domingo, 19 de abril de 2015

TERCER DOMINGO DE PASCUA 2015


Muy queridos hermanas y hermanos,
Desde el Domingo de Pascua Jesús ha iniciado un camino nuevo, una nueva manera de vivir que él quiere compartir con sus discípulos y todos los que creen en él y quieren seguir sus pasos. La Iglesia nos invita este domingo a conocer mejor ese camino, a tomar la decisión de recorrerlo juntos bajo el pastoreo del Señor hasta su punto terminal.
El evangelio de hoy nos ayuda a entender que así como Jesús resucitado se hizo presente en la vida de sus discípulos, así también  sigue manifestándose hoy a los suyos, haciéndose presente en los acontecimientos de sus vidas. Sabemos que Jesús no resucitó para sí solo sino para abrirle a la humanidad la posibilidad de resucitar con él, de recorrer el verdadero camino que la conduzca al encuentro pleno con Dios porque Él es el camino de Dios y hacia Dios.
Así como corrió la piedra del sepulcro para salir del antro de la muerte y del olvido, así también, lleno de vida, derriba las paredes y muros de este mundo para abrir los nuevos senderos de la bienaventuranza de la paz. Los primeros muros que quiere derribar son los de nuestra incredulidad, de nuestros miedos, de nuestras angustias y de nuestras soledades.
Durante su ministerio en Galilea y Judea, Jesús abrió los ojos de los ciegos, puso en pie cojos y paralíticos, curó leprosos, liberó endemoniados, perdonó pecadores esclavos del mal y abrió en ellos nuevos surcos de vida, verdaderas sementeras de amor limpio y puro. Ahora, resucitado el Señor está dispuesto a seguir recorriendo ese mismo camino. Esta vez con su Iglesia para ponerla en condiciones de dar testimonio convincente de él.
La Iglesia tiene la misma misión que su cabeza fundadora: abrir caminos para que todas las naciones lo descubran; echar puentes de reconciliación entre hermanos; rellenar los valles y barrancos que impiden la fraternidad; allanar montes de resentimientos y odios e implantar el Reino de justicia, del amor y de la paz. Todo para que los pueblos puedan ver la salvación de Dios.
El evangelio de hoy es la continuación del episodio de los discípulos de Emaús que escuchamos en  la octava pascual.  El relato consta de tres partes: la huida de los dos discípulos desencantados y tristes; el encuentro con Jesús en el camino y su revelación en Emaús y finalmente el retorno gozoso de los dos a Jerusalén. El evangelio de hoy nos cuenta precisamente el retorno a casa. Les pasó como en el salmo 126: “Al ir iban llorando llevando las semillas, al volver vuelven cantando trayendo sus gavillas” (v 6).
Cuando nosotros nos encontramos con Jesús por medio de la Palabra y de la Eucaristía el Señor disipa nuestras dudas, expulsa nuestros miedos, exorciza nuestras angustias y nos hace desandar el camino de nuestros pesimismos y desesperanzas.  Nos reintroduce dentro de nuestra comunidad eclesial y nos pide que nos hagamos sus testigos.
Para ser Iglesia de Cristo nuestra propuesta evangelizadora ha de ser viva, entusiasta, creativa y alegre. Cristianos con caras engurruñadas de cuaresma nunca podrán anunciar a Cristo y atraer a él a otros hermanos hundidos en el pecado y la desesperación. Nuestra misión, mis hermanos y hermanas, es lograr que los hombres y mujeres de hoy con quienes estamos en contacto y  está alejados de Dios tengan un encuentro personal con Cristo Jesús, tomen la decisión de apartarse de la vida de pecado, de desandar el camino por se están alejando de sí mismos, de su familia, de su Iglesia, de su país y vuelvan a casa llenos de alegría.
Dice el evangelio que Jesús resucitado les abrió a sus discípulos el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y descubrieran que todo lo que le acababa de pasar a Jesús en Jerusalén era el camino que Jesús tenía que recorrer para llegar a la gloria.  Nosotros también necesitamos que el Señor nos abra el entendimiento para entender su Palabra y descubrir cómo nuestra historia de dolor, de sufrimiento, de angustia y pena forma parte de la cruz que tenemos que llevar para participar de la resurrección de Jesús.
Es de gran gozo y consolación saber también que Jesús Resucitado no es el Salvador de unos poquitos, de unos privilegiados sino de todos los seres humanos: de los atribulados, de los angustiados, de los miedosos, de los apocados. De todos sin excepción. Jesús resucitado no tiene límites que lo contengan. Con su cuerpo llagado y glorioso puede recorrer todos los caminos de los hombres. Aún aquellos que nosotros ni siquiera imaginamos. No hay ningún sendero, ninguna trocha por donde no corra la sangre redentora que brota de su costado abierto llevando vida, perdón, consuelo y misericordia.
Para demostrarles la realidad corpórea de su condición gloriosa, Jesús les pide de comer. “¿No tienen ahí algo de comer?”. En otra oportunidad había pedido de beber. Ahora pide de comer. Los evangelios narran varias comidas compartidas en casas y a la orilla del lago. Fueron siempre momentos intensos de intimidad, de amistad pero también de conversión y arrepentimiento para sus anfitriones. Nunca fue solo comer sin más.
Ahora el pez a la brasa que comparte con sus discípulos no es sólo un pez. Es una revelación de amor y del deseo del Señor de comunicarse a los suyos tan honda y profundamente como lo es una comida para el que la consume.  Es un pez a la brasa de comunión de amor. Un pez que despierta hambres de otras comidas más sustanciales.  Despierta en nosotros el deseo de pedirle al Señor que nos dé de comer de su pan y de su vino eucarísticos para tener vida plena en él para siempre.
Hermanos y hermanas, todos debemos anhelar que el Señor Jesús en este encuentro eucarístico que tenemos hoy con él, nos abra al entendimiento de las Escrituras. Necesitamos la luz de su Espíritu para poder atar todos los cabos sueltos que aún tenemos con relación a la comprensión profunda de la Biblia y su conexión íntima con su persona, su misión y su presencia en la Iglesia y en los sacramentos. Hay una ilación profunda entre todos los acontecimientos de la vida de Jesús y su pasión, muerte y Resurrección. Toda la Escritura se cumple en él. Todo tiene sentido. Todo se proyecta hacia la consumación final de un proyecto que ha nacido en la mente y el corazón del Padre.
 Desde la Pasión y de la Resurrección del Señor todo se ilumina.  Su dolorosa pasión y su gloriosa resurrección constituyen la clave maestra para entender la historia de este mundo y la de cada una de nuestras vidas. Jesús es la piedra angular que necesitan los edificios de nuestras vidas para descubrir la belleza de su diseño y hacia dónde nos conduce el Señor. Pidamos al Espíritu Santo nos introduzca en la inteligencia de la Palabra divina para que entendamos que sin Jesús nuestras vidas carecen de sentido y nuestras naves se quedan sin puerto donde atracar.  Sólo así podremos transformarnos en sus testigos y dar razón en el mundo de hoy que él ha resucitado.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

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