jueves, 1 de enero de 2015

HOMILÍA EN LA MISA EXEQUIAL DE LA HERMANA FRANCISCA DE LOS ANGELES

HOMILÍA EN LA MISA EXEQUIAL DE LA HERMANA FRANCISCA DE LOS ANGELES
Hermana de la Caridad, Dominica de la Presentación de Tours
Carmen de Viboral (Antioquia, Colombia) 16-02-1916, Maracaibo (Venezuela) 30-12-2014


Queridos hermanos y hermanas
En las postrimerías del año 2014, nuestra querida hermana Francisca emprendió su vuelo definitivo a la Gran Casa de la Misericordia.  En la puerta de esa bella morada sin duda la estaban esperando todos los necesitados que ella atendió con tanto amor y la invitaron de una vez a sumarse al coro de los bienaventurados que cantan en el cielo: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad por todas las edades”. (Salmo 88, 1). Y hoy, abriéndose las puertas de un nuevo año civil, en la fiesta de Santa María Madre de Dios, estamos aquí congregados en otra gran casa marabina, la Casa de familia de María de Chiquinquirá y de todos sus hijos para darle sepultura cristiana a los restos mortales de la Hermana.

A quien hoy honramos con esta eucaristía exequial es una digna hija de la Beata Marie Poussepin, intrépida cristiana, fundadora, en el siglo XVII en Sainville, Francia, de la Congregación religiosa Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de Tours. Mejor regalo no nos podía ofrecer Papa Dios, en este año de la vida consagrada, que la vida y obra de esta religiosa que se sintió llamada por Dios a vivir su fe bautismal  en el seguimiento radical de Jesucristo, casto pobre y obediente, consagrándose a Dios totalmente dentro de esta congregación.  Contemplar y entregar a los demás  lo contemplado es el lema de la Orden dominica a cuya gran familia está afiliado este instituto religioso. Ese  fue el oficio de la Hna. Francisca entre nosotros. Ella también vio, contempló, oyó, palpó, saboreó  el amor compasivo de Dios hecho hombre en Cristo Jesús y dio testimonio de él y lo anunció y lo hizo manifiesto tanto con su vida como con su servicio amoroso en beneficio de los pequeños y de los pobres.
Ana Josefa Tobón  Arbeláez, su nombre civil, era una antioqueña de pura cepa, con el temperamento proactivo y la fe profundamente arraigada en la tradición católica de las familias de esa región colombiana. Enviada  a Maracaibo en 1971, después de algunos años en el Colegio, volcó toda la fuerza de su carisma fundacional y  el impetuoso fervor de su vocación de servicio en sus hermanos más necesitados. El fruto de esos desposorios fue la Casa de la Misericordia. Desde entonces el lugar se volvió, gracias  a la callada y abnegada entrega de la hermana, junto con otras religiosas de su congregación y un generoso cuerpo de voluntarios, en uno de los epicentros marabinos de la manifestación de la divina misericordia, un puerto de oración, de sosiego y de paz.
La Hermana Francisca no oraba solo por la sanación de los cuerpos; también atendía sus necesidades espirituales, pues bien sabía  que las enfermedades del alma son en gran parte la causa de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. Los asiduos visitantes muy pronto lo advirtieron también ellos. Por eso acudían a la Casa de la Misericordia no solo en procura de curación física y de medicamentos sino también en búsqueda del camino de la fe, de  la oración, de orientación  espiritual. Y allí los recibía ella con su enorme capacidad de escucha, de amor y de misericordia, que emanaban de su frágil cuerpecito de mujer.  Ella nunca se atribuyó nada. Todo para ella tenía su fuente en Dios.
La Arquidiócesis de Maracaibo bendice a Dios por haber sembrado este reflejo vivo de su amor en nuestra tierra zuliana. La Hermana Francisca  era uno de los pilares orantes que sostenía esta Iglesia local. En los numerosos encuentros que tuve con ella siempre insistía en la importancia de la oración y me comentaba cuánto oraba por la santificación de los sacerdotes, de las religiosas, de los seminaristas, por el advenimiento de la paz y de la justicia en Venezuela y por la concordia fraterna entre chavistas y opositores.  Ahora, desde el cielo, estoy seguro que continuará ejerciendo ese mismo servicio en nuestro favor de nuestra Iglesia y de nuestro país.
La despedimos en el inicio de un año nuevo, lleno de expectativas y de esperanza, en el día en que celebramos con toda la Iglesia universal la fiesta de Santa María Madre de Dios, y tiene lugar la Jornada Mundial de Oración por la Paz del mundo. Lo primero que nos viene al corazón en este momento es dirigirle a Dios una inmensa acción de gracias por el don tan grande de esta vida saturada del evangelio del amor y de la misericordia que su Hijo Jesús trajo al mundo. Cuando el Señor Jesús vio a sus discípulos salir en misión y regresar contentos, exultó en el Espíritu Santo y le dio gracias a su Padre por haber decidido compartir sus designios con los pequeños (Cf Lc 10,21). Así debe estar exultando también el Señor al ver volver a su discípula Francisca contenta por haber cumplido la tarea que él le confió en esta tierra. Hoy nosotros también exultamos porque en ella Dios se nos hizo cercano y visible.

  “Jesucristo es el principio y el fin de mi vida”, solía decir ella. Que su vida, su obra y testimonio susciten entre nuestras jóvenes venezolanas muchas vocaciones intrépidas, impregnadas del amor y de la misericordia sanadora de Cristo, semejantes a la de esta extraordinaria religiosa. El inicio de este año nos recuerda que hemos entrado en una nueva época. Los hombres y las mujeres de hoy, con una mentalidad distinta, marcada por la globalización y la comunicación tecnológica, tienen también hambre y sed de Dios y lo buscan ansiosamente a su manera. Necesitan nuevos testigos del amor divino, nuevos seguidores de Jesús, nuevos predicadores del evangelio de la misericordia. ¿Quiénes recogerán la antorcha y seguirán incendiando este mundo con el fuego divino del amor de Dios?

 La Hermana Francisca estuvo entre nosotros y cumplió su misión. ¡Gracias, hermana Francisca, por tu siembra de amor  en esta tierra durante estos 43 años!  Sigue orando por nosotros para que no desmayemos en nuestra misión en esta Venezuela tan necesitada de paz, de concordia, de convivencia y de justicia. Nuestra comunidad eclesial, junto con tu Congregación que serviste con fidelidad, mantendrá viva tu memoria y seguirá leyendo el evangelio abierto que nos dejaste.
Nosotros ahora nos aprestamos a sentarnos a la mesa eucarística para recibir el pan que nos dará fuerzas para emprender la ruta del 2015. Tu, en cambio, que tanto amaste la eucaristía ya no necesitas de ella pues ya puedes contemplar sin velo, en toda la plenitud de su belleza, el rostro del esposo a quien serviste con tanta fidelidad y exclamar, como la esposa del Cantar de los Cantares: “¡He encontrado el amor de mi vida; lo abracé y ya no lo soltaré!” (Cant 3,4).
Basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá 1º de enero de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



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