domingo, 7 de febrero de 2021

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021 HOMILÍA

 


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DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO SEDE VACANTE

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 2021

HOMILIA

Lecturas; Job 7,1-4. 6-7; Sal 146; 1 Co 9, 16-19.22-23; Mc 1,29-39

PARA ESO HE VENIDO


Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,

El relato evangélico de hoy completa la reveladora descripción, iniciada el domingo pasado, de una jornada de Jesús. Es un relato lleno de vida, de movimiento, que nos va trasladando, a medida que van transcurriendo las horas, de un lugar a otro. De la sinagoga a la casa de Pedro. De la casa a la puerta principal de Cafarnaúm. Del pueblo a un lugar apartado; de allí, a los pueblos cercanos; y de los pueblos de la comarca a toda Galilea. Un gran movimiento misionero del Maestro que preludia la misión universal de la Iglesia en la que se han de involucrar todos los bautizados.    

Si queremos vivir a fondo este evangelio, no nos podemos quedar en simples oyentes o espectadores. Es preciso, mis queridos hermanos, que nos metamos dentro de esta jornada del Señor; que nos movamos con él, por los distintos lugares que recorre. para hacer nuestra su agenda, su forma de ser, su estilo de vida. Deseosos de vernos alcanzados, nosotros también, por ese Jesús que no ha venido para quedarse fuera o en la puerta, sino que quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros para revelarnos cuál es nuestra verdadera vocación humana y cristiana. ¡Qué dicha cuando logramos saber para qué Dios nos ha enviado a esta vida! Las dos otras lecturas de la Liturgia de la Palabra de Dios, tanto la del libro de Job, como la primera carta de Pablo a los Corintios, nos serán de gran ayuda en este intento. 

Jesús empieza su jornada orando con su pueblo. Está profundamente incrustada en él la fe de Abraham y, como fiel creyente judío, lo primero que hace, el día sábado, es acudir a la sinagoga para glorificar a Dios y escuchar, junto con sus hermanos, su Palabra, y la consiguiente exhortación para llevarla a la praxis. Concluido el culto sabatino, se traslada a la casa de los hermanos Pedro y Andrés, dos de los cuatro primeros discípulos que se acaban de unir a él. Desde ese momento, la casa de familia se vuelve un lugar privilegiado para el advenimiento del Reino de Dios. Ya no será solamente el lugar de culto. Ahora es la casa. 

No más traspasar el umbral, le avisan que la suegra de Pedro yace en cama, enferma, con fiebre. Y de una vez se traslada hasta su alcoba. Jesús va hasta lo más íntimo de la casa. Con tres gestos describe Marcos lo que allí aconteció; Jesús se acerca hasta donde está la enferma, la toma de la mano y la levanta. En ese mismo momento se le quitó la fiebre. Tres verbos que describen cómo, por medio de su Hijo muy amado, el Padre Dios se hace presente en nuestras vidas, entra en nuestras casas, llega hasta donde nos encontramos postrados, enfermos, incapaces de levantarnos por nosotros mismos. 

Lo que narra el evangelio es lo que precisamente ocurre en cada misa a la que venimos nosotros también como fieles creyentes y miembros de la Iglesia, que nos convoca con amor cada domingo. En cada misa Jesús se hace real y personalmente presente, nos toma de la mano y nos levanta. No quiere una relación lejana, on line, anónima, quiere un encuentro cercano, directo, de contacto personal. Nos tiende su mano y nos saca de las aguas fangosas (Cfr. Sal 18,17). Nos levanta. Es decir, nos rescata de la muerte, nos resucita. La suegra de Pedro, una vez curada y de pie, se puso de una vez al servicio de sus invitados. La curación que nos ofrece Jesús es de cuerpo y alma. Un cuerpo sano y un corazón generoso, volcado hacia sus hermanos, para atenderlos en sus necesidades y servirlos con diligencia y alegría.

Lo que Jesús lleva a cabo con la suegra de Pedro, no es una acción aislada y ocasional: forma parte de la misión que su Padre le ha encomendado. Por eso cuando termina el reposo sabatino, al enterarse de que todo Cafarnaúm se ha agolpado en la plaza pública, en la puerta de la ciudad, con sus lisiados, enfermos y poseídos, se va para allá para atenderlos. Ningún enfermo, ningún necesitado, ningún endemoniado quedó esa tarde sin ser atendido. Jesús no es para unos pocos iniciados, Jesús es para todos. No hay enfermedad, ni dolor, ni angustia, no situación humana alguna de la que él no se compadezca, atienda y cure. En la cruz cargará con todas nuestras enfermedades y nos alcanzará el perdón de nuestros pecados y la gracia de la salvación. 

¿Hasta qué hora estuvo allí? ¿Se fue a dormir cuando terminó? ¿O de madrugada, cuando se fue el último poseso, fue que se retiró a un lugar solitario para orar? Había empezado su jornada orando con su pueblo, había dedicado gran parte de su tarde a atender sus necesidades, ahora concluía el día orando, esta vez en la soledad y el silencio. Su trato cercano, sencillo, sensible al dolor ajeno, proviene de ese encuentro íntimo, cercano, cálido y amoroso con su Padre. Muchos que no le encontraban, en un momento dado, sentido a la vida, como Job, y se ven lanzados a la existencia como naves espaciales sin destino, han encontrado en Jesús la brújula que les dio norte a sus existencias. Esa fue la dicha de Pablo, de Agustín, de Carlos de Foucauld. 

Ese es el ritmo de Jesús, oración, predicación y praxis servicial. De allí provino el asombro y el impacto que causó en su pueblo. Sin duda atraía con una predicación que enganchaba de una vez al auditorio, pero no era un encantador de serpientes, un engatusador de multitudes; llevaba a la práctica lo que predicaba, se mezclaba con el pueblo sencillo, se daba cuenta de sus problemas, dolores y agobios y se entregaba de lleno, de una vez, a atenderlos. Cercanía, roce permanente, mano tendida para levantar.   

Orar, enseñar y actuar en consecuencia, llevando una vida coherente, traduciendo el culto, la oración personal frecuente, la doctrina profesada, en acciones cercanas, concretas de amor, de servicio en favor de los enfermos, de los lisiados, de los dominados por demonios.  Tenderles la mano, ponerlos de pie, levantarlos, dignificarlos, habilitarlos y capacitarlos para que ellos también se pusiesen al servicio de sus hermanos. Eso es lo que Jesús llamó evangelizar.  

Cuando Simón Pedro y sus compañeros dan con él a la mañana siguiente, Jesús les revela el fruto de su oración nocturna y de su íntima conversación con su Padre: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Esa noche su Padre le reveló a su Hijo dos cosas: que tenía que replicar la jornada de trabajo en los pueblos de Galilea, en Judea. Y que no le tocaba hacerlo solo sino con sus recién asociados discípulos: “Vamos”, les dice, “Vamos”. 

Esa es la palabra que cambia todo al final de este evangelio de hoy. El plural. Jesús se ha vuelto plural. Se ha vuelto nosotros. Jesús y los suyos. Jesús y la Iglesia. Cabeza y cuerpo. Allí reside todo el poder evangelizador del Señor y de los suyos. Al final los enviará al mundo entero, afincados en esa absoluta certeza de que se trata de una misión conjunta. Ellos y él. “Vayan. Yo estaré con ustedes”. Vayamos con él, salgamos con él. Démosle sentido a nuestras vidas con Jesús, como se la dio S. Pablo, y con él podamos decir nosotros también: “¡Ay de mi si no evangelizo!”. 

Carora, 7 de febrero de 2021



+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico de Carora


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