jueves, 22 de enero de 2015

HOMILIA EN LA ORDENACION PRESBITERAL DE FRAY JUAN CARLOS MALDONADO OAR

HOMILIA EN LA ORDENACION PRESBITERAL
DE FRAY JUAN CARLOS MALDONADO OAR

Lecturas: Jer 1,4-9; Sal 23; 1 Pe 4,7b-11, Jn 15,9-17

Muy querida familia agustina recoleta, Muy querida familia de Fray Juan Carlos, Muy querido Fray Juan Carlos, Muy queridos hermanos y hermanas,

¡Grande y hermoso es el momento que vivimos esta tarde en esta comunidad eclesial! Un hermano nuestro, miembro del pueblo de Dios, accede al presbiterado, después de haber recorrido un largo camino de discernimiento y formación en el que han intervenido muchas personas. Acabamos de oír la respuesta  a la pregunta formulada por el presidente de la asamblea litúrgica: “¿Sabes si es digno?” Una respuesta afirmativa y un fuerte aplauso aprobatorio de la asamblea de fieles. Si; el Señor hace grandes cosas con nuestras vidas, como en la vida de la Virgen María, cuando aceptamos su llamado y nos ponemos a su disposición.

Aunque se le haya considerado digno de recibir el Orden sacerdotal  ni el elegido ni ninguno de nosotros hemos de olvidar que el llamado con la consiguiente elección, la sucesiva consagración y el envío final forman parte de un misterio.  ¿Por qué llama precisamente a este cristiano? ¿Por qué yo y no otro?  No somos capaces de dar una respuesta. Todo eso está escondido  en el corazón de Dios Padre. La narración que hace el profeta Jeremías de su vocación, en la primera lectura de esta santa Liturgia, nos coloca en el umbral de este misterio.   “Antes de formarte en el vientre te escogí; antes de que salieras del seno materno te consagré”. Cuando Marcos narra la elección de los doce apóstoles acota que “Jesús llamó a los que él quiso” (Mc 3,13).

Somos lo que somos porque Dios, valiéndose de variadas y a veces sorprendentes mediaciones humanas,  nos llamó y quiso hacernos partícipes del sacerdocio pastoral de su Hijo. Leemos en la carta a los Hebreos que “nadie puede recibir la dignidad del sacerdocio, si no es llamado por Dios (…) Cristo no se apropió  la gloria de ser sumo sacerdote sino que se la confirió Dios” (He 5-6). El sacerdocio, leemos en la segunda lectura de hoy, es un don recibido. No podemos por consiguiente presumir de ningún título de superioridad: “¿Quién te hace superior a los demás? Se pregunta Pablo. ¿Qué tienes que no hayas recibido? ¿Por qué te enorgulleces como si no lo hubieras recibido?”  (1 Co 4,7). No somos dueños de nada. Somos simples administradores y como “buenos administradores- comenta Pedro- hemos de poner al servicio de los demás la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4,10).

Ponernos al servicio de los demás. Ser servidores a tiempo completo. El Señor Jesús sabe que éste va a ser uno de los grandes desafíos de sus discípulos y de la jerarquía de la Iglesia a lo largo de la historia; por eso les mostrará con su vida primero y luego con su enseñanza que la autoridad que detentan por el cargo dentro de la comunidad eclesial es una autoridad de servicio no de dominación ni de poder.  ¡Hasta en el mismísimo cenáculo sus apóstoles discutirán sobre quién de ellos es el más importante! (Cf Lc 22, 24-25). Es muy significativo que s. Juan coloque en ese mismo lugar y momento la impresionante escena del lavatorio de los pies. “Ustedes me llaman Maestro y Señor y tienen razón porque efectivamente lo soy. Pues bien si yo, que soy el Maestro y el Señor les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13, 12-15).

Fray Juan Carlos es un miembro de la Orden agustina recoleta. Una familia religiosa muy querida en esta arquidiócesis. Los Agustinos recoletos están vinculados a esta Iglesia local casi desde su creación como diócesis del Zulia. Los primeros frailes llegaron efectivamente el 10 de mayo de 1899 por invitación del primer obispo Mons. Francisco Marvez. Recordemos sus nombres:  Julián Cisneros del Carmen, Antonio Almendariz de S Francisco Javier y Quirino Ortiz de la Virgen Blanca. Escribe Abraham Belloso sobre cada uno de ellos: “fueron los tres embajadores agustinos llegados a nuestra tierra y trajeron: Julián, encendida la antorcha de la fe; Quirino, el más joven, las flores perfumadas de la esperanza y Antonio, el ánfora de la caridad, que dulcifica el revés. “ (Ocando Yamarte,  Historia política-eclesiástica del Zulia, Tomo VII, inédita). ¡Las tres virtudes teologales personificadas y hechas vidas! Fueron en ese  entonces para Mons. Marvez y luego a lo largo de estos 125 años, para todos los obispos de esta Iglesia local, un punto de apoyo de primer orden para el trabajo pastoral y el servicio de la caridad. Resumo la larga lista de tan beneméritos servidores de Dios y de la Iglesia en dos nombres: Fray Jesús Galeano y  Fray Jaime Quijano.

