domingo, 14 de febrero de 2016

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 2016 - HOMILIA - LLENOS DEL ESPIRITU DE CRISTO VENCEREMOS LAS TENTACIONES



PRIMER DOMINGO DE CUARESMA 2016
HOMILIA
LLENOS DEL ESPIRITU DE CRISTO VENCEREMOS LAS TENTACIONES
El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza en la frente, se inició el tiempo de Cuaresma. Recorrido de fe y de penitencia de cuarenta días que ha de conducir al pueblo de Dios y a cada uno de nosotros, hacia la Pascua, y llegar con nuestros hermanos a esa fiesta central, profundamente renovados.
El evangelio de este domingo nos coloca ante las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús antes de iniciar su misión salvadora.  Esta no será la única vez que el Señor tendrá que enfrentarlas. Serán constantes en la vida del Maestro (Cf Jn 6,15; 23,39; Mt 16,22-23; 27,46). Así lo da a entender el final del evangelio cuando dice: “el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno”.
Esta descripción de los inicios de la actividad mesiánica de Jesús sigue el modelo del comienzo de la historia del pueblo de Israel, tal como la narra el libro del Éxodo y la relee el libro del Deuteronomio. El pueblo de Israel, que es llamado hijo de Dios, fue conducido por Dios al desierto después de la liberación de la esclavitud en Egipto.  Durante la travesía, el Señor, puso a prueba a su pueblo “para conocer el fondo de su corazón y ver si era capaz o no de guardar sus mandamientos” (Dt 8,2).  Repetidas veces, a través de Moisés, su jefe, les advirtió de los peligros de la idolatría (Dt 7,25-26), de la tentación de abandonar el cumplimiento de los mandamientos de la Alianza (Dt 8,11), de caer en la arrogancia y la prepotencia y de olvidarse de Dios, contando sólo con la fuerza y poder de su brazo para alcanzar la prosperidad  (cf Dt 8, 12-18).
Pero el pueblo, “desde el día que salió de Egipto hasta que entró en la tierra prometida”, se rebeló contra el Señor, hizo caso omiso de sus mandatos y preceptos, buscó los bienes de la tierra,, exigió milagros, fue infiel a Dios y tanta fue la prevaricación que si no es por la intercesión de Moisés, Dios los hubiera destruido (Cf Dt 9,1-17).
Con Jesús, el Hijo de Dios, enviado al mundo por el Padre, para liberar definitivamente a la humanidad de la esclavitud del pecado y del sometimiento al mal y a la muerte, no ocurre así. En los 40 días de ayuno y oración en el desierto, Jesús se pregunta: ¿Cómo llevar adelante la misión que su Padre le encomienda? 
El demonio, con las tentaciones, le propone tres modos de realizar su mesianismo. En las dos primeras tentaciones el diablo provoca a Jesús para que lleve a cabo su vocación mesiánica valiéndose del poder que le da su origen divino, anulando así el camino de la encarnación. Jesús las rechaza con frases tomadas del libro del Deuteronomio (Dt 6,3.16; 8,3). Muestra así su total conformidad con la voluntad de Dios contenida en las palabras de la Sagrada Escritura.
Pero el diablo insiste, se lo lleva al pináculo del Templo de Jerusalén y le dirige una tercera provocación, la más fuerte de todas: ¡no tienes que morir! El diablo lleva su atrevimiento hasta citar él también, como Cristo, la Escritura, el Salmo 91. “Tírate desde acá arriba: ¡tu Padre enviará sus ángeles para que te atajen y no te mates!” En otras palabras, conseguirás la victoria sin necesidad de pasar por la pasión y por la muerte. El diablo cree que ese es el punto débil de Jesús, su talón de Aquiles y por eso volverá a presentársela en Getsemaní (Lc 22, 39-46).
En el episodio de la sinagoga de Nazaret, sabremos cuál será el camino que Jesús, siempre impulsado y llevado por el Espíritu, escogerá para cumplir su misión y ser fiel a los designios de su Padre.  Un camino mesiánico desde la humildad, la compasión y la entrega hasta la muerte y muerte de cruz (Cf Lc 4,14-30).
Con el texto de las tentaciones, la Iglesia quiere darnos a entender que la vida cristiana comporta una permanente lucha espiritual contra el demonio y que necesitamos apertrecharnos muy bien para poder superar  sus arremetidas, permanecer fieles a nuestra condición bautismal y llegar con Jesús a la Pascua, pasando por la pasión y la cruz y más allá de este vida terrenal a la victoria final. Si estamos fuertemente arraigados en Cristo (Cf Col 2,7) y llevamos nuestra profesión de fe en el corazón y en la boca, venceremos las asechanzas del enemigo.
