sábado, 11 de abril de 2015

MATRIMONIO DE ALBERTO LUIS Y VANESSA CAROLINA

Lecturas: 1 Co 13,4-13; Salmo 127; Jn 2,1-11

Muy queridos novios,
Muy queridos hermanas y hermanos

Esta noche estamos reunidos en esta hermosa Iglesia de Santa Ana para participar en la Santa Eucaristía y presenciar la unión matrimonial de dos cristianos.  El matrimonio es una institución natural que data de la misma creación del hombre y de la mujer (Cf Gen 2,23-24). Dios no creó a Adán y a Eva a imagen y semejanza de los animales sino a semejanza de Él (cf Gen 1,26). No los creó en solitarios ni para la soledad sino para la complementariedad y la compañía mutua. Ya a este nivel se trata de una institución buena y benéfica para el progreso y la unidad de todo el género humano. He tenido la oportunidad de conocer ejemplos impresionantes de parejas que han vivido en esta dimensión en sus uniones naturales y civiles.
Si ya el matrimonio tiene este valor ¿por qué Cristo quiso entonces hacerlo un sacramento? Porque quiso que la unión entre dos cristianos tuviera otra significación. Quiso que, además de su sentido natural,  también expresara el ideal de vida que él había traído al mundo. Quiso revelar otra dimensión del amor hasta ese momento desconocida de la humanidad. ¿Y cuál fue el ideal de vida de Jesús? Unir la tierra con el cielo, Dios con los hombres, los seres humanos entre sí y de todos con Dios. Una unión que no fuera desechable sino irreversible, que no fuera transitoria sino eterna, que no fuera estéril sino fecunda, que no fuera triste y agobiante sino alegre. Esa unión la llamó una nueva alianza.
Y ¿qué fundamento le dio a esa alianza para que tuviera todas esas características y cualidades?  El fundamento del amor. No sobre cualquier tipo de amor. Sino sobre el amor revelado en la vida, el mensaje y la actuación de Jesucristo. Un amor total y absoluto a su Padre Dios, íntegramente dedicado a cumplir sus designios; un amor total y absoluto a sus hermanos los hombres, exclusivamente entregado a hacerles el bien,  a hacerlos hermanos, amigos unos de otros, a ofrecerles vida plena y salvación. Todos los evangelios y los escritos del Nuevo Testamento están dedicados a mostrar cómo Cristo Jesús nos dio a conocer ese amor único. Todos cuentan cómo el Señor lo hizo realidad en todo momento pero más especialmente y con mayor intensidad en su dolorosa pasión, muerte en cruz y resurrección gloriosa.  Todo lo resumió en esta frase: “No hay mayor amor que el de dar su vida por mis amigos” (Jn 15,13).  En un mandamiento: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34).
En la vida y enseñanza de Jesús la familia ocupó un lugar privilegiado. De los treinta tres años que estuvo entre los hombres,  30 los pasó con su familia en Nazaret (cf Lc 2,51-52). Se mudó luego para la casa de la familia de Pedro en Cafarnaúm (cf Mc 1,29). Según san Juan inició su ministerio público con un milagro a favor de una joven pareja en Caná de Galilea cf Jn 2,1-11). Este milagro ocurrió porque la pareja tuvo el tino de invitar a María la madre de Jesús y al mismo Jesús con sus discípulos  a la boda. Acabamos de escuchar el relato. Gracias a María que hizo intervenir a Jesús, la fiesta no se aguó, el vino alcanzó y sobró, la fiesta y la alegría continuaron y muchos creyeron en Cristo. Ojalá el Señor Jesús siga haciendo más milagros y atrayendo a otras personas a la fe a través de este matrimonio que estamos presenciando esta noche.
Si nos preguntaran cuál es el mayor tesoro que el cristianismo tiene que entregar a la humanidad no dudaríamos en contestar que es el amor. San Agustín decía que si se destruyera la Biblia y solo se pudiese salvar un versículo, el se quedaría con Jn 13,34 en el que Jesús le dice a sus discípulos después de la última cena: “Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. Por el amor que se tengan los unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos”. Si nos preguntarán cuál es la razón de ser del cristianismo en el mundo, tendríamos que contestar que su razón de ser es recordar y hacer presente de modo efectivo el mandamiento del amor dejado por Cristo. Ese es el mensaje de Pablo que hemos escuchado en la primera lectura. Y en otra carta compara la presencia y el amor de Cristo por su Iglesia a un matrimonio en el que el novio se entrega de lleno a hacer feliz a su esposa y a embellecerla no con cosas o regalos sino con la plena dedicación y entrega de su vida.
