sábado, 14 de abril de 2018

Homilía para la Misa del sábado II de Pascua, en la conmemoración del X Aniversario del tránsito de Chiara Lubich


Homilía para la Misa del sábado II de Pascua,  en la conmemoración del X Aniversario del tránsito de Chiara Lubich


Queridos hermanos y hermanas,
Hemos venido hoy a esta santa iglesia catedral, para hacer memoria agradecida al Señor, por la vida y obra de su sierva Chiara. Mujer de nuestro tiempo que supo contemplar, admirar y anunciar a Jesús abandonado, así como el de acoger y vivir la bienaventuranza de la presencia del Señor en medio de los suyos a través de su Palabra de Vida y de la eucaristía. Hoy su legado espiritual se manifiesta a través de múltiples expresiones tanto dentro como fuera de la Iglesia católica. Bendecimos al Señor por la presencia de la familia focolar en Maracaibo.
La Iglesia nos invita a realizar la ruta de estos 50 días del tiempo de Pascua hacia Pentecostés, de la mano de los primeros testigos de la Resurrección del Señor. Hoy nos guían Juan, el evangelista, y San Lucas. Así camina la Iglesia: de la mano de testigos del Señor, que él escoge y suscita de manera siempre sencilla y sorprendente.
El libro de los Hechos de los apóstoles, nos narra hoy la elección de siete servidores de las mesas de misericordia para atender a las viudas de procedencia helenista. A lo largo del camino, el Señor va suscitando, de esta manera, nuevos servidores de su Palabra y de su misericordia en favor de la humanidad desatendida y falta de amor. Estos siete primeros servidores fueron los precursores de los diáconos permanentes. Así se manifiesta la acción del Espíritu Santo y la presencia del Resucitado en el mundo.
El evangelio de hoy pertenece al capítulo 6 de san Juan, que nos muestra a Jesús como pan de vida. Pan con su Palabra. Pan con su Eucaristía. El Señor tiene muchas formas de forjar el corazón y el temple de los suyos. Hoy los asombra caminando, al anochecer, sobre las aguas tumultuosas del lago, donde ellos agonizan de miedo, agotados y remando hacia la nada. En medio de aquella tenebrosa realidad de miedo y abandono, el Señor se hace presente, calma a los suyos, revela su poder sobre las fuerzas del mal, apacigua, sobre todo, las tempestades interiores que agitan más fuerte aún sus corazones y lleva la barca a buen puerto.
Es muy clara la enseñanza de este evangelio: no hay tempestad, turbulencia, o desierto donde el Señor no se haga presente; no hay soledad que él no habite; no hay noche que él no ilumine; no hay distancias que la fuerza de su amor no transforme en cercanía. Así es como él forja discípulos y seguidores suyos. Siempre llega donde están los hombres y mujeres más desolados para redimirlos y llevarlos a la casa común de su gran familia.  Nunca nos cansaremos de admirar cómo suscita hombres y mujeres capaces de hacer brillar su luz en medio de las tinieblas y apaciguar los corazones llenos de miedo y angustia.
¿Quién iba a pensar que, en plena guerra mundial, en la tempestad de los bombardeos, allá en el Trentino, como en una nueva zarza ardiente, el Señor se iba a manifestar a una joven maestra y a su grupo de amigas, que atendían premurosas en el refugio antiaéreo, a sus hermanos y vecinos aterrorizados, para abrir una nueva ruta de su presencia y hacer resonar su palabra fuerte y animosa que todo lo calma: “¡No tengan miedo, soy yo”!  Fue allí donde el Señor fraguó, sin que ni la misma Chiara se diera completamente cuenta, un nuevo carisma que necesitaba la Iglesia y el mundo: el carisma de la unidad. Si es posible soñar y trabajar por la unidad de toda la humanidad. Y la herramienta para ello es uno solo: el amor tal como Jesús nos lo enseñó con su vida, su Palabra, su muerte y resurrección.
