MIÉRCOLES DE CENIZA
2015.
(Jl 2, 12-18; Sal
50; 2Co. 5, 20-6,2; Mt. 6, 1-6.16-18)
Homilía
TIEMPO DE CONVERSIÓN
Muy apreciadas hermanas y hermanos en Cristo
Jesús,
Con esta celebración del miércoles de ceniza
iniciamos nuestro itinerario cuaresmal que nos conducirá, dentro de cuarenta
días, a la noche santa de la Vigilia Pascual, la celebración más importante del
año que “ahuyenta los pecados, lava las
culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa
el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón Pascual).
La Liturgia de este día nos invita a una
conversión profunda de mente, corazón y conducta. En la primera lectura, el profeta Joel, nos
dice que Dios no se cansa de esperarnos, que todavía tenemos tiempo para
rectificar el camino: “vuélvanse al
Señor, que es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia
y se conmueve ante la desgracia”. En la segunda lectura, San Pablo insiste en
no dejar para mañana la decisión de volver a Dios porque “este es
el momento favorable” y no podemos “echar
en saco roto esa gracia”. Y Jesús, en el Evangelio, nos indica cómo debemos
realizar las buenas obras de la oración, el ayuno y la limosna para que
efectivamente nos pongan en contacto con Dios.
Mis hermanos y hermanas, ¿Qué significa
convertirse?
Significa darle la espalda al pecado, a la
vida desordenada y voltearse para darle la cara a Dios y caminar hacia El. Como
vemos la conversión tiene dos momentos: uno negativo que llamamos aversión. Me volteó
hacia la vida de pecado que he llevado hasta ahora y al ver lo vacío y desnudo
que me ha dejado, siento un gran remordimiento, una fuerte aversión hacia esa
parte de mi vida, una inmensa nostalgia de Dios y me entra un fuerte deseo de
abandonar esa vida que me ha hecho tanto daño y salir en busca de Dios,
convencido de que no tendré paz hasta que no lo encuentre. El segundo momento
es positivo: doy la espalda a mi vida desordenada, al pecado, cambio
radicalmente de rumbo y me pongo en camino en la dirección que me va a llevar a
Dios. Es la conversión propiamente dicha. En este giro que le doy a mi vida es
muy importante superar dos escollos que pueden impedirnos llevar a cabo de
manera efectiva y completa el cambio de rumbo deseado.
El primero: tengo remordimiento, es decir un
gran dolor por el o los pecados cometidos pero me domina la idea que ya no hay
remedio, de que mi pecado es demasiado grande y de que Dios no me lo va
perdonar. Falla la confianza. Nos puede suceder lo que le sucedió a Judas. Se
dio cuenta del daño que le había causado a Jesús, vendiéndolo por treinta
miserables monedas de plata, le vino el deseo de revertir el daño causado pero
se encerró en sí mismo, se aisló y la desesperación y la tristeza extremas lo
condujeron al suicidio. ¿Qué le faltó a Judas? Lo que nos enseña el profeta
Joel en la primera lectura: “Conviértanse
al Señor Dios suyo porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera,
rico en piedad”. Como afirma el libro de la Sabiduría: “Dios cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se
arrepientan.” (Sab 11, 24-25.27) Es el caso de Judas Iscariote que, ante el
pecado de traición y venta de Jesús, se ofuscó y se quitó la vida.
El segundo escollo: siento atrición pero no
contrición. Es decir soy consciente de que he actuado mal y debo de alguna manera
pagar el daño ocasionado pero mi arrepentimiento es incompleto; quiero
reconciliarme con Dios no tanto por el amor que le tengo sino por temor a las
consecuencias de la ofensa cometida y por miedo a los castigos que pueden
sufrir en la condenación eterna. Aunque en un arrepentimiento imperfecto, es
válido, no nos impide voltearnos hacia Dios y emprender un camino de vida que nos lleve más
adelante a una conversión más sincera.
LA CONTRICION
Para salir de la vida de pecado y emprender
decididamente una ruta nueva que me lleve a Dios es menester que se produzca en
mi una verdadera contrición, “un corazón
contrito y humillado”, es decir el dolor y pesar por haber ofendido, con
mis pecados, a un Dios que me ama con locura, a un Dios infinitamente bueno y
digno de ser amado sobre todas las cosas. Es el caso del rey David que, después de haber cometido adulterio
y homicidio (2 Sa 11), se postró delante de Dios, lloró sus delitos, hizo un
acto de enmienda y plasmó su arrepentimiento en el salmo 50, uno de los salmos
penitenciales más hermosos de la biblia y en el que muestra la misericordia de Dios y su amor
sin límites hacia los hombres pecadores. En ese mismo salmo deja
patente cómo su arrepentimiento perfecto lo llevó a una entrega más generosa y
a la decisión de ayudar a los que hayan cometido pecados graves a no tener
miedo de buscar el perdón y la misericordia divina. “Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti” (Sa
50,14-15). Así ocurrió también con el apóstol Pedro quien, después de haber
negado a Jesús tres veces (Cf Mc 14,66-72), lloró amargamente, llegó a decir “Señor, tú lo conoces todo, tu sabes que te amo” (Jn 21,17), y
después corrió su misma suerte, confesando la fe en Nuestro Señor Jesucristo
con el derramamiento de su sangre.
