sábado, 30 de abril de 2016

L ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA PROVINCIA ECLESIASTICA Y DE LA ELEVACIÓN DE MARACAIBO A ARQUIDIÓCESIS (1.966 – 2.016)

L ANIVERSARIO DE LA CREACIÓN DE LA PROVINCIA ECLESIASTICA
Y DE LA ELEVACIÓN DE MARACAIBO A ARQUIDIÓCESIS (1.966 – 2.016)

HOMILÍA
(Lecturas: Is. 60, 1-6; Salmo 95: Ef. 2, 19-22; Jn 17, 17-23)


Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo Jesús,
Aunque nuestro país vive horas de gran tribulación, que a todos nos llena de congoja, es justo y necesario que en esta Eucaristía jubilar, por los cincuenta años de existencia de nuestra Arquidiócesis y de la correspondiente creación de la Provincia eclesiástica, levantemos nuestro corazón y alcemos nuestra mirada hacia nuestro Dios misericordioso y clemente y con San Pablo cantemos: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que, en los cielos, nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales” (Ef 1,1).
Esta nueva provincia vio la luz el 30 de abril de 1.966, mediante la Bula “Regimine Suscepto”, que afirma: “Erigimos en la República de Venezuela, una nueva Provincia Eclesiástica que estará compuesta por las diócesis de Maracaibo, Cabimas y Coro, de las que separamos las dos primeras de la Provincia Eclesiástica de Mérida, en Mérida y la última de la de Caracas. Y de ellas será Metropolitana la de Maracaibo, con los derechos correspondientes y a la que designamos para presidir con toda Nuestra Autoridad, como Arzobispo, al Venerable hermano Domingo Roa Pérez, hasta ahora obispo de Maracaibo, con la firme esperanza de que, siendo él el guía, la nueva Provincia florecerá abundantemente”.
Esta “firme esperanza” de abundante florecimiento, formulada por el Beato Paulo VI, dio buen fruto, porque en los años sucesivos, se incorporaron dos nuevas diócesis a la Provincia: la del Vigía-San Carlos (1994), y la de Machiques (2011), ésta última, ya desde 1943, se había desprendido de la diócesis zuliana, bajo la figura de un Vicariato  Apostólico confiado a los frailes capuchinos.  
Saludo en primerísimo lugar, con mucha alegría, a esta asamblea, la que está aquí reunida en esta catedral y a la que está conformada por los televidentes, radio oyentes y los conectados a las redes sociales. Hablar de Iglesia arquidiocesana es referirse fundamentalmente a todos ustedes, bautizados y bautizadas, que conforman, extra mayoritariamente, el pueblo santo de Dios que peregrina en el Zulia. En ustedes, se cumple el texto de la carta a los Efesios, que acabamos de escuchar: “Ya no son extraños, ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien armada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor (…)morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2,19-22).
Saludo, especialmente, a Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, segundo arzobispo de nuestra arquidiócesis, nuestro invitado especial de estas bodas de oro. Tengo hacia ti, hermano mayor, una particular deuda de gratitud porque, desde mis años de seminarista, he aprendido a tu lado a valorar la necesidad de trabajar arduamente en la renovación de nuestra Iglesia, particularmente en la pastoral vocacional, la promoción de los ministerios confiados a los laicos, el diaconado permanente y la formación de agentes pastorales que llamábamos multiplicadores, hoy discípulos misioneros,  a través del Instituto Nacional de Pastoral. Tu dilatada y fecunda trayectoria episcopal nos llena de alegría y tu presencia en medio de nosotros, testimonia la ininterrumpida acción  salvadora de Cristo en la Iglesia, en la historia y en el mundo
Saludo a mis hermanos obispos de las Diócesis sufragáneas: Sus excelencias, William Delgado Silva, Juan de Dios Peña Ríos y  Jesús Alfonso Guerrero Contreras. A los obispos, nacidos en estas tierras y que sirven actualmente a la iglesia en otras circunscripciones eclesiásticas: Roberto Luckert, Antonio López, Mariano Parra, Freddy Fuenmayor, Enrique Pérez, Oswaldo Azuaje, Edgar Peña, primer nuncio venezolano, Alfredo Torres, Ernesto Romero, Benito Méndez y Víctor Hugo Basabe, obispo electo de San Felipe. Igualmente saludo a Mons. Medardo Luzardo Romero, arzobispo emérito de Ciudad Bolívar, y a su sucesor, Monseñor Ulises Gutiérrez. Finalmente, a Monseñor Luis Armando Tineo, presidente de la Comisión Episcopal de Laicos, quien participa en una asamblea provincial de los Consejos Diocesanos de Laicos de esta provincia. 
