domingo, 12 de abril de 2015

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA 2015


 Muy queridos hermanos y hermanas,
Hoy, nosotros también, como los primeros apóstoles nos reunimos, el domingo, el primer día de la semana, para celebrar la inmensa bondad del Padre que en su gran misericordia resucitó a Jesús de entre los muertos y nos manifiesta su voluntad de extender hasta nosotros los dones de la salvación.
El Evangelio de hoy nos narra cómo, el mismo día de su resurrección, el Señor Jesús se presenta en el lugar dónde, llenos de miedo, estaban encerrados sus apóstoles  y  comparte con ellos sus dones. Les ofrece en primer lugar su misma presencia gloriosa que supera los límites del tiempo y del espacio. Les hace entrega  de su paz. Tres días antes había muerto violentamente, víctima del odio y del rechazo de sus adversarios y su primera acción, rotas las cadenas de la muerte, es entronizar la fuerza de la paz.  Reitera el envío en misión, mostrando así que no ha perdido la confianza en ellos y mantiene su disposición, a pesar de sus flaquezas, de hacerlos depositarios y testigos de la difusión de su Evangelio.
El momento clave de todo el relato es la comunicación del Espíritu Santo. Jesús sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo”.  Este gesto nos remite al momento en que Dios insufló sobre la arcilla primordial un aliento de vida y creó al hombre y luego a la mujer a su imagen y semejanza (Gen 1,25-26). Al exhalar su aliento sobre sus apóstoles, el primer día de la semana, Cristo resucitado da a entender que con su Resurrección empieza la re-creación del mundo y de la humanidad entera, teniendo ahora como modelo al crucificado resucitado.  Así como con nuestros primeros padres entró la desobediencia y la división en el mundo, así con estas nuevas criaturas se inicia el tiempo del perdón y de la misericordia como caminos para llegar a la paz.
La primera lectura, extraída de los Hechos de los apóstoles, nos describe la primera comunidad cristiana de Jerusalén como una comunidad reconciliada, que ha vencido el egoísmo y la avaricia, que es capaz de poner todo en común y compartir equitativamente sus bienes. Los apóstoles ya han superado el miedo; ahora dan testimonio de la Resurrección del Señor con mucho valor.
El texto de evangelio nos muestra además cómo el Señor Jesús se muestra paciente y misericordioso con su apóstol Tomás que recorre un camino muy distinto a los otros compañeros suyos para llegar a la fe en la Resurrección. Sus hermanos tuvieron la experiencia de Jesús resucitado todos juntos. A él le toca hacer camino solitario. Quiere tener fe, está en búsqueda, el testimonio de los demás apóstoles le crea dudas y confusiones. Pide pruebas. Quiere ver, quiere tocar las llagas del crucificado porque son para él evidencias irrefutables de que se trata de la misma persona y no de una mistificación.
Jesús lo comprende y lo va a complacer y va a volver al lugar del primer encuentro, ocho días después, expresamente para despejar definitivamente las dudas de uno de los suyos. Ya había le dicho en una oportunidad a su Padre, en su oración después de la Cena, que no dejaría que se perdiera ninguno de los que El le había dado, excepto el Hijo de la perdición. Así que se presenta nuevamente y se encuentra con Tomás, el Mellizo,  le repite textualmente sus palabras: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado” y lo invita a transformarse de incrédulo en creyente.  Pero a Tomás ya no le fue necesario tocar las llagas. Le bastó solo verlas. Y de sus labios brotó la más hermosa profesión de fe en la divinidad de Jesús: “Señor mío y Dios mío”. Somos muchos los que la repetimos en el momento de la consagración del pan y del vino.
Hermanos y hermanas, hoy nosotros, nos reconocemos mellizos de Tomás, necesitados de que el Señor se muestre con nosotros paciente y misericordioso para realizar el camino que nos conduzca de la incredulidad a la fe plena en su Resurrección.
Nos encontramos inmersos en un mundo totalmente opuesto a la comunidad descrita en la primera lectura y a la actitud de Jesús para con sus discípulos y para con Tomás. Vivimos en una sociedad que ha olvidado el sentido de la misericordia, del compartir, de la solidaridad. Que no le importa gastar y malgastar, despilfarrar en cosas superfluas mientras millones de seres humanos vegetan en la miseria y se mueren lentamente de desnutrición y de hambre.  El Papa Francisco no se cansa de denunciar la civilización del descarte y de la indiferencia que no le importa matar a inocentes, deshacerse de los ancianos, utilizar a los jóvenes como carne de cañon para el comercio sexual, la droga y el libertinaje.
Por eso el Papa ha sentido la necesidad de proclamar un año jubilar de la misericordia para el cual la fiesta de este año nos ha de servir de introducción y de preludio. La Pascua de Cristo es un camino de vida que se quiere abrir paso también en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestros negocios, en nuestras distracciones y en nuestra sociedad. Necesitamos caminar hacia una civilización de la misericordia y de la humanidad. Son muchas las tentaciones que nos avasallan y los obstáculos que se interponen en nuestro camino pero Cristo abrió definitivamente el camino hacia la vida.

Como Tomás nuestro mellizo podemos pensar que eso de la Resurrección es imposible y que estamos irremisiblemente abocados a la muerte. De nuestra capacidad de creer firmemente en la Resurrección depende la fuerza con la cual nos sentiremos enviados para llevar a nuestros ambientes, a nuestro país y a nuestro mundo un nuevo soplo de aliento y de esperanza.  

Necesitamos, con el Espíritu de Cristo, insuflar un nuevo aliento que reavive la esperanza de todos nuestros hermanos. No podemos seguir alimentando un pesimismo inútil que destruye de raíz todo dinamismo de renovación. Pero ¿cómo mirar al futuro cuando parece que no hay futuro? Sólo desde la confianza en el Dios que ha resucitado a Jesús. Nada ni nadie podrá de ahora en adelante bloquear la acción misericordiosa y salvadora de Jesús resucitado. Alineemos con él, inscribámonos entre sus creyentes y seguidores dispuestos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para difundir su mensaje de vida y de esperanza. Digamos con los labios y con la vida: “Señor mío y Dios mío”.

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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