CONVERSIÓN DE CORAZON
La conversión a la que nos llama el profeta
Joel, al inicio de esta Cuaresma, es una conversión profunda, que cambia mi
mente, mi y mi conducta. “Rasguen sus corazones, dice le profeta, no
sus vestiduras”. Estamos dejando atrás los días de carnaval, que festejamos
con disfraces, máscaras que solo nos cambian por fuera pero no por dentro.
“En
cierta parroquia, el cura párroco hizo un llamamiento: buscaba un tronco de
árbol lo suficientemente grande como para mandar esculpir una estatua de San
Roque. A mediodía, una mujer, una campesina, al volver a su casa, le dijo a su
marido: “lo que podemos hacer es regalarle el nogal que tenemos en el prado;
total, nunca ha dado nueces”. Dicho y hecho. Pero la operación llevó tiempo: naturalmente, hubo que sacar
las raíces del nogal, cortarlo con el hacha, transportar el tronco a casa del
escultor, esperar a que se secara la madera…Dos años después, el párroco pudo
colocar la estatua en un precioso nicho de la Iglesia y bendecirla durante la
misa. Poco después, en la granja de los que habían regalado el nogal, cayó
enferma una de las vacas. Hermosa ocasión para rezarle al Santo pidiéndole que
la salvase. En vez de curarse, acabo muriendo. Entonces la mujer volvió a la
Iglesia y le dijo a la estatua: “No valías nada como nogal y no vales nada como
santo”. No basta con cambiar las apariencias, con cambiar de pinta. Hay que
cambiar el corazón. Solo entonces daremos frutos buenos. Dios ve en lo secreto
y no se deja engañar de las apariencias.
CONVERSION QUE CAMBIE CORAZON, MENTE Y VIDA
La característica de este tiempo de gracia
no es la de aparentar ser cristianos, la de disfrazarnos de santos y buenos
sino la de emprender un trabajo de profundidad para darle un giro completo a
nuestros modos equivocados y dañinos de vivir, colocar a Dios en el primer
lugar de nuestras vidas y emprender con la fuerza de la Palabra divina y de la
gracia una vida nueva. Pasar de una vida mediocre, a una vida buena, para
llegar a una vida santa. Pasar de ser un cristiano que mira los toros desde la barrera,
sin compromiso alguno, a un cristiano protagonista de la evangelización, a un
cristiano “en salida” misionera. Pasar de ser un cristiano que sólo evita el
pecado a un cristiano que hace en todo el mayor bien que puede, y lo hace todo
por Jesús, es decir, una persona que entrega su vida a Dios y se deja guiar a
cada paso por su Santo Espíritu.
El llamado a la
conversión constituye un desafío para todos nosotros. Ninguno queda excluido. No
la logramos con nuestros esfuerzos propios de una vez para siempre; supone y
exige un
proceso, un camino interior de toda nuestra vida. La Iglesia nos la propone con
más fuerza e insistencia en este tiempo de cuaresma pero hemos de entender que
no se limita a un tiempo particular del año: es un camino de todos los días,
que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida. Es un
proceso que se lleva de adentro hacia afuera, con humildad, partiendo desde el
centro de nuestras vidas, desde la conciencia. La Biblia utiliza un término
propio para señalar ese lugar desde donde debemos emprender este camino: desde
el corazón. La Escritura no lo entiende como el centro de la afectividad y de
los sentimientos sino de las decisiones maduras, discernidas y adultas. El
núcleo desde donde la persona se constituye y se organiza para adoptar un
determinado modo de vivir.
TU
PADRE VE TU CORAZON
Hay que ir allí, a lo escondido, al aposento
interior por dos razones principales. Primero porque es allí donde se anidan
los malos deseos, las ambiciones ocultas, las intenciones reales que movilizan
nuestras decisiones que tenemos que desenmascarar, identificar y extirpar. El
Señor las denuncia con fuerza frente a la pretensión de ciertas autoridades
religiosas de su tiempo de atender primero lo exterior, lo ritual, lo legal (Cf Mc 7,1-23). Jesús denuncia en el evangelio
tres actitudes particularmente nocivas: buscar
la gloria del tener, el reconocimiento del poder y la popularidad, la fama y la
aceptación social por ser “bueno”. Fueron precisamente las tres tentaciones que
el diablo le presentó a Jesús en el desierto para desviarlo de su verdadera
misión y que él rechazó con las armas de la oración, el ayuno y la Palabra de
Dios. Son las mismas tentaciones que el demonio viene tercamente presentando,
desde Adán y Eva, a sabiendas del enorme enganche que tienen y cuán fácilmente
nosotros mordemos este anzuelo.