Hacemos gozosa y agradecida memoria de quien fue el primer arzobispo metropolitano de la provincia, Mons. Domingo Roa Pérez, cuyos restos mortales reposan en esta iglesia catedral, y quien, al tomar posesión de la otrora diócesis de Maracaibo dejó plasmadas en las siguientes palabras la mística pastoral que anima a todos los que recibimos un encargo pastoral: “La Divina Providencia, cuyos designios son inescrutables, nos ha traído como obispo de esta importantísima ciudad, cuyo nombre se fijó en nuestra mente desde los más tiernos años de la vida (…) Venimos a unir nuestro humilde y modesto aporte a vuestro trabajo y lucha por la grandeza del Zulia; y quiero ser zuliano con los zulianos, triunfar con ellos y compartir las inevitables horas amargas que acompañan al hombre, como la sombra sigue al cuerpo, y las tinieblas de la noche a las horas de la claridad meridiana”.
Saludo al presbiterio diocesano. Cuando se inició la Arquidiócesis, estaba conformado mayoritariamente por sacerdotes provenientes de afuera, enviados por diócesis hermanas o por sus congregaciones religiosas. Hoy, está conformado predominantemente por clero zuliano y un significativo número de religiosos y misioneros de otros países.  En el transcurso de estos 50 años se han ordenado 89 sacerdotes. Algunos de ellos están en la presencia de Dios; otros, sirven  a la Sede Apostólica, o prestan servicios en otras diócesis como sacerdotes “fidei donum”; saludo  a los diáconos permanentes, institución que nació dentro de este cincuentenario. Saludo a los religiosos y religiosas  que, desde los albores de esta Iglesia local, han desplegado, con ahínco y entrega encomiables, una extraordinaria labor evangelizadora, especialmente en el área educativa y sanitaria.
Mi saludo agradecido a las autoridades aquí presentes: al Señor Gobernador y su esposa, a los alcaldes de los diferentes municipios del territorio arquidiocesano. Su presencia, en medio de nosotros, además de ser una manifestación de su fe cristiana, representa un reconocimiento al beneficioso servicio que, a través de estas Iglesias locales, la fe católica, en conjunto con otras expresiones cristianas, le ha prestado con desinteresada generosidad, a la región zuliana. En estos diez lustros, es mucho lo que  las cuatro diócesis que conforman esta provincia, desde su primordial misión religiosa y evangelizadora, han aportado, en sano entendimiento con las diversas instituciones regionales, al progreso integral del Zulia.
Este entendimiento es hoy más urgente que nunca. Todas las instituciones oficiales y privadas del Estado, sin excepción, deben darse la mano para trabajar juntas por un solo objetivo: el bien del pueblo, el bien común. Trabajar juntos para que no le falte comida, salud, vida, seguridad y paz. El cáncer de la corrupción es nuestro principal enemigo. Ha hecho metástasis en todas nuestras realidades y organismos. Hay que extirparlo sembrando nuevamente en nuestras instituciones educativas, sanitarias y sociales, los valores fundamentales que identifican el gentilicio zuliano:  la fe en Dios, el amor y  cuidado de la familia, el valor sagrado de la vida, el cultivo de la dignidad humana, el protagonismo de los pobres para que se vuelvan sujetos de su propio desarrollo sin asistencialismos de ninguna especie; el progreso integral, a través del trabajo honesto y productivo, la sana y alegre convivencia entre hermanos.