El Papa Francisco nos pidió que dedicáramos este año a la Vida Consagrada. Magnífica oportunidad para dar gracias al Señor por la relevante presencia en esta Iglesia particular no solo de los Agustinos recoletos y de otras ramas de la familia agustiniana sino de muchas Órdenes y Congregaciones masculinas y femeninas que han sembrado su carisma en este suelo, han dado un hermoso testimonio de vida comunitaria, de atención a los pobres y de sentido eclesial. 

Ojalá sirva este año para que cada familia religiosa recoja la memoria agradecida de su historia entre nosotros y dé gracias a Dios por haber engalanado nuestra Iglesia con tantos y variados dones y carismas que la embellecen y la disponen para toda clase de obra buena. A través de su amplia gama carismática han mantenido vivas las “utopías”, han sabido crear “otros lugares”, donde se ha vivido  la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad en el amor mutuo. La vida religiosa está hecha para recordarnos que hemos sido hechos para Dios. Solo Dios basta (CPV, VCV 85). Todo lo demás es relativo. Que no hay ideal más hermoso que el  de seguir a Cristo; que vale la pena consagrar toda su energía vital a construir juntos la Iglesia de los pobres, con los pobres y desde los pobres.

En este año vamos a poner también en marcha nuestro Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral. Contamos con ustedes, hermanos agustinos, y con todas las expresiones de la Vida religiosa presentes en esta Iglesia para que nos ayuden, como “expertos en comunión” que son, a vivir la espiritualidad de comunión propuesta por el Concilio Vaticano II, el Concilio Plenario de Venezuela y S Juan Pablo II (LG 9,11-12; CIV 62,67; NMI 43). Ayúdennos, hermanos y hermanas, a hacer realidad la construcción de esta Iglesia arquidiocesana como casa de comunión, escuela de discipulado misionero y taller de solidaridad fraterna (VCV 92-93). 

En esta sociedad dividida, confrontada, marcada por la agresividad y la violencia fratricida, que cobró 24000 muertos, mayoritariamente jóvenes, el año pasado, sean pregoneros y constructores de convivencia entre las diferentes culturas, creadores de modelos de nuevas comunidades y animadores de modos concretos de compartir los dones y talentos que cada uno lleva consigo. Dice le Papa Francisco en su mensaje a los consagrados:”Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino” (Carta apostólica de Francisco con motivo del Año de la Vida consagrada No 4).

Querido Fray Juan Carlos, no sabes cuáles son los caminos por donde el Señor, a través de tus superiores, te pondrá a caminar para que desempeñes tu “amoris officium” como dice San Agustín. Cada obediencia exigirá de ti una nueva encarnación en la realidad; una inmersión en una nueva cultura; un conocimiento acertado del terreno donde echarás las simientes del Reino; un lenguaje apropiado a los tiempos de las nuevas tecnologías de información. Lo que sí es cierto es que,  cualquiera que sea el lugar adonde vayas y las personas que evangelices, solo encontrarás la vida dando de tu vida, sembrarás esperanza siendo tu esperanza,  pondrás amor amando tu hasta el extremo.

Perteneces a una nueva época de la vida consagrada, marcada por la inter congregacionalidad, la internacionalidad, la inter culturalidad, la inserción en una sociedad más plural y secularizada, en una Iglesia urgida de darles a los laicos su verdadero lugar y misión.  Así se expresa Francisco: “Espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio instituto para desarrollar juntos en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni solo con sus propias fuerzas sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.” (Ibid).

Hemos escuchado el evangelio a revelación del amor y su consiguiente comunicación: “Como el Padre me ha amado así los he amado yo”: es decir hasta el extremo, hasta el colmo de dar la vida por ti, por mi y por cada uno de los seres humanos de este planeta. Tanto el mandato, como la eucaristía y el sacerdocio, todo lo entregó el Señor de una vez, por anticipado, en el cenáculo, como expresión del colmo de su amor que se verificaría, al día siguiente, en la cruz. Tú también eres hijo del cenáculo. Esa noche estaba allí también tu sacerdocio ministerial. Allí ya el Señor se hizo tu amigo, te eligió y te destinó para que fueras y te hicieras fecundo y produjeras mucho fruto. San Agustín, tu patrono, dice en uno de sus escritos, comentando un texto del libro de los Proverbios (23,1), que tenemos que fijarnos en lo que el Señor nos sirve en su mesa para hacer nosotros también otro tanto con los demás.  Fíjate pues en lo que se te está sirviendo esta tarde; considera la magnitud del don que se está entregando y haz tú lo mismo que tu Señor. Todos los días de tu vida sacerdotal repetirás sus palabras del cenáculo: “¡Hagan esto en memoria mía!”

Que nuestra Señora de la Consolación, Madre del Amor hermoso, te ayude a “resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres para que la alegría del evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz” (Francisco EG Oración final).

Ntra. Sra. de la Consolación, 17 de enero de 2015, Año de la Vida Consagrada



+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

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