Segundo porque solo lo que se asume desde el
corazón ofrece suficiente solidez para servir de fundamento a una vida de
seguimiento esforzado y fiel del Señor. Lo que no se construye desde allí es
como esa casa construida sobre arena que arrasa el primer ventarrón que se presenta.
La conversión, por otro lado, es un don de
Dios. “Conviérteme y yo me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios”
(Jer 31,18), le pedimos al Señor como el profeta Jeremías. Nosotros no somos
arquitectos de nosotros mismos pues nuestro destino nos rebasa, está más allá
de esta vida puramente terrena. Por
eso, la conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos
totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador y que fuera de Él nuestra
vida no tiene sentido. Nos convertimos a Dios cuando lo dejamos que nos moldee
a su imagen y semejanza, como el alfarero moldea el barro, hasta que Cristo quede
formado en nosotros, o como decía la beata Teresa de Calcuta hasta que Cristo
se convierta en “mi todo en todo”.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
recuerda esta gran verdad: “El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es
preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (Cf Ez 36,26-27). La conversión
es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros
corazones: "Conviértenos, Señor, y
nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para
comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón
se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a
Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte
mirando al que nuestros pecados traspasaron (Cf Jn 19,37; Za 12,10). «Tengamos los ojos fijos en la sangre de
Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido
derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia
del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4)
(CIC, 1432)
Son tres los medios que nos ofrece la
Iglesia al inicio de esta santa Cuaresma 2015 para realizar este proceso de
cambio:
.- El primer medio es la oración, como apertura a Dios, pues somos sus criaturas, sus
hijos y “en él, somos, existimos y nos
movemos” (Hech 17,28). A través de la oración el hombre reconoce que hay
uno por encima de él, del cual recibe todo lo que es y tiene. “La Cuaresma –dice el papa Francisco- es
tiempo de oración, de una oración más intensa, más prolongada, más asidua, más
capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos; oración de
intercesión, para interceder ante Dios por tantas situaciones de pobreza y
sufrimiento”.
.- El segundo medio es el ayuno, como autocontrol, dominio, disciplina. Ayunar es prescindir de todo lo que es
superfluo en la vida cristiana para devolvérselo al pobre pues a él le
pertenece. Es adquirir el estilo de Jesús que “se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). Es
desprendernos de nuestros bienes pues “no
solo del pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mt 4,4); es disciplinarnos para tener una vida más sobria.
.- El tercer medio es la caridad,
como apertura al prójimo. Es vivir la gratuidad, reconocer que todo lo hemos
recibido de Dios y, por tanto, hemos de darlo gratuitamente. “Gratis lo han dado, denlo, entonces, gratis”.
Es compartir con el prójimo, especialmente con los empobrecidos, los excluidos,
con los que no nos pueden retribuir, ni pagar, nuestros bienes.
No podemos postergar para un momento mejor nuestro empeño de cambiar de
vida. “Ahora es el momento favorable,
ahora es el tiempo de salvación” (2 Co 6,3). No dejemos para mañana, lo que podemos hacer
hoy. El Señor debe ser buscado mientras sea posible
hallarlo (Cf Is 55,6). San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su
conversión con semejantes palabras: “Si
ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día,
ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. Dejarlo para
luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a
toda hora estás preparado para este paso
Pero no daban el paso, por temor a un cambio
demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier
día, arremetía con una lógica de espada filosa: ‘Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día?
No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del
cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga’. ¿Por qué dices que alguna
vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios
la gracia de la conversión? Teme a Cristo que pasa y no vuelve. Al demonio le
encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le
gustan las cosas hoy y ahora: Hoy es el día de la conversión. “Hoy, si escuchan
su voz, no endurezcan el corazón”.
Dentro de algunos minutos recibiremos la
marca de la ceniza sobre nuestra frente. En la Biblia la marca indica
pertenencia (Cantar 8, 6) y tiene función protectora (Ex. 28, 36-37). Marcarnos
con ceniza es reconocer que somos frágiles, de barro. La Ceniza evoca la
condición colectiva de la fragilidad humana, en ceniza se convertirá nuestro
cuerpo al morir, pero también evoca la
condición de pecadores convocados a la reconciliación y a la gracia.
En el Pregón Pascual que leí al comienzo
decía en un fragmento: “expulsa el odio,
trae la concordia.” Hermanos, hoy
más que nunca es necesario hacer un esfuerzo para convertirnos y cambiar de
vida, para así reconciliarnos con nuestros semejantes.
Le pedimos a María, Auxilio de los
cristianos, su poderosa intercesión para
que nos de la fuerza necesaria de manera que permitamos que Dios obre en
nosotros. Amén.
Maracaibo 18 de febrero de 2015
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