Es una gran alegría comprobar cómo, a lo largo de estos 50 años, ha crecido nuestra Iglesia.  Como dice la Escritura: “los hombres vemos los rostros; Dios ve en el corazón” (1 Sam 16,7). Por ese gran patrimonio espiritual, que no logramos ver e identificar y que el pueblo zuliano ha cultivado con gran tesón y alegría, en torno a la familia y a la Virgen de Chiquinquirá, damos infinitas gracias a Dios. En cuanto a los frutos visibles destaco: la creación de 26 parroquias, de 11 rectorías, de 39 institutos educativos, una red de Medios de comunicación social, de Centros caritativos, de capacitación para el trabajo, la presencia y el testimonio eficaz de tantas familias y asociaciones apostólicas.  
Las lecturas de esta Santa Misa jubilar son propicias para meditar sobre tres aspectos de la Iglesia que el Papa Francisco tiene muy dentro de su corazón, y están contenidos en nuestro Plan Global de Renovación pastoral: la Iglesia es comunidad, es pobre y para los pobres y está constantemente en salida hacia las periferias geográficas y existenciales.
La Iglesia, ante todo, es comunión, es unidad. 
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, antes de partir a la casa del Padre, oró así ante los apóstoles: “No ruego solo por éstos, sino también por aquellos que van a creer en mí por medio de sus palabras. Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,20-21). De esta manera les dio a entender a ellos y a todos sus discípulos que la comunión es la puerta de acceso para la conversión de muchos.
Sabemos por el Libro de los Hechos que los apóstoles tomaron muy en serio este deseo de Jesús y se lo comunicaron, como norte e ideal fundamental, a las primeras comunidades cristianas de Jerusalén (cf Hech. 2, 44). Lamentablemente los discípulos del Jesús no siempre hemos sido fieles a su testamento espiritual. A lo largo de la historia se han producido numerosas divisiones internas que han desgarrado “la túnica sin costura” del cuerpo de Cristo.
En los últimos tiempos, la Iglesia ha tomado conciencia renovada de su identidad y de su vocación fundamental de trabajar ardorosamente por la unidad entre los cristianos y la reconciliación entre todos los pobladores del planeta. ¿Cuándo nos convenceremos que los caminos de la paz en este mundo pasan por el diálogo, sea éste interreligioso, intercultural o inter partidista? El Papa Francisco, en su exhortación apostólica “La Alegría de Evangelio” (EG), lo transforma en un desafío para todos: “Descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación”. (EG, 87).
Aquí en Maracaibo hemos querido acoger este don de Dios de vivir la unidad con un proyecto pastoral que lleve nuestra Iglesia local a ser una Casa, Escuela y Taller de comunión, misión y solidaridad, en plena consonancia con los postulados y conclusiones del Concilio Plenario de Venezuela.   Y nos ha parecido que hoy era el mejor momento para presentarlo como nuestra principal ofrenda, junto al pan y al vino de la Eucaristía. Será, de ahora en adelante, nuestra herramienta para construir, entre todos y con todos, la unidad querida por Jesús, desde de la abundancia de dones y carismas que no cesa de derramar, por medio de su Espíritu, en nuestra  Iglesia (Ef 4, 1-3).
La Iglesia es pobre y para los pobres.
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que Él mismo, en su Hijo Jesús, se hizo pobre para enriquecer a los pobres” (2Cor. 8,9)” (EG, 197). La primera predicación Jesús la dirigió a los pobres “Me ha enviado a anunciar el evangelio a los pobres” (Lc. 4, 18). En las bienaventuranzas, los pobres ocupan el primer lugar “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos” (Lc. 6,20). Y con ellos se identificó: “cada vez que lo hicieron con uno de los pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt. 25, 35). La misión de Jesús es la misión de la Iglesia; no puede ser otra, por ello debe estar dirigida, primordialmente, hacia los más débiles y necesitados de atención, amor y solidaridad.
El Papa Francisco nos invita, en este Jubileo de la Misericordia, a renovar, como comunidad de seguidores de Jesús, nuestra opción por los preferidos de Jesús, pues ellos son “la prolongación de la encarnación de Jesús”. “En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado…En este jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención” (MV 15).
