lunes, 22 de febrero de 2016

Homilía de la Eucaristía Inaugural de la X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia



Homilía de la Eucaristía Inaugural
de la X Semana de la Doctrina Social de la Iglesia


Muy queridos hermanos y hermanas,

El domingo pasado escuchamos el evangelio de las tentaciones a las que el diablo sometió a Jesús, antes de que el Señor iniciara su ministerio público, y cómo él las superó con la presencia y la fortaleza del Espíritu Santo y su obediencia incondicional a la Palabra de su Padre. De esta manera la Iglesia nos daba a entender, desde el inicio de la ruta cuaresmal, que si queremos renovar nuestra  vida cristiana y caminar con Cristo hacia la Pascua, debemos luchar contra las asechanzas del Maligno y solo las podemos superar si el Espíritu Santo está con nosotros y decidimos que nuestra vida se guíe por la escucha y el cumplimiento de la Palabra de Dios.

El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos traslada ahora al monte de la Transfiguración donde Jesús va a revelar a tres de los suyos su verdadera identidad. Además, la Iglesia quiere que al mirar hacia Cristo transfigurado tomemos más clara y decidida consciencia de cual es la meta del camino iniciado el pasado miércoles de ceniza.  Nos enseña el Papa Francisco que “se trata de llegar a participar en la gloria de Cristo, que resplandece en el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros” (Ángelus 1-3-2015).

Jesús les revela a tres de sus discípulos que él es el Mesías. Ya anteriormente Pedro, uno de los tres testigos de la cristofanía de hoy, la había confesado ( Lc 9,20), pero después dejó claro que no lo había captado plenamente cuando intentó apartar a Jesús, como el mismo Satanás, del camino de la Pasión y de la cruz (Cf Mt 16,20-23). Ahora en el monte Tabor, aparecen otros dos testigos que reconocen el mesianismo de Jesús y al final  de la escena de la transfiguración, será el mismo Padre celestial quien la revelara  completamente, e indicará que ese Mesías es su Hijo muy amado y es a él solo a quien hay que escuchar. Queda así definitivamente revelada la identidad de Jesús. Lucas narra cómo, al bajar del monte, Jesús se pone determinadamente en camino hacia Jerusalén (9,51), donde se consumara la misión que el Padre le ha confiado. Nada lo podrá apartar de aquí en adelante del cumplimiento del mandato recibido.

Todo el relato evangélico que acabamos de escuchar está construido para que quede muy claro también para los discípulos, para la comunidad de Lucas y para todos nosotros quién es Jesús y detrás de quien estamos llamados a poner nuestros pasos sin ningún tipo de vacilación ni de duda. Jesús se presenta con una figura resplandeciente, como los personajes celestiales (Cf Ez 1,24-28; Dn 19,4-6) y de un modo que recuerda las manifestaciones de Dios en el monte Sinaí, cuando en lo alto de la montaña hablaba con Moisés y Elías mientras una nube los envolvía (Cf Ex 19,20;24,15). Moisés, representante de la Ley y Elías, de los profetas, que en sus respectivos tiempos anunciaron a Jesús, ahora vienen a dialogar con él  sobre la pasión y la gloria que tendrá que cumplirse en Jerusalén.

Luego se retiran. ¿Por qué no se quedan?  Porque ha terminado el tiempo de los anuncios y hay que dejar paso a la voz celestial que procede de la nube y que proclama que Jesús es el Hijo de Dios. Por tanto Jesús, el Hijo amado del Padre, es el único que de ahora en adelante habrá que escuchar y desde quien habrá que interpretar toda la Ley y los Profetas (Cf Mt 5-7). Moisés y Elías ya cumplieron su misión. Juan Bautista que precedió al Señor también desaparece. Ahora, estamos  en el tiempo del cumplimiento definitivo de la Alianza que Dios iniciara con Abram (Cf Primera lectura).  En estos últimos tiempos, solo se conoce y se vive en comunión con el Padre vinculándonos al Hijo elegido y amado de Dios para seguirlo y escucharlo haciéndonos discípulos suyos.

Recobran fuerza las palabras del Señor, registradas por Lucas en el episodio inmediatamente anterior a la Transfiguración: “Si alguno quiere venir en pos de mi, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc 9,27). Los discípulos de ayer y de hoy tenemos que aprender que el mesianismo de Jesús llega a la gloria a través del camino ignominioso de la cruz, que escuchar al Mesías, porque es su Hijo, es escuchar al Padre, conocer su voluntad y llevarla a la práctica.

Leemos en una de las homilías de San León dedicada al evangelio de hoy lo siguiente: Sin duda esta transfiguración tenía sobre todo la finalidad de quitar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz, a fin de que la humillación de la pasión voluntariamente aceptada no perturbara la fe de la dignidad (divina de Jesús) oculta (en su condición humana). Asimismo todos debemos aprender, mediante una profunda conversión de corazón, a reconocerlo como el Mesías de Dios aceptando el escándalo de su sufrimiento, aunque no siempre lo entendamos, confiados en que ese camino recorrido primero por Jesús, es el único que nos hace participar de la gloria futura.

