchas veces desempeñar nuestra misión con las mismísimas pautas que Jesús le dio a nuestros antepasados: sin dinero, sin provisiones, con los zapatos gastados y valiéndonos de la hospitalidad y generosidad de las familias que participan en el itinerario para poder cumplir nuestra tarea. En medio de tanta penuria, descubrimos sin embargo que la prioridad es entregar a Jesús pobre, sencillo, acogedor y lleno de compasión y que es allí donde reside el motivo profundo de la paz y del gozo que nos mantiene fuertes, fieles y unidos.
Amados catequistas, tienen en sus manos y en su corazón como María, una tarea inmensa y hermosa: entregar a Jesús a sus hermanos, hacer crecer cristianos hasta su madurez en el Espíritu, contribuir a forjar comunidades cristianas unidas, misioneras, solidarias. Citando a nuestro Santo Padre Francisco: “El evangelio no es para algunos sino para todos. No es solo para los que parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor”.
Dejémonos hoy invadir por el gozo que se apoderó de los setenta y dos discípulos cuando el Señor se fijó en ellos, los llamó por su nombre, los dispuso en binas y los envió en su nombre, a anunciar su mensaje y a comunicar su amor salvador. Déjense renovar y enviar, déjense conformar por el Espíritu como discípulos pobres, pequeños, humildes y sencillos de Jesús, háganse portadores con su vida, su ejemplo, sus gestos y sus palabras del Evangelio del Señor.
Con el apóstol Pablo crezcamos, gracias a la Palabra y a la Eucaristía con las que el Señor nos nutre y sostiene, en los siete fundamentos esenciales de la unidad: Un solo cuerpo que es la Iglesia visible, un solo Espíritu principio de la unidad interna; una esperanza, destino final de nuestros desvelos; un solo Señor, unidad de obediencia al único pastor y dueño de la comunidad; una sola fe, unidad en el seguimiento de la única tradición apostólica, portadora a través de los siglos de la memoria de Jesús; un solo bautismo, unidad en cuanto a todos nos incorporar a un único Cristo; Y en el vértice de todo, un Dios Padre que nos une a todos en una sola familia de hijos e hijas suyos.
El Señor está con nosotros, Su misericordia es eterna. Amén.
Catedral de Carora, 28 de septiembre de 2019
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Administrador apostólico sede plena de Carora

 


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