domingo, 15 de abril de 2018

DOMINGO TERCERO DE PASCUA CICLO B 2018 LA ESCUELA DE LOS TESTIGOS


DOMINGO TERCERO DE PASCUA CICLO B 2018
LA ESCUELA DE LOS TESTIGOS


Muy amados hermanos,
Pascua nos comunica la gran noticia de la resurrección de Jesucristo, tres días después de su crucifixión y sepultura. No hay registros científicos ni evidencias físicas de tal acontecimiento. Un sepulcro vacío. Sudarios y mortajas, no son suficientes pruebas de un fenómeno tan extraordinario. Jesús sólo quiso constituir testigos. Jesús resucitado se manifestó primero a unas mujeres. Las mujeres se lo comunicaron a los apóstoles. Luego Jesús se hizo presente a los apóstoles y los constituyó testigos suyos. Todo ha descansado desde entonces en el testimonio de estos hombres. La historia de la Iglesia es una sucesión viva de testigos que sostienen que Jesús no quedó prisionero de la tumba ni de la muerte, sino que resucitó y ofrece esa misma resurrección a los que creen en él.
Estos hombres no se volvieron testigos de una vez. Jesús los fue trabajando y moldeando, como si hacía falta volver a la casilla de partida, a raíz de su resurrección. “Vuelvan a Galilea, al lago. Me adelanto a ustedes y allí los espero” (Cfr. Mc. 16,7). Pasaron por todo un proceso de profunda conversión. Lo primero que Jesús hizo fue ratificarlos como sus apóstoles. Ellos sentían que habían perdido esa condición después de fuga cobarde en el momento del arresto. Habían quedado desnudos, frágiles, expuestos, como aquel joven del jardín de los Olivos que huyó dejando su túnica en las manos de sus captores (Cfr. Mc 14,51-52).
 El Señor se ocupó de ellos desde el mismo día de su resurrección. San Juan cuenta que se hizo presente en medio de ello esa misma tarde cuando, acogotados por el miedo y la vergüenza, se habían encerrado en una casa anónima. No les recriminó su cobardía. Exorcizó sus miedos y los volvió a revestir de la paz interior: “La paz esté con ustedes”. Sin paz interior siempre se anda desnudo, expuesto, vulnerable.
El evangelio de hoy, que es a la vez la continuación y el epílogo del episodio de Emaús, nos introduce nuevamente en esa sala. Una sala donde repentinamente el Señor se hace presente y la transforma en una escuela activa de formación de testigos. Entremos allí nosotros también y aprovechemos esa magnífica formación, bajo la batuta de tan prestigioso maestro. ¿Cómo transformar hombres cobardes y miedosos en ardientes testigos de Cristo resucitado? 
Allí están los once y los dos discípulos recién llegados de Emaús, relatando emocionados lo que les había ocurrido en el camino de ida y sobretodo en la posada, “al partir el pan”. Sin embargo, cuando Jesús glorioso se hace presente, los envuelve nuevamente la sorpresa, el terror, la duda y la confusión. ¿No será un fantasma? Después de devolverles la paz, Jesús les habla de su nueva condición resucitada de tres formas muy concretas.
Primero con su cuerpo llagado. “Miren mis manos y mis pies”. El que tienen allí es el mismo que fue torturado, clavado, perforado, taladrado en pies y manos. Es él. No hay duda.  ¡No nos cansemos nunca de mirar esas manos y esos pies llagados! El resucitado es un resucitado llagado. Llegó a la meta, pero las heridas del camino no se han borrado. ¡Las llagas de Cristo: puertas para entrar en su vida resucitada! Las llagas de él. Las llagas del mundo, envuelto en calamidades y discordias. Las llagas de los desheredados, de esa humanidad sobrante que estorba a los poderosos y buscan eliminar a través del “fastrack” del aborto y de le eutanasia. Ya no es solo el incrédulo Tomás, el invitado a tocar y ver. Ahora son todos los apóstoles. Ahora somos todos nosotros.
Segunda lección hacer comunidad de mesa con el resucitado. Compartir lo que tienes con él y con los suyos. “¿Tienen aquí algo para comer?” ¡Como resuena en nuestros oídos venezolanos en este momento esa pregunta! La oímos ahora tantas veces. Ayer se me acercó un señor al final de la misa. Padre, vengo del estado Falcón. He tenido que traer a mi hijo al hospital y ni yo ni mi esposa hemos comido desde ayer. ¿No tiene aquí algo para comer? Ya las ollas comunitarias, los bocados de la alegría, las caravanas de la sopa, los cinco panes y dos peces, las mesas de la misericordia se han vuelto un programa permanente en nuestras comunidades y parroquias. Y se agranda cada día más la lista de comensales.