 A los cristianos de hoy y de todos los tiempos no toca como a los tres discípulos, hacernos  testigos contemporáneos de Jesús. Cuaresma 2016, en pleno año jubilar de la Misericordia, nos invita a entrar con decisión por el camino trazado por Jesús. Nosotros somos amigos de los atajos cómodos y rápidos. Todo lo que sea “fast” no atrae. Dios no es amigo de los atajos sino de los rodeos. El diablo le propuso a Jesús tres atajos en el evangelio del domingo pasado. Jesús prefirió el rodeo por la cruz.

Esta es la gran lección de hoy, mis queridos hermanos, que debemos registrar en la mente y el corazón para llevarla a la práctica: para participar en la transfiguración de nuestras vidas y también de Venezuela y del mundo no busquemos atajos porque no los hay y los que nos los proponen nos engañan y nos ofrecen falsas promesas. Oigamos la voz que viene del Padre, oigamos a Jesús, aceptemos su camino, entregando nuestras vidas de manera constante y total con la fuerza del amor. La gloria del Tabor que hoy vislumbramos pasa por el Calvario.

Para que nuestra vida tenga sentido necesitamos tener una meta clara que alcanzar y poner seguidamente todo nuestro empeño y todo nuestro potencial humano y espiritual para alcanzarla.  La meta es el ser humano y el mundo transfigurados. “Somos ciudadanos del cielo, dice San Pablo en la segunda lectura, de donde esperamos que venga nuestros Salvador. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas”. (Cf 2 Pe 3,13)

El camino es el amor transfigurado en servicio y entrega. Oigamos nuevamente a San León: “Que la proclamación del santo Evangelio sirva, pues, para fortalecer la fe de todos, y que nadie se avergüence de la cruz de Cristo, por la que el mundo ha sido redimido. Nadie, por tanto, tema el sufrimiento por causa de la justicia, nadie dude que recibirá la recompensa prometida, ya que a través del esfuerzo es como se llega al reposo y a través de la muerte a la vida; el Señor ha asumido toda la debilidad propia de nuestra pobre condición, y, si nosotros perseveramos en su confesión y en su amor, vencemos lo que él ha vencido y recibimos lo que ha prometido. Y se trate, en efecto, de cumplir sus mandamientos o de soportar la adversidad, debe resonar siempre en nuestros oídos la voz del Padre que se dejó oír desde el cielo: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo”.  

Este amor, además de ser el mandamiento supremo del Señor, es también el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en nuestra sociedad, teniendo como fundamento la verdad y como signo la libertad (Cf. Conclusiones de Medellín, Justicia 4). Por eso, en este camino Cuaresmal, la Iglesia en Venezuela nos ofrece la ruta de la Campaña Compartir y aquí en nuestra Iglesia local se nos invita a conocer la Enseñanza Social de la Iglesia, que no es otra cosa que una pedagogía para aprender a aplicar el evangelio a las realidades que vivimos y a interpretar en clave del Reino de Dios los signos de los tiempos.

Así lo expresa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en su primera parte, “Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de justicia y de paz, conformes a la sabiduría divina” (Compendio DSI 63).

Como dice el Concilio Vaticano II: “El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio” (GS 9-10). Que la celebración de esta X Semana de DSI, con la ayuda maternal de nuestra Madre de Chiquinquirá, que supo vivir a fondo el SI de la Anunciación, nos ilumine y fortalezca a todos y particularmente a las nuevas generaciones  para hacer una clara y comprometida opción por la promoción de un humanismo integral y solidario (Compendio DSI 7), la construcción en Venezuela de una nueva sociedad fundamentada en los valores de Cristo y de su evangelio, una sociedad  fundada en la civilización del amor y de fraternidad solidaria.

Como Pastor de esta Iglesia Particular, me siento comprometido con estas Jornadas. Las considero una inspiración del Espíritu Divino. No la dejemos caer en saco roto y démosle cada año mayor difusión y fortaleza sobretodo en el ámbito universitario, estudiantil y laboral vinculándolas más a la Campaña Compartir y al Proyecto arquidiocesano de renovación pastoral.
Agradezco de corazón a los organizadores que, con un sentido de Iglesia, asumiendo el compromiso de bautizados, se dedican a la formación de esta doctrina social. Especialmente, a la Universidad Católica “Cecilio Acosta”, al Foro Eclesial de Laicos y a esta Comunidad Parroquial San Antonio María Claret. A todos Ustedes los invito a aprovechar estas enseñanzas que son fundamentales para dar respuesta, desde la fe cristiana, a los desafíos de nuestra amada Venezuela.

Maracaibo 21 de febrero de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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