No le tengamos miedo a las tentaciones. El Nuevo Testamento (Jn 6,26-34; 7,1-4; Heb 4,15; 5,2; 2,17ª) deja claro que las tentaciones fueron una realidad evidente en la vida de Jesús. La tentación forma parte del camino de la vida cristiana.  Nuestra vida,  explica San Agustín, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones”.
San Pablo nos advierte que todos podemos ser tentados (Gal 6,1). Por eso, “quien crea estar firme cuídese de no caer”. Pero seguidamente nos asegura que “Dios es fiel y no permitirá que seamos probados por encima de nuestras fuerzas, sino que junto con la prueba hará que también encontremos el modo de sobrellevarlas (1 Co 10, 12-13).
 Apoyados en la victoria de Cristo y animados por la palabra de Pablo y Agustín, emprendamos nuestra ruta cuaresmal examinándonos con atención para detectar cuáles son las tentaciones que más nos atenazan y nos hostigan y enfrentarlas con las herramientas de lucha que la Iglesia pone en este tiempo de Cuaresma a nuestro alcance y con las que nos quiere revestir como una fuerte armadura (Cf Ef 6,10-20).
En primer lugar, dejarnos conducir por el Espíritu. Cristo fue al desierto lleno del Espíritu Santo (Lc 4,1) y por eso pudo vencer al demonio. Ese mismo Espíritu Cristo Jesús se lo prometió a sus discípulos.  Les dijo que se los enviaría para que los condujera a la verdad completa y vencieran las fuerzas negativas del mundo (Jn 14,26; 16,12-13.33). Y esto es muy importante porque el demonio es por esencia un engañador, un mentiroso redomado. Alucinados por su astucia, como ya lo dijo Isaías, “llamaremos bien al mal y mal al bien, la tiniebla luz y luz la tiniebla, amargo lo dulce y dulce lo amargo” (Is 5,20).
Es importante porque es el Espíritu Santo el que nos abre la mente y el corazón al gusto y a la inteligencia de las Sagradas Escrituras (Cf Lc 24,45). Es fundamental, indispensable, que nos hagamos asiduos lectores orantes de la Palabra de Dios. Fue con ella en los labios y el corazón que Jesús venció las tentaciones del demonio. No es con nuestras  pobres palabras, nuestros pobres razonamientos ni con nuestra lógica que venceremos. Es con el Espíritu y con la Palabra (Cf Sa 33,16-19; 44,1-9)
Hay otros tres ejercicios de piedad que la Iglesia pone en nuestras manos en esta cuaresma para adentrarnos en el desierto y caminar hacia la Pascua.  La oración, el ayuno y la limosna. El pecado de nuestros primeros padres rompió la triple relación virtuosa con la que Dios había creado al hombre y lo había hecho a imagen y semejanza suya: la relación con Dios, consigo mismo y con los demás.
Por medio de estas tres armas cuaresmales, la madre Iglesia nos invita a restablecerlas en su sentido original: la oración nos mantiene permanentemente conectados con Dios; el ayuno rompe el yugo de nuestras pasiones y vicios y nos enseña a dominar nuestro cuerpo y los pecados capitales; y con la limosna les devolvemos a los bienes de la tierra su primitiva destinación universal y re- aprendemos a compartirlos particularmente con los más pobres (Cf Is 58, 1-12). La práctica asidua de estas tres herramientas espirituales, conforme a la enseñanza de Jesús, (Mt 6,1-11), es el mejor remedio para abandonar la vida de pecado y seguir  alegre y fielmente a Jesús hasta el final.
En este año jubilar de la misericordia el Papa Francisco nos invita a vivir con mayor intensidad esta Cuaresma, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. Nos invita a acercarnos al sacramento de la reconciliación. Este sacramento nos permite volver a Dios recibir su abrazo lleno de ternura y perdón y experimentar en carne propia la grandeza de su misericordia.
Con la oración colecta de la misa de hoy pidámosle al “Señor todopoderoso, que las celebraciones y las penitencias de esta Cuaresma nos ayuden a progresar en el camino de nuestra conversión: así conoceremos mejor y viviremos con mayor plenitud las riquezas inagotables del misterio de Cristo.”. Amén.
Maracaibo 14 de febrero de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo

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