A Cristo resucitado y a su vida se llega compartiendo su alimento en la eucaristía, compartiendo nuestro alimento, nuestra mesa con los necesitados como Jesús comparte la suya con nosotros. No hay forma de participar en la multiplicación de la vida y del amor que trae cada eucaristía sin oír al Señor decirnos: “Denles ustedes de comer” (Mc 6,37).  Como dice un bello himno de nuestra liturgia: “¿Cómo sabremos que eres uno de nosotros, si no compartes nuestra mesa humilde?” Dice el evangelio: “Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y lo comió en presencia de todos”.
Tercera lección. Abrir nuestra mente a la inteligencia de las Escrituras. El Libro de la Biblia se comprende cuando se lee desde y con el libro de la vida. La clave para ensamblar estas dos lecturas la tiene el Señor. Cuando él se hace presente, colocando su Palabra viva en el corazón palpitante de nuestra vida, entonces nuestros ojos se abren, nuestra mente se ilumina, nuestro corazón arde. Entonces captamos con alegría lo que dice Hugo de San Víctor, gran teólogo de la Edad Media: “Toda la divina Escritura es un solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y se cumple en Cristo”.
Cristo Jesús no solo da unidad a toda la Escritura. Da unidad y coherencia a toda nuestra vida. Dejémonos leer por Cristo y nuestra vida cobrará ilación. Tendrá origen y meta. Para ser testigo de Cristo resucitado tenemos que dejarnos trabajar por la Palabra de Cristo desde el corazón de nuestra vida. Así podremos decir como S. Juan: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que hemos contemplado y palpado con nuestras manos acerca de la Palabra de vida…que hemos visto y de la que somos testigos, se lo anunciamos a ustedes” (1 Jn 1,1-4; Hech 10,39-41)).  
Estos son los caminos que el Señor hace recorrer a los suyos para enviarlos como testigos suyos. Solo falta el don supremo que hará el ensamblaje final: el don del Espíritu Santo prometido por el Padre para que sean testigos del perdón, de la misericordia y de la reconciliación. No habrá nunca testigos calificados capaces de dar fe del Resucitado y de su mensaje sin la acción del Espíritu Santo. Él es, con Cristo Jesús el supremo testigo (1 Jn 5,5-12). Nosotros somos simples instrumentos pasajeros.
De mil maneras, el mundo de hoy, los jóvenes de hoy necesitan testigos auténticos de la vida. Si prestamos atención oiremos sus preguntas: ¿Creen verdaderamente lo que anuncian? ¿Viven lo que creen? ¿Predican verdaderamente lo que viven? Vivimos el tiempo privilegiado de los testigos. Este siglo, como el anterior, tiene sed de autenticidad. Las nuevas generaciones les hacen más caso a los testigos que a los maestros y si atienden a los maestros es porque también son testigos.
Los acontecimientos pascuales poseen tal fuerza salvadora que nada escapa a su acción y todo queda regenerado en vida nueva. El Señor resucitado tiene sus propios caminos para introducir su savia transformadora en la historia del mundo y de los hombres. Pero ha querido valerse de las humildes y necias herramientas de la Iglesia, de la predicación y de la vida de sus testigos. Al escuchar los relatos de estos domingos nos damos cuenta que no les resultó fácil a sus discípulos llegar a la fe en Cristo resucitado. No es fácil, sin duda, llevar tal tesoro y encargo en pobres vasijas de barro. No es fácil forjar testigos auténticos. Pero son los únicos que sirven para esta tarea.
Que gozo poder decir como Pedro: “¡Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello!”. U oírse decir del mismo Jesús al final de esta eucaristía, cuando recibamos el envío del sacerdote, como al final de este evangelio lo oyeron sus apóstoles: “Ustedes son testigos de esto”. “Tú eres testigo de esto”. La responsabilidad es grande. ¿Seremos capaces de responderle al Señor? Siempre habrá dudas. Pero Jesús una y otra vez nos mostrará sus manos y pies llagados, se sentará pacientemente con nosotros para compartir el pan, y nos insuflará con su Espíritu una nueva inteligencia de su Palabra de vida y de amor. No nos desanimemos. El pecado sin duda nos acecha a todos en el recodo de cada camino, pero el Maestro, es también Pastor y el Justo Redentor.
Maracaibo 15 de abril de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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