Este es el amor al cual nos referimos en el sacramento del matrimonio. Este es el amor  que estos novios se prometen el uno al otro. Tendrán que buscarlo, descubrirlo, aprenderlo, asimilarlo y comunicarlo. Amor incondicional, unitivo, irreversible,  fecundo y fiel que Cristo elevó a la categoría de sacramento de la Iglesia. Son muchos los cristianos que han asumido este modelo dejado por Cristo. Muchos de nosotros provenimos de matrimonios que han vivido, hasta sus últimas consecuencias, esta forma de unión. Son muchos los que creen hoy en este amor y lo han adoptado como principio fundamental de su vida conyugal. Este es el modelo de amor que Alberto Luis y Vanessa Carolina han elegido, quieren asumir públicamente ante sus familias, amigos y seres queridos en la Iglesia. Y así se lo expresarán dentro de unos momentos. Nos alegramos mucho por esta elección y esta noche estamos aquí para manifestarles nuestra disposición y compromiso de orar por ambos y apoyarlos a lo largo del camino.
Necesitarán permanentemente de las oraciones y del apoyo de sus familias, de sus amigos, de su parroquia y de su Iglesia porque están lanzándose en una empresa exigente y difícil. Eso se llama querer navegar en las aguas profundas del verdadero amor. Tendrán que navegar casi siempre a contra corriente, en un mundo paganizado, una civilización hedonista y una cultura materialista. Lo que está de moda es el divorcio, la infidelidad conyugal, la huida de todo lo que huela a sacrificio, la búsqueda insaciable de placer sexual, la anticoncepción, el aborto y el rechazo a tener hijos. La familia está en crisis. Se quiere imponer a punta de lobbys millonarios modelos espurios de matrimonios y familias. No podremos tener una nueva sociedad si no hay cónyuges dispuestos a dar su vida y a luchar para que el ideal de familia que la Iglesia pregona se mantenga vivo y actualizado.  Necesitamos testimonios de parejas de esposos que vivan alegres y felices, a pesar de todos los obstáculos y dificultades que se presenten en el camino. Bien sabemos que la felicidad no la produce nada que venga de afuera o se compre sino de lo más profundo de cada uno de nosotros y del corazón de nuestras familias.
Por eso, nos alegramos que Alberto Luis y Vanessa Carolina hayan invitado a Jesús y a sus discípulos a sus bodas. Con Jesús presente se constituye el triángulo perfecto que asegura la perdurabilidad de su amor. Un detalle de primerísima importancia. No dejen de invitar a la Virgen María a sus bodas. Ella siempre se trae a su hijo Jesús y si hace falta, si faltara el vino de bodas, ella se dará cuenta y remediará la situación. Llamará a su Hijo para que les ofrezca en abundancia el amor y la gracia que necesitan en ese momento para seguir adelante. No olviden nunca que lo están llevando a cabo esta noche no es un asunto meramente individual o personal. No es un acto social sino un acontecimiento eclesial. Esta noche se están comprometiendo a ser, como nueva familia cristiana, una piedra viva fundamental para edificar la Iglesia y difundir, en donde les toque vivir, el evangelio de la familia cristiana, primer santuario de la vida y piedra sillar de una sociedad más humana y fraterna.
Su matrimonio tiene lugar dentro de la Eucaristía. No es un detalle accesorio. Es una dimensión fundamental de su primera decisión como matrimonio cristiano. No dejen nunca de participar en la eucaristía y sobre todo estar siempre en condiciones para comulgar. La Eucaristía y la comunión son la materia prima de dónde sacarán, como de una bodega bien aprovisionada, el vino mejor, el que necesitan en todo momento para que el amor de Jesús se trasvase en ustedes (cf Jn 15,9); para ser “uno” como él y su Padre son uno (cf Jn 17,21); para tener  un solo corazón y una sola alma como las comunidades cristianas de Jerusalén (cf Hech 24,32); para ser el uno para el otro en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en la juventud y en la vejez y encontrar su gozo en hacerse felices mutuamente.
Maracaibo 11 de abril de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

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