Bendigamos, queridos hermanos, a Dios, Padre de todo consuelo y misericordia, porque a lo largo de estos 50 años, esta arquidiócesis y la provincia de Maracaibo, han secundado este mandato de Jesús, reasumido constantemente por su Iglesia.  Nuestras diócesis tienen una rica tradición de Obras de Misericordia corporales y espirituales. Hablo de  este tema sin ninguna presunción ni vanagloria. Solo para glorificar a Dios y para decirle a ustedes, queridos hermanos, que, a pesar de todas las dificultades, quiebres de la comunión que en el pasado hemos tenido, el amor a los pobres siempre se ha mantenido intacto en el corazón de los zulianos. No dejemos nunca de hacerlo pues en ello nos jugamos nuestra salvación eterna (Cf Mt 25,31-46), ya que “’en el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados acerca del amor” (San Juan de la Cruz)
Una Iglesia en salida, misionera, que quiere, a tiempo y a destiempo,  anunciar a Jesús a todas las personas.
 “La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una dimensión universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño” (Aparecida, N. 380; EG 27).
El Profeta Isaías, en la primera lectura, proclama el esplendor de Jerusalén, manifestando que la gloria de Dios está sobre ella, y que, desde la ciudad santa, la salvación alcanzará a todas las criaturas.   Esta profecía se produjo en momentos particularmente duros para Israel: su capital invadida; su templo destruido; su pueblo diezmado; sus líderes  exilados. Escucharla hoy llena nuestros corazones de ánimo y esperanza. El Señor nunca abandona a los suyos y siempre les manifiesta su gran misericordia.
Este mensaje  nos viene muy bien a nosotros en las duras circunstancias que vivimos y nos anima a iniciar con entusiasmo el estudio, la implementación y  la aplicación de nuestro Plan Global de Renovación Pastoral. Quiera Dios que cuando lo tengamos en  nuestras manos y empecemos a leerlo, a orarlo y a asimilarlo,  oigamos su voz en nuestros corazones:
Levántate, Iglesia de Maracaibo, no temas.
La luz del Señor y de la Chinita, reposan sobre ti y sobre todos tus hijos.
No te amilanes ante las dificultades del tiempo presente.
Confía en mí, pues eres de gran precio a mis ojos, eres valiosa y yo te amo.
No tengas miedo porque yo estoy contigo.
En mis manos están los destinos de los pueblos.
Trabaja arduamente para llevar  a todos, sin excepción,
la antorcha de la luz del Evangelio de mi Hijo amado”.
Estos tres caminos convergen todos en el gran camino propuesto por el Plan Global de Renovación Pastoral.    Los invito a todos a aceptar con valentía, entusiasmo y fe este don de Dios para que nuestra Iglesia marabina se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo, un lugar acogedor donde los pobres se sientan en su casa, y una escuela permanente de comunión misionera. (Cf Aparecida 362 y 368). La mejor manera de agradecerle a Dios este regalo es compartiéndolos con los demás hermanos que encontremos en nuestra ruta.
Las puertas del futuro están abiertas bajo el signo de la Gran Misericordia de Dios. En el umbral está Santa María de Chiquinquirá que nos espera para ponerse en marcha con nosotros. Adentrémonos con decisión y valentía, en este siglo XXI, de la mano de nuestra Madre, María de Chiquinquirá. A lo largo de estos cincuenta años, su diminuta figura en la tablita, se ha ido agigantando, en nuestros corazones. Chinita, Madre amada, no son solo San Andrés y San Antonio de Padua los que están a tu lado: somos todos, tus hijas e hijos, los que cabemos a tu lado y dentro de tu corazón.
Quien anda con María de Nazaret, aprende a decir Fiat, a salir sin miedo a visitar las casas de familia llevando  a Jesús, a recorrer la ruta cristiana completa hasta la cruz y la resurrección. Que ella, que supo reunir en el Cenáculo a los apóstoles, disgregados por el miedo, nos ayude a vencer todos los temores que nos paralizan, nos enseñe a orar para pedir el don del Espíritu Santo y nos comunique la alegría de anunciar el evangelio  con nuestras vidas. Que bajo su protección maternal, nuestra Iglesia marabina  represente dignamente la universalidad del pueblo zuliano y sea signo  e instrumento vivo de la comunión de los hombres entre sí y de todos con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Maracaibo 30 de abril de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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