Una vez más, como en el caso de María en los albores de la salvación, se valió Dios de una mujer, como tantas veces a lo largo de la historia de la Iglesia. La Obra de María, así se llama esta nueva familia en la Iglesia, es una nueva comprensión, desde la experiencia de María, vivida por Chiara y sus amigas, de la espiritualidad de la unidad. De la mano de María, madre ejemplar, Chiara entra, deslumbrada por el Espíritu Santo, en el misterio de la unidad de Dios en el seno de la Trinidad. Descubre que la Trinidad es triunidad.
En el único Dios en quien creemos todas las realidades creadas, todas las personas creadas, todas las cosas confluyen en esa dirección. Allí en el corazón palpitante de amor de las tres personas divinas está el punto de encuentro, la cita final de todo lo creado. S. Pablo nos reafirma en esa certeza cuando nos presenta a Cristo Jesús muerto y resucitado, como la recapitulación de todos los seres, los de los cielos y los de la tierra (Ef 1,10; Fil 2,10). En ese camino, hacia esa meta, Dios colocó a María, la Theotokos, la Madre de Dios y también colocó a Chiara para que continuara, de algún modo, lo que inició con la madre de su Hijo.
Hoy, a 10 años de la pascua de esta sierva de Dios, vemos como ese carisma vivido en pequeña escala de un focolar, se ha difundido desde el ámbito católico hacia las demás confesiones cristianas y en el vasto mundo de las grandes religiones monoteístas. Ha sido grande la fuerza de esta convocatoria que el Señor ha querido suscitar en el mundo de hoy, en el corazón de tantos hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación, en la construcción de puentes que hagan posible la fraternidad universal. Los frutos recogidos ya nos dicen que estamos una vez más ante la acción y presencia del Espíritu Santo, que sopla donde y como quiere, conduciendo la barca de este mundo hacia un solo puerto.
Como los apóstoles en aquel momento, los venezolanos nos vemos envueltos hoy en una fuerte tempestad que amenaza con destrozarnos por dentro y por fuera. No solamente está amenazado el país. También lo están nuestros corazones, nuestra fe, nuestra capacidad de esperanza. En medio del oleaje brotan las angustiosas preguntas: ¿Cuándo llegaremos al puerto seguro de un país que nos ofrezca el pan, la salud y la seguridad de cada día? ¿Cuándo podremos de nuevo llevar una vida digna en justicia, paz y oportunidades de progreso para todos? El evangelio de hoy, en las palabras de Juan, el evangelio hecho vida por Chiara y sus amigas en plena descomposición física y moral de la segunda guerra mundial, nos anuncian que el Señor de la historia viene caminando sobre las aguas tempestuosas. y nos dice una vez más: “Soy yo. No tengan miedo.”
No dudemos. Llegaremos a buen puerto. Pero es de hoy, desde ya, que tenemos que construir entre nosotros esa sociedad unida y fraterna que anhelamos, fundamentada en la fe en Dios, tal como lo enseña la historia de fe de nuestro pueblo, enfocada en la búsqueda del bien común, del bien de todos, particularmente de los más necesitados. La generosidad, la fraternidad, la solidaridad real se pueden practicar y vivir ya, aquí, ahora, allí donde estamos. Jesús nos conduce. Jesús no nos ha abandonado. No importan lo sencillos y pequeños que sean nuestros gestos de amor, con tal sean gestos de esperanza que nos saquen de nosotros mismos y nos hagan ir, como Cristo Jesús, hacia los demás. Si actuamos así, la barca tocará tierra en el momento en que menos lo esperemos.
Hace 10 años, Chiara llegó a buen puerto y echó anclas en el corazón amoroso de la Trinidad. Sus hijos y sus hijas, hacen presente su carisma en múltiples expresiones religiosas, culturales, políticas, económicas, artísticas, llenos de confianza en la presencia de Jesús en medio de ellos. Oramos por ella por su pronta beatificación. Oramos con ella por los suyos. Oramos con la familia focolar presente en Maracaibo para que sigan ofreciéndoles a todos, este legado. “Padre santo, que todos sean uno, como tu y yo somos uno. Para que el mundo crea que tú me has enviado”. Amén.
Maracaibo 14 de abril de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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